El golpe de Estado de Huerta y la victoria temporal que éste significó para la clase gobernante tradicional había eclipsado momentáneamente la desunión y la disensión en el seno del campo revolucionario. Sin embargo, el debilitamiento de Huerta y el avance del ejército revolucionario revivieron las viejas contradicciones ya existentes bajo Madero a las cuales pronto se sumaron otras nuevas, íntimamente ligadas con las rápidas e importantes transformaciones que ocurrieron en la composición social y la dirección de los movimientos revolucionarios en el periodo 1913-15.
Dentro de un sector del movimiento carrancista había surgido ya en 1913 un nuevo grupo dirigente para el cual la revolución vino a ser una fuente importante de enriquecimiento personal y de cuyas filas pronto saldría una nueva burguesía. Es muy poco lo que se sabe aún sobre este proceso de autoenriquecimiento. Menos todavía se sabe sobre los usos que dio esta nueva burguesía a la riqueza recién acumulada. La respuesta a estas preguntas arrojaría luz sobre la composición, modos de pensar y aspiraciones de estos importantes portavoces de la nueva dirección carrancista.
Parece que hubo dos periodos bien definidos en el desarrollo de esta nueva burguesía. Hasta 1915 lo que se dio fue una especie de simple apropiación de la riqueza de una parte de la vieja oligarquía por este nuevo grupo, lo cual sucedía, generalmente, cuando haciendas pertenecientes al viejo grupo gobernante eran ocupadas por generales “revolucionarios” y despojadas de todas sus riquezas movibles. Este tipo de ocupaciones por generales carrancistas y anticarrancistas fueron denunciados amargamente por un orador en una sesión de la Convención Revolucionaria que tuvo lugar en Cuernavaca:
Que en el Estado de San Luis y parte del de Tamaulipas, en donde he presenciado esto, cada una de las intervenciones hechas no ha venido a favorecer al pueblo, ni ha venido a parar en manos del pueblo un solo pedazo de tierra, ni se ha beneficiado en nada al proletario; con un solo grano de maíz, no se ha beneficiado a los hambrientos, ni a los desheredados. Causa rubor y vergüenza decirlo, causa tristeza pero es necesario; las intervenciones han venido a proporcionar brillantes a las manos de quienes las han hecho; han proporcionado capitales a los que antes de ir a la Revolución no tenían un solo centavo […] y que hoy se pasean orgullosamente, vanamente, por las calles de la metrópoli de México, y por las calles de las capitales en automóviles cuya procedencia no podrían justificar debidamente.1
Si bien Carranza había prohibido estrictamente a sus generales que distribuyeran entre los campesinos las tierras de las haciendas que ocupaban, les dio mano libre en lo que a los ingresos de las mismas se refería. Algunos generales utilizaron estos ingresos primordialmente para alimentar y armar a sus soldados, pero otros los gastaron en beneficio propio. Las posibilidades de enriquecimiento personal se derivaban de su poder político y militar. Muchos de ellos proporcionaban “protección” contra las confiscaciones por parte del ejército y contra los ataques de los bandidos, principalmente a compañías extranjeras (que no debían ser expropiadas), pero también a algunos hacendados y dueños de fábricas mexicanos. También les proporcionaban “protección” contra sus propios campesinos y trabajadores, por la cual los propietarios de fábricas y haciendas pagaban sumas apropiadas. Un ejemplo típico fue el caso de Sewell Emery, propietario norteamericano de una hacienda azucarera en el estado de Veracruz, en la cual se habían desarrollado formas “clásicas” de servidumbre por endeudamiento muy semejantes a la esclavitud. John Lind, quien visitó esta hacienda en compañía del almirante Frank F. Fletcher en 1914, contó haber visto campesinos llevados por la fuerza a trabajar con capataces armados de látigos y vigilados por guardias armados. Estremecido por esta experiencia, declaró ante un comité del Senado norteamericano en 1920: “Tanto el almirante Fletcher como yo nos asombramos de que semejantes condiciones existieran todavía en algún lugar, pero sí existían”.2 Podrían haberse esperado levantamientos de importancia en una hacienda como ésta; sin embargo, en 1920, cuando Emery habló ante el Senado norteamericano sobre las condiciones imperantes en su propiedad, parecía muy satisfecho con el curso que había seguido la revolución en la región donde se localizaba ésta. En 1914 y 1916 se había establecido cerca de su hacienda un general “revolucionario” carrancista, quien a cambio del dinero pagado por Emery había protegido al hacendado no sólo de las confiscaciones militares sino también de posibles levantamientos de los peones de su hacienda.3
Cunard Cummins, encargado de negocios británico y antiguo cónsul en Torreón, mencionó en un informe confidencial dirigido a su gobierno algunas otras formas de enriquecimiento de estos generales revolucionarios.4 Es difícil saber si todas sus afirmaciones son ciertas, pero hay poca duda en cuanto a los métodos descritos por él. Cummins escribió que el general Benjamín Hill frecuentemente hacía encarcelar a personas inocentes para extorsionarlos. El general Francisco Robelo, gobernador provisional del Distrito Federal, aparentemente ordenó “el saqueo de muchas casas de familias prominentes”. Cummins también informó que el coronel Meza Prieto, jefe interino de la policía de la ciudad de México, “había reorganizado la conocida banda de ladrones La Mano que Aprieta”. Hacía detener a personas adineradas acusándolas de ser enemigos políticos del gobierno, y al día siguente enviaba a uno de sus agentes a la celda para ofrecer al prisionero su libertad mediante el pago de mil pesos o más.
Para plagiar a una respetable dama de la ciudad de Morelia, el general Ortiz Rubio, gobernador de Michoacán —escribió Cummins—, envió algunos de sus soldados disfrazados que al grito de “¡Viva Villa!” apresaron a su marido en la casa de juego donde se encontraba. Entre tanto, la señora fue llevada por la fuerza a la residencia del gobernador. Se obtuvo una suma de $ 30 000 por el rescate del marido, además de $ 20 000 que fueron sustraídos de las mesas de juego cuando aquél fue detenido.
Cuando el ejército carrancista empezó a ejercer el poder sobre una extensión cada vez mayor del territorio nacional, después de 1915, estos “métodos” de enriquecimiento dieron paso a formas mucho más complejas, indirectas y efectivas de expropiación y acumulación de capital, con las que la nueva burguesía empezó a utilizar su control del Estado. Así, como añadía Cummins, “Obregón, tan pronto afianzó su dominio sobre el estado de Sonora, se apoderó de los ferrocarriles y los empleó exclusivamente para fomentar sus propias empresas comerciales, sobre todo la cosecha y venta de garbanzos en la región del río Yaqui. Mediante el control de los ferrocarriles, pudo evitar que los productores llevaran sus cosechas al mercado y los obligó a vendérselas a precios ridículos. De esta manera ha logrado amasar, en el negocio de los garbanzos, un capital de varios millones de pesos”. De manera similar se expresó Cummins sobre los generales Murguía y Diéguez, quienes utilizaron su control de los ferrocarriles para crear monopolios comerciales.
Carranza mismo no es mencionado en estos informes de Cummins, y rara vez fue acusado de haberse enriquecido personalmente. Lo mismo puede decirse de los partidarios más radicales de su movimiento. Si bien Cummins acusó a Heriberto Jara de ser un “bolchevique peligroso”, nunca le imputó la búsqueda de beneficios personales. Cummins apenas menciona a la mayoría de los radicales en este sentido.
Sería una simplificación muy burda tratar de sacar conclusiones serias sobre las concepciones económicas y sociopolíticas de la nueva clase alta sólo a base de su afán de ganancias personales. Tal análisis requeriría estudios minuciosos sobre la naturaleza de las inversiones de capital, si es que las hubo, y sobre la creación o ausencia de vínculos con el capital extranjero y con la vieja oligarquía dominante. Entre los intereses de un hombre como Obregón, que fundó un imperio económico en Sonora,5 y Murguía,6 que depositó la mayor parte de su dinero en bancos norteamericanos, existían diferencias que no pueden soslayarse.
A diferencia de Madero y sus consejeros, todas las facciones del movimiento carrancista estaban de acuerdo en que había que despojar a la vieja oligarquía porfiriana de su poder político y militar. Para la nueva “burguesía carrancista”, éste era el único medio de asegurar su riqueza recién adquirida. Para los partidarios radicales de Carranza, la eliminación del antiguo ejército porfirista era la condición indispensable para la realización de reformas sociales en México.
Carranza y sus seguidores, a diferencia de Madero, convenían en la importancia de limitar el poder de las compañías extranjeras, predominantemente norteamericanas, así como el de las pertenecientes a la vieja oligarquía porfirista, y exigían una acción decisiva contra el capital extranjero. Algunos de los dirigentes carrancistas sólo pedían mayores impuestos y mayor control estatal de los intereses extranjeros; otros la expropiación total de estas empresas.
La oposición de la nueva clase alta dentro del movimiento carrancista a las compañías extranjeras, principalmente norteamericanas, se fundaba en primer lugar en el antagonismo natural de una burguesía en ascenso frente a la hegemonía de las grandes empresas extranjeras en su país. Además, las exhortaciones a anexarse el norte de México, ampliamente difundidas en los Estados Unidos, no pasaban inadvertidas para los revolucionarios, especialmente los norteños. También ciertas motivaciones financieras determinaron la actitud de los revolucionarios norteños frente al capital extranjero.
En los estados controlados por Carranza, las plantaciones, minas y pozos petroleros que producían mayores utilidades estaban en manos norteamericanas. A medida que disminuía la producción de las industrias y haciendas mexicanas a causa de la guerra civil, las autoridades carrancistas se vieron obligadas, tarde o temprano, a imponer mayores impuestos a las empresas extranjeras hasta entonces casi exentas de tributación.
Si bien existían diferencias entre el movimiento maderista precedente y el movimiento carrancista respecto al poder político y militar de la vieja oligarquía porfirista, había gran similitud en sus posiciones frente al poder económico de la vieja clase dominante.
Aunque el carrancismo cultivaba una retórica mucho más radical en sus planteamientos sociales, se apartaba en realidad muy poco del conservadurismo económico de Madero. Carranza había subrayado reiteradamente en sus proclamas la necesidad de una reforma agraria radical, que había de expropiar las grandes propiedades de los viejos hacendados porfirianos; pero, al igual que en el caso de Madero, tomó muy pocas medidas prácticas en ese sentido. De hecho, su política real operó en forma contraria. A partir de 1915, ordenó la devolución de las haciendas confiscadas a sus antiguos propietarios. En 1917 pudo informar al Congreso Constituyente sobre el éxito de tales medidas en la mayor parte del territorio dominado por él. Hubo algunas notables excepciones, como la del estado de Tlaxcala, donde un antiguo aliado de Zapata, Domingo Arenas, se había pasado al carrancismo, a cambio de lo cual el Primer Jefe permitió a algunos de los campesinos que lo seguían conservar las tierras que habían ocupado.7 En Sonora algunos generales se convirtieron en dueños de las haciendas que habían confiscado a los terratenientes porfirianos.8 Lamentablemente, nunca se han estudiado el desarrollo y las causas de esta devolución masiva de tierras, que distingue a la revolución mexicana de otras grandes revoluciones sociales.9 Por ello no es fácil analizar los modos de acción y las reacciones tanto de los afectados por la devolución de las tierras como de quienes la llevaron a cabo. Es más fácil explicar las motivaciones del mismo Carranza, puesto que sus acciones concordaban muy bien con su ideología conservadora. Sin embargo, también los factores económicos y políticos jugaron un papel importante.
Carranza estaba interesado en reactivar, tan pronto como fuera posible, la producción agraria que había decaído notablemente a causa de los acontecimientos revolucionarios. Estaba convencido de que sólo los hacendados y no los campesinos, eran capaces de lograr tal cosa. También ciertas razones políticas pueden haber influido en Carranza. En julio de 1914, cuando el régimen huertista sufrió un colapso total, el poder político de los hacendados porfirianos experimentó un revés, pero no quedó destruido completamente. No existe prueba alguna de que haya habido grandes rebeliones campesinas en el sur o el centro de México, con excepción de la región controlada por Zapata, como consecuencia de las cuales los hacendados fueran expulsados o dispersados. Por el contrario, en muchas de las principales regiones de México, los hacendados seguían controlando sus propiedades. Muchos de ellos habían levantado o subvencionado ejércitos privados, como por ejemplo en Guanajuato, que oficialmente se autotitu-laban “revolucionarios”.10 Carranza, quien quería debilitar y destruir dondequiera que fuera posible al ala más radical de la revolución, aceptó abiertamente la cooperación de sectores de la vieja oligarquía. La devolución de las haciendas ocupadas fue, al mismo tiempo, una transacción y un gesto de buena voluntad.
En contraste, es mucho más difícil explicar por qué una buena parte de la burguesía carrancista devolvió sin oponer mucha resistencia las haciendas que habían ocupado principalmente para su propio beneficio. Más difícil aún es explicar por qué los jefes carrancistas más radicales toleraron, también sin oposición, la devolución de las tierras expropiadas a sus antiguos propietarios. Es posible, sin embargo, formular ciertas hipótesis. La burguesía puede haber considerado su control del Estado como una fuente de riqueza menos onerosa, menos arriesgada; menos costosa y más productiva que la administración de las haciendas. Rosalie Evans, la propietaria inglesa de una gran hacienda cerca de Puebla, describió en una carta su regreso en 1917 a la hacienda que ella y su marido habían abandonado años antes en medio de las luchas revolucionarias. Mientras tanto, un pueblo de campesinos se había apoderado de la hacienda. Rosalie Evans se dirigió al general carrancista que mandaba en el lugar y le pidió que la ayudara a recuperar su tierra. El general se declaró del todo dispuesto a proceder contra el pueblo, a condición de que Rosalie Evans le entregara anualmente una parte de su cosecha. Lo mismo exigió a todos los hacendados de la región.11 Oviamente, tal proceder era mucho menos riesgoso para el general que tomar en sus manos la administración de las haciendas.
La aquiescencia de los radicales en el bando carrancista a esta devolución masiva de las haciendas expropiadas requiere una explicación diferente. Resulta sorprendente que, al mismo tiempo que Carranza disponía la devolución de las tierras expropiadas, expidiera una serie de decretos que estipulaban amplias reformas agrarias. Es muy posible que los líderes más radicales entre los carrancistas estuvieran convencidos de que era más fácil realizar una reforma agraria a expensas de los hacendados porfirianos, que a costa de les jefes militares carrancistas. Tal vez hayan pensado que una vez que las haciendas fueran sustraídas del control directo de los militares, éstos tendrían menos razones para oponerse a una reforma agraria radical.
La nueva burguesía carrancista se puede comparar en muchos aspectos con los termidorianos en Francia después de la dictadura jacobina. El nuevo grupo dominante francés temía ataques tanto de parte de los revolucionarios radicales como de los representantes de la vieja oligarquía. De los primeros temía un resurgimiento del poder de los jacobinos; de los segundos una contrarrevolución de los realistas o una invasión de las potencias extranjeras aliadas a ellos. También la burguesía carrancista se sentía presionada tanto por las fuerzas radicales como por los conservadores. Por una parte, su posición se encontraba amenazada por todas las fuerzas que exigían una reforma agraria inmediata y radical que hubiera puesto en peligro los bienes y las fuentes de ingresos recién adquiridos. De parte de las fuerzas conservadoras, temía una resurrección del poder político de la vieja oligarquía y, quizás en mayor medida, un aumento de la influencia extranjera, principalmente norteamericana, en México.
Estas consideraciones obligaron a la burguesía carrancista, de igual manera que a sus predecesores termidorianos en Francia, a practicar una política de constante vaivén entre los radicales y los conservadores. Para combatir a las fuerzas radicales dentro de la revolución que exigían la expropiación inmediata y total de las grandes haciendas, la burguesía carrancista necesitaba el apoyo de sus aliados entre los hacendados de la época porfiriana. Pero a fin de mantener la hegemonía en esta alianza y no ser absorbido o dominado por sus propios aliados, Carranza necesitaba cierto apoyo de masas.
La oposición contra Carranza tenía su centro en aquellas regiones donde la rebelión maderista había gozado de su más amplia base popular y donde la demanda de extensas reformas sociales se había manifestado de la manera más vehemente: Morelos y Chihuahua. Los jefes más importantes y prominentes de esta oposición eran Emiliano Zapata y Francisco Villa.
El rompimiento entre Carranza y Zapata es el más fácil de explicar, porque tuvo un carácter de clase muy marcado. Zapata fue el único jefe revolucionario que llevó a cabo desde un principio una amplia repartición de tierras entre los campesinos de su región. El conflicto entre su movimiento y el de Carranza nació del antagonismo natural entre un campesinado que exigía una reforma agraria radical e inmediata y un movimiento que, dominado como estaba por una vieja y una nueva burguesía, se oponía a tales cambios radicales. Hasta la derrota de Huerta, Zapata jamás reconoció la autoridad de Carranza, pero en interés de la lucha general contra Huerta, tampoco hizo ninguna declaración en su contra. Poco antes de la derrota de Huerta, sin embargo, el Ejército Libertador del Sur dio a conocer una adición al Plan de Ayala en que se designaba a Zapata como el jefe supremo de la revolución. Con ello, Zapata entró en abierta oposición a Carranza, de quien él y su movimiento desconfiaban profundamente. Veían en aquél a un hombre tan poco inclinado como Madero a llevar a cabo una reforma agraria. La prueba de ello, en su opinión, era la ausencia de toda reivindicación social en el Plan de Guadalupe de Carranza, así como la composición de su gobierno.
Esta desconfianza aumentó debido al comportamiento de Obregón en el momento de la toma de la ciudad de México. De todos los ejércitos revolucionarios, el de Zapata era el que se encontraba más cerca de la ciudad. Por ello lo más natural era que, tras la derrota del gobierno que había sucedido a Huerta, los zapatistas fueran los primeros en entrar en la capital. Para evitar esto, Obregón llegó a un acuerdo en Teoloyucan con el jefe de la policía huertista y con el comandante en jefe del ejército federal, según el cual estos últimos se comprometían a defender la ciudad contra Zapata hasta la llegada de Obregón.
Tras la ocupación de la ciudad, Carranza intentó llegar a un acuerdo con Zapata. Su principal objetivo era protegerse de un ataque por el sur, en caso de que la amenaza cada vez mayor de un conflicto con Villa se hiciera realidad. En agosto de 1914 nombró una delegación que debía entrar en contacto con Zapata; su miembro más distinguido era Luis Cabrera, quien ya desde 1911 se había manifestado en favor de una reforma agraria. Hasta donde se puede comprobar, Carranza estaba dispuesto a reconocer el dominio de los zapatistas sobre la región ocupada por éstos y a aceptar algunas de sus demandas relativas a una reforma agraria.12
El factor que hacía deseable para Carranza llegar a un acuerdo temporal con Zapata, o sea el deseo de tener las manos libres en caso de un conflicto con Villa, tenía para Zapata precisamente la significación contraria. Para éste era claro que Carranza probablemente se volvería contra él tras de vencer a Villa. Por ello no estaba dispuesto a una transacción y le puso a Carranza condiciones que eran obviamente inaceptables. Exigió el reconocimiento completo del Plan de Ayala. o sea su jefatura de la revolución, y la renuncia de Carranza o la inclusión en el gobierno de un zapatista que tendría derecho de veto sobre todas las decisiones del gobierno carrancista. Como era de esperarse, Carranza rechazó estas condiciones.
Después que las negociaciones fueron suspendidas, Zapata se dirigió al pueblo mexicano con una de sus proclamas más elocuentes, probablemente redactada por su asesor, Soto y Gama: “El país quiere algo más que todas las vaguedades del señor Fabela, patrocinadas por el silencio del señor Carranza. Quiere romper de una vez con la época feudal […]” ¿Qué es lo que han ofrecido Carranza y sus seguidores al pueblo? “Reforma en la administración […] pureza ideal en el manejo de los fondos públicos […] libertad de imprenta para los que saben escribir, libertad de votar para los que no conocen a los candidatos, correcta administración de justicia para los que jamás ocupan a un abogado; todas esas bellezas democráticas, todas esas grandes palabras con que nuestros abuelos y nuestros padres se deleitaron han perdido ahora su mágico atractivo y su significación para el pueblo […]” El pueblo mexicano había aprendido, seguía diciendo la proclama, que “con elecciones o sin elecciones, con sufragio efectivo y sin él, con dictadura porfirista y democracia maderista, con prensa amordazada y con libertinaje le prensa, y siempre y de todos modos él sigue rumiando sus amarguras, padeciendo sus miserias, devorando sus humillaciones inacabables […]” Y se planteaba la pregunta: ¿Quienes se presentan como los nuevos “libertadores” son realmente mejores que los anteriores? La respuesta era inequívoca: los hombres del sur continuarían la lucha por la causa del pueblo hasta alcanzar la victoria.13
Si bien la mayoría de los investigadores concuerdan respecto a la naturaleza del conflicto entre Zapata y Carranza, la causa del rompimiento entre Villa y Carranza es uno de los problemas más discutidos de la revolución mexicana. Existen tres interpretaciones radicalmente opuestas.
Dos de esas interpretaciones consideran el conflicto esencialmente como una lucha de clases, mientras que la tercera lo ve tan sólo como una lucha por el poder entre caudillos rivales, de las que tanto abundaban en la historia latinoamericana. Entre los exponentes de la teoría de la lucha de clases existen dos escuelas marcadamente opuestas. Una de ellas considera las diferencias entre Villa y Carranza de la misma manera que las que se produjeron entre Zapata y Carranza. Según esta interpretación Villa había repartido la tierra de las haciendas entre los campesinos y provocado con ello la animosidad del ala más conservadora del movimiento revolucionario.14 La segunda escuela sostiene precisamente lo contrario, a saber, que Villa, y no Carranza, representaba a la reacción: Villa no realizó ningún reparto de tierras y otorgó puestos importantes a conservadores como Ángeles y Maytorena. Esta escuela también afirma que el programa agrario de Villa era más conservador que el de Carranza y que aquél mantuvo relaciones más estrechas con los Estados Unidos que Carranza.15
La tercera escuela no ve absolutamente ninguna diferencia digna de mención entre el carácter social del villismo y del carrancismo. Según esta opinión, el conflicto no fue otra cosa que la lucha por el poder entre dos camarillas rivales. Ambos grupos tenían programas agrarios similares y proclamaban su apoyo a la revolución y a las libertades democráticas, pero ninguno de los dos cumplió lo que postulaba en sus programas.
Lo que hace tan difícil la configuración de este problema es que ninguna de estas interpretaciones puede reclamar para sí toda la verdad porque la realidad presenta una mezcla más compleja de los elementos que cada una de estas hipótesis subraya. No cabe mucha duda en cuanto a que Villa, a diferencia de Zapata, no llevó a cabo un programa de reforma agraria masiva en los territorios que dominaba (las razones de ello están expuestas en el capítulo 3). Pero tampoco cabe mucha duda en cuanto a la existencia de profundas diferencias entre Villa y Carranza en lo tocante a las cuestiones agrarias, y en cuanto a que estas diferencias no eran en modo alguno meramente teóricas.
El Primer Jefe estaba decidido a devolver la mayor parte de las haciendas confiscadas a sus antiguos propietarios, en tanto que Villa se oponía firmemente a esta medida y declaró repetidas veces que esas haciendas deberían ser entregadas a los campesinos (en diferentes momentos Villa especificó diversos grupos de beneficiarios) después del triunfo de la revolución. El secretario de gobierno de Villa y administrador de las haciendas y empresas expropiadas, Silvestre Terrazas, enunció las diferencias con la mayor claridad cuando definió el conflicto entre Villa y Carranza:
Uno de los jefes quería obrar con todo radicalismo confiscando los bienes del enemigo y expulsando a los elementos corruptos, el otro desaprueba su conducta, dispone la devolución de algunos de los bienes confiscados y se deja sorprender de una infinidad de enemigos, que día a día lo alejan de los hombres revolucionarios, del principio y fines de la revolución.16
Roque González Garza, uno de los colaboradores más cercanos de Villa, quien encabezó por un tiempo el gobierno convencionista, expresó su convicción de que las diferencias de opinión en torno a la cuestión de las haciendas expropiadas fueron decisivas para la ruptura entre Villa y Carranza.17 Sin embargo, la cuestión ha sido prácticamente olvidada por la mayoría de los historiadores. En general esta omisión no se debe a ningún deseo consciente de oscurecer el problema, sino al hecho de que la facción villista, en sus manifiestos y documentos, también dio poca importancia a la cuestión o la pasó por alto totalmente. Como intento demostrar en otra parte de este capítulo, la omisión no se debió a un descuido, sino que estaba relacionada con el hecho de que Villa permitió a conservadores como Felipe Ángeles articular la expresión de su ideología, aunque nunca permitió que determinaran su política. Esta actitud de parte de Villa se debía tanto a su falta de interés (y posible desprecio) por las cuestiones ideológicas cuanto a su temor a suscitar la hostilidad de los Estados Unidos con pronunciamientos demasiado radicales.
Una segunda diferencia social importante entre el movimiento villista y el carrancista consiste en que sólo en las regiones administradas por Villa una parte importante de los ingresos producidos por las haciendas expropiadas llegó hasta las clases más pobres de la población. Las eficaces medidas sociales de Villa para abaratar los precios de la carne en Chihuahua y para apoyar a los mineros y madereros desocupados, su intento (que sin embargo no llegó a ponerse en práctica) de otorgar créditos a los grupos más pobres del campesinado, ya han sido apuntados. Esta política socialmente orientada era una de las características definitorias de la ideología de Villa.18 Cuando el enviado especial de Woodrow Wilson en México, Duval West, tuvo una larga conversación con Villa y sus colaboradores en 1915, quedó con la impresión de que el fundamento de la ideología villista consistía en que las propiedades de los ricos debían ser administradas por el gobierno en beneficio de las masas populares; el ideal socialista, si bien no claramente expresado, parecía dominar el movimiento.19
Resulta significativo que, con pocas excepciones, todos los dirigentes o movimientos campesinos en el norte de México se pusieron del lado de Villa. Éste parece haber sido el caso no sólo en Chihuahua sino también, en gran medida, en los estados de Coahuila, Durango y Sonora. Toribio Ortega y los campesinos de Cuchillo Parado, que desde 1903 habían venido luchando contra un hacendado vecino y más tarde contra el alcalde nombrado por el gobierno de Chihuahua, se unieron a Villa. Lo mismo hicieron los dirigentes y la gran mayoría de los habitantes de los pueblos de Namiquipa y Janos, en lucha contra el gobierno del estado para conservar sus tierras desde principios del siglo xx. En Sonora, la mayoría de los indios yaquis apoyaron a Villa. Otro de sus adeptos fue el dirigente campesino más importante de la región lagunera de Coahuila y Durango, Calixto Contreras, quien había encabezado la resistencia de los campesinos de San Pedro Ocuila en 1905 contra el despojo de sus tierras por la hacienda de Sombreretillo.20
A diferencia de los revolucionarios zapatistas del sur de México, los campesinos constituían sólo uno de los elementos del movimiento villista, sumamente heterogéneo.
Para el ala conservadora del movimiento villista, el conflicto era fundamentalmente una lucha por el poder, ya que sus miembros no tenían ninguna objeción a la política social de Carranza. Por el contrario, muchos de los villistas de clase alta, como Ángeles y Maytorena, se declararon contrarios a las reformas sociales radicales. Maytorena, gobernador de Sonora y el aliado más importante de Villa en ese estado, había hecho todo lo posible por impedir una reforma agraria radical en su estado. Frustró sin tapujos la aprobación de una ley agraria presentada en el Congreso de Sonora, en 1914, por el general revolucionario Juan Cabral. En 1914 Maytorena, siguiendo el ejemplo de Carranza, empezó a devolver un número considerable de las haciendas expropiadas a sus antiguos dueños.21 Ángeles se pronunció repetidas veces en contra de la expropiación radical de las haciendas.
Estos hombres expresaban la posición de la vieja burguesía que se había agrupado en torno a Villa y de la nueva que había surgido en el seno de su movimiento. La “burguesía villista”, aunque menos numerosa e influyente que la “burguesía carrancista”, luchó con el mismo ahínco que esta última por ganar el poder a nivel nacional. Se proponía alcanzar este objetivo con la ayuda de Villa, para sacarlo del escenario político tan pronto como hubiera cumplido su papel y ella tuviera asegurado el poder.
El antagonismo de este grupo hacia la burguesía carrancista, con la cual tenía una afinidad ideológica, no se derivaba solamente de la rivalidad por el poder sino de una actitud mucho más amistosa hacia los Estados Unidos que la de los carrancistas. Una de las razones más importantes de esta actitud era que dos de las fuentes de ingresos más importantes de este grupo eran los campos algodoneros de La Laguna y los recursos ganaderos de Chihuahua. Ninguna de estas industrias daba lugar a fricciones con los norteamericanos. Las plantaciones algodoneras de La Laguna pertenecían en su mayoría a ingleses o españoles, en tanto que la mayoría de las haciendas ganaderas de Chihuahua estaba en manos de mexicanos. Villa, además, necesitaba la ayuda de las compañías norteamericanas para encontrar compradores de ese ganado. Así se desarrolló rápidamente una amplia red de relaciones comerciales que pronto se le volvió indispensable a Villa para el abastecimiento de su ejército, aun cuando él mismo nunca tuvo participación en estos negocios. En todo caso los representantes de Villa encargados de gestionar las compras y ventas no tardaron en establecer relaciones económicas muy estrechas con compañías norteamericanas.
Esta nueva burguesía villista vio en la carrancista, igualmente nueva, un peligroso rival en la lucha por el poder a nivel nacional. La composición de sus ejércitos era un factor adicional de antagonismo. Estos ejércitos se habían convertido en gran medida en ejércitos profesionales, y muchos de sus jefes estaban inspirados por consideraciones no ideológicas, sino meramente oportunistas. Se sumaban al bando que les ofreciera la mayor cantidad de armas, dinero y oportunidades de éxito. Característica de los ejércitos del norte, a diferencia del zapatista, era la frecuencia con que sus unidades cambiaban de bando, de acuerdo con la situación militar.
Existían también factores regionales. En un país como México, todavía en proceso de integración y formación nacional, las diferencias regionales tenían mucha importancia. El movimiento villista tenía su centro en Chihuahua y el carrancista en Coahuila y Sonora. Sin embargo, tampoco debe exagerarse la importancia de este factor, ya que Carranza tenía algunos seguidores en Chihuahua y Villa encontró partidarios en Sonora y Coahuila.
Había, finalmente, otra diferencia entre los dos movimientos que sólo se hizo notar en una etapa posterior de su desarrollo. Esta diferencia se remontaba al siglo XIX y la larga disputa entre centralistas y federalistas se produjo cuando México se independizó de España. Los principales sectores centralistas que deseaban imponer un gobierno fuerte en el país eran la Iglesia católica y los miembros de las clases altas de la región central de México. Los federalistas eran un grupo más heterogéneo que abarcaba elementos de las clases media y baja, así como un gran sector de la alta, y estaba localizado sobre todo en los estados periféricos, que rechazaban la hegemonía del centro.
Durante el porfiriato, la naturaleza de ambos grupos cambió radicalmente. Díaz había establecido efectivamente, por primera vez en la historia de México, un gobierno central fuerte cuyo poder alcanzaba a todo el país. Aunque inicialmente se había ganado la enemistad de algunos miembros de las clases altas de los estados periféricos, en los últimos años de su gobierno logró ganarse un amplio apoyo entre ellos dándoles grandes oportunidades de enriquecimiento y dando a los miembros de las oligarquías regionales el dominio de sus estados natales. El resultado fue que, con excepción de alguno que otro industrial y terrateniente local, las clases medias y bajas, se convirtieron en los principales sostenedores del federalismo en México. Para estas clases el federalismo no significaba tanto estados fuertes y un gobierno central débil cuanto el regreso a la autonomía local y la eliminación del sistema de jefes políticos y otras instituciones consideradas como instrumentos de un control ejercido desde fuera.
Durante la revolución comenzó a surgir otra forma de federalismo. Al irse debilitando el poder del gobierno central, aparecieron hombres fuertes regionales que asumieron el control de regiones o estados enteros. Algunos de ellos eran revolucionarios, otros terratenientes o aspirantes a serlo, otros más eran bandidos reconocidos que se hicieron del poder en sus regiones y no veían motivo para renunciar a él una vez establecido un nuevo gobierno en la capital. Al principio muchos observadores pensaron que sólo Villa, y no Carranza, sería capaz de establecer un gobierno fuerte y centralizado. Carranza, por una parte, no tenía apoyo de masas ni un ejército propio, y dependía de la lealtad de sus generales. Villa, en cambio, era una personalidad carismática que controlaba personalmente la fuerza militar más poderosa de México.
Ello no obstante, una vez que el ejército de Villa salió” de Chihuahua y de los estados circunvecinos, se hicieron pocos intentos de poner en práctica una política unificada en las regiones que iban cayendo bajo el control de su ejército. Se permitió seguir en el poder a dirigentes locales y regionales cuyas posiciones sociales y económicas eran con frecuencia diametralmente opuestas a las de Villa, mientras permanecieran fieles a éste y le proporcionaron tropas. En los pocos casos en que las tropas zapatistas ocuparon regiones fuera de Morelos y regiones aledañas, hicieron lo mismo. Este provincialismo de Villa y Zapata hizo crisis cuando, habiendo ocupado la capital, no quisieron ni pudieron establecer un gobierno central fuerte y eficaz para todo el país.
En cambio Carranza, una vez que sus tropas afirmaron su dominio sobre gran parte del país, comenzó a poner en práctica una política nacional unificada e intentó consolidar el poder de su gobierno en todo el país.
No es, pues, sorprendente que federalistas, regionalistas y localistas de antecedentes y posiciones políticas frecuentemente antagónicas tendieran a apoyar a Villa y no a Carranza. Estaban convencidos de que tanto Villa como Zapata se interesaban fundamentalmente en sus propias regiones, y que para ellos el control del gobierno central sólo representaba un medio de obtener recursos para sus estados y de neutralizar una potencial oposición del gobierno de la capital.
El antagonismo entre Villa y Carranza se había empezado a hacer evidente ya desde principios de 1914, pero mientras el poder de Huerta subsistió, existió entre ambos una amplia aunque no siempre fácil colaboración. Sin embargo, mientras más se deterioraba la posición de Huerta, más se hacían sentir las diferencias entre ellos.
En lo tocante al problema agrario, Villa le exigió reiteradamente a Carranza un pronunciamiento claro en favor de la reforma agraria y criticaba la ambigüedad de éste al respecto. Por lo que se refería a los Estados Unidos, Villa era más acomodaticio que Carranza. El caso Benton, en el cual Villa aprobó, por apremio de los Estados Unidos, la intervención de una comisión investigadora extranjera en contra de los deseos de Carranza; y la ocupación norteamericana de Veracruz, respecto a la cual Villa tuvo una actitud más favorable que Carranza, condujeron a verdaderas tensiones entre ambos.
En junio de 1914, cuando los ejércitos revolucionarios avanzaban constantemente y la situación de Huerta parecía insostenible, se llegó a un rompimiento abierto entre Villa y Carranza. Cada uno de ellos quería ser el primero en llegar a la ciudad de México. Para frenar el avance de Villa, Carranza le pidió 5 000 hombres para reforzar a los revolucionarios que habían venido atacando sin éxito la ciudad de Zacatecas. Villa, cuya desconfianza hacia Carranza se hacía cada vez mayor, se negó a dividir su ejército, pero se declaró dispuesto a avanzar sobre Zacatecas con todas sus fuerzas. Cuando Carranza insistió en su demanda, Villa ofreció su renuncia, la cual de inmediato fue aceptada con gusto por Carranza.
El ejército de Villa, sin embargo, se opuso a la renuncia de su jefe de la División del Norte, lo instaron a permanecer en su puesto. Acto seguido, Carranza le suspendió a Villa el abastecimiento de carbón y armas. Esto representó un duro golpe para Villa, cuyas líneas de suministros desde los Estados Unidos habían sido cortadas por catástrofes naturales, haciéndolo totalmente dependiente de los suministros enviados por su rival. En consecuencia, Villa no pudo continuar su avance sobre la capital.22
La conducta de Carranza contra Villa suscitó fuertes protestas dentro de su propio ejército. Dado que Huerta aún no había sido definitivamente derrotado, y que los Estados Unidos parecían intentar, mediante la negociación, salvar cuando menos parte de su régimen, los generales carrancistas tenían plena conciencia de las consecuencias potencialmente devastadoras que hubieran podido derivarse de un enfrentamiento abierto con Villa. También entre los soldados hubiera sido sumamente impopular una lucha contra Villa. Esta oposición obligó a Carranza a aceptar que una delegación de uno de sus ejércitos, el Ejército del Noroeste mandado por Pablo González, entrara en negociaciones con Villa.
El 8 de julio se firmó un acuerdo entre los representantes de ambos ejércitos en la ciudad de Torreón. Se confirmó a Villa como comandante de la División del Norte (como se llamaba su ejército), así como a los funcionarios nombrados por él. Se levantaría el bloqueo de carbón y armas ordenado por Carranza. Además, se recomendó a Carranza formar un gabinete, la mitad de cuyos miembros serían propuestos por Villa. Sobre el destino ulterior de la revolución debía decidir una convención de los jefes de los ejércitos revolucionarios; para ello se acordó designar a un delegado por cada 1 000 soldados. Ninguno de los jefes revolucionarios, incluido Carranza, debía ser considerado como candidato presidencial en las futuras elecciones. Finalmente, a instancias de los delegados de Villa, se estipuló en el acuerdo que la revolución
es una lucha de los desheredados contra los poderosos, se comprometen a combatir, hasta que desaparezca por completo, al Ejército ex-Federal, sustituyéndolo por el Ejército Constitucionalista; a implantar el régimen democrático en nuestro País; a castigar y someter al clero económicamente al proletariado, haciendo una distribución equitativa de las tierras y procurando el bienestar de los obreros.23
A pesar de este acuerdo, la desconfianza de Villa hacia Carranza continuó creciendo y se vio confirmada, sobre todo, por la ocupación unilateral de la capital del país por las tropas de Carranza. El sucesor de Huerta, Carbajal, había intentado inicialmente, con el apoyo del gobierno norteamericano, llegar a un compromiso con Carranza. Después que estos esfuerzos fracasaron, Carbajal renunció a principios de agosto y transfirió sus facultades al jefe de la policía de la ciudad de México, Eduardo Iturbide. El 13 de agosto, Iturbide y el comandante del ejército huertista entregaron la ciudad al general Obregón, que mandaba el mayor de los ejércitos carrancistas.
La ocupación unilateral de la capital no fue el único motivo de la creciente desconfianza de Villa. Ésta fue alimentada por otras medidas de Carranza, entre ellas la interrupción de la comunicación ferroviaria entre la ciudad de México y Chihuahua. Esta maniobra enfureció tanto a Villa, que no sólo amenazó con fusilar al general Obregón, quien había ido a Chihuahua, para entrar en negociaciones, sino que el 22 de septiembre desconoció incluso la autoridad de Carranza como jefe de la Revolución. Pero no se llegó de momento al conflicto armado porque todas las partes tenían puestas sus esperanzas en la convención de jefes revolucionarios que había sido convocada en Aguascalientes para el 10 de octubre.
La convención se inició en la fecha anunciada y fue el último intento por lograr la unidad entre los jefes revolucionarios. Cuatro partidos se encontraban frente a frente. Primero estaba el grupo que se había formado en torno a Carranza. Éste no estaba dispuesto a ningún precio a renunciar a su jefatura de la revolución. Su posición tenía el apoyo de un importante sector de la clase alta tradicional, que por algún tiempo había apoyado a Huerta, pero que ahora apoyaba a Carranza contra Villa y Zapata. Así fortalecido, Carranza había intentado anticiparse a la Convención de Aguascalientes, citando a su propia convención de generales revolucionarios en la ciudad de México, los cuales debían ratificar su jefatura. En un gesto dramático, había ofrecido su renuncia a los delegados, escogidos en su mayoría por él mismo. Sin embargo, por apremio del ala izquierda del movimiento carrancista, se aprobó una resolución en favor de asistir a Aguascalientes y participar en la convención que había de tener lugar allí.24
Luego estaba el grupo villista, al que más tarde se unieron los zapatistas, los cuales llegaron a Aguascalientes 16 días después de la apertura de la Convención. Estos grupos estaban tan poco dispuestos a una avenencia como el propio Carranza. Se sentían lo suficientemente fuertes como para tomar ellos mismos el mando de la Revolución. El que la convención haya tenido lugar a pesar de estas circunstancias, e incluso el que haya podido durar varias semanas, se debió principalmente a un cuarto grupo que buscaba el único compromiso real.25
Contrariamente a los otros, este grupo no se caracterizaba por ninguna firme unidad política, geográfica ni organizativa. El objetivo común de sus miembros era excluir tanto a Villa como a Carranza, y de ser posible también a Zapata, de la jefatura de la revolución. Sin embargo, existían opiniones muy divergentes en este grupo en cuanto a cuál debía ser el siguiente paso. En términos ideológicos y sociales, este grupo constituía una posición intermedia entre Carranza y Villa. La mayoría de sus miembros, en particular sus voceros, provenían de la clase media: Alvaro Obregón, el antiguo ranchero y funcionario que mandaba el Ejército del Noroeste; Eulalio Gutiérrez, el jefe revolucionario más importante en el estado de San Luis Potosí; Lucio Blanco, el jefe revolucionario del noreste de México. Para la mayoría de ellos, Carranza era demasiado conservador, y Villa y Zapata demasiado radicales. Querían reducir el poder de la vieja oligarquía más de lo que Carranza deseaba, pero, con pocas excepciones, se oponían al tipo de transformación social que postulaba Zapata y, en menor medida, también Villa. Algunos de ellos pensaban en un sistema de democracia parlamentaria, que ni el grupo de Carranza, ni el de Villa y Zapata, podían instaurar. Otros habían creado los equivalentes de feudos casi independientes en sus estados de origen y temían el regreso de México a un poder central fuerte. Mediante la eliminación de Carranza, Villa y Zapata, se proponían alcanzar estos objetivos a menudo heterogéneos. De hecho, lograron la elección de Gutiérrez como presidente provisional con el apoyo de todos los partidos en la Convención, exigiendo al mismo tiempo la eliminación de Villa y Carranza.
Sin embargo, pronto se comprobó que este compromiso era insostenible. El cuarto grupo era demasiado débil, demasiado heterogéneo y estaba demasiado dividido para imponer su voluntad.
Carranza hizo compromiso de los acuerdos de la Convención y el 8 de octubre retiró a todos sus generales de Aguascalientes. Villa siguió reconociendo a Gutiérrez como presidente nominal, pero sin intención de renunciar a su propia posición. Villa y Carranza se culparon el uno al otro por no haber llegado a un acuerdo, pero siguieron presentando “proposiciones” para lograr la unidad de los revolucionarios. Villa propuso que él y Carranza se suicidaran al mismo tiempo. Carranza sugirió que ambos se retiraran a La Habana luego de que Villa hubiera depositado su poder en manos de Gutiérrez y él el suyo en las de su general Pablo González, quienes a su vez habrían de convocar una nueva convención en la capital del país. Dado que Gutiérrez no era un subordinado directo de Villa, en tanto que González estaba muy estrechamente ligado a Carranza, la aceptación de esta proposición hubiera significado la eliminación de Villa, pero no la de Carranza.
En noviembre de 1914 hubo choques armados en Sonora entre los partidarios de Carranza y los del aliado de Villa, Maytorena. A consecuencia de ello el cuarto grupo se desintegró de inmediato. Bajo el mando de Gutiérrez, un pequeño sector se adhirió a Villa y Zapata. La mayoría, bajo las órdenes de Obregón, se adhirió a Carranza. La decisión de Obregón y de los generales y contingentes sonorenses que lo apoyaban se basó probablemente en dos consideraciones: una regional y la otra nacional. En términos regionales, Obregón y sus aliados sonorenses se sentían sumamente agraviados por la negativa de Villa a concederles el control de su estado natal y por el apoyo de aquél a su rival por el poder local, el gobernador José María Maytorena. En términos nacionales, calculaban que podrían ejercer una mayor influencia sobre el movimiento carrancista, relativamente más débil, que sobre Villa y Zapata si éstos ganaban el mando de la revolución.
A principios de noviembre de 1914, cuando la ruptura entre Carranza por una parte y Villa y Zapata por la otra se había hecho irreparable, parecía que Carranza se encontraba en una situación comprometida. Muchos de sus antiguos partidarios lo habían abandonado, y el 22 de noviembre se vio obligado a evacuar la capital y retirarse, primero a Puebla y más tarde a Orizaba. Mientras que Villa y Zapata controlaban ahora el centro y el sur —la mayor parte del país—, Carranza había sido expulsado hacia la periferia. La mayoría de los observadores nacionales y extranjeros preveían su rápida derrota.
Pocos meses más tarde, sin embargo, la situación había cambiado completamente. Obregón, quien demostró ser el jefe militar más importante de la revolución mexicana, infligió una serie de derrotas aplastantes a las fuerzas de Villa, de las cuales éstas nunca se recuperaron. Villa, quizás por temor a extender demasiado sus líneas de comunicación, no aprovechó su ímpetu inicial para perseguir a Carranza y su ejército hasta Veracruz. Obregón se aseguró tiempo y provisiones suficientes para reorganizar eficazmente su ejército, y en abril de 1915 logró derrotar a Villa en dos batallas decisivas. Obregón concentró sus fuerzas en la ciudad de Celaya, en la región central, y aplicó allí la misma táctica que habían utilizado con tanto éxito los ejércitos de las grandes potencias europeas en la primera guerra mundial. Sus tropas, bien provistas de ametralladoras, se parapetaron en trincheras tras barreras de alambres de púas. Cuando la caballería de Villa intentó contra Obregón la misma táctica de carga frontal que le había dado una victoria contra Huerta, sus jinetes fueron diezmados por el fuego de las ametralladoras.
Dos semanas más tarde, en la segunda batalla de Celaya, Villa trató de repetir la misma táctica. Esta vez la derrota terminó en desbandada. Perdió la mayor parte de su artillería y gran parte de sus tropas. Ni Villa ni Obregón modificaron fundamentalmente sus métodos y una batalla similar, con resultados igualmente desastrosos para Villa, tuvo lugar en junio de 1915 en la ciudad de León. A estas alturas un número cada vez mayor de hombres comenzó a abandonar a Villa y su ejército debilitado y parcialmente desmoralizado se retiró al norte.
En septiembre y octubre Villa intentó, mediante una jugada desesperada, recuperar sus pérdidas y evitar una inminente derrota final. Reunió a la mayoría de las tropas que le quedaban en Chihuahua, y con enorme dificultad y grandes sacrificios, las llevó a través de la Sierra Madre hasta el vecino estado de Sonora. Sus partidarios controlaban la mayor parte del estado, y Villa esperaba que con su ayuda podría acabar con la última guarnición carrancista. El control del estado de Sonora le hubiera dado a Villa, cuando menos, un nuevo plazo de vida: grandes compañías extranjeras a las que podría cobrar impuestos para reabastecer su ejército; la extensión de la frontera con los Estados Unidos, lo cual hubiera hecho mucho más difícil el control de los norteamericanos sobre sus suministros de armas; el apoyo de los combativos indios yaquis, con cuya ayuda Villa esperaba marchar nuevamente hacia el sur, unir sus fuerzas con las de Zapata y recuperar el control de la región central de México. Crucial para la estrategia de Villa era la destrucción de las tropas carrancistas que había en el estado, cuyo principal contingente estaba acuartelado en la población fronteriza de Agua Prieta, aislada del resto del territorio controlado por Carranza. Pero nuevamente sufrió una derrota aplastante, esta vez debido a que Woodrow Wilson había reconocido ya a Carranza el 19 de octubre de 1915 y le permitió enviar sus tropas a través de territorio norteamericano para reforzar la guarnición carrancista de Agua Prieta.
Al regresar a Chihuahua en noviembre de 1915, después de sufrir enormes penalidades, Villa encontró que sus antiguos partidarios se rendían en masa y que las fuerzas carrancistas avanzaban sin pausa sobre sus últimos bastiones. Si Villa hubiera sido un caudillo latinoamericano de corte “clásico”, hubiera podido hacer lo que hacía la mayoría de estos caudillos cuando se veían derrotados: tomar las riquezas que hubiera logrado acumular y buscar refugio fuera de México. El gobierno de los Estados Unidos había declarado su disposición a concederle asilo. Pero Villa se retiró al campo y siguió combatiendo durante cinco largos y sangrientos años de lucha guerrillera.
Después de derrotar a Villa, Carranza se volvió contra Zapata, que tuvo que abandonar la capital. Más tarde Zapata perdió casi todas las ciudades del estado de Morelos y también se retiró al campo a seguir librando una guerra de guerrillas contra Carranza. A fines de 1915, las tropas carrancistas controlaban la mayor parte del país.
Este cambio de la situación, inesperado por la mayoría de los observadores, ha sido explicado con frecuencia a base de factores puramente militares y de la superioridad estratégica de Obregón sobre Villa. Fue sin duda la mayor habilidad militar de Obregón lo que permitió que su ejército numéricamente inferior saliera victorioso en la lucha contra Villa; pero en los combates contra Díaz y Huerta los revolucionarios habían sido derrotados muchas veces y sin embargo siempre se habían recuperado. El hecho de que el movimiento villista no haya podido rehacerse, de que la Convención se viera cada vez más’ aislada y que pronto ya no pudiera ejercer su decreciente poder más que en la región dominada por Zapata, debe explicarse principalmente a base de la composición social de los bandos contendientes y a sus respectivos problemas políticos y socioeconómicos.
La guerra civil en que México volvió a quedar sumido a fines de 1914, encontró a Carranza en una situación militar y políticamente difícil. Los ejércitos de la Convención superaban numéricamente a los de Carranza y el apoyo que éste tenía en la población civil iba flaqueando. Villa y Zapata gozaban de mucho mayor apoyo que él entre los campesinos, y considerables sectores de la clase media, que por su ideología se inclinaban hacia Carranza, creían reconocer en Villa al probable vencedor de la lucha revolucionaria y se adhirieron a la Convención en parte por oportunismo. La única esperanza de Carranza era su sólido apoyo económico; en este aspecto tenía cierta ventaja sobre sus adversarios. El dominio sobre las regiones petroleras y los puertos de Veracruz le proporcionaba considerables ingresos de divisas y le permitió pertrechar un ejército poderoso. Para compensar su debilidad militar y política frente a la Convención, Carranza procuró simultáneamente ganarse el apoyo de dos clases sociales cuyos intereses parecen incompatibles entre sí: los hacendados y los campesinos. Para lograr este ambicioso objetivo, no vaciló, en algunos casos sin aparente pudor, en ofrecer las mismas tierras a ambos bandos. A los hacendados les proponía la devolución de sus haciendas expropiadas por las autoridades revolucionarias, y a los campesinos la devolución o el reparto de las tierras de los grandes propietarios.
Las promesas de Carranza a los hacendados fueron hechas bajo cuerda; sólo se dieron a conocer tardía y discretamente, pero finalmente fueron cumplidas en su mayor parte. Las promesas a los campesinos fueron proclamadas en enero de 1915 en forma de una ley muy general, dada a conocer en toda oportunidad y difundida entre la población con la ayuda de todos los medios de comunicación. La ley disponía la devolución de las tierras expropiadas a las antiguas comunidades agrarias y efectivamente reconocía el derecho de todo campesino a un pedazo de tierra. Para llevar a la práctica este ambicioso programa debía formarse una comisión agraria, y a partir de su constitución los gobernadores y en algunos casos los jefes militares locales podían llevar a cabo repartos provisionales de tierras. Pese a toda la pomposidad de las proclamas, esto fue lo que se cumplió: entre 1915 y 1920 únicamente se entregaron 173 000 hectáreas de tierra a no más de 44 000 campesinos.26
Pero, ¿cuánto éxito tuvo la maniobra de Carranza al cortejar a un mismo tiempo a los campesinos y a los hacendados? Los esfuerzos de Carranza ciertamente cosecharon frutos entre muchos hacendados del norte y el centro del país. Muchos grandes terratenientes que habían recobrado sus tierras o que esperaban su devolución, comenzaron a apoyar de palabra y de hecho al movimiento carrancista. En 1916 el general carrancista Diéguez logró convencer a los hacendados de Jalisco de que formaran contingentes armados contra los ejércitos de la Convención.27 Carranza también tuvo éxito entre los campesinos. Muchos historiadores piensan que la Ley Agraria promulgada por Carranza el 6 de enero de 1915 causó un profundo efecto en el campesinado. Al ser el primero en decretar una ley agraria, según esta opinión, se ganó a los campesinos y con ello decidió la suerte de la guerra civil. Sin embargo, es difícil estimar los efectos exactos de esta ley. El hecho de que, fuera del círculo de influencia inmediata de Zapata y Villa, pocos campesinos hayan emprendido acciones guerrilleras para defender a la Convención tras la derrota militar de Villa, tiende a confirmar la idea de que esta ley tuvo por lo menos cierto impacto. Pero ¿cuál fue la base de este impacto? ¿Qué fue lo que indujo a muchos campesinos a confiar más en las promesas de un terrateniente que nunca había estado a su favor, en cuyo séquito no había un solo campesino, que había devuelto las tierras expropiadas de las haciendas a sus antiguos propietarios, que en las declaraciones de Villa y Zapata, quienes apoyaban el Plan de Ayala, habían expropiado las tierras de los hacendados, como en el caso de Zapata al menos, las habían repartido entre los campesinos? ¿Se halla la respuesta principalmente en el factor tiempo, en el hecho de que Carranza fue el primero que decretó una ley agraria general, como muchas veces se supone? Mucho más importante puede haber sido el hecho de que la ley de Carranza haya ocasionado la primera movilización política del campesinado fuera de las regiones natales de Villa y Zapata.
En contraste con la revolución maderista de 1910 y 1911, en la que la movilización política en forma de un movimiento de masas tuvo lugar simultáneamente con levantamientos militares, el movimiento de 1913-14 fue sobre todo de carácter militar. Ni Villa ni Carranza habían formado partidos políticos ni habían intentado organizar a la población civil fuera del ejército. La ley agraria de Carranza requirió por primera vez reuniones de comunidades agrarias, elecciones de representantes allí donde no existían y la reactivación de los comités comunales para formular demandas. Así comenzó un proceso de movilización política que de hecho tuvo éxito, sobre todo en el periodo de 1915-17, cuando muchos campesinos aún no habían comprendido que Carranza hacía un doble juego que impedía la aplicación de sus planes de reforma.
Pero no sólo la ley agraria, sino también algunas otras reformas reforzaron la influencia de Carranza entre los campesinos. Si bien sólo se repartió poca tierra, las autoridades carrancistas abolieron en general la servidumbre por endeudamiento y se esforzaron por introducir los rudimentos de una legislación social en el campo. La actuación de Salvador Alvarado, quien por entonces pertenecía al ala izquierda del movimiento carrancista, mostró claramente los logros y las limitaciones de éste.28
Yucatán era una de las regiones de México en la que la servidumbre por endeudamiento se hallaba más extendida. En 1915 los grandes terratenientes, junto con la compañía norteamericana International Harvester Corporation, intentaron separar a Yucatán de México y evitar con ello la propagación de la revolución a la península. Bajo el mando de Alvarado, en 1915 tropas carrancistas desembarcaron en la península y la sometieron en pocas semanas. Alvarado comenzó entonces a aplicar amplias medidas sociales. Se abolió la servidumbre por endeudamiento y miles de campesinos abandonaron las haciendas. En las plantaciones mismas se impusieron salarios mínimos, se introdujeron los principios de una seguridad social, y los hacendados fueron obligados a establecer escuelas. Los maestros empleados en estas escuelas, que fueron designados por Alvarado, reforzaron a los peones en su lucha contra los hacendados. Sin embargo, no se emprendió una reforma agraria. A los grandes terratenientes se les permitió conservar sus haciendas, pero se les obligó a vender su principal producto, el henequén, a la Compañía Reguladora del Henequén, de propiedad estatal. De las ganancias de esta compañía, una parte era entregada a la Tesorería federal en México, y otra se destinaba a inversiones; sin embargo, estas ganancias apenas beneficiaron a los peones.
Reformas como las que se aplicaron en Yucatán no tuvieron efecto en regiones como Morelos, donde los campesinos ya habían llegado por sí solos mucho más lejos. En los lugares que todavía no habían sido tocados por la revolución, su efecto fue considerable. Los campesinos vieron a los carrancistas como libertadores que los habían redimido de la servidumbre por endeudamiento. Todas estas medidas le proporcionaron a Carranza cierto apoyo de masas entre los campesinos. Esto, sin embargo, no bastaba para alcanzar la victoria sobre Villa y Zapata. Para ello, Carranza necesitaba además el apoyo de la clase obrera urbana.
En un país dependiente como el México de entonces, en el que la mayoría de los trabajadores estaban empleados en compañías extranjeras, el nacionalismo tenía una importancia especial. La actitud de Carranza a raíz de la ocupación norteamericana de Veracruz le había ganado una no escasa popularidad entre los trabajadores. La poca comprensión de Villa y Zapata al respecto y una serie de hábiles maniobras, le permitieron a Carranza obtener una influencia decisiva entre los trabajadores sindicalizados.
En todas las ciudades que los carrancistas ocupaban, favorecían la formación de sindicatos, a cuya disposición se ponían con frecuencia los locales más elegantes, reservados anteriormente para la aristocracia porfiriana. Así, los sindicatos de la ciudad de México ocuparon el Jockey Club, antiguamente el más exclusivo local del país. Las enérgicas medidas que tomaron los carrancistas para mitigar el hambre en la capital contrastaron con la actitud vacilante de la Convención. Mientras que ésta pareció impotente en ocasión de las manifestaciones de mujeres hambrientas, Obregón hizo que la Iglesia y los comerciantes pagaran impuestos extraordinarios, los cuales en parte fueron empleados para aliviar el hambre.
Estos factores fueron decisivos para crear una situación en la que, hacia febrero de 1915, sectores de la clase obrera se aliaron con Carranza. Los líderes de la anarcosindicalista Casa del Obrero Mundial pactaron con Carranza. Se declararon dispuestos a formar “batallones rojos” en apoyo a Carranza, en tanto que éste se obligó: “de mejorar por medio de leyes apropiadas, la condición de los trabajadores, expidiendo durante la lucha todas las leyes que sean necesarias para cumplir aquella resolución”. La actitud de Carranza, junto con el hambre y el desempleo en las ciudades, empujaron a miles de trabajadores al movimiento carrancista. Se formaron seis Batallones Rojos, “para combatir a la reacción”29 se lanzaron a pelear contra los campesinos.
La Convención perdió la iniciativa en la misma medida en que Carranza tomó la ofensiva política; para todos se hizo visible un proceso de paralización y estancamiento. No todos los sectores del movimiento convencionista fueron víctimas de este proceso. En la región dominada por Zapata —Morelos y sus alrededores— la lucha continuó con ininterrumpido aliento para dar forma viviente a la reforma agraria emprendida. Se designaron comisiones agrarias, se repartieron las haciendas entre los campesinos y se crearon nuevas estructuras políticas.30
Sin embargo, fuera de Morelos y de sus inmediaciones, el entusiasmo reformista no llegó muy lejos. Hasta mediados de 1915, después de su derrota militar, el movimiento convencionista se mostró incapaz de elaborar un programa para la transformación social y económica de México. Esta incapacidad para desarrollar concepciones teóricas y darles realidad en caso de que existieran, sobre todo en lo tocante al problema agrario, fue fatal para la Convención.
Uno de los delegados advirtió a la convención revolucionaria, en febrero de 1915, que Carranza se les estaba adelantando al enfrentarse, aunque sólo fuera demagógicamente, al problema agrario. Expresó su angustia por el hecho de que la Convención sólo había prestado una atención limitada y esporádica al problema agrario, sin elaborar una solución nacional clara y definida del mismo, y expresó, sobre todo, su inconformidad con la actitud de algunos delegados, especialmente los del norte, quienes recomendaban que se aplazara toda solución a la cuestión agraria hasta que se eligiera una asamblea legislativa.
Venustiano Carranza, comprendiendo que solamente por medio de las tierras podría adquirir algún prestigio, se ha preocupado más que nosotros los agraristas, solucionando, mal o bien, indudablemente que mal, la resolución de este problema. He leído algunos artículos y se ve que todo lo quiere para él, así es que no le doy importancia al documento éste, pero vengo a decir que aquellos, para captarse más simpatías del pueblo, se preocupan por lo verdadero más que nosotros los que defendemos al pueblo, que nos ocupamos de este asunto, y en lugar de entrar de lleno al problema agrario, nos limitamos a Tepic, y mañana a Zacatecas, y pasado mañana a Durango, y luego a que la Asamblea se convierta en legislativa, y lo mero gordo lo estamos haciendo a un lado.31
Muchas veces se ha mencionado como causa principal de esa especie de parálisis del movimiento convencionista, la incapacidad de los movimientos campesinos para desarrollar una perspectiva nacional. Sin duda esta debilidad contribuyó a que el movimiento convencionista no pudiera ganar apoyo en la clase obrera. Así, en noviembre de 1915, Zapata dio a conocer una propuesta para una ley del trabajo. Propuso “que mientras no se llegara a constituir ‘el estado social que anhelamos, por estar basado en la justicia’, se adoptaran ‘algunas medidas que como paliativos, suavicen siquiera el malestar que sufren las clases productoras dentro del inhumano y antieconómico régimen capitalista actual’ “. La propuesta estipulaba:
1] Una serie de medidas sociales que incluía la jornada laboral de ocho horas y la prohibición del trabajo nocturno para mujeres y niños menores de catorce años;
2] La formación de cooperativas obreras que se hicieran cargo de todas las empresas y fábricas abandonadas por sus dueños;
3] El desarrollo de industrias por las comunidades agrarias a fin de eliminar el desempleo;
4] El establecimiento de un salario mínimo como base del costo del trabajo.
Las limitaciones de este programa son obvias. No respondía a algunas de las demandas más importantes del movimiento obrero mexicano a raíz de las huelgas de Cananea y Río Blanco: un mayor control sobre las propiedades extranjeras, remuneración y trato igual para los trabajadores mexicanos y los extranjeros, un amplio y bien definido derecho de huelga y garantías para la existencia de los sindicatos.32 Pero ni siquiera las limitadas medidas de 1914-15 parecen haber sido aplicadas. No se tiene noticia de que los zapatistas hayan llevado a la práctica alguno de los puntos mencionados mientras ocuparon la capital. Característica de la casi total impotencia de la Convención frente a este problema, fue su reacción cuando, el 20 de mayo de 1915, miles de mujeres hambrientas manifestaron frente al edificio en que se encontraba reunida la Convención. Los delegados colectaron dinero —cada uno dio 50 pesos— que luego fue repartido entre las mujeres.33 No se tomó ninguna otra medida para combatir el hambre. Igualmente característico fue el hecho de que no se lograra una colaboración más estrecha con la anarcosindicalista Casa del Obrero Mundial, aun cuando uno de los más destacados portavoces del zapatismo, el abogado Díaz Soto y Gama, pertenecía a esta organización. La omisión de cualquier clase de medidas contra las empresas extranjeras también contribuyó a que el movimiento zapatista se aislara de los trabajadores.
La incapacidad de los campesinos para comprender los problemas de otras clases sociales o para desarrollar una perspectiva nacional, puede explicar en parte por qué la Convención no logró ganarse el apoyo de los trabajadores y la clase media; pero no explica por qué el movimiento convencionista se abstuvo de toda acción en la esfera que más interesaba a los campesinos, o sea la elaboración de una ley agraria y la instrumentación de una reforma agraria. En última instancia, fue la composición del liderato del movimiento convencionista lo que, a diferencia del movimiento carrancista, imposibilitó la elaboración de programas sociales y económicos coherentes a los que se les pudiera dar forma práctica. Tanto el movimiento carrancista como la Convención, eran coaliciones regionales de grupos y clases regional, social y políticamente diferenciadas. La Convención, sin embargo, representaba un conjunto mucho más heterogéneo de intereses que los elementos agrupados en torno a Carranza y en contraste con el movimiento de éste, contenía facciones fundamentalmente irreconciliables.
De hecho, puede que no haya habido casi ningún acuerdo en cuanto a la cuestión agraria entre Carranza y los intelectuales radicales, los burócratas y los trabajadores que formaban su movimiento; sin embargo, pudieron llegar a cierto modus vivendi, sobre todo porque los radicales, que no eran ni campesinos ni dirigentes campesinos, estaban dispuestos a tolerar la pasividad de Carranza respecto al problema agrario mientras su política en otros aspectos, principalmente la política exterior y el problema laboral, coincidiera con sus ideas. Carranza desarrolló una estrecha colaboración entre 1914 y 1916 con los miembros de aquel grupo que en la Convención de Aguascalientes había intentado deponer simultáneamente a Carranza y a Villa, pero que después se había alineado con Carranza. En esta colaboración, Carranza concedió a Obregón una influencia decisiva en su política e incluso aceptó el programa de éste en sus rasgos más generales.
Mucho más difíciles de reconciliar eran los intereses en conflicto en el interior del movimiento convencionista. En principio, los miembros de aquel cuarto grupo que había actuado tanto en contra de Carranza como de Villa en la Convención de Aguascalientes, y que se había dividido tras el rompimiento entre ambos, debía haber ejercido una influencia mayor en el movimiento convencionista que en el carrancista. En tanto que uno de sus voceros más importantes, Eulalio Gutiérrez, había sido designado presidente de la Convención, su homólogo carrancista, Obregón, siguió siendo tan sólo uno de los jefes militares de Carranza. En la práctica, sin embargo, las cosas operaron a la inversa. Mientras que la influencia de Obregón y de su grupo aumentó constantemente entre 1914 y 1916, la influencia de Gutiérrez menguó cada vez más.
El gobierno de la Convención, que surgió como un compromiso de los movimientos villista y zapatista con el ala izquierda del movimiento carrancista, estuvo condenado desde el primer día a una existencia ilusoria. Después de que los partidarios de Carranza abandonaron la Convención, Gutiérrez no representó ya ningún poder real. Éste se había unido a Villa y Zapata con la esperanza de dominar sus fuerzas, pero éstos a su vez, sólo querían usarlo como un portavoz de la Convención para aumentar su propia influencia. Ni Villa ni Zapata pensaron jamás en someterse a Gutiérrez; de hecho, desconfiaban profundamente de él. Gutiérrez se puso en contacto con Obregón, con ayuda del cual pensaba derrocar a Villa y Carranza, pero Obregón no estaba dispuesto a hacer ese juego. Cuando Villa descubrió las intrigas de Gutiérrez, éste huyó de la ciudad de México, entonces ocupada por las tropas de Villa y Zapata.
El conflicto entre Gutiérrez y sus partidarios de clase media, por una parte, y Villa y Zapata por la otra, no fue en modo alguno la única contradicción que se produjo en las filas de la facción convencionista. Los antagonismos entre los dirigentes campesinos de la Convención, representados por Zapata, y su ala conservadora, encabezada por Maytorena y Felipe Ángeles, se hicieron cada vez más fuertes, amenazantes y al final irreparables.
Maytorena, después de su regreso a Sonora a mediados de 1914, había ordenado la devolución de muchas haciendas expropiadas a sus antiguos dueños;34 Ángeles emergió como el representante e ideólogo más importante del grupo conservador dentro del movimiento convencionista.
Si algún político hubo en el periodo de 1910-20 que podía presentarse en todos sentidos como el heredero espiritual de Madero, éste fue Felipe Ángeles, no Carranza. Por su designio político de conservar el antiguo ejército federal, buscar un acercamiento con los Estados Unidos, y utilizar la democracia parlamentaria como un sistema y no como una mera fachada, Ángeles era una verdadera réplica de Madero, y, al igual que él tenía una disposición filantrópica y una generosa simpatía hacia los pobres, de los cuales recibió un sorprendente apoyo. Sin embargo, aunque consideraban como deber moral de las clases prósperas ayudar a las menos favorecidas, rechazaba categóricamente cualquier tipo de reforma agraria o de transformación del orden social existente. En su opinión, la Convención debió haberse desplazado hacia la derecha de Carranza y no hacia su iz-qiuerda, y haber tomado una posición inequívocamente más conservadora. Esto lo expresó con toda claridad y énfasis en una conversación sostenida a mediados de 1915 con el secretario de gobierno de Villa, Federico González Garza, según lo cuenta éste:
Cuando estuvieron aquí el general Ángeles y el Lic. Díaz Lombardo, advertí, hablando sobre estos asuntos, que ellos reconocen que nos diferenciamos de los carrancistas en que éstos quieren o prometen realizar las reformas revolucionarias dentro del llamado periodo preconstitucional, mientras que nosotros aspiramos a restablecer antes de todo el orden constitucional como base indispensable para introducir después las reformas.35
Ángeles resumió su filosofía social en las siguientes palabras:
En la lucha de clases, estoy con los explotados y en contra de los explotadores; pero no se me escapa que el movimiento de fraternidad social debe ser lento, especialmente en los países en donde las masas carecen de educación y los administradores de honradez. Pero debemos hacer todo lo posible por disminuir las injusticias de la presente sociedad capitalista. Estar ciegamente contra el rico, es estar contra las fuerzas inteligentes del país. Los ricos son los hombres que, dentro de la Ley y la organización actual de la sociedad, tienen la inteligencia necesaria para salir victoriosos en la lucha egoísta de los sistemas reinantes.36
Tras el estallido de la guerra civil en México en 1914, el ala conservadora aliada con Ángeles intentó limitar la radicalización del movimiento convencionista y crear, donde fuera posible, una apertura a la oligarquía tradicional. En esta forma, Ángeles, Maytorena y sus partidarios esperaban ganar una influencia determinante en México después de la derrota de Carranza. Los conservadores intentaron primeramente obtener apoyo para esta apertura a la derecha mediante el reclutamiento de numerosos soldados y oficiales del antiguo ejército huertista en las filas del ejército convencionista. Ángeles lanzó una proclama en la que exhortaba a los miembros del antiguo ejército federal a unirse a la Convención. Tal vez haya abrigado la esperanza de poder movilizar a este grupo no sólo contra Carranza, sino eventualmente también para una lucha futura contra Zapata y Villa. Este grupo esperaba obtener el favor de los grandes terratenientes mediante la devolución de las haciendas expropiadas a sus antiguos dueños. El grupo conservador esperaba además fortalecer sus filas mediante alianzas con caudillos regionales enemigos de las reformas, como el antiguo oficial huertista Esteban Cantú en Baja California, el terrateniente Peláez en la región petrolera y los hacendados de Chiapas.
Con todo, los hombres agrupados en torno a Ángeles habían puesto sus mayores esperanzas en un acercamiento con los Estados Unidos. Ángeles proclamó reiteradamente en público:
Estar contra los extranjeros que nos traen la ciencia, que saben cómo se explotan las riquezas naturales y aportan los capitales indispensables para esa explotación, es insensato y es falta de respeto a nuestras obligaciones internacionales y a nuestra voluntad colectiva: esto es, a nuestras leyes, bajo cuya protección han venido a desarrollar la prosperidad de nuestro país.
Yo voy a confesar un pecado muy grande: nosotros los mexicanos somos enemigos de los americanos, sencillamente porque no los conocemos; conocemos a los americanos de la frontera, pero no a los del norte, que son los que hacen progresar a esa gran nación, a ese gran pueblo semejante al pueblo de Roma cuando su florecimiento. Los Estados Unidos son una gran nación, de la que yo quisiera que fuéramos siempre amigos […] Uno de los motivos de mis disgustos con Villa, y que originaron mi separación de él, es su odio contra los americanos.37
Ángeles dio a entender claramente al representante de Woodrow Wilson en México, Duval West, que él era el político en quien se encontraban más profundamente arraigados el respeto y la deferencia por la propiedad privada. Duval West informó acerca de su conversación con Ángeles, en relación con la situación en Monterrey:
Desde que ocupó la ciudad parece esforzarse en no tocar la propiedad de las personas privadas. No se ha practicado o permitido ninguna confiscación o expropiación de la propiedad privada de ninguna persona. Él manifiesta que a causa de esta actitud ha sido ya duramente criticado por los partidarios de Villa.38
Ángeles, Maytorena y sus partidarios esperaban que la colaboración con los Estados Unidos atrajera a un mayor número de elementos conservadores a la Convención, fortaleciera su dependencia económica y militar respecto de los Estados Unidos y evitara así los trastornos sociales. De hecho Ángeles consiguió ganarse por algún tiempo el favor de Wilson y ser su candidato preferido para la presidencia de México. Este acercamiento con los Estados Unidos es ciertamente una de las razones de que el ala conservadora de la Convención, que, al igual que los conservadores en el movimiento carrancista, rechazaba toda reforma radical, nunca estuviera dispuesta a incurrir en una retórica seudorradical. Tal retórica, aun cuando hubiera carecido de seriedad, había causado alarma en los Estados Unidos. Por consiguiente, los convencionistas conservadores no sólo rechazaron los cambios y los programas radicales, sino que además intentaron atenuar lo que ya se había logrado. En los manifiestos de los revolucionarios norteños, que fueron redactados principalmente por Ángeles, casi no se mencionaban las confiscaciones de las haciendas por parte de Villa y el reparto de sus ingresos entre los pobres. El resultado fue un extraño contraste entre el estilo retórico de los dos movimientos. En Carranza la demagogia radical sobrepasaba con mucho la proporción real de las reformas, mientras que en las proclamas y los programas lanzados por Ángeles, los pronunciamientos ideológicos de los revolucionarios norteños eran muy modestos en comparación con los cambios que su movimiento había realizado en los hechos.
Estas circunstancias explican por qué el ala conservadora se opuso firmemente a una reforma agraria inmediata. Esto condujo, en 1914 y sobre todo en 1915, a una acalorada discusión entre las representaciones norteña y sureña de la Convención, la cual de 1914 hasta 1916 funcionó como una especie de parlamento de los movimientos participantes en ella.
En febrero de 1915 el general Buelna, que comandaba las tropas de la Convención en la región de Tepic en el norte de México, preguntó a la Convención qué se iba a hacer con varias haciendas que habían sido expropiadas y se habían convertido en una carga financiera para el Estado. ¿Debía devolver la administración revolucionaria las haciendas a sus antiguos dueños a fin de ahorrarse los costos de administración?39 Este problema movió a los delegados sureños de la Convención a formular un plan para el inmediato reparto de las tierras de las haciendas en el territorio dominado por la Convención. La comisión agraria de la Convención, formada principalmente por delegados zapatistas, propuso que el órgano ejecutivo de tal reforma fueran las autoridades comunales. Estos gobiernos locales debían devolver de inmediato a las comunidades todas las tierras anteriormente expropiadas e iniciar el reparto de las haciendas confiscadas entre los campesinos en las regiones gobernadas por la Convención.40 La ejecución de esta proposición sin precedentes hubiera provocado cambios sociales irreversibles que habrían acabado definitivamente con el sistema de haciendas y al mismo tiempo habría desatado una actividad política masiva del campesinado.
Los delegados norteños se manifestaron inequívocamente contra esta propuesta. Se invocó una razón tras otra: que reformas de tal amplitud y alcance debían ponderarse detenidamente antes de su ejecución; que la expropiación de propiedades extranjeras conduciría a conflictos con los Estados Unidos; que los gobiernos locales no eran los órganos apropiados para poner en-práctica tales medidas; que una reforma agraria inmediata excluiría a los soldados que estaban en el frente.41 Este problema, al igual que otras cuestiones socialmente importantes, como por ejemplo los derechos de los obreros industriales y la postura de la Convención respecto a la propiedad privada, dieron lugar a constantes conflictos entre los delegados norteños y sureños. Cuando la Convención pudo elaborar, a principios de 1916, un programa conjunto de reformas socioeconómicas, muchos de los delegados norteños se habían ido. Cuando tal programa fue finalmente aprobado, careció de pertinencia en la práctica. Los ejércitos de la Convención habían sido derrotados o dispersados, excepto en Morelos, y el programa del organismo ahora sin poder fue olvidado en el fragor de la derrota.
En este conflicto entre radicales y conservadores en el seno de su movimiento, Villa evitó tomar partido. Probablemente juzgaba que era indispensable mantener la unidad de todas las facciones, no sólo para lograr la rápida victoria militar que deseaba, sino, sobre todo, para obtener también el reconocimiento norteamericano, que veía como clave de su triunfo definitivo. Según Federico González Garza, íntimo colaborador suyo y antiguo secretario de gobierno de Chihuahua, Villa simpatizaba definitivamente con los radicales en lo concerniente a la reforma agraria.42
En una carta que escribió Federico a su hermano, Roque González Garza, informó de un altercado que tuvo con Ángeles, quien deseaba posponer la reforma hasta que un nuevo gobierno fuera elegido y legislara sobre el asunto. Según González Garza, el gobierno de Villa no compartía tal punto de vista, sino había intentado poner en práctica la reforma agraria lo antes posible:
Tan es cierto que no existía esa diferencia entonces, que la Comisión Agraria con Bonillas como jefe, que se nombró cuando yo estaba allí, estudió concienzudamente el punto y formuló una ley cuya aplicación en el estado de Chihuahua se estaba aplazando no por falta de un gobierno constitucional, sino porque aún no habían podido medir los terrenos por repartir debido a que no encontrábamos ingenieros agrónomos que salieran a practicar la operación.43
Federico González Garza añadió a continuación que la decisión final respecto a tal confiscación tendría que someterse a la ratificación de un congreso de nueva elección.
En un encuentro histórico que tuvo con Zapata antes de marchar juntos sobre la capital, Villa insistió en su compromiso con la reforma agraria. “Pues para ese pueblo”, le dijo a Zapata, “queremos las tierritas. Ya después que se las repartan”.44 En las memorias que dictó a su secretario Bauche Alcalde aproximadamente en ese mismo tiempo, Villa expuso su visión de un México poblado por campesinos libres, concentrados en colonias militares, visión a la cual se había referido unos meses antes en conversación con John Reed. Esta descripción resulta casi poética.
Y miro que aquel ordenado agrupamiento de las casitas en que viven nuestros soldados-labradores: limpias y blancas, rientes e higiénicas, hogar verdadero por el cual se lucha con denuedo y por cuya defensa sí se muere.
Veo aquellas huertas lujuriantes de frutos, aquellas hortalizas rebosantes, aquellas siembras, aquellos maizales, aquellos alfalfares en los que toda una familia siembra y recoge, cuida y cosecha, sin que sólo el amo recoja, sin que sólo el amo aproveche […]
Y veo que el edificio más alto del caserío rural es la escuela, y el hombre más venerable es el maestro; y que el mozalbete más agasajado es el que más estudia y que más sabe; y que el padre más venturoso es aquel que al hijo instruido, al hijo bueno y al hijo honrado, va a dejarle su tierra, sus yuntas, su casa para que de aquel hogar santificado por el trabajo, broten nuevos hijos sanos, fuertes, instruidos, buenos, trabajadores y honrados, que dignifiquen a la patria y que ennoblezcan la raza.
¡ Oh, si la vida me alcanzase tan sólo para ver realizado este sueño! […] El verdadero ejército del pueblo al que tanto he amado, esparcido por todo el territorio nacional, laborando la tierra y haciéndola respetable y respetada. ¡Quince años, veinte años, tal vez! Y los hijos de mis soldados que realicen este ideal sabrán con cuánta ternura he acariciado para ellos esta ilusión de mi alma. Y ellos no sufrirán, no tendrán la amenaza de sufrir, lo que yo padecí en los más floridos años de mi vida, en los que formaron toda mi juventud y toda mi madurez.45
Al mismo tiempo se estaban haciendo grandes preparativos para una reforma agraria en Chihuahua. Se elaboró una ley agraria y los ingenieros agrónomos de la Escuela de Agricultura de Chapingo fueron llamados a trabajar en la distribución de tierras que se proyectaba.46 Sin embargo, hasta la primera derrota militar de Villa no se hizo ningún intento de poner en práctica estas medidas. Seguramente algunos de los motivos fueron los mismos que le habían impedido realizar de inmediato una reforma agraria cuando tomó el poder en Chihuahua, en diciembre de 1913: el temor de que muchos de sus soldados abandonaran el ‘frente de batalla para reclamar tierras y luego trabajarlas; un reparto inmediato de tierras a los campesinos habría reducido críticamente los ingresos del gobierno de Villa; los ingresos de las haciendas expropiadas eran necesarios para mantener a los sectores no rurales de la población y para financiar la guerra. Este último motivo se volvió aún más importante una vez que estalló el conflicto armado con Carranza, ya que la situación económica del movimiento villista se deterioraba constantemente. Los ingresos en divisas extranjeras disminuían notoriamente porque las ventas de ganado y algodón a los Estados Unidos, fuentes de dichos limitados ingresos, se agotaron después que se vendió una gran parte del ganado y la producción de algodón en La Laguna disminuyó en forma alarmante. En cambio, los precios de las armas y municiones norteamericanas habían aumentado constantemente desde agosto de 1914 debido al estallido de la primera guerra mundial.
En el periodo inmediatamente posterior a la ruptura con Carranza también hubo motivos políticos que obligaron a Villa a moderar su política agraria. Éste quería evitar a cualquier precio dividir o debilitar su movimiento mientras no alcanzara la victoria final sobre Carranza que, a mediados de 1915, esperaba sería rápida. Una reforma agraria llevada de inmediato a la práctica hubiera significado una ruptura con el ala conservadora del villismo. Además, las reformas sociales radicales podrían haber suscitado en los Estados Unidos una renuencia a reconocerlo. Villa esperaba un rápido reconocimiento de parte de los Estados Unidos, después del cual tendría el monopolio de los embarques de armas norteamericanas.
Es posible también que Villa haya compartido las aprensiones de varios de sus partidarios, quienes temían que un reparto inmediato de tierras pudiera intensificar una escasez de víveres que ya se sentía, lo cual hubiera sido sumamente peligroso para su movimiento. Todas estas consideraciones explican la “cautela” y “moderación” de Villa por lo que tocaba a la acción inmediata. Sin embargo, esta “cautela” hubiera sido vana si la presión a favor de una reforma agraria inmediata en el interior de su movimiento hubiera sido tan urgente y poderosa como en el interior del ejército zapatista. Ya se han indicado algunas de las razones de esta diferencia: la menor proporción de campesinos en la población de Chihuahua y la existencia de un ejército profesional bien pagado y desligado de su lugar de procedencia.
El ejército profesional se hizo más fuerte aún en el periodo de 1914 a 1915. La confiscación de las mayores haciendas ganaderas de Chihuahua por la administración villista había ocasionado la venta o la matanza de la mayor parte del ganado. Muchos vaqueros desempleados se enrolaron inmediatamente en el ejército villista y opacaron cada vez más al elemento campesino dentro de éste. El interés de estos vaqueros por una reforma agraria era naturalmente menor que el de los campesinos.
También la jefatura del ejército villista había experimentado un importante proceso de transformación. Muchos de los dirigentes campesinos que originalmente habían participado en la revolución de 1910 a 1911, como por ejemplo Toribio Ortega, habían muerto y habían sido sustituidos por hombres como Rodolfo Fierro, que no era campesino, o Martín y Pablo López, que habían ascendido dentro del ejército, y que nunca habían sido voceros o líderes de sus comunidades.47
Después de la derrota decisiva de Villa en Celaya, su política social carnbió. Ahora era él quien estaba en desventaja y, al igual que Carranza, obligado a ampliar su base social. Si bien esta necesidad era reconocida por todos en su movimiento, no produjo ningún consenso respecto a la dirección en que debía realizarse esta ampliación. Ángeles y Maytorena esperaban que las promesas sociales radicales de Carranza le permitirían a Villa allegarse más elementos conservadores en el país y sobre todo obtener ayuda de los Estados Unidos. Se esperaba que los Estados Unidos apoyarían al movimiento convencionista a pesar de su derrota militar, a fin de evitar la hegemonía militar exclusiva de Carranza.
La estrategia seguida por Villa para “ampliar la base” de su movimiento era diametralmente opuesta a la del ala conservadora de los convencionistas. Ahora intentó llevar a la práctica la reforma agraria y darle un fundamento legislativo. Se envió un emisario a Sonora para que pusiera en marcha la reforma agraria en ese estado.48 Y en agosto de 1915, Villa felicitó al gobernador de Chihuahua, Fidel Ávila, quien había firmado una ley agraria, y le ordenó que comenzara de inmediato a aplicarla, con la única excepción de las haciendas de los Terrazas, que serían entregadas a los soldados del mismo Villa. “Respecto a solicitudes para reparto de tierras, manifestóle que como soldados y miembros del Ejército no pueden ir a ésa a hacer sus solicitudes, sírvase reservarles todas las haciendas terracenas y repartir lo demás.”49
En mayo de 1915 Villa había expedido una amplia ley agraria. Todas las propiedades que excedieran determinada extensión debían ser repartidas entre los campesinos. Los propietarios recibirían alguna forma de indemnización y los campesinos deberían pagar las tierras en pequeñas cuotas. Los gobiernos estatales, y no el federal, serían los encargados de aplicar la ley. No se mencionaba la propiedad comunal de los pueblos. La ley reflejaba el carácter heterogéneo y divergente del movimiento convencionista. Con el objeto de mantener la unidad de las facciones que lo apoyaban, Villa concedía a cada estado un amplio margen para poner en práctica la reforma agraria.
La ley reflejaba asimismo los deseos de los campesinos del norte, que en su mayoría nunca se habían establecido en una aldea comunal, a diferencia de los campesinos del sur y el centro de México. Una de las cláusulas principales de esta ley fue definida inmejorablemente por Antonio Díaz Soto y Gama, uno de los consejeros intelectuales más allegados a Zapata:
Muy distinta era y es, en verdad, la concepción agraria de los hombres del Norte, comparada con la manera como los del Sur entendían el problema.
Para el Sur la principal preocupación era la restitución y dotación de tierras comunales a los pueblos. Así lo confirma el Plan de Ayala, traducción fiel del pensamiento suriano.
Para los norteños —desde San Luis Potosí, Jalisco y Zacatecas hacia arriba—, la solución radicaba en el fraccionamiento de los enormes latifundios y en la creación de gran número de pequeñas propiedades, con extensión suficiente para soportar el costo de una buena explotación agrícola, realizada con recursos suficientes para garantizar abundante producción y perspectivas de progreso.
Se aspiraba, por lo tanto, no a la parcela paupérrima del ejido, sino a la posesión de una unidad agrícola que mereciera el nombre de rancho —aspiración suprema de todo hombre de campo.
Más individualista el norteño, más ajeno a la concepción comunal del antiguo calpulli, más deseoso de ejercitar en plenitud las funciones de libre propietario, exigía él para sí una porción de tierra de regular extensión, que le perteneciese en pleno y completo dominio, sin las restricciones o taxativas que impone la estructuración de la tradicional comuna indígena, y en vez de pedir, por lo tanto, la reconstrucción de ésta, como lo quería el suriano, aspiraba a poder explotar y cultivar a sus anchas el lote de terreno que en el reparto agrario se le asignase, con el derecho, inclusive, de poder venderlo o enajenarlo o de imponerle los gravámenes que la adquisición de fondos o la contratación de préstamos exigiese.
Esa aspiración a conquistar la amplísima libertad del propietario en plenitud, se refleja en la ley del villismo, que está muy lejos de haber sido estudiada y comprendida debidamente.50
A pesar de algunos esfuerzos en favor de la conciliación, tales como el reconocimiento de los derechos de los estados en relación con la ley agraria, el creciente radicalismo social de Villa condujo a una ruptura definitiva con el ala conservadora de su movimiento. En efecto, Ángeles rompió con Villa en agosto de 1915.51 Maytorena había impedido al representante de Villa en Sonora llevar a cabo la propuesta reforma agraria,52 y cuando, en septiembre de 1915, el ejército de Villa fue a Sonora a apoyar a Maytorena, éste prefirió huir a enfrentarse con Villa.53
Las tendencias sociales conservadoras de Maytorena tuvieron mucho que ver con esta decisión. Si bien no dio ninguna explicación pública de su partida, Maytorena aclaró más tarde que uno de los principales motivos de la misma fue el deseo de Villa de imponer préstamos forzosos a los comerciantes ricos de Sonora y su propia negativa a acceder a tales exigencias. Según Maytorena, Villa se iba convenciendo cada vez más de que las ligas del dirigente sonorense con las clases altas estaban desacreditando a la revolución.54
Aunque Maytorena no hizo ninguna declaración pública contra su antiguo aliado y siguió trabajando contra el reconocimiento norteamericano de Carranza, en secreto le asestó un golpe demoledor a Villa. En una carta confidencial dirigida a sus dos subordinados más fieles en Sonora, los generales yaquis Francisco Urbalejo y José María Acosta, les ordenó que limitaran su apoyo a Villa a las acciones militares en su propio estado. Si Villa les pedía que avanzaran hacia el sur debían decirle que sus tropas no querían alejarse demasiado de sus familias. Si Villa insistía, escribió Maytorena: “ustedes le dirán que van a hacer un esfuerzo por convencer a la tropa y en vez de hacerlo así las dispersan ustedes recomendándoles que guarden sus armas y su parque en espera de la actitud que luego he de tomar”. Urbalejo y Acosta debían marcharse entonces a los Estados Unidos, donde Maytorena los ayudaría económicamente.55 Después de la derrota de Villa en Hermosillo, pocas semanas después de enviada esta carta, la mayor parte de sus tropas yaquis lo abandonaron y se negaron a seguirlo a Chihuahua. No se sabe hasta qué grado se puede atribuir dicha deserción a las instrucciones de Maytorena o a los desastres militares de Villa.
La reforma agraria que planeó Villa en los últimos meses en que tuvo bajo su control la mayor parte del país, jamás se llevó a la práctica. Esto se debió sólo en parte a la resistencia de los conservadores dentro del villismo. Tan importante como ésta fue, indudablemente, el hecho de que la reforma llegaba demasiado tarde. En agosto de 1915, cuando debía tener lugar el primer reparto extenso de tierras en Chihuahua, el gobierno villista estaba ya en proceso de disolución. Era incapaz de llevar a cabo tal empresa. También es dudoso que muchos campesinos, ahora que resultaba cada vez más evidente que Villa estaba sufriendo derrotas paralizantes, quisieran en tales circunstancias recibir tierra de sus manos, ya que hacerlo los habría identificado con un perdedor y probablemente hubiera impedido que recibieran, más tarde, tierra alguna de manos de Carranza, cuya victoria parecía cada vez más probable.
Otra razón del fracaso de los esfuerzos de Villa por obtener una base de masas más amplia y sólida después de 1915 fue el espectro de la inflación, de la cual él mismo era responsable. Como Carranza y otros revolucionarios, Villa nunca había vacilado en imprimir papel moneda para financiar la revolución. Éste no fue el caso de Zapata, en cuyo territorio la economía monetaria fue sustituida en gran medida por una economía de subsistencia. Esto era posible en Morelos, un estado rural, pero no en el norte, con su industria minera y su larga frontera con los Estados Unidos. El valor de los billetes de Villa descendió rápidamente al entrar en circulación cantidades cada vez mayores de papel moneda.56
Antes de las derrotas militares de Villa, su dinero se depreció menos de lo que hubiera podido esperarse en vista de las enormes sumas que producían sus prensas. Esto se debió principalmente al hecho de que el mismo Villa, en cierto sentido, vivía a crédito. Muchos hombres de negocios y especuladores norteamericanos y mexicanos adquirieron grandes cantidades de dinero villista, con la esperanza de que a su triunfo redimiría sus billetes (o al menos los aceptaría como pago de impuestos) al tipo de cambio oficial, mucho más alto que el tipo corriente en el mercado negro en donde lo compraron. Después de las derrotas de Villa vendieron a cualquier precio todo el dinero previamente adquirido, lo cual produjo una depreciación catastrófica, a tal grado que incluso en Chihuahua, corazón del territorio villista, era imposible comprar nada con billetes villistas.
Nadie ha descrito mejor la situación subsiguiente, así como la impotencia de Villa para controlarla, que un agente especial de España enviado a Chihuahua en 1915 por su gobierno para negociar con Villa la devolución de propiedades confiscadas a los españoles:
Y si todos estos motivos son causas suficientes para determinar el agotamiento y debilidad del “villismo”, la falta de dinero y la depreciación del billete han empeorado la situación, aún más agravada por las violentas medidas adoptadas por el general Villa para remediarla; en efecto, culpa a los comerciantes de ser ellos los responsables de la carestía de la vida causada por la elevación de precios provocada según él, por la codicia de éstos, y estimaba injustificada, injusta y desproporcionada y para castigar la cual y para volver las cosas a la normalidad decidió la confiscación de todas las tiendas y almacenes al mismo tiempo que enviaba a la cárcel a todos los comerciantes de nacionalidad mejicana, con orden de que los tuviera cuarenta y ocho horas sin comer a fin de que supieran lo que es sufrir hambre, y puso a la disposición de los extranjeros un tren especial para que “fueran a buscar oro al otro lado”, si bien es cierto que esta última disposición la anuló más tarde, sin embargo estas medidas lejos de resolver el conflicto contribuyeron, como es natural, a gravarlo aún más, porque temerosos todos los comerciantes de incurrir en el enojo del general Villa e imposibilitados de vender a los precios que éste quería, se negaban a vender y durante varios días era difícil encontrar qué comer, al mismo tiempo que constituyen una situación insostenible para el porvenir, porque agotadas las existencias que hay en la actualidad, seguramente que no habrá comerciante alguno que se arriesgue a traer otras nuevas.57
Se desató una escasez de alimentos que no podían resolver los decretos draconianos de Villa, encaminados a obligar a los comerciantes a vender sus mercancías. Las manifestaciones de hambrientos y los saqueos de tiendas de abarrotes se repitieron muchas veces en la zona controlada por Villa,58 con la consecuente mengua de la popularidad de Villa entre la población.
A fines de 1915, tanto el gobierno convencionista como la administración regional instalada por Villa para gobernar el norte de México se desintegraron. Zapata y Villa siguieron librando su guerra de guerrillas en sus respectivas regiones, pero el convencionismo dejó de existir como movimiento nacional. Sus ejércitos habían dominado brevemente la mayor parte del país, pero, fuera de su centro principal de acción, apenas dejó huella en la estructura social del país. Federico González Garza, quizá el más inteligente de los intelectuales que se unieron a Villa, expresó esto con gran claridad. En septiembre de 1915, cuando ya se perfilaba la derrota, describió en términos tajantes las debilidades fundamentales del movimiento convencionista en una carta a su hermano Roque, quien había encabezado durante un tiempo el gobierno convencionista en la capital. La carta puede leerse como una especie de epitafio para el gobierno de Villa:
Desde un punto de vista práctico hay que convenir en que si hubiésemos sabido nosotros desde que fue arrojado Huerta llevar a cabo una confiscación ordenada y sujeta a un método vigoroso y hubiésemos ya llevado a cabo una repartición de tierras bajo un plan inteligente y sin violencias, ya hubiésemos creado para ahora nuevos intereses que servirían de un modo principal a afianzar el nuevo régimen. No de otro modo procedió la asamblea constituyente en el primer periodo de la revolución francesa, desposeyendo a la nobleza de sus tierras y repartiéndolas en seguida, ni consistió en otra cosa la fuerza de resistencia que después presentó el régimen republicano, cuando a pesar de los horrores que hubo durante la convención ni el directorio ni el consulado, que después le sucedieron, se atrevieron a deshacer lo hecho por la primera asamblea, es decir, no se atrevieron a decretar la restitución de los bienes confiscados. Napoleón mismo, convertido poco después en monarca, comprendió que para afianzar su poder no tenía que tocar lo hecho por los republicanos, sino al contrario ratificar, confirmar e incorporar en leyes e instituciones lo decretado y hecho durante el periodo violento de la revolución. Para hacer obra firme no debemos olvidar estas lecciones de la historia.59
Poco después de que Venustiano Carranza se convirtiera en presidente de la república mexicana, dos ciudadanos de Aguascalientes, Librado González y José Torres le enviaron la siguiente petición, declarando que había sido escrita
por acuerdo de nuestros hermanos que están en las haciendas considerando la triste situación en que nos encontramos, en la más triste miseria, desnudos y con hambre, el trabajo del jornal duro, hay partes donde no les pagan nada de sueldo como en las haciendas nada más les dan unos dos litros de maíz y en otros tres y medio.
Parece que ya triunfó usted aunque no se cumplió lo que se prometió en esta Revolución […] se suplica que si por orden de usted pueden pagar algún sueldo aunque poco, siquiera tres litros de maíz y doce centavos diarios más, si usted ordena por toda la República será una cosa notable, para la Nación y viviremos agradecidos todos los mexicanos […]
También pidieron a Carranza que hiciera reducir los precios de los productos industriales en vista de las circunstancias extremas en las que vivían los pobres, y añadían:
Concediendo esto estaremos agradecidos todo el pueblo bajo y cuando se ofreciere alguna contrarrevolución le ayudaremos con dictámenes para manifestar a la Nación y si es posible le daremos servicio a las armas que haya justicia y consideración. Cuando las inundaciones de Guanajuato y de Monterrey hubo caridad, se juntaron donativos para socorrerlos y ahora no hay caridad, no hay compasión. Los pobres esperamos del Primer Magistrado de la Nación el socorro que es la gracia que se le pide.60
Carranza envió la petición al alcalde de Aguascalientes, quien contestó, con pleno acuerdo del gobernador del estado, que estaba en contacto con los “señores hacendados” y que la información contenida en la petición era “completamente errónea”. Los hacendados, afirmaba, estaban pagando buenos jornales y, en los pocos casos en que no tenían suficiente maíz, se daba a los trabajadores trigo en su lugar. El alcalde no había podido localizar e identificar a los autores de la petición, por lo cual suponía que las firmas eran seudónimos. Consultaría al respecto con los “señores hacendados”.61 Y allí terminó el asunto.
La petición, tanto por su tono y gran parte de su contenido como por la reacción de las autoridades, bien pudo haber sido escrita en tiempos de Porfirio Díaz. Ilustraba con gran claridad la tremenda capacidad de recuperación de los hacendados (tanto antiguos como nuevos), una recuperación que estaba teniendo lugar en gran parte de México durante el periodo de Carranza, en tanto que los repartos de tierras eran mínimos.
La base de esa recuperación, sin embargo, era la devolución de las haciendas expropiadas, que aumentó a medida que el régimen de Carranza fue consolidando su dominio sobre la mayor parte del país. Este proceso distingue especialmente a la revolución mexicana, diferenciándola de otras revoluciones sociales. Es un proceso que jamás ha sido descrito ni estudiado, en parte porque contradice tan categóricamente la doctrina oficial sobre el gobierno de Carranza, en parte porque sólo en fecha muy reciente (1978) los estudiosos tuvieron acceso a los archivos que documentan la devolución masiva de las haciendas confiscadas.62
Ya en 1914 y 1915 los hacendados expropiados por jefes “revolucionarios” se dirigieron a Carranza en demanda de una rectificación. Encontraron de su parte mucha simpatía pero antes de su victoria a fines de 1915 sólo pudo complacerlos en grado muy limitado porque la mayoría de las confiscaciones habían tenido lugar en territorios controlados por sus rivales Villa y Zapata, sobre los cuales no tenía autoridad alguna. En cuanto a las confiscaciones realizadas en su propio territorio, sus generales no se inclinaban a devolver las propiedades confiscadas mientras durara la guerra civil.
A fines de 1915 y en 1916 la situación cambió. Después de su victoria, Carranza sustrajo las haciendas confiscadas de la jurisdicción de los gobiernos estatales, locales o militares y las puso bajo su control directo. Con este fin se colocó la administración de dichas propiedades intervenidas bajo la responsabilidad de una dependencia especial creada por Carranza, la Administración de Bienes Intervenidos.63 Ésta fue una medida política muy hábil. Por una parte, mientras las haciendas siguieran administradas por el gobierno, cada una proporcionaba a Carranza ingresos suplementarios para su tesorería. Por otra parte, establecía claramente que sólo el gobierno central y no los locales tendría autoridad para devolver las haciendas a sus antiguos dueños. Esto significaba que los hacendados tendrían que hacer las paces, no con los jefes militares locales, sino con el mismo Carranza, y éste esperaba, obviamente, que su lealtad siguiera el camino de su interés.
Para la devolución de tierras había que seguir un largo y complejo procedimiento burocrático. El hacendado o su abogado comenzaban por presentar a Carranza una solicitud pidiendo la devolución de las propiedades confiscadas. Si era Villa o algún otro general hostil a Carranza quien había intervenido la hacienda, el dueño insistía en que esta acción era sencillamente uno de los actos del bandidaje y falta de respeto a la ley que caracterizaban a los enemigos de Carranza. Si eran generales cercanos al Primer Jefe quienes habían expropiado las tierras, el hacendado declaraba que evidentemente había habido un error. En prácticamente todos los casos los solicitantes insistían en que jamás se habían metido en política y que sólo habían atendido sus propios negocios, que estaban ahora al borde del hambre y sus familias numerosas no tenían otro medio de subsistencia que las haciendas cuya devolución solicitaban.64 Carranza remitía entonces las solicitudes a las autoridades locales pidiéndoles que explicaran por qué había sido confiscada la hacienda.
En las primeras etapas del movimiento, cuando Carranza todavía trataba de presentarse como un revolucionario social que estaba a punto de llevar a cabo reformas radicales, era posible que recibiera declaraciones radicales de algunos de sus funcionarios locales que se oponían a cualquier devolución de propiedades por motivos de principio. Así, por ejemplo, en agosto de 1914, los hacendados Jesús, Joaquín y Antonio Ruiz Espinosa y Parra, dueños de la Hacienda del Peñasco en el estado de San Luis Potosí, pidieron que se les devolviera su hacienda, expropiada por las autoridades revolucionarias. El mayor Escobar, de la Administración de Bienes Intervenidos de San Luis Potosí, se opuso firmemente a esta petición en el mismo mes diciendo que
los Espinosa y Parra forman parte del gremio de hacendados potosinos cuyas fortunas no pueden merecer el nombre de capital legítimamente ganado; es decir, que su capital sea el excedente de utilidades honradamente adquiridas, después de haber cubierto a sus trabajadores los salarios que por justicia y por equidad les corresponde, sino que por el contrario, la fortuna de estos individuos, como la de la mayoría de los hacendados del Centro de nuestro País y que pomposamente hacen llamar Capital, no es a juicio del suscrito, sino la acumulación, el resumen o la condensación de los salarios que esos mismos hacendados debieron haber pagado a sus trabajadores, que son los que han producido la mercancía que los ha hecho ricos, que los ha hecho tener palacios en esta capital, poseer flamantes automóviles, mientras los humildes obreros de sus haciendas, como nos consta a todos los que hemos tenido el honor de ser sus huéspedes, de esos pobres desgraciados, en nuestra vida de revolucionarios, no tienen ni un pantalón con que cubrir sus desnudas carnes, ni un par de zapatos con que calzarse, siendo ellos factores principales de la riqueza nacional.
El mayor Escobar añadía que
no he conocido una sola hacienda, un solo rancho o congregación cualquiera de las pertenecientes a hacendados, sobre todo en esta región, en donde impere la equidad, en donde se haga justicia al trabajador y se le pague su trabajo por parte del hacendado, guardando éstos, los hacendados, la posición de los señores feudales de otro tiempo, y los peones, la condición de los siervos, y aún más todavía, puesto que los siervos disponían de lecho para dormir y ropa para cubrir sus carnes, y el siervo actual de los que se dicen hacendados potosinos, ni le dan lo suficiente para comer, menos para vestir, ni una mala cama para dormir.
Escobar no dejó ninguna duda de que en su opinión tales hacendados “no solamente no pueden ser amigos de una revolución, que trata de acabar con sus fueros, sino por una ley ineludible, forzosa, la de la propia conservación, tendrán que ser, como lo son, enemigos de la Revolución.
Son estos los motivos en que se funda esta Oficina Interventora para intervenir en los bienes de los Espinosa y Parra Hermanos”.65
En los años posteriores del régimen de Carranza se reciberon pocos documentos de este tipo. Cuando el hacendado había sido un enemigo abierto del constitucionalismo, era posible que se señalara el dato, pero aun tales casos eran raros. Uno de ellos fue el que se dio en mayo de 1916, cuando Guillermo Muñoz, hacendado chihuahuense, pidió la devolución de sus propiedades expropiadas por Pancho Villa, insistiendo en que “mi humilde personalidad es bien conocida en todo el estado de Chihuahua, y las personas más honorables del mismo pueden deponer acerca de mis antecedentes y de mi ninguna injerencia en asuntos de política”.66 Cuando Carranza pidió su opinión al gobernador del estado, éste contestó: “No deben serle devueltas por considerársele como un enemigo de la Causa Constitucionalista, en virtud de que ayudó al orozquismo y huertismo, siendo además miembro de la familia de los Creel y Terrazas y muy unido con ellos.”67
Pero tales objeciones se hicieron cada vez más raras con el paso del tiempo. En aquellas regiones en que las confiscaciones habían sido ordenadas por enemigos de Carranza, y sobre todo cuando se trataba de Villa, las autoridades locales declaraban que carecían de la documentación necesaria para explicar por qué habían ocurrido dichas confiscaciones y generalmente insistían en que no sabían nada en contra del hacendado que pedía la devolución de sus propiedades. Con frecuencia las autoridades locales iban más lejos y expedían un visto bueno en favor del solicitante.
Una de las razones de este cambio de actitud entre los administradores locales —como escribiera a Carranza el hacendado chihuahuense Rodolfo Cruz, probablemente uno de los pocos que de veras no se había inmiscuido en asuntos políticos— era que “tengo noticias fidedignas de que hay personas que ofrecen arreglar la devolución de bienes mediante cierta retribución”.68 La devolución de las haciendas ofrecía a los funcionarios gubernamentales, tanto locales como nacionales, muchas oportunidades de exigir sobornos. De 1915 en adelante Carranza recibió un número cada vez mayor de informes, como el enviado por G. Nava, del estado de San Luis Potosí, en que le informaba que Rafael Nieto, alto funcionario de su régimen, y su secuaz, Julián Ramírez, recibirían 20 000 pesos del dueño de la Hacienda del Jabalí en San Luis Potosí si le regresaban su hacienda.69
Pero ni los informes negativos de sus funcionarios ni los casos de corrupción podían desviar a Carranza de su propósito fundamental de restituir las haciendas a sus antiguos dueños. Y así, a pesar de haber sido identificado Muñoz por el gobernador de Chihuahua como un enemigo de la revolución, Carranza decretó en 1919 que se le restituyeran todas las propiedades que se le habían confiscado.70 La única condición con la cual tenían que cumplir los hacendados para obtener dicha restitución era declarar que no pretenderían posteriormente entablar demanda alguna por daños y perjuicios a dichas propiedades durante el periodo en que estuvieron bajo el control del gobierno.
Carranza sólo estaba dispuesto a considerar tres excepciones a su regla de devolver las haciendas confiscadas. La primera era la de las propiedades del clero, que siguieron confiscadas. En el estado de Puebla, en 1917, más del 90% de las haciendas que seguían bajo el control del gobierno eran consideradas propiedad de la Iglesia.71 La segunda excepción, en la cual Carranza mostró la misma rigidez, fue la de los antiguos convencionistas. La hacienda de José María Maytorena, ex-gobernador de Sonora que había apoyado a Villa, y las haciendas de la familia Madero, por ejemplo, siguieron confiscadas durante el periodo de Carranza.72 Finalmente, en algunos casos de huertistas flagrantes, Carranza se resistió también a devolverles sus antiguas propiedades, aunque en su caso fue mucho más flexible que en el del clero y los villistas y ya para 1919 estaba evidentemente dispuesto a atraerse a los hacendados más conservadores mediante la restitución de sus haciendas confiscadas.
Las demandas rivales de los campesinos o incluso el hecho de que tales haciendas hubieran sido distribuidas por sus propios generales de acuerdo con las leyes agrarias del propio Carranza, no le impidió a éste devolver las tierras a los hacendados. En el estado de San Luis Potosí el general Gavira, gobernador carrancista, había devuelto a los campesinos de Villa de Reyes las tierras que les había quitado la vecina Hacienda del Gogorrón. Sin embargo, más tarde, los hacendados (de acuerdo con un informe enviado a Carranza) sobornaron a un agente del general Dávila, el nuevo gobernador, y éste devolvió otra vez las tierras a la hacienda.73 Carranza no hizo ningún esfuerzo por impedir dichas prácticas, sino que, por el contrario, intervenía él mismo en favor de las haciendas cuando alguno de sus gobernadores intentaba aplicar su propia ley agraria. El más controvertido de estos casos se dio en Tabasco, en el sureste de México, estado en el cual, con la posible excepción de Yucatán, eran más comunes las prácticas de servidumbre por endeudamiento semejante a la esclavitud. Cuando a fines de 1915 el general Francisco Múgica, uno de los carrancistas más radicales, asumió la gubernatura del estado, inmediatamente puso manos a la obra para transformar su estructura social. Obligó a los hacendados a abandonar el sistema de servidumbre por endeudamiento, aumentar los jornales y construir escuelas y hospitales.74 Carranza respaldó plenamente estas medidas de su gobernador, pero se volvió contra él cuando intentó realizar una reforma agraria. A principios de 1916 Múgica devolvió las tierras de las que se había apoderado una gran corporación hispano-norteamericana, la Compañía Agrícola Tabasqueña, a 400 campesinos del pueblo de Jonuta. En una solemne ceremonia presidida por Múgica se restituyó a los campesinos su tierra en nombre de Venustiano Carranza, hecho que fue saludado con repetidos aplausos. En cuanto Carranza se enteró de dicha restitución por quejas de los dueños del latifundio, telegrafió a Múgica que devolviera dichas tierras a la corporación. En este punto Múgica puso todo su prestigio en juego. Telegrafió a Carranza que si se devolvían las tierras renunciaría inmediatamente e insinuó que podrían estallar levantamientos en Tabasco. Ni siquiera esta enorme presión bastó para convencer a Carranza de que debía ratificar el decreto de Múgica, pero al menos lo indujo a permitir que los campesinos siguieran en posesión de sus tierras mientras la comisión nacional agraria en la capital revisaba una vez más sus demandas. Múgica pronto perdió el cargo de gobernador, y su sucesor impuso contribuciones tan altas a los campesinos que la corporación abrigó la esperanza, por cierto frustrada, de que éstos abandonaran pronto las tierras permitiendo así el regreso de los antiguos dueños.75
Entre muchos carrancistas radicales, como Múgica, estas medidas de Carranza condujeron a un creciente sentimiento de desesperación y frustración. En carta dirigida en agosto de 1916 al general Salvador Alvarado, carrancista radical que era además su superior, Múgica escribió:
Pues bien: No estoy conforme con la política general, porque aparte de no estar bien orientada y definida tiene mucho de conciliadora. Usted sabe bien que el grande ideal de esta revolución es la cuestión agraria sobre cuya materia apenas se ha expedido una sola Ley importante, la de 6 de enero, clara, semiliberal, aunque no resuelta; se ha creado una Gran Comisión Nacional Agraria para vigilar el funcionamiento de la mencionada Ley, que ha resultado fiasco y a pesar de que apenas se aboca el Gobierno de la Revolución a solucionar el problema, ya se hace política para estrangular los primeros pasos […] Ahora que en febrero y marzo estuve en México, vi más encono contra los Villistas, los Zapatistas y los Convencionistas que contra los Huertistas […] ¿ Adónde iremos por esta senda, mi querido general?76
Esta apreciación de Carranza por Múgica tuvo su eco en el otro extremo del espectro político. En noviembre de 1915 José Ives Limantour, el ministro más influyente del gabinete de Porfirio Díaz y cabeza de los “científicos”, le escribió a J. B. Body, representante de Lord Cowdray en México, expresando su temor de que no le devolvieran sus propiedades a pesar de la victoria de Carranza:
Creo, como usted, en vista de las nuevas confiscaciones llevadas a cabo en la propiedad de personas como los Iturbes, Hilario Elguero y otros que jamás han intervenido en política, que seguramente mis propiedades urbanas deben estar todavía en posesión de esa canalla que, nos persigue y que tiene toda la buena voluntad y el apoyo del señor Wilson. Tengo gran temor de que la carta que envié a Carranza mediante sus buenos oficios no traerá ningún buen resultado.
Sin embargo, Limantour se mantenía fundamentalmente optimista respecto a la política seguida por el gobierno de Carranza. Estaba convencido de que las medidas tomadas por el presidente mexicano contra algunos de los terratenientes y miembros de la clase alta eran provisionales, y de que él podría recuperar sus propiedades poniendo “el asunto en manos de alguna persona que pueda tener probabilidades de ser oída por esa gente; y con el fin de hacer esto con alguna esperanza de éxito necesitaría saber quién es el hombre indicado ‘bajo las circunstancias’ actuales”.77
Es obvio que Limantour encontró al hombre indicado y que su optimismo en lo referente a la política de Carranza resultó enteramente justificado. Tal es, en resumen, lo que se colige del informe de uno de los representantes de Cowdray, A. E. Worswick, escrito casi dos años más tarde, en que declaró:
Ahora que el gobierno está bien establecido y no depende tanto del elemento militar radical, se observa una tendencia conservadora. Es indudable que Carranza está haciendo todo lo posible por librarse de los extremistas, y la señal más alentadora es que está comenzando a colocar en puestos gubernamentales a algunos miembros del antiguo régimen. Pesqueira me dijo que ésta es su política definida, y que al irse apagando los odios engendrados por la revolución, se proponen utilizar los servicios de tantos de los mejores del antiguo gobierno como sea posible, consolidando así su posición y concillando a quienes ellos llaman los “reaccionarios” […] Probablemente usted ya sabe que le han devuelto sus propiedades a Don José Limantour, como también las suyas a Ignacio de La Torre, y se promete para julio una ley de amnistía que traerá de nuevo a cientos de “emigrados”, y esperamos que la ciudad recupere algo más de “su antiguo aspecto”.78
Al mismo tiempo Carranza se volvió en contra de otro grupo social al cual había cortejado asiduamente en 1915: los obreros industriales. Hacia fines de 1915 y principios de 1916, cualquier entusiasmo que hubieran demostrado por él los obreros comenzó a apagarse a medida que su situación empeoraba. Había una grave escasez de alimentos, debida tanto a la drástica reducción de la producción agrícola por la guerra civil de 1914-1915 como a la especulación de los funcionarios carrancistas con los productos alimenticios. Había una inflación creciente debida a la devaluación del papel moneda de Carranza, al imprimir las prensas gubernamentales cantidades cada vez mayores de billetes. Y había un grave desempleo, resultado de la parálisis y subsiguiente cierre de mucha fábricas.
A fines de 1915 y principios de 1916 estallaron huelgas en muchos lugares del país. Los trabajadores portuarios de Veracruz y Tampico, los electricistas y tranviarios de Guadalajara, los mineros de El Oro y los panaderos y tranviarios de la capital, todos se fueron a la huelga. Exigían que se les pagaran sus salarios en oro y no en billetes devaluados.79 A principios de 1916 se disolvieron los “batallones rojos”. Cuando los trabajadores ferrocarrileros se declararon en huelga en 1916, el gobierno los militarizó; una oficina sindical tras otra fue cerrada. Se llegó a disparar contra manifestaciones obreras. La represión llegó a un clímax a mediados de 1916. Debido a los grandes aumentos de precios, los sindicatos habían llamado a una huelga general para el 27 de mayo, que fue aplazada cuando el gobierno prometió un pronto aumento salarial. Cuando dicho aumento no llegó, 36 000 obreros se declararon en huelga el 31 de julio. Carranza inmediatamente concentró tropas en la capital, hizo ocupar las oficinas de los sindicatos y declaró ilegal la Casa del Obrero Mundial. Se expidieron leyes draconianas, basadas en una ordenanza de 1862 que estipulaba la pena de muerte para quien incitara a una huelga.
Estas medidas suscitaron una fuerte oposición en las filas del propio ejército carrancista. El 11 de agosto se presentó a los dirigentes de la huelga ante un tribunal militar y se les acusó de alta traición. El tribunal los absolvió. Dos semanas más tarde, Carranza volvió a presentarlos ante un tribunal militar, y nuevamente se les declaró inocentes (con la excepción del dirigente del sindicato de electricistas, Velasco, que fue condenado a muerte, y más tarde perdonado). Aunque Carranza volvió a encarcelar a los dirigentes huelguistas, se vio obligado a ponerlos en libertad algunos meses más tarde.80 El ministro austriaco en México escribió sobre la política laboral de Carranza con malicioso regocijo, diciendo que:
Los trabajadores industriales y agrícolas están decepcionados porque las promesas que les hicieron no se han cumplido. Al principio se les cortejó con entusiasmo. Se les dio el espléndido edificio perteneciente al Jockey Club, se obligó a los patrones a conceder aumentos de sueldo de más del 100%, y se introdujo la jornada de 8 horas. El proletariado se volvió arrogante, y luego también se rebelaron los ferroviarios y los trabajadores de otras empresas estatales. Tal no había sido, por supuesto, la intención del gobierno, que se volvió entonces contra sus antiguos protegidos, los echó de sus palacios y prohibió todas las concentraciones que no tuvieran la previa aprobación de las autoridades. Como es natural, el entusiasmo de los obreros por el gobierno de Carranza ha terminado.81
Al mismo tiempo que se volvía contra los radicales en su propio movimiento, Carranza hizo todo lo posible por destruir lo que quedaba de los movimientos de Villa y Zapata.
A mediados de 1916 el general Pablo González había organizado sus tropas para una cruzada de aniliquilación contra Zapata. En un decreto dirigido a los habitantes de Morelos el lo. de noviembre de 1916 anunció que se fusilaría a todos los zapatistas o sospechosos de serlo. La ofensiva de las tropas de Carranza tuvo éxito en un principio, en unos cuantos meses, Zapata se vio obligado a abandonar las ciudades que ocupaba en Morelos para refugiarse nuevamente en la guerra de guerrillas.82 Su estado mayor y una pequeña sección del ejército se retiraron a las montañas, mientras la mayoría de los soldados restantes regresó a sus pueblos. Durante el día trabajaban como campesinos y de noche atacaban a las tropas de González. Al principio éste no hizo ningún intento por ganarse al campesinado. Por el contrario, libró contra éste una guerra cruel y brutal. En consecuencia, incluso aquellos campesinos que hubieran querido abandonar la lucha volvieron a tomar las armas.
La destrucción de Villa parecía aún más fácil de lograr. Sólo unos cuantos centenares de hombres de la antaño poderosa División del Norte habían seguido a Villa a la sierra de Chihuahua. La gran mayoría de sus antiguos oficiales y soldados habían huido a los Estados Unidos o se habían rendido a Carranza, quien concedió una amnistía e incluso aceptó a muchos de ellos en su ejército. Esta política de dirigir sus energías principalmente contra los radicales, tanto dentro como fuera de su propio movimiento, era factible para Carranza mientras pudiera contar con el apoyo o, al menos, la neutralidad de las clases altas de México y el apoyo de los Estados Unidos.
Las clases altas habían apoyado a Carranza contra la Convención y estaban beneficiándose tanto de la devolución de sus propiedades confiscadas como de la represión de los movimientos campesinos. Los alegraba en cambio mucho menos el tener que compartir sus ingresos con el mismo Carranza, con sus generales y con la burguesía carrancista. Sin embargo, habían aprendido de mala manera en 1913-14 que era inútil oponerse a los Estados Unidos. Mientras Carranza pareció gozar del apoyo norteamericano, la mayor parte de las clases altas no se volvió contra él.
En términos generales, los esfuerzos de Carranza por restablecer la situación vigente durante el porfiriato tuvieron mayor éxito que sus intentos de reconstruir el Estado fuerte y centralizado edificado por Díaz.
La revolución había destruido en lo esencial al ejército federal y a grandes sectores de la burocracia porfirista, que fueron sustituidos por una serie sumamente heterogénea de caudillos regionales, la mayoría de ellos jefes del ejército carrancista. Lo que los más de ellos tenían en común era que no toleraban más que un mínimo de interferencias de parte del gobierno central. Más allá de esta característica compartida, sus políticas resultaron en extremo divergentes.
En los estados donde primero arraigó la rebelión constitucionalista de 1913 y cuyos principales dirigentes habían tomado partido por Carranza en su lucha contra Villa, llegaron a la gubernatura miembros de la nueva burguesía que eran además militares, tales como Calles en Sonora, Espinosa Mireles en Coahuila, y los hermanos Arrieta en Durango.
Éstos eran conservadores en lo tocante a la cuestión agraria, liberales respecto a la cuestión obrera, y nacionalistas frente a la empresa extranjera. Se distribuyeron muy pocas tierras y los movimientos campesinos que surgieron, tales como el de los yaquis en Sonora, o el de los campesinos radicalizados de la región lagunera encabezados por el ex-general villista, Calixto Contreras, fueron despiadadamente reprimidos. En cambio, se alentó a los mineros y obreros industriales a formar sindicatos y las huelgas que llevaron a cabo tuvieron con frecuencia el apoyo de los dirigentes regionales, quienes contradecían a veces la política del gobierno central.
Al mismo tiempo se aplicaron nuevas presiones a las empresas extranjeras para que pagaran más impuestos y mejoraran la situación de sus trabajadores.
En Morelos y Chihuahua, donde habían surgido los movimientos revolucionarios más radicales y en donde Emiliano Zapata y Pancho Villa seguían resistiendo, fueron muy distintas las tácticas aplicadas por los carrancistas.
A Morelos se le trató como a territorio extranjero conquistado y ocupado. Pablo González aplicó contra los campesinos morelenses la táctica de tierra arrasada.
En Chihuahua se llevó a cabo una política más diferenciada. Allí Carranza dio el poder político a sus seguidores de clase media y alta, permitiéndoles además formar milicias reclutadas en el propio estado. Al mismo tiempo envió tropas de fuera de Chihuahua a combatir a Villa. Esto tuvo como consecuencia casi cinco años más de tensiones, conflictos y ocasionales combates entre los carrancistas chihuahuenses y sus supuestos aliados foráneos.83 Estos conflictos internos obstaculizaron la lucha contra Villa.
Lo que tenían en común las políticas seguidas por Carranza en ambos estados era que en ningún caso hizo el menor intento de ganarse al campesinado, ni siquiera mediante una reforma agraria del tipo más limitado. Una táctica estricta de represión despiadada fue la única medida coherente aplicada en el campo.
Tal política contrastaba notablemente con la que aplicó la dirección carrancista en los estados sudorientales de Tabasco y Yucatán, en donde no había surgido ningún movimiento social radical y el poder de los hacendados parecía incólume. Allí envió Carranza a sus partidarios más radicales, como Salvador Alvarado a Yucatán y Francisco Múgica a Tabasco para que organizaran y movilizaran a los peones de las haciendas como un contrapeso a los hacendados.
Hubo finalmente una cuarta categoría de estados en donde Carranza aplicó otro tipo de política. Constituían esta categoría aquellos estados del centro y el centro-norte de México donde no habían surgido levantamientos campesinos de tipo zapatista. No todos estos estados se hallaban bajo firme control carrancista, pero en aquellos donde sí se ejercía ese control, el presidente tendió a designar como gobernadores a hombres venidos de fuera de los mismos, principalmente del norte. A diferencia de los gobernadores del sureste, rara vez eran radicales o seguían políticas sociales revolucionarias. A diferencia de lo ocurrido en el sureste, grandes zonas de la región central habían estado bajo el control, al menos por cierto tiempo, del ejército villista, y en consecuencia se había confiscado un buen número de haciendas. Incluso en zonas no dominadas por el villismo, muchas haciendas habían sido confiscadas por unidades carrancistas a las que el Primer Jefe no podía refrenar.
En consecuencia, los hacendados de la región central se habían visto notablemente debilitados por la revolución. Además los movimientos separatistas que los hacendados habían apoyado o patrocinado en Yucatán, Oaxaca y Chiapas, eran mucho más difíciles de instrumentar en la región central de la república. Por consiguiente, los hacendados del centro estaban más dispuestos que los del sureste a llegar a un arreglo con los funcionarios carrancistas si éstos les devolvían sus tierras. Fue así como muchos gobernadores de la región central de México recibieron cuantiosos y continuos pagos de los hacendados a cambio de los cuales estuvieron bien dispuestos a utilizar sus tropas para reprimir las demandas campesinas de tierras afectables. El hecho de que tanto los gobernadores como la mayoría de sus tropas eran foráneos y no revolucionarios locales, facilitaba la aplicación de tal política.
A muchos de los observadores contemporáneos les parecía que la tarea más difícil quizá irrealizable a que se enfrentaba Carranza, era la de soldar estos principados regionales en un nuevo y poderoso Estado nacional.
La fuerza “nacional” que había surgido de la revolución, o sea el ejército revolucionario, no era “nacional” en absoluto sino fundamentalmente un mosaico de contingenes encabezados por jefes regionales.
En el curso de la revolución no se había formado ningún partido político nacional que fuera capaz, ni siquiera remotamente, de servir de contrapeso a la influencia del ejército. Las únicas organizaciones civiles que surgieron y se fortalecieron en este periodo, tales como los sindicatos obreros y algunas organizaciones campesinas locales, que algunos gobernadores y gobiernos revolucionarios posteriores movilizaron con éxito a su favor, fueron casi sin excepción rechazados con pocos excepciones por Carranza después de un breve periodo de colaboración, ya que temía su radicalismo.
Si el presidente Carranza deseaba ser algo más que un mediador entre caudillos locales poderosos, y si deseaba reconstruir un Estado mexicano fuerte, sólo le quedaban dos opciones completamente opuestas entre sí.
La primera era la que postulaban los conservadores tanto dentro como fuera del movimiento carrancista. Consistía en aceptar la oferta de alianza de Woodrow Wilson y darle una base sólida mediante la aceptación de un cuantioso préstamo de los banqueros norteamericanos.
Se esperaba que tal política permitiría al presidente mexicano repetir la estrategia porfirista para construir un Estado mexicano fuerte con ingresos derivados de fuentes extranjeras.
La segunda opción era la que favorecían los elementos más radicales y nacionalistas dentro del movimiento carrancista. Éstos proponían que se aumentaran los impuestos a las empresas extranjeras y se restringieran las inversiones y la influencia política de los extranjeros. Tal política habría fortalecido al Estado al aumentar sus ingresos, permitiéndole al mismo tiempo unificar a los distintos sectores que lo apoyaban en torno a un programa nacionalista.
Aunque Carranza hizo algunas concesiones a los nacionalistas al imponer contribuciones a las compañías extranjeras a finales de 1915 y principios de 1916, hay ciertos indicios de que, al menos hasta marzo de 1916, se inclinaba fundamentalmente por la primera opción y esperaba obtener un préstamo de los Estados Unidos.
Tanto las esperanzas de Carranza como cualquier posibilidad de poner en práctica la primera opción fueron destruidas en la noche del 8 de marzo de 1916 cuando Pancho Villa, a la cabeza de quinientos hombres, atacó el pueblo de Columbus, en el estado norteamericano de Nuevo México.