Tras el estallido de la primera guerra mundial algunos de los principales jefes militares alemanes, entre ellos el jefe del Estado Mayor, Moltke, se habían hecho la ilusión de que los Estados Unidos entrarían en la guerra del lado de Alemania. El 5 de agosto Moltke comunicó optimistamente al Ministerio de Relaciones Exteriores: “La disposición en Norteamérica es favorable a Alemania […] quizá se pueda inducir a los Estados Unidos a una acción naval contra Inglaterra, con el Canadá como premio por la victoria”.1
Esta ilusión se desvaneció muy pronto en vista de las cada vez más íntimas relaciones británico-norteamericanas. Al mismo tiempo que las relaciones comerciales norteamericanas con Alemania habían sido interrumpidas por el bloqueo británico, la industria norteamericana ganaba importancia como proveedor de armas y provisiones para los aliados. Los objetivos principales de la política alemana hacia los Estados Unidos eran los de cortar estos suministros e impedir que ese país entrara en la guerra del lado de los aliados. Aun bajo las mejores circunstancias, estos objetivos eran difícilmente reconciliables entre sí.
Alemania utilizó diversos métodos para impedir los envíos de material de guerra norteamericano a las potencias occidentales. El más importante de ellos fue la guerra submarina. El Almirantazgo alemán planeaba declarar zona de bloqueo las aguas circundantes de la Gran Bretaña y Francia y hundir cualquier barco que entrara en ellas, independientemente de que perteneciera a un Estado beligerante o neutral. Sólo en caso de que Inglaterra se declarara dispuesta a renunciar al bloqueo de los puertos alemanes, renunciaría el alto mando naval a dichos planes. Este proyecto, sin embargo, chocó en la práctica con obstáculos importantes. Los intentos de aplicarlo condujeron a Alemania al borde de una guerra con los Estados Unidos en 1915 y 1916, y en ambas ocasiones el gobierno alemán tuvo que retroceder.
Además de la guerra submarina, Alemania intentó impedir envíos de armas de los Estados Unidos a las potencias aliadas mediante una campaña propagandística. Esta campaña indujo al diputado McLemore a presentar ante el Congreso norteamericano un proyecto de ley que de haber sido aprobado hubiera impuesto un embargo sobre el envío de armas a las naciones beligerantes. Sin embargo, las altas finanzas y la industria pesada norteamericanas, que tenían grandes intereses en la producción de armas, así como la administración de Wilson, influyeron decisivamente en la derrota del proyecto.
Diversas acciones secretas fueron llevadas a cabo por el gobierno alemán para impedir el envío de armas norteamericanas; la más “inofensiva” de ellas, poco después del comienzo de la guerra, fue el intento de los agentes alemanes, entre ellos el agregado militar en los Estados Unidos, Franz von Papen, de comprar importantes fábricas de la industria de guerra norteamericana e imposibilitar así los suministros a los aliados.2 Desde el principio fue una empresa inútil. En realidad se pudo interrumpir por corto tiempo el envío de ciertos armamentos mediante la compra de una fábrica en Bridgeport, pero en general no se pudo impedir por tales medios el suministro de material de guerra norteamericano. Por ello Alemania recurrió cada vez más al sabotaje.
Agentes alemanes y austriacos intentaron provocar huelgas en la industria bélica norteamericana e incluso trataron de colocar bombas en fábricas y barcos. Algunos de estos atentados tuvieron éxito —uno de los mayores astilleros norteamericanos, el Black-Tom, en Nueva York, fue incendiado el 29-30 de julio de 1916 por saboteadores alemanes—,3 pero por lo general las operaciones secretas alemanas en los Estados Unidos, sobre todo durante los dos primeros años de guerra resultaron sumamente ineptas. El responsable de las operaciones de sabotaje, Franz von Rintelen, enviado a los Estados Unidos por el general Falkenhayn, se desempeñó tan torpemente que pronto fue descubierto por los agentes británicos y norteamericanos y finalmente detenido por los ingleses cuando regresaba a Alemania. Informes detallados sobre su actividad aparecieron poco después en todos los periódicos norteamericanos.4 Al funcionario responsable de las finanzas de la embajada alemana en Washington, Albert, le fue arrebatado en el metro de Nueva York un portafolios que contenía importantes documentos sobre las maquinaciones alemanas. El embajador austro-húngaro en los Estados Unidos, Dumba, no tuvo mejor suerte. Éste había dado a un agente una carta sobre su actividad de sabotaje, la cual fue confiscada por los ingleses y enviada a la prensa; el gobierno norteamericano exigió inmediatamente el retiro de Dumba. El agregado militar alemán, Franz von Papen, quien a causa del descubrimiento de todas estas conspiraciones fue asimismo declarado persona non grata y tuvo que abandonar los Estados Unidos, llevaba consigo un talonario de cheques con liquidaciones para misiones de sabotaje, que cayó en manos de los ingleses cuando su barco fue registrado en un puerto británico. Debido a la incompetencia del servicio secreto alemán, no fue difícil para las autoridades militares aliadas y norteamericanas descubrir, revelar y evitar muchas de las intrigas e intentos de sabotaje alemanes, y movilizar así a la opinión pública en favor de la entrada de los Estados Unidos en la guerra del lado de los aliados.
México vino a desempeñar un papel cada vez más importante dentro de los planes alemanes encaminados a impedir los suministros norteamericanos de armas a los aliados y a evitar que los norteamericanos entraran en la guerra del lado de éstos. Los alemanes intentaron vigorosamente provocar una guerra mexicano-norteamericana, la cual no sólo hubiera interrumpido la exportación de armas norteamericanas, sino que también hubiera atado a los Estados Unidos en México y hubiera dificultado mucho su intervención en Europa. Además, los pozos petroleros mexicanos probablemente hubieran sido destruidos, privando así a la flota británica de sus importantísimos suministros de petróleo mexicano.
Las esperanzas alemanas respecto a una intervención norteamericana en México parecieron más viables que los anteriores intentos de lograr un embargo sobre el envío de armas a los aliados. La prohibición de la exportación de material de guerra era apoyada sobre todo por los germano-norteamericanos, por los irlandeses y por algunos aislacionistas, pero se enfrentaba a la oposición masiva del capital financiero norteamericano. Por el contrario, influyentes círculos económicos norteamericanos que poseían importantes intereses en México, sobre todo la Standard Oil Company, se pronunciaron en favor de una intervención norteamericana en México. Para ello contaban con el apoyo de partidarios decididos de una política dura frente a Alemania, tales como Theodore Roosevelt, y sus exigencias eran respaldadas ante la opinión pública por los periódicos de Hearst y Mc-Cormick.
Los esfuerzos alemanes por provocar una guerra entre México y los Estados Unidos se realizaban también en el lado mexicano de la frontera. En México los alemanes procuraron acercarse a los hombres y partidos políticos más diversos; trataron de incitar contra los Estados Unidos a reaccionarios extremos como Huerta o Félix Díaz y a revolucionarios como Carranza y Villa.
Hasta mediados de 1915 estas conspiraciones fueron organizadas por miembros del personal militar alemán en los Estados Unidos. Esto se debió en gran medida a que hasta marzo de ese año la legación alemana en México estuvo a cargo de un funcionario de poca categoría, Magnus, el cual se limitaba a enviar al Ministerio de Relaciones Exteriores cartas quejumbrosas sobre la situación en México. Poco antes del estallido de la guerra mundial, Hintze había sido enviado como embajador a la China, y el sucesor designado, Heinrich von Eckardt, hasta entonces ministro en Cuba, no ocupó su puesto sino hasta 1915. Por petición de Bryan, quien quizá ya entonces temía una intromisión alemana en México, Eckardt permaneció durante varios meses alejado de su cargo.5 No fue sino hasta marzo de 1915 cuando, contra la voluntad del Departamento de Estado norteamericano, se trasladó a México y pronto se convirtió en el centro de las intrigas alemanas locales.
La primera y más conocida conspiración alemana que tenía por objeto desatar una guerra mexicano-norteamericana, fue organizada con la ayuda de Papen y del agregado naval Boy Edd por Franz von Rintelen, un antiguo representante del Deutsche Bank en México, quien había sido enviado por el Estado Mayor alemán a los Estados Unidos.
Rintelen llegó a Nueva York el 3 de abril de 1915 e inició de inmediato una amplia operación de sabotaje. Sin embargo, muy pronto se convenció de que los envíos norteamericanos de armas a los aliados nunca se podrían impedir mediante el sabotaje únicamente. Esto le confirió una importancia aún mayor a sus planes relativos a una guerra mexicano-norteamericana.
Yo había estudiado —escribió en sus memorias— la situación de la política exterior de los Estados Unidos y comprendí que el único país del que éstos tenían que temer era México. Si México atacaba a los Estados Unidos, éstos necesitarían todas las armas que pueden producir y no estarían en condiciones de exportarlas a Europa.6
En febrero Rintelen ya se había puesto en contacto con Huerta, quien se encontraba entonces en España, prometiéndole armas y dinero si se comprometía a hacer la guerra contra los Estados Unidos en caso de que triunfara su partido. Más tarde se entrevistó con Huerta, quien entretanto había venido asimismo a Nueva York, y concertó con él el siguiente acuerdo: Alemania desembarcaría armas en la costa mexicana por medio de submarinos, proporcionaría a Huerta fondos adicionales para la compra de armas y lo apoyaría moralmente. A cambio de ello, Huerta se obligaba a iniciar la guerra contra los Estados Unidos. El gobierno alemán había dispuesto 12 millones de dólares para este plan; 800 000 dólares habían sido depositados como anticipo en bancos cubanos y mexicanos a nombre de Huerta.7
Rintelen tenía el problema de saber cómo le podría garantizar Huerta que realmente mantendría su promesa de atacar a los Estados Unidos dado que Huerta no se había distinguido precisamente por ser fiel a su palabra. Probablemente Rintelen contaba con que los norteamericanos tratarían por todos los medios, incluida la intervención militar, de derrocar a Huerta, de modo que, independientemente de los deseos de Huerta, la guerra entre los Estados Unidos estallaría si el antiguo presidente volvía al poder.
Rintelen confió la realización del plan por él dispuesto a Papen y Boy Edd. Pero la conspiración fue descubierta por oficiales de los servicios secretos norteamericano y británico, que habían seguido cada paso de Huerta y habían logrado enterarse de su conversación con Rintelen. Al dirigirse a México, en donde Orozco, entre otros, habían hecho preparativos para una rebelión, Huerta fue arrestado por la policía norteamericana antes de que pudiera cruzar la frontera.8 Huerta se puso en contacto entonces con Bernstorff y le pidió que cuidara del bienestar de su familia. Bernstorff, que no quería verse relacionado con Huerta, entregó su carta al gobierno norteamericano, supuestamente sin haberla visto ni contestado. Wilson comentó al respecto: “Esto es verdaderamente asombroso”.9
Debido a su participación en este complot y otras intrigas, Papen y Boy Edd fueron expulsados de los Estados Unidos a fines de diciembre de 1915.
Antes de su expulsión, sin embargo, Papen había tomado contacto con un representante de las fuerzas cercanas a Huerta. Se trataba de Gonzalo Enrile, quien se hacía pasar por coronel del ejército mexicano y había jugado un importante papel en la rebelión de Orozco contra Madero en 1912. Con su ayuda, Papen esperaba ganarse a Félix Díaz, quien había hecho saber que estaría dispuesto a colaborar con los alemanes.10 El proyecto fracasó. Las causas exactas no son conocidas; sin embargo, se puede suponer que a causa del fracaso de la conspiración huertista, Díaz no quiso ya tener ningún trato con Alemania. Sin embargo, Papen mantuvo sus contactos con Enrile; le dio una carta de recomendación y lo invitó a Berlín.11
A principios de 1916, Enrile, quien vivía más mal que bien como exiliado en La Habana, decidió viajar a Berlín y pedir ayuda para organizar una nueva insurrección en México. Pero antes de su salida hizo algunas insinuaciones en La Habana sobre la finalidad de su viaje, las cuales llegaron a oídos del cónsul de Carranza. Éste informó de inmediato a su gobierno que Enrile y un español habían reunido en Nueva Orléans 5 000 dólares y que querían viajar a Alemania “para conseguir allí dinero y apoyo a fin de interrumpir a cualquier precio las relaciones entre México y los Estados Unidos de Norteamérica”.12
Enrile llegó a Madrid en febrero de 1916 y se dirigió a la embajada alemana con la carta de recomendación de Papen. El embajador pidió informes al Ministerio de Relaciones Exteriores en Berlín y recibió la respuesta de que no se tenía ningún interés en Enrile.13 A pesar de todo, Enrile viajó a Berlín. Se apersonó en el Ministerio de Relaciones Exteriores, donde volvió a presentar la carta de Papen. El Ministerio se dirigió entonces a Papen, el cual recomendó que se mantuviera a Enrile “en disponibilidad”,14 porque éste podría ser de utilidad algún día; pero no pudo dar informes más detallados acerca de él. Enrile fue entonces recibido por el encargado de los asuntos de México en el Ministerio, Montgelas, ante el cual se presentó como representante de todas las fuerzas opuestas a Carranza. Afirmó que representaba tanto a Félix Díaz como a todos los antiguos políticos porfiristas que vivían en el exilio, tales como el ex-presidente De la Barra y el antiguo ministro de la Guerra de Huerta, Blanquet, y también a los revolucionarios Villa y Zapata. Pidió al gobierno alemán 300 millones de dólares con el objeto de comprar armas para una fuerza de 200 000 hombres —la “Guardia Nacional”— que decía tener a su disposición para derrotar a Carranza. A cambio de ello, prometía un tratado secreto entre Alemania y el gobierno formado por las fuerzas representadas por él, el cual ofrecía a Alemania, entre otras cosas:
1. Una política mexicana favorable a Alemania y orientada contra los interesa de los Estados Unidos;
2. La creación de un ejército fuerte, que invadiría el territorio norteamericano en el momento más conveniente para Alemania y México;
3. La expulsión del capital norteamericano mediante medidas legales;
4. Concesiones a Alemania en ferrocarriles, petróleo, minería y comercio;
5. Apoyo a los movimientos separatistas existentes en algunos estados del sudoeste de los Estados Unidos (Texas, Arizona, Nuevo México y California) ;
6. Garantías a Alemania sobre empréstitos y suministros de armas y municiones en la forma requerida por Alemania.15
Es poco probable que haya habido algo de verdad en las afirmaciones de Enrile sobre las fuerzas que alegaba representar. Los reaccionarios no eran ni con mucho tan fuertes como él afirmaba y Zapata nunca hubiera considerado una alianza con Alemania o con las fuerzas de Díaz. Aun cuando los datos de Enrile sobre las fuerzas representadas por él hubieran correspondido a la realidad, en abril de 1916 el gobierno alemán no estaba interesado en el financiamiento de una rebelión contra Carranza. Hacía poco que los norteamericanos habían entrado en México, y cada vez se hacía más probable una guerra mexicano-norteamericana. Pero cuanto más inevitable parecía esta guerra, tanto más inclinado a Alemania se mostraba Carranza. Así, pues, los planes de Enrile contradecían totalmente las intenciones y los intereses del gobierno alemán y por lo tanto fueron rechazados. Pero esto se hizo muy cortésmente, pues se quería mantener a Enrile “en disponibilidad’. Se le explicó que
las relaciones de Alemania con los Estados Unidos son en la actualidad completamente normales, y que por el momento está descartada toda intromisión en las diferencias norteamericano-mexicanas […] nosotros no hemos perseguido allí fines políticos, pero queremos una puerta abierta e igualdad de trato. En la medida en que la nueva “Guardia Nacional” pueda trabajar en esta línea y unificar los elementos enfrentados en México, esto también sería bien acogido en Alemania.16
El Ministerio de Relaciones Exteriores remitió a Enrile al Estado Mayor, el cual consideró la “posibilidad de usarlo en labores de espionaje en Francia”.17 Por razones que no se hicieron claras, pero probablemente porque se le suponía espía de los aliados, se abandonó el proyecto de usarlo como agente. Enrile fue vigilado constantemente por la policía durante su estancia en Berlín. Aunque su habitación fue registrada y toda su correspondencia confiscada, no se le pudo probar nada.18 Cuando abandonó Alemania poco después, intentó obtener alguna compensación por sus gastos de viaje. El Ministerio de Relaciones Exteriores, que no lo había invitado, se negó a ello, pero indicó la posibilidad de un reembolso por parte de las autoridades militares que habían extendido la invitación. Las autoridades consultaron a Papen, y éste, cuya reputación había sufrido a causa de gastos improductivos de tal índole, hizo saber que Enrile había sido invitado (¡por el agregado militar!) para “conversaciones de tipo económico”, y que Alemania por lo tanto debía abstenerse de conceder cualquier reembolso.19
La afirmación del Ministerio dé Relaciones Exteriores, según la cual Alemania no tenía ningún interés político en México y no deseaba provocar ningún conflicto entre México y los Estados Unidos, podría dar la impresión de que las intrigas y conspiraciones alemanas habían sido efectuadas sin el conocimiento o en todo caso sin la aprobación del Ministerio de Relaciones Exteriores. Éste, por supuesto, no era el caso. Otra operación, que apuntaba asimismo a provocar una guerra mexicano-norteamericana, demostró que el Ministerio de Relaciones Exteriores estaba tan implicado como los militares en estas actividades. Esta operación fue iniciada al mismo tiempo que la conspiración con Huerta, sólo que en este caso el objetivo era ganarse a Villa.
En mayo de 1915 el jefe de la propaganda alemana en los Estados Unidos, Bernhard Dernburg, presentó al futuro jefe del Almirantazgo, almirante Henning von Holzendorf, un detallado informe sobre los embarques norteamericanos de material de guerra a los aliados. También comunicó en su escrito una conversación que tuvo con Felix Sommerfeld, el representante de Villa en los Estados Unidos. Sobre esta conversación, hizo las siguientes observaciones:
Todos los contratos de los productores de armas contienen una cláusula según la cual los mismos quedan nulificados en el momento en que los Estados Unidos sean arrastrados a un conflicto. La política de los Estados Unidos hacia México es de todos conocida, y podemos estar seguros de que el gobierno de los Estados Unidos hará todo lo posible por evitar una intervención en México. Las autoridades militares de los Estados Unidos, por el contrario, están a favor de una intervención e igualmente las gubernaturas de Texas y Arizona, que se encuentran directamente en la frontera de México. Hace cerca de dos meses tuvo lugar un incidente en la frontera con Arizona, que casi provocó una intervención. En esa fecha el jefe de Estado Mayor norteamericano fue enviado por el presidente Wilson a la frontera por consejo del secretario de la Guerra, Garrison, para negociar con Villa. Estas negociaciones se efectuaron por conducto de Felix A. Sommerfeld, y en tal momento le hubiera sido muy fácil a este último, como él mismo me lo hizo saber reiteradamente, provocar una intervención. Tal intervención en este momento tendría las siguientes consecuencias para Alemania:
Un embargo de todos los pertrechos destinados a los aliados, y dado que, como es sabido, los aliados dependen de los Estados Unidos por lo que se refiere a municiones y material de guerra, un rápido triunfo de Alemania, así como una limitación a los créditos de los aliados y además un viraje en la política de los Estados Unidos, lo cual favorecería también a Alemania. Por otra parte, Felix A. Sommerfeld también tuvo vacilaciones en cuanto a forzar una intervención con Villa, dado que no conoce las intenciones de Alemania respecto a los Estados Unidos, y tampoco sabe cuáles son los deseos de Alemania para el futuro en lo tocante a su política hacia los Estados Unidos y no quiere correr el riesgo de contrariar la política alemana o de empeorar la situación en vez de mejorarla, mediante una medida apresurada. Esta oportunidad parece presentarse de nuevo en fecha próxima, y Felix Sommerfeld lo ha comentado conmigo. Está firmemente convencido de que puede provocarse una intervención de los Estados Unidos en México. Los aliados han hecho aquí un pedido de 400 000 fusiles, de los cuales dos fábricas, la Winchester y la Remington, enviarán 200 000 cada una: la entrega será de 14 000 a 18 000 unidades por mes, comenzando en el otoño. Además, los aliados hicieron un pedido de 100000 fusiles franceses. Algunas otras fábricas que hasta ahora no producían ningún material de guerra, comienzan a fabricarlo. Fuera del señor Sommerfeld, que es el artífice de esta idea, sólo yo estoy al tanto de sus planes. Ambos nos hemos cuidado de tratar este asunto con el embajador alemán aquí, dado que estamos convencidos de que cuanto menos se sepa de ello, será mejor, y además, de que este delicado asunto sólo puede ser decidido directamente en el nivel adecuado. Luego de que se considere este informe, pido que de alguna manera se le comunique al señor Felix A. Sommerfeld, directamente a través de mí, un “sí” o un “no”. Finalmente, quisiera mencionar aún que nosotros dos, Felix A. Sommerfeld y yo, damos nuestra palabra de honor como ciudadanos alemanes, de que cualquiera que sea la decisión, no hablaremos de esto con nadie.20
El almirante Henning von Holzendorf remitió este informe al secretario de Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores, von Jagow, para su dictamen y resolución. Su respuesta no dejó nada que desear en claridad:
En mi opinión, la respuesta es absolutamente “sí”. Aun cuando no se puedan detener los envíos de municiones, de lo cual no estoy muy seguro, sería muy deseable que Norteamérica se viera envuelta en una guerra y que su atención fuera distraída de Europa, donde claramente simpatiza con Inglaterra. Los norteamericanos no están interviniendo en los asuntos de China, y en consecuencia una intervención en México, forzada por las circunstancias, sería la única maniobra de diversión que podría imponérsele al gobierno norteamericano. Más aún, dado que por el momento nosotros no podemos hacer nada en México, una intervención norteamericana sería también lo mejor para nuestros intereses allí.21
El 10 de marzo de 1916 Villa atacó la ciudad de Columbus en la frontera suroeste de los Estados Unidos. ¿Fue este ataque el resultado del complot entre Sommerfeld y el gobierno alemán? Los documentos alemanes no dan ninguna respuesta a esta pregunta. Sin embargo, se pueden extraer ciertas conclusiones de los comunicados norteamericanos, aun cuando falta la confirmación definitiva.
El personaje clave en esta conspiración era Felix A. Sommerfeld, uno de los miembros más interesantes del sombrío ejército de espías, agentes dobles y representantes de intereses extranjeros que pululó en México una vez iniciada la revolución. Sommerfeld fue uno de los más capaces —y extraños— de estos hombres. Era, indudablemente, como lo expresaron los funcionarios del Departamento de Justicia norteamericano que lo entrevistaron en 1918, “un soldado de fortuna”.22 Nacido en Alemania en 1879, en una familia de clase media, comenzó a estudiar minería e ingeniería en la Universidad de Berlín en 1896. Pronto se aburrió de los estudios y en 1896 decidió abruptamente marcharse a los Estados Unidos sin informar a su familia. Dos años después, en 1898, estalló la guerra hispano-americana, y Sommerfeld ingresó en el ejército norteamericano para ir a combatir en Cuba. Al poco tiempo cambió de opinión y decidió regresar a Alemania, supuestamente según declaró más tarde, por haber enfermado gravemente su padre. Lograba fácilmente vencer obstáculos que a otros les hubiera sido muy difícil superar, tales como su ingreso en el ejército norteamericano y el hecho de que carecía de fondos para el viaje de regreso. En cuanto al ejército, sencillamente pidió licencia y luego desertó. Al segundo problema le dio una solución igualmente sencilla. Había estado viviendo con un hombre apellidado Zimmerman, amigo de su hermano; le robó 250 dólares y con ellos pagó su boleto y gastos de regreso. Un año más tarde, en 1899, se unió al contingente especial de fuerzas alemanas que fue enviado a China a reprimir la rebelión de los Boxers. Combatió durante un año contra los revolucionarios chinos y regresó a Alemania donde al parecer terminó sus estudios. A principios del siglo XX volvió a emigrar a los Estados Unidos, donde trabajó como ingeniero minero y especuló con propiedades mineras en el suroeste.23 De allí se trasladó al norte de México y se estableció en Chihuahua, donde trabajó ensayando minerales. Obviamente no tuvo mucho éxito en esta profesión e intentó complementar sus ingresos trabajando como ayudante del corresponsal de la Associated Press en el norte de México una vez que estalló la revolución. Fue así como estableció su primer contacto con Madero, logrando ganar su confianza en poco tiempo. Esto se debió en gran medida a su talento de demagogo, como informó Letcher, el cónsul norteamericano en Chihuahua, que lo conocía bien: “Aprovechó la credulidad, inexperiencia y blandura de Madero y pronto ejerció sobre él una influencia decisiva que continuaría hasta la muerte de éste”.24 Madero tenía tal confianza en Sommerfeld que lo nombró jefe de su policía secreta en la capital mexicana y más tarde en los Estados Unidos. En el ejercicio de dicho cargo viajaba constantemente a la frontera con objeto de prevenir cualquier levantamiento de los enemigos de Madero en dicha región.25 Sommerfeld consolidó su relación con el presidente mexicano haciéndose pasar por revolucionario y demócrata, algo que, según Letcher, no era en absoluto. Según contó Letcher, podía hablar “con elocuencia y ardor sobre la democracia en México. En el fondo de su corazón, sin embargo, como indican conversaciones confidenciales con él, es un monárquico y absolutista convencido, que cree firmemente que los monarcas y los gobiernos absolutistas son los únicos que tienen sentido”.26 Probablemente veía en los revolucionarios mexicanos algo muy semejante a los Boxers chinos, a quienes ayudó a exterminar.
Mientras trabajaba al servicio de Madero, Sommerfeld estableció relaciones muy estrechas con dos grupos con los cuales tendría contactos aún más estrechos en años posteriores: el gobierno alemán y los círculos económicos norteamericanos. Sus relaciones con los alemanes eran tan íntimas que Hintze, el ministro alemán, lo utilizó como intermediario en 1912 cuando quiso averiguar si el gobierno mexicano tenía intenciones de firmar un tratado de reciprocidad con los Estados Unidos. Durante la Decena Trágica, Hintze le concedió asilo en la legación alemana y se encargó de gestionar su salida del país. Sommerfeld se dirigió entonces a Washington,27 donde renovó y fortaleció una relación iniciada durante el periodo maderista con un personaje todavía más tortuoso que él mismo, Sherbourne G. Hopkins. Éste era uno de los agentes más influyentes de los intereses económicos norteamericanos ante el gobierno de los Estados Unidos y, según Hintze, organizador de revoluciones latinoamericanas promovidas y financiadas por dichos intereses.28 Hopkins proporcionó fondos a Sommerfeld y le indicó que se pusiera a disposición de Carranza.29 Con el talento retórico que lo caracterizaba, Sommerfeld pronto se convirtió en el intermediario que gestionó las negociaciones entre Carranza y William Bayard Hale, representante especial de Woodrow Wilson. Carranza llegó a tener tal confianza en Sommerfeld que lo envió a Chihuahua a trabajar con Villa y a espiar sus actividades.30 Sommerfeld espió a Villa, pero no en beneficio de Carranza. Al parecer envió informes sobre la situación en México tanto al agregado naval alemán en los Estados Unidos, Boy Edd, como a Hopkins.31 Al mismo tiempo se ganó la confianza de Villa y se convirtió en uno de sus principales agentes en los Estados Unidos y en intermediario suyo ante los militares norteamericanos, en particular ante el general Hugh Scott.32 Su conexión con los revolucionarios mexicanos le resultó sumamente lucrativa, ya que obtuvo la concesión exclusiva para la importación de dinamita, la cual le reportaba ganancias de 5 000 dólares mensuales, y era además uno de los principales compradores de municiones para el ejército de Villa.33
Cabe preguntarse qué motivos tuvo Sommerfeld para acercarse a los agentes alemanes en mayo de 1915 y ofrecerles sus servicios. Difícilmente puede pensarse en motivos “idealistas”, ya que en general actuó en forma inescrupulosa y sobre todo egoísta. Pero una guerra entre Villa y los Estados Unidos como la que él deseaba ayudar a provocar, habría puesto fin a sus lucrativos contratos. Una explicación posible de sus actos es que quizá estaba relacionado no sólo con el servicio secreto alemán, sino con otros intereses. Su conexión con Hopkins se había hecho tan estrecha que el lo. de agosto de 1914 Zachary Cobb, representante de la Tesorería norteamericana que trabajaba en la frontera con México, hizo un informe sobre esta relación declarando que era obvio que Sommerfeld estaba al servicio de importantes grupos empresariales norteamericanos y en especial de Henry Clay Pierce, director de la Waters Pierce Corporation,34 quien desde 1913 se había pronunciado abiertamente en favor de una intervención norteamericana en México en una reunión de las compañías que tenían intereses en los ferrocarriles mexicanos. Es muy posible que Hopkins haya dado a Sommerfeld instrucciones parecidas a las que le dio el servicio secreto alemán, aunque naturalmente por diferentes razones.
¿Estuvo implicado Sommerfeld de alguna manera en el ataque de Villa a Columbus? Lo que puede afirmarse es que durante 1915 y principios de 1916 Sommerfeld mantuvo relaciones cada vez más estrechas con el servicio secreto alemán al mismo tiempo que mantenía sus estrechos vínculos con Villa. Agentes del Departamento de Justicia norteamericano declararon que entre abril y agosto de 1915 se habían depositado 340 000 dólares en una cuenta a nombre de Sommerfeld en un banco de Saint Louis. Aunque no se pudo precisar con exactitud quién había hecho el depósito en Nueva York, dichos agentes averiguaron que en la misma fecha, el mismo banco neoyorquino había depositado dinero en una segunda cuenta en el banco de Saint Louis en que se había abierto la cuenta de Sommerfeld. La segunda cuenta pertenecía a la embajada alemana en los Estados Unidos. Ambas cuentas fueron cerradas el mismo día. Los agentes concluyeron que debió de haber alguna relación entre las dos cuentas, y demostraron que todo el dinero de la cuenta de Sommerfeld había sido pagado a la Western Cartridge Company para el envío de armas a Villa.35
Sommerfeld declaró al Departamento de Justicia norteamericano que había roto todo contacto con Villa una vez que Carranza fue reconocido por los Estados Unidos, e intentó reforzar su credibilidad ante las autoridades militares norteamericanas enviando un largo telegrama de protesta a Villa después del fusilamiento de los ingenieros mineros norteamericanos en Santa Isabel. En este telegrama calificó dichas muertes como “el mayor crimen que se ha cometido en México”. Le pidió a Villa que condenara este acto de violencia ante el gobierno norteamericano y que declarara simultáneamente que “no permitiría que se cobraran impuestos a los extranjeros ni se infringieran sus derechos”.36 Sin embargo, según los agentes de Carranza en los Estados Unidos, continuó comprando armas para Villa.37 Tomando en cuenta lo limitado de esta información, puede suponerse, pero no probarse, que después de la derrota de Villa y del reconocimiento de Carranza por los Estados Unidos, Sommerfeld presionó a Villa para que atacara a los Estados Unidos, haciéndole ver la posibilidad de recibir ayuda alemana. Pero si Villa en efecto aceptó tal ayuda, ello no implica que haya adquirido obligación alguna ni que se haya puesto al servicio de Alemania, como se vería por sus acciones posteriores, sino únicamente que estaba dispuesto a utilizar los conflictos entre las grandes potencias para sus propios fines. Ésta fue una actitud asumida por muchos revolucionarios durante la primera guerra mundial. Si bien no podemos descartar la posibilidad de que los alemanes tuvieran injerencia en el ataque a Columbus, tampoco podemos comprobar documentalmente tal injerencia. Existen, en cambio muchas pruebas circunstanciales que la contradicen.
Los documentos del Ministerio de Relaciones Exteriores alemán no muestran que el ataque tuviera lugar a iniciativa de Alemania, sino todo lo contrario. El 28 de marzo de 1916 el embajador alemán en los Estados Unidos, Bernstorff, quien ignoraba totalmente la conspiración Dernburg-Sommerfeld, escribió en un informe al Reichskanzler: “No debe sorprender que se haya intentado vincular el ataque de Villa a intrigas alemanas y presentar a Alemania como la verdadera instigadora de los disturbios. Naturalmente no se ha aportado ninguna prueba de esta falsa aseveración”.38 Al margen de este informe algún funcionario del Ministerio (probablemente Montgelas, el encargado de los asuntos mexicanos) escribió, junto a las palabras “falsa afirmación”, el comentario “por desgracia”. Esto indicaría que el Ministerio lamentaba que Alemania no hubiese tenido nada que ver con el ataque a Columbus.39 Puede también suponerse que la Marina, a cuyo servicio estaba Sommerfeld, se habría ocupado de informar a otras dependencias del gobierno alemán de su participación en dicho ataque, de haberla tenido. En 1916-17 la Marina alemana se hallaba cada vez más envuelta en un conflicto con los dirigentes civiles de Alemania y con otras ramas de las fuerzas armadas respecto a la cuestión de la guerra submarina ilimitada. El prestigio de la Marina ante los dirigentes civiles y militares de Alemania se habría visto muy favorecido por una acción venturosa, particularmente por una provocación villista en la frontera sur de los Estados Unidos, que también tuviera la bendición del Ministerio de Relaciones Exteriores. Sin embargo, en ningún archivo alemán pertinente se puede encontrar informe o declaración alguna de la Marina en este sentido.
Más importante es el hecho de que, como vimos anteriormente, se puede dar una explicación perfectamente racional del ataque de Villa a Columbus sin ninguna referencia a Alemania.
El ataque de Villa a Columbus y la subsiguiente intervención norteamericana en México fueron, en todo caso, acogidos con entusiasmo por la diplomacia alemana y austriaca. “Mientras se sostenga esta situación en México”, escribió Bernstorff al Reichskanzler el 4 de abril de 1915, “estamos, creo yo, a resguardo de cualquier acción agresiva del gobierno norteamericano”.40 Cada disminución en las tensiones entre México y los Estados Unidos, cada posibilidad de que la situación se arreglara sin recurrir a la guerra, renovaba la inquietud entre los diplomáticos de las Potencias Centrales. “Por desgracia”, escribió el embajador austriaco en Washington a su ministro de Relaciones Exteriores, “está desapareciendo la esperanza de que los Estados Unidos se vean obligados a intervenir militarmente en México y de que el gobierno norteamericano se vea inducido por tal motivo a olvidar sus pretensiones ante las Potencias Centrales”.41
La intervención norteamericana en México habría facilitado el lanzamiento de la guerra submarina ilimitada que tanto deseaban los mandos militares y navales de Alemania. “Si existe propósito reapertura de guerra submarina en forma anterior”, telegrafió Bernstorff el 24 de junio de 1916, “favor de retrasar inicio hasta que Estados Unidos esté realmente comprometido en México. De lo contrario es de esperarse que el presidente negocie inmediatamente acuerdo con México y utilice guerra con Alemania para ganar elecciones con ayuda gente de Roosevelt”.42
El gobierno alemán, sin embargo, no se limitó tan sólo a aprobar la intervención norteamericana, sino que hizo todo lo posible por agravarla. Al mismo tiempo los alemanes se esforzaban por exacerbar el estado de ánimo antimexicano en los Estados Unidos, por el otro suministraban armas y otros recursos a Villa.43 Ya desde el 23 de marzo de 1916 Montgelas escribía:
en mi opinión, no tiene objeto enviar dinero a México. Si algo se puede conseguir allí con dinero, los norteamericanos siempre nos ganarán con facilidad, ya que por una parte ellos sencillamente tienen más dinero que nosotros y por otra parte disponen de infinitamente más conductos que nosotros, dado que vienen trabajando desde hace mucho con tales medios en México. Las cosas serían muy diferentes si pudiéramos enviar subrepticiamente armas y municiones a Villa y sus partidas. Sin embargo, esto se dificulta porque las comunicaciones desde Veracruz con el norte de México son actualmente muy deficientes.44
Para el servicio secreto alemán no era difícil hacer llegar armas norteamericanas a México. El plan de comprar una fábrica de armas en Bridgeport había fracasado y las armas estaban almacenadas desde entonces en Bridgeport.45 No hay por consiguiente ningún motivo para dudar del informe de los agentes secretos británicos según el cual estas armas fueron pasadas de contrabando desde los Estados Unidos hacia México en ataúdes y buques petroleros para entregarlas a Villa.46 Según fuentes norteamericanas, parece ser que el consulado alemán en San Francisco participó activamente en estos envíos de armas.
Cuando se hizo cada vez más patente que a pesar de la intervención norteamericana en México no se llegaría a una guerra entre ambos países las autoridades alemanas buscaron nuevas posibilidades de provocar un conflicto armado a través de Villa. Lo que no habían conseguido los ataques fronterizos, lo conseguiría quizá un ataque a los campos petroleros mexicanos. Según declaraciones del antiguo general villista, Vargas, el cónsul alemán en Torreón, ciudad que Villa había tomado temporalmente, hizo una proposición en este sentido en diciembre de 1916. El cónsul a quien Villa conocía desde época anterior, participó en un banquete que fue ofrecido a Villa para celebrar su victoria. Después de entonar grandes alabanzas a los logros y aptitudes militares de Villa, el cónsul le propuso a éste un ataque a los campos petroleros, indicando que no había ninguna guarnición fuerte entre Torreón y Tampico. Le prometió que, en caso de que tomara Tampico, lo estarían esperando allí barcos alemanes con armas y dinero. El cónsul parece haberse incluso declarado dispuesto a acompañar a Villa, para actuar como rehén en caso de que la operación fracasara.
Según la versión de Vargas, Villa se mostró impresionado e incluso empezó a hacer preparativos para iniciar la marcha sobre Tampico. Pero en el último momento cambió de parecer y se dirigió a Chihuahua. Vargas supone que Villa temía un conflicto internacional que podría tener muy malas consecuencias para México. Es muy posible que después de la intervención norteamericana en marzo, Villa no quisiera dar un nuevo motivo a los Estados Unidos para efectuar una intervención mayor aún. Además, Villa, que al fin y al cabo estaba librando una guerra de guerrillas, probablemente quería permanecer en territorio propio.47
Una de las conspiraciones más intrigantes que los políticos norteamericanos contemporáneos y algunos historiadores posteriores, también norteamericanos, le han atribuido a Alemania, es la conspiración generalmente conocida como el Plan de San Diego.48
Dicho plan, firmado por nueve norteamericanos de ascendencia mexicana y supuestamente redactado en San Diego, Texas, el 6 de enero de 1915, llamaba a un levantamiento de mexicano-norteamericanos y negros contra la dominación anglo-norteamericana en los estados de Texas, Nuevo México, Arizona, Colorado y California. Todos los varones anglo-norteamericanos mayores de 16 años serían pasados por las armas. Después de alcanzada la victoria, dichos estados constituirían un república independiente que tendría la opción de unirse a México. Aunque el plan fijaba la fecha del levantamiento para el 10 de febrero de 1915, nada sucedió ese día. Unos meses más tarde, sin embargo, hubo brotes de violencia relacionados con este movimiento. Dos mexicano-norteamericanos, Luis de la Rosa, ex-alguacil adjunto del condado de Cameron, en Texas, y Aniceto Pizaña, miembro de una familia de rancheros radicada cerca de Brownsville, realizaron una serie de ataques en el sur de Texas (sin recurrir al tipo de matanza general de anglos que preveía el plan original) retirándose luego hacia el otro lado de la frontera. Poco después hubo represalias masivas contra los mexicano-norteamericanos en el sur del valle del Río Grande llevadas a cabo tanto por autoridades gubernamentales norteamericanas como por individuos del sector anglo. En consecuencia, muchos mexicano-norteamericanos abandonaron sus hogares y huyeron hacia el norte o hacia territorio mexicano.
El movimiento perdió fuerza poco después de que Carranza fue reconocido por los Estados Unidos en octubre de 1915, pero volvió a resurgir cuando entró en México la expedición punitiva. Parece haber llegado a su clímax con el ataque a Glenn Springs, en el estado de Texas, realizado por hombres que a veces aparecen como mexicanos y otras como mexicano-norteamericanos, el 5 de mayo de 1916. Los ataques volvieron a amainar una vez que la expedición punitiva salió de territorio mexicano.
Uno de los problemas que intrigaron tanto a las autoridades norteamericanas de la época como a historiadores posteriores es el origen del movimiento. ¿Se trató de un movimiento fundamentalmente mexicano-norteamericano, que obtuvo cuando mucho un apoyo limitado de facciones mexicanas, o se debió a una iniciativa que tuvo su origen fuera de territorio norteamericano, encaminada a explotar los conflictos y problemas en el suroeste de los Estados Unidos para sus propios fines? En este último caso, ¿fueron facciones mexicanas revolucionarias, o bien los alemanes, o ambos, los promotores del movimiento del Plan de San Diego? Las investigaciones más recientes parecen indicar que, aunque este movimiento se fundaba en genuinas reivindicaciones mexicano-norteamericanas, fue utilizado por las facciones mexicanas49 en forma no muy distinta de la que los norteamericanos solían emplear a fin de usar a los revolucionarios mexicanos para sus propios fines.
Según el testimonio de Basilio Ramos, uno de los primeros organizadores del movimiento, sus primeros patrocinadores mexicanos habían sido simpatizantes del ex-presidente Victoriano Huerta, quien a principios de 1915 estaba tramando su regreso al poder.
Cuando el movimiento pasó de la etapa de los manifiestos a la de los ataques guerrilleros, parece que los huertistas perdieron el control del mismo a manos de los carrancistas.
Según los historiadores L. Sadler y Charles Harris, la facción carrancista intentó utilizar el Plan de San Diego para presionar al gobierno norteamericano y obligarlo a reconocer a Carranza como única autoridad legal en México. Harris y Sadler basan fundamentalmente esta conclusión en el hecho de que a los pocos días de que el régimen de Wilson reconoció de facto a Carranza, cesaron los asaltos guerrilleros. Éstos se reiniciaron después de que la entrada de la expedición punitiva en territorio mexicano hizo estallar nuevamente las tensiones entre los Estados Unidos y México, y cesaron nuevamente al salir de México dicha expedición.
¿Hubo además injerencia alemana en el asunto? Los observadores norteamericanos de la época estaban firmemente convencidos de ello y lo declararon repetidas veces, pero sin poder ofrecer ninguna prueba concluyente. No hay tampoco dato alguno en los archivos alemanes, aunque la ausencia de documentación no comprueba la inocencia alemana, ya que no todas las conspiraciones de este tipo están registradas en los documentos conservados en los archivos alemanes. No cabe duda de que el movimiento era el tipo de conspiración en que los alemanes hubieran deseado participar. Si en efecto se inició como una conspiración de partidarios de Huerta en un momento en que el ex-presidente estaba recibiendo ayuda financiera alemana y prometiendo a los alemanes iniciar una guerra contra los Estados Unidos, la participación de Alemania en esta etapa es muy plausible. Sin embargo Rintelen, autor intelectual del complot con Huerta, jamás menciona el Plan de San Diego en sus memorias, ni forma éste parte de los cargos de las autoridades norteamericanas contra Rintelen durante el juicio al que se le sometió posteriormente.
Es en general muy improbable que los alemanes tuvieran participación alguna en la segunda etapa de este movimiento, cuando pasó a manos del carrancismo entre febrero y octubre de 1916. Las relaciones entre Carranza y los alemanes eran tan malas durante este periodo que tal tipo de colaboración hubiera sido impensable. Sólo después de la entrada de la expedición punitiva en México resulta cuando menos concebible tal colaboración, pues en efecto las relaciones entre Carranza y Alemania habían mejorado al parecer inminente una guerra entre México y los Estados Unidos. Carranza, con la esperanza de obtener ayuda de Alemania en caso de guerra, buscó activamente un acercamiento con ese país.
Un indicio de la posible injerencia de Alemania en el Plan de San Diego fue el testimonio de J. Knake Forsek, norteamericano a quien habían intentado reclutar, durante su estancia en México en 1916, funcionarios carrancistas que según él estaban patrocinados por el movimiento.50 Uno de ellos era Mario Méndez,51 secretario de Comunicaciones de Carranza y, de 1917 en adelante (y tal vez ya en 1916), principal agente de Alemania dentro del gobierno mexicano. Si los agentes alemanes participaron efectivamente en la organización del Plan de San Diego, ¿lo hicieron con el consentimiento de Carranza? Si así fue, ¿qué pudo haber inducido a Carranza a compartir el patrocinio y tal vez el control de una operación tan delicada con una potencia extranjera con la cual sus relaciones estaban mejorando pero aún distaban de ser estrechas?
La respuesta puede dárnosla una carta que el agente secreto mexicano José Flores envió a Carranza en febrero de 1917. En ella declaraba que, en caso de guerra entre Alemania y los Estados Unidos, tenía la esperanza de que 200 000 norteamericanos de ascendencia alemana se unieran a los mexicano-norteamericanos en un levantamiento contra el gobierno de los Estados Unidos.52 Mientras la expedición punitiva permaneció en México, Carranza consideró que una guerra entre México y los Estados Unidos no sólo era posible, sino en ocasiones inminente. El único recurso del que él creía disponer para disuadir a los norteamericanos de una invasión de México en gran escala consistía en provocar un levantamiento en los Estados Unidos. La importancia de tal levantamiento sería mucho mayor si en él participaban no sólo mexicano-norteamericanos y negros sino también norteamericanos de ascendencia alemana. Tal es la oferta que pueden haber hecho los alemanes. Sin embargo, debe aclararse que la participación alemana en el Plan de San Diego no ha sido comprobada y sólo se tienen indicios circunstanciales.
El mejor argumento en contra de la hipótesis de que hubo tal participación es el hecho de que, al finalizar la primera guerra mundial, los Estados Unidos nunca acusaran oficialmente a los agentes alemanes de haber organizado y patrocinado dicho movimiento. El tratado de paz firmado entre los Estados Unidos y Alemania especificaba que el país vencido tendría que pagar daños y perjuicios ocasionados a intereses norteamericanos por las actividades de los agentes alemanes durante el periodo en que los Estados Unidos permanecieron neutrales. Con este fin se estableció una comisión germano-norteamericana que examinara las demandas; los representantes de los Estados Unidos investigaron exhaustivamente toda posible intriga alemana contra los Estados Unidos que se hubiera originado en territorio norteamericano o mexicano, pero jamás se mencionó participación alguna de Alemania en el movimiento del Plan de San Diego.
De 1914 a 1917 el gobierno alemán negó vigorosamente haber tenido injerencia en ninguna de estas conspiraciones, y calificó de “provocaciones inglesas” las acusaciones norteamericanas al respecto. Los círculos pangermánicos utilizaron estas declaraciones del gobierno alemán para atacarlo por no haber conducido la guerra con la suficiente energía. En julio de 1916 el procurador Pudor, apoyado por Falkenhayn, Tirpitz, Kapp y Class, acusó al Reichskanzler, Bethmann-Hollweg, de llevar una política de guerra antinacional por no aprovechar plenamente la oportunidad de comprometer a México en una guerra con los Estados Unidos. Según Pudor, la de Bethmann-Hollweg era “una política conciliadora que beneficiaba a los intereses comerciales judíos”.53
Además de los esfuerzos por arrastrar a México a un conflicto armado con los Estados Unidos, los conspiradores alemanes en México urdieron otros planes, cuya ejecución fue encomendada al nuevo ministro alemán en México Heinrich von Eckardt. El propósito de estas actividades lo revela un informe enviado por Eckardt al Reichskanzler a fines de julio de 1915:
En primer lugar, el agregado naval me sugirió por intermediación del embajador del kaiser que hiciéramos destruir los campos petroleros de Tampico. Propuso además que ayudáramos a viajar a Alemania a hombres aptos para el servicio militar que no podían llegar a Europa desde Nueva York y que habían regresado a México. El embajador del kaiser y el agregado militar me dijeron expresamente que valdría mucho la pena crear posibilidades de viaje para oficiales de la reserva y aspirantes a oficiales que estuvieran actualmente en los Estados Unidos. Para el logro de ambos fines Herr Rau negoció a instancias mías, con intermediarios con los cuales yo no puedo, por motivos obvios, tener contactos personales, después de haber discutido a fondo la cuestión con los agregados naval y militar.54
Después de que Eckardt “había concluido las negociaciones sobre el asunto de Tampico el 22 de febrero en Galveston y el 24 de febrero en Nueva Orleans”, la Marina renunció a la operación planeada para la destrucción de los pozos petroleros de Tampico. El 11 de marzo el Almirantazgo telegrafió al agregado naval en los Estados Unidos, Boy Edd: “No es posible perjudicar militarmente de una manera decisiva a Inglaterra mediante la interrupción del suministro de petróleo de México. Por ello no hay dinero disponible para tal acción”. Boy Edd informó de inmediato a Eckardt, el cual suspendió por consiguiente todos los demás preparativos.55
Franz von Papen, en aquel entonces agregado militar en los Estados Unidos, parece haber sido de otra opinión en un principio. El 17 de marzo informó:
En vista de la gran importancia que tienen los pozos petroleros de Tampico (México) para la flota británica y de las grandes inversiones británicas allí, he enviado al señor von Petersdorf para hacer el mayor daño posible mediante el sabotaje en gran escala de tanques y oleoductos. Dada la actual situación en México, espero obtener grandes éxitos con recursos relativamente reducidos. El sabotaje contra las fábricas aquí tiene pocos resultados dado que todas las fábricas están vigiladas por centenares de agentes secretos y todos los trabajadores germano-americanos e irlandeses han sido despedidos.56
Hasta donde puede precisarse, no se llevó a cabo ningún acto de sabotaje en Tampico en 1915-16. No se ha comprobado si Petersdorf fracasó —los aliados tenían muchos agentes secretos en Tampico y sus alrededores— o si Papen y el Ministerio de Guerra se adhirieron al punto de vista de la Marina. De todas maneras, parece ser que hasta finales de 1915 no se hicieron nuevos intentos de sabotaje en Tampico.
No se excluye que este cambio en la actitud de la Marina se haya fundado en la esperanza de que este objetivo pudiera alcanzarse más fácilmente por otros medios. Aproximadamente cuatro semanas antes de que el Almirantazgo decidiera renunciar a las actividades de sabotaje en Tampico, el embajador alemán en Madrid informó que Reyes, el antiguo ministro mexicano, que estaba en tratos con los aliados respecto al suministro de petróleo americano procedente de México, había cancelado los envíos por requerimiento de la Standard Oil. En el Ministerio de Relaciones Exteriores se interpretó esto en el sentido de que la Standard Oil quería “mostrarse favorable a nosotros”.57
Esta actitud de la Standard Oil no fue accidental. Mientras que antes del estallido de la guerra mantuvo la más aguda competencia con las empresas inglesas, ahora tenía un monopolio virtual del mercado alemán. Sin embargo, no estaba dispuesta a renunciar por tiempo indefinido a las grandes ganancias que obtenía de los suministros a Inglaterra a cambio de una “amistad” con Alemania. A medida que se hacía cada vez más claro que la guerra iba a ser larga y que no era posible enviar petróleo a Alemania, la Mexican Petroleum Company (que tenía vínculos financieros con la Standard Oil) concertó un contrato de suministro con el Almirantazgo británico.58
La otra misión de Eckardt fue más fácil de cumplir. Durante la primera mitad de 1915 consiguió que muchos reservistas alemanes llegaran a Alemania a través de Italia. Cuando esta vía se cerró debido a la declaración de guerra por parte de Italia, Eckardt no se dio por vencido, sino que trató de hacer llegar a los reservistas hasta Alemania a través de otros países.59 Por desgracia no se puede comprobar en qué grado consiguió esto y en qué medida los reservistas alemanes que vinieron de los Estados Unidos a México en los años 1915-16 hicieron uso de este arreglo.
Las conspiraciones alemanas en México tuvieron un común denominador hasta 1916: trataron de utilizar a los enemigos de Carranza, ya sea que estuvieran a la derecha de éste, como Huerta, o a la izquierda, como Villa. No fue sino hasta 1916 cuando la diplomacia alemana reconoció que estas fuerzas no bastaban para desencadenar una guerra mexicano-norteamericana, y empezó a interesarse por Carranza.
La diplomacia alemana había adoptado primero una posición sumamente negativa frente a Carranza y había juzgado a su gobierno en términos muy críticos. Así, el encargado de negocios alemán, Magnus, llamó a los carrancistas una “horda de hunos que se dicen constitucionalistas”.60 El mismo Magnus escribió en otro lugar:
Es obvio que el señor Carranza y sus seguidores se han condenado a sí mismos ante los ojos del mundo por su pasada conducta, y que particularmente el propio Carranza se na mostrado indigno de escudarse en el ropaje de presidente constitucional.61
El nuevo enviado, Eckardt, quien viajó al territorio ocupado por Carranza, fue más severo aún en sus observaciones: “Los órganos de gobierno de Carranza son prototipo de vileza y abyección, que de igual manera que los militares que mandan en la ciudad y en el campo, prevarican, roban y extorsionan”.62
En el conflicto entre el gobierno de la Convención y Carranza, la diplomacia alemana inicialmente tomó partido por el primero. “El gobierno de la Convención siempre ha sido más complaciente con los extranjeros que Carranza, por lo tanto es del todo deseable dejar la capital en sus manos”,63 escribió Magnus a Bernstorff. Pero el estado de Chiapas, donde se encontraba la mayoría de las plantaciones alemanas de café, era parte del territorio controlado por Carranza. Por este motivo Eckardt consideraba “absolutamente necesario, con todo y lo fatal que ello puede ser en sí, entrar en las relaciones oficiales que el gobernante de Veracruz ha estado buscando”.64 El 4 de junio, Eckardt se presentó como agente con poderes especiales ante Carranza, y el 10 de noviembre, siguiendo el ejemplo norteamericano, el gobierno alemán reconoció de facto al gobierno de Carranza.65 A pesar de este reconocimiento, las relaciones entre ambos países continuaron siendo frías hasta la invasión de México por la expedición punitiva norteamericana.
Tras la derrota de Huerta, Carranza asumió inicialmente una marcada actitud antialemana. Uno de sus partidarios más prominentes, el pintor Gerardo Murillo (Dr. Atl), le dijo a Magnus que México nunca olvidaría que un buque de guerra alemán había sacado a Huerta del país.66 Al estallar la guerra mundial, Carranza se declaró neutral, pero sus simpatías en el primer momento estaban claramente de lado de los aliados. Su actitud antialemana se fortaleció más aún cuando se dieron a conocer las intrigas alemanas con Huerta, en cuyo descubrimiento, según informes norteamericanos, parecen haber participado agentes secretos de Carranza.67
En el transcurso de 1915, se operó paulatinamente un cambio en las actitudes de Carranza relativas a la política exterior. Después de la batalla de Agua Prieta su victoria sobre sus enemigos internos quedó asegurada; la única potencia que aún podía derrocar a su gobierno eran los Estados Unidos. Por ello Carranza buscó en otras potencias un contrapeso frente a los Estados Unidos, como lo habían hecho todos los gobiernos mexicanos desde 1900. Hasta 1914, los gobiernos mexicanos se habían dirigido en primer término a Inglaterra. Esto ya no era posible en 1915 y en todo caso era improbable que Carranza se hubiera movido en esa dirección, pues el gran apoyo que los ingleses le habían dado a Huerta había creado un fuerte sentimiento antibritánico entre los enemigos de Huerta. Además, Inglaterra, que estaba totalmente ocupada en la guerra y dependía de los suministros norteamericanos no se hallaba de ninguna manera en condiciones de tomar una posición antinorteamericana en México. Las únicas potencias en las que el gobierno mexicano se podía apoyar contra los Estados Unidos eran el Japón y Alemania. Carranza parece haber recurrido primero al Japón. Ello no es sorprendente: los diplomáticos japoneses, a diferencia de los alemanes, no habían conspirado con los enemigos de Carranza. El 9 de septiembre de 1915, un japonés residente en México, Fukutaro Teresawa, escribió a un colaborador del antiguo ministro japonés de Relaciones Exteriores, Kato:
Yo trabajo aquí en México tras bambalinas con el gobierno de Carranza, de hecho como consejero del ministro de Relaciones Exteriores. Además, tengo otras funciones secundarias secretas. Pero lo más importante por el momento es la política del gobierno mexicano respecto al Japón. Dado que el gobierno norteamericano ha recurrido al uso de la fuerza, ahora es absolutamente necesario recurrir al Japón. Si usted tiene amigos en los círculos del gobierno japonés, ¿podría hacerme el favor de explicarles algo sobre México? Si el gobierno japonés está dispuesto a estrechar relaciones con México, abiertamente o en secreto, yo procuraré impulsar un tratado que sería ventajoso para el Japón. Pueden otorgarse concesiones de cualquier clase. Si se desean puertos, procederé en secreto.68
La carta de Teresawa le fue remitida al antiguo ministro japonés de Relaciones Exteriores, Kato, quien la hizo llegar al director de la sección política del Ministerio de Relaciones Exteriores japonés. Éste se dirigió en seguida al representante japonés en México pidiendo información adicional. El representante japonés respondió:
El señor Fukutaro Teresawa aparentemente conoce desde hace años al ministro de Gobernación y al de Relaciones Exteriores, quien es el cerebro detrás de Carranza, y es bien pagado también como asesor o algo parecido. Sin embargo, no corresponde a la realidad el que, como se dice en su carta, esté al tanto de los secretos políticos. El ministro de Relaciones Exteriores ciertamente tiene una actitud favorable al Japón y desea entablar relaciones con el gobierno de Su Majestad. Hay que atribuir a su iniciativa el viaje del comandante Romero al Japón. Se podría suponer que juega con la idea de utilizar ocasionalmente al señor Teresawa. Sin embargo, éste no tiene un nivel cultural suficiente y según todas las apariencias tampoco la capacidad de afrontar tal tarea.69
Carranza intentó, en varias otras ocasiones, lograr un acercamiento con los japoneses. Éstos, sin embargo, sólo estaban dispuestos a vender armas a México, pero no deseaban desarrollar una relación más firme. Durante la primera guerra mundial, el Japón estaba interesado ante todo, en afirmar y extender su posición en China. A México sólo lo consideraba como un instrumento de presión sobre los Estados Unidos y como un recurso eventual en caso de que se llegara a una guerra con los Estados Unidos a causa de la penetración japonesa en China.
Carranza parece haber reconocido esto, pues se orientó en un grado cada vez mayor hacia Alemania (véase el cap. 11). Las crecientes tensiones germano-norteamericanas y el descubrimiento de las conspiraciones alemanas, parecen haber despertado en Carranza la esperanza de que el gobierno alemán, en caso de una guerra mexicano-norteamericana, prestaría ayuda de una u otra forma. Así tuvo lugar un paulatino acercamiento de Carranza con Alemania a finales de 1915 y principios de 1916, aun cuando las relaciones mexicano-norteamericanas eran relativamente menos tensas.
La primera manifestación de este cambio que se consumaba fue la “solución” dada al problema laboral en las plantaciones de café de Chiapas. Las condiciones de trabajo y la servidumbre por endeudamiento en las plantaciones alemanas de café durante la época de Díaz eran unas de las más duras en todo México. Después que la revolución se extendió a Chiapas, los trabajadores del campo huyeron de las plantaciones y los propietarios ya no podían recoger su cosecha de café. Entonces Eckardt pidió ayuda a Carranza, quien le prometió
hacer que se preste ayuda a los propietarios de las plantaciones para remediar la escasez de mano de obra y dar las recomendaciones necesarias al señor Rau, quien ventilará este problema con toda la energía necesaria en el estado de Chiapas. Gracias a las amplias relaciones personales del señor Rau, se cuenta con una buena posibilidad de éxito.70
Por desgracia no se conoce la naturaleza exacta de esta “solución”. Había dos caminos abiertos: o bien se obligaba a los trabajadores del campo a regresar a las plantaciones como peones endeudados, o se utilizaban trabajadores libres.
Carranza llevó adelante el acercamiento influyendo en su prensa para inclinarla en favor de los alemanes. El ministro alemán en México escribió en tono triunfal:
El 10 de noviembre se notificará aquí el reconocimiento definitivo del gobierno del kaiser, que nuevamente, como en mayo de 1915, precede al de las otras potencias. Carranza, hasta ahora inclinado hacia los aliados, ordena a la prensa que se abstengan de hacer publicaciones contrarias a Alemania y que publique nuestros partes de guerra sin tergiversación alguna.71
Este paulatino cambio en la actitud de Carranza no consiguió hacer cambiar de inmediato la actitud de Eckardt hacia su gobierno. En un análisis a fondo de la situación en México, Eckardt escribió el 24 de enero de 1916:
El México actual, bajo el gobierno de los “constitucionalistas”, presenta el cuadro de una indescriptible desolación y ruina miserable. Sin duda también se robó durante la era de Díaz, pero había una autoridad pública que garantizaba la vida y la propiedad.72
Acerca del mismo Carranza, decía con condescendiente ironía:
Don Venustiano es el generalísimo actualmente reconocido de facto como gobernante de la República, el “triunfador”, proclamador de libertad, igualdad y justicia. La fantasía lo representa a imagen de un audaz guerrero sobre un brioso corcel. Pero don Venustiano no monta a caballo y se mantiene alejado del campo de batalla. El otrora pequeño terrateniente, que criaba vacas lecheras, tiene la apariencia de un funcionario distinguido. No se puede preciar de talentos militares, administrativos u organizativos, su única fuerza es una cabeza dura; la obstinación que no le permite apartarse del camino que conduce a la meta ambiciosa. Puede agradecer el triunfo a su pedante mediocridad. Woodrow Wilson puede haber encontrado en él al hombre que finalmente se deja arrancar las codiciadas concesiones ferrocarrileras, petroleras y mineras, si bajo tales condiciones pueden realizarse sus ambiciosos planes. La historia calificará de deshonestos a ambos, Wilson y Carranza, deshonestos en el sentido medieval de la palabra.73
A estas alturas Eckardt obviamente sentía pocas simpatías por la revolución, cuya causa no eran a su juicio los males sociales sino el fracaso de la Iglesia católica, cuya avaricia no le permitió cumplir su “misión” de apartar a los indios de la revolución.
La política de acaparamiento de los jerarcas de la Iglesia, el clero hispano-mexicano en su mayor parte inculto, que se daba a una vida licenciosa e inmoral en vez de trabajar utilizando las escuelas para elevar el nivel intelectual de los indios, son la causa de los horribles sucesos, como lo admitirán los miembros honrados del clero.74
En opinión de Eckardt, la única solución era una “intervención conjunta de todas las potencias para restablecer el orden”.75
La entrada de la expedición punitiva norteamericana en México y el peligro de guerra que resultó de ella, crearon una situación totalmente nueva. El gobierno mexicano manifestó entonces, de manera mucho más clara que antes, el deseo de acercarse más a Alemania. Alemania vino a ser, y hubo de seguir siendo mientras duró la primera guerra mundial, el país en que Carranza puso sus esperanzas de encontrar apoyo contra los Estados Unidos. Carranza instó a la prensa a ir más lejos aún que en 1915. Eckardt informó:
Los principales diarios mexicanos han recibido órdenes de escribir a favor de Alemania y de publicar todas las informaciones que les sean proporcionadas por mí. Yo atribuyo el cambio a las tremendas demostraciones de fuerza que han hecho nuestro ejército y nuestra marina en la esfera militar, y financiera y económicamente nuestro pueblo, consciente de su fuerza y sin vanagloriarse, ante todo el que tenga ojos para verlo. El faro de la confianza alemana en la victoria final, arroja también su resplandor sobre el firmamento de la Cruz del Sur. Tras un sereno cálculo se ha llegado aquí a la conclusión de que, pasada la guerra, México podrá económica y quizá financieramente esperar más de Alemania que de la ya extenuada Francia y de una Inglaterra transformada. Las noticias de Skagerrak relegaron al ámbito de la leyenda el inexpugnable dominio británico de los mares.76
La verdadera opinión de Eckardt acerca de México queda muy claramente expresada al final del informe: “El mexicano ve en el alemán, cuyo odio a sus enemigos comparte, al amigo que lo acompañará en los días —ciertamente ilusorios— de un futuro nacional.”77
En el momento de la crisis germano-norteamericana en 1916 a propósito de la guerra submarina, el ministro mexicano de Relaciones Exteriores, algo ingenuamente, solicitó al ministro alemán en México, según cuenta el ministro austriaco “que tuviera a bien influir en Berlín para que se mantenga permanentemente a los Estados Unidos bajo la presión del peligro de guerra con Alemania”.78 A principios de 1916, Carranza nombró como agregado militar en Berlín al germano-mexicano Amoldo Krumm Heller, a quien se conocía como particularmente germanófilo. Ello fue sin duda considerado como un gesto inusitadamente amistoso hacia Alemania. Y en octubre de 1916, México se dirigió de nuevo al gobierno alemán
para tratar de lograr que Alemania hiciera una declaración en Washington en el sentido de que no vería con agrado una intervención armada en México. Como compensación, los mexicanos ofrecían un amplio apoyo a los submarinos alemanes en el caso de que quisieran atacar a los buques petroleros ingleses que zarpasen del puerto de Tampico.79
Todos estos intentos de acercamiento del gobierno mexicano alcanzaron su clímax cuando en noviembre de 1916 el representante mexicano en Berlín entregó al ministro de Relaciones Exteriores, Zimmermann, un memorándum que preveía una estrecha colaboración germano-mexicana. Tras una introducción que recalcaba los sentimientos amistosos del pueblo mexicano por el pueblo alemán, y en la que se decía que el comercio alemán con México siempre había sido más justo que el de otras naciones, el gobierno mexicano hacía las siguientes proposiciones:
1. Elaborar un nuevo tratado de amistad, comercial y marítimo o mejorar el tratado del 5 de diciembre de 1882, dado que éste ya no respondía a las necesidades del periodo actual.
2. El gobierno mexicano, que deseaba equipar a su ejército con la técnica más moderna, emplearía instructores alemanes.
3. El gobierno mexicano le pediría a Alemania que construyera fábricas de armas y municiones y proporcionara los especialistas necesarios.
4. Dado que la flota mexicana sólo se componía de cinco o seis cañoneros, el gobierno mexicano adquiriría submarinos alemanes.
5. Para eludir el control extranjero, sobre todo británico, se instalaría una poderosa radioemisora con el fin de establecer un contacto directo entre México y Alemania.80
A Carranza le importaba sobre todo fortalecer su potencial militar, deseo perfectamente comprensible en vista de las tensiones mexicano-norteamericanas del momento. Las autoridades alemanas reaccionaron con suma cautela. El apoyo abierto a Carranza no convenía de ninguna manera a los intereses de la diplomacia alemana. Los informes de Bernstorff y Eckardt alimentaban constantemente en el Ministerio de Relaciones Exteriores la esperanza de que pronto habría una auténtica guerra mexicano-norteamericana. Una identificación de Alemania con Carranza hubiera agravado las tensiones con los Estados Unidos sin aumentar sustancialmente la posibilidad de una guerra mexicano-norteamericana. Así pues, Eckardt caracterizó su posición en junio de 1916 como “sumamente neutral”,81 y por la misma razón Bernstorff solicitó: “Pido tratar con cierta reserva el asunto de México, dado que continuamente se afirma que detrás de Villa se hallan dinero e influencia alemanes”.82
Parece ser que Eckardt ni siquiera trasmitió a Alemania la solicitud mexicana de junio-julio y octubre de 1916 tocante al apoyo diplomático. El único informe al respecto que se encuentra en los documentos alemanes es el siguiente despacho de Eckardt fechado el 8 de noviembre de 1916: “Por encargo de Carranza, el ministro de Relaciones Exteriores me dijo que, dado el caso, México ayudaría a los submarinos según sus posibilidades en ciertas circunstancias”.83 Contrariamente al informe de su colega austriaco, Eckardt no dice nada sobre lo que México solicitaba de Alemania.
Zimmermann todavía consideraba prematura la colaboración más estrecha entre ambos países que proponía el memorándum del gobierno mexicano. “El momento actual, en todo caso, no parece ser el mejor para la conclusión de nuevos acuerdos específicos. Tan pronto se haga la paz, activaremos enérgicamente el asunto.”84 Algunos meses más tarde Zimmermann escribió:
Entonces rechacé sin reservas la sugerencia de Carranza, por considerar que no era el momento oportuno. Yo aún no sabía si se llegaría a una guerra submarina ilimitada y si a consecuencia de ello nuestras relaciones con Norteamérica se verían muy afectadas. Por ello me expresaré con inusitada cautela.85
Esta cautela parece también haber frustrado el deseo del Almirantazgo de instalar bases de apoyo para los submarinos en México. El gobierno del Reich se había interesado de inmediato en la oferta mexicana de proporcionar apoyo a los submarinos alemanes. A mediados de noviembre se hizo saber al gobierno mexicano que agentes alemanes habían hecho todos los preparativos en México para la instalación de una base de apoyo a los submarinos y que sólo se necesitaba el consentimiento del gobierno. Se preguntó qué compensación deseaba México, “teniendo en cuenta la crisis económica y financiera por la que pasa el país”.86 No se conoce el curso que siguieron las negociaciones, pero sí consta que no se instalaron en esa época bases para submarinos alemanes en México.
Si bien Alemania no deseaba mostrarse demasiado amistosa con Carranza, temía también que éste, abandonado a sus propias fuerzas, buscara un reacercamiento con los Estados Unidos o fuera rápidamente derrocado por las fuerzas armadas norteamericanas. Así, pues, el gobierno alemán se mostró dispuesto a aprobar la venta de 20 millones de cartuchos para Carranza a través de una firma alemana en Chile.87
Al principio de 1917, las relaciones germano-mexicanas entraron en una nueva fase. A finales de 1916, los dirigentes del Reich se habían convencido de que una victoria total, la única mediante la cual podrían lograrse los grandes objetivos de Alemania,88 ya no podía obtenerse combatiendo en tierra. Así pues, el 7 de enero de 1917 se optó por la guerra submarina ilimitada. De ahí en adelante cualquier barco —no importa qué bandera llevase— que fuera encontrado en determinadas aguas, era un blanco potencial.
La guerra submarina ilimitada hizo aumentar aún más la probabilidad de una guerra germano-norteamericana. Zimmermann consideró, pues, que había llegado el momento de tomar medidas decisivas para atar a los norteamericanos en México. El antiguo encargado de los asuntos mexicanos en el Ministerio de Relaciones Exteriores, von Kemnitz, por entonces el experto en cuestiones del Asia Oriental y la América Latina, le explicó que este objetivo se lograría de la mejor manera si inmediatamente después de que los Estados Unidos le declararan la guerra a Alemania, tuviera lugar un ataque mexicano a Norteamérica. Kemnitz pensaba, a este respecto, en una operación similar a la que había realizado Villa contra Columbus en marzo de 1916. Consideraba muy probable que un ataque de tal naturaleza creara una situación de guerra. El fracaso de la expedición punitiva norteamericana contra Villa era prueba para los dirigentes alemanes de cuán poco podían hacer las tropas norteamericanas contra las guerrillas mexicanas.89
Zimmermann acogió entusiasmado la propuesta. Ante la comisión presu-puestal del Reichstag, hizo la siguiente declaración:
Se ha afirmado muchas veces, y yo no puedo sino suscribirlo, que los mexicanos son soldados extraordinariamente valerosos, y que los norteamericanos no obtuvieron ningún éxito cuando penetraron en México y tuvieron que retirarse. También es sabido, y me lo han confirmado muchas fuentes, que en caso de que Norteamérica intentara una operación de limpieza en México, se enfrentaría a una guerra de larga duración y tropezaría con muchas dificultades. El odio de México contra Norteamérica es antiguo y bien fundado. México, por supuesto, carece de armas, en el sentido moderno de la palabra, pero las fuerzas irregulares están suficientemente bien armadas como para provocar molestias y desórdenes en los estados norteamericanos fronterizos. Además, estamos en condiciones de suministrar armas y municiones en submarinos, lo cual también debería tomarse en consideración.90
La situación objetiva parecía ser favorable para los planes de Zimmermann. Después de que el gobierno mexicano había rechazado una propuesta norteamericana para una retirada condicional de México, nuevas tensiones se habían suscitado entre ambos países. Además, el memorándum del gobierno mexicano de noviembre de 1916, y el ofrecimiento de Aguilar de proporcionar bases submarinas en México, habían despertado en Zimmermann la esperanza de que el gobierno mexicano se hallara dispuesto a establecer una alianza con Alemania.
La diplomacia alemana tenía entonces que resolver el problema de cómo podría inducirse a Carranza a efectuar un ataque contra territorio norteamericano. Kemnitz y Zimmermann vieron un camino seguro: Alemania ofrecería a México la devolución de Texas, Nuevo México y Arizona. En su opinión, Carranza, impulsado por el deseo de obtener de inmediato estos territorios, se lanzaría sin tardanza sobre ellos, como un niño que no puede esperar más para posesionarse de su juguete. Zimmermann dijo:
No creo que los mexicanos estén en condiciones de conquistar estas regiones pero quise ofrecérselas de antemano como un objetivo para que no se conformaran con infligir daño a los norteamericanos dentro de México, sino que inmediatamente crearan incidentes en los estados fronterizos, obligando a la Unión a enviar tropas allá y no acá.91
Zimmermann y Kemnitz entendían que en caso de atacar a los Estados Unidos, Carranza no podía contar con una victoria y que sólo atacaría si obtenía ayuda y sobre todo la garantía de que Alemania no lo abandonaría ni haría la paz sin contar con él. Así pues, Kemnitz le propuso a Carranza un pacto de alianza que contendría además una cláusula sobre la firma de la paz en común.
Al mismo tiempo, el Ministerio de Relaciones Exteriores quería atacar un segundo problema con la ayuda de México. En el transcurso de 1916, se habían efectuado en Estocoimo negociaciones secretas de paz entre el embajador alemán Lucius, acreditado en aquella capital, y el embajador japonés Ushida. El objetivo que la diplomacia alemana perseguía en estas negociaciones era la conclusión de un tratado de paz por separado con el Japón y la Rusia zarista, a fin de debilitar decisivamente a los aliados.92 Estas negociaciones fracasaron entre otras cosas debido a las exorbitantes exigencias alemanas a Rusia. ¿No podrían conducir ahora las tensiones germano-norteamericanas a una reanudación de las negociaciones con el Japón? El Japón había aprovechado la guerra mundial para conseguir posiciones decisivas en China y con ello había provocado una verdadera hostilidad de parte de los Estados Unidos. ¿No aprovecharía el Japón la oportunidad de una guerra mexicano-norteamericana para desalojar a los norteamericanos de sus posiciones en el Lejano Oriente?
Diez meses antes, los antecesores de Zimmermann pensaban que una guerra norteamericano-japonesa, era muy poco probable, y al preguntarle al secretario de Estado von Jagow en el Reichstag si era cierto que el Japón había abierto once consulados en México, respondió entre otras cosas: “En general no pienso que la política japonesa esté llevando a una guerra con Norteamérica. Los japoneses tienen mejores cosas que hacer; no quieren empezar dos cosas a la vez”.93 Zimmermann y Kemnitz no compartían estas reservas a principios de 1917 y decidieron instar a México a que le ofreciera una alianza al Japón. En una justificación escrita de esta medida redactada año y medio más tarde, Kemnitz la caracterizó como el único medio que tenía para reanudar las conversaciones con el Japón, dado que sus superiores habían desalentado los contactos directos. Dado que “mis reiteradas exhortaciones a acercarnos de nuevo al Japón no despertaron el entusiasmo de mis superiores porque éstos no querían ‘rogarle’ al Japón, entonces propuse echar por delante a México, que desde hacía más de diez años mantenía estrechas relaciones con el Japón”.94 Él no tenía muchas esperanzas, añadió, de que el Japón se uniera a una alianza germano-mexicana contra los Estados Unidos.
Una alianza germano-mexicano-japonesa contra los Estados Unidos habría fortalecido un tanto la posición alemana. Pero, ¿qué pasaría si Japón no se adhería a ello? En ese caso, un pacto con México hubiera acarreado serias desventajas para Alemania en la medida en que el compromiso contenido en el pacto propuesto a Carranza de firmar la paz en común, hubiera maniatado a la diplomacia alemana en cualquier negociación con los Estados Unidos, y hubiera obligado a Alemania a exigir concesiones para Carranza en vez de para sí misma.
Kemnitz y Zimmermann hallaron un medio de obviar estas dificultades. Zimmermann declaró ante la Comisión presupuestaria del Reichstag:
Cuando yo, además, me refiero en mi instructivo a una “política de guerra común” o a un “tratado común de paz” se trata, por supuesto, de una oferta, no de un acuerdo definitivo. Yo quería darle a nuestro representante la oportunidad de ofrecerle a Carranza algo atractivo, para que éste atacara lo antes posible, evitando así que se enviaran tropas norteamericanas al continente europeo. Una oferta y un pacto son cosas distintas. Obviamente nuestro representante se hubiera limitado inicialmente a tentar a Carranza, y no hubiera concluido un tratado definitivo, sino que nos hubiera consultado primero, y entonces naturalmente yo hubiera reflexionado muy cuidadosamente sobre los detalles.95
El gobierno alemán hubiera suscrito un tratado de tal naturaleza sólo “en caso de que México accediera a nuestra excitativa de incluir al Japón en la alianza y en caso de que se concluyera este pacto tripartita”.96
Tales reservas no debían comunicársele a Carranza. En las proposiciones que fueron finalmente sometidas al gobierno mexicano, tampoco se las mencionaba. Según el plan de Kemnitz y Zimmermann, Carranza había de atacar a los Estados Unidos con plena confianza en la propuesta de alianza alemana, y luego Alemania sencillamente lo abandonaría a su suerte, salvo el caso poco probable de que el Japón se uniera a la alianza. En otras palabras: el ofrecimiento de alianza era en realidad una engañosa maniobra en gran escala que debía inducir a Carranza a efectuar un ataque suicida contra los Estados Unidos.
La propuesta de alianza a México elaborada por Kemnitz encontró fuerte oposición entre los jefes de sección en el Ministerio de Relaciones Exteriores.97 No se conocen bien las razones de ello, pero obviamente esos funcionarios consideraron las funestas consecuencias que podría tener para el gobierno alemán el conocimiento en los Estados Unidos de tal ofrecimiento. Kemnitz se enfrentó a todas las objeciones con el argumento de que si la oferta se mantenía en secreto “sólo produciría beneficios”. Más tarde escribió, refiriéndose al memorándum mexicano del 3 de noviembre:
No hacía mucho que México nos había ofrecido una alianza. Si aceptábamos la alianza, había dos resultados posibles: o bien México cambiaba de parecer y desistía por temor a los Estados Unidos. Entonces nuestra actitud fortalecía en todo caso el sentimiento proalemán en México, sin ninguna otra consecuencia. O bien México aceptaba nuestra proposición; entonces grandes contingentes de tropas norteamericanas quedarían comprometidas en el Río Grande del Norte, sin que nosotros tuviéramos obligaciones prácticas de ningún orden.98
Zimmermann era todo entusiasmo. Tal entusiasmo probablemente fue reforzado por el hecho de que tiempo atrás el. mismo kaiser le había sugerido una alianza germano-mexicana.99 Zimmermann no consideró necesario consultar a Eckardt en México o a Bernstorff en los Estados Unidos. Además, ello hubiera sido difícil por razones de tiempo, ya que la oferta debía presentarse en México el mismo día en que se anunciara la guerra submarina ilimitada. No hay pruebas de que haya consultado con el canciller Bethmann-Holweg antes de enviar su propuesta.100
El 15 de enero, seis días después de la decisión de iniciar la guerra submarina ilimitada, la oferta de alianza a México, conocida desde entonces como “la nota Zimmermann”, se hallaba lista para ser despachada en el Ministerio de Relaciones Exteriores. El texto definitivo decía:
Tenemos intenciones de comenzar la guerra submarina ilimitada el lo. de febrero. Con todo, se intentará mantener neutrales a los Estados Unidos.
En caso de que no lo lográramos, proponemos a México una alianza bajo la siguiente base: dirección conjunta de la guerra, tratado de paz en común, abundante apoyo financiero y conformidad de nuestra parte en que México reconquiste sus antiguos territorios en Texas, Nuevo México y Arizona. Dejamos a Su Excelencia el arreglo de los detalles.
Su Excelencia comunicará lo anterior en forma absolutamente secreta al Presidente tan pronto como estalle la guerra con los Estados Unidos, añadiendo la sugerencia de que invite al Japón a que entre de inmediato en la alianza, y al mismo tiempo sirva de intermediario entre nosotros y el Japón.
Tenga la bondad de informar al Presidente que el empleo ilimitado de nuestros submarinos ofrece ahora la posibilidad de obligar a Inglaterra a negociar la paz en pocos meses. Acúsese recibo. Zimmermann.101
La diplomacia alemana se enfrentaba ahora al problema de decidir cómo y a través de qué canales debía enviarse la nota a México. Zimmermann se negó categóricamente a entregar la nota al representante mexicano en Berlín. Aparte de que el representante se encontraba entonces en Suiza, tenía un traductor que no gozaba de la entera confianza del Ministerio de Relaciones Exteriores. Es posible que Zimmermann tampoco confiara plenamente en el propio representante.
Primero se decidió enviar el despacho a México en el submarino Deutschland. Empero, Zimmermann rectificó pronto esta decisión, pues un submarino necesitaba treinta días para cruzar el Atlántico y no habría llegado a México antes del 16 de febrero; el despacho tenía que hallarse en México sin falta para el lo. de febrero, día en que debía comenzar la guerra submarina ilimitada.102 Por ello Zimmermann decidió transmitir el despacho por telégrafo.
Fuera de los escasos barcos alemanes que lograban romper el bloqueo y llegar a América, el gobierno alemán no disponía sino de la gran radioemisora de Nauen para transmitir mensajes a sus representantes en el extranjero.103 En los Estados Unidos había una sola estación de radio que podía recibir estas transmisiones: la Sayville, construida por técnicos alemanes. Hasta 1915, el gobierno norteamericano había permitido la transmisión de telegramas en clave a alemanes residentes en los Estados Unidos. Cuando se supo que los submarinos alemanes habían recibido instrucciones desde Sayville, estas comunicaciones fueron colocadas bajo la censura de la Marina norteamericana. De allí en adelante la Marina sólo permitió la transmisión de mensajes en clave en casos excepcionales.104
El gobierno alemán había intentado encontrar otra forma de transmitir sus mensajes. Logró convencer al gobierno neutral de Suecia de que enviara telegramas alemanes a través de sus representantes diplomáticos en el continente americano. El representante de Suecia en México, Cronholm, era muy germanófilo y aliado de Eckardt y la mayor parte de la correspondencia entre Alemania y México era transmitida a través de él. Cuando a principios de 1917 la legación sueca en México estaba por ser cerrada y trasladada a Chile, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania intervino ante el gobierno sueco y logró que mantuviera su misión en México.105
A fines de 1916 se le presentó al gobierno alemán otra posibilidad de enviar telegramas a América. El gobierno norteamericano, temeroso de que cualquiera de los dos bandos enfrentados en la guerra europea se hiciera demasiado poderoso, había comenzado a mediar entre ellos a fines de 1916.106 Inicialmente Wilson pidió que cada uno de ellos definiera públicamente sus objetivos de guerra. Para este fin, Bernstorff exigió que se le permitiera comunicarse directamente con el Ministerio de Relaciones Exteriores de su país. Wilson accedió a dicha solicitud, a pesar de las objeciones de su propio secretario de Estado, y se permitió a Bernstorff enviar mensajes en clave a través del Departamento de Estado y de los representantes diplomáticos norteamericanos. El gobierno norteamericano sólo impuso la condición de que tanto él como el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania dieran seguridades de que los mensajes estuvieran, en efecto, relacionados con las iniciativas de Wilson en favor de la paz.107
El Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania decidió enviar la nota de Zimmermann a través de este canal por ser mucho más rápido que la vía sueca. Sin embargo, se resolvió usar al mismo tiempo la intermediación sueca, ya que el Ministerio deseaba proceder con toda certidumbre. El 16 de enero la nota en clave fue entregada a Gerard, el embajador norteamericano en Berlín. “Cuando el embajador preguntó”, dice el informe del investigador especial del Ministerio de Relaciones Exteriores sobre la revelación del contenido de la nota de Zimmermann, “acerca del contenido de la nota, se le dijo que se refería a la respuesta de los aliados al presidente Wilson y que contenía instrucciones personales para el conde Bernstorff”.108 El mismo Zimmermann comentó cínicamente, unas semanas después del envío del telegrama, ante el Comité de Presupuesto del Reichstag: “Estos telegramas trataban ostensiblemente de cuestiones relacionadas con los esfuerzos generales en favor de la paz. Añadí el telegrama a otro de esa naturaleza”.109
El 18 de enero el Departamento de Estado norteamericano entregó el texto cifrado de la nota de Zimmermann a Bernstorff, quien lo transmitió a Eckardt en México al día siguiente.
La nota resultó un bumerang al convertirse en una de las mayores derrotas de la diplomacia alemana como resultado de algo que nadie había previsto en Berlín: el servicio de inteligencia británico poseía las claves secretas alemanas.
La historia de la interpretación y el desciframiento del telegrama de Zimmermann se ha convertido en uno de los grandes relatos de espionaje de todos los tiempos. Es un relato clásico que ha sido incluido en todos los manuales e historias del espionaje. No cabe duda de que merece esta reputación, sin embargo, tal y como hasta ahora se ha dado a conocer, contiene grandes inexactitudes. La versión “clásica” de la intercepción del telegrama es la siguiente:
El servicio de inteligencia de la Marina británica, al mando del almirante Reginald Hall, uno de los hombres más capaces en este campo, logró obtener la clave de los mensajes cifrados alemanes.
En agosto de 1914 el buque de guerra alemán Magdeburg había sido hundido por los rusos, quienes lograron rescatar un ejemplar de la clave naval alemana y se lo entregaron más tarde al servicio de inteligencia de la Marina británica. A principios de 1915 el gobierno alemán había enviado a Persia a un agente llamado Wassmuss, encargado de obtener la adhesión de ese país a la guerra contra Inglaterra, pero Wassmuss fue capturado y los persas decidieron entregarlo a los ingleses. Aunque logró escapar, tuvo que dejar atrás su equipaje, que cayó en manos británicas y fue enviado a Londres. Hall hizo que se revisara el equipaje, encontrándose en él un ejemplar de la clave 13040, que era la utilizada para las comunicaciones con muchos países extranjeros, entre ellos México.110 Finalmente, Hall obtuvo también un ejemplar de otra importante clave alemana con la ayuda de Alexander Szek, empleado de la radioemisora de Bruselas, entonces bajo control alemán. Jamás se reveló de qué clave se trataba. Una vez que Szek hubo entregado la clave, fue asesinado por agentes británicos como medida de precaución.
Con la posesión de estas claves fue posible para el servicio de inteligencia de la Marina británica descifrar la mayoría de los mensajes alemanes. Los mensajes enviados desde Nauen eran recibidos en estaciones británicas y remitidos a Hall. El cable telegráfico norteamericano, a través del cual se enviaron los mensajes de Bernstorff, pasaba por territorio británico, y el servicio secreto de este país podía, por lo tanto, interceptar también estos mensajes.
Fue así como la nota de Zimmermann, enviada en una variante de la clave 13040, llegó, en enero de 1917, a manos de Sir Reginald Hall, quien reconoció de inmediato el importante papel que podía desempeñar dicho telegrama para hacer entrar a los Estados Unidos en la guerra del lado de los aliados. Se enfrentaba, sin embargo, a un delicado problema: ¿cómo podía hacer público el telegrama sin enterar a las autoridades alemanas de que el servicio secreto británico estaba en posesión de las claves alemanas, provocando así que se descontinuaran? Obviamente, tal revelación habría tenido graves consecuencias; ya que el conocimiento de las claves alemanas era una de las principales ventajas con que contaba Inglaterra en la primera guerra mundial.
Hall decidió revelar el contenido del telegrama sólo después de ocultar el hecho de que el gobierno británico lo había descifrado. Para ello necesitaba una copia del telegrama que Bernstorff había enviado a México desde Washington destinado a Eckardt, y el cual con seguridad se diferenciaba muy poco del original. De esta manera esperaba dar la impresión de que el telegrama de Zimmermann había sido interceptado en el continente americano y no en camino hacia América.111
En poco tiempo Hall tuvo en su poder una copia del telegrama de Bernstorff a Eckardt. El entonces colaborador y más tarde biógrafo de Hall, Sir William James, cuenta cómo lo consiguió. Hall encargó a uno de sus agentes en México que obtuviera una copia del telegrama. El agente tomó contacto con un empleado del servicio telegráfico mexicano, quien a su vez tenía un amigo que era propietario de una editorial. Éste descubrió un día que un trabajador de su imprenta falsificaba billetes, delito que era castigado con la pena de muerte. El propietario de la imprenta escondió algunas de las matrices que había encontrado y fue a ver a su amigo, el empleado de la administración de telégrafos, para consultar con él. Entretanto, el trabajador que había falsificado el dinero regresó a la imprenta. Cuando comprobó que había sido descubierto, le dio vuelta al asunto y denunció a su patrón como falsificador de moneda. El dueño de la imprenta fue arrestado de inmediato y condenado a muerte por fusilamiento. Su amigo se dirigió entonces al agente de Hall, quien logró la intervención del gobierno británico. Por agradecimiento, el empleado de la administración de telégrafos le consiguió al agente británico una copia del telegrama de Bernstorff dirigido a Eckardt.112
Hall recibió esta copia del telegrama en la segunda mitad del mes de febrero. Hasta ese momento había mantenido en secreto el descubrimiento del telegrama de Zimmermann,113 no sólo porque deseaba ocultar el hecho de que Inglaterra tenía las claves alemanas, sino porque abrigaba la esperanza de que no sería necesario utilizar el telegrama para hacer entrar a los Estados Unidos en la guerra. Dicho con mayor exactitud, el gobierno británico esperaba que la guerra submarina ilimitada lograría dicho objetivo. Sin embargo, no fue así. El gobierno norteamericano rompió sus relaciones diplomáticas con Alemania, pero no le declaró la guerra, como esperaban los británicos.
Hall decidió entonces publicar la nota de Zimmermann. El 24 de febrero entregó el texto de la misma al Ministerio de Relaciones Exteriores británico, el cual lo transmitió inmediatamente al embajador norteamericano en Londres, Walter Page.
Todos estos datos se basan en una única fuente: el propio Sir Reginald Hall. Éste se la contó durante la guerra al embajador Page, quien a su vez se la contó, en 1921, a su biógrafo, Burton J. Hendricks.114
Según Edward Bell, diplomático norteamericano responsable de asuntos de seguridad en la embajada de los Estados Unidos en Londres y enlace con Hall, la versión de Hendricks está “plagada de inexactitudes”. Según Bell, la versión de que los ingleses habían podido descifrar el telegrama enviado de Berlín a Washington en enero de 1917, cifrado en la clave 13040, es falsa. Los ingleses habían interceptado un mensaje en clave de Berlín, pero no pudieron hacer nada con él porque no estaba en la clave 13040, que conocían, sino en otra más reciente que no habían podido descifrar. Ésta era una nueva clave ultrasecreta que los alemanes habían hecho llegar a su embajada en Washington por medio de su submarino Deutschland. “El verano anterior los ‘boches”* habían enviado una nueva clave a B. en Washington por medio del submarino Deutschland. No la habían usado mucho y los muchachos de Blinker [éste era el apodo de Hall] no habían podido hacer gran cosa con ella, de modo que cuando este mensaje pasó por Londres cifrado en la nueva clave, sus esfuerzos por descifrarlo fueron muy poco fructuosos.” Así pues, la parte del relato según la cual Hall había congelado el telegrama durante semanas, desde mediados de enero hasta fines de febrero, y enviado agentes especiales a México para que obtuvieran el texto transmitido por Bernstorff a Eckardt, es falsa también.
Lo que sí es verdad es que la oficina de telégrafos de México fue la que proporcionó el telegrama. Por fortuna para los ingleses, Eckardt, en México, no había recibido la nueva clave y Bernstorff “tuvo que descifrar y volver a cifrar el mensaje de acuerdo con la vieja clave”. Un agente inglés que trabajaba en la oficina de telégrafos de México lo envió a Londres, sin darse cuenta de la importancia de lo que estaba transmitiendo.
Blinker tenía un hombre infiltrado en la oficina de telégrafos de México que enviaba, cada vez que podía, copias de todos los mensajes en clave que llegaban para Eckardt. Este mensaje fue enviado en enero, y una copia del texto cifrado, en la versión en que B. la envió a Eckardt, le llegó a Blinker hacia fines de febrero. Pudo descifrarlo porque estaba en clave antigua, y esto no sólo le dio el mensaje mismo sino también, mediante la comparación de éste con el texto que pasó por Londres, la oportunidad de empezar a descifrar la nueva clave. Ésta era una especie de piedra Rosetta.
Así pues, fue sólo el telegrama Zimmermann el que reveló la clave más secreta de los alemanes —la 0075— a los británicos. Bell continúa:
Blinker no sabía qué hacer. No quería revelar que podía leer las señales de los boches, pero por otra parte le encantaba la idea de poder encajarles algo tan bueno. Me confió su dilema y yo le aconsejé lo segundo. Finalmente se llegó al acuerdo de que el señor Balfour (quien era entonces ministro de Relaciones Exteriores, pero antes había sido Primer Lord del Almirantazgo y en consecuencia conocía las hazañas de Reggie), debía dar al señor Page una traducción asegurándole que era la pura verdad, ya que eso tendría mayor fuerza que si Reggie me daba el telegrama a mí. Hay que recordar que ésta era nuestra primera infracción. Después de eso prescindimos de los intermediarios.
Bell hizo estas aseveraciones en una amarga carta que envió a los funcionarios del Departamento de Estado norteamericano en 1921. En ese año Hendricks había solicitado a dicha dependencia permiso para publicar su versión de la historia del telegrama Zimmermann. El Departamento de Estado consultó a Bell, quien suplicó que se impidiera la publicación y acusó a “Blinker” de haberse “ido de la lengua” y de “abuso de confianza”. Pensaba que el principal motivo de dicha revelación era el resentimiento de los ingleses al no haber obtenido el crédito por dicha hazaña de espionaje.
Había dos buenas razones para hacerle creer al mundo, en aquel entonces, que el crédito de la hazaña correspondía a los norteamericanos: en primer lugar, despistar a los boches. No hubiera sido nada conveniente que éstos supieran lo listos que eran los ingleses, ya que eso les hubiera metido ideas en la cabeza (que jamás se les ocurrieron a los inocentes) respecto a los mensajes navales radiados y el W/T Berlín-Madrid.
En segundo lugar, infundirles temor acerca de nosotros; inquietarlos e impedir que se manejaran libremente dentro de los Estados Unidos. En ambos respectos la vacuna funcionó como un encantamiento, y por todo el mundo resonaron las loas a nuestro maravilloso Servicio Secreto. ¿Se acuerdan cómo durante meses el Departamento de Hacienda y el de Justicia juraba cada uno que él había hecho el trabajo, y cada uno trató de mandar al otro al Club de Ananías?* ¿Y la hipótesis de Pennoyer de que la señora Warren Robbins había trabajado en B. A.? (esto le dio especial gusto a Blinker).
Siempre fue un secreto celosamente guardado y ahora lo han revelado. No les importa ya, quizás, a Reggie y al Ministerio británico de Relaciones Exteriores, y a este último siempre le enfureció que nos tocara a nosotros la (inmerecida) gloria.115
Hall, como buen espía, siguió engañando hasta el final, tratando de no revelar nunca a los alemanes que, además de haber descifrado su clave 13040, había hecho lo mismo con su ultrasecreta 0075.
Más allá de estos datos, escribió Bell, “la sensación resultante pertenece a la historia”. “El señor Page regresó de su entrevista con Balfour con la traducción en la mano y lleno de ira, y Eugene y yo pasamos toda la noche despachando el telegrama.” Page envió inmediatamente el telegrama al Departamento de Estado en Washington. También explicó la forma en que los ingleses lo habían obtenido, pero insistió en que nada de ello se revelara. “Este sistema”, escribió Page,
ha sido hasta hoy un secreto celosamente guardado y el gobierno británico les informa de esto ahora sólo en vista de las circunstancias extraordinarias y de su sentimiento amistoso hacia los Estados Unidos. Pide con gran urgencia que ustedes mantengan en profundo secreto la fuente de su información y el método por el cual la obtuvo el gobierno británico, pero no prohíben que se publique el telegrama mismo de Zimmermann.116
Lansing, el secretario de Estado norteamericano, acababa de salir de viaje cuando llegó el informe de Page junto con el telegrama. Su asistente, Polk, fue inmediatamente a ver a Wilson, quien se mostró “sumamente indignado”. Esta indignación aumentó aún más cuando Lansing le contó, al día siguiente, la forma en que se había transmitido el telegrama.117
El telegrama de Zimmermann llegó en un momento oportuno para Wilson. Estaba justamente en vías de pedirle al Congreso que tomara medidas contra la guerra submarina ilimitada de los alemanes, tales como armar a los barcos de la marina mercante y autorización para “utilizar cualquier otro medio y método que sean necesarios y apropiados para la protección de nuestros barcos y nuestras gentes […] en el mar”.118 Los adversarios del ingreso de los Estados Unidos en la guerra desataron un alud de protestas contra estas medidas y la segunda propuesta, sobre todo, fue atacada con particular severidad. Wilson hizo publicar el telegrama Zimmermann un día antes del debate que se tenía proyectado (lo. de marzo). Sin embargo, el telegrama no se dio a conocer en un comunicado oficial del gobierno sino como una información de la Associated Press.
Inmediatamente los opositores de Wilson lanzaron la acusación de que la nota de Zimmermann era un fraude. El principal propagandista alemán en los Estados Unidos, el germano-norteamericano George Sylvester Viereck, le escribió ese mismo día a Hearst:
La supuesta carta de Alfred Zimmermann publicada hoy es obviamente falsa; es imposible creer que el ministro alemán de Relaciones Exteriores suscribiría tan disparatado documento. La carta es indudablemente una descarada falsificación fabricada por los agentes británicos con el objeto de empujarnos a una alianza y de justificar las violaciones de Gran Bretaña a la Doctrina Monroe. Esta impúdica farsa se hace pública en forma simultánea con los frenéticos llamamientos de los primeros ministros aliados instando a los Estados Unidos a entrar en la guerra. Si Alemania estuviera conspirando contra nosotros difícilmente recurriría a un método tan torpe. El real politiker de la Wilhemstrasse jamás ofrecería una alianza fundamentada en proposiciones tan risibles como la conquista por México de territorio norteamericano. Se perciben aquí claramente los chirridos de la maquinaria de propaganda británica; la intención, por supuesto, es despertar el espíritu guerrero del Occidente amante de la paz y arrollar a los pacifistas en todas partes del país.
Hearst estuvo de acuerdo con esta interpretación y caracterizó la nota “con toda probabilidad como una falsificación y mentira absoluta preparada por el muy inescrupuloso departamento de un muy inescrupuloso Procurador General. Todo el mundo sabe que la policía secreta es la fabricante más amoral de pruebas falsificadas que hay en el mundo”.119
En respuesta a estas afirmaciones el senador Lodge, republicano favorable a una declaración de guerra contra Alemania, introdujo en el Senado una resolución por la cual se exigía al gobierno que tomara una posición respecto a la nota. Wilson y Lansing habían previsto semejante desarrollo de los acontecimientos. Si el gobierno norteamericano había de ofrecer garantías absolutas de la autenticidad de la nota, ello implicaba que ésta había sido descifrada por autoridades norteamericanas en territorio norteamericano. Para este fin se pidió al gobierno británico que pusiera a disposición del norteamericano el libro de claves alemán. Pero los ingleses se resistieron. Page escribió que “se ha tratado el asunto de que nosotros dispongamos de una copia de la clave, pero parece haber graves dificultades. Me dicen que la clave por sí sola no nos serviría de nada ya que jamás se usa tal cual, sino con un gran número de variantes que sólo conocen uno o dos expertos británicos, y a éstos no se les puede permitir viajar a América”.120
Sin embargo, pronto se le encontró una solución al problema. El gobierno norteamericano obtuvo el texto cifrado, enviado por Bernstorff a Eckardt, de los archivos de la compañía de telégrafos Western Union y lo mandó inmediatamente a la embajada norteamericana en Londres. El servicio secreto británico le prestó el libro de claves al funcionario norteamericano de seguridad, Bell, quien descifró el telegrama con el auxilio de ayudantes ingleses. En esta forma el mensaje fue descifrado por un norteamericano en territorio norteamericano, a saber, la embajada de los Estados Unidos.121
El 2 de marzo Wilson confirmó la autenticidad de la nota y declaró que el gobierno norteamericano estaba en posesión del texto. Sin embargo, esto no bastó para acallar a los escépticos, quienes siguieron denunciando la nota como una falsificación. El gobierno norteamericano se hallaba en una posición delicada, pues no podía dar detalles respecto a la forma en que se descifró la nota sin revelar que los ingleses tenían en su poder las claves alemanas. Lansing se limitó a declarar que cualquier informe adicional respecto al origen de la nota pondría en peligro vidas humanas. De esta manera esperaba confundir ante todo al gobierno alemán, al sugerir que la nota había sido entregada por un traidor.122
A pesar de esta declaración, Hearst siguió denunciando la nota como un fraude, y varios senadores también cuestionaron su autenticidad.123 Pero entonces, de un solo golpe, el gobierno norteamericano se vio liberado de toda preocupación: el 3 de marzo Zimmermann confirmó públicamente el contenido de la nota. Lansing escribió más tarde en sus memorias:
Yo había esperado que Zimmermann desmintiera el mensaje y que nos exigiera aportar la prueba de su autenticidad. Esto hubiera sido lo más inteligente, pues siempre habría sido posible la acusación de que todo el asunto era una falsificación con el fin de forzar la aprobación de la ley sobre el pertrechamiento de los barcos mercantes […] Muchos norteamericanos, tanto aquellos que simpatizaban con los aliados como aquellos que simpatizaban con Alemania, lo hubieran creído […] Con la mayor sorpresa y con profunda, alegría, leí que Zimmermann […] había admitido la autenticidad del telegrama.124
La confirmación de Zimmermann no sólo fue un golpe devastador para todos los que habían puesto en duda la autenticidad del telegrama en los Estados Unidos, sino que la nota misma se convirtió en uno de los más importantes instrumentos propagandísticos en manos de quienes favorecían la intervención de los Estados Unidos en la guerra. El senador Lodge escribió: “Tan pronto como la vi, supe que sacudiría al país más que cualquier otro acontecimiento”.125 Dodge tenía razón: la nota tuvo su mayor impacto precisamente en aquellas regiones de los Estados Unidos donde el aislacionismo, y con ello la oposición contra una participación de los Estados Unidos en la guerra, eran particularmente fuertes: en el sudoeste del país. Sobre todo, la oferta alemana de anexar Texas, Arizona y Nuevo México, resultó especialmente ofensiva allí. “El telegrama de Zimmermann puso fin a todo sentimiento germanófilo en los Estados Unidos”, señaló uno de los principales propagandistas de Alemania en el país.126
Después de la publicación de la nota, el Ministerio de Relaciones Exteriores japonés calificó la proposicio;n alemana como totalmente inaceptable. El representante del Ministro, el Barón Shidehara, declaró:
Nos sentimos muy sorprendidos por la propuesta alemana. No comprendemos cómo Alemania pudo pensar que nosotros nos dejaríamos arrastrar a una guerra contra los Estados Unidos por una simple solicitud de México. Así de ridículo es todo esto. No creo necesario afirmar que el Japón permanece fiel a sus aliados.127
Al mismo tiempo, el secretario de la embajada japonesa en Estocolmo le dijo a un agente alemán: “Es del todo incomprensible cómo Alemania pudo pretender llegar a un acuerdo con el Japón a través de México. Es imposible para el Japón consentir en una mediación de México en un acuerdo semejante”.128
La nota de Zimmermann llegó a México en un momento desfavorable para la diplomacia alemana: justo cuando la expedición punitiva norteamericana comenzaba a abandonar el país y las tensiones entre México y los Estados Unidos empezaban a aliviarse.
Sin embargo, el gobierno mexicano no estaba de ninguna manera convencido de que el peligro de una invasión norteamericana hubiese desaparecido, sino todo lo contrario. Un diplomático argentino en México informó que el ministro de Relaciones Exteriores, Aguilar, le dijo unos días antes de que se diera a conocer la nota de Zimmermann que el gobierno mexicano
esperaba el estallido de una guerra entre Alemania y los Estados Unidos y que tal guerra lanzaría a México contra los Estados Unidos. El gobierno mexicano sabe que los alemanes intentarían destruir los campos petroleros. Esto tendría como consecuencia el desembarco de fuerzas armadas británicas o norteamericanas, a las que el gobierno mexicano estaba decidido a presentar resistencia.129
Estos temores, obviamente, distaban de ser infundados. Después que los Estados Unidos entraron en la guerra, las compañías petroleras solicitaron de hecho al gobierno norteamericano la ocupación militar de los campos petroleros.130 Carranza no hubiera aceptado ni podido aceptar tal ocupación.
El temor de que estallara una guerra germano-norteamericana y el deseo de contar con la ayuda alemana en caso de una invasión norteamericana a México, pueden haber impulsado a Carranza a hacer a los países americanos neutrales una serie de proposiciones que hubieran favorecido mucho a Alemania. Así, por ejemplo, sugirió que se prohibiera cualquier suministro de armas a las potencias en guerra para obligarlas a hacer la paz.131 Dado que Alemania casi no importaba mercancías de los países neutrales de ultramar, a causa del bloqueo británico, esta medida la hubiera perjudicado mucho menos que a los aliados. Por ello, Eckardt aprobó las propuestas de Carranza, que fueron rechazadas por los Estados Unidos.
Los esfuerzos de Carranza revelan que el gobierno mexicano, antes y después del retiro de las tropas norteamericanas de México, no descartaba la posibilidad de una guerra mexicano-norteamericana. En consecuencia, los militares mexicanos se prepararon para tal eventualidad, contando con la participación del Japón al lado de México y Alemania. El 2 de febrero, es decir, más de dos semanas antes de que Eckardt tratara con Aguilar el asunto de la alianza, José Flores, un agente de la Secretaría de la Defensa mexicana en los Estados Unidos, informó que tras una visita a California, Arizona, Nuevo México y otros estados, había llegado a la conclusión “de que la situación es muy favorable para nosotros”. Los japoneses y los mexicanos disponían de más de 300 000 armas de fuego y suficientes municiones. “En el momento en que se declare la guerra contra Alemania, podremos contar cuando menos con 200 000 alemanes en los Estados Unidos y toda Sudamérica.”132
Todas estas consideraciones hacen comprensible que el gobierno mexicano no rechazara de antemano como una fantasía la nota de Zimmermann. La respuesta de los mexicanos se basaba menos en las “promesas” alemanas que en el temor muy real de una invasión norteamericana.
El 20 de febrero Eckardt le explicó a Cándido Aguilar, el ministro mexicano de Relaciones Exteriores el contenido de la nota. En el mismo telegrama se le había indicado que hiciera esto sólo en el caso de que estallara una guerra entre Alemania y los Estados Unidos. El 8 de febrero Zimmermann cambió esas instrucciones. Le escribió a Eckardt:
Si no existe el peligro de que el secreto sea delatado a los Estados Unidos, sería deseable que presente sin tardanza al Presidente la petición de una alianza. La conclusión final del tratado dependería en todo caso del estallido de la guerra entre Alemania y los Estados Unidos. Pero el Presidente podría sondear ya desde ahora al Japón por propia iniciativa.133
Una vez que Eckardt transmitió el ofrecimiento alemán, Aguilar en opinión de aquél, no se mostró “nada renuente”.134 Eckardt informó que Aguilar, cuya actitud caracterizó como favorable conversó durante una hora sobre dicho asunto con el representante del Japón en México,135 Eckardt, sin embargo, no pudo informar ningún resultado de esa reunión.
Los autores de la nota de Zimmermann, especialmente Kemnitz, habían esperado que el gobierno mexicano instaría al japonés a formar una alianza con Alemania contra los Estados Unidos. Pero Aguilar no estaba dispuesto en modo alguno a proceder de tal manera. En dos conversaciones distintas que tuvo con Kitai Arai, un funcionario consular japonés de bajo nivel, tan sólo preguntó qué actitud asumiría el Japón en caso de una guerra entre los Estados Unidos y Alemania. Cuando este funcionario le puso en claro que el Japón no tenía intención alguna de cambiar de bando y le informó que mantendría su relación con los aliados, Aguilar no insistió en el tema con los japoneses, y mucho menos llegó a proponer una alianza entre el Japón, Alemania y México.
En un principio Arai dio tan poca importancia a esta conversación que ni siquiera la mencionó en sus informes al Ministerio de Relaciones Exteriores en Tokio. Fue únicamente después de la publicación de la nota de Zimmermann cuando el representante japonés en México comprendió cuál había sido la intención de Aguilar en esas entrevistas. Dos meses más tarde, en una conversación que tuvo con Ohta, el encargado de negocios japonés, el secretario mexicano de Relaciones Exteriores admitió que, efectivamente, había querido sondear al Japón y había concluido que éste jamás se aliaría con Alemania.136
No hay documentación precisa con respecto a la reacción del gobierno mexicano a la nota de Zimmermann, pero se pueden sacar algunas conclusiones de las fuentes disponibles.
Poco antes de su muerte, Aguilar dijo a un profesor de la Universidad Veracruzana, Xavier Tavera, que él había acogido bien la propuesta, pero que Carranza se había manifestado en contra. Carranza, sin embargo, le había pedido que no comunicara a Eckardt ningún rechazo definitivo.137 Según otro informe, Carranza encargó a un alto oficial, Díaz Babio, que examinara la propuesta, después de lo cual asumió una actitud negativa. Díaz Babio consultó con su amigo López Portillo y Weber, y ambos llegaron a la conclusión de que la alianza era irrealizable. Como argumento principal alegaron que Alemania jamás estaría en condiciones de pertrechar suficientemente con armas y municiones al ejército mexicano; Alemania tenía muy pocos submarinos mercantes del tipo Deutschland, los únicos que hubieran podido ser utilizados para el transporte de armas, sin tener en cuenta que la flota norteamericana impediría el arribo de los submarinos a México. López Portillo y Weber señaló que la reanexión de Texas, Arizona y Nuevo México crearía una fuente de conflicto permanente con los Estados Unidos y tendría que conducir a una nueva guerra. Además, el poder de los norteamericanos residentes en esos territorios era tan grande que pronto alcanzarían una influencia decisiva en México, “de tal manera que yo no sabría quién se anexaría a quién, nosotros a ellos o ellos a nosotros”.138
Un colega íntimo del secretario de la Guerra, Obregón, le contó a un agente secreto norteamericano que Carranza había convocado a una sesión del gabinete para aclarar los problemas planteados por la nota. Obregón aparentemente protestó entonces muy enérgicamente contra la aceptación de las proposiciones alemanas. Declaró que la única salvación de México consistía en “conservar la amistad y el apoyo moral de los Estados Unidos”. Reafirmó su actitud antinorteamericana en general, pero explicó al mismo tiempo “que la salvación de México depende de los norteamericanos”.139
Todos estos informes revelan que Carranza no quería lanzarse impulsivamente a una guerra contra los Estados Unidos, y ciertamente no sobre la base de un ofrecimiento alemán de Texas, Nuevo México y Arizona. Pero también se puede deducir de estos indicios que quería mantener a Alemania como reserva para el caso, probable a su parecer, de un ataque norteamericano a los campos petroleros mexicanos. Estas consideraciones explican también su comportamiento ulterior respecto a la nota de Zimmermann. No rechazó de inmediato la propuesta de alianza, sino que discutió con el ministro alemán las formas concretas de la ayuda que Alemania podría proporcionar a México en caso de guerra.140
El 26 de febrero, dos días antes de la publicación de la nota, Fletcher, el embajador norteamericano en México, recibió instrucciones de dar a conocer al gobierno mexicano el contenido de la nota y pedir a los mexicanos que la repudiaran inequívocamente. Habló en primer lugar con el secretario de Relaciones Exteriores, Aguilar, quien le dijo que no tenía ninguna noticia de tal nota. Para dar mayor credibilidad a sus palabras, Aguilar añadió que Eckardt le había preguntado varias veces impacientemente sobre la fecha del regreso de Carranza. ¡ Esto sucedía seis días después de que Aguilar había discutido la nota con Eckardt!141 Las relaciones de Aguilar con los alemanes no eran, sin embargo, tan estrechas como para que él le comunicara a Eckardt que los norteamericanos estaban al tanto de todo el asunto.
Después de la publicación de la nota, el gobierno mexicano continuó esta política. Tanto en las declaraciones de destacados políticos como en la prensa, se afirmó que México nunca había recibido una oferta de alianza de parte de Alemania.142 Eckardt lo negó también. A Fletcher se le ordenó entonces que ventilara todo el asunto con el propio Carranza, y que lo hiciera precisamente al entregar sus cartas credenciales.
Hay varias versiones sobre esta conversación, y por lo menos dos proceden del mismo Aguilar. Así, poco antes de su muerte, le contó a su antiguo colega Isidro Fabela que al recibir la nota de Zimmermann había comprendido inmediatamente su carácter pernicioso y que ni siquiera se la había mostrado a Carranza. Entonces, supuestamente, se le había informado que Fletcher se proponía romper las relaciones diplomáticas con México e incluso amenazar con una declaración de guerra en caso de que Carranza se negara a romper las relaciones diplomáticas con Alemania como prueba de que no tenía intenciones de aliarse con ese país. Aguilar contó además que había pospuesto tanto como fue posible la presentación de las cartas credenciales de Fletcher a Carranza, para dar tiempo a que los ánimos se calmaran. Cuando algunos días más tarde Fletcher presentó sus cartas credenciales a Carranza en Guadalajara, dio a conocer las exigencias norteamericanas. Carranza le dijo que no había recibido ninguna oferta de alianza por parte de Alemania, y que no había ningún motivo para romper las relaciones con Alemania. México había declarado su neutralidad y él no veía ninguna razón para que la actitud neutral de México indujera a los Estados Unidos al rompimiento de relaciones. Fletcher quedó convencido y retiró las exigencias.143
Aguilar le dio a Eckardt una versión totalmente distinta:
El señor Fletcher le dijo: “Deme usted garantías de amistad y nosotros retiraremos las tropas que necesitamos en Europa”. La respuesta fue: “Al pueblo mexicano no le ha sido dada hasta ahora la posibilidad de abrigar sentimientos amistosos hacia los Estados Unidos”.144
El propio Fletcher dio una tercera versión en su informe al gobierno norteamericano. Según ésta, en una larga conversación con Carranza había intentado convencer a éste de que repudiara inequívocamente la oferta de alianza alemana. Cuando Carranza se quejó de que el gobierno norteamericano había impuesto un embargo sobre las armas para México, Fletcher respondió que
mientras nuestro pueblo o una parte sustancial del mismo abrigue cualquier duda sobre este asunto [la actitud de México respecto a la oferta de alianza alemana], sería muy difícil para el presidente permitir la exportación de armas hacia México.145
Carranza, sin embargo, no insistió en el tema y se limitó a afirmar que no había recibido ninguna oferta de alianza por parte de Alemania, y que por lo tanto no necesitaba tomar ninguna posición al respecto. Declaró al mismo tiempo que México no tenía ningún interés en que la guerra se extendiera a este lado del Atlántico.146
Un día más tarde, Fletcher volvió sobre el asunto:
Redacté a lápiz un memorándum en español, que concluía con la declaración categórica de que en caso de que hubiera una oferta de alianza alemana a México, ésta sería rechazada. Le di el memorándum al general Aguilar y le pedí que se lo mostrara a Carranza. Él lo hizo así y tras de que hubimos dejado el tren de Carranza, me dio otro borrador que había escrito él mismo. Su proyecto, comparado con el mío, contenía algunas modificaciones; en particular, se había omitido la declaración categórica de que el gobierno mexicano rechazaría una alianza propuesta por Alemania.147
Al preguntar Fletcher el porqué de la supresión, Carranza explicó que no podía tomar ninguna posición sobre una propuesta que no le había sido presentada. Además, primero deberían discutirse sus proposiciones acerca de un embargo contra las potencias beligerantes.148
El secretario de la Guerra, Obregón, se mostró menos reservado que Carranza. Inmediatamente después de la publicación de la nota, le dijo a Fletcher que
consideraba absurda una alianza mexicana con Alemania y que creía que tras seis años de guerra civil, el gobierno mexicano debía dedicarse a la pacificación y reorganización del país, y que para México sería muy estúpido comprometerse con una potencia europea que algún día exigiría el pago por los servicios prestados.149
Carranza y Aguilar no repudiaron la nota. Aguilar la utilizó incluso para una hábil maniobra propagandística, al hacer circular el rumor de que todo el asunto era una invención del gobierno mexicano para ejercer presión sobre los Estados Unidos.150 Después de que Carranza se convenció cada vez más de que no existía ningún peligro inmediato de una invasión norteamericana, rechazó el 14 de abril el ofrecimiento de alianza en una conversación secreta con el ministro alemán. Procuró no presentar este rechazo como definitivo, de suerte que si a pesar de todo se llegaba a una guerra con los Estados Unidos pudiera contar con el apoyo alemán. Eckardt telegrafió a Berlín:
El Presidente declaró que de todas maneras tiene intenciones de permanecer neutral. Con todo, en caso de que México se viera arrastrado a una guerra, entonces veríamos. Él dice “que la alianza ha sido echada a perder por su ‘revelación prematura’, pero que más tarde sería necesaria”.151
La publicación de la nota provocó fuertes ataques contra Zimmermann en Alemania. Éstos procedimientos tanto de la derecha como de la izquierda, y por motivos muy diferentes. Los derechistas y la mayoría centrista hicieron estos ataques en el plano privado y tras bambalinas en tanto que los socialdemócratas atacaron a Zimmermann en la Comisión de Presupuesto del Parlamento, en el mismo Parlamento y en la prensa.
Los militares y la extrema derecha, que daban poca importancia a la intervención de los Estados Unidos en la guerra, repudiaron la nota de Zimmermann por motivos chauvinistas. Atacaron a Zimmermann por haber tratado a Carranza sobre una base de igualdad y no como a un jefe de bandidos. El embajador austriaco en Berlín informó: “En el Almirantazgo del Reich se ha comentado entre otras cosas, que no se puede firmar un tratado con un Carranza. Sencillamente se le pone oro en una mano y un puñal en la otra y él sabe lo que tiene que hacer.”152
Más incisivos aún fueron los ataques de los partidarios de la “tercera vía”, es decir, aquellos que esperaban librar la guerra submarina ilimitada sin arrastrar a los Estados Unidos a la guerra. Éstos se encontraban en su mayor parte en las filas del centro. La nota de Zimmermann pareció destruir efectivamente sus esperanzas. El presidente del Consejo Federal, Lerchenfeldt, escribió con desaprobación:
En mi opinión, hay que lamentar el caso como un síntoma de que, a pesar de todas sus desafortunadas experiencias, la gente del Ministerio de Relaciones Exteriores no puede dejar de trabajar con métodos indignos y mezquinos. ¡ Cuánto nos ha costado en hombres y dinero la agitación en Inglaterra, Irlanda, Marruecos y entre los Senussis sin que haya producido ningún resultado!, ¡cuán desfavorables han sido para nosotros los atentados contra las fábricas de municiones en los Estados Unidos y cuán escasos fueron sus resultados! Estos ejemplos ciertamente hubieran podido disuadirnos de una operación en México.153
Matthias Erzberger le explicó al embajador austriaco en Berlín:
Si no se hubiera enviado esa nota, quizá se hubiera acusado más tarde al Ministerio de Relaciones Exteriores precisamente por esa omisión. Ahora se dice que todo el asunto fue un disparate, pues no se hacen alianzas con bandidos, pero en todo caso este intento nunca debió haber salido a la luz pública, pues ésa es la estupidez final.154
Más fuerte aún fue la reacción de quienes se oponían a la guerra submarina. Entre ellos se contaba una fracción de la burguesía que tenía estrechos vínculos económicos con el capital norteamericano. Su análisis fue expresado muy claramente por Walther Rathenau, quien escribió al general von Seeckt:
El que nosotros le entregáramos Texas y Arizona a Carranza y les ofreciéramos a los japoneses una alianza como a cambio de Kinsher, y para colmo por mediación de un bandolero, es demasiado triste para poder reírse.155
En el Comité de Presupuesto del Parlamento, sin embargo, y especialmente en la sesión que tuvo lugar el 5 de marzo, estas corrientes de opinión se moderaron. Antes de dicha sesión, según informes de Lerchenfeldt, ministro de Baviera ante el gobierno federal, se habían puesto de acuerdo “para no ocasionarle dificultades al ministro de Relaciones Exteriores, Zimmermann, con motivo de este asunto, aunque nadie en realidad estaba de acuerdo con el paso dado por él, que se consideraba más bien desafortunado”.156 En principio se manifestó apoyo a la nota misma, y sólo se criticó el no haber logrado mantener en secreto su contenido.
El Príncipe Zu Schúneich-Carolath, diputado del partido Nacional Liberal, aprobó explícitamente la nota de Zimmermann ante el Comité de Presupuesto. “¿Por qué —preguntó—, no había de intentar Alemania crearles dificultades a los Estados Unidos con México? La calidad moral del presidente mexicano es algo, en tales circunstancias, que nos resulta indiferente. Se trataba simplemente de un esfuerzo nuestro —en vista únicamente de las circunstancias de la guerra— por atarles las manos a los Estados Unidos y distraer sus energías como mejor pudiéramos creándoles dificultades.”157 Restó importancia a las declaraciones japonesas de que el Japón no tenía intenciones de participar en tal alianza, declarando: “La palabra hablada tiene muy poco valor en el Japón. Los japoneses son los mentirosos más grandes del mundo. Allí se considera elegante no decir nunca la verdad, ni siquiera en el seno de la familia. Es un método educativo”.158 Sólo se quejó de que la nota no se hubiera transmitido oralmente sino por escrito. Schúneich-Carolath hablaba en nombre de la fracción nacional liberal, pero, según Lerchenfeldt, “la opinión incluso dentro de su propio partido no parece apoyarlo, como pude deducir de una conversación con otro diputado del mismo partido Nacional Liberal que deploraba enérgicamente la nota calificándola de gran torpeza”.159
Muy semejantes a los comentarios de Schóneich-Carolath fueron las declaraciones del diputado Góber, del ala derecha del Partido del Centro: “Difícilmente se podría encontrar un método mejor —declaró—, que el de enviar a un zorro astuto a la retaguardia del enemigo para que le mordisquee las piernas”.160 Señaló los inútiles esfuerzos del ejército norteamericano por capturar a Villa y afirmó: “No puede reunirse en los Estados Unidos, en un futuro previsible, un ejército moderno capaz de derrotar a México”. Y concluyó con las siguientes palabras: “El ministro de Relaciones Exteriores se ha fijado un objetivo correcto en lo tocante a la política hacia los Estados Unidos, aun cuando la forma que eligió haya sido desafortunada. No hay base para criticar al Ministerio de Relaciones Exteriores”.161
Con excepción de David, quien representaba a los miembros socialistas del gobierno, y Ledebour, representante del bloque social-demócrata, los demás diputados en el Comité de Presupuesto hablaron, en términos generales, a favor de Zimmermann. Gothein sólo criticó el ofrecimiento hecho a Carranza de los estados de Texas, Arizona y Nuevo México, que podría volcar a la opinión pública norteamericana en contra de Alemania, en tanto que Bruhn consideró sumamente improbable que se pudiera obtener el apoyo japonés por mediación de México.162
La actitud de la prensa fue similar. La mayoría de los periódicos aplaudieron la propuesta de alianza con México. La declaración del National-Zeitung fue típica: “México es perfectamente capaz de movilizar 500 000 hombres en una emergencia, mientras que los Estados Unidos han sido anteriormente incapaces de poner sobre las armas a la tercera parte de esa cantidad”, añadiendo que “en México el clima de opinión durante la guerra era extremadamente germanófilo. Los estudiantes, por ejemplo, usaban en el ojal distintivos con pequeños retratos del kaiser Guillermo para manifestar su simpatía. El tenor de la opinión pública era tal que puede decirse que la gente en general esperaba una alianza con Alemania”.163 En el Kúlnische Zeitung se expresaron opiniones semejantes. El 3 de marzo de 1917 escribió: “Era obvio que haríamos un esfuerzo, en caso de guerra con los Estados Unidos, por atraer a nuestro bando a los enemigos naturales de ese país e incitarlos a atacar”.
La nota de Zimmermann fue criticada sobre todo por aquellas fuerzas que se habían opuesto a la guerra submarina ilimitada, como la burguesía comercial que tenía vínculos con los Estados Unidos, los socialistas de derecha que temían que la expansión de la guerra los haría perder el control sobre sus propios adeptos, los centristas y, finalmente, pero en mayor grado que todos los demás, los socialistas de izquierda, que se oponían a la guerra en general.
Ledebour, representante del bloque social-demócrata de izquierda en el Comité de Presupuesto, lanzó duros ataques a Zimmermann, pero éstos fueron de naturaleza táctica más que fundamental. Consideré aceptable que “el Ministerio de Relaciones Exteriores buscara aliados contra los Estados Unidos” pero no veía en Carranza un aliado digno de confianza, ya que no pasaba de ser “el bandido de mayor éxito”. Observó irónicamente que después de todo la alianza no era realmente necesaria, dadas las continuas declaraciones de la Marina de que los Estados Unidos no representaban ningún peligro para Alemania. “En una ocasión anterior el secretario Capelle no consideró que los buques norteamericanos cargados de tropas que cruzaran el Atlántico representaran un gran peligro, sino que comentó irónicamente que serían excelentes blancos para nuestros submarinos.” Ledebour criticó el ofrecimiento de Texas, Arizona y Nuevo México a Carranza porque en su opinión ello violaba el derecho de autodeterminación popular. Expresó la opinión de que el Japón no tenía intenciones de volverse contra los Estados Unidos. “El ministro del Interior —concluyó—, ha indicado anteriormente que en este momento nada se puede ganar con el idealismo, y que debemos en cambio emprender una política práctica. Sin embargo, con las políticas practicadas a las que recurre actualmente nuestro gobierno, sólo nos meteremos en problemas cada vez mayores”.164
No fue Ledebour quien expresara indignación por el calculado engaño a Carranza, ni quien repudiara la nota de Zimmermann por constituir una extensión de la política bélica. En cambio el Leipziger Volkszeitung, que representaba al ala socialista radical, se pronunció abiertamente ese mismo día en contra de la idea, propalada por las autoridades gubernamentales, de que la nota había sido una medida preventiva. “No podemos aceptarlo. Y el efecto que se está haciendo sentir en una rápida intensificación de una actitud beligerante en los Estados Unidos y en la posibilidad de que la guerra mundial se extienda al continente americano, confirma necesariamente nuestra opinión, como la de todos los que se oponen a la guerra, de que con los métodos de política estatal hasta ahora utilizados, que encuentran una ilustración tan drástica en este asunto germano-mexicano, sólo se puede lograr una mayor intensificación de la guerra y una mayor extensión de la conflagración mundial. Las conclusiones caen por su propio peso.”165 Franz Mehring, miembro de la Liga Espartaco, quien estaba a la sazón en campaña electoral para ganar una curul en el Parlamento, dio a la nota de Zimmermann un lugar prominente en su campaña.166
David, quien representaba a los social-demócratas de derecha en el Comité de Presupuesto, fue mucho más moderado en sus críticas que Ledebour. No atacó la propuesta alianza en cuanto tal ni tampoco la actitud general asumida por Zimmermann. “No hay necesidad —declaró—, de considerar este asunto desde un punto de vista ético, porque tal punto de vista ya no es, como hemos visto por la guerra, determinante en estos asuntos.”167 Lo que criticó fue la torpeza del Ministerio de Relaciones Exteriores, a la cual atribuyó la revelación del contenido de la nota, agregando que no creía que el Japón fuera a cambiar su posición respecto a la guerra mundial a causa de México. David puso en duda las capacidades de México como aliado y consideró por otra parte, que la propuesta de separar a Texas, Arizona y Nuevo México de los Estados Unidos era irrealizable y perjudicaba a Alemania ante la opinión pública norteamericana. “En todo caso, una vez iniciada la intensificación de la guerra submarina no había muchas esperanzas de conservar la paz con los Estados Unidos. Como resultado de nuestras actividades en México, esas esperanzas se han reducido a cero.”168 Esta crítica le ganó la gratitud de Zimmermann: “Le agradezco al señor diputado David la forma tranquila y objetiva en que criticó mis acciones”.169
La nota de Zimmermann, que fue vista como una provocación bélica adicional, despertó tal indignación en gran parte de la clase obrera alemana que dos semanas más tarde, en una sesión pública del Parlamento, Scheidemann se sintió obligado a pronunciarse contra la nota mucho más enérgicamente de lo que anteriormente habían hecho sus colegas. En esta ocasión caracterizó la nota como “parte de esa esfera de la política exterior en la cual la fracción social demócrata rechaza toda responsabilidad”.170
Aparte de la prensa social-demócrata, sólo unos cuantos periódicos se pronunciaron en contra de la nota. El Berliner Tageblatt, que representaba a aquellos círculos de la burguesía alemana que tenían estrechos vínculos con los Estados Unidos declaró el 5 de marzo de 1917, que “no se ha perdido ninguna joya del arte de gobernar entre Berlín y México”.171 El único político de derecha que expresó abiertamente su inquietud por la nota fue el conde Reventlow, editorialista del periódico conservador Deustche Tageszeitung, ligado a los pangermanistas. Reventlow, partidario de la guerra submarina ilimitada, formuló de tal manera sus críticas que en cualquier momento podía distanciarse de las mismas. “En este acontecimiento y en sus posibles consecuencias no vemos nada que nos induzca al pesimismo. Sin embargo, quienes tienen sus esperanzas puestas en la división de opiniones entre los norteamericanos, considerando que esta falta de acuerdo ayudará a preservar la paz, no podrán dejar de lamentar profundamente este giro en los acontecimientos, ni sentir lo injusto de que, precisamente en este momento, el gobierno practique respecto a México una política que sólo puede calificarse de fósforo arrojado en un barril de dinamita.”172
Esta crítica irritó al Berliner Tageblatt. El 5 de marzo de 1917 comentó con sarcasmo: “Resulta un tanto desconcertante escuchar todo esto en boca del conde Reventlow, que valora en tan poco las relaciones germano-norteamericanas y que con tanto atrevimiento ha arrojado fósforos él mismo. Nos recuerda la escena de La muerte de Wallenstein en que Octavio Piccolomini le dice a Butler después del asesinato: ‘Levanto mi mano honorable’ y le asegura dolorosamente que ‘no soy culpable de este horrible delito’.”
Reventlow había publicado su crítica a la nota de Zimmermann el 3 de marzo, o sea inmediatamente después de la revelación del texto y antes de que los partidos de derecha hubieran acordado su táctica al respecto. El apoyo de la derecha a Zimmermann en este asunto y el sarcástico comentario del Berliner Tageblatt lo llevaron a emprender la retirada que había tenido la precaución de preparar. Ya el 6 de marzo escribió en Deutsche Tageszeitung que en su anterior crítica sólo había expresado la opinión de quienes “ponían grandes esperanzas en el mantenimiento de la paz con los Estados Unidos”, pero que él mismo apoyaba sin reserva la nota. Sin embargo, en su crítica, Reventlow sólo se había anticipado al punto de vista de la Marina y de la extrema derecha. En vista del fracaso de la guerra submarina ilimitada por la que tanto habían abogado, declararon más tarde que había sido el telegrama y no el inicio de la guerra submarina ilimitada la responsable principal de la entrada de los Estados Unidos en la guerra.173
Zimmermann tuvo incluso que explicarse ante el kaiser. “Su Majestad el kaiser Guillermo —informó el embajador austriaco en Berlín—, ha llamado al ministro de Relaciones Exteriores, a quien recibió hoy, para pedirle cuentas respecto a este asunto, y Herr Zimmermann le expuso ampliamente a Su Majestad lo contenido en el breve informe arriba citado.” Al hacer tal cosa, sin embargo, Zimmermann pudo responder a algunos de los reproches de Guillermo II recordándole que la propuesta de alianza coincidía con las sugerencias del propio kaiser. “El ministro afirmó —añadió el embajador Hohenlohe—, que había sido su obvio deber intentar conseguir la ayuda mexicana para el caso de que estallara la guerra, algo que el kaiser mismo le había sugerido con anterioridad.”174
En su defensa pública Zimmermann hubiera podido desmentir todo el asunto y presentarlo como una invención enemiga. Esto hubiera sido sin duda lo más hábil. No tenemos datos más precisos del motivo por el cual reconoció que la nota era auténtica: al kaiser únicamente le manifestó que él “había considerado que lo más atinado era dar a conocer inmediatamente el mismo contenido de la nota antes de que éste fuera deformado por la prensa enemiga y neutral”.175 Quizá hubo dos razones decisivas para su conducta. Por una parte, ésta podría atribuirse al hecho de que él no sabía de qué manera había sido interceptada la nota. Pensaba que ésta había sido divulgada en los Estados Unidos y que en caso de negarlo el gobierno norteamericano podría presentar pruebas manuscritas. Por otra parte, no tenía la menor idea sobre el posible efecto de la nota en los Estados Unidos. Por el contrario en sus declaraciones ante la Comisión de Presupuesto del Parlamento, llegó incluso a atribuir aspectos positivos al descubrimiento de la nota. Zimmermann declaró allí: “El pueblo norteamericano comprenderá rápidamente la peligrosidad de la situación en que lo pondría una guerra con nosotros”.176 Según Lerchenfeldt, “el ministro se inclinaba a un vigoroso optimismo” respecto a los Estados Unidos. Característico de ello es la declaración que hizo inmediatamente antes del rompimiento de relaciones con los Estados Unidos: “Todavía la noche anterior al rompimiento de relaciones —escribió Lerchenfeldt—, el ministro se quejó acerca del terrible pesimismo de quienes veían con alarma la hostilidad norteamericana y dijo: ‘No se preocupen, ya arreglaré yo el asunto con Jimmy’ [el embajador norteamericano James Gerard]”.177
Su táctica defensiva empujó a Zimmermann en tres direcciones: tomó a la ligera el impacto de la nota, intentó echar sobre Bernstorff la responsabilidad por su descubrimiento y siguió haciendo todo lo posible para lograr una alianza con México. La actitud de Zimmermann y del Ministerio de Relaciones Exteriores, la caracterizó el 4 de marzo el embajador austriaco con las siguientes palabras:
En el Ministerio de Relaciones Exteriores me explicaron que la publicación de la propuesta de alianza a México era muy irritante, pero que en general todo el asunto era relativamente insignificante porque todo el mundo tendría que reconocer que Alemania trataría por todos los medios de conseguir aliados para el caso de una guerra con los Estados Unidos.178
Zimmermann también se expresó en estos términos ante la Comisión de Presupuesto del Parlamento: “Además, el presidente Wilson difícilmente puede sorprenderse de que, en caso de declararnos la guerra, echemos mano de todos los medios para crearle dificultades”. Reforzó su argumento indicando que los periodistas norteamericanos destacados en Berlín habían mostrado una total comprensión de su punto de vista:
En las informaciones que ya habían redactado se indicaba que nadie podía criticar la nota dado que ésta había de entregarse después de que la guerra hubiera estallado.179
El tenor de la prensa oficiosa fue similar. La cuestión de Texas, Arizona y Nuevo México fue eludida. Zimmermann intentó justificar este ofrecimiento ante la Comisión de Presupuesto del Parlamento declarando que su objetivo había sido el de incitar a Carranza a que atacara territorio norteamericano. Añadió además:
El señor diputado ha dicho que si la opinión pública en los Estados Unidos llega a saber que nosotros estamos ofreciendo territorio norteamericano a los mexicanos, ello tendrá el efecto de un martillazo. Nosotros únicamente hemos ofrecido a los mexicanos un acuerdo, que ellos podrán aceptar o rechazar. Ésta es una gran diferencia.180
En el mismo sentido discurrió una entrevista preparada de antemano que a Bernstorff le entregó un periodista a su llegada a Copenhague. Según el borrador elaborado por el Ministerio de Relaciones Exteriores, Bernstorff debía haber declarado:
Una cosa es clara, y es que se ha cometido un terrible acto de deslealtad y una violación de la confianza y la buena fe en las relaciones entre los pueblos […] Estoy convencido de que si fuera costumbre alemana publicar la correspondencia de los países que mantienen relaciones pacíficas con nosotros, en algunos escritos del gobierno norteamericano dirigidos al exterior hubiéramos encontrado cosas muy poco congruentes con las patéticas palabras de paz del presidente Wilson.181
Estas frases le parecieron excesivas incluso a Kemnitz, quien dispuso su supresión.182 Bernstorff declaró entonces que Alemania jamás había perseguido en América Latina y en México otros fines que no fueran los económicos. Alemania incluso había “postergado con frecuencia las necesidades de los grandes intereses económicos que tiene en todos estos países para no herir la susceptibilidad de los Estados Unidos”. Alemania había planeado la nota sólo para el caso de una guerra.
Esto explica el hecho de que si los Estados Unidos no nos hubieran declarado la guerra, el gobierno mexicano nunca se hubiera enterado de nuestras intenciones. Pienso que es casi imposible proceder de forma más correcta […] Que el gobierno alemán haya hecho planes generales para tomar medidas destinadas a parar el golpe que los Estados Unidos preparaban contra nosotros, no sólo era su perfecto derecho, sino su obligación y un deber ante el pueblo alemán.183
A Bernstorff le disgustó profundamente esta entrevista, en la que fue obligado a defender una política con la que no estaba totalmente en desacuerdo. Ella reforzó entre los norteamericanos la creencia de que él era uno de los principales culpables de todo el asunto. Por eso les hizo saber subrepticiamente a los norteamericanos en Copenhague que él no había preparado la entrevista, sino que ésta había sido elaborada por el Ministerio de Relaciones Exteriores.184
Uno de los recursos más importantes que utilizó Zimmermann para defenderse de las críticas dirigidas contra él, fue el intento de achacar a Bernstorff la culpa por el descubrimiento de la nota. En todas sus declaraciones afirmó que la idea misma de la nota había sido buena, y que el daño se había debido sólo a causa de su publicación Recalcó reiteradamente su inocencia, e insinuó o dio a entender a través de voceros del Ministerio de Relaciones Exteriores que la nota había sido descubierta en Washington debido a la negligencia de Bernstorff. Zimmermann le dijo al kaiser:
El conde Bernstorff se vio obligado a emplear nuevo personal de toda clase en la cancillería, ya que anteriormente siempre habían ocurrido indiscreciones allí, y temía que esta vez un empleado de la propia embajada hubiese sido sobornado y vendido el telegrama al gobierno norteamericano.185
Voceros del Ministerio de Relaciones Exteriores repitieron estas afirmaciones en conversaciones confidenciales con el embajador austriaco y con los ministros de cada uno de los estados alemanes en Berlín. Éstas adquirieron mayor peso aún a causa de que en el mismo barco en que Bernstorff regresó a Europa los ingleses decomisaron un baúl con despachos suecos. Los ingleses difundieron el rumor de que entre ellos se había encontrado la nota de Zimmermann. Guillermo II, influido quizá por Zimmermann, dio crédito a este rumor. Bernstorff estaba convencido de que el kaiser le mostraba frialdad por esta razón.186
Ante la Comisión de Presupuesto del Parlamento era más difícil presentar tales acusaciones inverificables, dado que Bernstorff contaba allí con algunos partidarios. Zimmermann procedió mucho más refinadamente. Acusó a Bernstorff dando la impresión de que lo defendía. Declaró:
Me es imposible imaginar, como leí ayer en un periódico, que el embajador del kaiser haya entregado la nota a un correo para que éste la llevara a México. No puedo creer que el conde Bernstorff haya procedido tan imprudentemente. Más tarde podremos explicar esto.187
Docenas de rumores sobre la forma en que fue descubierto el despacho habían aparecido en la prensa, pero Zimmermann únicamente se dignó mencionar este rumor particular. El diputado Gróber mordió el anzuelo y atacó a continuación al propio Bernstorff. Manifestó:
En Washington ciertamente ha ocurrido algo incorrecto. La “pérdida” de un expediente en un tranvía, el robo de una chequera, etcétera, son cosas muy extrañas y exigen una investigación a fondo de la embajada alemana. Será necesario que el ministro de Relaciones busque sólo la verdad en este asunto. Todo el espectáculo que rodeó la partida del embajador alemán, tampoco fue muy decoroso. Algo más de discreción y algo menos de emoción hubieran correspondido mejor a la situación.188
Zimmermann perseguía un doble objetivo con estos ataques. Por una parte, la culpa se le debía achacar a Bernstorff: esto era tanto más fácil cuanto que Bernstorff era muy impopular entre los derechistas por su oposición a la guerra submarina ilimitada. Al mismo tiempo, Zimmermann quería quitar de su camino a un rival en potencia y a un hombre que se oponía parcialmente a su política.
Bernstorff se defendió lo mejor que pudo. Tan pronto como arribó a Copenhague le comunicó al representante alemán allí que excluía cualquier traición por parte de los empleados de la embajada.189 Al mismo tiempo parece haberse dirigido a los norteamericanos solicitando su ayuda. Le hizo saber al embajador norteamericano en Copenhague que tenía posibilidades de llegar a ser vicecanciller, y que el asunto de la nota de Zimmermann había destruido esas posibilidades. Sólo si los norteamericanos revelaban públicamente dónde habían obtenido realmente la nota, exonerándolo con ello, le sería posible aún obtener este cargo.190 Naturalmente, los norteamericanos no lo complacieron.
El deseo de inculpar a Bernstorff parece haber predominado también en una investigación ordenada por Zimmermann. El consejero privado, Goeppert, fue encargado de recoger información sobre el descubrimiento de la nota y se le autorizó “para interrogar a los empleados cuya opinión juzgara pertinente”.191 Goeppert tuvo que enfrentarse desde un principio a dos versiones contradictorias. Por una parte, existía la aseveración de Zimmermann de que la nota probablemente había sido divulgada desde el interior de la embajada alemana en Washington. Zimmermann había sostenido reiteradamente esta opinión, pero en una conversación con Lerchenfeldt también había dejado abierta la posibilidad de que la clave empleada hubiera caído desde antes de la guerra en manos de otra potencia.192 El análisis de Bernstorff también se orientaba en este sentido. Éste, que no había sido interrogado por Goeppert, declaró en Copenhague “que o bien la clave es conocida por los ingleses o por los norteamericanos, o la nota fue divulgada en México”.193
Parece ser que por algún tiempo Goeppert se adhirió a la segunda posibilidad expresada por Bernstorff. El gobierno alemán telegrafió a Eckardt el 21 de marzo: “Diversos factores indican traición por México, instámosle tome las mayores precauciones, todos los materiales comprometedores deben ser quemados”.194 Eckardt se opuso enérgicamente a esta versión:
Imposible mayor precaución que la que se ejerce aquí. Los únicos textos existentes me fueron leídos por Magnus de noche (los sirvientes que no hablaban alemán dormían en casa contigua). El texto únicamente ha estado en sus manos o en la caja de seguridad, que sólo Magnus puede abrir.195
Y con una hábil indirecta para Bernstorff, concluyó:
Según Kunkel, aun los telegramas secretos son conocidos por toda la embajada en Washington. Segunda copia se da regularmente a consejeros de embajada. Aquí ni siquiera usamos papel carbón. Favor de informar inmediatamente tan pronto como nosotros seamos exculpados, como sucederá sin duda; de lo contrario, tanto Magnus como yo insistiremos en investigación judicial, posiblemente a cargo del cónsul Grunow.196
Los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores acogieron con júbilo esta interpretación de Eckardt. Se le respondió: “Después de vuestro telegrama es difícil sostener que la delación haya ocurrido en México. En vista de ello pierden su importancia todos los indicios que apuntaban en esa dirección. Ni a usted ni a Magnus se les atribuye culpa”.197
La opinión muy difundida en Alemania de que el mismo Carranza había vendido el telegrama a los norteamericanos, demostró ser insostenible en vista de la declaración de Eckardt de que jamás le había leído a aquél el texto del despacho. Casi todas las investigaciones se concentraron entonces en la embajada alemana en Washington. Al mismo tiempo, Goeppert tuvo que manejar los más diversos informes del servicio secreto alemán acerca del descubrimiento de la nota. Éstos contenían a menudo datos que habían sido intencionalmente propalados por Hall para confundir a los investigadores alemanes. Así por ejemplo, se decía en un informe que la nota había sido enviada a través de Holanda y que allí había sido divulgada.198 El jefe de la oficina de claves a quien asimismo se le pidió una declaración, afirmó: “No tengo ninguna información de que la clave 13040 haya sido descubierta”. Él también había intentado culpar a la embajada alemana en Washington por el descubrimiento de la nota. Hizo resaltar lo siguiente: “Es bien sabido que en los Estados Unidos se ha practicado un espionaje particularmente agudo contra la embajada y sus empleados”.199
El 4 de abril Goeppert presentó un informe provisional. Éste investigó primero si la clave secreta 0075, con la que el telegrama había sido transmitido a Washington, así como la clave 13040, con la que se transmitió de Washington a México, podían haber sido conocidas por los norteamericanos. Por lo que toca al código 0075, Goeppert cayó totalmente en la trampa tendida por Hall. Éste había hecho publicar, no el texto transmitido de Berlín a Washington, sino el que se envió de Washington a México. Goeppert concluyó de ello que la clave 0075 no podía haber sido descubierta. “Si nuestra clave 0075 era conocida por el gobierno norteamericano, entonces la nota hubiera sido publicada con la fecha del 16 y no con la del 19.”200 Goeppert pensaba que era imposible que los norteamericanos conocieran la clave cuando entregaron la nota, ya que de otra manera, según su opinión, no se hubiera pasado al embajador norteamericano en Berlín. Además, el gobierno alemán sabía que los norteamericanos se habían sorprendido por el anuncio de la guerra submarina ilimitada, lo que no hubiera sucedido si hubieran conocido la clave alemana.
Goeppert consideró entonces la posibilidad de que la clave 13040, que era utilizada por las autoridades alemanas en la mayoría de los países latinoamericanos y en los Estados Unidos, pudiera haber caído en manos de los norteamericanos. “El gobierno norteamericano pudo haber adquirido la clave misma o haber mantenido una copia o una fotografía de la misma. Esto pudo haber sucedido en cualquier lugar donde se utilizaba la clave. De ninguno de estos lugares se ha informado un robo de la clave.”201 Goeppert no excluía la posibilidad de que la clave hubiera sido revelada, pero añadía que Washington era el único lugar donde ello habría sido posible, dado que en la embajada alemana de ese lugar se encontraba una caja fuerte cuya combinación no había sido cambiada desde 1902.202
El único análisis correcto, o sea que los ingleses poseían las claves alemanas, nunca fue mencionado, aun cuando había sido indicado por Bernstorff y el mismo Goeppert había recibido una sugerencia similar en un informe del servicio secreto alemán. Entre los muchos informes que le fueron entregados, había uno que decía que “el plan alemán concerniente a México, ha sido descubierto por ‘la inteligencia y el espíritu de iniciativa de los ingleses’. La clave política secreta alemana no es ningún secreto para Inglaterra (declaración inglesa)”.203 Obviamente Goeppert sabía lo que se esperaba de él, pues declaró: “Es más probable que el contenido de la nota mexicana haya sido delatado”.204 Aparentemente seis o siete funcionarios de la embajada en Washington habían trabajado en el desciframiento del despacho. “Todos los funcionarios de nivel medio, con excepción quizá del consejero privado Sachse, que estaba enfermo, y del supernumerario Kühn, conocieron el despacho dirigido a México, y uno de ellos releyó una semana más tarde el texto descifrado.” En tono de queja, Goeppert añadió: “El archivo donde se guardaba este documento era accesible a todos los funcionarios de la embajada”.205
Después que Goeppert cayó en la trampa que le había tendido Hall, también se dejó confundir por Lansing. Escribió:
La declaración de Lansing en el Senado, según la cual no puede proporcionar datos más precisos sobre la adquisición del despacho sin poner en peligro la vida de ciertas personas, refuerza la idea de que hubo una traición. Esto no significa necesariamente que fuera alguien que se encontrara en Alemania o en camino hacia Alemania. También es posible que Lansing haya pensado que la venganza alemana podía alcanzar al culpable incluso en América.206
Con todo, Goeppert no pudo mencionar a ningún sospechoso, sino que concluyó con la observación de que todos los funcionarios, “que han sido interrogados, consideraron imposible que alguno de sus colegas haya podido cometer tal acción”.
Más adelante, sin embargo, el gobierno alemán parece haber encontrado un “sospechoso”. Un funcionario menor de la embajada alemana en Washington, Kunkel, no había regresado a Alemania, sino que se había ido a México porque temía que los ingleses no le otorgaran un salvoconducto, dado que había huido de un campo de prisioneros de guerra en el Canadá.207 En mayo se informó que Kunkel había sido visto en Washington, y creció la sospecha de que “Kunkel había divulgado la nota”.208 El mismo Bernstorff confirmó que Kunkel se hallaba en Washington. Escribió que éste había participado en el desciframiento de la nota, pero pensaba que era poco probable que fuera responsable de su divulgación.209 Esta sospecha fue el único resultado de la investigación de Goeppert.210 Ocho años más tarde, un archivista del Ministerio de Relaciones Exteriores, sin comentario alguno, añadió al expediente cerrado una información periodística publicada en 1925 sobre la declaración de Hall, según la cual los ingleses habían conocido las claves secretas alemanas desde el comienzo de la guerra.
El trabajo de Goeppert, sin embargo, no dejó de tener su importancia. Su investigación contribuyó a destruir la posición de Bernstorff a través de la conjetura de que el despacho había sido divulgado en Washington. El mismo Bernstorff en sus memorias atribuye al asunto de la nota el que ya no pudiera jugar ningún papel apreciable en la política alemana.211 Pero probablemente no fue ésta la única causa, pues su oposición a la guerra submarina ya le había dejado pocas posibilidades de encontrar apoyo entre los militares. El principal resultado del informe de Goeppert fue que el imperialismo alemán sufrió uno de sus mayores fiascos en la primera guerra mundial. Debido a las conclusiones de Goeppert, según las cuales no existía ningún indicio de que las claves alemanas hubieran sido descubiertas, no se cambió la clave 0075, aun cuando las más elementales reglas de la precaución en un incidente de la magnitud del descubrimiento de la nota de Zimmermann hubiera exigido un cambio inmediato para prevenir cualquier eventualidad. De esta manera les fue posible a los ingleses interceptar y descifrar casi todos los despachos radiales entre el cuartel general y las estaciones de ultramar y tomar las medidas correspondientes por parte de los aliados.
Los ataques contra Bernstorff contribuyeron sin duda a que Zimmermann capeara sin mayores dificultades las críticas que se le hicieron en el Parlamento. Esto sorprendió a muchos observadores. “Es digno de señalarse —escribió Lerchenfeldt—, que Zimmermann haya salido tan bien librado del asunto. Algunos diputados ciertamente expresaron en privado que Jagow jamás habría hecho algo así, pero dado que Zimmermann tiene popularidad, se le ha respetado”.212
El motivo de fondo podría buscarse en el hecho de que ni el kaiser, ni los militares, ni los partidos de la mayoría gubernamental, incluido el SPD (partido social-demócrata alemán), estaban dispuestos a prescindir de Zimmermann. Su agresividad, sus enérgicas acciones y sus planes ambiciosos, le habían ganado la benevolencia del kaiser. Los militares y los partidos de derecha estaban impresionados por su aprobación incondicional de la guerra submarina, mientras que para los otros partidos el hecho de no ser un ministro procedente de la nobleza ofrecía una fachada “democrática” que hacía más fácil defender una política exterior imperialista.
A pesar de su éxito momentáneo, Zimmermann sabía que su prestigio había sido dañado. La manera más efectiva de rehacerlo, consistía en probar que su oferta a México aún tenía alguna posibilidad de éxito. Esto contribuyó a que, después de la publicación de la nota, los intentos de lograr una alianza con México, lejos de ser abandonados, se llevaran adelante con mayor intensidad.
El 8 de marzo de 1917, siete días después de la publicación de la nota en los Estados Unidos, la sección política del Estado Mayor General informó al Ministerio de Relaciones Exteriores:
Tras una conversación con el jefe del Estado Mayor del ejército, y tras un acuerdo con el Almirantazgo, el Alto Mando está dispuesto a poner a disposición de México las siguientes armas y municiones, procedentes de las reservas existentes en Alemania: 30 000 modernos fusiles de repetición con 9 millones de cartuchos, 6 piezas de artillería de montaña calibre 7.5 cm con 2 000 proyectiles cada una, 4 obuses adaptados para transporte en la montaña calibre 10.5 cm con 2 000 proyectiles cada uno.213
Estas proposiciones del Estado Mayor demuestran claramente que el gobierno alemán jamás había considerado seriamente el cumplimiento de las promesas que implicaba su oferta de alianza a México, la cual resulta haber sido fraudulenta en prácticamente todos los aspectos. Si Carranza realmente hubiera atacado a los Estados Unidos confiando en la propuesta de Zimmermann, el gobierno alemán no sólo se habría negado a ratificar la alianza propuesta, sino que su ofrecimiento de “abundantes” armas y municiones era ilusorio. Dichas armas no sólo no eran abundantes (resulta difícil imaginarse que diez cañones, 100 ametralladoras y 30 000 rifles le hubieran bastado a México para atacar a los Estados Unidos), sino que el gobierno alemán no había pensado en ninguna forma efectiva de enviar las armas a México.
Diversas posibilidades de transportación fueron consideradas. El Estado Mayor propuso “transportar las armas en un barco equipado por la Marina imperial que navegara bajo bandera extranjera” o —de acuerdo con la esperanza, aún no abandonada, de que el Japón se uniera a la alianza proyectada— “conseguir armas y municiones del Japón”. El Estado Mayor consideró también la compra de armas y municiones en Sudamérica “con fondos del Ministerio de Relaciones Exteriores”.214
Estos medios de transporte eran tan aventurados como la misma nota de Zimmermann. La sección política declaró que en la primera opción existía “peligro de hundimiento por barcos de guerra extranjeros”. La segunda opción dependía esencialmente de la intervención (muy poco probable) del Japón en la guerra contra los Estados Unidos. Si se compraban armas en Sudamérica, los barcos que las transportaran tendrían que pasar el bloqueo de la flota norteamericana para llegar a México, lo que sería sumamente difícil. Es interesante que nunca se haya considerado el único medio por el cual las armas hubieran podido ser transportadas a México, o sea a bordo de submarinos mercantes. No se sabe con seguridad por qué no se pensó en esto.
El Ministerio de Relaciones Exteriores mantuvo en estricto secreto el rechazo de Carranza a la oferta de alianza no sólo ante el público, sino también ante la Comisión de Presupuesto del Senado. Se hizo un nuevo intento por convencer a Carranza de que aceptara una alianza y atacar a los Estados Unidos. En abril-mayo se elaboró una nueva propuesta de alianza que no fue transmitida esta vez por radio hacia México, sino remitida por medio de Delmar, un agente de la sección política del Alto Mando militar. Carranza debía ser convencido nuevamente de que atacara a los Estados Unidos, para lo cual se le ofrecieron esta vez más armas como compensación; ya no se habló más de promesas territoriales. El ministro austriaco en México informó:
Para el caso de que llegara a realizarse la conclusión de un pacto, se ofrecieron a México, sin compensación alguna, varios cientos de miles de fusiles, algunos centenares de piezas de artillería, el envío de peritos para la fabricación de municiones, etcétera. El comunicado no alude ni a una remesa inmediata de oro ni al envío de submarinos.215
Las ideas de Zimmermann eran esta vez aún más grandiosas. Todas las facciones mexicanas, es decir los revolucionarios Villa y Zapata, así como las fuerzas de los Científicos de la época de Díaz, debían unirse a Carranza para atacar conjuntamente a los Estados Unidos. El mando de este ejército debía hallarse en manos de Obregón. Al mismo tiempo, se planearon levantamientos en el sur de los Estados Unidos para apoyar este ataque.216 En un intento desesperado por recobrar algo de su prestigio perdido, Zimmermann hizo afirmaciones obviamente falsas en el Parlamento. Aun cuando no se encuentra en los archivos alemanes un solo informe procedente de México al respecto, el 28 de abril declaró ante la Comisión de Presupuesto del Reichstag:
Parece ser que Villa se une a Carranza. La hostilidad entre estos dos hombres parece ceder ante el enemigo común norteamericano. Así pues, en México se ha producido lo que habíamos esperado. La disposición de México hacia Alemania es totalmente favorable, y en caso de que Norteamérica se volviera realmente contra nosotros, creo que puede suponerse que los mexicanos no dejarán pasar la oportunidad de crear dificultades en la frontera mexicana y de atacar allí.217
Todos estos planes fracasaron, pues los mexicanos no tenían la menor intención de aprovechar esta “oportunidad”. La segunda oferta de alianza le fue presentada a Carranza en agosto de 1917 y fue rechazada exactamente igual que la primera. El ministro austriaco informó:
El Presidente declinó indicando que en vista de la debilidad militar del país, la alianza significaría su ruina casi segura, pero pidió que se le garantizara la ayuda ofrecida para el caso de un ataque por parte de los Estados Unidos, ciertamente esperado por él. Aceptó sin reservas la ayuda ofrecida por Alemania para la posguerra. Ésta es tanto de tipo diplomático-militar como económico, e implica la pacificación del país, su reconstrucción económica y la garantía de su integridad.218
Estas promesas para la posguerra comprendían entre otras cosas
el envío de instructores militares, suministros de armas, desarrollo de la telegrafía inalámbrica, negociación del pago de intereses, préstamos para la reconstrucción del país, modificación del tratado comercial, apoyo diplomático en las negociaciones sobre concesiones petroleras y mineras y sobre los dos bancos de emisión capitalinos.219
Estas promesas tenían por objeto fortalecer a Carranza en su política de neutralidad.
El Estado Mayor alemán parece no haber abrigado desde el principio mucho optimismo respecto a la posibilidad de una alianza. Para el caso de una negativa por parte de Carranza, había dado a Delmar una carta en la que se le pedía a Carranza “mantener vivos los temores norteamericanos de un ataque mexicano”,220 a cambio de lo cual se prometía el interés de Alemania por la integridad de México. Carranza contestó que “las concentraciones de tropas norteamericanas cerca de la frontera mexicana eran prueba de que el deseo de Alemania se había cumplido gracias a la estricta neutralidad de México, la construcción de fábricas de municiones, etcétera”.221
Igualmente ilusorias resultaron las esperanzas alemanas de que todas las facciones mexicanas en lucha se unificaran en contra de los norteamericanos. Parece ser que de hecho agentes alemanes intentaron lograr una reconciliación entre Carranza y Villa en una perspectiva antinorteamericana. Según un informe presentado al cónsul norteamericano en Nogales por el germano-norteamericano Biermann, quien estaba muy estrechamente vinculado con las operaciones alemanas en México, agentes alemanes habían intentado lograr un acuerdo entre Carranza y Villa, pero Carranza se había negado a ello. Algunos días más tarde, Carothers, el antiguo representante norteamericano ante Villa, informó que el comerciante alemán Kettelsen había intentado en vano lograr una entrevista entre Villa y Murguía, jefe de las fuerzas carrancistas en Chihuahua.222
Las esperanzas de éxito en estos intentos pudieron haber movido a las autoridades alemanas a seguir entregando armas a Villa en marzo de 1917. El agregado militar alemán en México escribió: “El vicecónsul en Mazatlán informa que Villa, apoyado por los alemanes, espera recibir tres cargamentos de municiones que deben ser llevados a tierra entre Mazatlán y Manzanillo a bordo de veleros. El vicecónsul afirma que esta información es digna de crédito”.223
Cuando no se logró ningún acuerdo entre Villa y Carranza, y fue necesario elegir entre uno de los dos, los alemanes parecen haber abandonado totalmente a Villa. A partir de abril-mayo de 1917 no se encuentran informes ni en los documentos alemanes ni en los norteamericanos sobre ayuda alemana a Villa.
En los informes que envió a Berlín durante todo el año de 1917 Eckardt reiteró continuamente su confianza en la actitud favorable de Carranza hacia Alemania. Tales informes tenían por objeto principal ganarle a Eckardt la buena voluntad de su jefe, Zimmermann, e inducir al gobierno alemán a secundar sus promesas a Carranza con dinero y, posiblemente, con armas.
Empero, las acciones de Eckardt, de las cuales no informó sino más tarde, desmienten esa confianza, siendo, como eran, resultado de su creciente convicción entre los meses de abril y junio de 1917 de que Carranza pensaba cambiar de actitud y dar quizá un viraje total en su actitud hacia Alemania.
Esta convicción no era infundada. Hay indicios de que en esos meses Carranza pensaba, efectivamente, darle un giro radical a su política anterior. Las opciones que estaba considerando iban desde una neutralidad activamente pronorteamericana hasta la declaración de guerra a Alemania. Las presiones norteamericanas, el temor a una intervención militar de los Estados Unidos, así como el embargo sobre las ventas de armas y, en parte, de alimentos norteamericanos, influyeron en dicho cambio de actitud por parte de Carranza.
El 24 de mayo de 1917, Fletcher visitó a Carranza por encargo de Wilson y solicitó que el gobierno mexicano impidiera cualquier intento alemán de efectuar sabotaje contra los Estados Unidos desde México.224 Carranza no sólo manifestó su acuerdo con esta solicitud, que correspondía según el derecho internacional a la posición de un país neutral, sino que sugirió además que los aliados hicieran proposiciones de paz a Alemania. Si Alemania no las aceptaba, entonces los países neutrales deberían ponerse del lado de los aliados.225 Esta proposición era sin duda favorable a la Entente, y de ello Fletcher se mostró muy “estimulado”. No se sabe si Carranza hizo además otras proposiciones. Ello parece probable, pues en ese tiempo tanto los diplomáticos como la prensa norteamericana expresaron reiteradamente que Carranza se inclinaba cada vez más hacia los aliados. Así, según informes alemanes, el embajador norteamericano en Suiza declaró: “Según informes procedentes de Washington, el peligro mexicano se ha disipado. Probablemente Carranza ha sido comprado. Contrariamente a sus intenciones originales, los Estados Unidos enviarán ahora tropas a Francia”.226 A finales de abril, el New York Times publicó un despacho de su corresponsal en Monterrey: “Es muy probable que en los próximos días México rompa sus relaciones con las Potencias Centrales y se una a la Entente”,227 A principios de junio de 1917 el gobierno mexicano dio un paso más. El 4 de junio Aguilar, secretario mexicano de Relaciones Exteriores le dijo al representante diplomático del Japón en México, Ohta, que en caso de que México se uniera a los aliados declararía la guerra contra Alemania en calidad de aliado del Japón.228 Se esperaba evitar así la impresión de que México se unía a los aliados por presiones norteamericanas.
El gobierno japonés ordenó inmediatamente a Ohta que evitara verse envuelto en los asuntos mexicanos. El Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón le comunicó a su representante en México que el argumento de Aguilar era absolutamente ridículo y sólo tenía por objeto utilizar al Japón para conveniencia de México.229
Mientras proseguían estas negociaciones, varios miembros del Consejo y del Senado mexicano estaban pidiendo un rompimiento con Alemania. Eckardt no ignoraba todos estos esfuerzos. Los tomó tan en serio que inmediatamente organizó una conspiración, acerca de la cual escribió más tarde:
Hace menos de un año consideré aconsejable —esto fue en abril— asegurar nuestra posición. Senadores que habían sido comprados y diputados al Congreso instaban a Carranza a romper relaciones con Alemania en vista de las dificultades financieras y la escasez de alimentos. Me reuní durante varias noches con generales influyentes; doce de ellos organizaron una asociación secreta. Me dieron seguridades, que potencialmente los ponían en mala situación con Carranza, de que tomarían las armas contra él si llegaba a un acuerdo con Estados Unidos a costa nuestra.230
Tanto los norteamericanos como Carranza sabían que las promesas de estos generales no eran meras habladurías. En octubre de 1917 Fletcher informó que los generales Treviño y López habían declarado que, en caso de un rompimiento con Alemania, atacarían Tampico y destruirían allí sus reservas petroleras.231 Un mes más tarde, el cónsul norteamericano en Frontera de Tabasco informó que los oficiales del ejército apostados en ese lugar le habían manifestado abiertamente que se rebelarían en caso de que México entrara en la guerra al lado de los aliados.232 Pocas semanas más tarde, el cónsul norteamericano en Mazatlán escribió que los militares mexicanos hacían preparativos de rebelión para el caso de que México renunciara a su neutralidad.233 En 1933, Justo Acevedo, un íntimo confidente de Carranza le contó al embajador norteamericano en México que durante la guerra mundial le había pedido a Carranza que hiciera pública su simpatía por los aliados. Carranza le escribió al respecto que sus generales lo derrocarían en caso de hacer tal cosa, sobre todo Obregón y Calles.234 Pero no fue la actividad de los jefes del ejército; tal actividad sólo pudo tener éxito gracias a la disposición abiertamente antinorteamericana reinante en el ejército.
Una neutralidad disimulada de Carranza en favor de los Estados Unidos resultó imposible no sólo por la actitud del ejército, sino también por la misma política norteamericana que durante mucho tiempo se había guiado por la consigna de “todo o nada”. Tras largas negociaciones se dio a entender a Carranza que sólo en caso de que México renunciara a su neutralidad podría concederse un préstamo norteamericano. Buques de guerra norteamericanos permanecieron en puertos mexicanos más del límite de 24 horas fijado por el derecho internacional.235 Aunque el embargo sobre las exportaciones de armas a México se levantó por corto tiempo en julio de 1917, volvió a ser puesto en efecto cuando Carranza no tomó medidas para romper con Alemania. México se vio también duramente afectado por el embargo norteamericano sobre las exportaciones de alimentos.236 El mismo Fletcher describió esta política con las siguientes palabras: “El gobierno mexicano está descubriendo que es difícil mantenerse en el poder y permanecer neutral al mismo tiempo”.237 Precisamente por esa razón Carranza decidió buscar ayuda en el país que cobraría menos por ella: Alemania.