3. LOS ESTADOS UNIDOS, ALEMANIA Y LA CAÍDA DE MADERO

PRESIONES INTERNAS Y EXTERNAS SOBRE EL GOBIERNO DE MADERO

A fines de 1912 o principios de 1913 un observador superficial podría haber tenido la impresión de que el movimiento maderista había consolidado en lo fundamental su control sobre el país. Los intentos golpistas de Bernardo Reyes y Félix Díaz habían sido dominados y Pascual Orozco ya no representaba un peligro serio; la insurrección zapatista, aunque seguía desarrollándose con toda su fuerza, sólo afectaba a una parte relativamente pequeña de México. En realidad, sin embargo, el régimen de Madero se encaminaba inexorablemente a su fin y había roto, en muy gran medida, sus vínculos con las fuerzas que lo habían llevado al poder.

Al aumentar la desilusión de los maderistas con su jefe, éste comenzó a apoyarse cada vez más en la vieja burocracia porfirista y el ejército federal. Pero precisamente estos sectores veían en Madero a un usurpador y querían regresar al poder por cuenta propia. Durante mucho tiempo su eficacia se había visto obstaculizada por las divisiones entre ellos mismos (reyistas contra “científicos”) y por la renuencia de muchos conservadores a actuar sin tener la seguridad de un apoyo firme del gobierno norteamericano. Al aumentar el antagonismo norteamericano hacia Madero, se endureció la oposición conservadora al régimen maderista y las facciones rivales buscaron unirse con el propósito común de derrocar al presidente. Consideraban que el ejército federal era la base principal para el golpe. Ésta era una opinión compartida por muchos observadores, incluido el ministro alemán en México. En octubre de 1912 éste expresó la convicción de que la toma del poder por el ejército era sólo cuestión de tiempo.1

A fines de 1912 y principios de 1913, el ala radical del movimiento maderista, los Renovadores, quienes estaban plenamente conscientes de este peligro, hicieron un último intento por cambiar la trayectoria del gobierno. En un memorándum dirigido a Madero escribieron: “La Revolución va a su ruina, arrastrando al gobierno emanado de ella, sencillamente porque no ha gobernado con los revolucionarios. Las transacciones y complacencias con individuos del régimen político derrocado, son la causa eficiente de la situación inestable en que se encuentra el gobierno emanado de la Revolución […] Este gobierno parece suicidarse poco a poco”.2

Madero, sin embargo, desoyó estos argumentos. A un grupo de diputados renovadores que le advertían sobre las fatales consecuencias de su política, les contestó que el pueblo y el ejército lo apoyaban.3

Pero el gobierno maderista tenía que vérselas no sólo con sus enemigos dentro del país, sino también con la oposición del gobierno norteamericano y de las empresas norteamericanas en México. El 15 de septiembre de 1912, el gobierno norteamericano había enviado su nota de protesta más enérgica hasta entonces. En ella se culpaba al gobierno mexicano de discriminar a empresas y ciudadanos norteamericanos. Se citaban como ejemplos la promulgación de un impuesto sobre el petróleo crudo, el despido de algunos centenares de empleados norteamericanos de los Ferrocarriles Nacionales, y el fallo judicial en contra de una compañía ganadera norteamericana. Además, se le echaba en cara al gobierno mexicano no haber sido capaz de proteger la vida y las propiedades de ciudadanos norteamericanos. La nota hacía ascender a trece el número de norteamericanos que supuestamente habían sido asesinados durante la presidencia de Madero.4 En diciembre de 1912, el embajador norteamericano, según su colega alemán Hintze, había sostenido “largas conversaciones con el presidente Taft y con el secretario de Estado, Knox, acerca de lo que había que hacer en México. Después que la nota norteamericana del 15 de septiembre de 1912 fue contestada en parte evasiva y en parte negativamente, Washington sintió la necesidad de actuar. Wilson propuso: o apoderarse de una parte del territorio mexicano y conservarlo o derrocar el régimen de Madero (literalmente). El presidente Taft había estado dispuesto a hacer ambas cosas, pero Knox se había opuesto a la idea de ocupar territorio mexicano. Entonces los tres acordaron subvertir el gobierno de Madero. Para este fin utilizarían la amenaza de intervención, promesas de puestos y honores (lo cual aquí es sinónimo de ingresos por cohecho) y soborno directo en efectivo”.5

En diciembre de 1912, el ministro de Relaciones Exteriores, Lascuráin, se trasladó a Washington con la esperanza de llegar a un acuerdo con el gobierno norteamericano. Las proposiciones que hizo no se conocen en detalle. En todo caso, parece haber conseguido del gobierno norteamericano un último respiro; de todos modos se le amenazó sin ambages con una intervención. Lascuráin resumió así sus impresiones al ministro alemán en México: “Los Estados Unidos de América no querían ninguna intervención en México; sin embargo, los círculos dirigentes me dieron a entender que, contra su voluntad estarían obligados a intervenir en caso de que no cesaran los continuos asesinatos de norteamericanos y la destrucción de propiedad norteamericana. Done, nous ferons un dernier effort suprême pour en finir!Ésta ha sido también la decisión del actual Consejo de Ministros; ya han comenzado los movimientos de tropas”.6

La actitud del Departamento de Estado ante las proposiciones de Lascuráin indica cierto repliegue del gobierno norteamericano y nuevos intentos por llegar a un acuerdo con Madero. Fue en este momento cuando se hicieron patentes serias diferencias entre Henry Lane Wilson y Knox. Wilson exigió en un memorándum una amenaza expresa de intervención. El gobierno de los Estados Unidos, escribió, “no puede permitir por principio que una guerra cruel y destructora, cuyo único fin es, hasta donde puede juzgarse imparcialmente, la satisfacción de ambiciones rivales de cabecillas ambiciosos, pueda continuar por tiempo indefinido en territorios limítrofes de los Estados Unidos”.7

Estos testimonios revelan claramente que, en su último mes en el poder, el gobierno de Taft se vio asediado por aspiraciones sumamente contradictorias. Por una parte, Taft temía que el recién elegido presidente Woodrow Wilson, de quien desconfiaba profundamente, cediera ante los revolucionarios mexicanos. Es muy posible que haya querido crear un hecho consumado antes de que Wilson tomara posesión. Esto explicaría el hecho de que Taft y Knox (si el informe de Hintze sobre la versión de Henry Lane Wilson se ajusta a los hechos) tomaran la decisión de derrocar a Madero en diciembre de 1912, cuando representaban un régimen que iba ya de salida. Aunque no he podido encontrar confirmación directa de la versión que dio Henry Lane Wilson respecto a su complot con Taft y Knox en ninguna otra fuente además de la citada (y debe subrayarse que si su versión es correcta, Taft y Knox habrían hecho todo lo que estuviera en su poder por decir lo menos posible por escrito respecto a su participación en semejante complot), resulta significativo que, al mismo tiempo que se urdía esta conjura, Taft le escribiera a Knox: “Estoy llegando a un punto en que pienso que deberíamos colocar un poco de dinamita con el objeto de despertar a ese soñador que parece incapaz de resolver la crisis en el país del cual es presidente”.8

Si bien el hecho de que el régimen de Taft estuviera ya en sus últimos días puede explicar el entusiasmo de Taft por derrocar a Madero, también explica la renuencia manifestada por Knox en relación con el plan.

La reticencia de Knox se vio fortalecida por la buena disposición de Lascuráin a complacer al gobierno norteamericano, demostrada durante su visita a los Estados Unidos, disposición que fue estimulada por las amenazas de intervención. También reforzaron esta actitud de Knox las crecientes pruebas de que el embajador Wilson estaba exagerando muchísimo el grado de inseguridad e insurgencia que había en México. Al ir perdiendo confianza Knox en su embajador, se volvió cada vez más temeroso de involucrarse en una intervención militar que no deseaban ni él ni Taft. Este temor quedó indicado, aunque no explicitado, en su memorándum que envió Knox a Taft el 27 de enero y que puede haber sido escrito con la intención de que el presidente retirara su apoyo al complot del embajador Wilson. Knox declaraba que los informes de Henry Lane Wilson revelaban “una intención de parte del embajador de obligar a este gobierno a precipitarse en su manejo de la situación mexicana en conjunto, siendo tan fundamental y tan grave el aparente desacuerdo entre el embajador y este Departamento [de Estado] que el Departamento siente que haría mal si no llamara claramente la atención de usted sobre el asunto”.9 No está claro en qué forma reaccionó Taft a este memorándum. La política del gobierno norteamericano en las cruciales semanas que siguieron a este intercambio de informes, durante las cuales Henry Lane Wilson desempeñó un papel decisivo en el derrocamiento de Madero, puede ser el mejor indicio de la verdadera actitud de Taft. Como se demostrará, el régimen de Taft negó a Henry Lane Wilson permiso para amenazar al gobierno mexicano con una intervención norteamericana a fin de lograr sus objetivos; sin embargo, unos días más tarde, después de que Wilson lo había hecho de todas formas, el régimen apoyó sus acciones.

LA DECENA TRÁGICA

En enero de 1913 se organizó una nueva conspiración contra el gobierno de Madero, una conspiración en la cual los grupos conservadores rivales lograron unirse por primera vez y enterrar, por lo menos temporalmente, sus diferencias. Sus representantes más prominentes eran el general porfirista Mondragón junto con Félix Díaz y Bernardo Reyes, quienes desde la cárcel tomaron parte en los preparativos. Los conspiradores habían establecido contacto con muchos oficiales del ejército,10 y parece ser que ya entonces Wilson estaba también al tanto de estos planes.

El 20 de enero, cuando el ministro cubano en México, Márquez Sterling, preguntó a Wilson: “¿Cree usted, Embajador, que esté próxima la caída del Gobierno del Presidente Madero?”, Wilson, contestó: “Su caída no es fácil, pero tampoco imposible”.11 Un día más tarde, Henry Lane Wilson visitó al ministro alemán: “Quiero ayuda y espero que usted me la dé. El ministro británico es buena persona, pero demasiado optimista a lo cual él [H. L. Wilson] añadió una petición para que nosotros contribuyéramos a dar una explicación al cuerpo diplomático”.12 No sería erróneo suponer que Wilson quería preparar al cuerpo diplomático en lo tocante al apoyo norteamericano a la conspiración contra Madero.

Originalmente, los conspiradores habían planeado levantarse en armas el 11 de febrero. Pero, dado que el gobierno fue puesto al tanto de su plan, entraron en acción el 9 de febrero.13

El grueso de los rebeldes, reclutados en diversos sectores de la guarnición de la capital, sacó de inmediato de la cárcel a Félix Díaz y a Bernardo Reyes. Otros se apoderaron del Palacio Nacional y tomaron prisionero al hermano del presidente, Gustavo Madero, y al ministro de la Guerra, Peña. Sin embargo, el general Lauro Villar, quien se mantuvo leal al gobierno, consiguió reconquistar el Palacio Nacional. Se atrincheró allí y esperó al grueso de los sublevados encabezados por Reyes y Díaz. Ambos contaban con que el Palacio se hallaba ocupado por sus partidarios y llegaron desprevenidos. Cuando Villar dio la orden de disparar, cayeron cientos de rebeldes, entre ellos Bernardo Reyes. Félix Díaz se retiró entonces, con el resto de sus tropas, a la Ciudadela de la capital.14

El mismo Madero y su gobierno habían salido ilesos de los acontecimientos, pero pronto se vieron obligados a tomar decisiones cruciales. Madero podía agrupar en torno suyo a las fuerzas revolucionarias que aún estaban sobre las armas y proclamar el cumplimiento de las exigencias revolucionarias; con ello hubiera recobrado por lo menos una parte de su popularidad, y hubiera estado probablemente en condiciones de aniquilar a las fuerzas de Díaz. O bien podía seguir apoyándose en el viejo ejército y en la burocracia porfirista, poniendo su suerte en las manos de éstos. Madero escogió el segundo camino.

A primera vista, la situación parecía ser favorable al régimen. Con escasas excepciones, la rebelión apenas si había encontrado apoyo en el país; en la capital misma Félix Díaz sólo disponía de alrededor de 1 500 soldados.15 Parecía como si un asalto decidido contra la Ciudadela hubiera podido someter a los rebeldes, que estaban aislados y habían perdido la ventaja de la sorpresa. Pero la situación se desarrolló de otra manera.

El comandante de las tropas gubernamentales, general Lauro Villar, había sido gravemente herido, y Madero nombró para sucederlo a Victoriano Huerta, que había sido general de Díaz. Fue una decisión que pagaría con su vida. Madero la tomó a pesar de tener abundantes motivos para desconfiar de Huerta. Éste tenía una trayectoria de implacable oposición a los revolucionarios y de intrigas con los enemigos de Madero. En 1911 había provocado una ruptura entre Emiliano Zapata y el gobierno del presidente interino León de la Barra. Al hacer esto, Huerta había hecho caso omiso, en forma deliberada, de las órdenes de Madero de proceder con moderación.16 En 1912, mientras mandaba las fuerzas federales que luchaban en el norte contra la rebelión orozquista, Huerta intentó eliminar a otro prominente jefe revolucionario. Acusó a Pancho Villa, que estaba peleando en su bando contra los rebeldes, de haberse robado un caballo, y trató de fusilarlo sin juicio previo. Sólo la intervención de último momento de Madero logró salvar la vida de Villa.17 Poco después Huerta intrigó con la oligarquía conservadora del estado de Chihuahua para expulsar del poder a Abraham González, gobernador del estado y su más eminente revolucionario.18 Finalmente, Madero comenzó a dudar de la lealtad del general Huerta y en octubre de 1912 lo separó del mando.19

Desde el principio, Félix Díaz y los demás conspiradores habían intentado atraerse a Huerta. Tan grandes esperanzas tenían de que se decidiera, que en dos ocasiones, el lo. y el 17 de enero de 1913, habían aplazado el golpe porque Huerta se mostraba renuente.20 No era, sin embargo, su lealtad a Madero lo que impedía a Huerta decidirse, sino el hecho de que no le habían ofrecido incentivos suficientes.21

En la víspera del golpe propuesto, el 8 de febrero, según informó un confidente de Félix Díaz a cierto diplomático inglés, un emisario de Huerta “fue encargado de entrevistarse con el general Díaz con vistas a llegar a algún arreglo, pero las propuestas eran tan distintas de ambas partes que resultó imposible llegar a un acuerdo”.22

Pero el 9 de febrero, después que Madero lo había colocado en un puesto donde su poder era decisivo, Huerta estaba en una situación muy distinta frente a los rebeldes y podía reiniciar las negociaciones desde una posición de fuerza. Un día después del comienzo de las hostilidades, el 10 de febrero de 1913, reanudó las negociaciones con los rebeldes y se reunió personalmente con Félix Díaz al día siguiente.23 En estas negociaciones ambas partes llegaron a un acuerdo para derrocar al gobierno de Madero y decidieron que Huerta escenificaría una “guerra falsa” con el fin de eliminar tantas tropas leales a Madero como fuera posible antes de intentar un golpe. Para este fin se envió a los rurales fieles al presidente a emprender asaltos suicidas contra la Ciudadela. “Durante la siguiente semana”, según el antedicho confidente de Félix Díaz, “oficiales del general Huerta estuvieron visitando continuamente la Ciudadela y proporcionando noticias al general Díaz. Uno de ellos, llamado Del Villar, llegó incluso a darle un plano de la disposición del Palacio Nacional, para que supiera qué parte bombardear”.24

Madero obviamente no conocía estos hechos, pero en vista de los antecedentes de Huerta es difícil comprender por qué no tuvo dudas para reinstalar al general, en febrero de 1913, en un puesto todavía más importante que el que había ocupado antes. ¿Fue ingenuidad, una decisión de último momento después del estallido de la rebelión que más tarde sintió que no podía revocar? ¿O fue un riesgo calculado con el propósito de conservar la lealtad del ejército federal nombrando a uno de sus generales más capaces y populares como comandante en jefe? Todavía no puede darse una respuesta satisfactoria a estas preguntas.

Los diez días que mediaron entre el levantamiento y el final de la “guerra falsa” se conocen en la historia mexicana como la “Decena Trágica”. La expresión “guerra falsa” sólo es acertada en lo que se refiere al hecho de que Huerta no estaba combatiendo con el objeto de derrotar al movimiento de Díaz. Por lo demás, esta guerra fue del todo real y causó miles de víctimas. Huerta hizo colocar los cañones de forma que de ninguna manera pudieran bombardear las posiciones de los rebeldes, sino las casas vecinas. De esta manera perecieron innumerables civiles. Por otra parte, Huerta envió a la muerte en ataques frontales a muchos soldados cuyas unidades eran leales a Madero, mientras protegía las tropas con las que pensaba que podía contar.25

El embajador Wilson intervino de manera decisiva en estos acontecimientos, en parte secretamente y en parte abiertamente. Su actividad secreta consistió en establecer contacto tanto con Félix Díaz como con Huerta, y en hacer todo lo posible por concertar un acuerdo entre los dos para el derrocamiento de Madero.

Wilson participó desde un principio en las negociaciones entre Díaz y Huerta. El 10 de febrero escribió al Departamento de Estado norteamericano que era de su conocimiento que “se están llevando a cabo negociaciones con el general Huerta”.26 El 16 de febrero manifestó al ministro alemán Hintze: “El general Huerta ha estado sosteniendo negociaciones secretas con Félix Díaz desde el comienzo de la rebelión; él se declararía abiertamente en contra de Madero si no fuera porque teme que las potencias extranjeras le habrían de negar el reconocimiento. Embajador: yo le he hecho saber que estoy dispuesto a reconocer cualquier gobierno que sea capaz de restablecer la paz y el orden en lugar del gobierno del señor Madero, y que le recomendaré enérgicamente a mi gobierno que reconozca tal gobierno”.27 Wilson implícitamente dio a entender en seguida su convicción de que Huerta no daría un golpe sin su apoyo.

El carácter abierto de la actividad de Henry Lane Wilson perseguía el objetivo de desacreditar al gobierno de Madero por medio de amenazas y protestas, tanto en el país como en el extranjero, aislarlo de sus partidarios y finalmente obligarlo a renunciar. Para ello necesitaba el apoyo de por lo menos una parte del cuerpo diplomático. Para él era muy importante poder hablar ante el gobierno mexicano, ante el extranjero y ante el Departamento de Estado en Washington, en nombre del “cuerpo diplomático” y no solamente en nombre del gobierno norteamericano. Esto le daba un vigor especial a sus actividades. Dado que sabía que no podía contar con el apoyo de todos los diplomáticos extranjeros —los representantes de diversos países latinoamericanos simpatizaban con Madero—,28 organizó un grupo compuesto por representantes de las grandes potencias, que comprendían, junto con él, a los representantes de Alemania, de España y de la Gran Bretaña. A pesar de sus protestas, el encargado de negocios de Francia fue excluido por iniciativa de Wilson de las sesiones de este grupo, por motivos que no son suficientemente conocidos.29 Este “comité” tomaba unilateralmente sus decisiones “en nombre del cuerpo diplomático”; repetidas veces, sin embargo, Wilson ni siquiera consultó a los miembros de este grupo.30

Wilson encontró su mayor apoyo en el representante alemán en México, contraalmirante Paul von Hintze, y a él dedicó sus más cálidos elogios: “Después del primer encuentro que tuvimos, me formé un juicio muy favorable del almirante von Hintze, y no tuve ningún motivo para cambiar este concepto. En todas las horas difíciles de las revoluciones contra Díaz y Madero, que culminaron en el bombardeo de la ciudad de México, su simpatía y sus consejos fueron de incalculable valor. Durante los bombardeos estuvo especialmente activo y me apoyó en cada crisis con inquebrantable valor y total concentración en el cumplimiento de las obligaciones que implicaban su alto cargo”.31

La base de la colaboración entre Wilson y Hintze era su común deseo de derrocar a Madero. Wilson pudo contar en todo momento con el apoyo de Hintze.32

Por el contrario, en lo concerniente al sucesor de Madero las opiniones de ambos diplomáticos diferían profundamente. Wilson contemplaba a Félix Díaz como el “futuro hombre” de México, y Hintze lo desdeñaba por incompetente y, además, demasiado pronorteamericano.33

La actividad abierta de Wilson comenzó desde el primer día del levantamiento. Su primer objetivo fue presentar al gobierno mexicano, por medio de una serie de “protestas”, como inepto e incapaz de proteger a los extranjeros residentes en México y responsabilizándolo por la situación. Con la aprobación de los ministros español, británico y alemán, el 9 de febrero visitó al ministro de Relaciones Exteriores para preguntarle “categóricamente” si el gobierno mexicano estaba en condiciones de proteger la vida de los extranjeros.34 A pesar de las seguridades dadas por el ministro en el sentido de hacer todo lo que estuviera en su poder, Wilson tuvo por insatisfactoria su respuesta.35 Wilson dirigió también a Félix Díaz un comunicado en el que le pedía protección para los extranjeros, con lo que ya lo colocaba al mismo nivel del gobierno mexicano.

Wilson esbozó la táctica que se proponía utilizar en un memorándum enviado al secretario de Estado Knox. En él pidió:

que el gobierno de los Estados Unidos, por razones humanitarias y en cumplimiento de sus obligaciones políticas, envíe instrucciones firmes, drásticas, quizá de carácter amenazante, para ser transmitidas personalmente al gobierno del presidente Madero y a los dirigentes del movimiento revolucionario.

Si yo estuviera en posesión de tales instrucciones o bien revestido de poderes generales en nombre del presidente, podría posiblemente inducir a un cese de las hostilidades e iniciar negociaciones que tuvieran por objeto llegar a acuerdos pacíficos definidos.36

Estas propuestas, sin embargo, iban demasiado lejos para el gusto del secretario de Estado norteamericano, quien le escribió a Wilson que el presidente no creía que fuera “aconsejable tal manera de proceder”37 en el momento actual. Éste temía sobre tcdo ser arrastrado a una intervención. Además, es probable que Knox no quisiera cargar con la responsabilidad directa de un golpe de Estado cuatro semanas antes de que Woodrow Wilson asumiera la presidencia. Pero Henry Lane Wilson, que se sentía completamente seguro con las instrucciones verbales que había recibido de Taft y Knox en diciembre de 1912, no tomó tan seriamente las nuevas instrucciones del secretario de Estado y puso en marcha el plan táctico que había propuesto, convencido —correctamente, como se verá— de que el gobierno de Taft lo apoyaría a pesar de las posibles diferencias de opinión.

El 11 de febrero Wilson visitó a Madero en compañía de Hintze y del ministro español, le echó en cara la “crueldad” de las acciones de guerra, y al mismo tiempo amenazó con una intervención de los barcos de guerra norteamericanos para proteger a los extranjeros.38 Ésta fue la primera de toda una serie de amenazas que contribuyeron sustancialmente al derrocamiento de Madero. El mismo día por la tarde, Wilson y Hintze fueron a visitar a Félix Díaz, aparentemente para hacer constar sus “quejas acerca de los aspectos inhumanos de la guerra”. Sin lugar a duda, las razones más importantes de esta visita fueron, simplemente, el deseo de Wilson de informarse sobre la fuerza de Díaz, con el cual ya había tenido conversaciones secretas, y el esfuerzo de Wilson por hacer aparecer en la forma más favorable a Félix Díaz ante los diplomáticos y ante el gobierno norteamericano.

En tanto que en ocasión de la visita a Madero los puntos de vista de Hintze y de Wilson habían coincidido totalmente, el encuentro con Félix Díaz reveló una discrepancia en cuanto al papel e importancia de éste. Wilson se deshizo en elogios para Díaz y escribió: “Mis colegas y yo fuimos favorablemente impresionados por la franqueza y el humanitarismo que manifestó el general Díaz […] Él nos recibió con honores militares”.39

Hintze, por el contrario, informó: “Había una guardia de honor en la entrada sudeste, gente en uniforme gris de campaña […] una banda de tipos criminales que nos aclamó con roncos gritos de ¡ Viva Félix Díaz! […] Díaz no da la impresión de ser un hombre muy inteligente, y parece más impulsivo que fuerte; Mondragón parece desconfiado. Las relaciones entre ambos parecen no ser muy buenas; Mondragón busca dominar a Díaz. Resultado de esta visita: Díaz está en dificultades, habla de mil hombres que se han levantado en su favor en varios estados y que se encuentran en camino hacia la capital, pero no quiere decir de dónde vienen”.40

Al día siguiente, la situación se hizo más cruenta en la capital. Madero había traído refuerzos de los estados hacia la ciudad de México, pero la táctica de Huerta de sostener la guerra falsa hizo inefectiva su presencia. El representante cubano en México describió claramente la situación en la ciudad: “Por las plazas, de raro en raro, un ser viviente, que se desliza pegándose a las paredes o se arriesga a los jardines. Y con frecuencia, cadáveres en pavoroso hacinamiento o aislados a lo largo de las líneas del tranvía, o entre los rieles como travesaños de carne corrompida: una mestiza que fue de compras al almacén próximo y no llegó, un muchacho que no tuvo conciencia del peligro; y de tramo en tramo charcos de sangre y cascos de granada […]”41

Esta situación le ofreció a Wilson la ocasión deseada para proceder más dura y abiertamente contra Madero. El 14 de febrero recibió al ministro mexicano de Relaciones Exteriores, Lascuráin, y le dijo que en el lapso de unos cuantos días tendría 3 000 o 4 000 soldados norteamericanos a su disposición, y que “entonces él restauraría el orden aquí”. Si Lascuráin quería evitar esto, “había una sola manera de hacerlo: decirle al presidente que abandonara el poder en forma legal; hacer que él y el vicepresidente renunciaran ante el Congreso; que no convoque a la Cámara de Diputados, sino al Senado”. Lascuráin respondió (después de larga discusión): “Supongo que tiene usted razón. Me dedicaré exclusivamente al propósito de hacer renunciar al presidente”.42 Con ello, el diplomático norteamericano había alcanzado uno de sus objetivos más importantes, la división en el seno del gobierno.

Wilson dio entonces un nuevo paso. Después de que Lascuráin se hubo marchado, reunió a los miembros más importantes del comité del cuerpo diplomático y les informó sobre su conversación con el ministro de Relaciones Exteriores, aclarando que en lo tocante a los soldados norteamericanos solamente había fanfarroneado, y propuso “que las potencias aquí representadas —en este momento Estados Unidos, España, Inglaterra y Alemania— apoyen la dimisión e insten a Madero a abandonar el poder”. Hintze asintió y propuso por su parte “hacer esto a manera de sugerencia, en forma puramente amistosa, sin hablar de una autorización o encargo de nuestros gobiernos”.43 Se decidió comisionar al representante español, Cólogan, para “comunicar” esta “sugerencia”. Cólogan fue a ver a Madero al día siguiente y le pidió que dimitiera. El presidente rechazó indignado esta demanda, y declaró que él “no reconocía el derecho de los diplomáticos a inmiscuirse en los asuntos internos de México”.44

Las amenazas de Wilson, sin embargo, no dejaron de surtir efecto. Ese mismo día, veintinco miembros del Senado mexicano fueron al Palacio Nacional para pedirle a Madero que renunciara.45 Entonces Madero se dirigió directamente al presidente norteamericano, Taft, le informó sobre el proceder de Wilson y le imploró que desistiera de una intervención en México.46

La tarde del 15 de febrero, Wilson y Hintze fueron de nuevo al palacio presidencial, esta vez con la intención de conseguir un armisticio para la evacuación de los extranjeros del sector de la ciudad en que se desarrollaba la lucha. Primero habían querido hablar a solas con Huerta, pero fueron conducidos ante el presidente. Wilson aprovechó esta ocasión para proferir nuevas amenazas, implicando indirectamente en ellos los nombres de los Estados europeos. Afirmó que por su parte nunca había planteado en la Casa Blanca la cuestión de la intervención, “pero que ahora Washington, a petición de las potencias europeas y de la opinión pública norteamericana, quería tomar medidas serias”. Esta declaración, sin embargo, le pareció exagerada a Hintze, dado que no estaba dispuesto a compartir la responsabilidad de una intervención norteamericana en México; le dijo en tono “tranquilizador” a Madero que “el gobierno alemán ha pedido al gobierno norteamericano que ordene a sus barcos de guerra prestar ayuda y apoyo a los alemanes residentes en la capital”.

Con ello se distanció, aunque sólo fuera levemente, de la declaración del embajador norteamericano.

La actuación de Henry Lane Wilson fue provocativa en grado extremo. Cuando se quejó sobre los peligros que las luchas representaban para la embajada norteamericana, el ministro de Relaciones Exteriores, Lascuráin, le propuso trasladarla al barrio exterior de Tacubaya. Wilson repuso al respecto que él por cierto tenía derecho a mudarse, pero que no lo haría ni aun cuando recibiera la orden de hacerlo; “sólo muerto dejaría su embajada”. Manifestó incluso abiertamente su simpatía por Félix Díaz, al decir al presidente Madero en su propia cara que “Félix Díaz ha sido siempre pronorteamericano”.47

El 16 de febrero, se produjeron por primera vez tensiones entre Wilson y Hintze. La ocasión para ello la dio el armisticio que el cuerpo diplomático había solicitado para que los extranjeros sacaran sus pertenencias del campo de batalla. Este armisticio se convino de hecho, en lo cual Wilson influyó decisivamente. Sin embargo, éste no informó de ello a ningún miembro del cuerpo diplomático, porque obviamente temía que la evacuación de los extranjeros de la zona de lucha debilitara el deseo de éstos de una intervención en México y disminuyera la presión que ejercían en favor de esa medida. Y así, dio conscientemente informaciones contradictorias o falsas sobre el armisticio.

Hintze se escandalizó por el comportamiento de Wilson. Escribió acerca de su plática con el embajador norteamericano:

Visité al embajador norteamericano para enterarme de los resultados de las negociaciones para prolongar el armisticio. Embajador: el armisticio se canceló porque el gobierno federal lo violó. A mi pregunta formal y reiterada: ¿Es cierto que el armisticio se canceló y que todas las negociaciones son fútiles? Me respondió el embajador reiterada y expresamente: Es un hecho, y añadió que las tropas del gobierno habían violado el armisticio, pues él había enviado algunos observadores norteamericanos que habían comprobado que en efecto los federales habían cavado zanjas y las habían llenado con dinamita. Me iba ya cuando Schuyler entró casualmente e indicó que ya iban a ser las siete —la hora en que los negociadores querían volver para reanudar las conversaciones sobre la prolongación del armisticio. Indignado me volví hacia el embajador y le recordé que él me había asegurado que las negociaciones habían sido suspendidas, y el armisticio cancelado. Respondió serenamente que esto no era cierto, que él sólo dudaba que los negociadores regresaran; algo abochornado me pidió que volviera por la noche. Le contesté que no tendría ningún motivo para ello. Es claro que el embajador simplemente está incumpliendo sus obligaciones como decano: no da ninguna información a ningún miembro del cuerpo diplomático, pero actúa continuamente en nombre de éste. El encargado de negocios francés exigió ser admitido a las deliberaciones de las grandes potencias que estaban representadas, pero Wilson se lo negó. El embajador afirma que Blanquet no luchará contra Díaz y que 400 hombres de su tropa se habían pasado a Díaz; manifiestamente ésta es una de las invenciones en favor de Díaz que han sido puestas en circulación.48

Pero esta controversia fue solamente un síntoma de la actitud negativa que Hintze asumió entonces frente a las actividades de Wilson. Hasta el 16 de febrero había apoyado todas las medidas de Wilson contra el gobierno de Madero. Había tenido casi por imposible una victoria de Félix Díaz, y obviamente contaba con que la renuncia de Madero conduciría sin lugar a dudas a la toma del poder por parte del “hombre fuerte” —él pensaba sin duda en Huerta— con el que tanto había soñado. Tal solución hubiera puesto fin al régimen de Madero al mismo tiempo que imposibilitaba la victoria de Félix Díaz. Su conversación con Wilson el 16 de febrero, en la que éste le había dicho que estaba en constante comunicación con Huerta y con Félix Díaz y que la caída de Madero le parecía inminente, alarmó a Hintze. El embajador alemán no le dio crédito a esta información, pero llegó a la conclusión de que con la ayuda de Wilson una victoria total o al menos parcial de Díaz estaba dentro de lo posible. Tal victoria del pronorteamericano Félix Díaz no solamente hubiera dañado los intereses de las empresas alemanas en México, sino que también hubiera podido perjudicar a Hintze en Berlín por su colaboración con el embajador norteamericano. Tal vez haya comprendido que Wilson se había servido de él, y no a la inversa, como había pensado. Por estas razones telegrafió a Berlín el 17 de febrero: “El embajador norteamericano trabaja abiertamente en favor de Díaz, le ha dicho en mi presencia a Madero que esto se debe a que Díaz es pronorteamericano. Este partidarismo dificulta la actividad del cuerpo diplomático. Las tropas gubernamentales comienzan a cansarse de la lucha. La información que proviene de Washington debe sonsiderarse con escepticismo, porque está manipulada en favor de Díaz. Actúo con toda energía sólo para proteger a los alemanes, por lo demás mantengo mis reservas frente a otras solicitudes norteamericanas, sin dar lugar a conflictos”.49

Su creciente desconfianza frente a Wilson, y el deseo de hacer fracasar sus intenciones respecto a la toma del poder por Félix Díaz, condujeron a Hintze a dar un primer paso sin el conocimiento de Wilson durante la Decena Trágica. A saber, el 17 de febrero el ministro alemán hizo al ministro mexicano de Relaciones Exteriores, Lascuráin, la siguiente proposición, sin habérselo confiado a su colega norteamericano y sin haber pedido su opinión: “Nombramiento del general Huerta como gobernador general de México, con plenos poderes para terminar la revolución, según su propio criterio”.

Acto seguido, Lascuráin llevó a Hintze al Palacio Nacional y presentó su proposición a Madero. Según la versión de Hintze, la respuesta de Madero fue afirmativa. Escribió así en su diario:

Lascuráin presenta mi iniciativa al Presidente —al regresar después de cierto tiempo, éste da a entender que la iniciativa era aceptada en principio. Ahora bien, si sería Huerta o algún otro, aún no estaba decidido. Yo dije: Cada minuto es importante, y me parece que el general Huerta es el único que goza de suficiente prestigio en el ejército. La elección de algún otro —quizá más débil— sería un grave error. Lascuráin se propone plantear esto.50

Los propósitos de Hintze quedan expresados claramente en estas proposiciones. Una toma del poder por parte de Huerta, con la ayuda del gobierno mexicano —no está claro si Hintze quería dirigirse a Madero o si Lascuráin no le dio otra alternativa—, que tuviera lugar sin un complot en el que participaran Wilson y Féliz Díaz, sin duda hubiera hecho a Huerta menos dependiente del embajador norteamericano y le hubiera facilitado apoyarse en las potencias europeas.

Si Madero tuvo alguna vez la intención de renunciar, cambió muy pronto de opinión. Se vio fortalecido en su actitud por un telegrama del presidente Taft, quien afirmaba que no tenía el propósito de intervenir en México;51 además, habían entrado en la capital tropas de refuerzo bajo el mando del veterano general porfirista Blanquet, de cuya lealtad Madero no dudaba. Lascuráin le comunicó a Hintze que “en vista de las buenas noticias, ayer por la tarde había sido nuevamente desechada la idea de nombrar un gobernador general”.52

Entretanto, la conspiración de Wilson, Huerta y Félix Díaz había entrado en una fase decisiva. La mañana del 18 de febrero, el ministro alemán escribió lo siguiente:

Desde el 16 de febrero [Wilson] intenta entrar en contacto directo con Huerta; sin embargo, el general le manda decir cada vez que no puede abandonar el Palacio. Desde hace dos días están reunidos con él [Wilson] en la embajada, a distintas horas, representantes de ambos bandos con el fin de llegar a un acuerdo. Él ha propuesto como base: un gobierno en cuya cúspide estuvieran De la Barra, Huerta y Díaz encontraría siempre el apoyo de los Estados Unidos. El senador Obregón, uno de los delegados, le había dirigido la pregunta formal de que si en caso de que tal gobierno fuera constituido los Estados Unidos renunciarían a la intervención; él respondió afirmativamente a la pregunta. Las tropas del general Blanquet se han pasado a Díaz, pero Blanquet se encuentra en el Palacio Nacional. Él [Wilson] piensa que después de las conversaciones que han tenido lugar ayer —17 de febrero—, el asunto será resuelto hoy —18 de febrero”.53

Aunque cada vez se filtraban más noticias acerca de la conspiración, la ciega confianza de Madero en el antiguo ejército porfirista y en sus jefes no pudo ser quebrantada. La noche del 17 de febrero, el hermano del presidente, Gustavo Madero, quien por medio de un amigo se había enterado de las reuniones entre Díaz y Huerta, detuvo a Huerta y lo llevó a las dos de la mañana con el presidente. El general se defendió aludiendo a su fidelidad y sus servicios cuando reprimió la rebelión orozquista, y prometió tomar medidas decisivas contra los rebeldes al día siguiente. Madero reprendió a su hermano, dejó en libertad a Huerta y le dio un plazo de 24 horas para probar su lealtad.54

Cuando Hintze visitó a Madero al siguiente día a las 11 de la mañana lo halló lleno de optimismo. “Dice el Presidente que el lado occidental de la Ciudadela se ha dejado intencionalmente libre, para darles oportunidades de escapar a los numerosos desertores de Díaz; él no quiere profetizar, pero piensa que en tres o cuatro días el asunto habrá concluido.”55

Mientras Madero se expresaba con tanto optimismo ante Hintze, la conspiración entraba en su última fase. El mismo día por la mañana, Huerta indujo a un grupo de senadores a que le pidieran a Madero que renunciara. Como éste se negó a acceder a esta exigencia, Huerta lo hizo detener por sus tropas a las 13.30 horas.56 Una hora más tarde, Hintze se dirigió a la embajada norteamericana a solicitud de Wilson.

Apenas había entrado, la puerta se abrió violentamente, el licenciado Cepeda entró con una mano ensangrentada y me anunció: Ya está, lo hemos hecho prisionero, vengo del cuarto donde tuvo lugar la lucha. No se consigue más información de él, dado que se desmaya cuando le están vendando la herida.57

Entre tanto, Huerta había recibido la primera recompensa contante y sonante. Hintze anotó:

Es un pequeño síntoma, pero digno de ser mencionado, que el actual presidente interino, general Huerta, el día del golpe de Estado —18 de febrero— tenía los bolsillos llenos de fajos de billetes de 500 pesos. Al jefe de la compañía de telégrafos, a quien debo esta información, le dio dos o tres billetes en la mano sin ni siquiera mirarlos, con la petición de transmitir el golpe de Estado, naturalmente de manera favorable. Por lo común los generales mexicanos no llevan consigo fajos de billetes de 500 pesos. ¿De dónde procedió el dinero? En parte de los intereses norteamericanos, en parte del grupo de los “científicos” que habían sido desplazados de sus puestos por Madero, es decir de los porfiristas, que en su época practicaron con gran sigilo la opresión y la explotación de la nación.58

Wilson reunió al cuerpo diplomático a las tres de la tarde. Hintze informó al respecto:

Mientras éste se reúne poco a poco, circula un comunicado del general Huerta con la noticia del arresto del presidente. Wilson propone que el cuerpo diplomático podría contestar a Huerta:

a] que confía en él y en el ejército;

b] que le propone ponerse de acuerdo con Díaz, y gobernar juntamente con él;

c] que él y el ejército se pongan a la disposición de las autoridades legales.

De inmediato Wilson se dirigió a mí, pidiendo mi opinión.

Yo doy mi aprobación al punto a], y digo que los puntos b] y c] parecen rebasar mi competencia y mis derechos, y que primero debería pedir instrucciones respecto a ellos. Wilson: vuestro gobierno jamás lo desautorizará a usted si usted se adhiere a la opinión de todo el cuerpo diplomático. Yo respondo: Me parece que la opinión del cuerpo diplomático no ha sido expresada. El representante británico, el encargado de negocios japonés, los representantes chileno y brasileño y el encargado de negocios austriaco, se adhieren a mi posición en este caso, de igual manera que el representante español. El cuerpo diplomático decide responder solamente a la parte de la nota en la que Huerta pide se le informe al cuerpo diplomático que el presidente y sus ministros son sus prisioneros, y que el resto de la nota —únicamente dirigida a Wilson— se deja al criterio de éste. Wilson redacta la nota.59

Este incidente vino a poner de relieve tanto lo que había unido a Wilson y a Hintze como lo que los separaba. Ambos querían el derrocamiento de Madero, y ninguno de los dos titubeó en manifestar su confianza en Huerta y en el ejército inmediatamente después del triunfo del golpe de Estado. Pero Hintze quería evitar todo lo que pudiera favorecer el acceso de Félix Díaz al poder; de ahí su negativa e exhortar a Huerta a que se pusiera de acuerdo con Félix Díaz. Hintze y otros diplomáticos europeos, que tenían cada vez más y más la impresión de que el golpe de Estado en México significaba una victoria para los Estados Unidos, no querían comprometerse de ninguna manera. Hintze anotó:

Wilson ha hecho saber a Huerta, en nombre del cuerpo diplomático, que la liquidación del asunto —arrestos y demás— sería recibida con beneplácito por parte del cuerpo diplomático; Wilson pretende habernos informado a mí, a los ministros inglés y español y al encargado de negocios austriaco. Nosotros cuatro decimos al respecto que no es así; pero no se llega a ninguna protesta formal.60

La tarde del 18 de febrero, Wilson invitó a Huerta y a Félix Díaz a la embajada norteamericana.

Allí se reunieron durante varias horas los dos hombres, sus consejeros y el embajador norteamericano. Fue un encuentro difícil y tormentoso. Como le contó un testigo ocular a un diplomático inglés: “El general Huerta declaró que no tenía ambiciones personales y que estaba dispuesto a regresar a la vida privada en cuarenta y ocho horas, y que lo único que deseaba era poner fin a la guerra y al derramamiento de sangre en el país. Pero desde el momento en que se trató ya de hechos reales, este desinterés más bien se hizo a un lado. El principal tema de discusión era, por supuesto, quién sería el presidente, y el general Díaz reclamaba el puesto para sí. El general Huerta dijo que necesitaba cuarenta y ocho horas para pensarlo, y que entonces sugeriría un nombre. En este punto la discusión se volvió tan violenta que el embajador Wilson propuso dejar solos a Huerta y a Félix Díaz en el cuarto para que intercambiaran opiniones”.61

Esto no significaba que Wilson se proponía permitir que los dos participantes negociaran sin su intervención. Aunque favorecía a Félix Díaz, el embajador estaba convencido de que por el momento la única solución viable era que Huerta asumiera la presidencia. En cuanto los consejeros de Díaz salieron del cuarto en donde estaban desarrollándose las negociaciones, se acercó a uno de ellos y le dijo: “Doctor, ¿no puede usted decir algo para persuadir a Díaz a ceder y permitir que Huerta sea presidente interino? De otra manera comenzará la verdadera guerra”.62

El consejero en cuestión accedió, tomando en cuenta que Huerta tenía más soldados que Díaz y que contaba con “muchas cartas de triunfo pues tenía en su posesión a Madero, a su familia y a su gabinete”.63 Sin embargo, los consejos no bastaron para convencer a Díaz. Fueron necesarias muchas amenazas y lisonjas del embajador para que se llegara al acuerdo conocido en la historia mexicana como “el pacto de la embajada”. Se decidió aún antes de que hubiera renunciado Madero, formar un nuevo gobierno con participación muy numerosa de los partidarios de Félix Díaz.64 Se escogió a Huerta como presidente provisional, con la condición de que se comprometiera a organizar rápidamente elecciones y a apoyar la candidatura de Félix Díaz para presidente. Wilson estaba tan entusiasmado con los resultados de estas negociaciones que, enfrente de un gran número de diplomáticos que se reunieron el 21 de febrero,65 instruyó a todos los cónsules norteamericanos, “en bien de México”, a “la sumisión y adhesión de todos los elementos de la República”.66

El primer problema con el que se encontraron los nuevos gobernantes fue el de la suerte de Madero. La renuncia de éste era necesaria para dar un viso legal al nuevo gobierno. Con este fin, a Madero y a Pino Suárez, su vicepresidente, se les prometió un salvoconducto para el extranjero si firmaban su renuncia. Confiando en esta promesa, ambos firmaron. De acuerdo con la Constitución Mexicana, Lascuráin fue nombrado entonces presidente provisional, renunciando de inmediato y nombrando como su sucesor a Huerta. Así se le dio un viso de “legalidad” al golpe de Estado.67 Pero el nuevo gobierno de ninguna manera tenía la intención de cumplir la promesa dada a Madero y a Pino Suárez y dejarlos salir del país. Ellos representaban un peligro demasiado grande: una vez en el exilio, habrían tenido la posibilidad de llamar a una nueva revolución y de impugnar la legalidad del nuevo gobierno.

En última instancia, la decisión acerca del destino de Madero dependía del embajador norteamericano. Hintze hizo constar que “la victoria de la reciente revolución es obra de la política norteamericana. El embajador Wilson realizó el golpe de Estado de Blanquet y Huerta; él mismo se vanagloria de ello”.68

Bajo estas circunstancias, una advertencia inequívoca de Wilson al gobierno mexicano para que preservara la vida de Madero seguramente no hubiera quedado sin efecto. Pero Wilson le dejó mano libre a Huerta, es decir, le dio a entender que no pondría ningún reparo a la ejecución de Madero. Cuando Huerta le preguntó qué sería mejor, “enviar al expresidente fuera del país o a un asilo para locos”, Wilson respondió “que debía hacer lo que considerara mejor para el país”.69

Un día más tarde, Hintze intervino ante Wilson para salvar la vida de Madero. Sus esperanzas estaban cifradas en un golpe de Estado mediante el cual accediera al poder un hombre fuerte, cuya política se diferenciara sustancialmente de la de Madero, pero cuva política exterior reforzara el acercamiento de México a Europa. Sin embargo, tuvo que comprobar afligido que como resultado del golpe de Estado

la embajada norteamericana gobierna sin mayor disimulo por medio del Gobierno Provisional, cuyos jefes, el general Huerta y el ministro De la Barra, dependen moral y pecuniariamente de ella. Por ello debo repetir que la supremacía norteamericana, que varias veces he señalado como destino de este país, se ha implantado con las consecuencias que son de esperarse, como por ejemplo los tratados de reciprocidad.

Calificó entonces a Madero, a quien dos semanas antes había tachado de “incapaz”, y a quien él mismo había pedido su renuncia, de “auténtico patriota” que “no quería ser un dócil instrumento de los norteamericanos”.70 Por consiguiente, estaba interesado en mantener con vida a Madero, como posible contrapeso para el nuevo gobierno, al que tenía por totalmente pronorteamericano.

El 20 de febrero, Hintze fue a ver a Wilson y le expresó su preocupación de que el nuevo gobierno pudiera asesinar a Madero.

Wilson contesta que Taft y Knox le han manifestado su reconocimiento y satisfacción por su comportamiento, que él no veía por qué motivo tenía que meterse en los asuntos del gobierno, y que, además, no tenía ningún derecho a hacer tal cosa.

Hintze insistió y advirtió a Wilson que la ejecución de Madero

significaría una violación del pacto acordado y además una mancha sobre su actividad en esta revolución; si por el contrario, en atención a estas consideraciones y por motivos humanitarios evitaba la ejecución, añadiría una página de honor a la historia de su país y a la suya propia.

Wilson pudo inferir de estas palabras que en caso de que se ejecutara a Madero, eventualmente sería culpado de complicidad por los alemanes. Después de algunos titubeos, se declaró dispuesto a ir a ver a Huerta junto con Hintze, para discutir la suerte de Madero. Hintze anotó:

Fuimos al palacio a ver a Huerta, Wilson le plantea nuestra preocupación de que Francisco Madero pudiera ser ejecutado. Huerta contesta que a él no le toca decidir acerca del asunto, sino al nuevo gabinete que sesiona hoy por la tarde a las cuatro. Con esto, Wilson quiere darse por satisfecho. Yo replico que Francisco Madero no es prisionero del Gabinete, sino del Presidente de la República, y que él —Huerta— tenía en sus manos la decisión y la responsabilidad de su destino, que a mí me parecía que lo mejor sería que Francisco Madero fuera enviado a Europa, como en otro tiempo se hizo con el general Díaz, y que entonces el gobierno tendría las manos libres y Francisco Madero sería políticamente un hombre muerto.

Huerta rechazó esta petición con un débil argumento. Dijo que “él había encabezado la escolta del general Díaz a Veracruz, y que en el camino había librado una escaramuza para proteger al general; aseguró que Francisco Madero estaría expuesto durante el trayecto a que algún guardavía o telegrafista lo asesinara, y que él no podía responsabilizarse por la vida de Madero en ese desplazamiento”. Añadió patéticamente que “él daba su palabra de honor de que la vida de Madero sería preservada y protegida, pasara lo que pasara. Yo le dije: Esta es una estimable garantía, pero ¿quién responde por el celo extremado o por los excesos de algún guardia o centinela, o de cualquier otro subordinado? Huerta contestó: También yo respondo por ello, con mi palabra de honor. Yo le dije: Vuestra palabra, general, dada en presencia del embajador norteamericano y ante mí, de que será guardada y preservada la vida de Madero, la tomamos como garantía absoluta. Huerta: A no ser que un terremoto lo mate, él estará seguro”.71

Acerca de la actitud de Wilson, es revelador que en su informe sobre la conversación con Huerta, diera poca importancia a su solicitud y no mencionara la promesa de Huerta, explicando que él sólo “había pedido extraoficialmente que se tuviera la mayor precaución para evitar la ejecución [de Madero] o la del vicepresidente a no ser por medios legales”.72 Tal gestión tenía que fracasar, en última instancia, a menos que Wilson apoyara con toda su influencia la petición de salvar a Madero. Pero había hecho todo lo contrario, y ya un día antes le dio a entender a Huerta que le dejaba mano libre en el asunto. La conversación con Huerta fue llevada principalmente por Hintze, mientras que Wilson se mantuvo en silencio casi todo el tiempo. Numerosas súplicas, entre ellas las de la madre y la esposa de Madero, no pudieron inducir a Wilson a cambiar su actitud. A la esposa de Madero le manifestó que “el derrocamiento de su esposo hay que atribuirlo a que nunca quiso consultar conmigo”.73

La actitud de Wilson indica que no solamente no quiso hacer ninguna gestión para salvar a Madero, sino que en realidad favorecía su ejecución. En este punto existía cierto antagonismo entre él y el secretario de Estado norteamericano, quien poco antes de abandonar su puesto quiso evitar todo lo que pudiera hacerlo responsable de la muerte de Madero. El 20 de febrero le escribió a Wilson:

El hecho de que el general Huerta lo haya consultado a usted acerca del trato que ha de dársele a Madero tiende a hacerlo a usted responsable en cierta medida de este asunto. Sobra decir, además, que un trato cruel al expresidente dañaría la reputación de la civilización mexicana a los ojos del mundo, y este gobierno desea fervientemente que no se le dé tal trato y espera saber que se le ha tratado en forma humanitaria. Sin asumir ninguna responsabilidad, usted puede, con la discreción necesaria, hacer uso de estas ideas en sus conversaciones con el general Huerta.74

Wilson, sin embargo, prestó poca atención a estas indicaciones. Obviamente no pensaba que su desacato pudiera ocasionarle dificultades con el Departamento de Estado.

El 22 de febrero Madero y Pino Suárez fueron sacados de sus celdas, diciéndoles que se les iba a trasladar a otra prisión, y se les asesinó en el camino. Se anunció oficialmente que el presidente y el vicepresidente habían sido muertos durante su traslado del Palacio Municipal a la prisión durante un intento de sus partidarios por liberarlos.

La identidad de los asesinos de Madero y Pino Suárez se conoce perfectamente. Eran dos miembros del ejército federal, Francisco Cárdenas y Rafael Pimienta. Lo que se discute con vehemencia es si actuaron por órdenes de Huerta y si Henry Lane Wilson estuvo complicado en alguna forma o compartió alguna responsabilidad por estos asesinatos.75

Según Ernesto Fernández y Arteaga,76 uno de los pocos funcionarios mexicanos que llegaron a hablar con Francisco Cárdenas, el verdugo de Madero, ambas preguntas se pueden contestar afirmativamente. Fernández, hijo de Ramón Fernández, un alto funcionario porfirista que fue gobernador del Distrito Federal y durante mucho tiempo embajador en Francia, se había unido a Madero en 1909. Después que Madero llegó a la presidencia, Fernández desempeñó un importante papel en el servicio diplomático mexicano. Durante la Decena Trágica buscó refugio en la legación británica en la ciudad de México. El 2 de febrero habló brevemente con León de la Barra, a quien conocía desde antes. “No puede usted saber”, le dijo De la Barra, “cuánto nos esforzamos por salvar la vida del señor Madero”. León de la Barra no dio más explicaciones y Fernández concluyó que “lógicamente se puede deducir de esto que si De la Barra se esforzó por salvar la vida de Madero, alguien quería quitársela”. Dos años más tarde consideró que podía establecer con claridad la identidad de la persona que había ordenado su muerte. Fernández se había unido a Carranza en 1913 y, después de la ruptura entre el Primer Jefe y Pancho Villa, se convirtió en cónsul de la facción convencionista en El Paso. En los primeros meses de 1915 recibió una carta de la viuda de Madero en que le informaba que el asesino del presidente, Francisco Cárdenas, estaba en Guatemala. Una vez que les enseñó esta carta a los dirigentes de la facción convencionista, Pancho Villa y Miguel Díaz Lombardo enviaron a Fernández a Guatemala a gestionar la detención y extradición de Cárdenas. “Se lograron ambos objetivos”, escribió más tarde Fernández, y “Cárdenas confesó haber matado al presidente Madero, pero disculpó sus acciones declarando que sólo estaba cumpliendo órdenes de sus superiores y que si no lo hubiese hecho lo hubieran matado a él”.

Fernández informó que en la declaración de Cárdenas “había un aspecto muy importante, una declaración suya de que el 22 de febrero estaba en la oficina de Aureliano Blanquet y que éste le dijo que esperara el regreso a Palacio del ‘señor Presidente’ quien tendría que ratificar la orden [de matar al señor Madero]”. En este momento, escribe Fernández, “Huerta estaba en una recepción de la embajada norteamericana en honor del natalicio de Washington. El embajador Henry Lane Wilson descuidó a sus visitas durante la recepción y pasó más de una hora a solas ton Huerta. Una persona que acompañaba a Huerta a la sazón y que todavía vive y reside ahora en México, me informó de este hecho. ¿De qué hablaron Huerta y Wilson durante esta entrevista a puerta cerrada? ¿Estaba Blanquet enterado de la reunión y de lo que en ella se discutiría? Es probable que Blanquet lo supiera todo y por eso le haya dicho a Cárdenas que tendría que esperar el regreso del ‘señor Presidente’ al Palacio para ratifioar la orden”. Aunque este testimonio implica poderosamente a Huerta en el asesinato de Madero, es menos concluyente en lo que respecta a Henry Lane Wilson. El hecho de que Huerta conferenciara con Wilson antes de ratificar la decisión de matar a Madero no implica necesariamente que haya hablado de esto con el embajador norteamericano.

La prueba de mayor peso contra el embajador norteamericano es la actitud que éste asumió al hablar con Huerta sobre la suerte de Madero. El 22 de febrero le había dado a entender a Huerta que no le importaba lo que le pudiera suceder al prisionero. Muchos historiadores opinan que Wilson disipó esta impresión al ir más tarde con Hintze a ver a Huerta, el 20 de febrero, uniéndose entonces al embajador alemán para pedir que se salvara la vida de Madero.77 La relación que hace Hintze de este encuentro revela que Wilson no tenía, en primer lugar, ningún deseo de acompañarlo y que sólo lo hizo bajo presión. Cuando Huerta intentó desentenderse de la suerte de Madero refiriendo el asunto al gabinete, Wilson asintió inmediatamente y Hintze tuvo que volver a presionarlo para obtener de Huerta una promesa de salvar la vida Madero. También es significativo que haya reducido considerablemente la importancia de esta promesa al informar sobre el asunto al Departamento de Estado norteamericano.

La actitud de Henry Lane Wilson no podía dejar de impresionar a Huerta y convencerlo de que el gobierno norteamericano no protestaría demasiado si él hacía matar a Madero. Fue probablemente esta actitud de Wilson lo que condujo a Schuyler, primer secretario de la embajada norteamericana, a decirle al Jefe de Estado Mayor, Leonard Wood, que Wilson era “responsable de la muerte de Madero”.78

Hay un amplio consenso entre los historiadores respecto al papel de Henry Lane Wilson en el golpe contra Madero, pero no lo hay en lo que se refiere al del gobierno de Taft. Un grupo de historiadores argumenta al respecto que no hay ninguna prueba, en los documentos existentes, de una participación directa del gobierno norteamericano en los planes golpistas de, Wilson. Insisten en las diferencias de opinión entre el embajador Wilson y el secretario Knox, en enero de 1913, y en las reacciones negativas de Knox a las propuestas de Wilson el primer día del levantamiento de Díaz; absuelven en general tanto al presidente norteamericano como a su secretario de Estado de toda responsabilidad por lo sucedido en México en febrero de 1913. Otro grupo de historiadores afirma que la táctica de Wilson no tenía nada de nuevo sino que era, en lo esencial, la conclusión lógica de sus dos años en el cargo. Subrayan el hecho de que, aunque a veces tuvo diferencias de opinión con el Departamento de Estado, sobre todo en enero de 1913, sus políticas jamás fueron desautorizadas por sus superiores.

Los comentarios que le hizo Henry Lane Wilson a Hintze respecto a sus discusiones con Taft y Knox en torno a una común decisión de derrocar a Madero son importantes en la medida en que constituyen el primer indicio de que el presidente norteamericano y su secretario de Estado estaban informados del plan de Wilson para un golpe de Estado y que compartían su responsabilidad en dicho plan. Aunque estos comentarios no son concluyentes, bastaron para convencer al embajador alemán en Washington, Bernstorff, uno de los observadores mejor informados y más perspicaces de los acontecimientos en los Estados Unidos, de la responsabilidad del régimen norteamericano por la caída de Madero; “se puede concluir, a juzgar por las contradicciones entre los pronunciamientos de Taft y de Wilson”, escribió Bernstorff a sus superiores, “que están siguiendo la habitual política norteamericana de sustituir a los regímenes hostiles por otros complacientes mediante revoluciones, pero sin responsabilizarse oficialmente por ello”.79

Los observadores contemporáneos y los historiadores posteriores han atribuido con frecuencia tanto el ascenso como la caída de Madero a una sola característica: su ingenuidad. Era lo suficientemente ingenuo como para tomar en serio la promesa de Porfirio Díaz de que aquella vez habría elecciones limpias en México. Era tan ingenuo que Díaz no lo tomó en serio sino cuando ya era demasiado tarde y le permitió hacer libremente su campaña electoral, poniendo así en marcha una serie de acontecimientos que condujeron finalmente a la revolución de 1910-11. La ingenuidad de Madero lo hizo aceptar un arreglo mediante el cual se mantuvo al ejército federal con todas sus atribuciones mientras se desbandaba a las tropas revolucionarias, y esta misma ingenuidad lo llevó a nombrar a Huerta comandante en jefe de su ejército durante los diez trágicos días finales de su régimen.

Nada podría ser más erróneo que considerar ingenuas las actividades políticas y revolucionarias desarrolladas por Madero entre 1908 y 1910. Por el contrario, basó su estrategia en el hecho de que el prerrequisito de una revolución victoriosa era la movilización política de la población. Para que se le permitiera llevar a cabo semejante movilización se requería que el gobierno lo considerara inofensivo. Fue una estrategia magistral la que, como la describió él mismo en una entrevista concedida a Hearst en 1911, se había propuesto desde el momento en que entró en el campo de la política nacional. “Al principio de la campaña política”, dijo Madero, “la mayoría de los habitantes de nuestro país creían en la eficacia absoluta del sufragio como medio de luchar contra el general Díaz. Sin embargo, yo entendía que al general Díaz sólo se le podría derrocar por la fuerza de las armas. Pero para llevar a cabo la revolución era indispensable la campaña democrática porque prepararía a la opinión pública y justificaría un levantamiento armado. Llevamos a cabo la campaña democrática como si no tuviéramos intención alguna de recurrir a un levantamiento armado. Nos valimos de todos los medios legales y cuando quedó claro que el general Díaz no respetaría la voluntad nacional […] llevamos a cabo un levantamiento armado”.

En la misma entrevista Madero declaró que Díaz “me respetó porque yo no era un militar y por lo tanto jamás creyó que fuera capaz de tomar las armas para combatirlo. Yo comprendí que ésta era mi única defensa y, sin recurrir a la hipocresía, logré fortalecer esta idea en su mente”.80

El mantenimiento del ejército federal, al cual accedió Madero en las negociaciones de paz que tuvieron lugar en 1911, fue la principal causa de su caída. Ningún gobierno en toda la historia de América Latina que haya intentado llevar a cabo una transformación social logró hacerlo sin destruir antes al ejército existente. Esto lo comprueban la experiencia de Arbenz en Guatemala y la de Allende en Chile. Pero Madero no quería llevar a cabo una transformación social. Se proponía mantener el statu quo económico y social y transformar únicamente la estructura política. Estaba plenamente convencido de que los intereses de la clase a la que pertenecía y representaba, la de los terratenientes industriales y liberales del norte del país, eran los intereses de todo México. Con el fin de mantener la prosperidad y la estabilidad había que preservar tanto el sistema de las haciendas como el flujo continuo de inversiones extranjeras. Consideraba que sustituir al ejército federal por uno revolucionario que, a pesar de su composición heterogénea, estaba formado en gran medida por campesinos revolucionarios, daría lugar a la violencia en el campo y podría poner fin al sistema de las haciendas. Creía que el ejército federal sería la mejor garantía del tipo de estabilidad que deseaba, siempre y cuando pudiera controlarlo. Para lograr esto practicaba una política de palo y zanahoria o, en otras palabras, de premios y castigos. La zanahoria era el sostenimiento de todos los oficiales federales en sus cargos y el hecho de que invariablemente favorecía al ejército federal en cualquier tipo de conflicto que surgiera entre éste y los antiguos revolucionarios. El palo era el hecho de que, a pesar de la promesa que había hecho en 1911 de disolver al ejército revolucionario, había aceptado a un número importante de antiguos revolucionarios en la policía rural, estableciendo así un contrapeso al ejército federal. Sus planes de instaurar el servicio militar obligatorio, de haberse llevado a cabo, habrían creado otro contrapeso semejante, ya que los conscriptos habrían sido mucho menos maleables en manos de oficiales con ambiciones políticas que los soldados profesionales. Por lo tanto, el mantenimiento del ejército federal que condujo a su caída y su muerte fue el producto casi inevitable de su educación y sus ideas sociales. El único caso en que podría ser pertinente el término ingenuidad sería respecto a su designación de Huerta como comandante en jefe de sus tropas después de iniciado el golpe. Pero aun en este caso no está claro si Madero fue ingenuo o si estaba asumiendo un riesgo calculado, como cuando quienes combaten un incendio forestal prenden pequeños incendios para impedir que cunda. Es posible que estuviera muy preocupado por la posibilidad de que grandes sectores del ejército se unieran al golpe. Al nombrar a un comandante popular, como Huerta, quien, como no había participado en el golpe, no parecía estar implicado en él, Madero puede haber creído que lograría conservar la lealtad del ejército y derrotar la conspiración.

A fin de cuentas el fracaso de Madero representó el fracaso de la clase social a la cual pertenecía y cuyos intereses consideraba idénticos a los de México: los hacendados liberales.

No sólo Madero sino todos los dirigentes revolucionarios provenientes de esta clase, tales como el gobernador de Sonora, José María Maytorena, y Venustiano Carranza, fueron finalmente derrotados por razones semejantes. Todos ellos habían llamado a los campesinos a rebelarse en su favor y todos se volvieron en contra de sus aliados cuando éstos exigieron que se llevara a cabo una reforma agraria en gran escala. Ninguno de estos dirigentes fue derrocado por los campesinos, pero indirectamente todos ellos debieron su caída al problema agrario. Fue primordialmente su temor a las demandas campesinas lo que llevó a Madero a mantener intacto el ejército federal. Como se verá en otras partes de este libro, tanto Maytorena como Carranza fueron derrocados con relativa facilidad por sus rivales después de que perdieron el apoyo de los campesinos.