Contrariamente a las expectativas del gobierno de Wilson, la derrota de Huerta y la victoria de los revolucionarios aumentaron en vez de reducir los problemas a los que los Estados Unidos se enfrentaban en México. Durante este periodo hubo un acontecimiento que influyó en forma decisiva sobre la política norteamericana en México: el estallido de la primera guerra mundial en Europa. Por una parte, la guerra fortaleció los deseos de los políticos y hombres de negocios norteamericanos de que se procediera a una intervención armada en México. El esfuerzo bélico y el auge económico norteamericano estimulado por la producción de armamentos, aumentaron enormemente la importancia de las materias primas mexicanas y de las ganancias que ellas producían. Para explotar plenamente los recursos mexicanos se requería que hubiera en México paz y un gobierno pronorteamericano; pero, como de la derrota de Huerta no había surgido un gobierno estable favorable a los Estados Unidos, los políticos y hombres de negocios de ese país pedían con creciente estridencia una intervención armada. Por otra parte, el estallido de la guerra mundial aumentó los temores norteamericanos respecto a las posibles consecuencias de una intervención en México. Tal acción hubiera limitado las posibilidades de intervención de los Estados Unidos en otros lugares e involucrado a ese país en años de lucha contra los mexicanos. Estas consideraciones pesaron decisivamente en las decisiones de Wilson.
Los objetivos de la política norteamericana eran a menudo contradictorios. Los norteamericanos querían, por ejemplo, restaurar la “ley y el orden” en México tan pronto como fuera posible, y la mejor manera de lograrlo parecía ser apoyando a uno de los bandos en lucha. Pero el gobierno de Wilson también quería un gobierno mexicano dispuesto a aceptar la preeminencia norteamericana. Fuera de la intervención armada, la mejor manera de obtener esto era enfrentando entre sí a las partes contendientes, impidiendo que cualquiera de ellas sufriera pérdidas excesivas y buscando un gobierno de coalición en que estuvieran representados todos los grupos. En el periodo de 1914 a 1915 la política norteamericana se debatió entre estas tendencias contradictorias. Al principio el gobierno de Wilson apoyó a Villa y confió en que éste triunfaría rápidamente.1 Sin embargo, animado quizá por el deseo de impedir que cualquiera de los dos bandos obtuviera la victoria total, los norteamericanos evacuaron Veracruz en diciembre de 1914 y entregaron la ciudad a las tropas de Carranza, que se hallaban cerca. Evidentemente Washington tenía sus esperanzas puestas en un arreglo entre los diversos movimientos mexicanos, pero cuando la lucha continuó, cambió de táctica.
El gobierno norteamericano adoptó entonces otra política amenazando imponer por la fuerza la “restauración del orden” y la formación de un gobierno mexicano bajo auspicios norteamericanos. El 2 de junio de 1915 Wilson dirigió una áspera nota a los beligerantes conminándolos a llegar a un acuerdo lo antes posible. De lo contrario el gobierno norteamericano se vería “constreñido a decidir qué medios debían emplearse para ayudar a México a salvarse a sí mismo”.2 Huelga decir que un acuerdo logrado por presiones norteamericanas hubiera asegurado naturalmente a los Estados Unidos una influencia determinante sobre el nuevo gobierno mexicano.
La nota de Wilson fue rechazada con frialdad tanto por Carranza como por Zapata. El hermano de este último, Eufemio declaró: “No importa que manden millones de soldados. Combatiremos uno contra doscientos […] No tenemos armas ni tenemos parque, pero tenemos pecho donde recibir las balas […]”3 Soto y Gama, representante de Emiliano Zapata en la Convención, atacó duramente a Wilson llamándolo agente de Wall Street.4 Villa, en cambio, recibió con agrado la nota y declaró su buena disposición a negociar con Carranza.5 Su reacción favorable reflejaba tanto su actitud relativamente amistosa hacia los Estados Unidos como su precaria situación militar: acababa de sufrir otra dolorosa derrota y su ejército comenzaba a dispersarse.
Cuando se hizo evidente que la nota de Wilson no había surtido el efecto deseado, los Estados Unidos consideraron otras tácticas. Wilson parece haber considerado en un principio la posibilidad de una intervención militar en México. Sin embargo, las fuertes tensiones con Alemania en torno a la cuestión de los submarinos lo disuadieron de esa acción. El Departamento de Estado también pensó en “resolver” el problema mexicano mediante un golpe militar que eliminara a todos los jefes revolucionarios: Carranza, Villa y Zapata. Finalmente los norteamericanos decidieron convocar a una conferencia panamericana.6 Al hacer esto, perseguían dos objetivos: disipar la sospecha de que los Estados Unidos tenían intenciones agresivas y favorecer sus propios intereses al darle un cariz panamericano.
El secretario de Estado, Robert Lansing, tenía en mente una conferencia en la cual participarían representantes de los Estados Unidos, Argentina, Brasil y Chile con el propósito expreso de propiciar una reunión de jefes menores en México, quienes a su vez crearían un nuevo gobierno. Tal gobierno no sería reconocido entonces por los Estados Unidos y los antedichos países y se le proporcionarían armamentos al mismo tiempo que se suspenderían los suministros de armas a los otros bandos. Pero la elección del nuevo presidente y su gabinete no se dejaría exclusivamente en manos de los jefes revolucionarios menores. En sus propuestas para la conferencia, el gobierno norteamericano se reservaba amplios derechos de codeterminación. De hecho parecía que el gobierno de Wilson no tenía intención alguna de dejar a los revolucionarios mexicanos tan importante decisión. Empezó a considerar a un candidato tras otro para la presidencia de México, el cual luego podría ser propuesto, y tal vez impuesto, a la conferencia proyectada.7
La conferencia panamericana se reunió el 5 de agosto de 1915 en Washington para determinar procedimientos concretos dirigidos a la designación de un gobierno provisional para México, pero entretanto la situación volvió a cambiar.
Villa seguía perdiendo terreno y, para agosto de 1915, Carranza controlaba aproximadamente las cuatro quintas partes del país. El gobierno norteamericano había hecho todo lo posible por impedir su victoria. Cuando Villa, cuya situación empeoraba constantemente, comenzó en julio a imponer requisiciones cuantiosas y pesados tributos a las compañías norteamericanas, las autoridades norteamericanas manifestaron una tolerancia inusitada. Lansing propuso incluso que se ofrecieran a Villa mejores oportunidades de vender en los Estados Unidos los productos de las regiones que aún controlaba, para que no se viera obligado a exigir contribuciones a las compañías norteamericanas. “No queremos que la de Carranza sea la única facción con la cual se pueda negociar en México”, escribió. “Carranza parece tan intratable que si al menos damos la impresión de que nos oponemos a él, esto nos dará la oportunidad de invitar las facciones a llegar a un acuerdo. Pienso, pues, que es aconsejable por el momento permitirle a Villa obtener suficientes recursos financieros para que pueda mantener a su facción sobre las armas hasta que se pueda llegar a un acuerdo.”8
A fines de agosto ya no cabía duda de que resultaría imposible llegar a formar un gobierno mexicano por intermediación de los jefes menores, debido a la desigualdad de fuerzas entre las facciones revolucionarias. Tal cosa sólo podría haberse obtenido mediante una intervención militar norteamericana la cual habría reducido en gran medida la capacidad de Estados Unidos para influir en los acontecimientos que se desarrollaban en Europa, donde la primera guerra mundial estaba en su apogeo, en el Extremo Oriente, en donde el Japón intentaba aumentar su influencia en la China.
Fue en este momento cuando las simpatías norteamericanas por Villa menguaron rápidamente, al empezar éste a exigir contribuciones económicas cada vez mayores a las compañías norteamericanas. Carranza, por el contrario se había comprometido en un memorándum enviado al Departamento de Estado norteamericano “a proteger las vidas y propiedades de los extranjeros, conceder una amnistía general a mexicanos y extranjeros, garantizar la libertad religiosa y resolver la cuestión agraria sin expropiaciones”.9
A principios de octubre de 1915, tanto Lansing como Wilson pensaban que el reconocimiento de Carranza era la mejor opción de que disponían. José Ivés Limantour, importante político mexicano que había sido secretario de Hacienda de Porfirio Díaz, expresó su convicción de que tras este viraje de la política norteamericana estaban los intereses petroleros. “Me han informado muy confidencialmente”, escribió a J. B. Body, representante de Lord Cowdray en México,
que el cambio de Wilson en favor de Carranza se debe exclusivamente a la Texas Oil Company, que pudo obtener la cooperación del coronel House por algún medio desconocido, pero que debe ser sumamente importante, ya que al parecer hace muy poco tiempo que el coronel House se inclinaba a ver la situación desde un punto de vista muy distinto. Fue el coronel House quien concibió la idea de hacer intervenir al ABC [Argentina, Brasil, y Chile] para facilitar el cambio en la política de Wilson, y con este fin se sirvió de alguien llamado Lawrence, un joven que fue alumno de Wilson y está en continuo contacto con el secretario de Wilson, Tumulty, para que sugiriera a Naon, el embajador argentino, caballero muy fatuo, el plan que fue realizado y por el cual ha recibido tanto crédito, como si fuera eternamente suyo. Una vez más los tejanos han contribuido a la desgracia de México.10
El joven a quien se refería Limantour era David Lawrence, quien en la década de 1930 se convertiría en editor del U. S. News and World Report. Lawrence había conocido a Wilson en Princeton, y en 1914-15 había sido enviado a México por el presidente norteamericano en una misión de investigación. A su regreso Lawrence recomendó organizar una conferencia de jefes menores (recomendación que Wilson aceptó) y algún tiempo más tarde sugirió reconocer unilateralmente a Carranza (recomendación que Wilson rechazó en agosto de 1915, cuando se presentó por vez primera).11 Qué ligas pudo haber tenido Lawrence con la Texas Oil Company y si dicha compañía favoreció o no el reconocimiento de Carranza, es algo que no se ha podido precisar con datos de ninguna otra fuente. Si esta compañía apoyó en efecto a Carranza, su política debe de haber estado en contradicción con la mayoría de las principales compañías petroleras norteamericanas y británicas.
Las compañías británicas nunca habían apoyado al Primer Jefe y las norteamericanas perdieron su inicial entusiasmo por Carranza en 1915, cuando su gobierno intentó aumentar sus impuestos. En 1915 la mayoría de las compañías petroleras norteamericanas apoyaban la conspiración (que examinaremos adelante) de Leon Canova, encargado de asuntos mexicanos en el Departamento de Estado, y algunos mexicanos exiliados para imponer a un candidato conservador como presidente de México.12
Cuando se enteraron de que Wilson estaba considerando el reconocimiento de Carranza, llegaron incluso a enviar un representante a entrevistarse con Cecil Spring. Rice, el embajador británico en los Estados Unidos, para pedirle “que use su influencia con su gobierno con objeto de que no se reconozca a Carranza en tanto no prometa respetar debida y legalmente los compromisos que habían hecho los gobiernos anteriores”.13
Esta posición era compartida por los intereses petroleros británicos. En una conversación con Maurice de Bunsen, funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, un representante de Cowdray declaró “que decididamente pensábamos que el gobierno de Su Majestad debía notificar a nuestro embajador que no ayudaría al reconocimiento del gobierno de Carranza a menos que el grupo carrancista prometiera que los contratos y concesiones otorgados por los gobiernos anteriormente constituidos a los inversionistas británicos serían respetados”.14
Esta actitud era compartida por el ministro de Relaciones Exteriores, Edward Grey, y en consecuencia el representantes de la Gran Bretaña en México, Thomas Hohler, intentó persuadir al secretario de Estado norteamericano, Lansing, de que aplazara el reconocimiento de Carranza. Pero Lansing y Wilson se negaron a cambiar de opinión.15 La principal consideración para ellos era estratégica. El 10 de octubre Lansing escribió en su diario:
Al estudiar la situación general he llegado a la siguiente conclusión: Alemania desea mantener vivo el conflicto en México hasta que los Estados Unidos se vean obligados a intervenir; por lo tanto no debemos intervenir.
Alemania no quiere que haya una sola facción dominante en México: por lo tanto debemos reconocer a una facción como la dominante.
Cuando reconozcamos a una de las facciones como gobierno, Alemania procurará indudablemente crear un conflicto entre ese gobierno y el nuestro; por lo tanto debemos evitar todo conflicto independientemente de las críticas y quejas del Congreso y la prensa.
Todo se reduce a esto: Nuestras posibles relaciones con Alemania deben ser nuestra primera consideración; y nuestras relaciones con México deberán conducirse de acuerdo con esto.16
Ésta era una opinión plenamente compartida por Woodrow Wilson. En un gesto de buena voluntad hacia Carranza, se decidió sacrificar a Villa, que no tenía idea de lo que estaba pasando. El lo. de noviembre de 1915 Villa libró su última batalla decisiva contra Carranza en Agua Prieta, junto a la frontera con los Estados Unidos, con los ocho mil hombres que le quedaban. El resultado de la batalla aún no se decidía cuando, en la noche del 2 de noviembre, tres mil hombres del ejército carrancista a quienes el gobierno de los Estados Unidos había permitido atravesar territorio norteamericano sorprendieron a Villa y le infligieron una derrota desastrosa. Esta batalla señaló el fin de la División del Norte en cuanto ejército regular. Unas semanas después de esta derrota, Villa se vio reducido a librar una guerra de guerrillas.
Después de su victoria y de su reconocimiento por el gobierno de Wilson en octubre de 1915, las relaciones de Carranza con los Estados Unidos empezaron a mejorar gradualmente, aunque siguió habiendo áreas conflictivas, debido principalmente a los esfuerzos de Carranza por aliviar la desastrosa situación económica de México aumentando los impuestos a las compañías norteamericanas.
Tres años de incesante guerra civil y de lucha continua con los grupos guerrilleros de Villa y Zapata, habían dejado agotado al país. Una gran parte de la tierra cultivable permanecía sin sembrar. Tanto la producción agrícola como la industrial habían descendido bruscamente desde 1913. No había sino una sola fuente que pudiera proporcionar al gobierno mexicano los recursos necesarios para reconstruir el país: las grandes compañías extranjeras, principalmente norteamericanas, que antes habían estado prácticamente exentas del pago de impuestos. La guerra mundial y el auge económico derivado de ella habían creado una gran demanda de materias primas y dado lugar por lo tanto a un aumento de la producción petrolera. El 6 de diciembre de 1915 Carranza anunció importantes aumentos en los impuestos sobre el petróleo producido en México. Su justificación de tal medida era que
el petróleo exportado sólo beneficia a industrias extranjeras y al país no le trae nada con excepción de los impuestos. Esta exportación representa una disminución de nuestros recursos naturales, y por lo tanto el petróleo, que es exportado del país y no beneficia a sus habitantes, debe ser gravado con el fin de compensar esta pérdida para el país.17
El gobierno mexicano también aplicó una política antinorteamericana con respecto al principal producto de exportación de Yucatán, el henequén. Hasta 1912, la International Harvester Company había gozado de un monopolio de las ventas de henequén y mantenido bajos los precios del producto. Cuando las tropas de Carranza ocuparon la península en 1915, establecieron un monopolio estatal de la comercialización del henequén para contrarrestar esta situación. La compañía estatal logró hacer aumentar el precio del henequén. En 1911 una libra de henequén valía sólo 4.5 centavos de dólar, mientras que en 1917 el precio era de 19.5 centavos.18 Este aumento no se debió únicamente al monopolio estatal, sino también al hecho de que la guerra había hecho imposible la importación de henequén africano a los Estados Unidos.
Con la esperanza de aliviar estas tensiones y permitir al gobierno mexicano obtener nuevos ingresos sin gravar a las compañías norteamericanas, el gobierno de Wilson intentó ayudar a Carranza a obtener un gran préstamo en los Estados Unidos. Estos esfuerzos se malograron cuando, en la noche del 9 de marzo de 1916, una fuerza de quinientos mexicanos atacó el pueblo de Columbus, en el estado de Nuevo México, al grito de “¡Viva Villa!” y “¡Viva México!”. Según todos los indicios y pruebas disponibles, el jefe del ataque fue Francisco “Pancho” Villa. Los asaltantes fueron rechazados por unidades del 130. regimiento de caballería norteamericano, acuartelado en Columbus, después de una batalla que duró seis horas. Más de cien mexicanos y diecisiete norteamericanos murieron en la acción. La respuesta norteamericana no se hizo esperar.19 No había pasado una semana antes de que invadiera el estado de Chihuahua una expedición punitiva, compuesta inicialmente de cinco mil ochocientos hombres (más tarde aumentada a diez mil) con órdenes del presidente Woodrow Wilson de destruir a las fuerzas de Villa.20
La decisión de Villa de atacar Columbus se gestó mucho antes del reconocimiento de Carranza por Wilson y de la decisión del presidente norteamericano de apoyar al Primer Jefe. En la primavera y el verano de 1915, Wilson estaba buscando un candidato presidencial que no fuera ni Villa ni Carranza y a quien su gobierno pudiera apoyar. En esa época un grupo de conservadores mexicanos estrechamente ligados a la élite porfirista, hombres de negocios norteamericanos, y altos funcionarios del gobierno de Wilson, intentaron obtener ayuda del gobierno norteamericano para tramar una contrarrevolución en México. Su vocero fue Leon Canova, el encargado de los asuntos mexicanos en el Departamento de Estado norteamericano. Canova propuso a varios miembros del gabinete que los Estados Unidos respaldaran a un grupo conservador encabezado por Eduardo Iturbide, descendiente del primer emperador de México y jefe de policía de la capital mexicana durante el régimen de Huerta. Canova sugirió una forma de apoyo que los Estados Unidos utilizarían con éxito en años posteriores: proporcionarían al grupo de Iturbide cierta cantidad de alimentos que éste podría distribuir entre la población. Se esperaba que tal gesto obtuviera para Iturbide la popularidad que le faltaba. A cambio de dicha ayuda y de un cuantioso empréstito —se mencionaba la cifra de 500 millones de dólares— concedido por bancos norteamericanos, los conservadores otorgarían amplios derechos tanto al gobierno norteamericano como a los banqueros norteamericanos, incluido el de “supervisión norteamericana del cobro de derechos aduanales”. Los conservadores también habrían de aceptar la designación, por los Estados Unidos, de un “consejero administrativo extraoficial” con poderes no especificados para “supervisar las reformas necesarias”. En su memorándum al secretario de Estado Bryan, Canova no explicó qué entendía por “reformas necesarias”.21 Sí estipuló, sin embargo, en otro memorándum dirigido a Chandler Anderson, quien frecuentemente actuaba como intermediario entre el gobierno y los empresarios, que “todas las propiedades de la Iglesia y otras confiscadas por las bandas revolucionarias u otras personas sin el debido procedimiento legal desde el 13 de febrero de 1913, deberán ser restituidas a sus dueños legales”.22
La maquinación de Canova era mucho más que el intento de un alto funcionario del Departamento de Estado y unos cuantos cómplices mexicanos y norteamericanos por asegurarse ventajas en México. El plan estaba apoyado por importantes sectores de la oligarquía prerrevolucionaria de México, a los cuales representaba Manuel Calero, y por intereses financieros norteamericanos, de los cuales era portavoz Chandler Anderson.23 El propósito del plan era explotar la desunión en el campo revolucionario para restablecer un régimen similar al de Porfirio Díaz que, a diferencia de éste, estuviera dominado por los Estados Unidos.
Lo más probable es que este plan estuviera complementado por un acuerdo secreto entre los conservadores mexicanos y los intereses financieros norteamericanos pertinentes (entre los cuales las compañías petroleras jugaban un papel dominante), acuerdo que Canova no reveló a los funcionarios gubernamentales a quienes sometió su proyecto. De acuerdo con este pacto secreto, los empresarios norteamericanos habrían de ejercer una influencia decisiva en la selección de los ministros de Relaciones Exteriores y de Hacienda de México. Los Estados Unidos habrían de conceder un cuantioso empréstito a México y a su vez supervisarían las finanzas del país. Los Estados Unidos obtendrían también bases navales en el Pacífico, especialmente en la Bahía de Magdalena. Hombres de negocios norteamericanos compartirían la dirección del ferrocarril de Tehuantepec, hasta entonces bajo control británico.24
El plan de Canova obtuvo apoyo en el seno del gobierno de Wilson. Su defensor más abierto fue Franklin K. Lane, secretario del Interior que en años posteriores, se identificó estrechamente con los intereses petroleros.25 Por iniciativa suya se discutió el plan en una reunión del gabinete, pero Bryan rechazó el proyecto, declarando que los Estados Unidos “no deben apoyar a un hombre que probablemente les hará el juego a los reaccionarios”.26 Aunque Wilson no expresó ninguna opinión en estas reuniones, más tarde dejó saber que estaba de acuerdo con la posición de Bryan, y el plan de Canova fue descartado.27
Antes de redactar su plan, Canova había intentado, en noviembre de 1914, obtener el apoyo de Villa a concesiones similares a intereses económicos norteamericanos. Villa rechazó dichas propuestas. Más tarde, cuando Canova hubo llegado a un acuerdo secreto con los conservadores, intentó dejar de lado a Villa y obtener directamente el apoyo de su ejército para el proyecto. En el plan sometido a Bryan, Canova escribió: “Me aseguran que se adherirían a él 20 000 hombres, la mayoría soldados entrenados del antiguo ejército federal provenientes de las tropas de Villa: pero lo más probable es que todo el ejército de Villa se una al movimiento”.28
Villa se enteró de estas intrigas y cuando Wilson dio un súbito viraje en su política, reconociendo primero a Carranza y luego apoyándolo activamente, concibió graves sospechas respecto a los verdaderos motivos de Wilson.29 Estas sospechas de Villa fueron avivadas por un informe que recibió de su representante en los Estados Unidos, Roque González Garza (quien anteriormente había encabezado el gobierno de la Convención Revolucionaria). El 29 de octubre González Garza escribió a Villa una larga descripción y análisis de los acontecimientos que condujeron al reconocimiento de su enemigo:
Fue un gran golpe para mí el ver que usted ha sido siempre miserablemente engañado; posiblemente esto se hizo de buena fe, pero usted siempre fue engañado. Yo también fui burlado […] después de llegar a Torreón, me fue claramente dicho que, desde el punto de vista de las relaciones políticas internacionales, nuestra situación era muy buena; estábamos a un paso del reconocimiento por los Estados Unidos […] Pasaron algunos días y usted recibió la absoluta seguridad de que, desde el punto de vista de la política internacional, todo actuaba a su favor: que sólo un pequeño esfuerzo era necesario de nuestra parte, para que el gobierno de los Estados Unidos nos tomara en consideración y que el plan original de los asistentes a la conferencia sería utilizado con resultados satisfactorios para nosotros.
González Garza no mencionó el nombre de la persona que había dado estas seguridades a Villa. Que haya dejado abierta la posibilidad de la buena fe del intermediario, indica que probablemente se refería a George Carothers, el agente especial de los Estados Unidos en la zona de Villa y con quien éste había llevado buenas relaciones.
Acerbamente entonces, González Garza describe la manera como fueron tratados por sus anfitriones norteamericanos, los delegados de Villa a la conferencia de paz en Washington:
Nuestra situación era deprimente. Todas las cosas resultaron haber sido una mentira; estábamos muy necesitados; ni siquiera éramos escuchados […] Llegó el 9 de octubre y los participantes a la conferencia decidieron reconocer a Carranza… Esta decisión, comunicada exabrupto a los cuatro vientos, constituyó una enorme humillación para nosotros debido a que éramos delegados a la conferencia de paz. No nos fue dicho nada, y las solemnes declaraciones hechas por Wilson en una fecha anterior, simplemente fueron descartadas. Todos los antecedentes históricos fueron ignorados. Hasta el sentido común no fue respetado, debido a que habíamos ido a la conferencia listos para hacer la paz, pero de una manera honorable. Esta decisión fue aprobada y sufrimos un gran golpe.
González Garza continúa airadamente:
He visto muchas injusticias, pero nunca pensé que Carranza triunfaría en el terreno de la política internacional después de que representó la comedia de ser el más nacionalista de todos los mexicanos y después de que había provocado a los Estados Unidos en dos o tres ocasiones. No conozco completamente qué es lo que ha sido decidido en concreto, pero estoy convencido de que alguna cosa muy negra ha sido pactada; porque no tengo otra explicación para el repentino cambio de la política de los Estados Unidos en contra de nuestro grupo y a favor de Carranza.30
En otra parte de la carta, asegura: “Dios sabe cuántos pactos secretos” ha firmado Carranza con los Estados Unidos.
Villa quedó convencido de que Carranza había comprado el reconocimiento de Wilson accediendo al plan de Canova para convertir a México en un protectorado de los Estados Unidos. Como Canova había presentado sus planes a Villa, éste tenía buenos motivos para suponer que a su rival le habían hecho proposiciones parecidas. En vista del importante cargo que ocupaba Canova en el Departamento de Estado, Villa naturalmente supuso que aquél había actuado por instrucciones de Wilson. No tenía manera de saber que el gabinete había rechazado el plan de Canova.
En consecuencia, el 5 de noviembre de 1915 Villa publicó un manifiesto en Naco, Sonora, en el que se hacían graves acusaciones contra Wilson y Carranza. En el manifiesto se preguntaba por qué Carranza —“que nunca había dado garantías a los americanos, que los había despojado, que había privado a los extranjeros con tanta frecuencia como había podido de las tierras que poseían en las regiones oriental y sur de la República, y que siempre había azuzado la antipatía hacia los Estados Unidos”— había obtenido tan repentinamente no sólo el reconocimiento, sino también el apoyo activo de los Estados Unidos. De acuerdo con Villa, el apoyo de los Estados Unidos a Carranza incluía nada menos que un préstamo de 500 millones de dólares y el permiso para que las tropas de Carranza cruzaran el territorio de los Estados Unidos. El manifiesto claramente contesta su propia pregunta: “El precio para estos favores es, simplemente, la venta de nuestro país por el traidor de Carranza”.31
El manifiesto acusaba además a Carranza de haber accedido a ocho condiciones impuestas por los Estados Unidos: 1] amnistía para todos los presos políticos; 2] una concesión de derechos por 99 años a los Estados Unidos sobre la Bahía de Magdalena, Tehuantepec y una región no identificada en la zona petrolera; 3] un acuerdo de que los ministerios de Gobernación, Relaciones Exteriores y Hacienda serían ocupados por candidatos que gozaran del apoyo del gobierno norteamericano; 4] la consolidación de todo el papel moneda emitido por la revolución después de consultar con un representante nombrado por la Casa Blanca; 5] todas las reclamaciones justas por daños y perjuicios ocasionados a extranjeros por la revolución se pagarían y se devolverían todas las propiedades confiscadas; 6] los Ferrocarriles Nacionales de México serían controlados por la junta directiva en Nueva York en tanto se pagaran las deudas a esta junta; 7] los Estados Unidos, a través de banqueros de Wall Street, concederían al gobierno mexicano un préstamo de 500 millones de dólares que sería garantizado por todo el ingreso del Tesoro nacional, teniendo poderes un representante del gobierno norteamericano para supervisar el cumplimiento por parte de México de dicha provisión; y 8] el general Pablo González sería nombrado presidente provisional y convocaría a elecciones al cabo de seis meses.
La política seguida por Villa en los meses siguientes estaba claramente prefigurada en este manifiesto. “¿ Podrán los extranjeros, especialmente los yanquis —preguntó Villa—, abrigar la ilusión de que se consagrarán a explotar en paz y en gracia de Dios, las riquezas del suelo mexicano?” A medida que parecían estrecharse las relaciones entre los Estados Unidos y Carranza, Villa se convencía cada vez más de “que la venta de la Patria es un hecho”. Ahora consideraba que su principal tarea era salvaguardar la independencia de México y romper lo que él consideraba el dominio estrangulante de los norteamericanos sobre su patria. El 16 de diciembre envió una carta a los comandantes de las fuerzas de Carranza que estaban avanzando contra sus últimos bastiones en Chihuahua. Después de describir el pacto secreto que Carranza supuestamente había firmado con Wilson, Villa declaraba que, debido a este nuevo acontecimiento, sus tropas habían dejado de combatir a los carrancistas “para no derramar más sangre mexicana”.32 A los generales de Carranza les proponía una alianza “que pueda unirnos a todos en contra de los yanquis, quienes debido a su antagonismo racial y comercial, y a sus ambiciones económicas, son el enemigo natural de nuestra raza y de todos los países latinos”. En el caso de que tal alianza fuera firmada, escribió, “renunciaría al comando de sus tropas”.
Unas semanas más tarde le escribió a Emiliano Zapata en tono similar: “decidimos no quemar un cartucho más con los mexicanos, nuestros hermanos y prepararnos y organizarnos debidamente para atacar a los americanos en sus propias madrigueras y hacerles saber que México es tierra de libres y tumba de tronos, coronas y traidores”.33 Al atacar a los Estados Unidos y provocar posibles represalias, Villa esperaba crearle a Carranza un dilema insoluble. Si Carranza permitía que tropas norteamericanas penetraran en territorio mexicano sin ofrecerles resistencia, Villa esperaba desenmascararlo como un instrumento de los norteamericanos. Si Carranza desconocía su pacto con Wilson y oponía resistencia a los norteamericanos, tanto mejor. Se rompería la alianza entre Carranza y el gobierno de Wilson y la posición del primero quedaría muy debilitada. Max Weber, vicecónsul alemán en Ciudad Juárez, escribió a un socio que tenía en los Estados Unidios, en diciembre de 1916: “Villa quiere que haya intervención y declaró públicamente en Chihuahua que, mientras la lavandera siga al frente del régimen de Washington, seguirá quemando y saqueando hasta que los Estados Unidos intervengan en México y provoquen la caída de Carranza.”34
El ataque de Villa contra Columbus provocó una tormenta de protestas en los Estados Unidos y fortaleció las demandas intervencionistas que pedían la ocupación de México. Ésta era una oportunidad excepcional: a los ojos del mundo y especialmente ante la opinión pública latinoamericana, una intervención armada no habría tenido como blanco al gobierno mexicano sino solamente a los “bandidos” de Villa. Al mismo tiempo, los norteamericanos esperaban contar con el apoyo o al menos la pasividad de Carranza, quien se vería beneficiado por la eliminación de sus principales adversarios.
El 13 de marzo de 1916 el gobierno norteamericano envió una nota a Carranza pidiendo permiso para que una expedición punitiva norteamericana persiguiera a Villa en territorio mexicano. Aunque el presidente mexicano no concedió tal permiso, una fuerza expedicionaria al mando del general John J. Pershing cruzó la frontera el 15 de marzo y penetró en el estado de Chihuahua.35
Su principal objetivo, según las declaraciones del presidente Wilson, era la captura de Villa, pero las instrucciones que de hecho se dieron a Pershing eran más limitadas. Si lograba destruir las fuerzas de Villa, la expedición habría cumplido su propósito. Pershing no logró ni lo uno ni lo otro. Los norteamericanos jamás pudieron capturar al jefe norteño (aunque en una ocasión estuvieron muy cerca de hacerlo, cuando una patrulla norteamericana pasó a muy poca distancia de una cueva en la que Villa, que había sido herido, se hallaba oculto.) En cuanto a sus fuerzas, no sólo no fueron decisivamente derrotadas ni dispersadas por la expedición de Pershing, sino que aumentaron en forma fenomenal mientras los norteamericanos permanecieron en suelo mexicano. En marzo de 1916, cuando atacó Columbus, Villa tenía unos quinientos hombres. Algunos meses antes, la mayoría de los soldados de su antaño poderosa División del Norte se habían rendido a los carrancistas o habían regresado a sus hogares; Villa había perdido una gran parte de su apoyo popular; la clase media chihuahuense se había vuelto contra él; muchos de sus soldados que lo habían considerado prácticamente invencible estaban desilusionados por su derrota; otros estaban sencillamente agotados por años de revolución y guerra. La expedición punitiva cambió todo esto. Villa se convirtió en el símbolo de la resistencia nacional contra los invasores extranjeros y su popularidad aumentó vertiginosamente.
Este sentimiento cundió incluso entre las tropas de Carranza. “El sentimiento general en las filas revolucionarias (carrancistas) es de simpatía por Villa. Los soldados expresan abiertamente su admiración por su aventura y se lamentan de no haber estado con él”,36 escribió uno de los representantes de Cowdray en México al magnate petrolero británico en abril de 1916.
Tal hecho era observado con amargura y temor por la dirección carrancista. “Acabo saber por telegrama que señor José de la Luz Herrera dirigió a Primer Jefe, que algunos soldados de esa Guarnición han lanzado vivas a Villa y que pretenden armar un nuevo conflicto con las tropas americanas”, escribió Obregón a su comandante en Chihuahua. Y añadía, “si efectivamente hay soldados que en estos momentos lanzan vivas a Villa, debe usted pasarlos por las armas sumariamente.”37 Estas amenazas, por lo visto, no fueron muy efectivas porque unos meses después en octubre de 1916, Luis Cabrera informó a Carranza: “Informaciones bastante fidedignas que llegan aquí, indican que en el Estado de Chihuahua hay más simpatías por Villa de lo que pudiéramos suponer y que en nuestro ejército existen fuertes proporciones de deserciones tanto por trabajos enemigos como por condiciones económicas de nuestros soldados”.38 Cabrera sugirió que se enviaran tropas del vecino estado de Sonora a remplazar a los soldados de Chihuahua que todavía admiraban a Villa. “Amplias simpatías por Villa son consecuencia de la permanencia de las tropas americanas, pues proceden seguramente de que se ostenta como enemigo de los americanos.”
A fines de 1916 el ejército de Villa, según se informaba, tenía ya más de diez mil hombres.39 Poco antes Villa había tomado y ocupado brevemente algunas de las ciudades más grandes del norte de México, tales como Chihuahua y Torreón, lo cual le permitió apoderarse de grandes cantidades de provisiones y resarcirse del hecho de que, al reconocer a su rival, Carranza, en octubre de 1915, los Estados Unidos habían cortado sus suministros de armas y parque.
Gracias al apoyo popular de que gozaba, Villa logró no sólo eludir continuamente a los norteamericanos sino desarrollar una estrategia sumamente efectiva de tácticas guerrilleras, estrategia que se vio obligado a aprender y desarrollar sobre la marcha, ya que su experiencia anterior en este tipo de combate había sido muy limitada. Salvo breves periodos de la revolución de 1910-11 contra Porfirio Díaz y de la de 1913 contra Huerta, Villa había encabezado en general a grandes ejércitos convencionales bien equipados. Sin embargo no tardó mucho en convertirse en un maestro del arte de la guerra de guerrillas y los norteamericanos resultaron prácticamente impotentes para hacer nada contra él. El hecho fue registrado con la mayor amargura por los oficiales de la expedición punitiva: “Me siento un poco como un hombre que busca una aguja en un pajar”,40 escribió Pershing, e instó al gobierno norteamericano a que accediera a la ocupación de todo el estado de Chihuahua por tropas norteamericanas. Poco después fue más lejos y pidió la ocupación de todo México. Este deseo era compartido con entusiasmo por uno de sus tenientes, George S. Patton, quien en septiembre de 1916 escribió a su padre: “La intervención será inútil; debemos tomar todo el país y quedarnos con él”.41 Patton fundamentó esta opinión en otra carta: “No tienes idea de la total degradación de los habitantes. Uno tiene que ser un verdadero tonto para pensar que un pueblo medio salvaje y completamente ignorante podrá formar alguna vez una república. Esto es una broma. Un déspota es todo lo que conocen o desean”.42
Mientras hostilizaba a los norteamericanos, Villa concentraba sus principales energías contra los carrancistas. Su estrategia tenía por objeto derrotar a las tropas carrancistas y atraerlas a su causa, y luego atacar a las fuerzas norteamericanas que estaban en México. Los éxitos de Villa fueron facilitados por el hecho de que mientras más penetraba en México la expedición punitiva, menos dispuestos estaban a luchar contra Villa muchos soldados y oficiales de Carranza. A medida que la guerra con los Estados Unidos parecía hacerse más inminente, querían concentrar sus fuerzas para rechazar a los invasores extranjeros.
Esta actitud se fundaba en el hecho muy real de que México y los Estados Unidos ‘habían estado durante muchos meses al borde de la guerra al ir aumentando día con día las tensiones entre Carranza y Wilson. El 16 de marzo Wilson había informado a Carranza que se proponía enviar una expedición a perseguir a Villa en territorio mexicano. Carranza no accedió a esta propuesta, pero en cambio sugirió que se reviviera un viejo acuerdo entre los Estados Unidos y México que estuvo en vigor la década de 1890 para proteger la frontera contra los ataques de los apaches y los bandidos. Dicho acuerdo permitía tanto a los mexicanos como a los norteamericanos perseguir a merodeadores y bandidos a través de la frontera. La proposición de Carranza había sido concebida con vistas a ataques futuros. Wilson prefirió interpretarla como una aceptación, por parte del gobernante mexicano, de la entrada en México de la expedición punitiva.43 En un principio Carranza se abstuvo de protestar enérgicamente.
Es posible que esperara que Wilson llevara a cabo tan sólo una breve incursión en México y retirara las tropas después de unos cuantos días. También es posible que abrigara la esperanza de que los norteamericanos lo relevaran de la tarea de derrotar y destruir a Villa. Pero a medida que la expedición penetraba cada vez más profundamente en México —aumentando continuamente tanto su número como su armamento—, Carranza formuló una vigorosa protesta contra la presencia norteamericana en México.
Enfrentados a una inminente amenaza de guerra, el gobierno norteamericano y el mexicano ordenaron a sus respectivos jefes de estado mayor, Hugh Scott y Alvaro Obregón, respectivamente, que entablaran negociaciones. Después de largas y difíciles conversaciones, los dos generales llegaron a un acuerdo y firmaron un protocolo conjunto. Éste estipulaba que los norteamericanos no seguirían penetrando en territorio mexicano dado que su principal objetivo, debilitar las fuerzas de Villa, se había cumplido. Primero se concentraría en el norte de Chihuahua y finalmente saldrían de México. No se especificaba ninguna fecha para la retirada norteamericana.
A pesar de que Obregón había suscrito el protocolo, Carranza se negó a ratificarlo. En su opinión la ratificación habría legalizado la presencia de las tropas norteamericanas en México sin especificar una fecha para su partida. Las reservas de Carranza se vieron confirmadas poco después de haberse firmado el protocolo, cuando a su juicio los norteamericanos lo violaron. Después que una partida de asaltantes mexicanos no identificados atacó el pueblo de Glen Springs, en el estado de Tejas, un nuevo contingente de tropas norteamericanas entró en territorio mexicano. Carranza replicó ordenando a sus comandantes que resistieran por la fuerza cualquier nueva penetración norteamericana en el país.44 Unos días más tarde hubo un enfrentamiento armado entre ambos bandos, en el pueblo de Carrizal, que pareció ser la señal del pronto estallido de la guerra entre México y los Estados Unidos.
El 20 de junio un destacamento de caballería perteneciente a la expedición punitiva intentó pasar por Carrizal. El teniente Charles T. Boyd, que estaba al mando, había pedido al general Félix U. Gómez, comandante de la guarnición mexicana de Carrizal, que permitiera el paso de sus tropas por el pueblo. Félix Gómez, que había recibido instrucciones de su jefe de resistir toda penetración norteamericana, se negó. Cuando, a pesar de su negativa, Boyd intentó pasar con sus tropas, se inició el enfrentamiento en el curso del cual murieron tanto Boyd como Gómez. Los norteamericanos fueron derrotados, y la mayor parte de los hombres de Boyd fueron capturados o muertos.
Cuando Wilson recibió una primera versión deformada del incidente, según la cual los mexicanos habían sido los primeros en atacar, preparó un mensaje para ser leído en una sesión conjunta del Congreso norteamericano, pidiendo permiso para que tropas norteamericanas ocuparan todo el norte de México. Entonces, pareció inminente una guerra en gran escala entre México y los Estados Unidos.
Wilson nunca envió su mensaje al Congreso. La posibilidad de una guerra mexicano-norteamericana desató una tremenda oposición en los Estados Unidos. Cuando Wilson recibió la noticia de que los norteamericanos habían sido los iniciadores de las hostilidades en el Carrizal y cuando Carranza hizo un gesto, conciliatorio, liberando a los prisioneros norteamericanos, el primero decidió hacer un nuevo intento de encontrar una solución.45 Debido a las crecientes tensiones con Alemania, Wilson temía cada vez más comprometerse en una guerra en México. Como le dijo a su secretario Tumulty:
Algún día el pueblo norteamericano sabrá por qué vacilé en intervenir en México. Ahora no puedo decirlo porque estamos en paz con la gran potencia cuya venenosa propaganda es responsable por las actuales terribles condiciones de México. Hay allí actualmente propagandistas alemanes que fomentan el conflicto y los problemas entre nuestros países. Alemania está ansiosa de vernos enfrascados en una guerra contra México, para que nuestras mentes y nuestras energías se distraigan de la gran guerra que se libra allende el mar. Ella desea una oportunidad sin interrupciones de llevar adelante su guerra submarina y cree que la guerra contra México nos atará las manos y le dará así libertad de acción para hacer su voluntad en alta mar. Comienza a parecer que la guerra contra Alemania es inevitable. Si llegara, y ruego a Dios que no sea así, no quiero que las energías y las fuerzas de los Estados Unidos estén divididas, ya que necesitaremos hasta la última onza de reservas que tengamos para derrotar a Alemania.46
Los gobiernos de Estados Unidos y México acordaron establecer una comisión conjunta compuesta por tres representantes de cada parte. Encabezó la comisión norteamericana Franklin K. Lane, secretario del Interior en el gabinete de Wilson, un demócrata conservador que más tarde se vinculó estrechamente con los intereses petroleros norteamericanos. Entre los miembros mexicanos de la comisión la figura más importante era Luis Cabrera, el más notable de los intelectuales que apoyaban a Carranza.
El “arreglo” que tenía en mente la parte norteamericana representaba la mayor concesión en toda la historia de la diplomacia wilsoniana a los intereses económicos norteamericanos en México, pues los comisionados norteamericanos demandaron de los mexicanos que aparte el problema del retiro de las tropas y la cuestión referente a la seguridad fronteriza, se discutieran cuestiones completamente desligadas de éstas y relacionadas con asuntos internos de México.
La piedra angular de la posición norteamericana era una propuesta que hubiera “cubanizado” efectivamente a México al imponerle algo muy parecido a la Enmienda Platt, que permitía a las tropas norteamericanas entrar en Cuba por decisión unilateral del gobierno norteamericano siempre que éste considerara justificada tal intervención. Los comisionados norteamericanos querían que México aceptara una cláusula que estipulaba que
el gobierno de México accede solemnemente a otorgar plena y adecuada protección a las vidas y propiedades de ciudadanos de los Estados Unidos u otros extranjeros, y esta protección será suficiente para permitir a tales ciudadanos de los Estados Unidos… [operar] industrias en que puedan estar interesados. Los Estados Unidos se reservan el derecho de volver a entrar en México y proporcionar tal protección con sus fuerzas militares, en el caso de que el gobierno mexicano no lo haga.47
La protección de la propiedad extranjera era un concepto amplio cuyo alcance no se limitaba de ninguna manera a las confiscaciones o despojos. Tanto los empresarios norteamericanos como el Departamento de Estado habían de dejar perfectamente claro en el porvenir que los impuestos cobrados a los negocios extranjeros podían ser calificados de “confiscatorios” y caer por tanto bajo la categoría indicada en el plan propuesto. De hecho, en los años 1917-18 cualquier decreto mexicano que restringiera los derechos de los cuales habían gozado los extranjeros durante el porfiriato era con frecuencia calificado de confiscatorio.
Estas propuestas no sólo contaban con el apoyo de las compañías petroleras norteamericanas, sino que es posible que hayan sido inspiradas por ellas. El 30 de agosto de 1916, dos de los tres miembros norteamericanos de la comisión conjunta, Franklin K. Lane, quien encabezaba su delegación, y el juez Gray, tuvieron largas conversaciones con dos representantes de los intereses petroleros de Doheny, con su abogado, Fredrick C. Kellog, y con John Bassett Moore, asesor del Departamento de Estado cuyos servicios había contratado Doheny desde 1914.48
Carranza se negó a considerar siquiera estas demandas. El 2 de octubre de 1916, en una reunión de la comisión que tuvo lugar en Atlantic City, sus delegados presentaron las siguientes contrapropuestas mexicanas. Como requisito previo para cualquier negociación, la comisión debía convenir primero una fecha definida para el retiro incondicional de la expedición punitiva. Ambas partes debían luego llegar a un acuerdo que permitiera a cualquiera de ellas perseguir a partidas de merodeadores a través de la frontera común, pero bajo estrictas limitaciones. Se estipulaba restricciones respecto a la magnitud del destacamento perseguidor y respecto al tiempo que podría permanecer en el otro país, que no debía exceder de cinco días. Tampoco podría penetrar más allá de ciento sesenta kilómetros de la frontera. Sólo después que se firmara un acuerdo sobre estas cuestiones accedería el gobierno mexicano a discutir otros asuntos, y éstos no tendrían que ver con los problemas internos de México sino sólo con cuestiones internacionales.
Wilson obviamente consideró que esto era un insulto. Después de conferenciar extensamente con él, los miembros norteamericanos de la comisión presentaron a México, el 21 de noviembre, lo que equivalía a un ultimátum. Los representantes exigían que la cuestión del retiro de las tropas norteamericanas estuviera ligada a una discusión sobre la protección de los derechos de los extranjeros.
“Debo informarle con toda solemnidad” informa el jefe de la delegación de los Estados Unidos a la contraparte mexicana, “que la paciencia del presidente está llegando a su fin, que le parece que las condiciones actuales en México son intolerables”.49 Lane exhortó a los mexicanos para que aceptaran las condiciones de los norteamericanos para el retiro de las tropas.
Nada menos que esto satisfará ni al gobierno ni al pueblo de los Estados Unidos y es bueno que sepáis esto clara y definitivamente en el momento actual. No deseamos hacer nada que hiera vuestro orgullo o disminuya vuestra soberanía. No tenemos designios en contra de la integridad de vuestro territorio ni de vuestra libertad de acción en la determinación de vuestra política nacional, pero estamos profunda y vitalmente interesados en el cumplimiento de vuestra obligación de proteger las vidas y propiedades de los extranjeros que han decidido compartir vuestro destino, y en el arreglo satisfactorio de toda cuestión que afecte a las cordiales relaciones entre los Estados Unidos y vuestro país.
Lane aparejó a estas demandas una mal velada amenaza de que “sin embargo, si habéis llegado a la conclusión de que no deseáis la cooperación de los Estados Unidos, si es vuestro deseo apartaros por completo de nosotros, es bueno que lo sepamos cuanto antes, ya que esto afectará en forma crucial nuestra política respecto a México”.
En una discusión posterior Lane amplió lo dicho, explicitando las consecuencias que tendría una negativa mexicana a aceptar las propuestas norteamericanas: “corresponde a vosotros tres determinar si México ha de tener los beneficios de tal cooperación, o si desea seguir una política de aislamiento. Esta última política sólo puede conducir a un resultado, a saber, la caída del gobierno de Carranza con todas las consecuencias que de ello se desprendan”.50
Evidentemente intimidados por estas amenazas, los representantes mexicanos, incluido Luis Cabrera, firmaron el protocolo, pero cuando se lo presentaron a Carranza éste se negó a dejarse intimidar y lo rechazó.
El 28 de diciembre Alberto J. Pani, comisionado mexicano, reiteró en una discusión con el jefe de la delegación norteamericana la posición de Carranza de que el requisito previo para cualquier negociación con los Estados Unidos era que éstos aceptaran retirar sus tropas incondicionalmente. Sólo entonces podría procederse a discutir otros problemas, entre los cuales se incluirían cuestiones internacionales pero no asuntos internos de México.
Wilson tenía ahora dos opciones. Podía dejar a las tropas norteamericanas en México, arriesgándose a una guerra con ese país, o bien retirarlas incondicionalmente. En vista de las crecientes tensiones con Alemania, optó por lo segundo y dio a Carranza uno de los mayores triunfos de su carrera. El 28 de enero de 1917 se ordenó a la expedición punitiva que comenzara a retirarse de suelo mexicano, operación que terminó con la salida de las últimas tropas el 5 de febrero del mismo año.
Al igual que la anterior intervención norteamericana en Veracruz, la expedición punitiva tuvo profundas consecuencias para las relaciones mexicano-norteamericanas, para la política exterior de México y para el desarrollo de los acontecimientos dentro del país. De hecho ambas intervenciones tenían mucho en común. Oficialmente se proponían objetivos muy limitados. En 1914 Wilson ostensiblemente sólo deseaba castigar el arresto de soldados norteamericanos por las tropas de Huerta y evitar el desembarco del cargamento de armas del Ypiranga. Afirmó que su intervención no iba dirigida contra los revolucionarios. De manera similar, la intervención de 1916 también tenía oficialmente el objetivo limitado de capturar o destruir las fuerzas de Villa, y el gobierno norteamericano insistió en que sólo deseaba ayudar a Carranza.
En ambos casos Wilson declaró repetidamente que no tenía ninguna intención de infringir la soberanía de México, y en ambos casos eso fue precisamente lo que intentó hacer.
En 1914 el presidente norteamericano intentó someter al gobierno de México y en 1916 trató de influir en su política y controlarla.
En ambos casos el supuesto beneficiario de dichas intervenciones protestó contra la presencia norteamericana en México y amenazó con resistirlas por todos los medios posibles. En ambos casos la terquedad de Carranza venció, y las tropas norteamericanas tuvieron que ser retiradas sin lograr sus objetivos principales.
La invasión de 1914 había debilitado gravemente lo que hasta entonces había sido una alianza tácita entre el gobierno de Wilson y los revolucionarios mexicanos. La expedición punitiva destruyó esa alianza.
Fue la expedición punitiva, y las crecientes amenazas norteamericanas contra México en noviembre, lo que indujo a Carranza a enviar, ese mismo mes, un memorándum a Alemania en el que proponía una estrecha colaboración económica y militar con ese país (véase el capítulo 9, tomo 2). Este memorándum provocó a su vez la grave decisión alemana de enviar el telegrama Zimmermann al gobierno mexicano.
La expedición punitiva puso fin al esfuerzo de Wilson por encontrar aliados en México, aunque continuó cooperando en forma muy limitada con el gobierno de Carranza. Según dos de los miembros norteamericanos de la comisión conjunta, toda la actitud de Wilson hacia México cambió como consecuencia de los resultados de dicha expedición. Consideraban “que el presidente realmente no representaba ya el mismo espíritu hacia México que cuando escribió su artículo para el Ladies Home Journal”, en el que subrayaba su absoluto respeto por la independencia de México y por el derecho de los mexicanos a dirigir su propia revolución. “En suma”, concluyeron, “faltaba la generosidad”.51
Al atacar Columbus y dar lugar al envío de la expedición punitiva, Pancho Villa no logró provocar una ruptura total entre el gobierno de Carranza y el de Wilson. Se evitó la guerra entre ambos países y los Estados Unidos siguieron manteniendo relaciones oficiales con Carranza, transformándose incluso el reconocimiento de facto de octubre de 1915 en reconocimiento de jure a fines de 1917.
Sin embargo, en ciertos aspectos esenciales Villa tuvo éxito. Logró perjudicar en forma definitiva la relación entre Carranza y los Estados Unidos, que nunca volvió a ser la misma que fue entre octubre de 1915 y marzo de 1916. Carranza perdió las dos grandes ventajas que había esperado ganar con el reconocimiento norteamericano: acceso ilimitado a las armas norteamericanas y la obtención de un préstamo en los Estados Unidos. Después que la expedición punitiva entró en México, los Estados Unidos prohibieron la venta de armas al gobierno mexicano, prohibición que duró, con algunas interrupciones, hasta la caída de Carranza en 1920. Los préstamos norteamericanos fueron ofrecidos al gobierno mexicano en condiciones tales que el presidente mexicano no quería y probablemente no podría, haber aceptado. Estos golpes fueron tanto más duros para Carranza cuanto que no había ningún otro país capaz de proporcionarle armas o dinero mientras durara la guerra mundial.
Al hacerse evidente que el apoyo irrestricto de los Estados Unidos a Carranza había llegado a su fin, los movimientos armados de oposición a Carranza, tanto radicales como conservadores, o simplemente locales, cobraron nueva fuerza.
Pancho Villa no fue de ninguna manera el único beneficiario de las dificultades de Carranza. En los primeros meses de 1916 el general carrancista Pablo González lanzó una ofensiva en gran escala contra Zapata, arrebatándole el control de las ciudades y partes del campo morelense. A fines de 1916 Zapata había iniciado una contraofensiva que las tropas de Pablo González no pudieron rechazar debido a que Carranza estaba concentrando una cantidad cada vez mayor de fuerzas en el norte de México, tanto para combatir a Villa como en prevención de un conflicto armado con los Estados Unidos. En febrero de 1917 Zapata volvió a controlar todo Morelos con excepción de las poblaciones más grandes.
Los adversarios conservadores de Carranza, que habían permanecido inactivos o bien no habían logrado ganar apoyo mientras pareció que el presidente mexicano gozaba del respaldo de los Estados Unidos, volvieron a tomar las armas y se apoderaron de porciones importantes de los estados de Veracruz, Oaxaca y Chiapas. Por fortuna para Carranza, el jefe principal de los conservadores era Félix Díaz, un fracasado constante. Su levantamiento de 1912 había estado tan mal organizado que Hintze, el ministro alemán en México, lo calificó de personalidad teatral incapaz de organizar nada. Después de la caída de Madero en 1913 no fue Félix Díaz sino Huerta quien cosechó los frutos del golpe y envió a Díaz al Lejano Oriente. En 1914 este sobrino de don Porfirio buscó refugio en los Estados Unidos y en febrero de 1916 intentó regresar a México desde Nueva Orleáns. Pero el fracaso parecía perseguirlo. El barco que tomó con algunos compañeros se perdió y fue a dar finalmente a Matamoros donde sus tripulantes cayeron en manos de los tropas de Pablo González. Aquí un inusitado golpe de suerte salvó a Félix Díaz. González, quien encabezó un tribunal encargado de investigar la identidad de los intrusos, no lo reconoció y lo puso en libertad. A pesar de ello su fortuna no cambió. En Oaxaca, a donde se dirigió una vez que quedó libre, intentó, con ayuda de simpatizantes locales, capturar la capital del estado. Cuando sus adeptos comenzaron a pelear entre sí, se retiró con tres mil hombres al estado de Chiapas, donde finalmente llegó con sólo trescientos.52
Por mediocre que fuera su capacidad de intriga, organización y mando militar, había un campo en el que siempre tuvo éxito Félix Díaz: una y otra vez encontró apoyo en los Estados Unidos. Durante su golpe de 1912 el comandante del buque de guerra Des Moines, anclado en Veracruz, lo apoyó abiertamente. Durante la Decena Trágica fue el favorito del embajador Henry Lane Wilson, bajo cuyos auspicios se firmó el famoso pacto de la embajada por el cual Huerta accedió a apoyar la candidatura de Félix Díaz a la presidencia de México.
En 1916-17 no gozó de igual apoyo de parte del gobierno de los Estados Unidos, pero en cambio seguían confiando en él importantes grupos empresariales y algunos funcionarios gubernamentales norteamericanos. En 1916 un alto funcionario del Departamento de Justicia de los Estados Unidos informó que el movimiento de Félix Díaz formaba parte de un grandioso plan elaborado, sin el consentimiento de sus superiores, por el ubicuo Leon Canova, jefe de la división de asuntos mexicanos del Departamento de Estado, y algunos otros confabulados, para obtener el control económico de México. El funcionario declaró que un “informante bien situado” había expresado la “creencia de que Canova y sus asociados, y Haskell (hombre de negocios norteamericano) y sus amigos están trabajando juntos para obtener el control de la industria henequenera y petrolera de México y creen que si alcanzan el éxito podrán dominar los partidos políticos en ese país y colocar en el poder a la facción de Díaz”.53 Durante toda su campaña, Félix Díaz recibió armas y dinero de Estados Unidos. Con la ayuda de estos recursos logró atraer un creciente apoyo conservador. Antiguos oficiales del ejército federal tales como Higinio Aguilar, quien se había hecho convencionista después de la derrota de Huerta, acudieron ahora a unírsele. Para 1917 Félix Díaz había abandonado su refugio de Chiapas y había penetrado en Veracruz, donde logró controlar partes del estado.54
Otros dirigentes conservadores, a veces ligados a Díaz y a veces independientes de él, también obtuvieron importante ayuda de las corporaciones norteamericanas y muchas veces la aprobación tácita de funcionarios gubernamentales norteamericanos. Manuel Peláez, el caudillo regional que hacia 1915 había asumido el control de los campos petroleros de la región de Tampico, obtuvo cuantiosos fondos de las compañías petroleras y logró comprar armas en los Estados Unidos. Esteban Cantú, antiguo oficial federal que se había unido a las fuerzas convencionistas en 1914, estableció una especie de señorío virtualmente independiente en Baja California y mantuvo estrechas relaciones con las autoridades gubernamentales norteamericanas al otro lado de la frontera.
Al ir perdiendo fuerza el gobierno federal, una gran parte de México regresó a condiciones semejantes a las que privaban en el siglo XIX. Muchas regiones eran dominadas por bandidos, mientras que otras quedaron bajo el control de los caudillos que ofrecían “protección” contra interferencias extrañas de cualquier tipo a cambio del reconocimiento de su autoridad por parte de los habitantes.
Los antiguos convencionistas, los conservadores que ahora resurgían, los caudillos locales y los bandidos, no eran de ninguna manera los únicos opositores con quienes tenía que habérselas Carranza. También en sus propias filas había aumentado la disidencia. A veces la disensión se daba entre carrancistas radicales que exigían reformas sociales y elementos conservadores más afines a las concepciones sociales de Carranza. La política de “divide y vencerás” utilizada por Carranza para consolidar su poder obraba cada vez más contra él.
En muchos estados los candidatos carrancistas rivales que aspiraban a cargos en el gobierno tomaban las armas unos contra otros, y cuando Carranza apoyaba a uno de los bandos el otro se rebelaba contra él. Tal fue el caso en el estado de Tamaulipas, donde Luis Caballero, que había apoyado a Carranza en la guerra civil, se rebeló contra él al no obtener la gubernatura del estado.
Además de todo esto, el descontento popular contra el gobierno de Carranza aumentaba, debido no sólo a las promesas incumplidas de reforma social sino también al dramático descenso del nivel de vida y a la inseguridad general. Las malas cosechas debidas al mal tiempo y las condiciones inestables que imperaban en el campo se vieron agravadas por la corrupción y la especulación oficial en gran escala. En consecuencia, empezó a cundir hambre. La producción industrial no había recuperado su nivel prerrevolucionario y se desarrolló un grave desempleo.
Dentro del movimiento carrancista se proponían tres estrategias distintas para superar esta enorme oposición. La menos popular de las tres postulaba una total reconciliación con el gobierno y con los intereses económicos norteamericanos. Debía abandonarse, se decía, todo esfuerzo por controlar o restringir las actividades de los grupos empresariales norteamericanos, y en el plano internacional México debía alinearse con los Estados Unidos. Después que los norteamericanos entraron en la primera guerra mundial, este grupo recomendó que México rompiera con Alemania e incluso que le declarara la guerra, siguiendo el ejemplo de su vecino del norte. Los principales defensores de esta estrategia eran Alfredo Robles Domínguez,55 alto funcionario civil tanto en el gobierno de Madero como en el de Carranza, y Félix Palavicini, periodista e íntimo colaborador de Carranza, quienes afirmaban que sólo una alianza con los Estados Unidos le daría a México las armas, los alimentos y el dinero que necesitaba para destruir la oposición interna y mejorar su nivel de vida. Sostenía también que tal alianza evitaría el peligro de una intervención norteamericana y le permitiría a México sacar todo el provecho posible del auge económico ocasionado por la guerra mundial.
Esta estrategia había gozado de algún apoyo entre los carrancistas antes de que la expedición punitiva entrara en México. La estrategia más popular entre los revolucionarios victoriosos, sin embargo, era totalmente opuesta. La promovía el ala radical del carrancismo y proponía que se hicieran nuevos esfuerzos por recuperar el apoyo de aquellos grupos sociales —campesinos y obreros— a los cuales Carranza había cortejado en 1915 para luego darles la espalda en 1916.
La dirección incluía tanto a nuevos conversos como a radicales de la vieja guardia. El vocero de los primeros era probablemente Alvaro Obregón. Los radicales de la vieja guardia más decididos e influyentes eran Francisco Múgica, ex-maestro de escuela dé Michoacán, Heriberto Jara, obrero textil que había participado en la huelga de Río Blanco en 1907, y Esteban Baca Calderón, uno de los dirigentes de la otra gran huelga del porfiriato, la de los mineros de Cananea en 1906. Los tres habían colaborado con el partido liberal y habían sido influidos por las ideas sociales de los hermanos Flores Magón.
Los carrancistas radicales tuvieron su mayor éxito en el campo de la ideología y del derecho. Lograron modelar la nueva Constitución elaborada entre noviembre de 1916 y febrero de 1917 por un Congreso Constituyente en la ciudad de Querétaro. A diferencia de la versión original de la Constitución propuesta por Carranza, que contenía pocas reformas sociales, la adoptada en febrero de 1917 estipulaba transformaciones sociales y económicas de gran alcance.
Garantizaba el derecho de todo campesino sin tierra a adquirirla y disponía la división de las haciendas con el fin de proporcionar dichas tierras. El mismo artículo contenía duras medidas contra las compañías extranjeras en México. Dichas cláusulas declaraban esencialmente que: a] el gobierno podía en cualquier momento realizar expropiaciones en bien de la nación; y b] el propietario de la tierra no era propietario de los minerales que hubiera en ella.
Esto significaba un regreso a la antigua legislación española abandonada en 1884 por el gobierno de Porfirio Díaz. Además, el artículo 123 establecía el derecho de los obreros a organizar sindicatos y hacer huelgas, establecía la jornada de ocho horas e incluía prestaciones de seguridad social.
En términos prácticos, sin embargo, los radicales tuvieron mucho menos éxito, aunque lograron atenuar la persecución de los dirigentes obreros por Carranza. A fines de 1916 muchos de los dirigentes que habían sido encarcelados, e incluso en algunos casos sentenciados a muerte por participar en huelgas, fueron puestos en libertad por el gobierno.
Pero en relación con el campesinado los radicales tuvieron poco éxito. Carranza se negó a acelerar la reforma agraria, apresurando en cambio la devolución de las haciendas a sus anteriores dueños o bien regalándolas a sus generales. Hay poca razón para dudar de la amarga denuncia hecha por Zapata en una carta abierta a Carranza: “Las haciendas”, escribió quien alguna vez había sido su aliado, “están siendo cedidas o arrendadas a los generales favoritos; los antiguos latifundios, remplazados en no pocos casos, por modernos terratenientes que gastan charreteras, kepí y pistola al cinto; los pueblos burlados en sus esperanzas.”56
Sólo en los contados casos en que la reforma agraria podía debilitar seriamente a sus enemigos estuvo Carranza dispuesto a hacer concesiones importantes al campesinado. Esto fue lo que sucedió en Tlaxcala, donde el zapatista más prominente de la región Domingo Arenas, declaró que estaba dispuesto a unirse a Carranza si éste reconocía la reforma agraria que él había llevado a cabo. El Primer Jefe accedió y en esta zona se llevó a la práctica una importante reforma agraria.57 Pero estos casos fueron excepcionales y no característicos de la política agraria de Carranza.
La estrategia del propio Carranza para procurarle apoyo a su movimiento era distinta de la de los conservadores pronorteamericanos y de la de los radicales. No se apoyaba en reformas, sino en otras dos consideraciones: el cansancio con la guerra de un sector creciente del pueblo mexicano, y su nacionalismo.
Después de siete años de trastornos, luchas, hambres y privaciones, muchos estaban dispuestos a seguir a cualquiera que les ofreciera alimento suficiente para sobrevivir y protección contra ejércitos saqueadores de cualquier facción.
Al devolver las haciendas a sus anteriores dueños, Carranza esperaba elevar la producción de alimentos al nivel prerrevolucionario. Pero hasta 1919 no lo había logrado, ya que la producción seguía muy por debajo del nivel de 1910. La economía estaba por los suelos. Debido a los continuos combates, al saqueo y al éxodo masivo de la población rural, había enormes extensiones de tierra sin cultivar. El ganado antes abundante había disminuido enormemente, tanto por la venta al otro lado de la frontera para comprar armas como por haber sido sacrificado para el consumo alimenticio. Mucha gente se había arruinado porque el papel moneda convencionista no fue aceptado por los carrancistas, pero ni siquiera los billetes de la facción vencedora valían gran cosa, y muchos comerciantes y productores se negaban a aceptarlos. La mayoría de las minas y fábricas estaban cerradas.58
Agravaban estas dificultades la destrucción y las interrupciones en gran escala del sistema de transportes, de por sí atrasados. Sólo el 16% de los vagones de ferrocarril estaban en servicio.59 Grandes secciones del sistema ferroviario estaban al servicio de los militares. Había interrupciones casi diarias en los viajes debido a los ataques de las facciones rivales o de los bandidos.
Aparte de sus intentos, en gran medida fallidos, de estabilizar al país extendiendo su control a todo el territorio, la estrategia económica de Carranza era doble. En cuanto a los hacendados y empresarios mexicanos, Carranza esperaba estimular la reanudación de la actividad económica mediante el restablecimiento en gran medida de las condiciones anteriores a la revolución. Piedra angular de esta estrategia era la devolución de las tierras a los hacendados. Con el fin de dar a éstos incentivos suficientes para que cultivaran y vendieran sus cosechas y para dar nuevos estímulos a la economía, Carranza comenzó, a fines de 1916, a sustituir su papel moneda con monedas de oro y plata. Al mismo tiempo procuró proteger tanto a los hacendados como a los empresarios mexicanos de las demandas de las clases bajas prohibiendo casi todas las huelgas y limitando drásticamente la reforma agraria. No hay pruebas, salvo en unas pocas regiones en que la economía prosperaba, como Yucatán, de que Carranza intentara aumentar en forma considerable los impuestos a las clases altas mexicanas. Por otra parte, en relación con las empresas extranjeras, tales como las compañías petroleras que prosperaban a pesar de la revolución (y cuyos impuestos habían sido mínimos durante el porfiriato), Carranza puso en práctica una estrategia que se apartaba de la política porfirista tradicional. A estas empresas se les aumentaron los impuestos, mientras que a otras extranjeras que habían interrumpido sus actividades, sobre todo las mineras, se les amenazó con multas y confiscaciones si no reanudaban la producción, abandonando así la tradicional política porfirista de laissez-faire.60
Es difícil evaluar los resultados de todas estas políticas, ya que son muy escasos los datos estadísticos para el periodo revolucionario y hasta ahora se ha investigado muy poco el tema.
Una de las características sobresalientes de la economía mexicana en el periodo 1916-18 fue su falta de uniformidad. Algunos sectores de la exportación se desarrollaron a ritmo muy acelerado, sobre todo la producción petrolera que creció sin interrupción durante todo el periodo revolucionario. Estos aumentos, sin embargo, no tenían nada que ver con la política de Carranza. Los campos petroleros, casi todos los cuales estaban localizados cerca de la costa del Golfo de México, constituían prácticamente un enclave extraterritorial protegido por buques de guerra extranjeros, amenazas norteamericanas de intervención y fuerzas “revolucionarias” al mando del general Manuel Peláez, financiadas en gran medida por las compañías petroleras.
La producción de las minas, que no gozaban de tal extraterritorialidad y estaban dispersas por todo el territorio mexicano, aumentó más lentamente, pero aumentó. El alza en el precio de los minerales debida a la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial fue un gran incentivo para que las compañías mineras reanudaran su producción. También favoreció dicha reanudación un cambio en la política de Pancho Villa. En enero de 1916 sus hombres habían fusilado a unos ingenieros de minas norteamericanos que se dirigían a reabrir una mina localizada en el norte de México. Villa había querido demostrarle tanto a Woodrow Wilson como a los hombres de negocios norteamericanos que no podrían operar en México sin su ayuda. Hacia 1917 se había convencido de que el único medio por el cual podría financiar sus acciones militares era cobrando contribuciones a las empresas mineras norteamericanas. El requisito indispensable para tal fin era, obviamente, permitir que las minas operaran. No hay ningún informe de que las tropas de Villa hayan fusilado a ingenieros o mineros extranjeros después de 1917.
Los precios cada vez más altos que se pagaban en los Estados Unidos por algunos productos agrícolas estimularon algunos tipos de producción de exportación en México. Hubo un gran aumento en las ventas de henequén de Yucatán y de garbanzos sonorenses.
La producción de bienes manufacturados y, sobre todo, de alimentos para el mercado nacional aumentó muy lentamente durante la presidencia de Carranza, en los casos en que efectivamente aumentó. La inseguridad reinante en el campo a causa de la guerra y el bandidaje, las exacciones militares y gubernamentales, y la especulación tanto de los hacendados como de los funcionarios, contribuyeron al aumento de los precios y a la escasez. Las dificultades causadas por el mal funcionamiento de los ferrocarriles y demás medios de transporte fueron agravados por las restricciones norteamericanas a las exportaciones a México, incluida la de alimentos. Durante 1917 y 1918 hubo, por lo tanto, una situación crítica de hambre extrema en gran parte del país. Patrick O’Hea, vicecónsul británico en Torreón, describió vívidamente la situación que se vivía en una zona considerada relativamente próspera, la región algodonera de La Laguna. En noviembre de 1917 informó que
con respecto a las condiciones que prevalecen entre las clases más pobres, no cabe duda de que en el próximo invierno se enfrentarán a condiciones peores que las que pueda recordar la actual generación.
Los salarios siguen basándose más o menos en la escala vigente en el año prerrevolucionario de 1913, mientras que el costo de los artículos de primera necesidad ha aumentado hasta tres veces en promedio respecto al costo de los mismos artículos hace cuatro años.
Aun así el trabajador del distrito de La Laguna goza de una situación privilegiada en comparación con la mayoría de sus compañeros fuera de ella, porque, aunque los salarios sean insuficientes, y aunque haya mucho desempleo, no hay al menos la miseria absoluta y la falta casi completa de alimentos que es causa de enfermedad y muerte en todo el país.61
No había nada de muy revolucionario en la política económica nacional de Carranza. Lo que éste se propuso fundamentalmente fue restablecer las condiciones del porfiriato en beneficio de grandes segmentos de la clase alta tradicional de México y de su nueva burguesía. El propósito de Carranza era el de ganarse a estos grupos a expensas tanto de los intereses extranjeros como de las clases más bajas de la sociedad mexicana, sobre cuyos hombros había de caer la carga de los costos de la revolución. Por razones obvias, a Carranza le fue mucho más fácil imponer dicha carga a los pobres que a los intereses extranjeros.
El presidente mexicano esperaba que, al ir recuperándose la economía, se iría reduciendo la carga soportada por los pobres y entonces lograría ganarse su apoyo. En general, la estrategia de Carranza logró sus objetivos, aunque la recuperación económica fue mucho más lenta de lo que él había esperado. Con significativas excepciones, sobre todo en el sureste de México, el grueso de los hacendados tradicionales y la nueva burguesía permanecieron leales a Carranza hasta 1920.
Es mucho más difícil estimar los efectos que tuvo esta política sobre las clases inferiores. Hubo vínculos pero de ninguna manera una correlación automática entre los niveles de vida y la lealtad al régimen de Carranza. La complejidad de estos vínculos puede deducirse de la situación en Yucatán, en Veracruz y en La Laguna, donde la recuperación económica fue mucho más rápida que en la mayor parte del resto, del país. Allí, en consecuencia, la clase alta tradicional había recuperado gran parte de su riqueza y poder. Esto empezó a preocupar a los comandantes militares de Carranza, quienes alentaron a los peones de las haciendas yuca tecas y de La Laguna y a los obreros veracruzanos a organizarse y obtener mejores condiciones. Estos peones cumplieron, en efecto, con lo esperado por Carranza cuando se mantuvieron ajenos a las rebeliones anticarrancistas antes de 1920, pero se fueron radicalizando cada vez más y tendieron a independizarse en forma creciente del gobierno central.
En cambio, en estados como Aguascalientes, donde las condiciones seguían siendo pésimas, muchos de los peones tendieron a congregarse en torno a los hacendados, considerando que éstos constituían el único grupo capaz de asegurar su alimentación y supervivencia.
Un factor frecuentemente más decisivo aún para definir la actitud de grandes grupos de la población respecto a Carranza fue la capacidad de éste de protegerlos del pillaje y el despojo. En muchos sentidos esta protección parecía un problema todavía más difícil para Carranza que el de la recuperación económica, ya que los ejércitos contra los cuales la mayoría de la población buscaba amparo eran los suyos propios.
En una amarga carta dirigida a Carranza desde Chihuahua Francisco Murguía, el general a quien el presidente mexicano había enviado a combatir a Villa, declaró que mucha gente se había unido a Pancho Villa por despecho, debido a las exacciones y al pillaje que habían sufrido a manos de las tropas del gobierno.62
Aun cuando hubiera querido, Carranza no tenía el poder suficiente para cambiar sus ejércitos ni para frenar a sus propios generales. Se produjo así un círculo vicioso: cada vez que aparecía un grupo rebelde, Carranza enviaba sus tropas a combatirlo. Pero estas tropas generaban tal oposición por su comportamiento, que muchos civiles antes indiferentes se unían a los rebeldes. El gobierno emprendía entonces acciones represivas que hacían engrosar aún más las filas de los rebeldes.
Charles K. Furber, un terrateniente británico secuestrado en 1918 por rebeldes en el estado de Guanajuato y liberado sólo después de haber accedido a pagar un gran rescate, tuvo amplia oportunidad de conversar con sus captores y de describir los motivos de su levantamiento contra el gobierno:
Durante mi estancia con los bandidos procuré enterarme de sus motivos para levantarse en armas, y descubrí que al parecer habían sido orillados a ello por las acciones del gobierno. La región se compone en gran medida de pequeños pueblos y terrenos que los circundan. Al comenzar la revolución, los habitantes vivían en relativa comodidad, en sus propias casas, y eran dueños de ganado y animales, cultivando cada uno su pedazo de tierra. Los pueblos tenían sus pequeñas tiendas y su iglesia y la gente vivía contenta y feliz. Las tropas del gobierno fueron allí y empezaron a robar animales, bienes muebles y demás pertenencias: a los dueños que se resistían se les tildaba de bandidos, se incendiaban sus casas, se les robaba todo y muchos eran asesinados. Los que sobrevivieron se fueron a las montañas, consiguieron un rifle e hicieron todo lo que pudieron para defender lo poco que les quedaba por defender: sus vidas. Cuando finalmente se reunieron en una banda y se hicieron demasiado fuertes para el gobierno, se les ofreció un armisticio. Unos cuantos aceptaron, fueron desarmados y fusilados. La situación actual de esta gente es de extrema dificultad: no pueden rendirse porque el gobierno los mata, no pueden trabajar en los montes porque no tienen garantías ni dinero, y si bajaran a la llanura y encontraran trabajo pronto serían denunciados y muertos. La gran mayoría de ellos están cansados de la vida que llevan con todas sus privaciones y peligros, y con gusto depondrían las armas y se pondrían a trabajar si sólo el gobierno les diera alguna protección y medios de trabajo. Pero en lugar de esto el gobierno trata de combatirlos, y no veo perspectiva alguna de éxito para tal procedimiento.63
El resentimiento de la población local era exacerbado por el hecho de que las tropas carrancistas casi siempre provenían de otras partes del país, mientras que los rebeldes eran gente de la localidad.
Carranza, tomando una osada medida que tuvo bastante éxito, decidió romper este círculo vicioso armando a grandes sectores de la población civil. A medida que el poder central se quebrantaba y las bandas armadas merodeaban por el campo, surgieron en muchas partes del país milicias locales llamadas “defensas sociales”. Éstas intentaban mantener alejados de sus pueblos o aldeas a los intrusos (categoría que con frecuencia incluía a todos los forasteros). Carranza reconoció oficialmente a muchas de estas milicias, les proporcionó armas, organizó nuevas “defensas sociales”, y al mismo tiempo intentó someterlas a algún tipo de control gubernamental.
En aquellas partes del país donde la actividad guerrillera era motivada fundamentalmente por la cuestión agraria, la estrategia de Carranza no tuvo gran éxito. No logró establecer una red efectiva de “defensas sociales” en Morelos para combatir a Zapata ni ganar de esta manera apoyo popular.
La situación, en cambio, fue muy distinta en aquellas partes del país donde el principal motivo de rebelión era el resentimiento causado por las depredaciones de las tropas gubernamentales. Allí Carranza armó a grupos bastante numerosos de civiles indicándoles que, si mantenían a los rebeldes lejos de sus pueblos y ciudades, sus propias tropas tampoco entrarían en ellos. Además, las armas entregadas a la población civil eran una garantía adicional en caso de que las tropas federales violaran el compromiso implícito contraído por Carranza y empezaran a saquear pueblos y ciudades.
Los esfuerzos de Carranza ganaron popularidad cuando éste se negó, en algunos casos, a subordinar las “defensas sociales” al ejército, instituyendo un mando independiente para ellas. Las “defensas sociales” no eran únicamente un instrumento para derrotar a los opositores de Carranza, sino también un medio de contrarrestar el creciente poder de su propio ejército sobre el cual tenía un control muy limitado.
El mayor éxito obtenido por Carranza con dicha estrategia se dio tal vez en Chihuahua, donde la utilizó contra Villa después del retiro de la expedición punitiva. Al cabo de siete años de guerra y revolución, con un breve intermedio de dos años de paz (1914-15), una gran parte de la población estaba cansada de la guerra, desilusionada y dispuesta a aceptar a cualquiera que garantizara la paz y la tranquilidad. En consecuencia, miles de hombres muchos de ellos ex-villistas, ingresaron en las “defensas sociales”. Carranza designó a Ignacio Enríquez, un político astuto, para encabezarlas. Enríquez era fundamentalmente un conservador, pero tenía dos cualidades que le ganaron muchos adeptos: una larga experiencia en la movilización de la población civil en favor de Carranza —en 1914-15 había encabezado uno de los famosos Batallones Rojos formados por obreros que Carranza creó para combatir a los convencionistas— y no se llevaba bien con los comandantes militares de Carranza en Chihuahua, lo cual aumentó su popularidad entre los miembros de las “defensas sociales”.64
La efectividad de estas milicias estatales queda demostrada por el desesperado llamamiento que les dirigió Villa en diciembre de 1918. Villa acusó a Carranza de haber instaurado un gobierno de los ricos, de traicionar los ideales de la revolución mexicana de 1910 y de poner en peligro al país con su política internacional, que podría fácilmente provocar una invasión norteamericana. Sin embargo, las imputaciones más fuertes de Villa se referían a lo que sucedía en el estado mismo. Acusó a Carranza y a sus comandantes de robarse gran parte de las riquezas de Chihuahua y sacarlas del estado, y de traer soldados “de fuera, hombres metidos al ejército por la leva o sacados de las cárceles con el fin de robarse oficialmente nuestras riquezas y destruir nuestro bienestar”.65
El llamamiento de Villa estaba cargado de amenazas. Villa recalcó que hasta 1918 siempre había perdonado la vida de todos los prisioneros tomados a las “defensas sociales”, poniéndolos en libertad después de ser capturados. Pero si las “defensas sociales” seguían combatiéndolo se vería obligado a tomar medidas mucho más enérgicas. Tales medidas consistirían fundamentalmente en el exterminio de las milicias locales. Finalmente Villa instaba a las “defensas sociales” a unírsele en defensa de la soberanía de Chihuahua contra Carranza. Aunque Villa seguía gozando de apoyo en el estado, lo cual le permitió continuar en la lucha hasta hacer su paz con el gobierno en 1920, su llamamiento a las “defensas sociales” cayó en oídos sordos, no sólo porque muchos chihuahuenses estaban cansados de la guerra, sino también porque la clase media del estado se había vuelto contra Villa después de su derrota en 1915. Sólo se le había unido con renuencia en un principio, cuando parecía indudable que sería el triunfador y parecía capaz de ofrecerles posiciones importantes tanto en el gobierno nacional como en el estatal. Su derrota puso fin a tales esperanzas y la inflación que causó su papel moneda había arruinado a muchos. Los miembros de esta clase media, junto con los de la alta, se convirtieron en los opositores más activos de Villa en Chihuahua. Al armarlos y darles la posibilidad de resistirse a las exacciones de las tropas federales, Carranza había eliminado el último motivo de oposición a su régimen que tenía la clase media en Chihuahua.
En México en general, sin embargo, el principal medio de que se sirvió Carranza para obtener apoyo popular no fue la creación de milicias civiles, sino la manipulación del nacionalismo mexicano. Mientras la expedición punitiva permaneció en México, el prestigio de Carranza sufrió, ya que no podía y, según muchos, no quería expulsar a los norteamericanos. Después de la batalla de El Carrizal, pero sobre todo cuando la expedición punitiva salió de México, en febrero de 1917, su prestigio volvió a crecer. Tras la partida de los norteamericanos, Carranza sacó provecho de sus actitudes y políticas nacionalistas. A diferencia de lo que ocurría con sus promesas de reforma social, había un amplio consenso en el sentido de que en el caso de su nacionalismo, Carranza hablaba en serio y pensaba llevar a la práctica la política que proclamaba.
Esta estrategia permitía a Carranza aprovechar el sentimiento nacionalista del país y debilitar la tradicional noción de “determinismo geográfico”. Mientras duró la primera guerra mundial y Alemania no fue derrotada, a muchos mexicanos les parecía que alinearse con Alemania era el único medio efectivo de poner fin a la influencia decisiva que los Estados Unidos habían ejercido y seguían ejerciendo en México.
Sería un error, sin embargo, considerar el nacionalismo de Carranza sólo como un medio de distraer la atención popular del incumplimiento de sus promesas de reforma social. El nacionalismo de Carranza era auténtico, y se proponía objetivos concretos con su política, aunque tales objetivos se quedaban cortos respecto de los principios y derechos enunciados en la Constitución de 1917.
En los años de 1934 a 1940, durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, la Constitución mexicana fue el fundamento jurídico e ideológico de la expropiación y nacionalización de las compañías petroleras extranjeras y del reparto entre los campesinos mexicanos de haciendas y plantaciones de propiedad extranjera.
No hay la menor prueba de que Carranza en algún momento haya deseado apoyarse en la Constitución, a cuyos artículos más radicales se había opuesto, para tomar medidas semejantes. Su política nacionalista era mucho más modesta, tenía objetivos más limitados, y seguía imbuida de las tradiciones porfirianas. Como sus antecesores del porfiriato, Carranza esperaba contrarrestar la influencia económica y política de los Estados Unidos con una mayor presencia europea en México. Para Carranza (como para Reyes, cuyo partido aquél había apoyado, aunque no para los “científicos”) Europa había dejado de significar Inglaterra y Francia y ahora quería decir fundamentalmente Alemania.
A diferencia de sus antecesores porfiristas, Carranza se proponía aumentar los impuestos pagados por los extranjeros, ejercer cierto control sobre su adquisición de propiedades mexicanas, y obligarlos a renunciar a su derecho de pedir protección a sus respectivos gobiernos.
Era sobre todo a esta política que se oponían vigorosamente las compañías petroleras y el gobierno norteamericano, aunque Woodrow Wilson, a diferencia de las compañías petroleras, no creía que fuera motivo suficiente para justificar una intervención militar norteamericana en México.
Una de las principales razones de que Wilson asumiera esta actitud fue la probabilidad cada vez mayor de que los Estados Unidos participaran activamente en la primera guerra mundial de parte de los aliados. Fue precisamente esta probabilidad la que llevó a Alemania a activar su política mexicana hasta un grado sin precedentes, con la esperanza de que los Estados Unidos se complicaran de tal forma en México que no pudieran intervenir en Europa.