Inmediatamente después del ascenso de Huerta al poder, su gobierno pareció a los observadores, tanto dentro como fuera de México, un mero instrumento de la política norteamericana. Hintze, por ejemplo, se refería a él como el “gobierno de la embajada norteamericana”.1 Varios meses más tarde, sin embargo, los Estados Unidos libraban una batalla enconada contra el gobierno de Huerta. Uno de los principales motivos de la ruptura entre Huerta y los Estados Unidos fue el hecho de que Woodrow Wilson, quien asumió la presidencia norteamericana el 4 de marzo de 1913, comenzó a poner en práctica una nueva política hacia México. Había sido elegido como resultado de la creciente oposición de las clases medias norteamericanas a las grandes corporaciones presentándose, durante su campaña electoral, como portavoz de esos grupos. “El gobierno de los Estados Unidos”, declaró, “es actualmente el consentidor de las grandes compañías”,2 y prometió a los electores una política interior y exterior independiente de las grandes corporaciones. Quienes lo habían elegido esperaban demostraciones prácticas de su postura liberal, y pronto se hizo evidente que la situación imperante en México, primera cuestión de política exterior a la que tuvo que enfrentarse el nuevo presidente, le ofrecía una rara oportunidad para cumplir sus promesas.
Las fuerzas y los motivos que orientaron la política de Wilson hacia México siguen siendo hasta hoy una de las cuestiones más discutidas de la historia norteamericana. Muchos de los diplomáticos europeos de aquella época, muchos de sus opositores políticos y algunos historiadores veían en Wilson a un agente de las grandes compañías norteamericanas cuyos intereses deseaba promover. Pero en opinión de sus adeptos así como de otros historiadores, lo que intentaba era imponer una política ideal contra la voluntad de todos los intereses empresariales norteamericanos que operaban en México.
La realidad es mucho más compleja que cualquiera de estas dos versiones. Robert Freeman Smith ha presentado, en un estudio recientemente concluido, la actitud de Wilson hacia los países “atrasados”.3 El principio básico del pensamiento de Wilson a este respecto era que los países subdesarrollados tenían que ser inducidos a aceptar el orden social y las normas de los países industriales más avanzados. Ya en 1901 había escrito: “El Oriente debe ser abierto y transformado. Deben imponérsele las normas occidentales: países y pueblos que han permanecido inmóviles durante siglos deben ser acelerados y convertidos en parte del mundo universal del comercio y de las ideas que el avance del poder europeo ha ido creando de manera tan constante de una época a otra. Es nuestro deber particular moderar este proceso en bien de la libertad: impartir a los pueblos lanzados así al camino del cambio nuestros propios principios de autoasistencia; enseñarles el orden y el autocontrol en medio del cambio”.
Entre las normas más importantes de la sociedad occidental, tal y como la veía Wilson y deseaba difundirla, figuraba el concepto de la libre empresa. “Si los Estados Unidos no han de tener libre empresa, entonces tampoco han de tener libertad de ningún tipo”, declaró. Los países subdesarrollados tendrían que mantener las normas de una sociedad industrial fundada en el Sistema de Libre Empresa, lo cual significaba que no podría haber expropiaciones ni confiscaciones. Por lo que tocaba a México, no sólo se oponía a cualquier expropiación de propiedades norteamericanas durante su periodo presidencial, sino también a cualquier limitación de los enormes privilegios de que gozaban las compañías norteamericanas bajo el régimen de Díaz.
Wilson era, al mismo tiempo, un franco opositor de las compañías europeas en América Latina, que consideraba perjudiciales e imperialistas. Por lo que se refería a las compañías norteamericanas, distinguía entre los “malos” y los “buenos” hombres de negocios. “Estaba firmemente convencido de que algunos malos hombres de negocios promovían revoluciones y explotaban a la gente mediante prácticas deshonestas. Además, los malos hombres de negocios eran los que proponían una invasión abierta de México. A los que deseaban una intervención limitada no los clasificaba necesariamente como malos.”4
La oposición de Wilson a las compañías inglesas que operaban en México, y su esfuerzo por encauzar la revolución mexicana de tal manera que los “derechos legítimos” de las compañías extranjeras no fueran violados y no se pusiera en peligro el sistema de libre empresa, estaban en total conformidad con los deseos de las grandes compañías norteamericanas que operaban en México. La política de Wilson hacia México se distinguía de la que postulaban algunas compañías norteamericanas por el rechazo a la posibilidad de anexar territorio mexicano a los Estados Unidos o establecer un protectorado norteamericano directo sobre México. Muchos hombres de negocios norteamericanos que operaban en México también rechazaban los métodos que quería utilizar Wilson para crear un México estable fundado en los principios del sistema de libre empresa. En opinión de Wilson no era la dictadura (preferida por la mayoría de los hombres de negocios extranjeros), sino la democracia parlamentaria, el único medio de crear una situación estable y evitar una revolución, no sólo en México sino en toda América Latina. Como solución a los problemas latinoamericanos, propuso alguna vez “enseñar a las repúblicas latinoamericanas a elegir hombres buenos”.5 Como prototipo de tal político latinoamericano deseable, Wilson pensaba en Madero, quien, como él mismo, había creído que la introducción de un sistema parlamentario sería el mejor medio de resolver los problemas de México y llevar estabilidad al país. El derrocamiento de Madero había sido, en opinión de Wilson, un duro golpe contra la solución que él concebía para los problemas de México.
Debe añadirse un tercer factor determinante de la política norteamericana: la trayectoria histórica de los Estados Unidos en América Latina antes de 1913. Con la posible excepción de Chile, país donde el presidente pronorteamericano Balmaceda había sido derrotado en 1892 por sus adversarios, los norteamericanos podían presumir de una larga serie de éxitos. En 1898 las tropas norteamericanas desembarcaron en Cuba y lograron controlar, sin grandes dificultades, el movimiento revolucionario social que se estaba desarrollando, de tal manera que en 1902 habían convertido a Cuba en un protectorado de facto de los Estados Unidos. El levantamiento organizado por los Estados Unidos en Panamá contra Colombia también se desarrolló sin graves problemas. En febrero de 1913 la diplomacia norteamericana parecía haberse anotado otra fácil victoria en México con el derrocamiento de Madero. Wilson consideraba que sus objetivos eran totalmente diferentes, pero las anteriores experiencias norteamericanas en América Latina probablemente lo convencieron de que tenía el poder para imponer a los vecinos del sur cualquier solución que consideraba correcta. Sir William Tyrrell, viceministro de Relaciones Exteriores y colaborador cercano de Grey, el ministro de Relaciones Exteriores británico, descrito por diplomáticos franceses como jefe de un grupo favorable a Wilson en dicho ministerio,6 describió las ideas de Wilson y la discrepancia entre sus ideas subjetivas y las consecuencias objetivas de su política, apreciable ya en 1913:
Con la apertura del Canal de Panamá se hace cada vez más importante el mejoramiento de los gobiernos de las repúblicas centroamericanas, ya que éstas se convertirán cada vez más en campo de acción de las empresas europeas y norteamericanas: el mal gobierno puede conducir a fricciones y a incidentes como el ocurrido en Venezuela bajo Castro. El presidente está empeñado en evitar tales contingencias insistiendo en que dichas repúblicas deben tener gobernantes más o menos decentes y en que hombres como Castro y Huerta deben ser excluidos. Con este objetivo en mente, el presidente decidió dar una lección a aquellos países mediante la eliminación de Huerta […] El presidente parecía no darse cuenta de que su política conduciría a un protectorado norteamericano “de facto” sobre las repúblicas centroamericanas; pero hay aquí otros que sí se dan cuenta de ello, y se proponen lograr tal objetivo.7
Aunque sin nombrarlas, Tyrrel se refería indudablemente a las grandes corporaciones norteamericanas cuyas políticas respecto a México han sido mucho menos estudiadas que las del régimen de Wilson.
Si se consideran las actividades de las grandes empresas norteamericanas en México durante los años de 1910 a 1914, éstas aparecen extremadamente contradictorias a primera vista. El capital nortamericano había colaborado estrechamente con Díaz y al mismo tiempo había jugado un papel decisivo en su caída. Los intereses norteamericanos habían ayudado a Huerta a subir al poder, y con la misma decisión actuaron contra él.
Estos fenómenos sólo pueden entenderse cuando se toma en cuenta que la política de los intereses económicos norteamericanos en México no era en modo alguno monolítica. A veces los intereses de la mayor parte de los grupos se movían en la misma dirección pero otras veces chocaban entre sí. Este fenómeno fue observado en 1912 por el ministro austriaco en México:
Si bien el trust petrolero [se trata del Trust Rockefeller-F.K.], que entre otras cosas hace algunos días ha comprado, con la anuencia del partido gobernante, el más respetable periódico independiente de México, El Imparcial, y que tiene todos los motivos para apoyar al gobierno maderista, al cual ayudó a triunfar en 1910, existen otros intereses en las altas finanzas norteamericanas —como aquellos que tienen participación en los ferrocarriles mexicanos, en el comercio del caucho y del chicle y en las minas, además de los periódicos de mister Hearst—, las cuales esperan beneficiarse con el derrocamiento de Madero y por ello apoyan en El Paso, San Antonio y Douglas (Arizona), a la gente de Orozco con dinero, armas y buenos consejos.8
Uno de los grupos estaba formado esencialmente por norteamericanos con intereses en la agricultura, otros que tenían inversiones en empresas medianas, y otros que poseían bonos del gobierno mexicano. Su actividad económica se basaba en gran medida en el sistema de peonaje y en la posición privilegiada de los extranjeros, dos puntales del régimen de Díaz. Toda dislocación de este sistema significaba un duro golpe para ellos, y por ello siempre habían sido hostiles al gobierno de Madero. A Huerta, restaurador del sistema de Díaz, lo acogieron con entusiasmo.9 Dirigieron numerosas peticiones al gobierno norteamericano para que reconociera a Huerta. Este grupo incluía a los financieros norteamericanos que tenían inversiones en bonos del Estado y en los ferrocarriles, y por lo tanto deseaban un gobierno mexicano fuerte y solvente. Aquí hay que mencionar a la casa bancaria Speyer y al presidente de los Ferrocarriles Nacionales, E. N. Brown, quienes a su vez pidieron a Wilson que reconociera a Huerta.10
El segundo grupo, que incluía a las grandes empresas norteamericanas productoras de materias primas en México, estaba encabezado por las compañías petroleras. Éstas habían ayudado a Madero a subir al poder y lo habían apoyado en un principio, pero habían entrado por ello en aguda contradicción con otros grupos de empresarios norteamericanos. Como Madero no satisfizo sus pretensiones, le volvieron la espalda y se unieron a los otros norteamericanos enemigos de Madero.
Tras el golpe de Estado de Huerta, estas compañías asumieron en un principio la misma actitud que las demás empresas norteamericanas. El 6 de mayo el presidente del Consejo de Administración de la línea ferrocarrilera Southern Pacific Railroad, Julius Kruttschnitt, entregó al presidente norteamericano Wilson un memorándum que había sido elaborado por Delbert S. Haff, quien anteriormente había trabajado durante muchos años como abogado de compañías norteamericanas, entre ellas la Dohenys Mexican Petroleum Co. En el memorándum se advertía sobre el peligro real que el capital europeo representaba para los intereses norteamericanos:
Los países extranjeros se movilizan e intentan socavar la influencia de los Estados Unidos en México. El gobierno británico ha reconocido ya de la manera más ostentosa a Huerta, y por cierto a través de una carta firmada personalmente por el rey, gracias a las gestiones de Lord Cowdray, quien posee, después de las empresas norteamericanas, las inversiones más importantes en México. Éste hace todo lo que está en su poder para obtener un cuantioso empréstito para Huerta en Inglaterra. Nosotros hemos llegado a saber que tuvo éxito en tal asunto, bajo la condición de que Huerta sea reconocido por la Gran Bretaña, lo cual ya ha ocurrido. Si México supera sus dificultades gracias a la ayuda británica y alemana, el prestigio norteamericano y el comercio de los Estados Unidos sufrirán gran daño en este país.11
Las compañías solicitaron que el gobierno norteamericano gestionara un armisticio entre Huerta y los constitucionalistas y que luego reconociera a Huerta, bajo la condición de que éste realizara elecciones tan pronto como fuera posible. Los Estados Unidos de ninguna manera debían forzar la renuncia de Huerta; por el contrario, las compañías manifestaban su admiración por éste. “Él es actualmente el presidente de facto y es un hombre enérgico que tiene capacidad administrativa, que manda el ejército y que más que ninguno está en condiciones de lograr tal arreglo.”12
Veinte días más tarde, el 26 de mayo, las mismas compañías dirigieron un nuevo memorándum al gobierno norteamericano. Este memorándum ya no recomendaba el reconocimiento de Huerta, sino que invitaba a Wilson a mediar entre los constitucionalistas y Huerta y a inducir a éste a efectuar elecciones. Los Estados Unidos podrían entonces reconocer al nuevo presidente, si a su juicio, las elecciones hubieran sido verdaderamente libres.13 Así pues, en un lapso de veinte días había tenido lugar un cambio total en la política de las compañías norteamericanas respecto a México. Mientras que todavía el 6 de mayo éstas presionaban por el reconocimiento de Huerta, advirtiendo sobre el peligro de una alianza de éste con el capital europeo, principalmente con el británico, personificado en Lord Cowdray, el 26 de mayo exigieron medidas que tenían que conducir a una de dos cosas: la renuncia de Huerta o la propagación de la guerra civil en México.
A partir de entonces, los grandes productores de materias primas, encabezados por las compañías petroleras norteamericanas, apoyaron por todos los medios la lucha contra Huerta. El presidente del Consejo de Administración de la Mexican Petroleum Co., Doheny, declaró ante una comisión investigadora del Senado norteamericano en 1920:
Hasta donde llega nuestro conocimiento, toda compañía norteamericana con intereses en México ha manifestado su simpatía por Carranza y ha ayudado a éste —tal fue nuestro caso— desde el momento en que el presidente Wilson se volvió contra Huerta.14
La Mexican Petroleum Company se negó a pagar impuestos a Huerta y se los pagó a Carranza. Éste recibió de la Mexican Petroleum Company durante los años de 1913-14, según afirmaciones de su presidente, un total de 685 000 dólares.15
Si se desea entender el porqué de este cambio repentino y total en la actitud de las compañías norteamericanas, es necesario en primer lugar analizar la situación de las compañías petroleras. Entre 1910 y 1913, la producción mexicana de petróleo había experimentado un considerable aumento. Había pasado de 3.5 millones de barriles en 1910, a 16.5 millones de barriles en 1912. En escala mundial, México había avanzado del séptimo al tercer lugar en la extracción del petróleo, y para 1912 producía en total el 4.07 por ciento de la producción mundial.16
De 1910 a 1913, las inversiones norteamericanas en el petróleo mexicano habían sobrepasado a las británicas, aunque estas últimas aún eran sumamente importantes y totalizaban más del 40 por ciento del capital invertido en el petróleo mexicano.17 Política y económicamente, Cowdray se había fortalecido mucho debido a que la flota británica sustituyó el carbón por el petróleo como combustible. Para cubrir su creciente necesidad de petróleo, el Almirantazgo británico había convenido con Cowdray un amplio contrato de suministro.18
La competencia norteamericano-británica adquirió un carácter totalmente nuevo. Hasta 1910 se desarrolló esencialmente en torno a un propósito limitado: la conquista del mercado mexicano para el petróleo refinado, cuyo valor se estimaba en 300 000 dólares. Después de 1911, sin embargo se luchó por las fuentes petrolíferas. Con base en el considerable aumento de la producción de petróleo, se suponía que México pronto ocuparía el primer lugar en la producción mundial de esta materia prima.19 La fuerte posición de los capitalistas británicos en México podía significar la pérdida del monopolio que la Standard Oil ejercía en gran parte del mundo. En una conversación con el agregado militar alemán en los Estados Unidos, Herwarth von Bittenfeld, el jefe del Estado Mayor norteamericano, Leonard Wood, declaró: “La riqueza petrolífera de las concesiones de Cowdray sobrepasa por sí sola a la de Rusia, y la de todo México sobrepasa con toda probabilidad a la de los Estados Unidos”.20
Ya en 1911, después de la victoria de Madero, la Standard Oil había esperado que la actitud hostil del nuevo gobierno mexicano hacia Cowdray le haría imposible a éste obtener nuevas concesiones, y que un conflicto con el gobierno mexicano podría inducir a Cowdray a vender sus propiedades en México. Cuando Madero anunció ese mismo año una auditoría de la empresa de Cowdray, el magnate británico buscó una reconciliación con su competidor norteamericano. Esto condujo a la firma de un contrato de suministro entre ambos.21 Tal acuerdo no impidió que las compañías petroleras norteamericanas abrigaran la esperanza, tras el golpe de Estado de Huerta, de que como éste había llegado al poder con la ayuda norteamericana, habría de aplicar las medidas que Madero no había tomado.
Huerta, sin embargo, no tenía tales planes. Continuó la política de Díaz y se alió con los capitales europeos, sobre todo con el británico, contra las compañías norteamericanas. Este cambio ya se había hecho evidente en mayo de 1913. El 3 de mayo de ese año el encargado de negocios alemán en México informó que al gobierno mexicano “le gustaría una actitud firme, tanto política como económicamente, frente a los Estados Unidos”.22 La política que ya en este tiempo seguía Huerta, la definió algunos meses más tarde en una carta dirigida al hombre de negocios alemán, Holste. Escribió:
Como usted sabe, es mi intención y el objetivo de mis esfuerzos y los de mis colaboradores, reducir la influencia del capital norteamericano en este país e interesar al capital europeo en México, tanto más que Europa nos ha manifestado en muchas ocasiones su amistad hacia nosotros y su sentido de justicia.23
Las causas de este reacercamiento de Huerta al capital europeo fueron en su mayor parte las mismas que también habían sido decisivas para Díaz: la mayor disposición de los empresarios europeos a compartir sus ganancias con los políticos mexicanos, disposición que se debía a la relativa debilidad de los países europeos en México, y al temor de los principales políticos mexicanos a caer totalmente bajo el control de los Estados Unidos.
Es indudable que esta tendencia de Huerta fue reforzada por la negativa de Woodrow Wilson a reconocer su régimen y por la creciente hostilidad del presidente norteamericano hacia el mismo.
Los objetivos perseguidos por estas compañías al apoyar la política anti-huertista de Wilson eran diversos. El primero y más sencillo de estos objetivos era sustituir a un gobierno que consideraban hostil a los intereses norteamericanos por otro que suponían les sería más favorable. Como ya mencionamos anteriormente hay indicios de que Carranza había prometido a Edward Doheny y Henry Clay Pierce mejorar su situación a expensas de los intereses británicos.
Pero la política de Wilson no era la razón principal de la actitud favorable de Huerta hacia el capital europeo. Ésta también se debió a los grandes esfuerzos hechos por los intereses petroleros de Lord Cowdray para ganarse al nuevo régimen. Sólo un día después de terminadas las hostilidades de la Decena Trágica, J. B. Body, principal representante de Cowdray en México, visitó a Díaz, a quien se consideraba todavía como el hombre fuerte del nuevo régimen. “Me pidió que le enviara sus saludos”,24 informó Body a Cowdray. Body pensaba que dichos “saludos” eran tan importantes que envió un cable a Londres para comunicárselos a su jefe. Cowdray respondió inmediatamente con un telegrama de felicitación a Félix Díaz, que fue entregado personalmente por su representante.25 No cabe poner en duda la sinceridad de esas felicitaciones. Cowdray y su representante sentían que tenían todos los motivos del mundo para estar satisfechos con el resultado del golpe que había derrocado a Madero.
Apenas dos días después de la aprehensión de Madero por los conspiradores, Body informó a su jefe: “Pensamos que el nuevo gabinete, del cual estará usted indudablemente enterado por la prensa, es, en general satisfactorio […] hasta donde sabemos Riba y yo, todos los miembros del nuevo gabinete abrigan sentimientos muy favorables a nosotros en cuanto empresa”. Lo que entusiasmaba especialmente al grupo de Cowdray era “la impresión de que el general Huerta y su gabinete actuarán ahora con mano de hierro para aplastar cualquier nuevo levantamiento y suprimir a todos los grupos revolucionarios que no depongan inmediatamente las armas. En los círculos empresariales de aquí se piensa muy firmemente que pronto tendremos tiempos mejores”.26
Estos primeros pasos formales fueron seguidos seis días más tarde por gestos mucho más concretos del grupo de Cowdray dirigidos a ayudar y fortalecer al nuevo gobierno. El 27 de febrero, apenas unos días después del golpe, Body visitó al nuevo ministro de Hacienda, Toribio Esquivel Obregón, para “ofrecerle nuestros servicios a él y al gobierno. Me recibió muy cordialmente y me dijo que tenía conocimiento de nuestra compañía desde hacía muchos años y se había formado una excelente opinión de nosotros”.27
Esquivel Obregón tomó nota del ofrecimiento de Body, pero no presentó ninguna demanda concreta de ayuda a la compañía petrolera británica. Rodolfo Reyes, siguiente miembro del gabinete al que visitó Body, fue menos tímido. Rodolfo era hijo de Bernardo Reyes, quien intentó encabezar la revuelta pero fue muerto el primer día del golpe. Rodolfo Reyes había conspirado activamente contra Madero y era ahora ministro de Justicia. Cuando Body lo visitó para “ofrecerle nuestros servicios” Reyes inmediatamente se propuso utilizarlos. En primer lugar pidió al petrolero británico que lo ayudara “obteniendo ciertos informes que deseaba respecto a la Huasteca Petroleum Company”, pero lo que Reyes deseaba sobre todo era la ayuda de la compañía británica para obtener el reconocimiento de la Gran Bretaña al nuevo gobierno. No actuaba en modo alguno por cuenta propia, sino por instrucciones de todo el gabinete, que se había enterado de que el embajador británico en México, Sir Francis Stronge, había enviado a Londres informes negativos respecto al asesinato de Madero y Pino Suárez. Tanto Reyes como el ministro de Relaciones Exteriores León de la Barra, a quien Body había visitado el día anterior, lo instaron a pedir a Lord Cowdray que “suavizara o ayudara a suavizar en alguna forma las complicaciones que temen puedan resultar”.28 Body no sólo accedió a su petición, telegrafiando inmediatamente a su jefe en Londres para solicitar su ayuda, sino que compartía además el resentimiento del gabinete de Huerta respecto a las dudas expresadas por el representante británico en México sobre el papel del gobierno mexicano en el asesinato de Madero. “Tengo motivos para saber”, escribió Body a Lord Cowdray, “que el ministro británico no ha sido en absoluto claro en sus informes al Ministerio de Relaciones Exteriores británico; más bien ha dejado en sus manos la decisión de si deberían reconocer al actual gobierno tomando en cuenta la forma desafortunada en que perdieron la vida el ex-presidente y el exvicepresidente. Por supuesto que yo no he mencionado al ministro británico la petición que recibí del gobierno, ni he dicho al gobierno mexicano que estoy enterado de los informes de nuestro embajador”.29
Inmediatamente después de recibir el cable enviado por su representante, Cowdray visitó el Ministerio de Relaciones Exteriores británico con el objeto de “obtener de ellos una expresión definida de su opinión respecto al reconocimiento del nuevo gobierno”.30 No hay informes precisos respecto a lo que sucedió en esta conversación, pero sí hay indicios de que se desarrolló de acuerdo con los deseos de Cowdray. Un alto funcionario del Ministerio escribió que había asegurado a Cowdray que “hasta donde yo sabía, el gobierno de Su Majestad haría lo acostumbrado y reconocería como jefe del Estado mexicano a quienquiera que fuera elegido constitucionalmente”.31 Inmediatamente después de este encuentro el magnate petrolero británico mandó un cable a su representante en México, y éste se sintió ya lo suficientemente fuerte para confrontar al ministro británico y presionarlo para que cambiara de opinión.
No había nada de sutil ni discreto en la forma en que Body trató al más alto representante de su país en México. Le dijo secamente que “teníamos varias negociaciones importantes pendientes con el gobierno mexicano, y he recibido indicaciones de que no las verían tan favorablemente como estarían dispuestos a hacerlo mientras el gobierno británico no reconozca al actual gobierno legalmente constituido”.32 Body convenció al ministro británico de que lo acompañara a la embajada de los Estados Unidos a enterarse de lo que pensaba el embajador norteamericano respecto al nuevo régimen mexicano. La opinión de Henry Lane Wilson sobre el gobierno de Huerta era perfectamente previsible. Le dijo a su colega británico “que había informado a su gobierno que el presente régimen era perfectamente legal y constitucional”. Henry Lane Wilson, a diferencia del presidente Woodrow Wilson, deseaba que se reconociera a Huerta y comenzó a presionar también a su colega británico. “Le dijo a Stronge que, en vista de su consejo a Washington, suponía que él [Stronge] enviaría información parecida a su propio gobierno.” El acosado ministro británico intentó defenderse ocultando sus reservas respecto a Huerta y declarando que “había telegrafiado ampliamente a su ministerio”. Body siguió presionando al diplomático británico: “Le dije que pensaba que sus mensajes no podían ser tan claros como los del embajador porque de otra forma el Ministerio en Londres no estaría esperando noticias definidas sobre el asunto, como me informó usted”. El ministro británico capituló y accedió a mostrarle a Body los informes confidenciales que había enviado a Londres. “Regresamos a la legación y allí me mostraron los cables que había enviado nuestro embajador a Londres y, tal como yo lo sabía, no eran en absoluto definidos ni claros.”
Stronge se rindió entonces totalmente. No sólo consintió en informar a su Ministerio “que el presente gobierno de México era legal y constitucional”, sino que accedió incluso a que “el embajador [norteamericano] informara a Washington sobre las acciones de nuestro ministro”. Pocos días después llegó a Londres un informe favorable de Stronge sobre la estabilidad del régimen de Huerta.33
El gobierno de Huerta demostró muy pronto el gran aprecio que le merecía la intervención de Cowdray en su favor. “Esta mañana tuve una conversación interesante con el gobernador del Distrito Federal”, informó Body a su jefe el 6 de marzo. “Me dijo que el general Huerta deseaba verme para expresarme personalmente su pesar por la forma en que habíamos sido tratados por el gobierno anterior y para asegurarme que el actual régimen estaba dispuesto a rectificar hasta donde fuera posible mediante la concesión de cualquier favor razonable que pidiéramos.”34 Así, pues, no hay por qué sorprenderse de que el régimen huertista le haya hecho concesiones sustanciales a Pearson.35
Cowdray recibió con gran entusiasmo estos informes de su subordinado en México. Descubrió que las relaciones entre el gobierno mexicano y sus compañías eran “lisonjeras”. Mayor lisonja aún debe de haber experimentado poco después, cuando Body le informó que la Waters Pierce Oil Company, dirigida por su viejo rival el petrolero norteamericano Henry Clay Pierce, quien mantenía estrechos vínculos con la Standard Oil, “no es bien vista por el actual ni por el probable futuro gobierno. Ellos no parecen ser capaces de acercarse a los gobernantes ni saber cómo hacerse simpáticos”.36
No es, pues, sorprendente que esta estrecha cooperación del régimen de Huerta con los intereses europeos en general y con Cowdray en particular produjera una creciente hostilidad entre muchos sectores económicos en México, especialmente entre las compañías productoras de petróleo y de materias primas.
Los objetivos que estas compañías perseguían al apoyar la política anti-huertista de Wilson eran diversos. El primero y el más sencillo de estos objetivos era el de remplazar un gobierno considerado hostil a los Estados Unidos por otro que supuestamente les sería más favorable. Hay indicios de que Carranza les había prometido a Edward Doheny y a Henry Clay Pierce mejorar su situación a expensas de los intereses británicos.
Algunos hombres de negocios norteamericanos entre los cuales figuraban prominentes banqueros, esperaban que las luchas en México condujeran a una separación entre el norte y el sur de México, y a la consiguiente anexión del norte a los Estados Unidos. A mediados de 1913, Emeterio de la Garza, un cercano colaborador de Huerta, viajó a los Estados Unidos para convencer al gobierno y a los empresarios norteamericanos de que evitaran una intervención en México. En Nueva York pronunció un discurso ante los banqueros norteamericanos, en el que les advirtió sobre los grandes peligros que tendría para los Estados Unidos una intervención armada en México. Hintze escribió:
Emeterio de la Garza considera que se le escuchó con atención; piensa que ha causada buena impresión, y que tal vez convenció a algunas personas. A la mañana siguiente uno de los jefes de la casa Speyer […] lo invitó a hacer una visita, donde encontró también a John Hammond. Ambos señores le hicieron saber: “Usted ejerció un influjo magnético muy grande sobre la reunión [ésta es una frase en español], pero no está usted en el secreto. Es totalmente falso lo que usted sopone que son nuestros deseos. Nosotros no queremos ni necesitamos una intervención. No queremos otra cosa que la Baja California y todo el territorio que se encuentra al norte de una línea trazada desde la punta sur de Baja California hasta Matamoros [Tamaulipas]. Este territorio o bien caerá por sí mismo en nuestras manos, o lo ocuparemos; entonces puede usted venir e intentar quitárnoslo. Esto es lo que nosotros queremos, y lo obtendremos sin disparar un tiro, puesto que ustedes están incapacitados para resistir debido a su creciente colapso interno.37
¿Se trata de una exposición apegada a la verdad o de una invención de Emeterio de la Garza, un partidario de Huerta, con el objeto de suscitar temores ante las intenciones anexionistas norteamericanas? No parece haber sido una invención. En su diario, el coronel House, confidente de Woodrow Wilson, informa acerca de una visita que le hizo el 24 de octubre de 1913 Otto Kahn, uno de los banqueros más importantes de los Estados Unidos, socio de Morgan y Speyer. Kahn le dijo a House que él “estaba considerando una posible solución del problema mexicano”. Él pensaba que:
nuestro gobierno podría comunicar a los estados del norte de México, que se encuentran ahora en rebelión, que si desean efectuar una elección para decidir si quieren separarse del resto de la república, nuestro gobierno está dispuesto a enviar un cordón de tropas a lo largo de la línea divisoria del resto de México para evitar cualquier intervención desde allí y permitirles [a los estados del norte de México] hacer una elección pacífica para decidir sobre este problema. Él pensaba que en caso de que estos estados formaran una república separada, ésta podría constituir una zona neutralizada entre los Estados Unidos y la parte insurrecta de México.38
House rechazó esta propuesta indicando que la misma equivaldría a una declaración de guerra de los Estados Unidos a México.
Otras fuerzas, que incluían a las compañías ferrocarrileras, pusieron finalmente sus esperanzas en una intervención armada norteamericana. En una carta dirigida al gobierno norteamericano en marzo de 1913, las compañías ferrocarrileras habían pedido inicialmente el reconocimiento del gobierno de Huerta. Pero estaban demasiado estrechamente ligadas con las grandes compañías productoras de materias primas como para oponerse a éstas, y por ello cambiaron su actitud en julio de 1913. Por este tiempo tuvo lugar en París una convención de banqueros de distintos países con intereses en los ferrocarriles mexicanos. En esta reunión, los representantes de los bancos norteamericanos, británicos, franceses y alemanes coincidieron en que “el gobierno norteamericano debía intervenir y restaurar el orden”.39
Las compañías ferrocarrileras no fueron las únicas que pidieron una intervención armada en México.40 A ellas se unió William Randolph Hearst, quien poseía importantes propiedades en México y había adquirido otras a precios sumamente bajos. Pronto asumieron también una posición parecida las compañías petroleras norteamericanas, cuyo portavoz, el senador Fall, exigía de manera cada vez más descarada una intervención armada norteamericana en México.41
Aunque había efectivamente diferencias, a veces sustanciales, entre Wilson y las compañías norteamericanas particulares respecto a México, sobre todo aquellas que presionaban en favor de una intervención militar prolongada, no hubo ningún choque frontal entre Wilson y la mayoría de los intereses norteamericanos en México durante este periodo.
La política de Wilson hacia México pasó por dos etapas: la primera va de marzo a octubre de 1913, periodo en que el gobierno norteamericano intentó obligar a Huerta a renunciar, dejando esencialmente intacto su ejército y su aparato gubernamental; la segunda se extiende del 11 de octubre de 1913 hasta la caída de Huerta en julio de 1914. Su sucesor no debía ser uno de los revolucionarios, sino un político conservador proveniente de los círculos gobernantes mexicanos.
Wilson esperaba obtener el apoyo de las potencias europeas para su política. Ya a principios de 1913 había sugerido a la Gran Bretaña y a otras potencias europeas que no reconocieran a Huerta. Cuando estos países hicieron caso omiso de su indicación y reconocieron de todos modos a Huerta, Wilson no los imitó sino que atacó más fuertemente a éste. El 14 de julio Wilson instó a Huerta a anunciar elecciones y a no presentar su propia candidatura advirtiendo que en caso contrario no estaría dispuesto a mediar entre Huerta y sus opositores. Al ser rechazadas estas demandas, Wilson llamó al embajador norteamericano y envió a John Lind como su representante personal en México.
El 12 de agosto de 1913 Lind presentó al gobierno mexicano la siguiente serie de nuevas propuestas: un inmediato cese el fuego en México; elecciones libres con participación de todos los partidos, lo antes posible; todos los partidos deberían aceptar los resultados de las elecciones y apoyar al gobierno elegido. A cambio de ello, Wilson se ofrecía a mediar entre el gobierno de Huerta y los revolucionarios.
Rechazadas estas proposiciones por el gobierno de Huerta, Lind le presentó el 22 de agosto un nuevo mensaje, en el cual se repetía la demanda de prontas elecciones y la no participación de Huerta como candidato presidencial. Lind amenazó claramente con una intervención norteamericana en caso de rechazo, ofreciendo en cambio, de aceptarse dicha propuesta, un préstamo a México.42 Cuando, en la mañana del 27 de agosto, la nota de Lind no había recibido respuesta, Wilson compareció ante el Congreso de los Estados Unidos para presentar una política hacia México que describió como de “espera vigilante”. Se pidió a los norteamericanos que salieran de México y se prohibió la venta de armas destinadas a dicho país. La parte más perjudicada fue el régimen de Huerta, ya que antes podía comprar libremente sus armas en los Estados Unidos mientras que los revolucionarios, a quienes el gobierno norteamericano no reconocía como beligerantes, no habían tenido tal privilegio.
Las tensiones entre los Estados Unidos y el gobierno de Huerta se aflojaron un tanto hacia el anochecer del mismo día, cuando Wilson recibió respuesta a la nota de Lind por la cual el gobierno de Huerta cedía parcialmente a las demandas de Wilson. Si bien reiteraba que México no reconocía a los Estados Unidos ningún derecho a intervenir en sus asuntos internos, declaraba que Huerta ya estaba excluido como candidato presidencial por la misma Constitución mexicana.
Tres semanas más tarde, el 16 de septiembre, Huerta dijo al cuerpo diplomático reunido que no permitiría su postulación como candidato. Cuando, el 24 de septiembre, Federico Gamboa, el ministro de Relaciones Exteriores de Huerta, fue postulado como candidato presidencial por el Partido Católico, dicha postulación recibó el pleno apoyo del Departamento de Estado norteamericano, el cual anunció públicamente que un gobierno encabezado por Gamboa podía contar con el reconocimiento y el apoyo de los Estados Unidos. El gobierno norteamericano estaba tan satisfecho con este giro de los acontecimientos que pidió a Huerta el envío de un representante personal. “Siento que hemos llegado al fin de nuestros problemas”,43 escribió el secretario de Estado, Bryan, al presidente Wilson el 25 de septiembre.
Al apoyar la candidatura de Gamboa, el gobierno de Washington no otorgaba su reconocimiento a Huerta, pero sí reconocía claramente a su régimen. Gamboa había sido uno de los colaboradores más íntimos de Huerta, y el Partido Católico, que lo postulaba como candidato, era un importante elemento de la vieja oligarquía porfiriana. La diplomacia norteamericana se enfrentaba ahora a la cuestión de cómo reaccionarían los revolucionarios, que controlaban ya más de la tercera parte del territorio mexicano, ante una llegada al poder de Gamboa.
Las relaciones del gobierno norteamericano con los revolucionarios eran contradictorias. Por una parte, los Estados Unidos eran la única gran potencia que había enviado representantes a los revolucionarios para entablar negociaciones, mientras que por otra parte no los había reconocido como parte beligerante y les había impedido comprar legalmente armas en los Estados Unidos, aunque, antes del 27 de agosto, el gobierno de Huerta sí había podido hacerlo. No sería muy desencaminado pensar que antes de octubre de 1913 los diplomáticos norteamericanos habían utilizado a los revolucionarios para presionar a Huerta, pero que temían un crecimiento excesivo de la fuerza de aquéllos.
Después del anuncio de la candidatura de Gamboa, el gobierno norteamericano hizo todo lo que pudo para convencer a los revolucionarios de que aceptaran un posible gobierno encabezado por Gamboa. En los primeros dos días de octubre de 1913 William Bayard Hale se entrevistó con el representante constitucionalista en Washington para decirle en calidad de representante personal del presidente Wilson, que éste “apoyaría moralmente a Gamboa o a cualquier otro que ganara las elecciones legales el 26 de octubre”. Al mismo tiempo se pidió a Carranza que luchara “con el voto y no con las armas”. Tal solicitud se hizo acompañada de amenazas inequívocas. El 26 de septiembre el Departamento de Estado norteamericano había declarado que reconocería al gobierno de Gamboa aún cuando los revolucionarios se opusieran a él. Y Hale mandó a decir a Carranza, el 2 de octubre, que el presidente Wilson “no reconocería gobiernos emanados de una revolución”.44 De esta manera se expresaba con toda claridad a los constitucionalistas que el gobierno norteamericano daría todo su apoyo a Gamboa y que los revolucionarios, aun cuando derrotaran a un gobierno encabezado por Gamboa, jamás podrían esperar el reconocimiento de los Estados Unidos.
Es evidente que tales proposiciones eran completamente inaceptables para los constitucionalistas. Reconocer al gobierno de Gamboa hubiera sido capitular ante el sistema huertista, y luchar “con el voto y no las armas” contra un régimen que había derrocado al único gobierno mexicano jamás elegido libremente era imposible para los revolucionarios de todos los matices. Así pues, las negociaciones entre el gobierno norteamericano y los constitucionalistas estuvieron condenados al fracaso en sus etapas iniciales. Otro factor que contribuyó a dicho fracaso fue que algunos días después de iniciadas las negociaciones la situación en México cambió por completo: Huerta disolvió el Congreso el 10 de octubre, efectuó “elecciones” el 26 de octubre y, a pesar de todas sus promesas, se hizo nombrar presidente.
¿Cómo se explica esta conducta, que era un abierto desafío a Wilson? Los súbitos cambios en la actitud de Huerta hacia las demandas norteamericanas de que renunciara —obstinada negativa antes del 27 de agosto, luego flexibilidad, y otra vez rechazo después del 11 de octubre— no fueron accidentales ni se debieron al alcoholismo de Huerta. Además de las presiones y amenazas del gobierno norteamericano, hubo sobre todo dos factores que indujeron a Huerta a hacer concesiones el 27 de agosto.
En primer lugar estuvo la presión de aquel sector, nada despreciable, de la clase gobernante que no estaba ligado a la Gran Bretaña y que temía que un conflicto con los Estados Unidos prolongaría la revolución, temiendo además que si estallaba una guerra sus propiedades serían destruidas. “Las clases propietarias”, informó con gran exactitud Hintze el 16 de septiembre, “que hasta ahora lo han respaldado [a Huerta] están empezando a abandonarlo, temiendo que sus propiedades se verían en peligro en caso de un enfrentamiento con los Estados Unidos”.45 Éstos fueron los grupos que postularon a Gamboa, y cada victoria revolucionaria los inducía a presionar más todavía a Huerta para que cediera ante los Estados Unidos.
Mucho más importante, sin embargo, fue el segundo factor: la actitud de las potencias europeas y del Japón hacia el régimen de Huerta. En su política frente a los Estados Unidos, Huerta había contado con el apoyo del Japón, Alemania y sobre todo la Gran Bretaña, pero en el periodo que abarcó de fines de agosto a mediados de septiembre pareció que estas potencias ya no seguirían apoyándolo.
El 10 de septiembre de 1913 Hintze escribió a Berlín: “El ministro de Relaciones Exteriores, señor Gamboa, se ha expresado muy acerbamente respecto a la ayuda japonesa, esperada en vano: los japoneses nunca tienen ni dinero ni valor; no podemos confiar en ellos”.46 La opinión de Gamboa fue resultado del comportamiento del recién llegado ministro japonés en México, Adatchi. El gobierno de México había organizado para su llegada, grandes manifestaciones públicas de simpatía que tenían un cariz expresamente antinorteamericano. Inmediatamente la legación japonesa presentó una protesta ante el gobierno mexicano. Como informara el encargado de negocios japoneses en México, Tanabe, a su ministro de Relaciones Exteriores, los japoneses habían protestado contra los intentos de relacionar las ceremonias de bienvenida en honor del nuevo embajador japonés “con demostraciones contra un país extranjero”.47 El mismo Adatchi comentó algo parecido: “El suscrito hizo un esfuerzo por no dar la impresión de que aprobaba la actitud antinorteamericana de la población en varias ciudades, e insistió repetidas veces en que la amistad entre México y el Japón reside primordialmente en el desarrollo de relaciones comerciales e industriales”.48
También hubo cierto cambio en la actitud de los diplomáticos alemanes en México. Mientras que Kardorff, el encargado de negocios, había alentado a Huerta a resistir a Wilson con promesas de apoyo alemán, Hintze, quien se reintegró a su puesto el 5 de septiembre, hizo todo lo contrario.49
El factor más importante para Huerta fue la actitud de la diplomacia británica. Desde que Huerta tomó el poder hasta fines de 1913, la política británica en México había seguido dos líneas contradictorias. Por una parte, la Gran Bretaña, en vista de su creciente antagonismo con Alemania, había procurado evitar un choque con los Estados Unidos; por otra parte, deseaba promover los importantes intereses petroleros de Lord Cowdray, tan estrechamente ligado al régimen huertista. Detrás de esta política estaban no sólo las presiones económicas y políticas del grupo de Cowdray, sino también un interés estratégico, ya que el Almirantazgo británico había firmado un importante contrato de abastecimiento con dicha compañía.50
Poco después del ascenso de Huerta al poder, el gobierno británico había respondido inicialmente en forma positiva a la solicitud norteamericana de no reconocer por el momento a Huerta y no dar pasos sin consultar previamente con los Estados Unidos. Pero cuando la posición de Huerta se definió con mayor claridad, los británicos lo reconocieron en un lapso de tres semanas, sin informar previamente al embajador norteamericano.51
El 4 de julio el ministro británico en México tomó la iniciativa y convocó a los diplomáticos europeos en este país a una conferencia para presionar a los Estados Unidos a reconocer a Huerta. “Entre los participantes estaban los representantes de Gran Bretaña, Francia, Italia, España, Bélgica y Noruega, así como el encargado de negocios alemán y yo mismo”, informó el ministro austriaco en México. “El ministro británico, señor Stronge, explicó que la creciente anarquía sólo podría controlarse mediante el fortalecimiento del gobierno actual. Propuso que los jefes de las misiones locales telegrafiaran a sus gobiernos recomendándoles que trabajaran a través de sus embajadores en Washington en favor del reconocimiento del presidente Huerta por los Estados Unidos.”52 Poco después el embajador británico en Washington, Sir Cecil Spring Rice, intervino ante el gobierno norteamericano siguiendo una línea parecida.
Cuando estas gestiones no produjeron ninguna alteración en la actitud norteamericana hacia Huerta, provocando en cambio tensiones entre británicos y norteamericanos, la diplomacia británica parece haber dado marcha atrás temporalmente. En efecto, el 11 de septiembre Hintze informó: “El ministro británico se ha opuesto firmemente hace poco a cualquier intento del cuerpo diplomático de presionar a sus gobiernos para que tomen medidas colectivas contra la política norteamericana […] Incluso me dijo que estaba haciendo esto por órdenes explícitas, y que la Gran Bretaña no quería actuar aquí en ninguna forma que pudiera dar la impresión de que se oponía a la política norteamericana”.53
Esta actitud del Japón, Alemania y la Gran Bretaña hace comprensible la disposición de Huerta a ceder terreno el 16 de septiembre. Las consecuencias, sin embargo, fueron más graves de lo que deseaba la diplomacia británica, ya que el grupo Cowdray hizo sentir, al parecer, su influencia. No resulta, pues, sorprendente que se produjera un nuevo viraje total en la política británica. Sir Francis Stronge fue llamado a Londres y Sir Lionel Carden fue nombrado nuevo ministro.
Carden era uno de los exponentes y representantes más francos del imperialismo británico en América Latina. En tiempos del porfiriato había servido durante más de quince años como cónsul general británico en México.54 Había participado de manera importante en las gestiones para lograr que el gobierno mexicano cancelara una serie de subsidios a las compañías francesas, alemanas y norteamericanas. Couthouly, el ministro francés, completamente exasperado, había escrito sobre este “encargado de negocios de un tipo nuevo y antes desconocido”, que “sólo podía describirse como un hombre de negocios, y no como el encargado de los asuntos de la reina”.55 En opinión del ministro francés, Carden había utilizado su cargo para su propio enriquecimiento personal. En septiembre de 1885, cuando los planes de Carden parecían madurar más bien lentamente, Couthouly comentó con satisfacción: “El infortunado ministro británico está contemplando ahora el colapso de sus planes para enriquecerse, que había elaborado con ayuda del señor Romero Rubio; el señor Carden ha vendido sus caballos”.56
Después de quince años de servicio diplomático en México, Carden había sido enviado a otros países latinoamericanos donde representó con el mismo fervor los intereses británicos y fomentó políticas antinorteamericanas. A Hintze le dijo, según un informe que éste envió a Berlín, “que en Cuba, Guatemala y otros países latinoamericanos, siempre se había encontrado con el mismo enemigo: los norteamericanos. Siempre los había considerado personas de mala fides, intrigantes inescrupulosos y negociantes tramposos […] Detrás de toda su palabrería de civilización, juisticia, humanidad y moralidad, no eran otra cosa que comerciantes despiadados. Con frecuencia había intentado llegar a un entendimiento con los norteamericanos: siempre habían faltado a su palabra”.57 La actitud antinorteamericana de Carden en Cuba era tan agresiva que Knox, el secretrio de Estado norteamericano, pidió al Ministerio de Relaciones Exteriores británico que lo retirara de Cuba.58
Carden tenía relaciones de negocios con el grupo de Cowdray; poseía acciones en varias compañías, entre ellas una compañía de bienes raíces en el istmo de Tehuantepec, en la que también participaba Cowdray.59 Según un informe de Hintze, Carden le dijo al ministro alemán que había sido enviado a México “a proponer una ‘línea de conducta’ al Ministerio británico de Relaciones Exteriores; Sir Edward Grey aprecia mucho sus juicios. Su más reciente opinión: hay que apoyar al gobierno de Huerta […] Propondrá que se apoye al gobierno de Huerta incluso en contra de los Estados Unidos”.60 Poco después de su llegada a México se convirtió en uno de los consejeros más próximos a Huerta, quien “no decidía ningún asunto de importancia sin consultar primero con Sir Lionel Carden”.61
Woodrow Wilson, el secretario de Estado Bryan y el representante personal de Wilson en México, John Lind, estaban convencidos de que había sido Londres quien inspirara a Huerta su golpe contra el Congreso mexicano, dando así un paso que anulaba todos sus acuerdos previos con los Estados Unidos; tal acto significaba una clara ruptura con los norteamericanos. No hay en los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores británico ningún documento que confirme estas sospechas. Carden informó que le había sugerido a Huerta que no se presentara como candidato en la próxima elección presidencial, pero los informes de Carden y los de su colega alemán Hintze62 (así como los análisis hechos por el personal diplomático francés), extensamente citados en estas páginas, sugieren que las sospechas norteamericanas respecto a Carden pueden haber sido mucho más acertadas que lo que suponen muchos historiadores. El odio de Carden contra los norteamericanos sólo lo igualaba su admiración sin límites por Huerta.
Uno de sus principales objetivos, como dijera repetidas veces a su colega alemán, era obligar a su propio gobierno a adoptar una línea antinorteamericana dura no sólo en México sino en toda América Latina. El objetivo de Carden no era únicamente conservar en el poder al anglófilo Huerta e introducir mayores tensiones en las relaciones mexicano-norteamericanas, sino, como le dijo el jefe del Estado Mayor norteamericano al agregado militar alemán en Washington, obtener además importantes concesiones petroleras para las compañías británicas que el Congreso mexicano jamás habría ratificado. El ministro británico expresó ostentosamente su apoyo a las acciones de Huerta, presentando sus credenciales un día después de la disolución del Congreso.
El golpe de Huerta provocó una reacción sumamente enérgica de parte del gobierno norteamericano. Wilson acusó a Huerta de “mala fe” en una nota y anunció que no reconocería ninguna elección que se celebrara bajo sus auspicios. A partir de ese momento, Wilson hizo todo lo que pudo por derrocar a Huerta.63
Las primeras medidas tomadas por el gobierno norteamericano fueron dirigidas contra la Gran Bretaña. Wilson y Bryan estaban firmemente convencidos de que la política británica respecto a México estaba basada en los intereses de las compañías petroleras británicas. El coronel House relató los conversaciones que sostuvo con Bryan y Wilson sobre este punto en una carta dirigida al embajador norteamericano en Londres: “Encontré que [Bryan] estaba mal dispuesto hacia el gobierno británico [según él] la política de éste en México estaba dictada por razones financieras, los británicos apoyaban a Huerta por instigación de Lord Cowdray y éste no sólo había obtenido ya concesiones del gobierno de Huerta sino que esperaba obtener más todavía. Veía a Sir Lionel Carden en forma muy desfavorable. Hablé con el presidente, y sus opiniones no eran muy distintas de las del señor Bryan”.64
El gobierno norteamericano intentó luego hacer que el británico retirara su apoyo a Huerta y poner fin a las concesiones petroleras mexicanas a compañías británicas. Inicialmente Wilson había querido enviar al gobierno británico una dura nota acusándolo de ser responsable de que Huerta siguiera en el poder. Cuando se le señaló que semejante nota sería muy discutible en términos de derecho internacional y que podría suscitar una fuerte oposición a los Estados Unidos tanto en América Latina como en Europa, Wilson intentó otra línea de acción: el 27 de octubre de 1913 pronunció en Mobile, Alabama, un agresivo discurso en que denunció los intereses extranjeros en América Latina. Al describir a América Latina, habló de “países que se ven obligados, por no quedar su territorio dentro del principal campo de la empresa y las actividades modernas a otorgar concesiones, están en la situación de que los intereses extranjeros tienden a dominar su política interna: situación siempre peligrosa y que puede llegar a ser intolerable. Lo que van a ver, pues, estos países es una emancipación de su sometimiento, hasta ahora inevitable, a la empresa extranjera y una afirmación del espléndido carácter que, a pesar de estas dificultades, han podido demostrar una y otra vez”.65 Según Lind, cuando Wilson hablaba de intereses extranjeros se refería obviamente a la Gran Bretaña y cuando hablaba de “América Latina” se estaba refiriendo a México.66 Con este discurso, Wilson retaba abiertamente al imperialismo británico en México.
En noviembre de 1913 el gobierno británico por fin cedió. El subsecretario de Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores británico, Sir William Tyrrell, viajó a Washington en donde sostuvo largas discusiones con Wilson y Bryan.67 En estas entrevistas Bryan acusó a la Gran Bretaña de tener en México un solo interés: el petróleo, y de subordinar su política hacia México a los objetivos de los “barones petroleros”. Tyrrell, por su parte, reveló que el gobierno británico estaría dispuesto a retirarle su opoyo a Huerta y a dejar completamente en manos de los Estados Unidos la orientación de la política respecto a México.68
Los orígenes y objetivos de la política británica en México eran ya tema de controversia en 1913 y 1914 y siguen siéndolo entre los historiadores en la actualidad. En 1913 y 1914 los portavoces del gobierno británico negaron vehementemente que su política significara en modo alguno un apoyo a Huerta. Según ellos, el reconocimiento que se le había otorgado a éste no era sino un asunto rutinario. El gobierno de acuerdo con la costumbre británica y el uso internacional, reconoció a un gobierno de facto que detentaba el poder. El gobierno británico, aseguraron, no estaban persiguiendo en modo alguno, en este caso objetivos antinorteamericanos, y nunca había pensado en hacerlo. Si habían surgido malentendidos era, porque, cuando reconoció al nuevo régimen de facto el gobierno británico no sabía hasta qué punto se oponía el norteamericano a Huerta. En ese momento, Wilson no había dado todavía indicios claros de lo repugnante que le resultaba Huerta. No haba cuestión alguna de influencia sobre la política británica de parte de Lord Cowdray, aseguraron tanto los voceros del gobierno británico como el mismo Lord Cowdray.69 Se había consultado, por supuesto, a Lord Cowdray, pero el gobierno de Su Majestad había llegado a una decisión en forma independiente de la opinión de aquél. Carden jamás había tenido una actitud antinorteamericana y la prensa había dado una idea falsa de la posición que él había expresado en entrevistas. El acceso a los archivos de los ministerios de Relaciones Exteriores de la Gran Bretaña y de Francia hace posible un examen de estas aseveraciones.
No cabe duda de que el reconocimiento británico a Huerta no tuvo nada de rutinario. En 1913 un miembro del Parlamento británico había señalado ya que reconocer a Huerta contradecía ciertos principios tradicionales de la diplomacia británica, que proscribían el reconocimiento de un jefe de gobierno que hubiera llegado al poder derrocando violentamente a su antecesor y que, si llegaba a otorgarse dicho reconocimiento, esto sólo debía hacerse después de pasado cierto tiempo. El parlamentario adujo, en apoyo a su señalamiento, el caso de Serbia. En 1903 Alejandro Obrenovich, rey de Serbia, fue asesinado por Pedro Karageorgevich, quien lo sucedió en el trono. El gobierno inglés se negó a reconocer a Pedro y justificó su actitud por el hecho de que éste había asesinado a su antecesor.70 Sin embargo, aunque el gobierno británico había recibido informes de su ministro en México de que Huerta era muy probablemente responsable del asesinato de Madero, lo reconoció rápidamente. Sir Louis Mallet, del Ministerio de Relaciones Exteriores, le había escrito a Grey: “Personalmente estoy de acuerdo con el señor Spicer en que debemos guiarnos por nuestros intereses primordiales, independientemente del asesinato de Madero”.71 También en otros respectos el reconocimiento otorgado a Huerta contradecía el procedimiento seguido anteriormente por los británicos en estos casos, por lo general los presidentes provisionales no eran reconocidos mediante carta oficial del rey. Sin embargo, el gobierno británico decidió romper con esta costumbre en el caso de Huerta y responder a su anuncio de que había tomado el poder en México con una carta oficial del soberano.72
¿Hasta qué punto iba dirigida esta política británica en México contra los Estados Unidos?
El gobierno norteamericano le había hecho claro al Ministerio de Relaciones Exteriores británico que se sentiría muy complacido de que ambos gobiernos discutieran sus respectivos puntos de vista antes de reconocer a Huerta. Coincidiendo con esta indicación, Sir Harold Nicholson había argumentado en el Ministerio de Relaciones Exteriores británico en favor de que se conferenciara con los gobiernos de otras grandes potencias, en especial los Estados Unidos, Francia y Alemania, antes de reconocer a Huerta. Pero Grey, el secretario de Relaciones Exteriores británico, reaccionó ante esta propuesta diciendo: “Tenemos intereses tan importantes en México que creo que debemos seguir nuestro propio camino, sin hacer que éste dependa de otros gobiernos”,73 y ordenó el reconocimiento de Huerta. Más tarde los voceros del gobierno británico dirían que al darse este paso se ignoraba hasta qué grado se oponía el gobierno norteamericano a Huerta. De hecho, el presidente Wilson no había definido aún perfectamente su actitud al respecto. Pero en el verano y otoño de 1913 ya no cabía duda de su cerrada oposición a Huerta. La reacción británica no fue intentar un acercamiento con la política norteamericana, sino nombrar ministro en México a uno de los más vehementes opositores de los Estados Unidos en el servicio exterior británico: Sir Lionel Carden. Carden no deseaba el cargo, ya que abrigaba la esperanza de ser enviado al Brasil. Antes de partir de Londres el lo. de septiembre de 1913, Carden escribió a Grey un memorándum en que proponía una serie de normas para la política británica en México cuyo objetivo era reducir la influencia norteamericana, no sólo en México sino en toda América Latina, y de poner claros límites a la Doctrina Monroe.
Carden inició su memorándum con una historia de la expansión norteamericana en América Latina durante los últimos 25 años y su propia opinión de lo que habían sido las consecuencias devastadoras de dicha expansión para la posición británica en dicha región:
La historia del periodo de referencia muestra que la intervención del gobierno de los Estados Unidos en los asuntos internos de sus vecinos más débiles sólo se ha efectuado por la fuerza de las armas, ya sea en guerra abierta como en el caso de Cuba, o promoviendo o apoyando revoluciones, como en Panamá, Nicaragua, Honduras y México. En todos estos casos los intereses británicos han sido gravemente afectados por la destrucción de propiedades y la obstrucción del comercio y la industria. Tampoco puede demostrarse que tales intervenciones hayan surtido un efecto que tenga probabilidades de ser permanente en cuanto a producir una mejoría en las condiciones políticas o a eliminar las causas del descontento que se ha producido en el pasado.
Además, el gobierno de los Estados Unidos ha dado repetidas pruebas de que, lejos de favorecer el principio de puertas abiertas en América Latina, ve con celos la competencia de las naciones europeas por el comercio de estas repúblicas: y toda su influencia se ha dirigido y se dirige actualmente a la obtención de ventajas especiales para sus ciudadanos, mediante convenios de reciprocidad y de otras maneras, que les garanticen con el paso del tiempo una gran preponderancia, si no un virtual monopolio, en todos los negocios relacionados con las finanzas, el comercio o las obras públicas.
Carden acusaba a los Estados Unidos de ser responsables de todos los levantamientos que habían estallado en 1910-11 y en 1913 y de todos los daños y peligros ocasionados por ellos a las propiedades británicas. Proponía que el gobierno británico informara sin ambages al norteamericano que no apoyaba su política respecto a Huerta.
Al adoptar dicha posición, evitaríamos en el futuro ser inducidos a aceptar directivas políticas que no aprobamos o respecto a las cuales no hemos sido consultados: quedaríamos en libertad de ofrecer protección efectiva a los grandes intereses que tenemos en juego y que son continuamente puestos en peligro por las acciones mal meditadas o egoístas de los Estados Unidos: y recuperaríamos la influencia de que antes gozábamos en América Latina y con ella una gran parte del comercio que hemos perdido y seguimos perdiendo.
En cuanto a la crisis actual en México, parecería una locura en semejante momento pensar en sustituir por un hombre nuevo y sin foguear al actual presidente provisional que, según todos los informes, está demostrando que es perfectamente competente para dominar la situación. Los intereses de los inversionistas británicos y de los demás inversionistas extranjeros parecerían por lo tanto exigir que se le conceda libertad de acción y se le ofrezca todo el apoyo moral y financiero que sea posible.74
Lo que Carden estaba pidiendo al gobierno británico era un ataque frontal contra la política norteamericana en México, ataque encaminado no sólo a promover allí los intereses británicos sino a poner límites de una vez por todas a la Doctrina Monroe. El primer ministro Asquith, a quien se le presentó el memorándum de Carden, no objetó sus propuestas; tan sólo observó: “La descripción que hace Lord Carden de la política y los métodos en México no parece en absoluto exagerada”.75 Pero el jefe de Carden, o sea Grey, ministro de Relaciones Exteriores, no se inclinaba a permitir que la situación evolucionara hasta convertirse en una confrontación abierta con los norteamericanos en México, aunque tampoco tenía intenciones de revocar la política británica respecto al reconocimiento de Huerta. No quería, de ninguna manera, adoptar una línea dura respecto a los Estados Unidos: “No discuto la inconveniencia y los pobres resultados de la política norteamericana, pero aunque estoy dispuesto a mantener cierta libertad de acción, el gobierno de Su Majestad no puede con ninguna esperanza de éxito embarcarse en una política activa contraria a la de los Estados Unidos ni constituirse en el campeón de México o de cualquiera de estas repúblicas en contra de los Estados Unidos”.76
Estos razonamientos muestran que existían diversas opiniones en el gobierno británico respecto a la política a seguir en México. Cuando se discutía el problema del reconocimiento de Huerta, Nicholson, en oposición a Grey, se había manifestado a favor de efectuar consultas con el gobierno norteamericano. El memorándum de Carden no había provocado ninguna objeción por parte del presidente del Consejo de Ministros, Asquith, pero fue parcialmente rechazado por Grey. ¿Qué significaban estas diferencias de opinión? ¿Se trataba de grupos distintos en el seno del gobierno británico, que posiblemente reflejaban diferencias de opinión dentro de los círculos financieros británicos? En opinión del Ministerio de Asuntos Extranjeros de la potencia más estrechamente ligada a Inglaterra, o sea Francia, ése era el caso. El 20 de abril de 1914 la dirección del departamento político y comercial del Ministerio de Asuntos Exteriores francés redactó un memorándum confidencial para el ministro del ramo sobre la actitud inglesa en México. En este documento se afirmaba que la política de Inglaterra en México podía dividirse en tres etapas: 1] de febrero a noviembre de 1913, Inglaterra asumió una actitud favorable a Huerta; 2] de noviembre de 1913 a febrero de 1914 se dejaron ver los indicios de una reconciliación anglonorteamericana; y 3] de febrero a abril de 1914 Inglaterra apoyó a los Estados Unidos. Los diplomáticos franceses escribieron:
Esta orientación de la política inglesa durante la crisis mexicana, que en ciertos sentidos es una política de repliegue, se puede explicar hasta cierto punto por la existencia de dos tendencias contradictorias en el Ministerio de Relaciones Extranjeras británico: una, que es favorable a Huerta, y la otra, que se inclina por el presidente Woodrow Wilson. Se puede también explicar por la acción paralela de poderosos grupos económicos que representan intereses ingleses en México. Al principio, estos grupos estaban convencidos de que Huerta era el único hombre capaz de restablecer el orden en el país. Ésta es la posición de ciertos colaboradores de Sir Edward Grey, quienes opinan que la defensa de los intereses británicos exige de hecho el apoyo al presidente Huerta. Por ello Inglaterra fue la primera potencia que lo reconoció como presidente interino en 1913.77
Según la opinión del Ministerio de Asuntos Extranjeros francés, los objetivos de los grupos huertistas en el servicio exterior británico iban mucho más allá del mero apoyo al candidato de su preferencia en México. “En aquel momento”, escribió el Ministerio de Asuntos Exteriores francés,
en Londres se consideraba con cierta simpatía la posibilidad de un conflicto entre ambas repúblicas [los Estados Unidos y México]; los británicos veían con buenos ojos la vieja enemistad de México hacia los Estados Unidos y no parecía disgustarles la posibilidad de una guerra que ocuparía durante muchos años al gobierno de los Estados Unidos.78
Esta interpretación de la diplomacia francesa, que estaba bien informada sobre los móviles de la política británica, concuerda en gran medida con lo que le expresó Carden a Hintze en noviembre de 1913 en el sentido de que él celebraría una guerra entre los Estados Unidos y México porque tal guerra podría acarrear la destrucción de la Doctrina Monroe. Las opiniones de Carden obviamente no eran tan sólo las de algunos diplomáticos marcadamente antinorteamericanos, sino también las de aquellas poderosas agrupaciones en las altas finanzas y en el gobierno británico.
Por indicaciones de su gobierno, Carden comunicó al régimen huertista que no podía contar aquí con ninguna ayuda de Inglaterra en un conflicto con los Estados Unidos.79 El desistimiento de la Gran Bretaña se atribuye en general a las siguientes causas:
1. Los antagonismos entre la Gran Bretaña y Alemania se hacían cada vez más fuertes y superaban con mucho la rivalidad británico-norteamericana en México. La Gran Bretaña dependía cada vez más del apoyo norteamericano, mucho más valioso para ella que las concesiones petroleras mexicanas.80
2. Los Estados Unidos se habían declarado dispuestos a acceder a los deseos británicos en lo tocante a las tarifas del Canal de Panamá. En contra de los acuerdos existentes, el Congreso norteamericano había decidido rebajar las tarifas del Canal de Panamá para la navegación de cabotaje norteamericana, y con ello había concedido grandes ventajas al comercio norteamericano. En las conversaciones entre Tyrrell y Wilson, el presidente norteamericano prometió interceder en favor de la abrogación de esta ley;81 la petición correspondiente fue aprobada en abril de 1914 por el Congreso norteamericano.
3. Los Estados Unidos se habían comprometido a hacer todo lo posible para garantizar las concesiones británicas a la caída de Huerta. El 13 de noviembre de 1913, Wilson escribió a Sir William Tyrrell:
Le suplico que dé a Sir Edward Grey las seguridades de que el gobierno de los Estados Unidos no se propone únicamente expulsar a Huerta del poder, sino además ejerce toda la influencia que pueda asegurarle a México un mejor gobierno, bajo el cual todos los contratos, negocios y concesiones gozarán de mayores seguridades que en el pasado.82
Pero además de estas causas, otros dos factores parecen haber desempeñado un papel especial. Por una parte, parece haberse comprobado que el petróleo extraído en los campos de Pearson no era apropiado para la marina británica. El 19 de enero de 1914, el embajador británico en Washington, Sir Cecil Spring Rice, le manifestó a su colega austriaco:
El Almirantazgo británico había considerado al principio el petróleo de Pearson; sin embargo, su inferioridad material y su muy relativa utilidad como combustible para los barcos se han hecho evidentes, de suerte que el Almirantazgo no cuenta ya con los pozos petroleros mexicanos. No hay, pues motivo para temer un conflicto con los Estados Unidos.83
La mala calidad del petróleo suministrado por Pearson condujo en realidad a la anulación de su contrato con el Almirantazgo:
A causa de que la calidad del petróleo no llena los requisitos del contrato de suministro, el Almirantazgo británico ha declarado nulo el contrato con la Compañía Mexicana de Petróleo “El Águila”, S. A., o sea con el consorcio Pearson (Lord Cowdray).84
El Almirantazgo británico intentó entonces compensar la pérdida de los suministros del consorcio Pearson mediante contratos con las compañías petroleras norteamericanas en México, y consiguió también firmar un contrato con el consorcio Doheny. El 2 de junio de 1915 informó el cónsul alemán en Tampico:
Poco después de conocerse las diferencias concernientes a la calidad del suministro de petróleo, que surgieron entre la compañía mexicana “El Águila”, perteneciente al consorcio de Lord Cowdray, y el Almirantazgo británico, la gran compañía norteamericana Huasteca Petroleum Company (Consorcio Doheny) establecida aquí, se puso en contacto con el gobierno británico y parece haber concluido un gran contrato de suministro. Éste debe durar veinte años, con un suministro diario de 50 000 barriles de petróleo para calefacción y para el Almirantazgo, y será firmado por la Huasteca Petroleum Company y el Almirantazgo británico por una parte y por las dos grandes compañías navieras inglesas Cunard y White Star por la otra […] Este contrato con una compañía norteamericana debe ser considerado como un rudo golpe contra los intereses de Lord Cowdray, tanto más que “El Águila” ha hecho sus grandes inversiones, que representaron una enorme cantidad de dinero, contando con las ganancias que espera derivar de su contrato con el Almirantazgo británico.85
Este acuerdo comercial fortaleció la posición de los Estados Unidos frente a la Gran Bretaña en dos aspectos: por un lado, el Almirantazgo británico dependía de los suministros de las compañías petroleras norteamericanas para cubrir sus necesidades, y por el otro, la compañía Pearson dependía de la Standard Oil, cuando menos en parte, para sus suministros de petróleo.
Por último, la política británica de repliegue se debió, en medida no despreciable, al hecho de que en los círculos financieros británicos, al igual que en las compañías norteamericanas, existían también serias diferencias de opinión en cuanto a la política que debía seguirse en México. En tanto que los productores de materias primas agrupados en torno a Cowdray pedían el apoyo británico en favor de Huerta, aquellos grupos con intereses en las acciones ferrocarrileras y en títulos de valor, temían que las tensiones con los Estados Unidos pudieran perjudicar la capacidad de pago de México. Las compañías británicas con intereses en los ferrocarriles mexicanos llegaron a exigir abiertamente una intervención norteamericana en México. En julio de 1913, los banqueros británicos Edgar Speyer —quien estaba estrechamente vinculado con la casa bancaria Speyer de Nueva York— y Tiarks declararon ante el director de la Berliner Handelsgessels-chaft, Beheim-Schwarzbach, “que el único remedio consistía en una intervención norteamericana y que se hallaban en juego intereses sumamente importantes”.86
A principios de 1914, los banqueros ingleses fueron a ver al ministro de Relaciones Exteriores británico, Sir Edward Grey, y le manifestaron
que según todas las probabilidades, Huerta se retiraría si también Inglaterra, Alemania y Francia le proponían la renuncia, y que en todo caso le dejarían saber sin ninguna duda que México no obtendría apoyo de ninguna de las tres potencias mientras él permaneciera en el puesto. Así pues, le sugirieron a Sir Edward seguir una política que en su opinión les tendería un puente de plata tanto al presidente Wilson como a Huerta, y para este fin le insinuaron ponerse al habla con los gobiernos alemán y francés. Ellos estaban convencidos de que el gobierno de los Estados Unidos acogería con gran alivio la solución propuesta, y de que tras la renuncia de Huerta contribuiría sin egoísmo a la restauración de la ley y el orden en México.87
Esta plática, de hecho, tuvo lugar algunas semanas después del viaje de Tyrrell a Washington, pero es muy probable que ya en noviembre y diciembre estos círculos estuvieran difundiendo tales puntos de vista.
Las victorias de los revolucionarios habían contribuido a acentuar este cambio de actitud en muchas empresas británicas.
La propagación de los disturbios, las victorias de los revolucionarios, los daños cada vez mayores que los extranjeros tenían que padecer en México a causa de la revolución —informaron los analistas de alto nivel del ministerio de Asuntos Extranjeros francés—, están cambiando las actitudes de los círculos económicos de Londres. Éstos temen haber sobrestimado la capacidad de Huerta y haberlo apoyado quizá muy a la ligera. Al mismo tiempo que esta actitud se difunde entre los círculos comerciales, en el Ministerio de Relaciones Exteriores se fortalece la actitud del secretario de Sir Edward Grey, Sir William Tyrrell, quien hace poco regresó de los Estados Unidos y quien es francamente pro-norteamericano.88
La diplomacia norteamericana no limitaba de ninguna manera sus esfuerzos a privar a Huerta del apoyo británico. Al mismo tiempo luchaba por restringir las inversiones británicas en México y en toda América Latina. En su ya citado discurso de Mobile, Wilson había dado a entender esto claramente, y este propósito fue subrayado sin ambages una vez más por el embajador norteamericano en Gran Bretaña, Walter Page, en un discurso pronunciado ante hombres de negocios británicos el 19 de marzo de 1914. Los Estados Unidos, dijo,
acogerán de la manera más cordial vuestras inversiones en todas partes de América, bajo la condición de que no se empleen para dominar al país en cuestión. La Doctrina Monroe, como ustedes saben, sólo significa una cosa: que los Estados Unidos preferirían que ningún gobierno europeo se anexe más países en el Nuevo Mundo. En otros tiempos sólo había un recurso mediante el cual un gobierno extranjero podía adquirir territorios, que consistía en conquistar directamente el país. Ahora existen maneras mucho más refinadas de conquistar países.89
La lucha comenzó inicialmente en Bruselas el 13 de septiembre de 1913, cuando el Departamento de Estado norteamericano hizo llegar una nota a los gobiernos que habían reconocido a Huerta, en la que se decía:
El Presidente considera ilegales y nulos todos los contratos firmados desde que Huerta asumió el poder despótico y todas las leyes aprobadas por el Congreso de México como inexistentes, y que parece aconsejable informar esto a los concesionarios potenciales.90
El éxito no se hizo esperar. El 12 de noviembre de 1913, Sir William Tyrrell aseguró al embajador norteamericano en Londres que Cowdray no había obtenido nuevas concesiones en México, y que la Gran Bretaña se negaría en todo caso a reconocer tales concesiones, en caso de que fueran hechas.91
La ofensiva contra Cowdray se extendió entonces también a otros países latinoamericanos, concretamente a Colombia, Costa Rica y Nicaragua. Lleno de resentimiento, Cowdray escribió el 24 de noviembre de 1913:
El gobierno norteamericano no tuvo escrúpulos para presionar diplomáticamente a Colombia hasta el grado de impedir que el gobierno colombiano ratificara el contrato que había hecho con nosotros para la búsqueda de petróleo en ese país […] Han presionado de igual manera a otros dos países americanos en los cuales estábamos interesados con vistas al futuro.92
Cuando el embajador norteamericano en Londres supo esto, felicitó a Cowdray:
[Lord Cowdray] me dijo esta mañana que él (a través de Lord Murray) había retirado la petición para cualquier concesión en Colombia. Yo lo felicité. “Eso, Lord Cowdray, le evitará, así como a alguna otra gente que yo conozco, una buena cantidad de posibles problemas.”93
Entusiasmado por estos éxitos, el embajador Page escribió algunos meses más tarde a Wilson:
Yo creo que si Taft (digamos) hubiera dispuesto de otros cuatro años. Cowdray se hubiera adueñado de México, el Ecuador y Colombia, o de la porción que hubiera equivalido a una hipoteca. Él hubiera podido controlarlos en cualquier momento y de cualquier manera que escogiera. Mientras más veo, escucho y aprendo, más seguro estoy de que estos países deben la libertad de esta dictadura a usted —libertad por la cual nunca obtendrá el crédito o el agradecimiento que se merece […] El gobierno británico no se arriesgará a disgustarnos por ellos.94
Esta “libertad” consistió en que la concesión en Colombia le fue otorgada a la Latin American Petroleum Co., una filial de la Standard Oil.95 En vista de tal política norteamericana, no hay que admirarse de que Sir Edward Tyrrell le haya comunicado al secretario de Estado norteamericano Bryan en noviembre de 1913:
Señor Secretario, está usted hablando como un hombre de la Standard Oil. Las ideas que usted sostiene son las que está difundiendo la Standard Oil. Usted está siguiendo la política que ellos han decidido. Sin saberlo, usted está promoviendo los intereses de la Standard Oil.96
La disolución del Congreso mexicano por Huerta no sólo le había demostrado a Wilson la influencia de la Gran Bretaña sobre el régimen huertista, sino que también le había revelado cuán débiles eran las fuerzas —Gamboa y el Partido Católico— en las que había confiado. La política norteamericana efectúa entonces un viraje total. En las primeras semanas después del golpe de Huerta, el gobierno norteamericano intentó explotar la revolución para alcanzar un dominio virtual de los Estados Unidos sobre México. Wilson propuso a Carranza el 30 de octubre que aprobara una intervención norteamericana en México. Los barcos de guerra norteamericanos debían bloquear los puertos mexicanos y las tropas norteamericanas ocuparían las ciudades mexicanas “para la protección de las vidas y las propiedades de los extranjeros”,97 mientras los rebeldes continuaban la lucha contra Huerta. Este plan fracasó por la oposición de Carranza, quien al conocer tales proposiciones, rompió las negociaciones con el representante de Wilson, Hale.98
Al mismo tiempo, representantes del Estado Mayor norteamericano se acercaron a Carranza con la propuesta de que decretara la separación del norte de México del resto del país. Esto también lo rechazó Carranza. El 19 de enero de 1914, el embajador austriaco en Washington informó:
El agregado militar alemán, el mayor von Herwarth, quien hoy parte de aquí, tuvo la bondad de atender a mi petición, permitiéndome examinar todos los informes pertinentes. El mayor von Herwarth gozaba de la confianza especial del general en Jefe del Estado Mayor, el mayor general Leonard Wood, con quien había comentado detallada y repetidamente, desde hace meses, toda la situación política y militar en México; además, vio confirmada su opinión sobre la gravedad de la situación por todos los oficiales de alto rango del Departamento de la Guerra […] Primero supe que ya desde octubre del año pasado el general Wood se había puesto secretamente en contacto con Carranza por medio de sus emisarios, para sondearlo acerca de cómo se comportaría respecto a una declaración de independencia de la región del norte de México comprendida entre el Río Grande y el paralelo 26. Parece ser que Carranza, quien advirtió que la separación de las provincias del norte era sólo un preludio de su anexión al vecino del norte, actuó como un patriota y rechazó esta sugerencia.99
Se hizo claro que el gobierno norteamericano se había equivocado completamente al juzgar a Carranza. Éste no estaba de ninguna manera dispuesto a subordinarse a los Estados Unidos, sino que por el contrario dejó saber claramente que se opondría con todos los medios a su alcance contra una intervención norteamericana. El conocimiento de esta actitud tuvo como resultado un nuevo cambio en la política norteamericana. La nula garantía que Carranza representaba para los norteamericanos condujo a un nuevo intento por sostener el sistema huertista, si bien sin Huerta mismo. El 14 de noviembre, el gobierno norteamericano le exigió a Huerta:
a] El Congreso no habrá de reunirse nunca;
b] El general Huerta debe retirarse de inmediato.
En caso de cumplir con estas exigencias, los Estados Unidos garantizarán la vida de Huerta y su bienestar, y no solamente reconocerán al nuevo presidente interino, sino que lo apoyarán plenamente y gestionarán una reconciliación con los rebeldes.100
El móvil de la primera de estas exigencias puede hallarse en una comunicación que Lind había hecho poco antes a Hintze:
Carden apoya a Huerta y quiere que este Congreso, elegido fraudulentamente, sesione para aprobar leyes relativas a sus propias concesiones o las de Cowdray […] no podemos permitir que este Congreso actúe como el parlamento debidamente constituido, pero los ingleses lo quieren tan sólo para que apruebe algunas leyes y concesiones en su provecho.101
Fue un intento de restaurar el statu quo. Pero Huerta no manifestó la menor disposición a renunciar; todavía estaba convencido de que podía contar con la ayuda británica, y apenas si atendió a las proposiciones norteamericanas. De esta manera se llegó a un nuevo rompimiento de las negociaciones entre él y el gobierno norteamericano.102
Hasta principios de 1914, Wilson asumió una actitud de expectativa en lo tocante a México. Wilson puede haber querido eliminar todo el apoyo británico a Huerta antes de emprender otra acción en México, y por otra parte, es posible que abrigara la misma esperanza que el alférez Berthold, perteneciente a la formación naval norteamericana anclada frente a Mazatlán, manifestara al capitán del buque de guerra alemán Nürnberg: “En noviembre se había pensado en una intervención: pero luego se renunció a ésta porque se esperaba que ambos bandos se hubiesen debilitado de tal manera entre sí, que se vieran precisados a pedir ayuda a los Estados Unidos”.103
En las primeras semanas de 1914 se produjo un nuevo cambio en la actitud norteamericana respecto a México. Los revolucionarios, entretanto habían continuado su avance y a finales de enero de 1914 dominaban ya más de la mitad de México. A Wilson se le presentaban entonces cuatro opciones para su política en México:
1. Podía intervenir militarmente. Sus proposiciones sobre acciones militares conjuntas comunicadas a Carranza a finales de 1913, sus posteriores y reiteradas intervenciones en México, así como las intervenciones norteamericanas en Haití y la República Dominicana, indican que, por principio, no descartaba una intervención militar como medio de lograr sus propósitos. Sin embargo, tal medida habría comprometido a los Estados Unidos en México durante muchos años, en un momento en que Europa aumentaba las tensiones y en que había que tener en cuenta al Japón. Por estos motivos, una intervención era considerada sólo como un último recurso.
2. Wilson podía reconocer a Huerta. Esto habría significado una capitulación del presidente, norteamericano, a lo cual no hubiera estado dispuesto jamás. Tampoco había ninguna fuerza que le apremiara a tomar esta medida: las potencias europeas le habían dejado mano libre en México y los grandes intereses norteamericanos apoyaban en su mayoría a Carranza.
3. Podía influir para hacer nombrar como presidente en lugar de Huerta a otro representante de las clases dominantes de México. Esta solución entonces como antes, era la que probablemente hubiera sido mejor aceptada por la mayoría en el gobierno norteamericano y por los intereses norteamericanos también, a pesar de la transitoria colaboración de éstos con Carranza, pues a través de ello se habría mantenido, en lo esencial, el antiguo régimen porfirista. Sin embargo, tanto la terquedad de Huerta como la nueva relación de fuerzas en México impedían dicha solución. En una conversación con Hintze, que nuevamente le había propuesto una solución similar a la que se había intentado con Gamboa, Lind, el representante de Wilson en México, declaró “que los rebeldes habían conquistado tanto terreno y estaban tan seguros de su triunfo final, que no se les podía dejar de lado, sino que se les debía tener en cuenta en las negociaciones”.104
4. El presidente norteamericano podía reconocer, al menos parcialmente, a los constitucionalistas. En vista del hecho de que las otras tres opciones no eran viables, a Wilson no le quedó más remedio que seguir este camino. Esto se le facilitó porque muchas de las grandes empresas norteamericanas, sobre todo las compañías petroleras colaboraban con Carranza, y porque en enero de 1914 el representante de éste en Washington se comprometió ante el gobierno norteamericano a que las concesiones norteamericanas serían respetadas en todo momento.105
El 3 de febrero de 1914, Wilson suspendió el embargo de armas contra México y reconoció a los revolucionarios como parte beligerante, lo que les permitía comprar armas legalmente en los Estados Unidos.106 Con ello, Wilson se puso claramente de parte de los revolucionarios. Éstos, sin embargo, no tardaron en frustrar las esperanzas que el gobierno norteamericano había puesto en ellos. No estaban dispuestos en modo alguno a subordinarse al gobierno norteamericano, como lo demostró el “caso Benton” a finales de febrero de 1914.
Wiliam Benton era un terrateniente inglés que poseía una gran hacienda en el norte de México y tenía una larga historia de conflictos con los campesinos de las tierras contiguas a la suya. Después de su victoria en Chihuahua, Villa había permitido que los habitantes de un pueblo cercano a la hacienda de Benton dejaran pastar a sus animales en ésta. Cuando se enteró, Benton se enfureció y fue a ver a Villa. Hubo un brusco altercado en el cual fue muerto Benton. Como es de esperarse, la información sobre lo acontecido es contradictoria. Al producirse un escándalo internacional en torno a la muerte de Benton, Villa declaró oficialmente que éste había intentado sacar su pistola para dispararle, por lo cual fue sometido a juicio militar, sentenciado a muerte y ejecutado.107 Pocos creyeron esta versión, y en una plática que tuvo con el cónsul británico en Torreón, Villa mismo admitió que lo sucedido había sido muy distinto. Cunard Cummins, el cónsul, informó al Ministerio de Relaciones Exteriores británico:
Hace algunos años, en Gómez Palacio, en una época en que tenía yo que ejercer casi diariamente mi influencia para restringir las acciones de Villa, éste intentó más de una vez eximirse de responsabilidad en el asunto de la muerte de Benton. Más tarde, cuando se hallaba en esta ciudad en calidad de jefe del movimiento triunfante del día, volvió a aducir su defensa cuando le recordé que los cargos contra él seguían en pie.
Su versión de lo ocurrido era, en síntesis, la siguiente: Estaba dominando con suma dificultad a un gran contingente de hombres armados compuesto de criminales y desesperados, hombres de quienes no podía admitir una sola palabra irrespetuosa ya que hacerlo pondría en entredicho su autoridad de comandante. En tales circunstancias entra en su cuartel un extranjero y empieza a regañarlo y denigrarlo en términos altisonantes y desmesurados. De pronto el extranjero, en cuya frente el sudor se hacía visible, llevó rápidamente la mano a su bolsillo trasero y Fierro, quien actuaba como guardaespaldas de Villa, creyendo que iba a sacar la pistola, le disparó inmediatamente. Después se percataron de que, al parecer, la víctima había bajado la mano en busca de su pañuelo. Villa admite que se habían soliviantado los ánimos y se estaban intercambiando palabras de tono subido.
Tal parece que Villa expresó su pésame a la viuda, que es mexicana, y le prometió que no la despojarían de las propiedades de su marido.108
La ejecución de Benton provocó una fuerte reacción en Gran Bretaña y el gobierno británico pidió al norteamericano que investigara el asunto. Al dar este paso, los británicos se proponían hacer patente su apoyo a Huerta y su reconocimiento de Carranza, poniendo en claro que veían a los insurgentes como agentes de los Estados Unidos y responsabilizando al mismo tiempo a este país de todos los ataques contra las propiedades británicas en México.109
El gobierno norteamericano vio con beneplácito la maniobra británica, pues la interpretó como una aceptación de la Doctrina Monroe en su forma más explícita, es decir, el reconocimiento de los Estados Unidos como intermediarios legítimos en todas las diferencias entre los Estados europeos y latinoamericanos. Bryan exigió inmediatamente que Villa enviara el cadáver de Benton a los Estados Unidos para hacerle la autopsia. Villa por su parte, estaba dispuesto a ello, pero Carranza su superior, a quien Bryan se había dirigido también, se negó decididamente a atender esta demanda. Carranza declaró que se ocuparía del caso Benton sólo si el gobierno británico le dirigía la correspondiente petición.110 Fundó su posición en tres consideraciones: en primer lugar, quería obligar a la Gran Bretaña a que reconociera de facto a su gobierno; en segundo lugar, temía que muchos mexicanos lo consideraran como agente norteamericano si se inclinaba ante las exigencias de los Estados Unidos; por último, quería evitar todo reconocimiento, aunque fuera tácito, de la Doctrina Monroe.
La actitud de Carranza provocó una fuerte campaña intervencionista en los Estados Unidos, y tanto en la prensa como en el Senado norteamericano se hicieron cada vez más fuertes las exhortaciones a una intervención armada norteamericana en México. Las relaciones entre el gobierno norteamericano y los revolucionarios mexicanos se enfriaron de nuevo, en consecuencia el gobierno norteamericano tomó de nuevo algunas medidas para llegar a un acuerdo con el gobierno huertista sobre la base de una solución similar a la de Gamboa. El ministro de Relaciones Exteriores del gobierno huertista, López Portillo, le comunicó a Hintze que Lind le había propuesto a fines de marzo
tomar como punto de partida para nuevas negociaciones la segunda nota de Gamboa, en la que este último manifestaba la imposibilidad constitucional de la reelección del presidente en funciones, todo ello sobre la base de una renuncia temporal de Huerta, proponiendo al mismo tiempo su candidatura para las próximas elecciones.111
Sin embargo, Huerta rechazó estas proposiciones y Lind regresó a los Estados Unidos.
La supresión del embargo norteamericano sobre la venta de armas había permitido a los revolucionarios continuar su avance con mayor fuerza. En abril de 1914 conquistaron el importantísimo centro ferroviario de Torreón. Nuevos levantamientos estallaron en muchas partes del país. Los banqueros y los gobiernos que al principio habían apoyado financiera y diplomáticamente a Huerta, le retiraron su apoyo debido a la presión de los Estados Unidos. A pesar de esta situación sumamente difícil en que se encontraba el gobierno huertista a finales de 1913 y a principios de 1914, aún pudo sostenerse hasta julio de 1914.
Si se investigan las causas de este hecho, surge ante todo la pregunta de por qué el gobierno huertista mostraba tal solidez en comparación con el gobierno porfirista, que había capitulado después de algunas victorias relativamente insignificantes de los revolucionarios. Cuando Díaz anunció su renuncia en 1911, su ejército dominaba una porción del país más grande que la que dominaban las tropas de Huerta a principios de 1914. Si bien los Estados Unidos no tenían una disposición amistosa hacia Díaz, tampoco se habían puesto abiertamente en su contra, como fue después el caso respecto a Huerta. ¿Dónde hay que buscar entonces las razones de la relativa tenacidad y estabilidad del gobierno huertista, en comparación con la dictadura porfirista? La respuesta se encuentra en primer lugar en la actitud de los antiguos estratos sociales dominantes de México, es decir, los grandes terratenientes, el clero y el ejército.
La renuncia de Díaz en 1911 de ninguna manera significó la derrota total de las antiguas clases dominantes. Éstas habían aceptado a Madero como presidente, pero no habían aprobado ninguna clase de transformación social; sobre todo, habían conseguido mantener la burocracia porfirista y el antiguo ejército, habiendo disuelto al mismo tiempo las fuerzas revolucionarias. Ya no era posible un acuerdo sobre una base semejante con los revolucionarios de 1913-14, que habían sufrido las consecuencias de los Tratados de Ciudad Juárez al usurpar Huerta el poder. Si bien Zapata y Villa rechazaban toda transacción con las clases dominantes, Carranza se inclinaba a aceptar cierto compromiso. Podría interpretarse como prueba de ello su negativa a incluir exigencias sociales en el Plan de Guadalupe debido a que no quería enemistarse con las clases dominantes. Pero le faltaba la autoridad que Madero había tenido en 1913, y sobre todo no podía ni quería satisfacer las exigencias más importantes de las clases dominantes, o sea la conservación del viejo ejército federal y la disolución de las fuerzas revolucionarias.
La imposibilidad de una transacción y el temor a que sus propiedades fueran expropiadas y el ejército desmantelado determinaron que la lucha contra los revolucionarios fuera una cuestión de vida o muerte para las antiguas clases dominantes y para la casta de oficiales del viejo ejército. De ahí su obstinada e implacable resistencia a la revolución, y de ahí también su disposición a dar apoyo financiero a Huerta luego de que las fuentes de dinero europeas comenzaron a cerrarse.
La lucha contra los Estados Unidos, sin embargo, no coincidía de ninguna manera con los intereses de todos los estratos dominantes de México, pues una gran parte de sus miembros no estaba vinculada con el capital británico, y temía una derrota total en una lucha simultánea contra la revolución y los Estados Unidos. Estos círculos habían propuesto a Gamboa como candidato presidencial durante el verano de 1913, y buscaban llegar a un arreglo con Wilson. El rompimiento final de Huerta con los Estados Unidos los enfrentó a tremendos problemas. Si bien desaprobaban radicalmente la política antinorteamericana de Huerta, no tenían ninguna posibilidad de imponer sus objetivos. No podían desatar una rebelión, pues ésta sólo hubiera favorecido a los revolucionarios. Además, Huerta, había sabido atraer a su lado al cuerpo de oficiales del ejército, haciéndoles concesiones y ofreciéndoles posibilidades de enriquecimiento sin antecedentes en la historia de México. Hintze, simpatizante de Huerta, hizo una descripción atinada de esta situación:
El ejército compuesto por los elementos más sospechosos […] sin jefes capaces, encabezado por generales ladrones, va de derrota en derrota. La mayor parte del tiempo, por supuesto, no hace nada. Como el general Velasco, por ejemplo, quien desde el 22 de marzo está avanzando desde Hipólito hacia Torreón, con el supuesto objeto de reconquistar esta importante plaza tomada por los rebeldes. Huerta conoce toda la truhanería y las faltas de sus generales, pero no se atreve a proceder contra ellos: “Si le prohíbo robar al ejército, se rebelará contra mí”. Tampoco se atreve a pedir cuentas a los jefes culpables de la entrega ignominiosa de las plazas confiadas a ellos o de fuga vergonzosa. Murguía, que evacuó Torreón sin pelear, y Escudero, que abandonó Durango sin disparar un tiro, fueron consignados, por salvar las apariencias, ante un tribunal militar que se declaró incompetente, y luego recompensados con nuevos puestos; el primero incluso ha sido ascendido recientemente a general de división, ¡la más alta dignidad militar! Rubio Navarrete, que hace algunas semanas no sólo fue abismalmente derrotado —perdió todos los cañones—, sino diezmado en la huida, sale ahora hacia el norte al mando de una nueva columna. A los ojos de Huerta, el criterio para la elección de los generales no es el de que sean capaces u honrados, sino el de saber si le son fieles.112
Pero la tenacidad del gobierno huertista no se explica tan sólo por el apoyo de las clases dominantes de México. Por lo menos otro tanto se basaba en el apoyo diplomático y económico del grupo Carden-Cowdray en México, oculto pero no menos efectivo.
Tras el repliegue de la diplomacia británica en México, Hintze caracterizó la actitud de Carden con las siguientes palabras:
Por lo que concierne a los representantes de las potencias con mayores intereses aquí, desde el 13 de noviembre el ministro británico ha emprendido un abierto y total viraje a favor de la política norteamericana. Ha llegado a pedirme que decline la acostumbrada invitación a asistir el 20 de noviembre a la sesión de apertura del nuevo Congreso, “porque oportunamente la prensa norteamericana había censurado agudamente su audiencia con el gobierno a raíz de la disolución del antiguo Congreso”. Sin embargo, en privado continúa trabajando como hasta ahora.113
Carden actuaba en tres sentidos: en primer lugar, alentaba a Huerta a que permaneciera en el poder, prometiéndole el apoyo británico, y obró constantemente como su más allegado consejero y confidente. El informe de Hintze del 3 de febrero de 1914, nos describe el alcance y la naturaleza de la colaboración entre Carden y Huerta:
El 23 de enero se descubrió una gran conspiración y el 30 de enero otra. El 24 de enero ya habían sido sumariamente ejecutados veinte sospechosos, la mitad militares, la mitad civiles. Desde entonces, todas las noches cinco o seis sospechosos son sacados de sus camas, llevados a las afueras y colgados o fusilados allí, después de lo cual se les empapa en gasolina y se les quema. Los detalles acerca de esta conspiración los supe a través del ministro británico, quien, como confidente de Huerta, está al tanto de todos los misterios de su gobierno.114
En segundo lugar, Carden intentaba incitar a los diplomáticos franceses y alemanes a que procedieran enérgicamente contra la política norteamericana en México. Así procuraba, por una parte, fortalecer a Huerta, y por la otra presionar a la diplomacia británica. A principios de diciembre de 1913, poco antes del acuerdo británico-norteamericano sobre México, les propuso a los ministros francés y alemán acreditados en México que las potencias europeas desembarcaran de común acuerdo tropas en México, afirmando que Huerta había aprobado tal proyecto. Carden probablemente no había recibido ningunas instrucciones desde Londres al respecto, sino que solamente deseaba sugerir tal aventura a los franceses y a los alemanes para que éstos a su vez ejercieran presión sobre la política británica. Su plan, sin embargo, fracasó, ya que los diplomáticos alemanes y franceses lo rechazaron.115
Siete semanas más tarde, aproximadamente (fines de enero de 1914), Carden hizo un nuevo intento. Les mostró al ministro francés Lefaivre y a Hintze un extracto de un telegrama de Grey, en el que éste, con base en una conversación sostenida con los banqueros británicos, proponía una acción conjunta de las potencias europeas para obligar a Huerta a presentar su renuncia. Carden quería convencer entonces a los diplomáticos europeos de que el telegrama decía exactamente lo contrario, y de que Grey había propuesto una intervención armada de las potencias europeas en México. Instó a Hintze y a Lefaivre a que inclinaran la voluntad de sus gobiernos en favor de una intervención militar en México, procurando al mismo tiempo fortalecer su propuesta con la advertencia de que “gracias a su actividad y a sus experiencias de una larga vida, él conoce a los Estados Unidos y está convencido de que por mucho que puedan fanfarronear y vociferar, tendrían que avenirse a un hecho consumado; más aún: se morirían de miedo ante una intervención de las tres potencias”.116
Finalmente Carden se esforzó por hacer cambiar de opinión al Ministerio de Relaciones Exteriores británico. Le comunicó a Hintze uno de los argumentos más importantes que utilizó en esa tarea:
Muy pocas personas en Inglaterra comprenden el verdadero propósito de la política norteamericana; tanto ellas como la opinión pública no entienden que lo que se halla en juego no es sólo México, sino todo el continente. Los Estados Unidos pueden haberles dicho que quieren detenerse en el Canal de Panamá; nunca harán tal cosa. Una vez que hayan llegado hasta allá, necesariamente tomarán Colombia, dado que allí hay lugares apropiados para la construcción de otro canal. Luego viene el Brasil, cuyas regiones del norte siempre han tenido cierta tendencia a separarse del país, y los Estados Unidos les ayudarían, y de allí seguirían hasta el Cabo de Hornos.117
Según Carden, todos los subsecretarios del Ministerio compartían su opinión, lo mismo que el ministro Grey.118
Para alcanzar su objetivo, Carden intentó ganarse a la marina y al ejército británicos, los cuales habrían entonces de ejercer presión sobre el Ministerio de Relaciones Exteriores. Tras de haber invitado al almirante británico Craddock, que comandaba la flota británica en aguas mexicanas, a que hiciera una visita a la ciudad de México, le dijo a Hintze, según escribió éste en un informe sobre una conversación sostenida con el ministro británico, que
él quiere influir a través de Craddock sobre el Almirantazgo, e incluso sobre el Ministerio de la Guerra a través del agregado militar (teniente Gage), a quien ha hecho venir desde Washington; cuando la misma queja llegue a Londres desde tres lugares diferentes, tendrá que ponerse a pensar seriamente Sir Edward Grey sobre lo que está ocasionando aquí su política de “mano libre para los Estados Unidos”.119
Pero la diplomacia británica ya no estaba dispuesta a adoptar una política antinorteamericana en México. La única acción por parte de Grey fue una propuesta presentada a principios de 1914, en el sentido de sustituir a Huerta con un candidato de su propio círculo que fuera del agrado de los norteamericanos.120 Con ello, el ministro británico de Relaciones Exteriores había seguido la misma línea que la diplomacia alemana. En su propuesta al Departamento de Estado, indicó que basaba sus cálculos en el apoyo de Alemania y Francia al respecto.121 Entre tanto, sin embargo, el gobierno norteamericano se había puesto de parte de los revolucionarios y rechazó esta proposición. Los Estados Unidos sabían que Inglaterra, que en noviembre había anunciado su retirada de México, no tomaría ninguna medida para poner en práctica la proposición de Grey.
En 1914, cuando Benton fue ejecutado por las tropas villistas, pareció por un momento que las esperanzas de Carden tenían mayores probabilidades de cumplirse. Con indisimulado cinismo, le dijo a Hintze que la ejecución de Benton “era un incidente afortunado”, y expresó: “Lo aprovecharemos al máximo”.122 Tanto en la prensa como en el Parlamento británicos se desató una tormenta de indignación. Los periódicos condenaron duramente la política de repliegue en México y exigieron una enérgica reacción británica, sin descartar una intervención armada.123 En el Parlamento se escucharon opiniones parecidas, tanto de los conservadores como de los liberales. El 26 de febrero Grey alabó a los Estados Unidos, “que tienen tanto interés en el caso Benton como si se tratara de uno de sus ciudadanos”,124 pero sólo una semana más tarde, el 3 de marzo, declaró que el gobierno británico, en caso de no obtener satisfacción de parte de los revolucionarios, tomaría unilateralmente las medidas que considerara necesarias.125
No todos los círculos británicos que habían lanzado la campaña en torno al caso Benton perseguían los mismos fines. Para el grupo Cowdray, era un medio de provocar un viraje antinorteamericano y prohuertista en la política británica. Pero para los grupos reunidos alrededor de Grey había de ser medio de presión sobre los Estados Unidos para obligar a Wilson a hacer realidad promesas, aún no cumplidas, de revisar las tarifas del Canal de Panamá. De hecho, el 5 de marzo de 1914 Wilson, solicitó al Senado norteamericano una revisión de las tarifas del Canal, advirtiendo que de otra suerte no veía “cómo podrían manejarse las cuestiones mucho más delicadas y de mayor importancia”.126 La cuestión de “mayor importancia” era México. Y en verdad parecía ser un problema “delicado”, pues la ley sobre las tarifas del Canal de Panamá fue aprobada el 31 de marzo por el Congreso norteamericano.
Después de la comparecencia de Wilson ante el Senado norteamericano, la campaña británica sobre el caso Benton, tocó a su fin. Grey respondió negativamente a una resolución de la colonia británica en México, que había exigido una severa acción británica al respecto.127 El gobierno británico dejó ver que estaba cediendo ante los Estados Unidos al llamar a Carden a la Gran Bretaña para rendir informes. Thomas Hohler fue designado para sustituirlo como encargado de negocios, con instrucciones, según le dijo a Hintze, de
mantenerse de acuerdo con el representante norteamericano y colaborar con él; ésta era la única indicación que Sir Edward Grey le había hecho en una conversación de una hora sobre el problema mexicano; el resto del tiempo lo pasó Grey lamentando los equívocos que se habían suscitado con los Estados Unidos.128
Para Carden, en cambio, a diferencia de lo que pensaba su jefe el ministro de Relaciones Exteriores, el caso Benton sirvió para impulsar la misma política que había intentado poner en práctica desde el primer día que puso pie en suelo mexicano: evitar la intervención norteamericana y/o la victoria de los revolucionarios. Había abrigado la esperanza de que el incidente habría de obligar a Grey a revisar su política y renunciar a la actitud que Carden consideraba como una capitulación del ministro británico frente a la política norteamericana en México.
¿Estaba solo Carden en su posición? ¿Era ésta la última batalla de un viejo diplomático amargado, consumido por su odio tanto hacia los norteamericanos como hacia los revolucionarios mexicanos?
Hay pruebas de que la política de Cowdray seguía los mismos lineamientos que la de Carden y de que ambos compartían el objetivo básico de impedir tanto una intervención norteamericana unilateral, con la consecuente supremacía norteamericana, como la victoria de los constitucionalistas.
A estos lincamientos obedeció el serio esfuerzo de Cowdray, en enero de 1914, por convencer al embajador norteamericano en Gran Bretaña, Walter H. Page, quien hasta entonces había sido su más ardiente opositor, de la necesidad de una intervención conjunta europeo-norteamericana en México. Éste era un plan ambicioso cuya realización habría conducido al dominio del norte de México por los norteamericanos mientras los europeos (y sobre todo los británicos) adquirían el control de los campos petroleros mexicanos.
Cowdray intentó primero demostrar al embajador que el pueblo mexicano era incapaz de gobernarse por medios democráticos y que los revolucionarios eran realmente unos bandidos carentes de principios. “Declaré”, escribió Cowdray, en un memorándum sobre su conversación con Page, “que no había patriotismo en el país […] que todo el que conocía a México sabía que nadie actualmente en el país buscaba otra cosa que beneficiarse a sí mismo, y sólo a sí mismo”.
Esto llevó a Cowdray a concluir que “el país debía ser gobernado por una mano fuerte, o por una semiconstitucional, apoyada por tropas extranjeras”.
Ante todo, el magnate petrolero inglés trató de convencer al representante norteamericano de que una intervención unilateral de los Estados Unidos en México sería “un asunto muy largo y molesto. Sus líneas de suministro estarían sujetas a ataques cotidianos, mientras que un mexicano cargaba fácilmente sobre la espalda las provisiones de toda una semana”.
Cowdray le dijo a Page que había una manera de restaurar simultáneamente el orden en México, evitar que los Estados Unidos se empantanaran en dicho país y lograr resultados con un mínimo de lucha armada. “Pienso que si hubiera una intervención internacional lo más probable es que ninguna expedición armada sería de hecho necesaria, aunque, por supuesto, dicha intervención abortaría a menos que se entendiera claramente que se volvería [militarmente] activa en caso necesario.”
Cowdray dio a entender que tanto Huerta como las clases altas mexicanas verían con buenos ojos semejante intervención internacional y que el prestigio norteamericano se vería fortalecido por ella; luego habló del que era, sin duda alguna, su proyecto más importante: el control británico de la región petrolera. Le dijo a Page que “aquellas naciones que habían reconocido a Huerta le explicarían naturalmente que, por ser la situación de México considerablemente peor en la actualidad que cuando él se hizo cargo del gobierno nueve o diez meses atrás, pensaban ahora que ya era tiempo de unir sus esfuerzos con los de los Estados Unidos para lograr la paz.
“Que todos los mexicanos agradecerían la intervención internacional, ya que evitaría la intervención activa de sólo los Estados Unidos, que se consideraba inevitable tarde o temprano si es que habían de prevalecer condiciones estables. Aunque los mejores mexicanos podrían abstenerse de apoyar abiertamente tal intervención internacional, la acogerían sin embargo de buen grado. Que tal intervención salvaría la dignidad de todos. Que los Estados Unidos podrían encargarse de los rebeldes del norte mientras que los países europeos se encargarían de los territorios tributarios de Tampico, Veracruz y Puerto México. Que como se había esperado que Washington interviniera en forma activa y esto nunca sucedió, podría ser necesario para la intervención internacional desembarcar de hecho algunas tropas para demostrar que la cosa iba en serio, pero que, en mi opinión, no habría verdadero enfrentamiento armado ni problema alguno.”
El embajador norteamericano, que en todos sus pronunciamientos públicos en Inglaterra explicaba constantemente el concepto wilsoniano de que era indebido que los países e intereses extranjeros ejercieran cualquier poder decisivo en América Latina, estuvo en términos generales de acuerdo con las sugerencias de Cowdray. “Pareció personalmente muy inclinado a la idea.” Su única reserva, según Cowdray, era que la imagen de los Estados Unidos podría verse perjudicada “ya que los norteamericanos pensarían que aparecerían rehuyendo sus propias responsabilidades” si pedían ayuda. También lo preocupaba el costo económico de tal intervención.
Ideológicamente, Page no tenía reserva alguna respecto a las subsiguientes sugerencias de Cowdray, que casi habrían convertido a México en un protectorado de las grandes potencias. Cowdray había propuesto que “una comisión internacional tendría que hacerse cargo durante algún tiempo de la administración; para ello sería necesario controlar eficazmente al ejército, las finanzas y la justicia”.129
Una de las razones por las que Page respondió tan favorablemente a la proposición de Cowdray fue que él mismo había hecho una propuesta muy semejante al coronel House.130 Tanto Page como Cowdray deseaban mantener su proyecto en secreto: “quedó entendido que nuestras conversaciones eran estrictamente confidenciales, que no debería mencionarse mi nombre en relación con ello de ninguna manera y en ninguna forma […] y que él sólo había estado hablando en cuanto individuo particular y no como representante de un país.
“Cuando le pregunté si podría mencionar lo que habíamos hablado a nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores, dijo que por supuesto no podía impedírmelo, pero que debía yo dejar perfectamente claro que él no había, ni como individuo ni como embajador, sugerido que la asistencia de Inglaterra y otros países fuera necesaria ni solicitada. Al mismo tiempo, si Inglaterra deseaba presentar sus sugerencias, tendría gusto en escucharlas.”131
Es posible que cuando Cowdray y Page discutieron estas opciones estuvieran ya enterados de que Alemania había hecho propuestas similares poco antes (véase capítulo 6). Ésta puede haber sido una de las razones de que ambos estuvieran de acuerdo en que Alemania tendría que participar en la proyectada intervención conjunta.
Estas propuestas, sin embargo, no tenían la menor probabilidad de convertirse en hechos, ya que Woodrow Wilson siguió oponiéndose pertinazmente a cualquier presencia militar europea en México.
Hay indicios de que el fracaso de estos planes no impidió que Cowdray se negara a aceptar la capitulación de Grey ante Wilson ni que buscara nuevas formas de impedir tanto una intervención norteamericana como el triunfo de los revolucionarios. Cuando Carden regresó a Inglaterra por breve tiempo en marzo de 1914, Cowdray estaba imbuido de un gran optimismo respecto a los acontecimientos en México. En una carta enviada a su representante en México el 14 de marzo, Cowdray escribió lo siguiente: “Carden llegó hace tres o cuatro días. Insiste enfáticamente en que el presidente saldrá adelante, y se refirió a la situación del ejército; explica que Blanquet le informó que tenían 110 000 hombres sobre las armas, además de 40 000 rurales. Señaló que el gobierno domina aquella parte del territorio que contiene las cuatro quintas partes de la población de la república, contando así con recursos ilimitados para reclutar tropas y para seguir gobernando el país sin ayuda extranjera; que los constitucionalistas tienen ahora la mayor fuerza a que pueden aspirar, sin mayor base de reclutamiento, y que no controlan sino un territorio devastado y carente de recursos”.
Cowdray coincidía plenamente con esta apreciación del embajador británico: “Su optimismo es muy reconfortante; de hecho Limantour, que estuvo en Londres y a quien él vio, se sentía más animado en cuanto al futuro de México que desde hacía muchísimo tiempo […] Se puede, pues, resumir la situación actual concluyendo que los constitucionalistas, sin más recursos adicionales de hombres o fondos, serán derrotados y dispersados en pequeñas bandas; que la intervención no tendrá lugar, y que las condiciones generales mejorarán gradualmente”.132
Otras empresas inglesas en México no compartían tal vez el optimismo de Lord Cowdray respecto a la probabilidad de una victoria huertista, pero en vista de lo sucedido a los intereses británicos en los territorios controlados por los revolucionarios, no estaban menos preocupados que el magnate petrolero por las posibilidades de una intervención norteamericana o de una victoria constitucionalista.
En el territorio dominado por Villa se había formado bajo la dirección del magnate periodístico Hearst una organización empresarial para comprar minas, haciendas y mercancías, cuyo representante en México era agente especial norteamericano acreditado ante Villa, Carothers. Cuando Villa tomó la ciudad de Torreón, confiscó algodón almacenado en las haciendas inglesas con un valor de 800 000 dólares, el cual entregó a dicha organización, que lo transportó a través de los Estados Unidos para venderlo en el Canadá. El embajador británico en los Estados Unidos, Spring Rice, presentó acto seguido una enérgica protesta ante el Departamento de Estado. El embajador austriaco en Washington informó:
En respuesta a su petición de confiscar las pacas de algodón en El Paso, donde los propietarios refugiados hubieran podido hacer valer sus demandas, se les indicó a éstos que procedieran jurídicamente. El Departamento de Estado está enterado de esto y sin embargo se niega a sustituir a Carothers por un nuevo agente especial, porque para ello tendría que solicitar el beneplácito de Huerta o de Carranza. Este legalismo hipócrita y la creciente indiferencia ante la pérdida de vidas humanas y de propiedades en el norte de México, movieron a Sir Cecil Spring a comparar al gobierno norteamericano con el de Timbuctú.133
Cuando la situación financiera del gobierno mexicano se hizo desesperada en marzo y abril de 1914, Cowdray y los banqueros británicos que lo rodeaban decidieron ayudar a Huerta.
A pesar de su optimismo y sus buenos deseos, Cowdray, y probablemente también otros intereses británicos en México, se daban cuenta de que semejante ayuda a Huerta podría resultar muy costosa. “La otra cara de la moneda”, escribió Cowdray, “es que Huerta necesita dinero y lo obtendrá de las fuentes más fácilmente asequibles. En consecuencia, las corporaciones extranjeras con industrias en México tienen por delante un periodo muy duro, exasperante y ruinoso, que durará mientras no pueda reducirse el gasto del gobierno mexicano o mientras el país no esté en condiciones que justifiquen que los banqueros extranjeros adelanten al gobierno nuevas sumas”.134
La ayuda financiera británica abierta podría además renovar las fricciones entre Gran Bretaña y los Estados Unidos. Con cierta renuencia, pues, Cowdray y otros empresarios británicos con intereses en México decidieron ayudar con fondos al dictador. Pero tal asistencia sólo podría otorgarse en forma indirecta y disfrazada a fin de evitar una ruptura con los Estados Unidos.
Uno de los primeros pasos que se dieron fue conceder un préstamo al régimen de Huerta por 45 millones de pesos. No fueron los grandes bancos europeos, sino sus sucursales mexicanas, las que otorgaron el préstamo, fingiendo haber sido obligadas a ello por Huerta, quien supuestamente las había amenazado con crear un banco del Estado e imponer un impuesto del 1% sobre el capital; además, una parte del producto de este préstamo debía destinarse a pagar los empréstitos extranjeros.135
Pero Cowdray no tenía la intención de ser el único ni el principal financiador de Huerta. Tal y como había indicado en la carta a su representante en México, esperaba que los banqueros le aliviaran la carga concediéndole un préstamo al presidente mexicano. En los primeros meses de 1914 Huerta recibió, en efecto, un gran préstamo subrepticio de los británicos para que pudiera comprar armas (véase el capítulo 6). Si bien no hay pruebas directas de que Cowdray haya estado relacionado con este préstamo, su declarado interés en obtenerlo y el papel primordial desempeñado por sus compañías en México en lo tocante a las inversiones británicas en dicho país hacen pensar que estuvo implicado en un negocio cuyo objetivo principal era un embarque masivo de armas para Huerta y que, como se verá más tarde, estuvo a punto de provocar una guerra entre los Estados Unidos y México.
Los acontecimientos que se desarrollaron en México desde febrero hasta fines de abril de 1914 se fueron apartando cada vez más de los deseos y las ideas del presidente Wilson y su gobierno. Por una parte Huerta, apoyado por las clases gobernantes mexicanas y con la ayuda financiera de los bancos europeos, estaba resistiendo mucho más de lo que Wilson había esperado.
Por otra parte, Wilson se sentía cada vez menos a gusto en su relación con los revolucionarios. Lo que había tenido en mente desde el primer día en que su gobierno entró en contacto con los constitucionalistas era una relación paternalista con éstos. Al presidente norteamericano incumbiría decidir lo que convenía no sólo a México, sino también a los revolucionarios. Hasta octubre de 1913 Wilson había intentado utilizar a los constitucionalistas para alcanzar objetivos que ellos mismos repudiaban ferozmente: mediante las presiones combinadas del gobierno norteamericano y de las fuerzas revolucionarias, Wilson había esperado lograr que Huerta renunciara para ser sustituido por Gamboa o algún otro colaborador suyo. El resultado de semejante “solución” habría sido la supervivencia del ejército federal mexicano cuya eliminación era uno de los principales propósitos de los revolucionarios.
Carranza le había dicho inequívocamente al representante de Wilson que no aceptaría tal solución.136 Cuando Huerta disolvió el Congreso en octubre y se hizo elegir presidente, Wilson decidió apoyar plenamente a los revolucionarios. Entonces sintió con mayor fuerza aún la necesidad de poder controlar a sus aliados. Con este propósito en mente le había propuesto a Carranza, en octubre de 1913, que tropas norteamericanas ocuparan una gran parte del país mientras los constitucionalistas peleaban contra Huerta. Carranza volvió a rechazar esta oferta del presidente norteamericano.137 Wilson pensó en ese momento que no le quedaba más remedio que satisfacer los deseos del jefe constitucionalista y renunciar a sus planes de intervención masiva en México. Aumentó entonces su apoyo a los revolucionarios, tanto por medios diplomáticos como abasteciéndolos de armas, esperando con ello asegurarse el control de su movimiento. Pero esta ayuda no logró hacer más flexible al presidente mexicano. La negativa de Carranza a aceptar las proposiciones de Wilson después de la muerte de Benton demostró al presidente norteamericano que necesitaría servirse de medios más directos si quería ejercer mayor influencia sobre el curso de la revolución mexicana.
Estos acontecimientos despertaron en Wilson el deseo cada vez mayor de intervenir directamente en México para asegurarle así a los Estados Unidos una posición clave en el país que les permitiera ejercer mayor control sobre el futuro desarrollo del mismo. De hecho, parece que en abril de 1914 Wilson se decidió a emprender en México una acción armada. El pretexto indispensable se lo dio un incidente de poca importancia que ocurrió el 9 de ese mes.
Ese día fueron enviados a tierra un oficial y siete hombres del crucero norteamericano Dolphin, que se hallaba anclado en el puerto de Tampico, para comprar combustibles. Al pisar tierra, fueron arrestados por las tropas huertistas bajo el pretexto de que el puerto se encontraba en estado de sitio, por lo que nadie podía desembarcar sin autorización previa. Cuando el general huertista Ignacio Zaragoza, que comandaba las tropas de Tampico, supo de la detención de los norteamericanos —habían pasado exactamente dos horas— los dejó libres de inmediato lamentando el incidente.
Esto no fue suficiente para el almirante norteamericano Henry T. Mayo, quien exigió una disculpa formal de Zaragoza y las seguridades de que el oficial mexicano responsable de los arrestos, el coronel Ramón Hinojosa, sería puesto a su vez bajo arresto; además, como reparación por este incidente, los mexicanos debían izar la bandera norteamericana y saludarla con una salva de veintiún cañonazos. Se dio de plazo hasta las seis de la tarde para satisfacer el ultimátum.
Zaragoza envió una disculpa oficial e hizo detener al coronel responsable, pero pidió una prolongación del ultimátum por lo tocante al saludo de honor, dado que en este asunto sólo el presidente mismo podría tomar una decisión. Huerta, por su parte, consideró que el rechazo de esta exigencia norteamericana le abría la posibilidad de darle un matiz patriótico a su gobierno tambaleante, y por tanto se negó a ceder.
A continuación se produjo un cambio de notas entre Huerta y el gobierno norteamericano que hubiera sido cómico, si sus consecuencias no hubieran sido trágicas y sangrientas. A las renovadas exigencias norteamericanas respecto a la salva de honor, Huerta respondió declarándose dispuesto a efectuarla si los Estados Unidos saludaban de la misma manera a la bandera mexicana. Al mismo tiempo propuso presentar todo el caso ante el tribunal internacional de arbitraje en La Haya. Sin embargo, el gobierno norteamericano rechazó ambas proposiciones. Dado que Huerta continuaba negándose a satisfacer las exigencias norteamericanas, Wilson pidió el 20 de abril plenos poderes a las dos cámaras del Congreso norteamericano para efectuar una intervención armada en México. Se le concedieron plenos poderes por 323 votos contra 29.
Wilson había elaborado planes para ocupar Veracruz, Tampico y la ciudad de México. Se hicieron todos los preparativos y casi toda la flota norteamericana fue enviada a aguas mexicanas. Al principio, Wilson quería atacar a fines de abril, pero una noticia que había llegado entretanto lo impulsó a adelantar la fecha. Sucedió que la noche del 21 de abril, un día después de que el Congreso le concedió los plenos poderes, se enteró de que el vapor alemán Ypiranga se dirigía a Veracruz, llevando a bordo un gran cargamento de armas destinadas a Huerta. Para evitar que Huerta recibiera estas armas, Wilson ordenó esa misma noche a la flota norteamericana que ocupara la aduana de Veracruz. A dar ese paso lo estimuló la información del cónsul norteamericano en ese puerto, en el sentido de que las tropas huertistas no opondrían ninguna resistencia.
El 21 de abril desembarcaron en Veracruz los infantes de marina norteamericanos. El general huertista Maas retiró sus tropas de la ciudad, pero contraviniendo sus órdenes los cadetes de la Academia Naval, así como algunos soldados y voluntarios, iniciaron la lucha contra los norteamericanos. La batalla duró más de doce horas. El fuego de artillería de los barcos norteamericanos y la falta de todo apoyo por parte del gobierno huertista, obligaron finalmente a los defensores a retirarse. El 22 de abril, después de haber muerto ciento veintiséis mexicanos y diecinueve norteamericanos, Veracruz cayó en manos de los norteamericanos.138
La reacción ante este ataque, tanto en los Estados Unidos como en México, fue mucho más negativa de lo que Wilson se había imaginado.
En todo México hubo grandes manifestaciones antinorteamericanas, y miles de mexicanos se ofrecieron como voluntarios en el ejército huertista bajo la creencia de que serían enviados contra las tropas norteamericanas.
Wilson no le había comunicado absolutamente nada a Carranza sobre sus planes concernientes al ataque a Veracruz. La entrevista de Nogales en noviembre de 1913 le había demostrado a Wilson que Carranza jamás estaría de acuerdo en efectuar una acción común con los norteamericanos; pero por otro lado esperaba la complaciente neutralidad de Carranza. Sin embargo, éste asumió una actitud totalmente distinta. En una enérgica nota dirigida al gobierno norteamericano, Carranza exigió la retirada de las tropas norteamericanas de Veracruz y declaró:
La invasión de nuestro territorio, la permanencia de vuestras fuerzas en el puerto de Veracruz, o la violación de los derechos que informan nuestra existencia como Estado soberano, libre e independiente, sí nos arrastrarían a una guerra desigual, pero digna, que hasta hoy queremos evitar.139
No se sabe con certeza si Carranza pensaba seriamente en una confrontación con los Estados Unidos. De todos modos, tal proyecto, en la medida en que realmente haya sido considerado, fue frustrado por una declaración de Villa, quien se distanció de Carranza y se negó a condenar la ocupación norteamericana de Veracruz. El 28 de abril Villa y Carranza decidieron no oponer ninguna resistencia a los norteamericanos si el territorio ocupado por los revolucionarios no era atacado por éstos.140 A pesar de ello, si los norteamericanos hubieran avanzado más se habrían visto obligados a cambiar su actitud. Wilson estaba totalmente consciente del peligro de una guerra mexicano-norteamericana generalizada.
En los mismos Estados Unidos surgió una poderosa oposición contra la prosecución de las operaciones en México. Miles de miembros de sindicatos, de organizaciones pacifistas, de asociaciones religiosas y otros grupos, enviaron telegramas de protesta a Wilson.141 La generalizada oposición a la intervención norteamericana en México tuvo su contrapartida en el otro extremo del espectro político, en forma de grupos que demandaban la ampliación de la intervención.
Destacados jefes militares se declararon en favor de la ocupación de una gran parte de México. Ya en noviembre de 1913 el jefe del Estado mayor norteamericano, Leonard Wood, le había hecho notar al agregado militar alemán Herwart von Bittenfeld la importancia del petróleo de México. Según el oficial alemán, Wood había declarado:
Estas reservas petroleras, así como el hecho de que Lord Cowdray podría, debido a las concesiones hechas al consorcio Pearson, abrir pozos muy productivos desde el sur de la capital hasta cerca de la frontera, encerraban en sí el peligro de que surgiera una gran base naval petrolero dentro de la zona del Canal, la cual estaría en primer término a disposición del Almirantazgo británico. Los Estados Unidos no podrían tolerar esto; por ello sería mejor no incurrir en riesgos y asegurar mediante una intervención activa las bases petroleras necesarias para las flotas naval y mercante norteamericanas.142
Algunos jefes militares norteamericanos veían con desprecio las justificaciones “idealistas” de la política de Wilson y querían un lenguaje claro. Así, por ejemplo, el general McIntyre, de la Oficina Insular del Departamento de la Guerra, declaró:
Nosotros deseamos tener a la opinión pública de nuestro lado, pero ¿cómo intentamos lograr esto? Predicamos a la multitud que debemos garantizar elecciones legales y una situación de orden en nuestra república hermana, y sabemos perfectamente que en los semicivilizados países latinoamericanos casi todos los cambios de gobierno se operan por lo general no a través de elecciones, sino de revoluciones: ¿para qué entonces esta hipocresía? ¿Por qué no utilizamos nuestra prensa para explicarle al país que aquí se encuentran en juego intereses vitales relacionados con el Canal de Panamá, los cuales son infinitamente más importantes para el futuro” de la nación y para la posición de fuerza de los Estados Unidos en el mundo que el asesinato de Madero, un Huerta sanguinario o cualquier otro usurpador que se halle en la silla presidencial?143
Después de la toma de Veracruz, el secretario de la Guerra, Garrison, se manifestó en favor de una operación contra la ciudad de México. También los norteamericanos residentes en México, las compañías ferrocarrileras y las empresas petroleras exigieron la ocupación de la capital. El vocero de las compañías petroleras en el Senado norteamericano, el senador por Nuevo México, Fall, y el senador republicano Lodge, presentaron ante el Senado una resolución que debería otorgar poderes al presidente Wilson para enviar tropas a todas las regiones de México “para la protección de vidas y propiedades norteamericanas”. Es probable que este grupo contara con el apoyo de Doheny. Sin embargo, la resolución fue rechazada por el Senado norteamericano.144
La presión de quienes se oponían a una mayor intervención norteamericana en México por una parte, y por la otra el temor de hallarse atados en México en un momento en que aumentaban las tensiones internacionales, movieron finalmente al gobierno norteamericano a renunciar a sus planes. El ministro austriaco en México informó que los almirantes Badger y Fletcher, que mandaban el escuadrón naval norteamericano en Veracruz, explicaron a los oficiales norteamericanos impacientes por iniciar la marcha sobre la ciudad de México, que la actitud de Wilson se debía
a que el presidente quería evitar que las fuerzas norteamericanas se comprometieran en una acción que podría durar varios años. A saber, si las tropas norteamericanas llegaban hasta la ciudad de México, los Estados Unidos tendrían que responsabilizarse de la pacificación total del país, lo cual, dada la enorme extensión de México y las conocidas condiciones del terreno, requeriría varios años.145
La renuncia a los planes de ampliar la intervención norteamericana en México, no significaba de ninguna manera que el gobierno norteamericano renunciara a imponer en México un gobierno de su agrado. Todo lo contrario. Utilizando como punto de presión la ocupada ciudad de Veracruz. el gobierno norteamericano emprendió una operación de gran envergadura para la realización de sus planes.
El 25 de abril de 1914, por iniciativa del secretario de Estado norteamericano, los delegados de la Argentina, el Brasil y Chile ofrecieron su mediación en el conflicto mexicano-norteamericano. El propósito de esta mediación, sin embargo, no se limitaba a zanjar las diferencias, sino sobre todo a crear un nuevo gobierno del agrado de los norteamericanos. Washington presentó sustancialmente cuatro puntos a los países mediadores:
1. Renuncia de Huerta;
2. Nombramiento de un presidente provisional aceptable para ambos bandos en México, extraído de entre las filas de los “neutrales” o de los revolucionarios, excluyendo a Carranza y a Villa de ese cargo;
3. Nombramiento de un gobierno provisional, en el que todos los grupos, incluidos los partidarios de Huerta, deberían estar representados;
4. Declaración de un armisticio entre los dos bandos en conflicto.146
En estas proposiciones se reflejaba la desconfianza del gobierno norteamericano hacia los rebeldes, desconfianza que había aumentado constantemente desde el incidente Benton, y sobre todo desde la protesta de Carranza por la ocupación norteamericana de Veracruz. El gobierno norteamericano ya no dudaba de que la victoria de los revolucionarios era inevitable. El único medio de evitarla hubiera sido una intervención armada de los Estados Unidos, pero el gobierno norteamericano no quería seguir este camino por las razones ya expuestas. Sus propuestas apuntaban entonces a debilitar la victoria de los revolucionarios y a poner al nuevo gobierno bajo la influencia norteamericana tanto como fuera posible. El esfuerzo por alcanzar este objetivo era lo que dictaba la eliminación de Carranza del proyectado gobierno provisional, ya que éste se había expresado de la manera más clara contra la hegemonía de los Estados Unidos. El nuevo presidente, aun cuando se tratara de un revolucionario, debería su poder sobre todo al gobierno norteamericano, cuya anuencia sería decisiva para su postulación, y por ello trataría de inclinarse hacia los Estados Unidos. De la misma manera, la inclusión de un representante de Huerta en el gobierno provisional habría debilitado el poder de los revolucionarios, y mediante un armisticio se habría conservado una parte del antiguo ejército federal creando con ello cierto contrapeso a las fuerzas revolucionarias.
Estos proyectos de mediatización encontraron oposición tanto por parte del gobierno huertista como de los revolucionarios. En tanto que los obstáculos provenientes del gobierno huertista fueron eliminados como resultado de las presiones norteamericanas, la oposición de los revolucionarios condujo finalmente al fracaso total de los proyectos de mediatización.
La conferencia se inauguró el 22 de abril de 1914 en Niagara Falls, cerca de la frontera canadiense-norteamericana. En ella tomaron parte delegados de los Estados Unidos y de los tres Estados mediadores, la Argentina, el Brasil y Chile, así como representantes de Huerta. Los delegados de Carranza se habían negado a participar en la conferencia. Huerta hizo saber al día siguiente, a través de su delegado Rabasa, que estaba dispuesto a renunciar “si se crea un gobierno estable que esté en condiciones de incluir a los representantes indispensables de la opinión pública”.147 Pero su actitud se endureció nuevamente bajo la influencia de Sir Lionel Carden.
Carden había sido llamado a Londres en enero de 1914 para presentar informes, y el gobierno británico había dado a entender en Washington confidencialmente, que retiraría a Carden de México y lo enviaría al Brasil. A través de ciertas indiscreciones en el Departamento de Estado norteamericano, estos planes se conocieron antes de su realización. Por ello el gobierno británico dejó provisionalmente a Carden en su puesto, para no exponerse al reproche de haber cedido ante la presión norteamericana.148
Carden regresó a México en abril de 1914 y muy pronto comenzó a defender a Huerta. Poco después del comienzo de la conferencia de mediación, había aprobado la expulsión de Huerta bajo la condición “de que todos sus actos de gobierno fueran legalizados”.149 Hintze observó al respecto: “Esto significa sencillamente la legalización de todos los favores y concesiones que Carden ha recibido para los británicos por su vehemente apoyo a Huerta”.150 Cuando esta propuesta demostró ser irrealizable, Carden dio otro viraje y alentó a Huerta a permanecer en el poder. Al mismo tiempo la Light and Power Co. y la compañía petrolera “El Águila”, perteneciente a Cowdray, suministraban dinero al gobierno huertista.151 Parece ser que Carden y Cowdray querían sostener a Huerta hasta que los Estados Unidos reconocieran las concesiones que éste había otorgado a la Gran Bretaña.
Si bien esta acción de Carden servía a los intereses de Cowdray, la prolongación de la contienda provocada por ella era sumamente dañina para otros intereses británicos. Hintze pudo escribir: “Son notables la terquedad y la pasión con las que este hombre [Carden] tan cerca ya de su fin, manifiesta su odio contra los Estados Unidos, aún en perjuicio de su país y de sus compatriotas”.152
Los esfuerzos de Carden no quedaron sin efecto. El secretario de Estado norteamericano propuso a la Gran Bretaña el 2 de junio de 1914, después de los sondeos correspondientes, que los gobiernos de ambos países consideran como definitivas las concesiones petroleras del 20 de abril de 1914, y no reconocieran cambio alguno decretado por las autoridades mexicanas.153 Con ello, los norteamericanos legalizaban todas las concesiones que habían sido otorgadas hasta esa fecha a las compañías petroleras británicas, renunciando de antemano a reconocer cualquier expropiación de pozos petroleros británicos en favor de empresas norteamericanas. Este acuerdo se extendió a los derechos mineros a finales de junio de 1914.154
El acuerdo contrastaba con las anteriores declaraciones de Wilson, según las cuales jamás reconocería las concesiones otorgadas por Huerta. Es poco probable que esta actitud norteamericana fuera únicamente el resultado de la actividad británica, pues en mayo y junio de 1914 la posición británica en México era más débil que nunca. La creciente desavenencia entre el gobierno norteamericano y Carranza no fue un factor desdeñable en la adopción de esta política. Era muy posible que Carranza después de su victoria, se acercara a la Gran Bretaña de la misma manera que Huerta, y el gobierno norteamericano esperaba excluir de antemano esta posibilidad mediante tal acuerdo. A continuación, parece ser que Huerta ya no recibió más apoyo por parte de Cowdray. De igual manera, Carden recibió instrucciones de no poner ningún obstáculo a la política norteamericana.
Huerta se hizo cada vez más complaciente a medida que su gobierno se debilitaba, que perdía el apoyo de Europa y que sus tropas retrocedían en creciente desorden ante el avance revolucionario. Finalmente estuvo dispuesto a acceder a cualquier deseo de los norteamericanos, con tal de salvar al menos algún vestigio de su régimen. Sin embargo, la hostilidad de los revolucionarios aniquiló tal esperanza.
Al comienzo, Carranza había aceptado en principio participar en las conversaciones de mediación. Pero cuando se hizo obvio que allí no se tratarían las diferencias mexicano-norteamericanas, sino los asuntos internos de México, retiró su delegación argumentando que estos problemas “sólo a los mexicanos corresponde resolver”.155 Los negociadores norteamericanos calificaron la actitud de los revolucionarios con las siguientes palabras:
[…] Ellos [los carrancistas] rehúsan absolutamente recibir nada de los mediadores ni por mediación; no aceptarán como obsequio nada que los mediadores pudieran darles, aun cuando fuera lo mismo que ellos pretendían; que no lo recibirían aun cuando se lo ofrecieran en una bandeja de plata.156
Carranza rechazó la petición de los mediadores de concluir un armisticio con Huerta y continuó su avance sobre la capital. Entonces el gobierno norteamericano intentó presionarlo a través de un nuevo embargo de armas que impuso a México el lo. de junio.157 Mediante la interrupción del suministro de armas se pretendía detener el avance de los revolucionarios hasta que éstos se doblegaran ante los deseos norteamericanos
Carranza, sin embargo, no se dejó impresionar por esta maniobra norteamericana. A mediados de junio hizo saber por medio de sus delegados en Niágara Falls que los revolucionarios por ningún precio estaban dispuestos a negociar el orden interno de México ante un foro internacional. Esta actitud de Carranza hizo fracasar finalmente toda la conferencia de mediación. Ésta concluyó el 5 de julio de 1914 sin lograr ningún resultado.158
El 15 de julio de 1914, cuando la situación militar de Huerta era ya totalmente irremediable y él mismo se consideraba en inminente peligro, renunció y nombró como su sucesor a Francisco Carbajal, magistrado de la Suprema Corte de Justicia. Declaró en esa ocasión: “He depositado en el Banco que se llama Conciencia Universal, la honra de un puritano”.159