6. ALEMANIA Y HUERTA

INTERESES COMERCIALES ALEMANES Y EL RÉGIMEN HUERTISTA

En 1913 reinaba la confusión en los círculos financieros alemanes con intereses en México, si bien esa confusión no era tan marcada como entre los grupos británicos y norteamericanos.

Al igual que sus colegas británicos y norteamericanos, los comerciantes y los propietarios de plantaciones alemanes se contaban entre los partidarios más acérrimos del dictador, pues esperaban del gobierno huertista una vuelta a los privilegios y beneficios de la época de Díaz: favoritismos legales a los extranjeros, prohibición de los sindicatos y apoyo ilimitado del gobierno al sistema de servidumbre por endeudamiento en el campo.

Este último beneficio interesaba primordialmente a los plantadores alemanes de café en Chiapas aunque muchos comerciantes alemanes habían comprado, con el correr del tiempo, haciendas en otras partes de México. La actitud de estos círculos se manifiesta claramente en los informes de los cónsules, todos los cuales, con excepción del cónsul general en México, eran comerciantes o dueños de plantaciones y fungían como cónsules honorarios.1

Entre los otros partidarios de Huerta figuraban los bancos, que bajo el régimen de Díaz eran conocidos como el “grupo alemán” y estaban más estrechamente vinculados con los “científicos”: el Deutsche Bank Bleichróder y el Dresdner Bank. Éstos aportaron el 19% de un préstamo destinado a Huerta que sumaba 16 millones de libras esterlinas, y que fue firmado en París el 8 de junio de 1913 por un consorcio internacional de bancos compuesto entre otros por la Banque de Paris et des Pays Bas, J. P. Morgan y Compañía, y Kuhn Loeb y Compañía.2 Las condiciones bajo las que fue concedido este préstamo eran especialmente favorables.

Los bancos compraron los bonos del crédito a un 90% de su valor nominal y los vendieron al 96%. El gobierno huertista tuvo que comprometerse a no gestionar ningún otro empréstito sin la aprobación de este consorcio bancario, por lo que estos bancos dominaron efectivamente la vida financiera de México.3

No sólo las favorables condiciones financieras habían movido a los bancos alemanes a otorgar este préstamo a Huerta. También esperaban recuperar con ello la posición dominante de que habían gozado bajo Díaz en las finanzas mexicanas. Además, el mayor y más importante de estos bancos, el Deutsche Bank, hizo el primer intento por parte de Alemania en los primeros meses de la dictadura huertista por introducirse en la producción petrolera mexicana y afianzarse allí.

Varios años antes, en 1907, el Deutsche Bank había perdido la competencia con la Standard Oil en cuanto al suministro de petróleo para el mercado alemán en virtud de un acuerdo que le había concedido prácticamente un monopolio en este terreno a la Standard Oil. Sin embargo, se había especificado que cláusulas enteras de este acuerdo desaparecerían en caso de que en Alemania se aprobara una ley creando un monopolio petrolero del Reich. Los esfuerzos del Deutsche Bank en torno a dicha ley parecían tener posibilidades de éxito en 1912-13; y el banco empezó a considerar a México como uno de los países cuyas reservas petroleras aún aguardaban explotación.

En noviembre de 1912, Hintze telegrafió al Ministerio de Relaciones Exteriores en Berlín:

Empresa local alemana Bach, representante de industria alemana de municiones Krupp, ha explorado por encargo de la compañía petrolera de Batavia en La Haya en busca de petróleo por medio del experto geólogo Angermann, descubriendo en los estados de Tamaulipas y Veracruz 200 hectáreas de los mejores campos petroleros, afirma que éstos cubrirían el consumo total de Alemania y podría asegurarlos de inmediato por medio de un contrato opcional. La empresa, informada acerca de la proyectada ley sobre monopolio, pide romper compromiso con los holandeses si se envían expertos alemanes a los campos petroleros […] Informes cablegráfieos de que ya vienen los expertos haría que la empresa suspendiera relaciones con los holandeses. Solicito contestación telegráfica.4

La empresa Bach le había explicado su propuesta a la legación alemana de la siguiente forma:

El capital alemán no ha participado hasta ahora de manera considerable en este tremendo desarrollo, y el propósito de estas líneas es el de iluminar las oportunidades actuales para una compañía alemana. Precisamente ahora se ofrece de hecho una notable oportunidad, pero ésta sólo puede ser aprovechada mediante la acción más rápida y enérgica.5

La propuesta fue sometida por el Ministerio de Relaciones Exteriores al Deutsche Bank y a la compañía Deutsche Petroleum AG, subsidiaria de éste.

La marina de guerra alemana también parece haber mostrado un interés transitorio por el petróleo mexicano, pues el ministro austriaco en México informó el 12 de septiembre de 1913:

En estos últimos tiempos, también Alemania ha hecho acto de presencia para asegurar la propiedad de mayores campos petroleros en México. Según me ha informado el ministro alemán, contralmirante von Hintze, el alto mando naval tiene un vivo interés en el petróleo mexicano, y a sus esfuerzos principalmente se debe que un grupo financiero alemán se esté planteando ahora seriamente la adquisición de campos petroleros en México.6

A pesar del interés del Ministerio de Relaciones Exteriores y de la Marina, las negociaciones, que se efectuaban principalmente a través de la legación alemana, progresaban lentamente. La Deutsche Petroleum AG no manifestó verdadero interés, y sólo al cabo de varios meses se decidió a enviar un geólogo a México, el doctor Wunstorff.7 Wunstorff, quien trabajaba en el departamento geológico estatal de Berlín, obtuvo licencia por el tiempo que durara su viaje a petición de la Deutsche Petroleum AG; el ministro de Industria y Comercio escribió al Ministerio de Relaciones Exteriores:

En vista del interés nacional que tiene el viaje, deseo renunciar, de acuerdo con el señor ministro de Finanzas, a la deducción usual de la licencia en el cómputo de la antigüedad de servicios.8

Después de extensas investigaciones, Wunstorff recomendó a la Deutsche Petroleum AG la compra de grandes extensiones petroleras en México. Hintze informó el 11 de septiembre de 1913: “El doctor Wunstorff dijo que envió los más favorables informes y que varias veces propuso cablegráficamente la compra. Sin embargo, siempre recibió respuestas nevativas respecto a la compra”.9 De hecho, la Deutsche Petroleum AG nunca compró terrenos petroleros en México. Siempre respondió evasivamente a las preguntas del Ministerio de Relaciones Exteriores al respecto. Así, por ejemplo, en una carta dirigida al Ministerio de Relaciones Exteriores el 6 de de marzo de 1914, se decía:

El señor doctor W. Wunstorff regresó de América en el otoño del año pasado, pero desde entonces ha estado de tal manera ocupado en otros asuntos urgentes que no ha sido posible sostener una conversación definitiva con él sobre los resultados de este viaje.10

En vista del hecho de que Wunstorff había viajado a México por encargo de la Deutsche Petroleum AG, y de que ya había pasado un año desde su regreso, esta respuesta parece algo extraña. La verdadera causa de la actitud negativa de la Deutsche Petroleum AG la señaló el ministro austriaco en México en un informe dirigido a su Ministerio de Relaciones Exteriores:

Para concluir este informe, quisiera además apuntar que los alemanes interesados en el asunto habían enviado un experto a México para estudiar los campos petroleros, pero los financieros alemanes se han rehusado hasta ahora a hacer inversiones en la industria petrolera mexicana. En ello parecen haber sido determinantes los deseos de la Standard Oil Company, fuertemente ligada a un sector de la comunidad bancaria berlinesa.11

Esta actitud complaciente del Deutsche Bank ante los deseos de la Standard Oil, fue también en parte resultado del fracaso de la proyectada ley sobre el monopolio petrolero del Reich. El interés de la marina de guerra alemana por el petróleo mexicano tampoco pudo haber sido muy grande, en vista del hecho de que en caso de una guerra con Inglaterra, Alemania difícilmente hubiera tenido acceso al petróleo mexicano.

El intento fallido por introducirse en la producción petrolera mexicana redujo en gran medida el interés de los bancos alemanes por Huerta. La actitud de los bancos cambió totalmente cuando, a principios de 1914, Huerta confiscó los derechos de aduanas que estaban destinados al pago de la deuda extranjera. El 20 de enero de 1914 se reunieron en París los representantes del grupo bancario internacional que había contribuido a la emisión de los préstamos de 1899-1910 y de 1913, los cuales estaban garantizados por los derechos aduanales. Según el informe de Schwabach, director del Banco Bleichröder, todos los bancos protestaron ante el gobierno mexicano por la confiscación de los derechos aduanales.12

Habida cuenta de esta reunión, y tras una conversación con Limantour, el antiguo ministro de Hacienda de Díaz, Schwabach llegó a la conclusión de que la solución más favorable consistiría en la renuncia de Huerta, impuesta por las potencias europeas.

Yo pregunté: ¿No se podría instar al general Huerta a que declare, en vista de que el problema militar excede en este momento todo lo demás, su deseo de ponerse a la cabeza de las tropas y renunciar a la presidencia? El señor Limantour opinó que esto estaría muy bien, pero que Huerta padecía de una infección de los ojos; ante lo cual yo sugerí que el presidente se ausentara de la capital por lo menos durante unas cuantas semanas para curarse, y que después del reconocimiento de un nuevo presidente por parte de Washington regresara bien repuesto a la ciudad de México. El señor Limantour consideró que tal solución era posible, siempre y cuando no fuera impuesta por los Estados Unidos.

Hasta donde yo veo, sólo hay dos maneras de presentarle tal proposición a Huerta; o bien por medio de los representantes de las potencias europeas con mayor interés en el asunto, es decir, Alemania, Francia e Inglaterra, cuyos consejos, aun cuando sean expresados de manera enérgica, al menos serían menos amargamente recibidos que todo lo que proviene de Washington, o bien por medios privados. [A cambio del apoyo europeo a los Estados Unidos en este asunto, Schwabach esperaba] que la insurrección fuera sofocada en un futuro previsible, después de que un presidente reconocido por los Estados Unidos quedara instalado, y especialmente después de que Norteamérica, como un gesto de lealtad, hubiera suspendido todo su apoyo a los rebeldes, en la medida en que no ha decidido ayudar al régimen en la ciudad de México.13

El propósito de la renuncia de Huerta era salvar a su sistema de una victoria de la revolución. Un triunfo de los constitucionalistas hubiera tenido las más graves consecuencias para el grupo bancario alemán, pues Carranza había declarado, desde el primer día de su levantamiento, que no reconocería las deudas del gobierno huertista. Por lo tanto, los bancos se veían amenazados con la pérdida del préstamo emitido por ellos en junio de 1913. Un nuevo régimen basado en la renuncia voluntaria de Huerta y que combatiera a los revolucionarios, sería el sucesor legal de Huerta y reconocería sus deudas.

A diferencia de los bancos alemanes, los intereses navieros parecen haber mantenido buenas relaciones con el régimen huertista de principio a fin. La compañía naviera Hamburg American (Hapag) era una de las empresas alemanas más estrechamente ligadas con el gobierno huertista. Estas relaciones se fortalecieron a principios y mediados de 1914 mediante importantes embarques de armas para el gobierno huertista, cuando todas las otras empresas y la diplomacia alemanas comenzaban a abandonar a Huerta. No es improbable que los estrechos vínculos de la Hapag con Cowdray y sus intereses comunes en el ferrocarril de Tehuantepec hayan contribuido a esta orientación.

El gobierno huertista había intentado ganarse a la industria pesada alemana por medio de una serie de importantes contratos de construcción. El 18 de junio de 1913, el encargado de negocios alemán, Rudolf von Kardorff, transmitió una oferta del gobierno huertista a las empresas alemanas: un contrato para la ampliación del puerto de Mazatlán. Dijo que según su opinión la oferta era “muy recomendable y ventajosa para el capital alemán”.14 Sin embargo, este contrato nunca llegó a realizarse; no se sabe exactamente por qué. Probablemente contribuyeron a ello el avance de los revolucionarios sobre Mazatlán y la situación financiera cada vez más difícil del gobierno huertista.

La industria alemana de armamentos parece haber mantenido en México una “neutralidad” total, pues abastecía de armas a ambos bandos al mismo tiempo. Cuando a finales de 1913 Huerta ya no pudo comprar más armas en los Estados Unidos a consecuencia del embargo de armas norteamericano, recurrió en medida cada vez mayor a la industria de guerra alemana. En noviembre de 1913 las fábricas alemanas de armas y municiones suscribieron un contrato con Huerta para el suministro de 100 000 carabinas Mauser y 20 millones de cartuchos, con un valor total de 2.48 millones de marcos. Dado que las Deutsche Waffen-und Munitionsfabriken se hallaban sobrecargadas de pedidos, parte de este contrato fue transferido a las fábricas austriacas Steyrer.15 A finales de diciembre se hizo otro pedido mexicano por 80 000 fusiles y 100 millones de cartuchos: tres octavas partes a la Deutsche Waffen-und Munitionsfabriken, otras tres octavas partes a Hintenberg (una fábrica situada en Austria) y la restante cuarta parte a las Fabriques Nationales d’Armes de Guerre Henstal.16

En marzo de 1914 la industria de guerra alemana recibió su mayor pedido hasta entonces por parte del gobierno mexicano. En este negocio participó también Krupp, que en septiembre de 1913 había intentado en vano vender piezas de artillería al gobierno mexicano.17 Tras de pagar un cuantioso soborno al ministro de Hacienda, De la Lama, Krupp obtuvo un contrato por una batería de artillería de montaña; la Deutsche Waffen-und Munitionsfabriken y sus socios austriacos y belgas otro por 200 millones de cartuchos, y Bergmann uno por 100 ametralladoras.18

Las mismas empresas alemanas también intentaron producir armas para los constitucionalistas. En febrero de 1914, Bernstorff escribió al Ministerio de Relaciones Exteriores:

El representante de Krupp y de las fábricas de armas alemanas en Nueva York me hizo saber que recibió pedidos de los constitucionalistas y que los ha transmitido a las empresas alemanas. Él teme que el cumplimiento de estos contratos, deseables como son desde el punto de vista comercial, pueda ser cancelado por el gobierno del kaiser por razones políticas. Hay dinero para pagar los suministros y las fábricas norteamericanas no están en condiciones de cubrir las necesidades de los constitucionalistas. Visto el asunto desde aquí, no hay nada que objetar contra el susodicho suministro de armas.19

El Ministerio de Relaciones Exteriores no tenía ningún inconveniente, pero no quería asumir la responsabilidad. El consejero del Ministerio, Kemnitz, declaró al respecto:

A la luz de la situación no parece oportuno prohibir los envíos de armas de las empresas alemanas a los insurgentes mexicanos. Ello no obstante, tales envíos no pueden ser aprobados oficialmente, y a las empresas en cuestión se les notificará, en caso de que recurran a nosotros, que las reclamaciones por incumplimiento de contrato resulten de dichos envíos, no podrán ser apoyadas oficialmente.20

Estos contratos probablemente fueron cumplidos. En todo caso, no se dispone de información más precisa al respecto.

La Berliner Handelsgesellschaft, a diferencia de los miembros del llamado “Grupo Alemán”, se contaba entre los enemigos declarados del gobierno huertista y era partidaria de una intervención norteamericana en México. Esta compañía había participado en 1907 en la “nacionalización” de los ferrocarriles mexicanos, emitiendo bonos por un total de 40 millones de dólares en la Bolsa de valores de Berlín, gran parte de los cuales se hallaban aún en sus manos.

Los intereses ferrocarrileros fueron los primeros en verse afectados por la revolución y por la política del gobierno huertista. En julio y agosto de 1913 se reunieron en París los representantes del consorcio bancario internacional que tenía intereses en los ferrocarriles mexicanos. El doctor Beheim-Schwarzbach, presidente de la Berliner Handelsgesellschaft, rindió un informe sobre esta reunión. El presidente del Consejo de Administración de los ferrocarriles mexicanos, un norteamericano, E. N. Brown, hizo saber a los participantes: “La situación en México excede todo lo que ha sucedido hasta ahora. La anarquía parece ser total […]” Brown denunció en términos especialmente duros la corrupción del gobierno huertista, que les estaba costando demasiado cara a los propietarios de los ferrocarriles.

Así, por ejemplo —dijo— han sido nombrados 27 directores de operaciones en vez de los 18 que antes existían, a pesar de que apenas se encuentran en servicio un 50% de las líneas, lo cual da como resultado una triplicación del personal tan sólo en esta actividad. De los directores de operaciones, la mayoría son completamente ignorantes: se encuentran allí porque tienen influencia en sus localidades y el gobierno los necesita como aliados.21

La explicación que dio Brown a esta situación tenía connotaciones típicamente racistas: “De los 15 millones de habitantes, 13 millones son indios, mestizos y otra chusma, que indudablemente carecen de todo sentido de obligación moral”.22

Los participantes en la reunión decidieron pedir al gobierno norteamericano que interviniera en México. Beheim-Schwarzbach apoyó de la manera más calurosa esta proposición. En un informe al secretario de Estado, Jagow, dijo:

Hay que señalar al respecto que si bien tal decisión quizá no se avenga con los criterios del Ministerio de Relaciones Exteriores británicos, dado que con ello los norteamericanos adquirirán mayor poder aún, ésta parece ser la única solución práctica.23

Si se consideran las actitudes de los círculos financieros y comerciales británicos y alemanes frente a una intervención norteamericana en México, aparecen profundas diferencias tanto de orden cuantitativo como cualitativo. Cuantitativamente, las inversiones británicas en México eran mucho más importantes que las alemanas: su valor total sumaba más del cuádruple de las inversiones alemanas. Sin embargo, el valor de las exportaciones alemanas y británicas a México era casi el mismo.

Mayor peso tenían las diferencias cualitativas entre las inversiones alemanas y británicas en México. En las inversiones británicas ocupaba un lugar prominente la producción de materias primas, sobre todo la extracción de petróleo. En esa esfera se fincaban los intereses de grupos poderosos, y la importancia estratégica de las materias primas hacía mayor aún la influencia de sus productores. Para estos grupos, la ocupación norteamericana de México o la victoria de un gobierno pronorteamericano hubiera significado una catástrofe, pues habría acarreado su expulsión de México o al menos una fuerte limitación de su expansión. Los productores de materias primas, principalmente los propietarios de pozos petroleros, eran, entre todos los inversionistas con intereses en México, el grupo menos afectado por la guerra civil. A pesar de que desde 1910 hasta 1920 la lucha armada fue casi constante en México, la producción de petróleo se cuadruplicó en este periodo. De tal suerte, los propietarios británicos y norteamericanos de pozos petroleros tenían menos que perder a causa de la guerra que cualesquiera otros grupos económicos.

La situación era muy diferente para los intereses financieros y empresariales alemanes. La carga más pesada recaía sobre los tenedores de bonos, es decir, fundamentalmente sobre los grandes bancos. Lo que interesaba a estos círculos no era tanto la actitud proalemana o antinorteamericana cuanto la solvencia de un gobierno mexicano capaz de pagar los réditos correspondientes a sus bonos. Naturalmente, estos bancos preferían un gobierno independiente de los Estados Unidos, dispuesto a concederles preferencias en los empréstitos. Pero este deseo estaba supeditado al interés por mantener la solvencia del gobierno mexicano.

Tras el intento fracasado del Deutsche Bank por hacerse de un lugar en la producción petrolera mexicana, fue muy escaso el interés de las altas finanzas alemanas por la producción de materias primas en México. Las pocas empresas alemanas que habían hecho inversiones en la producción de materias primas en México, como por ejemplo la Frankfurter Metallgesellschaft, lo habían hecho en asociación con compañías norteamericanas. Estas empresas tenían igualmente poco que temer de una ocupación o una hegemonía norteamericana en México. Los planes formulados en 1911 para hacer mayores inversiones alemanas en la producción mexicana de materias primas habían sido abandonados a causa de la guerra en México y probablemente también de la creciente tensión en Europa.

Una intervención norteamericana en México tampoco hubiera tenido consecuencias catastróficas para las subsidiarias de los bancos alemanes en México. La más importante de éstas, el Banco de Comercio e Industria, era una empresa conjunta del Deutsche Bank y de la casa bancaria norteamericana Speyer. Esta comunidad de intereses habría garantizado que, aun bajo una ocupación norteamericana, el banco no hubiese tenido que sufrir demasiado. Tampoco los comerciantes alemanes en México tenían ninguna objeción sustancial contra una hegemonía norteamericana o contra una ocupación del país, pues adquirían en los Estados Unidos las dos terceras partes de sus mercancías. Ya en 1912, bajo el impacto de las luchas en México, se habían manifestado en favor de tal intervención. Su apoyo inicial a Huerta se fundaba menos en la actitud antinorteamericana de éste que en su política social y en su restauración del antiguo orden porfirista.

La hegemonía norteamericana en México habría afectado sobre todo a las exportaciones alemanas hacia este país. Ya se ha mencionado que el temor a un tratado mexicano-norteamericano de reciprocidad había influido en la actitud de la diplomacia alemana en México. Ello no obstante, los intereses de las empresas alemanas que exportaban hacia México estaban supeditados, por los motivos que ya se han expuesto, a los intereses de los tenedores alemanes de bonos mexicanos, es decir, a los grandes bancos, y nunca fueron decisivos para determinar la política alemana en México.

EL GOBIERNO ALEMÁN Y EL RÉGIMEN DE HUERTA

La política del gobierno alemán en 1913 era ambigua. Por un lado, se intentaba apoyar a Huerta. Tal política correspondía, en 1913, a las exigencias de la mayor parte de los bancos alemanes, de los comerciantes alemanes en México y de los intereses comerciales y marítimos alemanes. Además México jugaba un papel específico en los planes estratégicos de Alemania. Ya desde 1907 el kaiser contaba con la posibilidad de un conflicto norteamericano-japonés, en el que México tendría gran importancia como base de ataque contra los Estados Unidos. Tal guerra hubiera neutralizado a dos enemigos de Alemania. Es posible que ya desde entonces se previera la posibilidad de utilizar a México en caso de una guerra germano-norteamericana.

Los diplomáticos alemanes, por otra parte, habían intentado evitar cualquier fricción entre Alemania y los Estados Unidos por causa de México. En una época en que pasaba cada vez más a primer plano el antagonismo entre Alemania por un lado e Inglaterra, Francia y Rusia por el otro, los intereses alemanes en México no eran realmente suficientes para crear una confrontación adicional con los Estados Unidos. El deseo de evitar un conflicto con los Estados Unidos tenía, sin embargo, ciertos límites. Si la Gran Bretaña o Francia estuvieran dispuestas a encabezar una acción antinorteamericana en México, llevando por tanto el mayor peso de la oposición norteamericana, Alemania estaba dispuesta a seguirlas bajo ciertas circunstancias. Pero Alemania de ninguna manera deseaba enfrentarse sola con los Estados Unidos.

Había un curso de acción que Alemania nunca intentó hasta junio de 1914: colaborar con los Estados Unidos en México. Mediante esta cooperación, Alemania habría dificultado el suministro de petróleo a la Gran Bretaña, y esto hubiera tenido un efecto militar directo. Pero el precio de tal política, o sea el debilitamiento de su propia posición en México y una decisiva pérdida de prestigio en América Latina, era demasiado alto como para que Alemania pudiera haberla tomado alguna vez en consideración.

En 1913, la política alemana en México pasó por cuatro fases distintas. En la primera, que duró desde la toma del poder por Huerta hasta principios de abril de 1913, la diplomacia alemana mantuvo la mayor cautela ante Huerta. El temor de que éste pudiera estar al servicio de los norteamericanos, como Hintze lo indicó al principio, y la inseguridad de que pudiera imponerse en el país, condujeron a esta reserva. El 27 de marzo de 1913, el secretario del Ministerio de Relaciones Exteriores declaró en una nota dirigida al canciller del Reich:

Por el momento el general Huerta ejerce un gobierno de facto. Todavía no ha podido lograr la pacificación del país […] Por ello, en este momento, tenemos reservas en cuanto al reconocimiento formal del general Huerta.24

Al igual que la diplomacia británica anteriormente, la diplomacia alemana se adhirió a la posición de Lane Wilson, quien hacía depender el reconocimiento del gobierno huertista de la disposición de éste a satisfacer demandas extranjeras de indemnización por supuestos daños causados durante la revolución maderista.

La reserva inicial de la diplomacia alemana cambió muy pronto, cuando se hizo evidente que Huerta intentaba restaurar la situación de la época de Díaz, y que su actitud antinorteamericana no dejaba lugar a dudas. La diplomacia alemana pasó entonces a una fase de apoyo total al gobierno de Huerta, con connotaciones abiertamente antinorteamericanas.

Esta política se vio favorecida por la actitud del encargado de negocios alemán en México. Poco después de la toma del poder por Huerta, Hintze enfermó gravemente y fue remplazado por Rudolf von Kardorff como encargado de negocios. En contraste con el habilísimo y acomodaticio Hintze, magistralmente capaz de aplicar tras bambalinas una política antinorteamericana al mismo tiempo que exhibía públicamente una actitud favorable a los Estados Unidos, Kardorff era un diplomático áspero que creía en las categorías más primitivas y que se convirtió en vocero de los partidarios más extremistas de Huerta y de las fuerzas antinorteamericanas. Precisamente estas características le ganaron la aprobación del kaiser, quien subrayaba reiteradamente los pasajes antinorteamericanos en los informes de Kardorff, así como los que se referían a las tendencias dictatoriales de Huerta. Les hacía anotaciones al margen como: “Bien”, “Buena observación”, “Telegrafiar mi elogio”, etcétera. Kardorff concibió un entusiasmo pueril por Huerta. El 2 de abril informó acerca de la apertura del Congreso mexicano:

Las sonoras palabras del viejo general fueron seguidas por una tormenta de aplausos poco frecuente aun en los países de impulsividad latina […] Huerta había hecho lo que nadie había sido capaz de hacer durante meses. Había infundido confianza. Confianza y al mismo tiempo respeto. Él, el viejo soldado que en el pasado tal vez no le haya pedido consejo con frecuencia a su Redentor, había hablado de Dios, había implorado la ayuda de los poderes celestiales y había hecho suyos a éstos. Les había hablado sencilla y llanamente a sus compatriotas sobre sus obligaciones y su amor por la patria […] Pero junto con esto, el tono fuerte e intimidatorio —cosa importante en esta situación— había sonado para todos de manera impresionante.25

El kaiser anotó en este informe: “Bravo: en todas partes es lo mismo y se tendrá el mismo éxito dondequiera que se tenga el valor de enfrentarse así al parlamento”.26 Al margen de las palabras “tono fuerte e intimidatorio”, anotó: “Esencial”. Kardorff concluyó su informe con la frase: “En lo más íntimo de uno anidó la convicción de que en el pecho de este viejo soldado habitan la voluntad y el amor a la patria, un instinto claro de lo que es útil en el momento y entusiasmo, astucia y no demasiados escrúpulos”, lo cual acotó Guillermo II con las palabras: “¡Bravo! Un hombre así tiene nuestras simpatías”.

La persona de Huerta se le debe de haber hecho tanto más simpática al kaiser cuanto que Kardorff calificaba al derrocado Madero como un

hombre ambicioso, que podía y fue un perfecto instrumento para toda clase de fines egoístas. Pero esta tenacidad, que le hacía tan pronto enérgico como audaz, era en unos casos ciega, y en otros capricho mezclado con fanatismo.27

Guillermo II escribió al margen: “Bebel”. El kaiser veía en la victoria de Madero una victoria de los socialistas, y el fracaso de Madero era para él una confirmación de la necesidad de un régimen fuerte y absolutista.

Ya el 26 de marzo Kardorff se pronunció por el reconocimiento de Huerta.28 El obstáculo más importante al reconocimiento había sido hasta entonces, junto a la incertidumbre sobre la actitud de Huerta frente a los Estados Unidos, el deseo de obligar al gobierno huertista, mediante la presión común de las grandes potencias, a pagar reparaciones por daños. Pero entre tanto el gobierno británico había cambiado su posición y no estaba ya dispuesto a aplazar el reconocimiento. Algunas semanas más tarde, Kardorff desairó bruscamente al embajador norteamericano, quien, con base en anteriores conversaciones con Hintze, contaba con una colaboración de los gobiernos alemán y norteamericano en lo tocante al reconocimiento.

He tratado con el debido desdén la asombrosa manifestación hecha por el embajador a un diplomático, en el sentido de que Alemania simplemente se dejará orientar por los Estados Unidos y que no reconocerá a México ni antes ni después de que éstos lo hayan hecho, y afirmé lo que el señor Wilson paladinamente omitió, o sea que en este problema el gobierno del kaiser se orientará únicamente por sus propios puntos de vista.29

Kardorff consideraba que el apoyo al gobierno de Huerta era el único medio de preservar los intereses europeos frente a los Estados Unidos.

Si Inglaterra concede inmediatamente su reconocimiento y otros gobiernos hacen otro tanto —como por ejemplo España, según acabo de enterarme—, entonces Alemania no ganaría nada con un reconocimiento independiente del de la Comisión Internacional, sino que, como supuesto títere de los Estados Unidos, sólo cosecharía antipatías en México.30

Y un mes más tarde escribió:

Los Estados europeos con intereses en México deben entender la especial importancia que tiene para ellos el mantenimiento y fortalecimiento del actual gobierno. El gobierno de México se encuentra librado a sus propios recursos en la lucha por reprimir la actitud de una parte de la población mexicana, que de la misma manera que anteriormente bajo el viejo dictador, carece de escrúpulos, es antipatriótica y ha caída en el más bajo materialismo. El gobierno sólo puede resolver la crisis financiera con la ayuda del extranjero. Por el bien de sus intereses económicos, Europa tendrá que elegir: o bien otorgar créditos tanto públicos como privados a un país con un gran futuro potencial, si bien actualmente muy agitado, o bien admitir la probabilidad de que únicamente sea tolerada —y quizá ni siquiera tolerada— en el futuro previsible en uno de los países más ricos del mundo.31

A pesar de las repetidas recomendaciones y exhortaciones de Kardorff, el Ministerio de Relaciones Exteriores siguió postergando el reconocimiento de Huerta. Alemania se apegó firmemente a la táctica de echar por delante a la Gran Bretaña en todo problema que significara un conflicto con los Estados Unidos. Sólo el 15 de mayo, después que el gobierno británico anunció oficialmente el reconocimiento de Huerta, el Ministerio de Relaciones Exteriores se decidió a dar el mismo paso.32

En junio de 1913 tuvo lugar el primer conflicto, relativamente insignificante, con los Estados Unidos. Por recomendación de Kardorff, el cual había telegrafiado a Berlín que era “importante desplegar la bandera alemana en la presente situación”,33 fue enviado a Veracruz el barco de guerra alemán Bremen. Esta medida irritó al comandante de la flota norteamericana anclada allí. El comandante del Bremen informó al kaiser:

Tuve la impresión de que la aparición del Bremen no agradó del todo al almirante norteamericano en Veracruz. Por supuesto telegrafió un saludo de bienvenida al Bremen, y fue muy cordial en el trato personal; sin embargo, al cabo de una semana su actitud se hizo considerablemente más fría, cuando no pude proporcionarle ninguna fecha precisa sobre el retiro del Bremen […] Mi explicación de que yo había venido aquí para tranquilizar a los residentes alemanes se hizo cada vez menos creíble porque casualmente casi todos los días aparecían en los periódicos informes sobre fiestas de la colonia alemana en la capital.34

La actividad antinorteamericana de los diplomáticos alemanes alcanzó un clímax con la participación de Kardorff en una decisión conjunta de todos los diplomáticos europeos en México en el sentido de solicitar a sus respectivos gobiernos que intervinieran ante los Estados Unidos en favor del reconocimiento de Huerta. Kardorff confirmó esta decisión un día más tarde, al telegrafiar al Ministerio de Relaciones Exteriores:

Huerta es el único que está en condiciones de llevar a cabo la difícil tarea de la pacificación de México; sin embargo, la oposición egoísta de los Estados Unidos, que puede percibirse en distintos aspectos, puede paralizarlo y crear una crisis; las consecuencias para los intereses europeos serían incalculables.35

Las crecientes tensiones entre Huerta y el gobierno norteamericano hicieron aumentar cada vez más la posibilidad de una intervención armada norteamericana en México y puso a la diplomacia alemana frente a serias decisiones. Era claro que una acción armada contra los Estados Unidos en colaboración con las otras potencias europeas era impensable. Por ello Kardorff consideró la posibilidad, en caso de una intervención norteamericana,

de que, una vez más, la excepcional posición de los Estados Unidos requiera de nosotros, a fin de ejercer cuando menos cierto control sobre sus acciones y de rescatar lo que aún puede rescatarse para Europa, tomemos el partir du feu y llevemos a cabo una acción conjunta en México, en vez de protestar impotentemente contra las medidas unilaterales norteamericanas.36

Por algún tiempo los diplomáticos alemanes se consolaron con la esperanza de que el Japón pudiera frustrar una intervención norteamericana en México:

El Japón es la única potencia en el Oriente que puede proteger a México de una violación a manos del coloso del norte, y por otra parte, México, como país vecino de un posible futuro enemigo del Japón, tiene para éste una importancia que no debe menospreciarse.37

Pero ya en septiembre Alemania reconoció que esta esperanza era irreal.38 Para el Japón, el mantenimiento del gobierno huertista no justificaba de ninguna manera un conflicto con los Estados Unidos.

El ministro japonés en México definió la política japonesa respecto a México a su colega alemán, quien informó lo siguiente:

La política del Japón es la de concentrar todos sus esfuerzos para ganarse la amistad de los Estados Unidos. El objetivo es éste: México sólo constituye un objeto utilizable en esta política. El Japón ha sido hasta ahora simplemente un espectador y aquí les ha dejado a los Estados Unidos las manos libres, esperando que —con intervención o sin ella— el Japón pueda utilizar la contienda entre ambos vecinos para sus negociaciones de amistad con los Estados Unidos. El ministro mexicano de Relaciones Exteriores, Moheno, aparentemente se acercó a él con algunas sugerencias entusiastas respecto a una colaboración, pero es imposible negociar con ese hombre. Y el presidente de la República, Huerta, le ha manifestado algunas ideas sobre el mismo punto, que son sencillamente demenciales desde el punto de vista japonés.39

El mismo Hintze consideraba imposible una acción armada del Japón en México:

El Japón arriesga su posición dominante en el Asia si se embrolla en una guerra cuyo objetivo se encuentra en el continente americano. Gracias a mi experiencia, tengo suficientes motivos para suponer que Rusia aprovechará la oportunidad para desquitarse por Tsushima y Mukden. Alemania, Inglaterra y Francia se hallarían ante la fuerte tentación de disponer de una China sumida en el caos, estando ausente su rival más peligroso. Y Alemania tendría que aprovechar una de las pocas oportunidades que aún le quedan para adquirir y retener, en esta nueva repartición del mundo, una porción justa y además aprovechable. El Japón tendría que presenciar pasivamente un ataque decisivo de las otras potencias asiáticas; aun retirándose entonces de la guerra en América, no podría sino llegar demasiado tarde si los otros actuaran con rapidez.40

Esta interpretación se vio confirmada por la actitud del Japón durante el periodo huertista. Fuera de algunas armas que le vendió a Huerta, y algunas visitas de su flota a México, la diplomacia japonesa mostró la mayor reserva en lo tocante a apoyar a Huerta contra los Estados Unidos.41

En julio de 1913 los diplomáticos alemanes abrigaban aún la esperanza de poder convencer al gobierno norteamericano, mediante la presión conjunta de las potencias europeas, de que reconociera a Huerta. Después de que el Ministerio de Relaciones Exteriores advirtió que la Gran Bretaña había procedido de manera similar, Bernstorff intervino en Washington a mediados de agosto de 1913 para conseguir el reconocimiento norteamericano de Huerta.42 Esta medida no sólo fue totalmente inútil, sino que el gobierno norteamericano respondió por su parte con una ofensiva diplomática. El mismo mes trasmitió idénticas notas a la Gran Bretaña y a Alemania en las que anunciaba las proposiciones norteamericanas para solucionar el problema mexicano. Además, instó al gobierno a dar instrucciones a sus representantes en el sentido de “aconsejar a Huerta que conceda la más seria atención a las proposiciones del gobierno norteamericano, y a que considere las consecuencias que podría acarrearle el rechazo de la oferta de los buenos servicios de este gobierno”.43

Se trataba de una hábil maniobra. Las proposiciones norteamericanas ni siquiera habían sido dadas a conocer, y tampoco se pidió a las potencias europeas que las apoyaran. Éstas únicamente debían inducir al gobierno mexicano a prestar atención a las proposiciones. Con ello se ejercía sobre Huerta una presión adicional y se daba la impresión de que las otras potencias aprobaban, al menos en parte el proceder de los Estados Unidos en México. Consecuentemente Kardorff observó al respecto: “Los Estados Unidos obviamente intentan utilizar a Europa para sus propios fines”.44

Pero el asunto era demasiado insignificante como para correr el riesgo de ofender a los Estados Unidos y por ello se le indicó a Kardorff que presentara al gobierno mexicano “sugerencias adecuadamente amistosas”. Además debía añadir “que naturalmente no nos identificamos con propuestas totalmente desconocidas”,45 pero al mismo tiempo evitar “todo lo que pudiera ser interpretado por los mexicanos como un endoso alemán a los Estados Unidos o como un estímulo a una invasión”.46 También de acuerdo con las indicaciones recibidas, Kardorff le aconsejó al gobierno huertista que no rechazara las propuestas norteamericanas “sin antes haberlas leído y examinado”.47 Pero atenuó el efecto de este proceder mediante un ataque simultáneo a la política norteamericana.

Le hice notar al encargado de negocios norteamericano que el embargo de armas contra Huerta es una medida que amenaza la estabilidad del gobierno mexicano y en consecuencia pone directamente en peligro vidas alemanas, acerca de lo cual estoy obligado a informar telegráficamente a mi gobierno.48

El kaiser anotó al margen de esta comunicación: “¡Correcto!”

Las propuestas norteamericanas de julio de 1913, encaminadas a forzar la renuncia de Huerta, provocaron inmediatamente después de su divulgación la enérgica oposición de la diplomacia alemana. “Nosotros hemos negado todo apoyo”,49 hizo notar Jagow al respecto. Kardorff manifestó:

Huerta es actualmente el único que puede superar las dificultades y volver a poner a México sobre una base firme y saludable. ¿No advierte el señor Wilson que su política de oposicio;n al general es la causa de que aún se cierna el peligro sobre la vida y bienes de los extranjeros en el norte del país, y de que no se hayan restaurado allí el orden y la seguridad? ¿Es que no advierte que él, el enemigo declarado de los grandes consorcios, está sirviendo muy bien a los intereses de los trusts en México, los cuales, aprovechando la baja de los valores, están acaparando minas y tierras a bajos precios? ¿No sabe él que, por otra parte, a causa de la paralización del gobierno de Huerta, se ha privado de sus medios de existencia y empujado a la ruina a miles de capitalistas norteamericanos medianos y pequeños?50

Kardorff trasmitió con gran satisfacción una resolución antinorteamericana de las colonias europeas en México, en la que agradecían a sus gobiernos el reconocimiento del gobierno de Huerta, y al mismo tiempo condenaban la política norteamericana.51 La resolución fue acogida por el kaiser con las palabras: “Bien. Finalmente hay unidad frente al yanqui”.52

Kardorff dio a entender sin rodeos a otros diplomáticos y al gobierno mexicano que el gobierno alemán estaba dispuesto a asumir un importante papel para apoyar a Huerta en su lucha contra los Estados Unidos. Huerta respondió a esta actitud de la diplomacia alemana con expresiones de agradecimiento y con la aseveración de que “los alemanes siempre serían recibidos por él con los brazos abiertos en todos los aspectos de su actividad en México”.53

A principios de septiembre de 1913 Kardorff regresó a Berlín, y Hintze, que se había curado entre tanto, volvió a asumir su puesto. En un banquete de despedida que le ofreció el gobierno mexicano, Kardorff no tuvo reparos en declarar abiertamente su simpatía por Huerta y su desprecio por el pueblo mexicano:

Yo creo en un gran futuro para México cuando la paz sea restaurada nuevamente en el país y en que, de acuerdo con las intenciones y los planes del Presidente, basados en su inteligencia y experiencia, este pueblo, infantil y necesitado de una dirección y un control sólidos, será elevado, no inmediata sino gradualmente a un nivel cultural cada vez más alto. Me regocija poder informar a Vuestra Excelencia que los alemanes residentes en México tienen plena confianza en la capacidad del Presidente para restaurar la paz.54

Los resultados de la diplomacia alemana en México sobrepasaron con mucho la meta fijada. Diez días después de haber reanudado sus actividades, un desconcertado Hintze comprobó que

El ministro inglés me participó que el señor John Lind, el conocido consejero de la embajada norteamericana, se ha quejado ante él de que el encargado de negocios alemán está alentando al gobierno mexicano a resistir la política norteamericana. El ministro inglés (quien, como repetidamente hemos informado, tiene una disposición muy favorable hacia Alemania) intentó tranquilizar a los norteamericanos atribuyendo la actitud alemana a las simpatías que son resultado de una larga permanencia en un país, y que ello ocurre inconscientemente […] Sin embargo, el señor Lind insistió en que tenía la impresión de que el encargado de negocios alemán actuaba deliberadamente. El encargado de negocios norteamericano me hizo repetidamente indicaciones parecidas.55

El problema mexicano amenazaba con crear un serio conflicto entre Alemania y los Estados Unidos. Berlín se batió inmediatamente en retirada. El 7 de octubre de 1913 Montgelas indicó a Hintze:

Por favor evite en adelante toda actitud contraria a los Estados Unidos y refute toda interpretación de nuestra política en ese sentido. El único interés alemán es la rápida restauración del orden y de relaciones normales entre los Estados Unidos y México.56

La alarma obviamente fue tan grande, que una frase originalmente incluida en el texto, “sin intranquilizar a los mexicanos”, fue eliminada. Una indicación parecida le fue transmitida a Bernstorff en Washington.57

La segunda etapa de la política alemana en México, del 15 de septiembre de 1913 hasta la disolución del Congreso mexicano por Huerta el 11 de octubre de 1913, fue una fase de repliegue. Su objetivo fundamental era evitar todo lo que pudiera conducir a un conflicto con los Estados Unidos. Respecto a su política en este periodo, Hintze escribió:

En relación con esto, estoy encontrando en los círculos diplomáticos (incluida la embajada norteamericana), en la opinión pública y en el gobierno, la opinión de que Alemania ha asumido la dirección de tal política [dirigida contra los Estados Unidos]. Atendiendo a las indicaciones generales de Vuestra Excelencia, intentaré mitigar cuidadosa y explícitamente tales expectativas y temores, sin intranquilizar a los mexicanos.58

No por último hay que atribuir este repliegue a los indicios de que el gobierno de Huerta estaba cediendo ante los Estados Unidos en lo tocante a la candidatura presidencial de Huerta y la postulación de Gamboa. Hintze acogió favorablemente la candidatura de Gamboa y vio en ella la posibilidad de mantener el sistema huertista sin Huerta, evitando así tanto una intervención norteamericana como una victoria de los revolucionarios.59 Tras el segundo golpe de Estado de Huerta, la diplomacia alemana en México pasó a una nueva fase de su actividad. Por primera vez desde que Huerta había tomado el poder en febrero de 1913, se produjeron grandes diferencias de opinión respecto al problema mexicano entre Alemania y la Gran Bretaña.

Al igual que los diplomáticos británicos, Hintze había aprobado la disolución del Congreso mexicano, dado que veía en ello un debilitamiento de la posición de los revolucionarios.

Debo insistir en mi opinión de que una dictadura militar es el gobierno adecuado a la situación y el que mejor nos sirve, y que Huerta, a pesar de su alcoholismo y a pesar de sus incursiones en el erario público, es el mejor dictador.60

Pero después del rompimiento final entre Huerta y el gobierno norteamericano, los caminos de la diplomacia alemana y británica se separaron. La diplomacia británica apoyó claramente a Huerta y lo animó a continuar su derrotero antinorteamericano. El objetivo de los esfuerzos británicos tras el golpe de Estado era sostener el poder de Huerta, ya que importantes concesiones a empresas británicas dependían de su disposición a supeditarse a la política británica. La diplomacia británica también estaba provisionalmente dispuesta a tolerar serias diferencias con los Estados Unidos.

El objetivo principal de la diplomacia alemana era, sin embargo, el sostenimiento del sistema de Huerta y Díaz, sacrificando, en caso necesario, la persona de Huerta para evitar un conflicto con los Estados Unidos. El motivo de esta actitud era muy sencillo: en octubre de 1913 se habían abandonado todos los planes de inversión de capital alemán en la industria petrolera mexicana, y en consecuencia existía poco interés en las concesiones. Además, el entusiasmo de la diplomacia alemana por Huerta disminuyó en la medida en que crecía la influencia británica en México, aunque los diplomáticos alemanes nunca tomaron muy en serio la posibilidad de una hegemonía estrictamente británica en México.

Por otra parte, después de las victorias de los revolucionarios, Hintze se había convencido de que el sistema huertista sólo podía ser salvado con el apoyo de los Estados Unidos. Por ello criticó con dureza la actitud del ministro británico, Sir Lionel Carden:

Él funda su apreciación de lo que existe ahora y de lo que vendrá en su familiaridad con el México del presidente Porfirio Díaz […] Basándose en ese periodo, considera que la forma de gobierno que le corresponde a México es el despotismo despiadado de un indio […] astuto y sin escrúpulos. Pasa por alto el hecho de que desde los últimos años de Porfirio Díaz se ha puesto en marcha una revolución socialista con la consigna “tierra”, y que Díaz ha caído por causa de ella. Detrás de la dominante personalidad de Díaz, creyó ver entonces una nación unida, y se niega a ver que bajo la gran sombra sólo existe la gris muchedumbre con la cual se forjará algún día una nación. Él piensa que los recursos económicos del pueblo mexicano son inagotables y no advierte que la riqueza principal —los minerales— han pasado y siguen pasando cada vez más a manos de los extranjeros. Él cuenta con la persona de Huerta de la misma manera que anteriormente todos se acogían a Díaz, y no considera que Díaz gobernó con los Estados Unidos de América y que Huerta intenta gobernar contra ellos.61

Estas palabras de Hintze, que casi parecen revolucionarias, no aluden de ninguna manera, naturalmente, a la necesidad de una reforma agraria o de una nacionalización de la propiedad extranjera, sino, por el contrario, afirman que el gobierno huertista, en vista de tales problemas, no podía prescindir de una colaboración con los Estados Unidos. Finalmente, la actitud de la diplomacia alemana estaba determinada por la convicción de que un arreglo entre Huerta y los Estados Unidos se haría a costa de la Gran Bretaña en primer término.

Tan poco dispuesta estaba la diplomacia alemana a seguir la posición británica en México como a apoyar la norteamericana, que a juicio de Alemania estaba llamada a desembocar en una intervención armada. Bernstorff declaró:

La situación actual, desde el punto de vista de nuestros intereses económicos, no es ciertamente muy favorable. Ello no obstante es preferible, en mi humilde opinión, a la posibilidad de una intervención norteamericana. Aun cuando el presidente Wilson permaneciera firme y llevara a cabo su programa de tratar a México de la misma manera que a Cuba, después de su intervención los norteamericanos se quedarán con todo lo mejor de México.62

Alemania esperaba aprovechar la enemistad británico-norteamericana para asegurarse una posición decisiva en México. Tras el rompimiento entre Huerta y el gobierno norteamericano, este último se dirigió al gobierno alemán con la sugerencia de que retirara su reconocimiento a Huerta. Jagow se negó aunque su respuesta fue evasiva, y pidió a Hintze que “hiciera una proposición concreta, confirmada por cable, sobre lo que debería hacerse a continuación”.63

La respuesta de Hintze fue una proposición que, bajo el nombre de “cooperación amistosa”, contemplaba de hecho una especie de protectorado norteamericano-británico-alemán en México. Así telegrafió:

México, abandonado a sí mismo, seguirá empantanado en sus revoluciones durante muchos años. Las potencias que tienen intereses aquí, en vista de sus pérdidas en vidas, propiedades y ganancias, así como de capital invertido, no pueden contemplar esto pasivamente […] Ninguna potencia europea puede por sí sola influir en la política norteamericana hacia México, porque tal intento tendría graves consecuencias y a la larga sería inútil. Pero el esfuerzo paralelo de las grandes potencias europeas, entre las que no podría faltar Inglaterra, puede tener un efecto, precisamente en el sentido de la cooperación amistosa con los Estados Unidos, para lo cual estos últimos han creado las condiciones a través de sus diversas sugerencias a las potencias europeas. Este proyecto europeo (Alemania e Inglaterra bastan para ello) tendría que empezar por ofrecer a los Estados Unidos su apoyo en las exigencias que son esenciales para los Estados Unidos y, en comparación, poco importantes para Europa. Huerta es el primer escalón en el ataque; mediante la cooperación amistosa podría convencérsele de que hiciera elegir como presidente a alguno de sus allegados y de que él mismo se retirara del escenario por algún tiempo. Lo demás se decidiría sobre la marcha. Lo fundamental es no dejar proceder a los Estados Unidos por sí solos, sino influir en ellos mediante una continua cooperación amistosa.

Esta cooperación debería proporcionarle a México un préstamo bajo control financiero conjunto, y finalmente tendría que considerar ciertas medidas policiacas conjuntas, en caso de que México todavía se mostrara incapaz de proteger las vidas, las propiedades y las ganancias.64

La ejecución de tal plan le habría acarreado los mayores beneficios al imperialismo alemán. El sistema huertista se habría mantenido y Alemania habría alcanzado en México una posición tanto más importante cuanto que sus intereses económicos en México eran más bien limitados. Se habría evitado un dominio unilateral norteamericano o británico sobre el país, y Alemania, como fiel de la balanza, habría tenido siempre la posibilidad de enfrentar entre sí a la Gran Bretaña y a los Estados Unidos.

El prerrequisito para la realización de tal plan era la colaboración de las potencias europeas en México. Sin embargo, ésta nunca se dio. La diplomacia francesa había hecho efectivamente alusiones generales a la necesidad de una colaboración, y el ministro francés en México se había declarado de acuerdo con el plan de Hintze, pero no se propusieron medidas concretas.65

El gobierno británico, en un principio, no mostró absolutamente ningún interés. Inicialmente había intentado apoyar a Huerta a no compartir el poder en México con ninguna otra potencia. Carden le comentó a Hintze:

Europa es una anciana. Una acción europea conjunta es un absurdo. Ésta es una idea de Lefaivre [el ministro francés en México], quien sueña con una “intervención proporcional de los Estados Unidos y las potencias europeas”, así como un “control financiero”. México no necesita de ningún control financiero, dado que puede sostenerse a través de los impuestos.66

Hintze resumió la opinión de Carden con las siguientes palabras: “Inglaterra actuará por sí sola y cosechará ella sola los frutos”.67

Cuando las tensiones británico-norteamericanas alcanzaron su clímax, parece ser que la diplomacia británica consideró por un momento una posible colaboración con Alemania, aunque no, ciertamente, con el fin de una intervención conjunta en México como la concebía Hintze, sino más probablemente sólo como un medio de ejercer mayor presión sobre las negociaciones que ya se estaban efectuando con los Estados Unidos. En noviembre de 1913, el ministro británico de Relaciones Exteriores, Grey, con el propósito de sondear las intenciones alemanas, sugirió al Ministerio de Relaciones Exteriores de este país un “curso de acción conjunta” que, según las palabras del subsecretario del Ministerio alemán, eran “hasta ahora vagas” y “sin proposiciones precisas”.68

Después del acuerdo británico-norteamericano respecto a México, la colaboración con Alemania perdió todo interés para el gobierno británico. Ésta era una actitud que no compartía Lord Cowdray, quien había formulado proposiciones muy parecidas a las de Hintze en su conversación con el embajador norteamericano en Londres. Es muy posible que él haya conocido las ideas de Hintze, pues él y Page habían llegado a la misma conclusión de que sería imposible excluir a Alemania de una eventual intervención internacional. A pesar de la influencia de Cowdray, el gobierno británico no estaba dispuesto a subordinar sus concepciones estratégicas generales a los intereses de las compañías de Cowdray. La principal razón de que el gobierno británico se negara a aceptar el plan de Hintze era que, en un momento en que el enemigo más importante de la Gran Bretaña a nivel mundial era Alemania y en que la diplomacia británica se orientaba hacia una alianza con los Estados Unidos en contra de Alemania, era impensable una colaboración germano-británica dirigida contra los Estados Unidos. La diplomacia alemana, por el contrario acogió con gran interés la idea de una colaboración de las potencias europeas respecto al problema mexicano, todo ello en torno al objetivo de una “cooperación amistosa”, como decía Hintze. Al embajador alemán en París se le indicó que comunicara al gobierno francés que una colaboración con Francia en México “no sería indeseable” para el gobierno alemán.69 Por la respuesta que dio el subsecretario a las proposiciones de Hintze, se advierte bajo qué condiciones el gobierno alemán habría estado dispuesto a proceder de tal forma: “La cooperación amistosa depende de Inglaterra, la cual aún titubea”.70 Esta posición la precisó aún más al expresar su opinión respecto a la vaga proposición de Grey: “En principio, me declaré de acuerdo con esta sugerencia. No tenemos ninguna inclinación a asumir la iniciativa en este asunto”.71

Una acción semejante, bajo la dirección británica, le hubiera reportado dobles beneficios a la diplomacia alemana. Por una parte el gobierno de Huerta se habría estabilizado en México, la posición alemana se habría fortalecido y se habría evitado tanto un control unilateral de los Estados Unidos, como una victoria de los revolucionarios; por otra parte, en el caso de una oposición norteamericana, la Gran Bretaña hubiera cargado con el mayor peso en el conflicto. La diplomacia alemana definitivamente contaba con esta posibilidad. Cuando Bernstorff comunicó desde Washington el temor de Tyrrell de que “la opinión pública norteamericana le echaría la culpa a Inglaterra en caso de que una intervención se hiciera inevitable”, el kaiser Guillermo anotó en este pasaje del informe: “Esto sería magnífico”.72

No es improbable que la disposición de Alemania a colaborar con la Gran Bretaña haya sido motivada por el deseo de la diplomacia alemana en los años 1912-14 de mantener neutral a Inglaterra en caso de un conflicto con Francia y Rusia. En las conversaciones que tuvieron lugar a finales de 1912 entre Lord Haldane y los dirigentes del Reich alemán, entre los que se contaban el kaiser, se rechazó la principal exigencia de Inglaterra que pretendía limitar el rearme de la flota alemana, pero la diplomacia alemana intentó alcanzar su objetivo a través de una colaboración en otras cuestiones de menor importancia para la Gran Bretaña. Probablemente, México constituyó una de las cuestiones en las que Alemania esperaba lograr un acercamiento con la Gran Bretaña, aumentando así las posibilidades de obtener la neutralidad británica en caso de una guerra europea.

Aun cuando las potencias europeas se hubieran puesto de acuerdo sobre una acción conjunta en México o sobre las proposiciones de Hintze para establecer allí un protectorado, tal proyecto probablemente nunca hubiera sido aprobado por el gobierno norteamericano, aun cuando algunos prominentes políticos norteamericanos se habían pronunciado en favor de una intervención conjunta en México. En 1912, el presidente Taft había discutido con el embajador británico la posibilidad de una invasión conjunta británico-norteamericana en México, con la posible participación de Alemania. Importantes funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores británico vieron con horror tales ideas, que rechazaron como una “empresa demencial”.73

En 1913, Walter Page, embajador norteamericano en la Gran Bretaña, enemigo político de Taft y partidario de Wilson, consideró igualmente la posibilidad de una intervención conjunta europeo-norteamericana en México, con el concurso de Alemania. En un memorándum que presentó al colaborador de Wilson, coronel House, puso como ejemplo la intervención común europeo-norteamericana en China contra la rebelión de los boxers. Contrariamente a Taft, mencionó como condición de tal intervención la obligación de todos los participantes de no sacar ninguna ventaja para sí de la intervención en México.74 En 1913 algunos diputados habían ponderado también en el Congreso norteamericano la necesidad de una intervención europeo-norteamericana en México.

Tal acción conjunta hubiera representado ciertas ventajas para el gobierno norteamericano. En el interior del país, se hubiera podido hacer frente al movimiento de oposición que era de esperarse, con el argumento de que los Estados Unidos únicamente habían intervenido en México para evitar una acción europea unilateral. También es posible que se pensara que la población mexicana hubiera presentado menos resistencia a una fuerza de intervención internacional que a un ejército puramente norteamericano.

Tal intervención internacional, sin embargo, hubiera representado un fuerte golpe para el prestigio de los Estados Unidos y su hegemonía en América Latina, y hubiera sido una violación de facto de la Doctrina Monroe. Los Estados Unidos habrían reconocido que no eran capaces ni siquiera de! mantener la “ley y el orden” en México. Después de tal reconocimiento, hubiera sido muy difícil para los Estados Unidos seguir manteniendo sus pretensiones hegemónicas en América Latina.

El claro rechazo de Woodrow Wilson a una intervención conjunta de las grandes potencias en México, se fundaba además en otros motivos. Estaba firmemente convencido de que existía una diferencia fundamental entre los objetivos de las potencias europeas en México, los cuales consideraba imperialistas, y los suyos propios, que juzgaba desinteresados.

Las potencias europeas no tenían manera de obligar a los Estados Unidos a colaborar con ellas en México. Bernstorff afirmó de manera realista: “Por desgracia, Europa no puede ejercer ninguna influencia en la política norteamericana, porque no tiene el poder para oponerse a ella”.75 Guillermo II, sin embargo, repuso: “Lo tendría ciertamente si Inglaterra hiciera causa común con el Continente”.76 El kaiser acogió muy mal el desistimiento de la Gran Bretaña en México. Cuando Hintze informó desde México el 26 de noviembre que barcos de guerra británicos habían sido enviados a la región petrolera de México, pero que en atención a los Estados Unidos no desembarcarían tropas allí, el kaiser anotó: “Se trata de campos petroleros estrictamente ingleses. Eso demuestra su miedo ante Norteamérica. ¡Oh, Disraeli, ¿dónde está tu espíritu?”77

A pesar de las concesiones británicas a los Estados Unidos, y de que su plan era manifiestamente irrealizable, Hintze se aferró a éste:

México es, a la larga, incapaz de gobernarse a sí mismo. El remedio a esta situación es la intervención de las potencias extranjeras. Los Estados Unidos desearían ahora reservarse tal opción para sí solos, pero por el momento no pueden ni quieren hacerlo, porque una intervención es muy impopular. Desde aquí parece llegado el momento psicológico en que los Estados Unidos están dispuestos a reconocer a las potencias europeas el derecho de colaborar en la forma más amistosa, en la participación de México mediante su consejo y aun mediante hechos, tales como medidas policiacas y de regulación financiera, por ejemplo. Según expresiones manifestadas repetidamente en conversaciones confidenciales, el gobierno de Huerta estaría dispuesto a ello.78

El consejero del Ministerio de Relaciones Exteriores, Kemnitz, comentó en tono realista esta sugerencia de “cooperación amistosa”: “Temo que hace mucho que pasó el momento, si alguna vez lo hubo”.79

Además de estos esfuerzos en favor de una “cooperación amistosa”, después del golpe de Estado de Huerta y de su rompimiento con los Estados Unidos, Hintze había intentado mediar entre ambos sobre la base de la conservación del sistema huertista. Durante algún tiempo después del golpe de Estado, Hintze había puesto sus esperanzas en “una conducción enérgica de la guerra” por parte del gobierno de Huerta.

Como individuo privado, no ceso de echarles en cara sus faltas a los actuales dueños del poder y de decirles que si se hicieran amos del país mediante una verdadera guerra, el reconocimiento les sería otorgado como cuestión de trámite o se haría supefluo.80

Un mes más tarde tuvo que admitir: “El gobierno huertista es demasíado débil para vencer la revolución, y nadie aquí piensa otra cosa actualmente”.81

A mediados de octubre, el gobierno de Huerta se dirigió a Hintze con la urgente petición de mediar entre él y el gobierno norteamericano. Hintze rechazó una mediación oficial, dado que temía que ésta “nos pondría en evidencia más de lo deseable”.82

Extraoficialmente, sin embargo, actuó con entusiasmo como mediador. Su objetivo era lograr un acuerdo entre el gobierno huertista y los Estados Unidos sobre la base de la renuncia de Huerta y su sustitución por otro miembro de la clase dominante. La primera iniciativa de Hintze tuvo lugar el 7 de noviembre de 1913. Ese día le propuso al encargado de negocios norteamericano en México, O’Shaughnessy, el nombramiento como presidente del cuñado de Huerta, el general Maas, quien descendía de alemanes y mantenía relaciones especialmente buenas con Hintze.83 O’Schaugh-nessy se mostró bastante bien dispuesto, pero la propuesta no se discutió más porque Huerta, sintiéndose fortalecido por el apoyo británico, no se mostró dispuesto a renunciar. Desengañado, Hintze telegrafió a Berlín el 13 de noviembre: “Como resultado de algunas conversaciones y observaciones, tengo la impresión de que el ministro inglés vería con gusto una dificultad bélica de los Estados Unidos de América en México y está apuntalando a Huerta”.84 Hintze les expresó a quienes se oponían a un acuerdo entre Huerta y Wilson en Berlín: “Lind confirma mi apreciación de que, si les es posible, los Estados Unidos sólo librarán una guerra a medias; consideren que en vista de los inevitables peligros de tal guerra, debemos tolerar las consecuencias, en parte desfavorables para nosotros, de un avenimiento”.85 Hintze subrayaba lo que él entendía por una “guerra a medias” con las siguientes palabras:

Dada la debilidad militar de los Estados Unidos, hasta que hayan sido movilizadas tropas suficientes sólo hay que esperar el cierre de la frontera norte y de los puertos. Por el momento dejarán que los rebeldes libren la guerra en el interior del país, pues es improbable que en caso de una acción militar norteamericana contra Huerta, los rebeldes se unan a este último. Tal guerra a medias es más peligrosa a la larga para nuestros intereses que una verdadera guerra.86

Lo que más temía Hintze era una victoria de los revolucionarios y, a juzgar por su comunicado, prefería incluso una ocupación norteamericana.

Hintze participó intensamente en el nuevo intento de negociaciones entre Huerta y el gobierno norteamericano a mediados de noviembre de 1913. Viajó a Veracruz, donde se encontraba Lind, y le comunicó las proposiciones del gobierno mexicano.87 Estos intentos de mediación recibieron la plena aprobación del Ministerio de Relaciones Exteriores y del kaiser. Se le indicó a Bernstorff que apoyara los esfuerzos de Hintze y que manifestara la disposición del gobierno alemán a instar a Huerta a que renunciara si el gobierno norteamericano aceptaba a Maas como su sucesor.88

Aun después del fracaso de estas negociaciones, Hintze no renunció a sus esfuerzos por salvar al régimen de Huerta mediante un acuerdo con los Estados Unidos. En todas las conversaciones con los representantes norteamericanos afirmó la necesidad de llegar todavía a un acuerdo con Huerta. A principios de diciembre de 1913, le sugirió al encargado de negocios norteamericano que se llevara el problema mexicano ante la Corte de Arbitraje de La Haya. Pero a pesar de la intercesión de O’Shaughnessy, el gobierno norteamericano rechazó esta proposición.89 Su malogrado esfuerzo llevó a Hintze a formarse un juicio extremadamente pesimista de la situación en México desde el punto de vista del gobierno alemán: “Por desgracia, en lo interno aumenta el debilitamiento del gobierno huertista. Yo lo lamento, ya que todavía no alcanzo a ver lo que vendrá después, y no tengo motivos para esperar algo mejor”.90

Los intentos de la diplomacia alemana por salvar el régimen huertista mediante una acción conjunta de las potencias europeas o a través de su mediación entre Huerta y el gobierno norteamericano, habían fracasado. Sólo podía reclamar cierto éxito en un renglón: había conseguido evitar un choque frontal con la diplomacia norteamericana a pesar del resentimiento que la política norteamericana estaba provocando en Alemania.

Las acciones norteamericanas en México no sólo habían dado lugar a las reacciones más virulentas en la mayor parte de los círculos gobernantes de Alemania y del kaiser mismo, sino que también habían provocado duros ataques en la prensa alemana. Así, el Leipziger Neuesten Nachrichten no vio en las acciones norteamericanas en México nada más que una política dirigida exclusivamente a la explotación de los recursos petroleros mexicanos, y el Rheinisch-Westfälische Zeitung puso en guardia a los países latinoamericanos contra la agresión de los Estados Unidos.91 El mismo kaiser usó expresiones tales como “intervención inaudita en asuntos extranjeros”, “porquería”, etcétera, y calificó a Lind, el representante de Wilson en México, como “agente de Rockefeller”.92 Ello no obstante, esta actitud se supeditó al deseo de evitar un conflicto con los Estados Unidos.

El 16 de octubre de 1913, cinco días después del segundo golpe de Estado de Huerta, Bryan se dirigió a Bernstorff y solicitó que Alemania revocara su reconocimiento de Huerta.93 Si bien el Ministerio de Relaciones Exteriores no se inclinaba en modo alguno a tomar tal medida, dio sin embargo una respuesta que, en contraste con la negativa británica, era, según las palabras del secretario del Ministerio, Jagow, “evasiva”.94 Al embajador norteamericano se le informó reiteradamente que Alemania “no tenía ningún interés político en México”.95

Esta posición no dejó de tener su efecto. Bryan agradeció a Bernstorff la moderación alemana en México, y el 27 de noviembre el embajador norteamericano en Berlín, Gerard, declaró incluso que en su opinión “existe la posibilidad de convencer al gobierno de que retire su reconocimiento a Huerta”.96 Hintze mostró la misma cautela frente a los Estados Unidos en México que el Ministerio en Berlín. Él mismo definió así su actitud:

Nuestra política se sitúa entre la oposición y el dejar hacer. No apoyamos en modo alguno la política norteamericana, pero tampoco nos oponemos abiertamente a ella, y al mismo tiempo protegemos enérgicamente a los ciudadanos alemanes y sus intereses. Esta política, por supuesto, sólo tiene objetivos limitados y tal vez no pueda ser muy popular en cualquier país: pero es la única política que una potencia europea puede seguir aquí por sí sola.97

Éste fue el sentido de la acción de Hintze al disuadir a los diplomáticos europeos en México de enviar a los Estados Unidos, en nombre del cuerpo diplomático, un telegrama de protesta por su política en México. A fines de noviembre de 1913, los ministros francés y belga habían propuesto a los diplomáticos europeos acreditados en México, que enviaran un telegrama colectivo a sus gobiernos protestando tanto contra una posible intervención norteamericana en México como por la negativa de los Estados Unidos a reconocer a Huerta,98 además de exhortar a las potencias europeas a que enviaran tropas a México para la protección de sus ciudadanos. Hintze, quien todavía pensaba en la posibilidad de una “cooperación amistosa” y quien sabía que el envío de tropas alemanas a México era imposible, no se entusiasmó ni mucho menos con esta propuesta. Telegrafió a Berlín: “Temo que los telegramas colectivos suscitarían la ira de los Estados Unidos, al dar la impresión de una oposición organizada en el cuerpo diplomático aquí, y perjudicarían los esfuerzos por ejercer una influencia amistosa sobre Washington”.99

Este asunto puso a la diplomacia alemana en posición difícil. La aprobación del telegrama habría podido crear tensiones con los Estados Unidos, en tanto que un rechazo o una abstención hubiera podido provocar reacciones muy negativas del gobierno huertista y además dar la impresión de que Alemania se hallaba supeditada a los Estados Unidos. Por lo tanto, se le indicó a Hintze “evitar dificultades con los Estados Unidos bajo cualesquiera circunstancias”, pero al mismo tiempo se le pidió que “no llegara a colocarse en oposición abierta al telegrama colectivo”.100

Indicando que estaban por recibirse nuevas propuestas de los Estados Unidos, Hintze consiguió influir sobre el cuerpo diplomático y convencer a la mayoría de sus miembros de que retiraran la proposición, de manera que ésta nunca llegó a ser votada. Trascendió que los ministros británico y japonés se encontraban ante el mismo dilema que Hintze. Éstos apoyaron de inmediato sus argumentos y se pronunciaron en contra del telegrama de protesta.101

Con todo, la “reserva” de Hintze tenía sus límites, fijados por su actitud frente a los revolucionarios. Cuando en octubre de 1913 circuló el rumor de que el gobierno norteamericano tenía intenciones de reconocer a los rebeldes como beligerantes, Hintze propuso a su Ministerio de Relaciones Exteriores “hacer saber amistosamente que una parte considerable de los rebeldes está formada por asesinos y ladrones”, y que “otorgar a estos bandidos los derechos de beligerancia contradice todo principio de humanidad y de moral”.102 Al mismo tiempo, informó que los ministros británico, francés y español habían enviado informes similares a sus gobiernos. Bernstorff recibió las indicaciones apropiadas sobre el asunto. Pero dado que ni la Gran Bretaña ni Francia presentaron quejas en Washington, Bernstorff tampoco hizo nada.103

En todo este asunto, la actitud general de los diplomáticos europeos en México da la impresión de que todos hacían una especie de doble juego. Todos ellos sabían perfectamente que sus gobiernos jamás procederían por sí solos contra los Estados Unidos. Su agresividad pública contra los norteamericanos se basaba en la esperanza de que sus colegas la creyeran verdadera y alentaron a sus gobiernos a tomar medidas antinorteamericanas.

Un asunto que pudo haber creado un conflicto diplomático entre Alemania y los Estados Unidos fue el envío de buques de guerra alemanes a México. Después del golpe de Estado de Huerta, Hintze había telegrafiado a Berlín: “Solicito envío de buques de guerra a la costa este para tranquilizar colonia alemana, siempre y cuando otras potencias europeas hagan lo mismo; si no, encomendar protección a buques norteamericanos”.104 El kaiser acordó enviar buques de guerra a México, pero comentó desdeñosamente: “¡Naturalmente! Se necesita un buque allí y no hay ninguno!”105 A la segunda parte del telegrama de Hintze respondió con un “¡No!” categórico. Tras la aprobación del kaiser, el Almirantazgo ordenó en seguida el envío de dos buques de guerra, el Hertha y el Bremen, a la costa este de México, sin esperar que otras potencias europeas tomaran medidas similares y sin comunicárselo de antemano a los norteamericanos. También se le ordenó al Nürnberg dirigirse hacia la costa mexicana.106 Con el envío del Hertha, se violó por primera vez el principio hasta entonces acatado por la diplomacia alemana de ir a la zaga de la Gran Bretaña en todas las acciones emprendidas en México.

La prensa norteamericana recalcó el hecho de que el primer barco de guerra no norteamericano que visitaba a México fuera un barco alemán. El New York Sun y el Journal of Commerce informaron que, según Bernstorff, “en los círculos oficiales locales causa asombro el que no se haya comunicado anticipadamente esta medida al gobierno norteamericano”.107 El New York Tribune declaró:

No ha existido hasta ahora ninguna duda sobre las pacíficas y amistosas intenciones de Alemania hacia los Estados Unidos. De tal suerte, esta medida podría resultar embarazosa para el gobierno norteamericano, si tal ejemplo es seguido por otras naciones y el problema mexicano, cuya solución atañe exclusivamente a los Estados Unidos, es trasladado a un foro internacional.108

La diplomacia norteamericana, sin embargo, no hizo ninguna protesta. El envío de buques de guerra extranjeros al continente americano no había sido considerado hasta entonces como una violación de la Doctrina Monroe, y el gobierno norteamericano no estaba dispuesto a fortalecer la oposición de las potencias europeas a su política en México mediante tal extensión de la Doctrina Monroe. Además, todavía esperaba ganarse el apoyo de los diplomáticos alemanes en su lucha contra el gobierno de Huerta. Los ataques de la prensa norteamericana fueron de hecho ignorados por la diplomacia alemana, pero la indujeron sin embargo a tomar ciertas medidas de precaución. Bernstorff, por ejemplo, recibió órdenes de comunicar al gobierno norteamericano el envío del Nürnberg.109 En un escrito dirigido a Tirpitz, jefe del alto mando naval, Zimmermann advirtió al Almirantazgo que tenía planeada una visita a México y Sudamérica de una escuadra compuesta por dos acorazados y un crucero ligero:

Por de pronto, conviene abstenerse de visitar los puertos mexicanos, ya que un despliegue de fuerza de tal magnitud en el Golfo de México, a donde ya han sido enviados los buques de Su Majestad Hertha y Bremen, no parece ser adecuado ni políticamente útil en este momento.110

El capitán del Hertha recibió instrucciones de Hintze en el sentido de “cultivar buenas relaciones con las autoridades mexicanas y establecer una relación positiva con las fuerzas navales norteamericanas”.111 Cuando el capitán del Hertha viajó a la ciudad de México, se abstuvo expresamente de visitar a Huerta, dado que la visita del almirante británico Craddock al presidente había provocado poco antes una fuerte reacción de los norteamericanos.112

A pesar de todas estas precauciones, la presencia de buques de guerra alemanes en aguas mexicanas suscitó la desconfianza de los norteamericanos. Por ello, el capitán del Bremen sugirió retirar los buques tan pronto como fuera posible. De otra suerte, “podrían producirse fácilmente conflictos con los norteamericanos, quienes tienen aquí los mayores intereses y ya se sienten como dueños”.113

También en el terreno de la propaganda se hicieron esfuerzos parecidos para evitar un conflicto con los Estados Unidos. Así, por ejemplo, el diario oficioso Norddeutsche Allgemeine Zeitung escribió acerca de los ataques de una serie de periódicos controlados por la industria pesada alemana en contra de la política norteamericana en México:

La prensa de nuestro país debe expresarse en general de una manera más prudente y reservada en sus comentarios sobre la diplomacia y la capacidad de estadista del presidente Wilson y del secretario de Estado, Bryan. Es injusto, y además absurdo, manifestar, como muchas de nuestras redacciones lo han hecho, que los norteamericanos intentan apoderarse de México para perjudicar así los intereses alemanes.114

Los esfuerzos del gobierno alemán por no contrariar a los Estados Unidos tuvieron en general buen éxito hasta abril de 1914. Durante el primer mes de ese año Alemania pareció dominar la vacilación de la política de Woodrow Wilson en México sin provocar su antagonismo, pero se vio obligada a reconocer que sus planes para rescatar el régimen de Huerta mediante una componenda entre Huerta y los Estados Unidos y para lograr una “colaboración amistosa” que asegurara a Alemania una influencia significativa en México, habían fracasado definitivamente.

Sugiriendo que “los intereses europeos en esta lucha sin fin ni salida habían sido derrotados totalmente”, Hintze se dirigió a Lind una vez más a finales de enero de 1914 proponiéndole reanudar las negociaciones con Huerta. Lind explicó que los revolucionarios habían llegado a ser tan fuertes, que ya no se les podía ignorar por más tiempo. Aun cuando Hintze tuvo que admitir que esto era cierto, todavía se aferró a la esperanza “de que la suerte de la guerra aún podría cambiar”.115

A principios de febrero, Hintze se vio obligado a informar al canciller del Reich: “Vistas las cosas desde aquí, actualmente hay que admitir que en el futuro previsible las negociaciones entre los Estados Unidos y México no parecen ofrecer esperanzas”.116 Poco tiempo después las tensiones entre los Estados Unidos y Carranza con motivo del caso Benton, y la actitud del encargado de negocios norteamericano, O’Shaughnessy, quien intentaba lograr un arreglo entre Huerta y los Estados Unidos, le dieron nuevas esperanzas de que se pudiera llegar a tal acuerdo.

A finales de marzo de 1914, a Hintze le pareció que la situación era favorable para un nuevo intento de negociación. A través de intermediarios se acercó a Huerta, quien también se declaró dispuesto a negociar con los norteamericanos.117 Los Estados Unidos, sin embargo, volvieron a negarse a ello, de modo que Hintze tuvo que apuntarse otro fracaso. Mientras más reconocía que todo intento por lograr un acuerdo entre Huerta y los Estados Unidos estaba destinado al fracaso, tanto más insistía en su propuesta de “cooperación amistosa”, es decir, de una intervención conjunta y la consecuente dominación conjunta de México por Europa y los Estados Unidos.

La perseverancia de Hintze en esta idea no sólo respondía a su deseo de facilitar la penetración alemana en México, sino que también estaba relacionada de la manera más estrecha con su concepción general de la revolución mexicana. Esta concepción, que articuló cabalmente en este periodo, se basaba en un notorio racismo. Hintze estaba obligado, por supuesto, a reconocer ciertas causas socioeconómicas de la revolución mexicana —una de las cuales era “la rebelión de los indios contra una explotación de siglos”—, pero la revolución era para él, sobre todo, una expresión de la “inferioridad” de la raza mexicana, de su “incapacidad” para gobernarse a sí misma. Escribió:

El así llamado pueblo mexicano se compone de un conglomerado de tribus indígenas de distinta ascendencia étnica, en parte enemistadas entre sí, que suman cerca de 12 millones, una masa turbia, apática, torpe e indolente; además, 3 millones de mestizos descendientes de españoles e indios, con una considerable porción de sangre negra. Prácticamente no hay mexicanos de raza blanca pura fuera de algunos alemanes naturalizados y un número cada vez menor de otros europeos. Los mestizos, como acontece de ordinario con las razas bastardas, han heredado los vicios pero no las virtudes de las razas progenitoras, lo cual es particularmente evidente aquí debido a la adición de sangre negra.118

Esta concepción llevó a Hintze a la conclusión de que “México, abandonado a sí mismo, seguiría empantanado durante años en su periodo revolucionario, y para sacarlo de ahí hace falta la ayuda extranjera”.119 Naturalmente, no quería confiar esa “ayuda”, y con ello el dominio sobre México, a los Estados Unidos, y así sólo le quedaba una salida: “ayuda del extranjero, y eso naturalmente quiere decir todas las potencias con intereses aquí”.120

Todavía a mediados de marzo de 1914, Hintze pensaba que la “cooperación amistosa” era una posibilidad. Pero los Estados Unidos no pensaban ni remotamente en conceder a las potencias europeas ninguna posición en México, especialmente después del repliegue británico. Esto lo expresaba con toda claridad la concepción norteamericana de una intervención conjunta europeo-norteamericana en México; si tal intervención tuviera lugar, los Estados Unidos se asegurarían el dominio exclusivo sobre México y reduciría a los Estados europeos a un papel secundario. A raíz de su visita a Washington, el encargado de negocios británico en México, Hohler, le contó a Hintze que

el jefe del Estado Mayor norteamericano, Leonard Wood, había abordado esta cuestión de inmediato, y de hecho había propuesto una intervención militar conjunta de todas las potencias con intereses en México, en una forma que les habría dado a los Estados Unidos la parte deí león en cuanto al número de tropas empleadas y al mando de las operaciones, mientras que los demás países estarían en cierta medida representados por “delegaciones militares” de menor fuerza.121

Naturalmente, Hintze rechazó en forma categórica tal “cooperación amistosa”:

No tomo en serio la propuesta de Wood; ésta les asegura todas las ventajas a los norteamericanos y carga sobre los otros países participantes más de lo que les corresponde de las desventajas y recriminaciones.122

Bernstorff vio mucho más claramente la imposibilidad de una “cooperación” con los Estados Unidos tal como la proponía su colega en México. Tras una visita de Hohler en Washington, Bernstorff escribió:

Por lo demás, Hohler parece convencido de que todos esos intentos de negociación se basan en falsas suposiciones. El presidente Wilson no quiere saber absolutamente nada sobre ayuda extranjera. Él únicamente desea mano libre y toda su política está orientada hacia ello. Cualquier gestión que hagan las potencias extranjeras en Washington, sólo servirá para hacerle el juego al señor Wilson. Él podría entonces provocar en la opinión pública la agitación que necesita para imponer su voluntad en México por medio de la fuerza.123

En vista de las crecientes tensiones en Europa, la diplomacia alemana se esforzaba más aún que en el pasado por evitar un conflicto con los Estados Unidos a causa del problema mexicano. En diciembre de 1913 y enero de 1914, el Ministerio de Relaciones Exteriores rechazó las proposiciones de los representantes británico y francés referente a desembarcos conjuntos de tropas europeas en México. También Jagow, en su declaración ante el Reichstag sobre la cuestión mexicana el 17 de febrero, después del anuncio del levantamiento del embargo sobre la venta de armas norteamericanas a México, se limitó a reproducir el punto de vista norteamericano y conscientemente evitó toda crítica a la política norteamericana.124

Sin embargo, el deseo de atizar el conflicto británico-norteamericano pasó cada vez más a primer plano. A principios de marzo de 1914, el director del Deutsch-Südamerikanische Bank, Trug, comunicó al Ministerio de Relaciones Exteriores

que en Hamburgo, Londres y París se prepara una declaración de protesta por la debilidad y desunión de Europa frente a los Estados Unidos en relación con el problema mexicano. Los protagonistas del movimiento en Hamburgo son las empresas pequeñas y medianas que tienen intereses en México. Los bancos han mostrado reserva hasta ahora.

Algo desconcertado, Trug preguntaba “si se debía tratar de evitar la declaración en Hamburgo”. La respuesta del Ministerio fue inequívoca. Kemnitz escribió:

Después de consultar con el subsecretario, le aseguré al señor Trug que los interesados deberían ocuparse sobre todo de que se protestara con fuerza en Londres. En caso de que esto suceda, una declaración similar en Hamburgo no hará ningún daño.125

En la medida en que parecía consolidarse la hegemonía norteamericana en México, y en que Alemania iba siendo empujada al papel de espectador impotente, crecía la ira del kaiser contra los Estados Unidos, así como contra la Gran Bretaña y Francia, las cuales a su juicio habían traicionado los intereses europeos en México. Su cólera a este respecto se dirigía sobre todo contra la Gran Bretaña. Cuando el embajador alemán en Londres, Lischnowsky, notificó el 28 de enero de 1914 que los banqueros británicos habían propuesto al ministro de Relaciones Exteriores una intervención conjunta de la Gran Bretaña, Francia y Alemania para obligar a Huerta a renunciar, haciendo que sus representantes en México informaran a Huerta “que mientras él permaneciera en el poder, México no obtendría el apoyo de ninguna de las tres potencias”, Guillermo II se encolerizó: “¡Absolutamente no! Huerta es el único que puede mantener el orden en México; él tiene que quedarse”.126 Acerca de la afirmación de los banqueros, según la cual tal acción les proporcionaría “un puente de plata” tanto a Wilson como a Huerta, el kaiser comentó: “¡Es decir, que en lugar de que Huerta renuncie bajo presión norteamericana, nosotros los europeos debemos presionarlo en vez de los norteamericanos, para que éstos tengan mano libre! ¡Qué tontería! ¡Por lo que a mí toca, Huerta se queda!”127 Ratificó una vez más esta opinión al final del informe: “Soy de la opinión de que Huerta tiene que quedarse y ser apoyado mientras sea posible”.

El kaiser censuró fuertemente el repliegue británico en México en relación con el caso Benton. A finales de marzo recibió un informe de Bernstorff en el que éste predecía una retirada europea en México y explicaba que la política de Wilson había demostrado “que Europa carece de la unidad y la fuerza necesaria para resistir a la política norteamericana en el hemisferio occidental”.128 Aquí Guillermo II acotó al margen:

Inglaterra ha dejado brillantemente desamparada a Europa y la ha puesto en ridículo. Debió haberse unido con el Continente para defender conjuntamente los intereses de Europa en México, y de esta manera romper la Doctrina Monroe. Wilson hubiera tenido que actuar entonces y ensangrentarse las manos en México.

En un informe que llegó casi al mismo tiempo procedente de Londres y cuyo contenido era: “Se dice aquí que a las potencias europeas les faltan los medios adecuados para hacer pagar a los rebeldes por los daños causados a las vidas y propiedades de los ciudadanos europeos”, el kaiser anotó: “Si ellas no colaboran entre sí”. Y añadió al final despreciativamente: “¡ Hasta dónde ha caído John Bull!”129

El kaiser sentía el más profundo desprecio por la política de Francia en México. Comentó así mordazmente la información procedente de París, según la cual el gobierno francés no tenía ninguna intención de proceder contra los Estados Unidos en México: “¡Qué dócil se ha vuelto la France!”.130 La política de Wilson también seguía arrancándole airados comentarios. Acerca de una información de Bernstorff según el cual Wilson había expresado ante el Senado norteamericano que era necesario “proceder enérgicamente en México y ganarse al aliado de Inglaterra, el Japón, así como al resto de Europa haciendo concesiones en materia aduanera en el Canal”, advirtió: “¡A mí no han de ganarme, yo no me dejo sobornar!”131 A los rebeldes los calificaba de “banda de ladrones”,132 mientras afirmaba una y otra vez que Huerta era el único que podía imponer “ley y orden” en México.

EL CASO DEL YPIRANGA

La diplomacia alemana había fracasado en todos sus esfuerzos por lograr un acuerdo entre el régimen de Huerta y los Estados Unidos o bien una “cooperación amistosa” que le hubiera asegurado a Alemania una influencia decisiva en México. El único “éxito” que pudo apuntarse fue evitar un conflicto con los Estados Unidos a causa de México.133

Este éxito cabe atribuírselo sobre todo a Hintze, quien practicó magistralmente el arte del juego diplomático. Poseía la habilidad de guardarse astutamente sus verdaderas opiniones y crear en sus interlocutores, a través de alusiones y comentarios que no decían nada y en nada lo comprometían, la impresión de que estaba totalmente de acuerdo con ellos. Había logrado ganarse simultáneamente la amistad y la confianza de Madero y de Henry Lane Wilson. En el periodo huertista realizó su obra maestra. Entonces no sólo fue el confidente tanto de Carden como de Lind, sino que era considerado como aliado por el mismo Huerta, mientras que los revolucionarios lo vieron siempre como un amigo de Madero.

La intervención norteamericana en México y el incidente del barco alemán Ypiranga, relacionados entre sí, parecieron poner en tela de juicio el “éxito” que inspiraba tanto orgullo, si es que no lo convirtieron simplemente en motivo de escarnio.

El comienzo de las disputas mexicano-norteamericanas tras el incidente de Tampico había puesto ya a la diplomacia alemana en una situación embarazosa. Si Alemania se oponía a los Estados Unidos, tal actitud conduciría a crear tensiones con ese país, que Alemania quería evitar. Pero si renunciaba totalmente a oponerse a la política norteamericana, ello sería interpretado tanto en México como en toda América Latina, donde el proceder norteamericano había provocado las más fuertes protestas, como un reconocimiento de la Doctrina Monroe y de la hegemonía de los Estados Unidos en toda América Latina.

Si bien el Ministerio de Relaciones Exteriores no tomó ninguna posición respecto al conflicto mexicano-norteamericano y sólo continuó expresando sus esperanzas de un pronto arreglo, la mayor parte de la prensa alemana lanzó los más severos ataques contra los Estados Unidos. La magnitud de los ataques se reflejó en el telegrama que Bernstorff envió desde Washington el 18 de abril:

La prensa norteamericana comienza a quejarse de la actitud de los periódicos alemanes, que supuestamente toman partido contra los Estados Unidos en el conflicto con México. Si es posible influir en ello, sería muy deseable en mi opinión evitar que se repita la batalla periodística que tuvo lugar durante la guerra española. El efecto de tal batalla sería ahora más perjudicial aún que entonces, dado que no parece haber nada más que ganar para nosotros en México en lo futuro.134

El diario oficioso Norddeutsche Allgemeine Zeitung tuvo en consecuencia que esforzarse por marcarle ciertos límites a la prensa alemana.

No obstante, los ataques periodísticos no habían sido mal acogidos en el Ministerio de Relaciones Exteriores. El mismo día que llegó a Berlín el telegrama de Bernstorff sobre las quejas norteamericanas contra la prensa alemana, el Ministerio recibió un informe del ministro alemán en Chile, Erckert, en el que se advertía sobre el peligro contrario:

Los despachos de prensa norteamericanos desde hace algunos días muestran la tendencia a poner a los países latinoamericanos contra nosotros mediante insinuaciones de que nosotros aprobamos la política de los Estados Unidos hacia México. Solicito enérgica contraofensiva a través del servicio de cables, tomando en cuenta a Washington.135

El Ministerio tenía ahora un juego más fácil y podía usar a la prensa alemana. Indicó a su ministro en Chile que hiciera destacar en los periódicos de ese país los ataques norteamericanos contra la prensa alemana en relación con México.136

Este cuidadoso juego de estrategia se vio súbita y violentamente trastornado por el asunto del Ypiranga.

A finales de febrero y principios de marzo de 1914, una serie de bancos ingleses y franceses habían decidido apoyar a Huerta, cuya situación se hacía cada vez más difícil, con dinero y suministros de armas. Era imposible un préstamo oficial como el que ya se había concedido en enero de 1914, pues el gobierno británico, que a finales de 1913 había iniciado ya su repliegue en México, y el gobierno francés, que no quería provocar ningún conflicto con los Estados Unidos a causa de México, se habían manifestado, bajo presión norteamericana, en contra de otorgar cualquier préstamo a Huerta.137 Así pues, un préstamo oficial hubiera puesto a los bancos en conflicto no sólo con los Estados Unidos sino también con sus propios gobiernos. Los bancos salvaron este escollo negociando no con un representante oficial del gobierno huertista, sino con un intermediario privado. Este prestanombre fue el negociante norteamericano De Kay, un hombre de confianza de Huerta. Se decía que Huerta lo había caracterizado con la siguiente frase cínica: “La gente decente no trata conmigo, en consecuencia tengo que gobernar con los canallas”.138

De Kay vendió el 51% de las acciones de su empresa, la National Packing Company, que estaba casi totalmente en bancarrota, al gobierno mexicano139 y recibió a cambio bonos del préstamo de junio de 1913, que todavía no habían sido vendidos, por valor de 3.5 millones de libras esterlinas, de los cuales dos millones deberían ser utilizados para la compra de armas.140 Estos bonos no tenían oficialmente ningún valor, pues a causa de la presión norteamericana los bancos ingleses y franceses no los habían aceptado secretamente, colocándolos en un banco suizo para desviar toda sospecha y también para no tener que pagar impuestos en sus propios países. El jefe del Estado Mayor suizo, quien informó de estos hechos al embajador alemán en Berna, tenía la impresión de “que el negocio había sido promovido principalmente por los ingleses, y que Inglaterra le prestaba con ello un tremendo servicio al gobierno de Huerta”.141 El representante del grupo financiero inglés que tramitó esta operación era Neville Chamberlain.142

La mayor parte de las armas se compraron en Francia a las Cartoucheries Françaises y a Saint Chamont. Pero dado que estas fábricas no podían satisfacer todo el pedido, el gobierno francés ayudó con armas y municiones a Huerta. La firma inglesa Wickers and Armstrong también recibió un pedido y además se compraron armas en Suiza y en los mismos Estados Unidos. Sin embargo, parece ser que no se compraron armas en Alemania.143

Estas armas y municiones se combinaron con otro envío de armas cuya procedencia era muy distinta pero igualmente envuelta en el secreto. En el otoño de 1913 Woodrow Wilson había prohibido todo envío de armas a México. Para burlar esta prohibición, Huerta, hacia fines de 1913, había nombrado a un intermediario extranjero para que le comprara armas en Estados Unidos. León Rast, vicecónsul ruso, fue empleado para dicho fin por Huerta, quien le proporcionó amplios fondos y lo envió a los Estados Unidos. Allí compró una gran cantidad de armas para el presidente mexicano, pero a fin de ocultar su destino, las envió al puerto ruso de Odesa. De allí fueron enviadas en otro barco a Hamburgo, donde fueron nuevamente transbordadas, esta vez a un buque alemán que se dirigía a México, el Ypiranga, perteneciente a la mayor línea naviera alemana, la Hamburg Amerika, conocida generalmente como Hapag.144

Es difícil determinar por qué se escogió para este fin una línea naviera alemana. En 1917 De Kay le dijo a un diplomático alemán que se había elegido a la Hapag por tener conexiones cómodas con México.145 Puede haber habido otro motivo que De Kay, por razones obvias, hubiera preferido no revelar a un representante alemán.

Era evidente para los bancos ingleses y franceses que un embarque de armas a Huerta, por bien disfrazado que estuviera, podía provocar un conflicto con los Estados Unidos, algo que sus gobiernos querían evitar a toda costa debido a las crecientes tensiones en Europa. Los proveedores de armas tomaron pues la astuta medida de contratar a una compañía naviera alemana, la Hapag, para que transportara las armas a México. Supusieron correctamente que de esta forma el gobierno alemán podría fácilmente ser involucrado en una disputa entre la compañía naviera alemana y el gobierno norteamericano, y que finalmente sería el imperialismo alemán el que aparecería ante los norteamericanos como el culpable principal del envío de armas a Huerta.

Los barcos Ypiranga y Dania, de la Hapag, cargaron las armas en Hamburgo y zarparon rumbo a México. El Ypiranga debía llegar a México y, quizás por haberse enterado de que en caso de un conflicto con los Estados Unidos el primer barco que arribara a México sería revisado con extremo cuidado, se le cargó casi exclusivamente con armas de procedencia norteamericana.146

Wilson fue informado del inminente arribo del Ypiranga en la noche del 21 de abril de 1914. En consecuencia ordenó ocupar inmediatamente la aduana de Veracruz para impedir el desembarco de las armas. Cuando el Ypiranga atracó en Veracruz, el capitán recibió de inmediato la orden por parte de los norteamericanos de no descargar y de permanecer en Veracruz hasta nuevo aviso.

En ese momento, el crucero alemán Dresden se encontraba anclado en el puerto de Veracruz. Su comandante, que temía una confiscación del Ypiranga por parte de los norteamericanos, requisó el barco para el servicio del Reich, destinándolo al transporte de refugiados. Así el barco pasaba a formar parte de la flota alemana y quedaba a salvo de una confiscación. El capitán del Dresden comunicó esta medida al almirante norteamericano Fletcher y declaró al mismo tiempo “que el capitán del Ypiranga tiene órdenes de no descargar”.147 No se podría hacer otra cosa mientras el barco estuviera al servicio del Reich, dado que de otra manera el gobierno alemán hubiera tenido que cargar oficialmente con la responsabilidad de dicha medida.

Un día más tarde, Bernstorff visitó el Departamento de Estado y presentó allí una protesta por la confiscación temporal del Ypiranga.148 Consideraba que ello era una violación del derecho internacional dado que no existía un estado de guerra entre Estados Unidos y México ni se había impuesto ningún bloqueo. Bryan le dijo oficialmente al respecto

que a causa de un malentendido el almirante Fletcher se había excedido en el cumplimiento de sus órdenes al ordenarle al capitán de un barco mercante alemán que no saliera del puerto de Veracruz con las armas destinadas al general Huerta.149

Se le informó a Bernstorff que Flechter había recibido órdenes de disculparse con el capitán del Ypiranga. Al mismo tiempo, Bryan manifestó que el gobierno norteamericano ciertamente esperaba que las armas fueran descargadas en Veracruz, donde quedarían bajo control norteamericano, pero que no se arrogaba el derecho de retener las armas.

Esta disculpa llegó al Ministerio de Relaciones Exteriores varios días antes de que un dictamen de su departamento jurídico asentara que, desde el punto de vista del derecho internacional, la posición norteamericana era inexpugnable y cualquier protesta alemana sería injustificada.150

La actitud norteamericana frente a la diplomacia alemana, notablemente cortés y conciliatoria, respondía sin duda al deseo de impedir que Huerta recibiera las armas transportadas por el barco alemán. Dado que el gobierno norteamericano no deseaba ocupar todo México, y además quería evitar un estado de guerra oficial con México, que hubiese sido el resultado de un bloqueo, necesitaba la avenencia del gobierno alemán para impedir el suministro de armas a Huerta. La disculpa oficial y la declaración de que los Estados Unidos no podían forzar el desembarco de las armas, tenían por objeto facilitarle al gobierno alemán tomar tales medidas sin pérdida de prestigio.151

Un día después de haber sido presentada la disculpa norteamericana, Bryan visitó a Bernstorff y solicitó del gobierno alemán la promesa de que las armas que se encontraban a bordo del Ypiranga no serían entregadas a Huerta. En Berlín, sin embargo, no se dio ningún paso en este sentido; simplemente se le pidió una explicación al director de la Hapag, Ballin. Éste contaba evidentemente con una expansión de la guerra mexicano-norteamericana y respondió al gobierno “que el cargamento de armas y municiones del Y piran ga probablemente sería reexpedido a Alemania”.152 El Ministerio de Relaciones Exteriores transmitió esta información a Washington. Pero, dado que no notificó que se trataba únicamente de una decisión de la directiva de la Hapag, el Departamento de Estado supuso que se trataba de una resolución gubernamental. Wilson expresó oficialmente su agradecimiento al gobierno alemán,153 y el gobierno norteamericano llegó incluso a impedir, después que el Ypiranga llegó a Tampico, que las armas fueran confiscadas por los revolucionarios,154 quienes acababan de ocupar la ciudad.

Inicialmente, tras la ocupación norteamericana de Veracruz, Hintze se había opuesto, ante la dirección de la Hapag, al suministro de armas a Huerta. Temía específicamente que el desembarco de las armas condujera a una intensificación de la guerra.

Desde hace algún tiempo —informó— existe un armisticio de facto entre los federales y los rebeldes, porque desde finales de abril (debido al embargo) estos últimos han dejado de recibir municiones de los Estados Unidos y porque los primeros han agotado sus existencias: nosotros tenemos un interés prioritario en mantener este armisticio, debido a los alemanes que viven en el país y que se encuentran seriamente amenazados por las hostilidades entre ambos bandos. El deseo y la necesidad de los alemanes residentes aquí, consisten en no prolongar la agonía del actual gobierno.155

Por otra parte, Hintze preveía que el desembarco de las armas podría acarrear dificultades con los Estados Unidos.

Nuestros rivales no dudarían en hacer aparecer la entrega de las armas del Bavaria y del Ypiranga como una violación de nuestra hasta ahora correcta actuación y explotarla en Washington como “ambigüedad” o “hipocresía”. Me refiero particularmente a Inglaterra, que tiene motivos para querer desviar la atención de los repetidos fiascos de su política aquí. Él ministro inglés ya se ha manifestado ante otras personas en un tono que justifica mis temores.156

Después de que el gobierno huertista ofreció mayor remuneración a la firma Martin Schróder, que se había hecho cargo oficialmente del envío de las armas, y a la Hapag, ambas compañías empezaron a presionar para que se entregaran las armas a Huerta.157 El 17 de mayo el representante de la Hapag en México, Heynen, se dirigió a Hintze y pidió permiso para descargar las armas en Puerto México, que se hallaba aún bajo el control de Huerta.158

Hintze consultó entonces a Berlín, pero evitó exponer sus propias reservas. La respuesta del Ministerio de Relaciones Exteriores también fue ambigua. El gobierno deseaba permitir el desembarco de las armas, pero no aprobarlo explícitamente. Se le comunicó a Hintze que la Hapag no había hecho ninguna solicitud al Ministerio y que por lo tanto éste no podía tomar ninguna decisión sobre este asunto.159

Hintze interpretó correctamente este comunicado, como lo revela su carta del 3 de junio al Canciller del Reich:

La decisión de Vuestra Excelencia dejó en manos de la Hamburg-Amerika-Linie la solución del problema del cargamento del Ypiranga. Yo he deducido de ello que Vuestra Excelencia considera el futuro manejo de este problema como un asunto privado.160

A pesar de sus reservas, Hintze hizo entonces todo lo posible porque las armas llegaran sin dificultad a Puerto México. Casi el mismo día en que escribió en su diario: “Me parece que esto satisface los propósitos de la firma M. Schröder y de los otros vendedores de armas, pero difícilmente los de la Hamburg-Amerika-Linie o de los alemanes residentes aquí, porque ello prolonga la agonía del gobierno de Huerta”,161 efectuó una maniobra para sacar las armas de Veracruz.

Los norteamericanos sabían que el Ypiranga bajo ninguna circunstancia sería descargado mientras el barco se hallara al servicio del Reich. Hintze aprovechó esto para sus propios fines. Manifestó:

Cuando el 17 de mayo declaré al Ypiranga liberado del servicio del Reich por considerarlo innecesario para transportar refugiados, le indiqué al cónsul del kaiser en Veracruz que mantuviera esto en secreto ante los norteamericanos y otras autoridades para evitarle al barco y a nosotros mismos dificultades que no podrían derivarse de su cargamento. La bandera de servicio del Reich fue arriada cuando el barco salió de Veracruz hacia Puerto México el 25 de mayo.162

Este procedimiento le pareció excesivo incluso al Ministerio de Relaciones Exteriores, cuyo asesor en el asunto, Kemnitz, criticó las instrucciones de Hintze de mantener en secreto la baja del Ypiranga del servicio del Reich, con las siguientes palabras: “Mejor hubiera sido evitar esta orden”. Y acerca del arriamiento de la bandera del Reich el 25 de mayo, observó: “Debió hacerse antes”.163

Las razones del comportamiento de las autoridades alemanas y de la Hapag en lo referente al desembarco de las armas en Puerto México, no son claras. ¿Por qué Hintze no manifestó las dudas que tenía al respecto en su telegrama del 17 de mayo, en el que pidió una definición del Ministerio de Relaciones Exteriores respecto al desembarco del cargamento de armas del Ypiranga? ¿Por qué el Ministerio, que estaba informado tanto a través de la prensa como por un informe del agregado naval en Washington sobre los móviles del ataque a Veracruz, dejó una decisión tan importante en manos de la Hapag? Además, ¿por qué la compañía naviera puso en peligro sus grandes intereses en los Estados Unidos por hacer llegar a Huerta un cargamento de armas?

Es posible que tanto Hintze como el Ministerio desearan evitar un conflicto con la poderosa Hapag, tanto más cuanto que estaban convencidos de que la compañía naviera no haría nada que pusiera en peligro sus intereses en los Estados Unidos. En cuanto a la propia Hapag, es posible que su juicio haya sido nublado por la perspectiva de una buena ganancia. No hizo ningún esfuerzo por informarse con sus representantes en los Estados Unidos o en el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán sobre la actitud del gobierno norteamericano, sino que se fio exclusivamente de su representante en Veracruz, Heynen. El 23 de mayo, la gerencia de Hapag le había cablegrafiado a Heynen expresando su esperanza de que no habría dificultades para desembarcar las armas en Puerto México y que los norteamericanos no pondrían obstáculos. No fue sino hasta el 29 de mayo, después de que la mayor parte de las armas había sido descargada, cuando se pidió a Heynen su opinión sobre el asunto: “Favor de confirmar por vía cablegráfica que Gesandten y las autoridades norteamericanas en Veracruz han retirado su oposición antes de descargar municiones en Puerto México”.164 Heynen respondió que los norteamericanos no le habían dado a entender que se opondrían al desembarco de las armas en Puerto México.

Esta conducta de las autoridades alemanas, así como de la Hapag, puede haberse basado en una apreciación errónea de la política norteamericana. Bryan había considerado la opinión del gerente de la Hapag, Ballin, que Bernstorff había transmitido, en el sentido de que las armas del Ypiranga serían devueltas a Alemania, como un compromiso obligatorio del gobierno alemán.165 En parte por este compromiso supuesto y en parte porque no existía un estado de guerra entre México y los Estados Unidos, Bryan no instruyó a las autoridades norteamericanas en Veracruz que impidieran al Ypiranga sacar su carga de ese puerto,166 aunque las autoridades norteamericanas habían sugerido a la Hapag desembarcar las armas en Veracruz, donde hubieran quedado bajo control norteamericano. Algunos diplomáticos y hombres de negocios alemanes pueden incluso haber supuesto que los Estados Unidos deseaban entonces que las armas le fueran entregadas a Huerta, en vista de las crecientes tensiones con los revolucionarios después de la ocupación norteamericana de Veracruz. Hintze explicó el hecho de que las autoridades norteamericanas no le hubiesen impedido al Ypiranga salir de Veracruz con su cargamento de armas como un viraje en la política de los Estados Unidos. Hintze supuso que la enérgica protesta de Carranza por la ocupación norteamericana de Veracruz “había fortalecido un tanto la posición de Huerta en los Estados Unidos, pues a éstos naturalmente no les conviene tener en México a un Carranza fuerte en lugar de un Huerta”.167 También la Hapag le manifestó al antiguo canciller del Reich y representante de éste en Hamburgo, Bülow, “que Washington, donde en abril había descontento con el comportamiento de los jefes rebeldes Villa y Carranza, tenía el propósito de que por algún tiempo Huerta permaneciera más firmemente en su puesto”.168

El cargamento del Ypiranga fue desembarcado el 28 de mayo en Puerto México. Llegaron allí al mismo tiempo los vapores de la Hapag Bavaria y Dania, ambos cargando armas para Huerta. En total, el gobierno huertista recibió más de 20 000 fusiles y 15 000 cajas de municiones.169 La diplomacia alemana había fracasado en todas sus gestiones respecto a México. La única excepción fue su esfuerzo por evitar un conflicto con los Estados Unidos. La entrega de las armas a Huerta amenazaba entonces con destruir el único “éxito” de la diplomacia alemana.

Las pesimistas predicciones de Hintze pronto se cumplieron íntegramente. En los Estados Unidos se desató una tormenta de protestas contra el gobierno alemán, que junto con la Hapag fue atacado de la manera más violenta por la prensa norteamericana. El New Evening Post habló directamente de una “infidencia” por parte del Reich alemán. Desconcertado, el cónsul alemán en Nueva York comunicó:

Todos los periódicos locales que he visto anoche y hoy en la mañana, se muestran indignados por el hecho de que los vapores Ypiranga y Bavaria, pertenecientes a la Hamburg-Amerika-Linie, aparentemente han descargado en los últimos días en Puerto México armas y municiones destinadas al general Huerta.170

Los ministros austriaco y británico en México, “el último no sin malicioso regocijo”, le mostraron a Hintze los telegramas de sus colegas en Washington, en los que se informaba que el gobierno norteamericano estaba “furioso por la entrega a Huerta de armas transportadas en el Ypiranga y el Bavaria”.171 El agregado naval alemán en Washington, Boy Edd, escribió:

Parece dudoso que tal medida fuera deseable desde el punto de vista de los intereses alemanes. No sólo los círculos gubernamentales norteamericanos, sino también la opinión pública, ven con muy malos ojos la acción de la línea naviera alemana. Especialmente en el ejército y en la marina hay gran disgusto por el asunto del Ypiranga.172

Bryan se mostró particularmente molesto ante Bernstorff por la conducta de la Hapag

porque él había dado por sentado que las armas no serían desembarcadas. El Ypiranga había tocado también en Tampico y el gobierno norteamericano les había impedido a los constitucionalistas confiscar el cargamento del barco. Finalmente, el incidente le era particularmente desagradable a Bryan porque ahora resultaba difícil negarles armas a los constitucionalistas.173

Los alemanes intentaron hacer recaer la culpa en los representantes de la Hapag en Veracruz. Bernstorff le dijo a Bryan que

la responsabilidad del desembarco del cargamento del Ypiranga incumbía exclusivamente al representante de la línea en Veracruz, quien había creído que en vista del cambio en la situación, los norteamericanos no se oponían al desembarque de las armas.174

En un comunicado destinado a la prensa oficiosa alemana, se afirmó al mismo tiempo:

que si las autoridades norteamericanas hubieran dejado saber que se oponían a la descarga en Puerto México, es obvio que la Hamburg-Amerika-Linie, dados los grandes intereses que tiene en los Estados Unidos, habría tomado en cuenta tal actitud.175

El caso del Ypiranga amenazaba con tener consecuencias muy desagradables para la Hapag. Cuando sus dos barcos regresaron a Veracruz, las autoridades norteamericanas les impusieron multas aduanales por 118 000 marcos.176 Al mismo tiempo, un representante de los constitucionalistas le comunicó al agregado naval alemán en Washington “que la línea Hamburg-Amerika-Linie se vería enfrentada a tremendas complicaciones en sus actividades navieras y comerciales bajo un régimen constitucionalista”.177

Pronto se demostró que las preocupaciones alemanas por las consecuencias del caso del Ypiranga eran exageradas. A pesar de la virulenta reacción inicial norteamericana, el asunto no tuvo mayores consecuencias y pronto fue olvidado. Uno de los motivos principales de esta actitud del gobierno norteamericano, sorprendente en un primer momento, fue la política alemana en México, cuyos objetivos en mayo y junio de 1914 coincidían en general con los de los norteamericanos por primera vez desde la caída de Madero.

INTENTOS ALEMANES DE MANIPULAR Y DE EXPULSAR A HUERTA

Para la diplomacia alemana no existía ya ninguna duda de que Huerta y su gobierno estaban liquidados. Huerta estaba militarmente derrotado, y además el creciente peligro de guerra en Europa —sólo faltaban semanas para el estallido de la guerra mundial— descartaba totalmente cualquier ayuda a Huerta por parte de las potencias europeas, ayuda que ya desde antes se había juzgado imposible.

Huerta, que había abrigado la esperanza, después del desembarco de las armas del Ypiranga, de apoyarse en Alemania frente a los Estados Unidos, también tuvo que admitir esto. El 29 de mayo mandó llamar a Hintze y le dijo que

Inglaterra se había portado al principio, muy bien con él, pero luego lo había abandonado; que los franceses eran un gran pueblo, pero no habían hecho nada por él. Que Alemania se asfixiaba en sus fronteras, que debería anexarse a Austria y a Dinamarca. Los enemigos naturales de Alemania eran Inglaterra y Rusia. Alemania quería colonizar y necesitaba petróleo. Él le ofrecía a Alemania 150 000 kilómetros cuadrados de territorio y los campos petroleros de Tampico, los cuales les serían quitados a los norteamericanos de manera legal.178

No es improbable que estas esperanzas de Huerta se apoyaran, al menos en parte, en las propuestas que dos meses antes había hecho Hintze al ministro de Educación, García Naranjo.

García Naranjo informa en sus memorias que a finales de marzo o principios de abril, Hintze lo había invitado a una larga conversación.179 En este tiempo, los diputados huertistas en el Congreso mexicano habían presentado un proyecto (en realidad nunca tomado en serio) para la nacionalización de los campos petroleros mexicanos, probablemente como medio para presionar tanto a los Estados Unidos como a la Gran Bretaña, y para darle al gobierno un “cariz nacionalista” ante la población. En su conversación con García Naranjo, Hintze se manifestó contra una nacionalización de los campos petroleros, lo cual tenía por irrealizable. Por el contrario, instó al gobierno mexicano a nacionalizar el sistema de transportes del petróleo, es decir los oleoductos y los buques tanques, y a fundar una sociedad anónima correspondiente con un capital de 400 millones de marcos.

“Si el Gobierno aceptara lo que sugiero podría organizar una compañía semejante a la de los Ferrocarriles Nacionales, reteniendo para sí el 51 por ciento de las acciones y poniendo en el mercado el 49 por ciento restante; y esto seguro de que bastaría una semana para que se colocaran en Berlín todos estos valores. Y tengo la certidumbre de la colocación porque S. M. Guillermo II sería el primero en comprar un número considerable de acciones.”180 Hintze manifestó además, según García Naranjo, que con ello el gobierno mexicano no sólo obtendría una gran fuente de ingresos, sino que también tendría la posibilidad de controlar efectivamente las fuentes de ingresos de las grandes compañías petroleras.

Estas proposiciones no son mencionadas ni en el diario de Hintze ni en sus informes al Ministerio de Relaciones Exteriores. Esto no excluye, por supuesto, la posibilidad de que haya hecho tales proposiciones. Es posible que haya actuado por encargo directo de Guillermo II; esto podría inferirse de la mención de la compra de acciones por parte del kaiser, y del hecho de que este último, hasta 1914, intervino directamente dos veces en los asuntos mexicanos. Pero también pudo tratarse de una iniciativa personal de Hintze, que no transmitió a Berlín debido a su fracaso. Lo que nos informa García Naranjo parece ser verdad porque este proyecto coincidía con los objetivos tanto económicos como políticos de Hintze. Como miembro de la marina imperial, Hintze tenía especial interés en los asuntos petroleros. Al ministro austriaco en México le había manifestado su convicción de que a iniciativa de la marina alemana, se esperaban grandes inversiones alemanas en la industria petrolera mexicana;181 él también había impulsado enérgicamente la misión del ingeniero petrolero Wunstorff en búsqueda de petróleo. Es muy posible que después de que el Deutsche Bank se retiró de la industria petrolera mexicana, Hintze haya buscado nuevos medios de asegurarle a Alemania una mayor influencia en esta esfera.

Si el gobierno mexicano hubiera aceptado las proposiciones de Hintze, a Alemania se le habrían abierto muchas posibilidades de acción en México. Habría conseguido, sin grandes inversiones de capital y sin un ataque directo a las propiedades norteamericanas en México (sólo un pequeño oleoducto y ningún campo petrolero había de ser expropiado con compensación, y el gobierno mexicano poseería, como en el caso de los ferrocarriles, la mayoría de las acciones) ventajas decisivas a expensas tanto de la Gran Bretaña como de los Estados Unidos. La posición alemana en la “cooperación amistosa” que buscaba Hintze se habría fortalecido enormemente aun antes de que él hubiese articulado el proyecto. En caso de una oposición norteamericana o británica demasiado fuerte, a Alemania siempre le quedaba la posibilidad de replegarse a cambio de compensaciones norteamericanas o británicas adecuadas, ya fuera en México o en otra parte.

García Naranjo transmitió a Huerta y a los ministros Lozano y Moheno las proposiciones de Hintze. Huerta manifestó un gran interés en el proyecto, pero insistió en incluir a Inglaterra. Aparentemente dijo:

Lo que no me gustaría del Imperio Germánico sería que pretendiera ser el único socio de México en una empresa tan trascendental. A mi modo de ver, les debemos dar a los capitales franceses y británicos, la oportunidad de comprar acciones. Sobre todo, no hay que olvidar que si el Departamento de Estado de Washington nos hostiliza injustamente, Inglaterra nos ha dado pruebas múltiples de amistad sincera. Sería por tanto, una inconsecuencia, pasar por encima de los intereses británicos sin convidarlos a formar parte de la empresa que se trata de establecer. En resumen, las acciones de la Compañía de Transportes no se deben colocar exclusivamente en Berlín, sino también ponerse a la venta en los mercados de París y de Londres.182

Lozano, Moheno y García Naranjo opinaban que todo el proyecto era peligroso. García Naranjo dijo:

Lozano, Moheno y yo estuvimos de acuerdo en que México nada tenía que ver en un posible choque de potencias europeas: lo que nos interesaba era la posición de cualquiera de ellas frente a los Estados Unidos. Por eso, al embarcarnos en una aventura antibritánica, corríamos el riesgo de que el Imperio Anglosajón se pusiera al lado de Woodrow Wilson.183

Aunque a Moheno se le encargó examinar las posibilidades del proyecto, nunca llevó a cabo las negociaciones correspondientes con Hintze. No es improbable que el gobierno mexicano haya estado en contacto con representantes ingleses, los cuales naturalmente habrían rechazado de plano un proyecto que limitaba los derechos de sus compañías en México y les abría la industria petrolera a sus rivales alemanes.

Las proposiciones de Hintze sin duda le revelaron a Huerta el interés potencial de Alemania por el petróleo mexicano. Cuando percibió claramente, después del ataque norteamericano a Veracruz que ya no podía apoyarse en los ingleses, ofreció a Alemania los campos petroleros norteamericanos en México para ganársela como aliado contra los Estados Unidos. Sin embargo, esta oferta, presentada el 25 de mayo en la conversación con Hintze, era del todo inaceptable para Alemania, que jamás se hubiera arriesgado a un ataque frontal unilateral contra los Estados Unidos en México. Y en mayo de 1914, cuando la posición de Huerta se había hecho insostenible y cuando sobre todo, el peligro de guerra en Europa se hacía cada vez más amenazante, tal proceder era absolutamente inconcebible.

Al responder al ofrecimiento de Huerta, Hintze le dio a entender esto sin ambages:

Los intereses de Alemania, como los de muchas otras potencias europeas, radican en un México feliz y próspero: pues con un México así prosperarían también los intereses comerciales europeos. Con todo, la representación de estos intereses económicos ha sido constreñida por la actual coyuntura política, de tal suerte que si bien podría manifestarse a través de una firme acción diplomática o de servicios amistosos; habría que marcar un alto antes de dar pasos más activos. Las razones de esto son los antagonismos en Europa, el incesante rearme europeo, la dinamita política en diversas partes de Europa, todo lo cual es el material para una guerra inminente y explosiva en la que estaría en juego la existencia misma de algunas naciones. Bajo tales circunstancias cada nación se cuida de no extenderse demasiado por el mundo. Si alguná de las naciones europeas lo hiciera, cualquiera que fuese, ello sería señal de ataque para otro país. No por enemistad con México, sino porque querría y tendría que utilizar el momento de debilidad de su rival. Hasta donde yo alcanzo a discernir —y no hablo como ministro alemán, sino como un viejo soldado a otro— Huerta no tiene nada que esperar de Europa, a no ser una discreta ayuda diplomática.184

La diplomacia alemana, al igual que la norteamericana, consideraba como la mejor solución un acuerdo entre el gobierno huertista y Carranza bajo la égida de los Estados Unidos. Al igual que los norteamericanos, Hintze veía en ello el único medio de detener al menos a la revolución triunfante, de salvar del derrumbe total del sistema huertista algunos elementos del mismo, y de evitar que los revolucionarios más radicales, Villa y Zapata, ocuparan la ciudad de México. Tal acuerdo tendría que ser concluido lo más rápidamente posible, según se lo comunicó Hintze al ministro de Relaciones Exteriores de Huerta, Esteva Ruiz, “o seremos barridos por los villistas y los zapatistas”.185

El prerrequisito de tal acuerdo era la renuncia de Huerta. Hintze trabajó sin descanso con este fin y en ello contó con el pleno apoyo del Departamento de Estado norteamericano. Primero intentó convencer a Huerta de la necesidad de su renuncia. Ya el 28 de mayo le pidió que llegara a un acuerdo con los revolucionarios “sin consideración por su persona”.186 Huerta, que no quería llegar a un rompimiento con Hintze, con cuya ayuda contaba para una fuga eventual, asintió aparentemente, pero en lo íntimo no pensaba en renunciar. El estímulo de Carden y sobre todo la llegada de las armas a bordo del Ypiranga, el Bavaria, y el Dania, le infundieron esperanzas de poder mantenerse en el poder.

Hintze, sin embargo, no renunció a sus intentos de influir en Huerta; antes al contrario, cada vez fue más directo y explícito. El 9 de junio visitó al dictador y le dijo

que su juego había terminado y que ahora se trataba de encontrar una salida que le asegurara un futuro a él o a la nación […] La nación y el ejército se encuentran agotados y hartos de la guerra; me asombra que un hombre de su inteligencia no se percate de esto; usted debe darle un respiro a la nación. Sus medios violentos han fracasado; le quedan otros medios que son por lo menos igualmente efectivos. Su preocupación por no mostrar debilidad y por anteponer el honor a todo, es insostenible. De lo que se trata aquí no es amor propio u honor, se trata de la existencia de la nación mexicana y de la propia existencia de usted. Lo que usted debe hacer en este momento es reculer pour mieux sauter, lo que yo traducía como ceder para saltar mejor.* 187

Pero Huerta aún se hacía ilusiones. Esperaba que los norteamericanos finalmente acudieran en su ayuda como un contrapeso a los revolucionarios.

Como amigo, quiero decirle el secreto de mi política: el término de la conferencia y sus resoluciones significarán la erupción del caos aquí, y todo el mundo me llamará a ocupar otra vez mi puesto; no les digo esto a mis ministros, pero a usted sí se lo digo, vendrá una anarquía total y el pueblo clamará por mí.188

Hintze finalmente consiguió que Huerta declarara en principio su disposición a renunciar si los revolucionarios y los Estados Unidos se ponían de acuerdo sobre un candidato presidencial aceptable para él. En ese momento todavía se resistía con vehemencia a presentar su renuncia incondicional.

Hintze no se había limitado a influir directamente en Huerta. Al mismo tiempo intrigaba con los ministros de éste e intentaba incitarlos a deponer a Huerta con o sin violencia. En compañía del representante brasileño en México, Cardoso, quien tras el rompimiento de las relaciones mexicano-norteamericanas había venido representando los intereses de los Estados Unidos, Hintze fue a ver al ministro de la Guerra, Blanquet, quien en otro tiempo había jugado un papel decisivo en el derrocamiento de Madero. Hintze escribió dicha conversación en su diario. Según éste, ambos diplomáticos le dijeron al ministro:

que cada hombre tiene su momento. A continuación argumentamos con hechos la imposibilidad de que México haga la guerra: no hay soldados, ni oficiales, ni armas, ni municiones, ni dinero. Damos a entender claramente que la primera exigencia de Norteamérica para llegar a un acuerdo sería con toda probabilidad la eliminación de Huerta […] Blanquet dice literalmente: “La guerra no nos conviene”, y está de acuerdo con nosotros en que Huerta tendría que irse antes de que los Estados Unidos hagan la misma exigencia. Recordándole su pasado como compañero de armas de Huerta, le decimos que él —Blanquet— sería el hombre indicado para convencer a Huerta. Blanquet ensaya de inmediato las frases que quiere decirle a Huerta, en voz alta, como acostumbran las gentes de edad, hablando siempre de “tú” […] Nos despedimos asegurándonos mutuamente discreción y amistad. Blanquet repite: Huerta teñirá que renunciar por el bien público.189

Esta reunión tuvo lugar antes de la llegada del Ypiranga y del Bavaria. Cuando los barcos descargaron las armas, Blanquet cambió de parecer: pensó que ahora tenía fuerza suficiente para vencer a los revolucionarios.190 Pero aún antes de que la conspiración con Blanquet fracasara definitivamente, Hintze había intentado ganarse para planes parecidos a otro ministro del gobierno huertista, el ministro de Relaciones Exteriores López Portillo.

La mañana del lo. de mayo, Hintze habló con López Portillo. Le comunicó entonces el siguente análisis de la situación:

Estoy considerando cuidadosamente la situación. En un platillo de la balanza está la imposibilidad que tiene México de hacer la guerra, y en caso de perder una guerra, la existencia de la nación mexicana y del Estado mexicano quedarían en peligro. En el otro platillo están los intereses personales de un solo hombre, que ha hecho todo lo posible por traer la paz al país y que ha naufragado en su intento. López Portillo dijo con entusiasmo: “Ésa es la situación, sí, precisamente”.191

Tras esta conversación, López Portillo se dedicó a movilizar al gabinete para montar una conspiración contra Huerta. Sin embargo, el ministro de Comunicaciones, Lozano, le participó los detalles del complot a Huerta, quien inmediatamente intervino. López Portillo llegó al Ministerio de Relaciones Exteriores y estaba trabajando allí, cuando a las 5 de la tarde los ministros De la Lama, Alcocer (Gobernación) y Lozano (Comunicaciones) aparecieron y en nombre del presidente le pidieron que presentara su renuncia.192

En estos últimos momentos de su régimen, Huerta se abstuvo de pasar por las armas al ministro y se limitó a enviarlo al exilio.193 Entonces el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Esteva Ruiz, y el ministro de Hacienda, De la Lama, vinieron a ser los siguientes colaboradores de Hintze.

Uno de los mayores obstáculos a que tuvo que enfrentarse Hintze en sus esfuerzos por lograr la renuncia de Huerta, fue la actividad de Carden en México. Según Hintze, éste estaba

motivado exclusivamente por un odio ardiente contra los Estados Unidos y por el deseo de asestarles un buen golpe a través de Huerta. Él le dijo a Huerta que “jugara bien su carta”, que los Estados Unidos caerían en su trampa. No había ninguna duda de que el presidente Wilson estaba sumamente descontento con el golpe de Fletcher en Veracruz, y estaba buscando una oportunidad para desligarse de la situación que se había creado allí. La opinión pública en Norteamérica se volvía cada vez más contra Wilson. Cada día de irresolución que pasaba era una ganancia para Huerta y una pérdida para los Estados Unidos.194

La reacción de Carden fue característica de su actitud cuando Hintze le contó acerca de las armas del Ypiranga y del Bavaria entregadas a Huerta. “Carden se levanta y exclama triunfalmente: ‘Entonces Huerta resistirá’.”195

Hintze informó que cuando Carden no pudo contar ya más con ningún apoyo de su Ministerio de Relaciones Exteriores, dijo con amargura:

“El gobierno británico ha capitulado en México”. Ahora [Carden] pretende montar una campaña de prensa a través de algunos ingleses poderosos residentes aquí, para que el pueblo británico pueda percibir lo que aquí se sacrifica: no sólo a México sino a toda Sudamérica.196

Carden intentó entonces provocar un cambio en la política británica a través de la diplomacia alemana. El 4 de mayo visitó a Hintze y le propuso: “Alemania debe sugerirle a Inglaterra, y en todo caso ayudar a conseguir en Washington, una suspensión efectiva del suministro de armas y municiones a los rebeldes”.197 Explicó su propuesta con la siguiente observación: “Quiero asustar a Londres y ellos no harán nada si no se asustan”.198 Hintze más perspicaz que Carden, comprendió que tal medida únicamente favorecería a los norteamericanos.

Le advertí que si tales ideas fueran adoptadas por Londres y Berlín, el gobierno norteamericano tendría quizá la oportunidad deseada para decirle al Congreso y a la opinión pública: “Europa quiere la intervención, no podemos evitarla”.199

Cuando todos sus planes fracasaron, Carden hizo su último intento por influir en el desarrollo de la situación en México. Le propuso a Hintze como solución al problema mexicano:

Una persona totalmente neutral como presidente; libertad total de cada uno de los estados para elegir a sus gobernadores y gobernar internamente como les parezca conveniente, así como entregar los estados del norte a los rebeldes, incluso Morelos y Guerrero a los zapatistas —y después ver qué resulta.200

La realización de este plan hubiera evitado que continuara el avance de los revolucionarios y de los norteamericanos, quienes en opinión de Carden apoyaban a los revolucionarios, y sobre todo hubiera mantenido fuera de su alcance grandes regiones en las que se encontraban las concesiones de Cowdray. “El objetivo de este proyecto es mantener a los norteamericanos fuera del país y reducir su influencia al mínimo.”201 Pero Hintze no tenía ningún interés en colaborar en un plan cuyo objetivo más importante era el rescate de los intereses petroleros británicos, y de esta manera hizo todo lo posible por frustrarlo. Convenció a Cardoso, a quien Carden le había propuesto presentar el plan ante los mediadores en Niagara Falls, de que abandonara tal proyecto.

El inminente fracaso de la conferencia de mediación y el inexorable avance de los revolucionarios, pusieron nuevamente los puntos de vista de Carden y de Hintze bajo un común denominador. Ambos consideraron la formación de un gobierno provisional por el cuerpo diplomático, a fin de salvar al menos algo del régimen huertista. “Riéndose, Carden comentó al respecto: ‘¿No sería grandioso que a fin de cuentas burláramos a los norteamericanos?’ “202 El avance de los revolucionarios liquidó todos estos planes, y a principios de julio Carden perdió toda influencia sobre Huerta. Lo que primero los había unido, los separó más tarde: el problema petrolero.

Carden se había dirigido a Huerta pidiéndole permiso para sacar petróleo por Veracruz, que estaba ocupada por los norteamericanos. Huerta rechazó esta petición. En los últimos días de su gobierno, quería darle a su gobierno “cariz nacional”, para facilitarle un posible regreso al poder. Apenas si tenía algo que esperar todavía de Cowdray: además, Carden le había manifestado “que en caso de una emergencia la familia de Huerta no podría buscar refugio en la legación”.203 En el momento de su renuncia, Huerta hubo de volverse hacia Alemania.

LA SALIDA DE HUERTA

Huerta pidió al gobierno alemán que lo sacara de México en uno de sus buques de guerra. En Berlín no se recibió la petición con entusiasmo. Lo que prevalecía allí era el deseo de no crear más dificultades a los ojos del nuevo gobierno, y Hintze intentó convencer a Huerta de que les pidiera un barco a los ingleses. Huerta rechazó de plano esa proposición, ostensiblemente a causa de su desavenencia con Carden. Esta no era la única razón, sin embargo, Huerta, que no había renunciado a la esperanza de regresar a México, quería aparecer como el dirigente nacional del país. Para ello era necesario hacer olvidar tanto como fuera posible sus relaciones con la Gran Bretaña, y no reafirmarlas saliendo en un barco británico. El 15 de julio, Hintze telegrafió a Berlín: “He renunciado a mis intentos de embarcar a Huerta en un buque de guerra británico, porque su salida estaba en peligro a causa de su negativa”.204

Al gobierno alemán no le quedó otra alternativa. De negarse a sacar a Huerta de México, se hubiera expuesto a ser acusado en Alemania y en América Latina de haberse subordinado a los Estados Unidos. Pero el propio gobierno norteamericano estaba haciendo presión para sacar a Huerta del país. Le preocupaba la posibilidad de que Huerta se sintiera empujado a un acto de desesperación contra los norteamericanos en Veracruz o en general contra las propiedades norteamericanas, en caso de que no se le diera la posibilidad de huir. “Los Estados Unidos de América consideran la salida de Huerta como un servicio prestado a ellos, sin embargo las autoridades de Veracruz no están al tanto de esto”,205 cablegrafió Hintze al comandante del buque de guerra Dresden, requerido para este fin.

El informe sobre la negativa de Huerta a utilizar un buque de guerra británico, fue presentado al kaiser por el secretario de Estado, Jagow, con la recomendación de responder favorablemente a la petición de Huerta.206 Guillermo II dio su acuerdo con las siguientes palabras: “Entonces, por supuesto, puede usar nuestro buque”.207 Pero según la opinión de Jagow, la Gran Bretaña debía participar de alguna manera en la evacuación de Huerta y su familia.208 Hintze consiguió llegar a un acuerdo con Carden, según el cual el Dresden se haría cargo de la evacuación de Huerta y de Blanquet, mientras que la familia de Huerta y sus íntimos viajarían en un buque de guerra británico.209

Después de su llegada a Puerto México, Huerta intentó anular estos acuerdos solicitando al comandante del Dresden que aceptara a bordo a una parte de su estado mayor. El capitán asintió, pero fue revocado por Hintze, quien le telegrafió: “Sería perjudicial para nuestros intereses aceptar a los hijos y amigos de Huerta más comprometidos legalmente. Por ello he limitado mi requerimiento […] expresamente a Huerta y a Blanquet y he repetido en mi telegrama número 81 que únicamente ellos dos deberán ser recibidos a bordo del Dresden”.210 La Gran Bretaña debería hacerse cargo de la evacuación de las otras personas, a fin de comprometer a los ingleses tanto como fuera posible.

El 17 de julio de 1914, Huerta y Blanquet, en compañía de sus esposas y cuatro hijas, abordaron el Dresden, que los llevó a Kingston, el puerto principal de la colonia británica en Jamaica. Los “pobres” fugitivos estaban bien pertrechados para este apuro. El comandante del Dresden informó:

Huerta y el general Blanquet estaban abundantemente provistos de dinero para el viaje, lo mismo que las damas con sus joyas. Huerta tenía consigo cerca de medio millón de marcos en oro. Además, una suma mucho mayor en cheques y otros valores.211

La derrota de Huerta pareció destruir definitivamente los planes y esperanzas de la diplomacia alemana respecto a México. Bernstorff comprobó resignado:

Ahora sólo hay dos posibilidades de resolver el problema mexicano y ambos son terriblemente parecidos a Escila y Caribdis. O el poder en México tiene que pasar a manos de los constitucionalistas, o bien los norteamericanos tienen que hacerse cargo de la pacificación del país.212

Bernstorff vio así confirmada su opinión de que una acción alemana contra los Estados Unidos en América Latina era imposible. ¿Compartían esta opinión los dirigentes del gobierno alemán, sobre todo el kaiser? Ciertos indicios parecen decir que no. En 1917 el publicista norteamericano James Kelly dio a conocer un informe procedente de Londres, según el cual unos diplomáticos británicos le habían asegurado que en julio de 1914 un representante del kaiser ante el Ministerio de Relaciones Exteriores había propuesto una acción común anglo-aiemana en México para evitar una conquista norteamericana de este país. Habría dicho, según el informe: “Estoy dispuesto a dar a ustedes las mayores seguridades de que vuestro país y el mío no tendrían ninguna dificultad para delimitar nuestras respectivas esferas de influencia en México”.213

¿Se trataba de una de las muchas invenciones de la propaganda de guerra? A primera vista, podría juzgarse así. Esta misión no fue registrada en los documentos alemanes. En julio de 1914 se estaban desarrollando los sucesos que constituyeron el preludio de la primera guerra mundial, la cual estalló en agosto de ese mismo año. ¿ Podría haberse considerado una operación en un lugar tan distante como México? Examinada de más cerca, la versión de Kelly se hace más verosímil, pues las proposiciones alemanas respecto a México no pueden considerarse en forma separada de los acontecimientos mundiales de aquellos días.

Ya en 1913-14 la diplomacia alemana, que en la cuestión fundamental de la construcción naval y la expansión imperialista seguía un derrotero hostil hacia Inglaterra, estaba buscando un entendimiento con la Gran Bretaña en lo tocante a problemas secundarios con el propósito de mantenerla al margen de una guerra europea. En la crisis de julio de 1914 estos esfuerzos alcanzaron su clímax con la misión en Inglaterra del director de la Hapag y amigo personal del kaiser, Albert Ballin. No es improbable, como lo supone Barbara Tuchman, que fuera Ballin quien llevara a Londres las propuestas relativas a México.214

Una acción conjunta anglo-alemana en julio de 1914 en México hubiera significado un ataque directo a la Doctrina Monroe y hubiera conducido a tremendas tensiones con los Estados Unidos. Además, la participación de Inglaterra en una guerra de ese tipo hubiera sido mucho más difícil, sin contar con que el gobierno alemán esperaba conseguir a través de esa acción conjunta una mayor influencia en México y evitar el “Escila y Caribdis” que Bernstorff había pintado con tan tenebrosos colores.

Según la versión de Kelly, la diplomacia británica rechazó este plan sin siquiera entrar en detalles. En medio de la crisis de julio de 1914, el plan resulta tan ajeno a la realidad, que de momento uno se inclina a descartarlo como falso. ¿Pero no eran igualmente irreales, aunque documentadas, las esperanzas que abrigaban los dirigentes alemanes respecto a la neutralidad de Inglaterra en caso de una guerra europea? El hecho de que precisamente en julio de 1914 la diplomacia alemana manifestara en otras regiones de América Latina una especial agresividad, confirma estas suposiciones.

En julio de 1914, cuando Haití, a causa de sus conflictos internos, ya no pudo pagar sus deudas exteriores, el ministro alemán allí propuso a los Estados Unidos un fideicomiso conjunto norteamericano-europeo para administrar las finanzas del Estado isleño. Al igual que en el caso de los planes respecto a México, esto hubiera significado una violación de la Doctrina Monroe. El gobierno norteamericano también rechazó esta propuesta indicando que desde muchos años atrás había sostenido invariablemente la opinión de que ninguna clase de intereses extranjeros, comerciales o de cualquier otra índole, “que provengan del exterior del hemisferio americano, pueden crecer en tal forma que representen un control total o parcial del gobierno y la administración de un Estado independiente”.215

El estallido de la primera guerra mundial puso fin por lo pronto a las esperanzas alemanas respecto a una acción conjunta de los Estados europeos en América Latina contra la voluntad de los Estados Unidos. Sin embargo, no se renunció a la idea, Alemania simplemente buscó nuevos socios, esta vez en el Japón y en la propia América Latina.