Después de la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial, en Alemania se discutió acaloradamente la política a seguir respecto a México. El servicio de inteligencia del Estado Mayor recomendaba una política agresiva tendiente a provocar una intervención norteamericana. En cambio, los hombres de negocios alemanes, con el apoyo cada vez mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores, perseguían el objetivo contrario de mantener alejados de México a los norteamericanos con la esperanza de convertir a México en campo de la expansión económica alemana.
A pesar de su intensidad, estas controversias tenían un alcance restringido porque se limitaba a la propia Alemania. Los aliados de Alemania no tenían ningún interés en México y no participaron en las controversias generadas por la política alemana en México.
La posición de los aliados era muy diferente. Además de sus controversias internas, hubo confrontaciones entre los países aliados —especialmente entre los Estados Unidos e Inglaterra— que dieron lugar a varias situaciones tensas. Antes de 1917 Inglaterra y los Estados Unidos habían sido rivales declarados en México, y su rivalidad no terminó con la declaración de guerra de los Estados Unidos a Alemania y la consecuente alianza entre los dos países, sino que se reflejó en los objetivos diferentes —y a veces contrapuestos— que perseguían en México.
Después de un breve y vano intento de derrocar a Carranza, muchas de las compañías inglesas activas en México comenzaron a aplicar una política más bien defensiva dirigida a consolidar y defender las posiciones ya adquiridas y a buscar un acercamiento con Carranza hacia este fin. Tal actitud tropezó con la oposición de la mayoría de los dirigentes militares y de muchos políticos británicos, quienes abogaban por una actitud abiertamente agresiva que, según esperaban, serviría para intensificar los conflictos internos de México y. en última instancia, para derrocar al gobierno de Carranza.
La política de los Estados Unidos se movía en dirección contraria. Si bien un número considerable de compañías norteamericanas con intereses en México se esforzaba por lograr el derrocamiento de Carranza para consolidar y conservar las adquisiciones que habían hecho en México durante el periodo revolucionario la gran mayoría de los dirigentes militares y políticos de los Estados Unidos se oponían a cualquier intervención en México mientras durara la guerra.
Su principal objetivo era mantener “tranquilo” a México para poder concentrar sus energías en ultramar.
De las tres principales potencias aliadas con intereses importantes en México, Inglaterra fue la que siguió una política más agresiva en ese país durante la primera guerra mundial. Esta política no se limitó en modo alguno a las medidas tomadas para contrarrestar las actividades de los agentes secretos y la propaganda de Alemania en México, sino que estuvo dirigida, casi hasta el final de la guerra, a conseguir el derrocamiento violento del régimen de Carranza. La agresividad sin ambages de esta política se derivaba del temor a la creciente influencia alemana y norteamericana y de la preocupación causada por los graves reveses que los británicos habían sufrido en toda América Latina durante el periodo 1914-1918.1
Las difíciles relaciones de Inglaterra con el régimen de Carranza tenían sus orígenes en el periodo anterior a la guerra cuando Inglaterra mantuvo relaciones muy estrechas con Huerta y sir Lionel Carden ministro británico en México fue el partidario más importante y el más íntimo asesor de Huerta. Durante un tiempo pareció que las relaciones británico-mexicanas se habían quitado de encima el legado de Carden. Poco después del derrocamiento de Huerta, Carden salió de México y las relaciones entre Carranza e Inglaterra mejoraron brevemente, llegando incluso a un acercamiento en 1914-1915.
Aunque Carranza se declaró neutral en la guerra mundial, aseguró a los representantes británicos que simpatizaban con los aliados, declaración confirmada por las invectivas de Eckardt contra Carranza en 1915. La actitud de Carranza estuvo influida sin duda por las conspiraciones alemanas en favor de Huerta, de las que Carranza estaba muy bien informado.
Las relaciones con Inglaterra empezaron a deteriorarse en 1916 cuando Carranza, frente al avance de la expedición punitiva de Pershing, se sintió obligada a buscar un acercamiento con Alemania. El servicio secreto británico interceptó en este periodo ciertos mensajes en los que Carranza ofrecía a Alemania bases para sus submarinos si sus diplomáticos lograban persuadir a los norteamericanos de que retiraran sus tropas de territorio mexicano. Los informes de Eckardt, que confirmaban la actitud favorable de México respecto a la propuesta alemana de formar una alianza, también fueron interceptados por los británicos.2 En consecuencia, Inglaterra empezó a volverse contra Carranza en forma cada vez más vehemente.
Sin embargo, antes de la entrada de los Estados Unidos en la guerra las oportunidades que tenía Inglaterra de intervenir en los asuntos mexicanos eran muy limitadas. La situación europea excluía toda posibilidad de intervención militar que, por otra parte, hubiera provocado serias tensiones con los Estados Unidos en un momento en que Inglaterra abrigaba la esperanza de que los Estados Unidos entraran en la guerra de parte de los aliados.
Cuando se realizó esta esperanza, la situación cambió por completo para los británicos. En ese momento las relaciones entre Carranza y todos los países aliados hicieron crisis, y el gobierno británico consideró que podía esperar acciones conjuntas anglonorteamericanas contra Carranza.
Los problemas de Inglaterra con Carranza se debían en parte a la dependencia británica del petróleo mexicano y a los temores, nacidos de esa dependencia de que Alemania lograra sabotear la producción petrolera de México.
Tanto al gobierno como a los intereses petroleros británicos les preocupaban también los esfuerzos del gobierno mexicano por aumentar su control nacional sobre su mayor riqueza natural. Para frustrar tales esfuerzos, las compañías petroleras británicas habían intentado comprar los servicios de ciertos políticos revolucionarios. Cuando pareció que triunfaría la Convención, la compañía petrolera de Lord Cowdray demostró un gran interés en sobornar a Miguel Díaz Lombardo, uno de los más altos funcionarios civiles de Pancho Villa. Fue Ernesto Madero, tío del presidente asesinado, quien sugirió su nombre a J. B. Body, representante de Cowdray en México. Body le dijo abiertamente a Ernesto Madero que quería a Díaz Lombardo como algo más que un mero representante legal. “Le dije que no queríamos que actuara como asesor legal sino como embajador. Él dijo que creía que el candidato que había mencionado sería satisfactorio.”3 Habiendo recibido tales seguridades Body le escribió a uno de sus colaboradores respecto a Díaz Lombardo. “Tú por supuesto lo conoces, y cuando llegue el momento y si no he regresado a México, quiero que trates el asunto con el señor Ryder y que tú o ambos se acerquen a él y le digan que queremos que vea todo lo que tenemos, que se convenza de la verdad de nuestras declaraciones y que luego actúe ante quien sea autoridad para refutar en la medida de lo posible las falsas aseveraciones que se han hecho contra nosotros.”4
Body estaba obviamente preocupado por la posibilidad de que se supiera que su compañía estaba comprando los servicios de un alto funcionario de Villa. En el último párrafo de su carta ordenó a su colaborador: “En cualquier cable que pudieras mandarme respecto al Lic. Díaz Lombardo, sugiero que lo llames por el nombre de Morgan.”
No se puede comprobar si de hecho tuvo lugar la propuesta entrevista con Díaz Lombardo, pero se sabe que cuando la facción carrancista llegó a ser la fuerza dominante en México, Cowdray abordó explícitamente al más importante e inteligente de los consejeros civiles de Carranza, Luis Cabrera. Una conversación que tuvo lugar entre Ryder, un representante de Cowdray en México, y Cabrera, tiene todas las trazas de un clásico intento de soborno. “Decidimos”, informó J. B. Body, el principal representante de Cowdray en México a su jefe, “que sería aconsejable que el señor Ryder asistiera sin mí a la entrevista de ayer, ya que nos proponíamos pedir su consejo y sus recomendaciones respecto a alguna persona de su partido que pudiera representarnos ante el nuevo gobierno, con la intención de que entendiera que deseábamos que fuera él mismo, a través de un tercero, y pensamos que sería menos penoso para él si yo no estaba presente”.5 Cabrera se negó, pero no expresó ninguna ira o indignación por el intento.
Después de este fracaso, las compañías petroleras inglesas se unieron a los intereses petroleros norteamericanos en su política de acercamiento a los enemigos de Carranza. El principal objeto de su interés y apoyo fue el general Manuel Peláez, un terrateniente de la región petrolera que había tomado las armas para luchar contra Huerta y, al dividirse posteriormente las fuerzas revolucionarias, se había declarado convencionista. No está muy claro qué tipo de relación tenía Peláez con el gobierno convencionista pero una vez que sus tropas ocuparon los campos petroleros, estableció relaciones muy estrechas con las compañías petroleras británicas y norteamericanas que le proporcionaron armas y dinero. Nunca reconoció la autoridad de Carranza y éste lo acusó de ser un instrumento de las compañías petroleras. Éstas nunca negaron que le daban dinero a Peláez, pero afirmaron que lo hacían obligadas por éste ya que sus tropas ocupaban sus campos e instalaciones, e insistieron en que Peláez no trabajaba para ellas.6 Como me propongo demostrar, las compañías petroleras no fueron en modo alguno víctimas involuntarias de Peláez.
El gobierno británico no sólo aprobó las acciones de las compañías petroleras, sino que secretamente proporcionó armas a Peláez.7 Los campos petroleros quedaron bajo el control de un ejército mexicano relativamente fuerte que a su vez dependía en gran medida de Inglaterra. No es sorprendente que, al cabo de poco tiempo, Peláez y su ejército se hallaran en el centro de los planes ingleses de llevar a cabo un golpe en México.
Como resultado de todas estas actividades, las tensiones entre el gobierno de Carranza y las compañías petroleras, así como entre el gobierno mexicano y el británico aumentaron continuamente. Estas tensiones fueron agudizadas por la confiscación de grandes compañías inglesas, en especial los ferrocarriles, por el gobierno de Carranza.8
Los motivos de las acciones de Carranza no se han investigado en profundidad. Funcionarios gubernamentales mexicanos dijeron a los representantes ingleses que habían confiscado los ferrocarriles porque los empleados de éstos habían dado informes sobre los movimientos de las tropas del gobierno a los revolucionarios contrarios a Carranza.9 Esto, probablemente, era algo más que un pretexto. A principios de 1917, Cummins, a cargo de la legación británica en México, había elaborado planes para un golpe contra Carranza y había discutido esos planes en el Club Británico de manera que, según el cónsul de Inglaterra, Grahame Richards, los funcionarios del gobierno mexicano se habían enterado de ellos.10 En tales circunstancias, como es natural, el gobierno de Carranza no estaba dispuesto a dejar en manos de una potencia hostil el control de un sector de tanta importancia estratégica como los ferrocarriles. Estas expropiaciones, que el gobierno mexicano explícitamente declaró provisionales pueden haber sido motivadas también por consideraciones de tipo financiero. Carranza estaba en una difícil situación económica debido a que importantes grupos políticos y económicos, tanto en los Estados Unidos como en Inglaterra, estaban frustrando sus esfuerzos por conseguir un préstamo en esos países. Las expropiaciones eran a la vez una fuente de ingresos y un medio de presionar al gobierno y a los intereses británicos para que no siguieran obstaculizando el préstamo a México. Además, al gobierno mexicano le era más fácil confiscar compañías inglesas que norteamericanas, puesto que a Inglaterra, por estar enfrascada en la guerra mundial, le era mucho más difícil ejercer represalias efectivas. Por lo tanto Carranza pudo enfrentarse con calma a la airada pero inocua reacción de Inglaterra contra las expropiaciones. Inglaterra no se limitó a protestar, sino que, además de aplazar el nombramiento de un representante diplomático de alto nivel, retiró a Thurston, su encargado de negocios, dejando sólo a Cummins, un diplomático de rango inferior, al frente de la legación británica.
En 1917 y 1918 los británicos intentaban librar una lucha en tres frentes en México: contra Alemania, contra los Estados Unidos y contra los nacionalistas mexicanos. Las dificultades a que se enfrentaba la diplomacia británica en su esfuerzo por reconciliar estos objetivos se expresan claramente en un memorándum escrito a principios de 1917 por Thurston. El encargado de negocios británico intentaba estimar los resultados potenciales de “una alianza de Carranza con las Potencias Centrales y la posibilidad de que se uniera a los Estados Unidos y los aliados”.11 Que temiera lo primero no resulta sorprendente. “La alianza de Carranza con Alemania —escribió—, tendría muy probablemente como resultado la total destrucción de las propiedades británicas en México y no cabe la menor duda de que los campos petroleros serían incendiados si se encontrara la forma de hacerlo.” Lo que a primera vista parece sorprendente es que Thurston no temiera menos la segunda posibilidad: que Carranza se uniera a los aliados. “Por otra parte no estaríamos en una posición más envidiable si Carranza abrazara nuestra causa”, declaró. “En tal caso arrojaría polvo en los ojos de los Estados Unidos y conspiraría sin cesar contra nosotros tras bambalinas.” Lo que por encima de todo temía el diplomático británico era que el presidente mexicano “pudiera apoderarse de las propiedades británicas al mismo tiempo que hacía ruidosas declaraciones de amistad”. En forma velada Thurston estaba expresando el temor que otros diplomáticos británicos expresarían más abierta y crudamente en los meses por venir: que la alianza entre Carranza y los Estados Unidos se realizaría a expensas de Inglaterra.
En caso de realizarse tal alianza, Thurston pensaba que Inglaterra se vería obligada a renunciar a lo que él consideraba su mejor carta en México, o sea su estrecha relación con el general Peláez y su facción armada relativamente poderosa.
Este memorándum ilustra el persistente temor de los funcionarios británicos de que los Estados Unidos se proponían utilizar su recién descubierta fuerza para dominar a México. Una de las expresiones más explícitas de este temor fue un memorándum de Grahame Richards, el cónsul general británico en México. Richards, afirmaba que en los Estados Unidos estaba surgiendo una nueva animosidad hacia México y una nueva actitud antieuropea como consecuencia de la participación norteamericana en la primera guerra mundial. Antes de que los Estados Unidos entraran en la guerra, escribió Richards, una intervención armada británica en México podría haber provocado protestas en los Estados Unidos, pero los pacifistas norteamericanos probablemente habrían impedido acciones norteamericanas contra la Gran Bretaña.
Sea o no acertada esta afirmación respecto al pasado, no cabe ninguna duda de que no es aplicable a la situación actual, ni lo será en el futuro. Porque la entrada de los Estados Unidos en la guerra europea fue el toque de difuntos para los partidarios del no-hacer-nada y, ocupada como está ya en los preparativos para el tremendo conflicto ultramarino, la actitud norteamericana hacia México ha dado un viraje total; la prensa norteamericana se ve inundada de artículos que aducen justificaciones geográficas y militares para la anexión de México: el monroísmo, debilitado en un principio por la entrada en la guerra europea y las consiguientes consideraciones morales, encuentra a diario nuevos conversos entre aquellos que durante años fueron sus más obstinados opositores y son esos conversos los que instan ahora a la anexión y a la aplicación de un monroísmo avanzado a México.12
¿Qué estrategia debía aplicar Inglaterra en México para contener la expansión norteamericana, frustrar los planes alemanes en México y frenar el nacionalismo mexicano, a fin de restablecer la influencia política y económica de que había disfrutado en ese país antes de 1914? Sobre este punto los diplomáticos, las empresas con intereses en México y los militares británicos sostenían opiniones muy divergentes.
Los ingleses estaban de acuerdo en una sola cosa: que debía evitarse a toda costa una intervención militar norteamericana en México, no sólo porque perjudicaría la ayuda norteamericana a los aliados en Europa, sino porque, desde un punto de vista político y económico, una ocupación norteamericana de México tendría como consecuencia una disminución decisiva de la influencia inglesa.
Al margen de esta área de consenso predominaban dos concepciones opuestas sobre el camino que debía seguir Inglaterra. Una de ellas favorecía un golpe de Estado contra Carranza, y la otra un entendimiento con el presidente mexicano.
Los primeros planes británicos de un golpe de Estado en México parecen haber nacido en las mentes de los diplomáticos acreditados en México y haber encontrado de inmediato el apoyo de la mayor empresa británica establecida en México, el consorcio Cowdray. Entre marzo y junio de 1917 se elaboraron tres planes golpistas contra Carranza que fueron presentados al Ministerio de Relaciones Exteriores británico. Sus autores fueron el encargado de negocios británico en México, Thurston, quien acababa de ser retirado de México y había regresado a Londres, su lugarteniente en México, Cummins y el agente de Cowdray en México, Body.
El memorándum de Thurston al Ministerio de Relaciones Exteriores contenía un plan para derrocar al gobierno de Carranza y un análisis de los acontecimientos recientes en México. El análisis expresaba exactamente las mismas opiniones racistas externadas anteriormente por el ministro alemán. México no era un país “blanco”, sino indio y por lo tanto no podía ser gobernado de la misma manera que los “países blancos”.13 La única forma adecuada de gobernar a México la había descubierto Porfirio Díaz. “Si fuera posible un voto popular en México (algo por supuesto inconcebible), el régimen de Díaz obtendría el 95% de los votos. Era y es la única ferma de gobierno posible para este país […] Cayó, no debido a algún defecto del sistema, sino a la deficiencia del material.” El problema del régimen de Carranza, que explicaba también su hostilidad a los extranjeros, era el hecho de que “se está intentando el gigantesco experimento de gobernar al país por medio de indios, y si la experiencia puede decirnos algo, el experimento está predestinado a un desastroso fracaso”.
Por lo tanto, la única manera de salvar a México era traer al poder “hombres blancos por sangre y por educación”. Para este fin, Thurston proponía que los Estados Unidos y los aliados proporcionaran armas y dinero a los opositores de Carranza. El ejército de Peláez debía ser la fuerza impulsora de los elementos anticarrancistas. Los jefes del golpe debían recibir seguridades de que tan pronto hubieran demostrado un éxito razonable, tendrían el apoyo práctico de los Estados Unidos y las potencias aliadas. De esta manera, afirmó Thurston, “podríamos lograr la llegada al poder de los hombres blancos de México, de los elementos decentes que son los únicos capaces de dar al país una forma real de gobierno, hombres que serían aceptables para el pueblo mexicano en general, que nos deberían su existencia en cuanto gobierno y en cuya amistad podríamos confiar”. Thurston veía el apoyo norteamericano como la condición indispensable para el éxito de tal golpe. El gobierno británico debía discutir este proyecto de golpe con los norteamericanos.
Cummins elaboró un plan semejante al de Thurston, pero, a diferencia de su superior, omitía todo análisis histórico. Justificó su plan en términos sencillos: “Una política resuelta salvará nuestras propiedades, vidas y prestigio, y no costará una sola gota de nuestra sangre”.14
Según el plan de Cummins, los Estados Unidos y los aliados debían apoyar una coalición formada por villistas bajo el mando de Felipe Ángeles y Roque González Garza, conservadores dirigidos por Eduardo Iturbide, y zapatistas encabezados por Francisco Vázquez Gómez. A cambio del apoyo de los aliados, los nuevos gobernantes tendrían que declararse dispuestos a conceder privilegios especiales a los extranjeros. Cummins estaba convencido de que lo harían.
Los exiliados mexicanos y quienes se oponen a los carrancistas están tan desesperados que aceptarán cualquier condición que se les imponga.
Se deberán imponer las siguientes:
Presencia de extranjeros en la Comisión que maneje todos los fondos del gobierno, para dar confianza y proteger a los bancos acreedores.
Los extranjeros deberán gozar de los mismos derechos que los mexicanos en el extranjero.
Las reclamaciones extranjeras deberán ser examinadas y satisfechas cuando sean justas.
Todos los extranjeros y corporaciones extranjeras deberán tener el derecho de apelar a los representantes diplomáticos de sus respectivos gobiernos, aun cuando hayan renunciado a tales derechos.
A diferencia de Thurston, quien obviamente tenía en mente un regreso a la era porfirista, Cummins proponía algunas modestas reformas: el gobierno impondría fuertes contribuciones sobre las tierras no cultivadas y daría a todo campesino mexicano el derecho a cultivar durante un año tierras que hubieran estado ociosas. Hasta ahí llegaban las “concesiones” de Cummins a los revolucionarios agraristas a quienes trataba de ganar para los aliados.
El plan gol pista de mayor alcance fue elaborado por Body, el representante de Cowdray en México. Body proponía un ultimátum de los aliados y los Estados Unidos a México exigiendo la revalidación de los derechos contractualmente garantizados de los extranjeros. Además, todas las propiedades extranjeras expropiadas —sobre todo los ferrocarriles— debían ser devueltas a sus antiguos dueños, se abrogarían todas las leyes que reglamentaban la industria petrolera, y se revisaría el monto de las regalías que debían pagar los consorcios petroleros.15
Si el goberno mexicano no accedía a estas exigencias, todos los gobiernos aliados romperían sus relaciones con Carranza y enviarían fuerzas armadas para ocupar todos los puertos. Durante este periodo se responsabilizaría personalmente por cualesquiera excesos contra la vida y propiedad de los extranjeros a Carranza, Obregón, González y a algunos otros generales mexicanos. El plan, además, proponía el reconocimiento como presidente de Pedro Lascuráin, quien había sido ministro de Relaciones Exteriores de Madero y había participado en el golpe de Huerta, y a quien se le proporcionarían las armas y el dinero que necesitara para gobernar.
Body pensaba además que para el éxito del plan sería importante hacer participar en este movimiento a todos los enemigos de Carranza, si bien en distinta medida. La fuerza principal debían formarla los ejércitos conservadores de Peláez y Félix Díaz. En cuanto a la inclusión de los revolucionarios que luchaban contra Carranza, Body era mucho más cauteloso. Reputaba a los zapatistas como “incapaces de formar una fuerza organizada y disciplinada”; en consecuencia, el único propósito de las negociaciones con su representante en San Antonio era utilizarlos para distraer al ejército carrancista. Body no mencionaba lo que se habría de hacer con ellos tras la victoria de la “revolución”.
Body desconfiaba igualmente de Villa, con quien en un principio no quiso contar para alcanzar los objetivos del nuevo movimiento, pero llegó a la conclusión de que Villa —que según él “buscaría y escucharía buenos consejos”— acabaría por ofrecer su apoyo al plan de derrocamiento de Carranza. En tal caso se le podría suministrar armamento —evitando cuidadosamente que pusiera en pie un gran ejército— y después de la victoria se le compraría haciéndolo jefe regional de los rurales. Villa, por supuesto, tendría que disculparse primero por el asesinato de Benton y “cumplir con la formalidad de saludar la bandera británica”.
Body formuló estos planes durante un viaje de México a Washington y los dicutió allí con Frank Polk, un importante funcionario del Departamento de Estado relacionado con los asuntos mexicanos.
Discutimos la posibilidad de que el señor Lascuráin, tal y como lo formuló el señor Polk, pueda “allanar el camino” a un nuevo partido. El señor Polk declaró que [los Estados Unidos] no podían dar la impresión de que estaban cambiando su política, pero que más adelante podrían ayudar a Lascuráin con armas y dinero, y que continuarían prestando atención a este asunto. Yo le expliqué que Peláez estaba custodiando los campos petroleros y había declarado que lo continuaría haciendo hasta que las fuerzas armadas extranjeras aparecieran en escena; entonces se retiraría discretamente y dejaría la situación en manos de aquéllas. Al señor Polk le agradó esta información.16
Un memorándum del por entonces cónsul general británico en México, Grahame Richards, revela la existencia, dentro de la diplomacia inglesa, de una tendencia contraria a la de quienes favorecían un golpe de Estado, a. saber, la convicción de que un golpe no tendría sentido y estaría condenado al fracaso. Dado que los Estados Unidos habían entrado en la guerra y por lo tanto se habían fortalecido militarmente, Richards suponía que “el monroísmo” estaba cobrando nueva fuerza y con él los partidarios de la anexión de México. Tal anexión equivaldría a la eliminación de la influencia extranjera no norteamericana en México que pudiera representar una amenaza para la seguridad de los Estados Unidos. Las empresas británicas difícilmente podrían entonces competir con la despiadada presión fiscal de los norteamericanos y no tardarían en sucumbir. Aun cuando los Estados Unidos se vieran obligados a renunciar a sus planes anexionistas por la presión de las grandes potencias, intentarían imponer en México un gobierno de su agrado.
Richards argumentaba que en vista de sus grandes inversiones en México, Inglaterra no podía aceptar tal proceder norteamericano, y los Estados Unidos por su parte nunca le permitirían a Inglaterra intervenir militarmente en México, mucho menos lograr una posición hegemónica allí. “Hablando con franqueza —declaró—, ni Inglaterra puede permitir tranquilamente la absorción de México per los Estados Unidos, ni los Estados Unidos pueden cruzarse de brazos ante un intento británico de establecer su dominio allí”17 De tal suerte, concluía Richards, sólo quedaba la posibilidad de convencer a Francia y a los Estados Unidos de que actuaran conjuntamente con Inglaterra en México.
Richards compartía sus puntos de vista con Thurston, Cummins y Body, quienes también preveían una acción conjunta con los Estados Unidos en sus planes golpistas. En opinión de Richards, sin embargo, los aliados no debían consolidar su influencia mediante un golpe de Estado, sino a través de un préstamo a Carranza. Según él, el gobierno de Carranza era el régimen más estable que México había tenido en muchos años, y con toda probabilidad seguiría siéndolo durante algún tiempo. Por lo tanto, Inglaterra, Francia y los Estados Unidos debían otorgar un préstamo a México por partes iguales. Si México después de recibir el préstamo, resultara ser un deudor negligente, “debería efectuarse una intervención militar o de otra naturaleza por parte de las tres potencias mencionadas, las cuales entonces administrarían conjuntamente al país”. Richards reforzó su memorándum señalando que uno de los banqueros británicos más ricos de México, Honey, presidente del Central and International Mortgage Bank, del Banco de Hidalgo y de muchos bancos estatales, propietario de la línea ferrocarrilera en construcción Pachuca-Tampico y de varias haciendas, apoyaba totalmente sus proposiciones. Dado que el gobierno mexicano ya había expropiado una porción considerable de sus bienes, Honey propuso evitar otras confiscaciones haciéndole un préstamo al gobierno mexicano. El gobierno británico, por supuesto, tendría que garantizar el pago del préstamo en caso de que el gobierno mexicano no cumpliera con sus obligaciones. Richards veía tal préstamo como el primer paso hacia el dominio financiero de Inglaterra en México.
Richards intentó además minar la credibilidad de sus opositores en el servicio diplomático, mencionando en su memorándum algunos de los rumores que circulaban entre la colonia británica en México acerca de Thurston, Cummins y Hohler, que, en su opinión eran poco favorables para estos funcionarios británicos. Thurston aparentemente no había intentado entrar en contacto directo con Carranza, sino que había realizado todas las negociaciones por teléfono, mientras que el embajador norteamericano, Fletcher, siempre había cultivado buenas relaciones personales con el presidente mexicano. Cummins, durante su estancia en Torreón, donde dirigía una fábrica de botas, había provocado un escándalo por su amasiato con una mujer soltera. Además, tenía en su contra una serie de fracasos: su fábrica de botas había quebrado y él había sido despedido de su puesto en la United Boot Company en México. Hohler, añadió Richards, tenía por su parte vínculos comerciales con Cummins y por eso lo había propuesto como agregado comercial de la legación británica.
Ni Cummins ni Hohler habían sabido salvaguardar su “dignidad” como diplomáticos británicos. Hohler no había querido tratar con Carranza, pero había hecho antesala durante varias horas para ver al presidente mexicano. Cummins se había mudado a la casa de un mexicano rico de la capital sin pagar renta, para salvar a la propiedad de una confiscación por parte del gobierno. Así, el encargado de negocios británico se había convertido prácticamente en el portero de un mexicano pudiente.18
El Ministerio de Relaciones Exteriores en Londres reaccionó en un principio con reservas respecto a los planes de ambos grupos de conspiradores. Si bien algunos funcionarios, particularmente el especialista en asuntos norteamericanos, Richard Sperling, mostraron simpatías por los planes golpistas de Thurston (Sperling consideró “el plan de Thurston como la única “proposición coherente”19 para la solución del problema mexicano), no se pensó en tomar ninguna decisión inmediata al respecto. Los miembros del Ministerio sabían que los planes para derrocar a Carranza eran irrealizables sin la participación de los Estados Unidos. Si bien el embajador británico en los Estados Unidos, Springrice, recibió instrucciones de aprovechar cualquier oportunidad que se le presentara para convencer a los Estados Unidos de que un golpe constituiría la mejor solución en México, el Ministerio esperaba que la fuerza creciente de los Estados Unidos, que estaban movilizando un gran ejército para participar en la guerra mundial, intimidaría a Carranza y lo induciría a cambiar su política.20
Las acciones concretas del Ministerio fueron en un principio relativamente moderadas: no fueron más allá de aumentar los suministros de armas y dinero a Peláez. El plan de Grahame Richards nunca fue tomado en serio. Pero la reacción del Ministerio fue mucho menos pasiva en el verano de 1917, cuando empezaron a circular rumores acerca de un entendimiento unilateral entre los Estados Unidos y Carranza.21
En junio de 1917, Cummins informó que Carranza tal vez estaba dispuesto a llegar a un arreglo con los Estados Unidos y que los propios norteamericanos estaban buscando un acuerdo “en el cual se olvidarían los intereses británicos”.22 Por consiguiente, Cummins instó a que Inglaterra y Francia intentaran llegar a un acuerdo con Carranza, a fin de evitar un arreglo entre los norteamericanos y el gobierno de facto, “contrario a los intereses británicos”. Como condición para tal convenio, Carranza debía comprometerse a devolver todas las propiedades británicas expropiadas. Cummins, sin embargo, caracterizaba tal acuerdo como una solución extrema a la que se oponía totalmente y que sólo debería ser aplicada si los norteamericanos llegaban a un acuerdo con Carranza.
En opinión de Hohler, el antiguo encargado de negocios en México que ahora era responsable de los asuntos mexicanos en la embajada británica en Washington, aun las proposiciones de Cummins iban demasiado lejos. Sometió al Ministerio un memorándum escrito por un inglés a quien no nombraba pero con cuyas opiniones se identificaba completamente. El memorándum rechazaba el abandono de la neutralidad mexicana que algunos importantes funcionarios exigían como condición para un préstamo. El reconocimiento de México como, un aliado significaría que el gobierno mexicano tendría que ser tratado como tal. El autor del memorándum quería evitar esto a toda costa. “Si se tratara de un préstamo para salvar al país, entonces es mejor para todos que México permanezca neutral, y que acepte la forma más burda y aún más humillante de tutela, pero no se le debe permitir que se declare oficialmente como aliado.”23
Otros diplomáticos británicos expresaron temores similares respecto a una maniobra norteamericana contra Inglaterra, cuando en el otoño de 1917 corrieron rumores de que Eduardo Iturbide, un político mexicano conservador planeaba un golpe con apoyo norteamericano. Iturbide tenía buenas relaciones con las autoridades británicas durante su exilio en los Estados Unidos, la embajada británica lo había ayudado incluso a conseguir trabajo, pero Inglaterra no quería un gobierno de un Iturbide llevado al poder únicamente por los Estados Unidos. Por ello Cummins aconsejó al Ministerio, que en caso de que los Estados Unidos realmente quisieran apoyar un golpe de este tipo, lo convirtiera en una operación conjunta de los aliados, en la que también participaran Inglaterra y Francia.24
La desconfianza de los diplomáticos británicos hacia los Estados Unidos no era del todo infundada. En un expediente confidencial sobre Canova, preparado por el secretario de Estado norteamericano, Lansing, se encuentra un acuerdo secreto entre Canova e Iturbide.25 Canova le prometió a Iturbide su apoyo a cambio de una considerable compensación financiera. Iturbide, por su parte, declaró que en caso de que su movimiento triunfara, el control inglés sobre el ferrocarril de Tehuantepec, que pertenecía en parte al consorcio británico Cowdray, sería eliminado.
Los temores de los diplomáticos ingleses resultaron ser infundados cuando las negociaciones sobre un préstamo entre los Estados Unidos y Carranza fracasaron y cuando el Departamento de Estado se enteró de los planes de Canova y los rechazó categóricamente.26
En noviembre de 1917 el problema mexicano volvió a ocupar un lugar importante en las preocupaciones del Ministerio de Relaciones Exteriores británico y dio lugar a conflictos entre los círculos financieros con intereses en México por un lado, y los jefes militares británicos por el otro.
Hacia octubre-noviembre de 1917 —pese al hecho de que en junio el representante de Cowdray había elaborado un plan para derrocar a Carranza— Cowdray había dado un viraje radical y se expresaba en favor del reconocimiento total de Carranza y del envío de un ministro británico a México.27 La actitud de Cowdray reflejaba el punto de vista de otros grandes consorcios británicos con intereses en México; por ejemplo, Vincent Yorke, representante de las compañías ferrocarrileras británicas, también se declaró en favor del reconocimiento:28 El repentino viraje de Cowdray, así como la presión en favor del reconocimiento de Carranza ejercida por otras grandes empresas británicas en México, estaban sin duda relacionados con la actitud del gobierno norteamericano hacia Carranza. Debido al reconocimiento de jure del gobierno de Carranza por los Estados Unidos en septiembre de 1917, los planes golpistas de Body, elaborados en mayo-junio de 1917, quedaron privados de toda posibilidad de éxito.
Otro factor fue el hecho de que Carranza se mostró dispuesto a devolver a sus antiguos dueños las propiedades británicas confiscadas con excepción de los ferrocarriles.29
También deben considerarse otros diversos factores para entender el sorpresivo viraje de Cowdray. El desarrollo de la revolución mexicana, el nacionalismo abiertamente proclamado en la Constitución de 1917 y la creciente incapacidad de Inglaterra para intervenir en México a causa de la guerra, hicieron que Cowdray tomara medidas en 1917 para vender algunas de sus propiedades en México. En mayo de 1917 le propuso al gobierno británico que invirtiera 5 millones de libras esterlinas en su compañía petrolera.30 Esto sucedía al mismo tiempo que el agente de Cowdray en México, así como el representante diplomático británico allí, elaboraban planes para un golpe de Estado.
Las esperanzas de Cowdray de que el gobierno británico participara financieramente en sus empresas no se cumplieron, y entonces empezó a buscar otros compradores para sus propiedades. En el otoño de 1917 entró en negociaciones tanto con el gobierno mexicano como la Standard Oil Company. Cowdray quería vender al gobierno mexicano su participación en el ferrocarril de Tehuantepec, y sus intereses petroleros a la Standard Oil.31
La venta del ferrocarril de Tehuantepec al gobierno mexicano fue una transacción financiera extremadamente compleja. El ferrocarril, que pertenecía tanto a Cowdray como al gobierno mexicano, poseía un considerable paquete de acciones de una compañía naviera norteamericana sumamente rentable, la Mexican-American Steamship Company. A cambio de la participación de Cowdray en el ferrocarril de Tehuantepec, que ascendía a 10 millones de dólares, el gobierno mexicano estaba dispuesto a ceder a Cowdray sus acciones de la Mexican-American Steamship Company. Fue un negocio provechoso para ambas partes. En lugar del ferrocarril de Tehuantepec deficitario desde hacía años y que ya era administrado por el gobierno mexicano, Cowdray recibió una importante participación en una próspera compañía naviera norteamericana. Carranza, urgido financieramente, consiguió por su parte 10 millones de dólares, que de otra manera difícilmente hubiera podido conseguir en otro lado.32
Cowdray puso en claro al Ministerio de Relaciones Exteriores británico que tal negocio tenía un prerrequisito: Carranza debía permanecer en el poder, al menos por cierto tiempo. Ua gobierno nacido de un golpe contra Carranza, podría acusar a Cowdray de haber apoyado a su enemigo y tomar represalias contra él. A pesar de las reservas de ciertas figuras en el Ministerio, Cowdray y el gobierno de Carranza llegaron a un acuerdo sobre estas bases.
Las autoridades británicas, sin embargo, impidieron el otro proyecto de venta de Cowdray, mucho más importante. La Oficina de Comercio vetó la venta de su compañía petrolera a la Standard Oil Company, indicando que la Gran Bretaña dependía ya en un 84% del suministro de petróleo norteamericano y que esta dependencia no debía hacerse mayor.33
Los esfuerzos de Cowdray por convencer al gobierno británico de que reconociera a Carranza pueden haber sido motivadas también en parte por su deseo de vender sus campos petroleros a la Standard Oil. Ya no pensaba en una expansión de las propiedades británicas y por lo tanto había perdido interés en los planes golpistas que Inglaterra estaba considerando. Estaba mucho más interesado en armonizar su política con la de los Estados Unidos, y a fines de 1917 la política norteamericana se inclinaba claramente a mantener a Carranza en el poder.
A principios de noviembre Cowdray y sus aliados lograron acercar a su punto de vista al Ministerio de Relaciones Exteriores británico. Éste telegrafió a la embajada británica en Washington.
A pesar de la posibilidad de un movimiento en favor de Iturbide, y de los informes sobre intrigas de Carranza con los alemanes, los señores Pearson, apoyados por otras compañías británicas interesadas siguen presionando al gobierno de Su Majestad para que reconozca a Carranza y nombre un ministro. Deseamos proceder en completo acuerdo con el gobierno de los Estados Unidos y nos proponemos adoptar la política sugerida por las compañías interesadas a menos que el gobierno de Estados Unidos haya decidido, a causa de las últimas versiones llegadas de México, a suspender su apoyo a Carranza y respaldar a sus opositores, en cuyo caso es obvio que el reconocimiento de Carranza por el gobierno de Su Majestad sería inoportuno.34
A finales de noviembre de 1917 tuvo lugar otro viraje de la política británica, cuando algunos destacados militares protestaron por el reconocimiento de Carranza y se expresaron en favor del derrocamiento de su gobierno. Estos jefes militares británicos estaban convencidos de que la actitud del gobierno mexicano había cambiado en octubre-noviembre de 1917 y de que Carranza estaba ahora dispuesto a pactar una alianza con Alemania y a atacar a los Estados Unidos. Lo que dio pie a esta nueva interpretación de la política carrancista fue la segunda oferta de alianza de Alemania a México, sobre la cual el servicio secreto británico estaba bien informado. El servicio secreto británico pensaba que si bien Carranza se había negado a considerar la oferta que Delmar, el representante del Estado Mayor alemán, le comunicó el 26 de septiembre, ocho días más tarde se había declarado dispuesto a atacar a los Estados Unidos. Además, el servicio secreto creía haber descubierto una estrategia alemana para ganarse a Félix Díaz y a Peláez, mediante la compra de armas en el Japón por Delmar y su traslado a México en cuatro barcos que burlarían el bloqueo aliado. Entre tanto, Alemania estaría a punto de ordenar a un cierto número de oficiales y soldados alemanes que se dirigieran a México.35
Un representante del servicio de inteligencia militar británico exhortó en un escrito urgente al Ministerio de Relaciones británico a que no reconociera a Carranza hasta que éste se hubiera desligado de todas las conspiraciones alemanas y hubiera expulsado a Delmar de México. El oficial no mencionaba en ese momento qué habría de ocurrir en caso de que Carranza no aceptara las condiciones dictadas por Inglaterra.36
El autor de un memorándum del servicio de inteligencia naval dirigido al Ministerio de Relaciones Exteriores se expresó en forma algo más clara. Este memorándum sostenía que Carranza, quien se encontraba en grandes dificultades financieras, estaría dispuesto, a cambio de la ayuda económica alemana, a atacar a los Estados Unidos en enero de 1918. La inteligencia naval británica sugería derrocar a Carranza mediante un golpe de Estado centrado en Peláez y Félix Díaz. A Villa y Zapata, considerados como bandidos en quienes no se podía confiar, no se les debía implicar en este golpe de Estado ni darles a conocer los planes del mismo. Sólo participarían en el plan las potencias extranjeras —los Estados Unidos, Inglaterra y Francia— y los círculos de Peláez y Díaz; el plan preveía que Félix Díaz asumiera el poder y fuera reconocido de inmediato como presidente legítimo por las potencias aliadas. El autor del memorándum tuvo el cuidado de añadir que debería hacerse un esfuerzo para evitar el derramamiento de sangre mediante el pago de “bonos” adecuados a los soldados mexicanos. También indicó que, en caso de necesidad, los aliados tendrían que proporcionar ayuda militar a Peláez ocupando los puertos de Tuxpan y Tampico.37
El plan del Almirantazgo contenía varios elementos antinorteamericanos, tales como el uso de buques que no fueran norteamericanos, sino precisamente ingleses y franceses, para la ocupación de Tuxpan y Tampico. “De ser posible, se les debería asegurar a los mexicanos que Francia y la Gran Bretaña actuaban realmente en defensa de los intereses de México y no acatarían ningún dictado de los Estados Unidos.”38
Los temores de los jefes militares ingleses eran muy exagerados. Ya en agosto de 1917 Carranza había rechazado la oferta de alianza de Delmar, y Alemania consideraba un ataque mexicano a los Estados Unidos tan poco probable, si no imposible, que la aceptación de tales planes por parte de Carranza dejó de ser una condición para concederle un préstamo. A cambio de la suma relativamente pequeña de 10 millones de pesetas españolas que se le ofrecía a México, las autoridades alemanas sólo exigían la neutralidad benévola de México, tolerancia para las actividades de los servicios secretos alemanes, y concesiones económicas para el periodo de posguerra. En noviembre de 1917 el agregado militar alemán en Madrid, Calle, subrayó la importancia de México para Alemania en un memorán dum que favorecía una ayuda financiera importante para Carranza, pero no mencionaba ningún ataque inminente a los Estados Unidos.39 No se sabe en qué se basaba la convicción británica de que Carranza estaba dispuesto a aceptar los planes alemanes, pero esa convicción seguramente no se derivaba de los telegramas que los agentes alemanes enviaron de México a Berlín y que fueron descifrados por Inglaterra. Los ingleses habían logrado infiltrar a un agente en el servicio de inteligencia militar alemán y es posible que éste haya pasado informes de esta naturaleza a Londres.40 Lo que el servicio secreto británico consideraba como un hecho consumado puede haber sido el proyecto de Delmar, que no había ganado el apoyo ni de Carranza, ni del Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania ni del servicio de inteligencia naval alemán.
Aun cuando Carranza hubiera aprobado tales planes, era sumamente improbable, como lo señaló Sir Maurice de Bunsen, que el Japón cambiara de bando y suministrara armas a México; más improbable aún era que Alemania pudiera romper el bloqueo.41
La preocupación de los militares británicos puede haberse debido principalmente a la incierta situación de los aliados a finales de 1917 y principios de 1918. En noviembre de 1917 los bolcheviques habían triunfado y estaban sacando a Rusia de la guerra. Los aliados contaban con que Alemania intensificaría sus esfuerzos en el frente occidental y temían que tal intensificación, en virtud de la presentación todavía mínima de tropas norteamericanas, les causaría grandes dificultades. En esta difícil situación, los jefes militares obviamente temían las catastróficas consecuencias que podrían producirse si los Estados Unidos fueran distraídos del frente europeo a causa de una guerra mexicano-norteamericana. Y aun cuando Carranza no aceptara una alianza con Alemania, había razones para temer los logros del servicio secreto alemán en México.
A pesar de la diplomacia de indiferencia del embajador británico en Washington quien no tomaba muy en serio la posibilidad de un golpe en México, el Ministerio de Relaciones Exteriores británico se ocupaba ya muy activamente de convertir en realidad los planes de derrocamiento de Carranza. Los preparativos para el golpe duraron hasta finales del verano de 1918. Las constantes dificultades y la controversia cada vez más enconada entre los Estados Unidos y México, hicieron pensar a los ingleses que los Estados Unidos acabarían por aprobar el plan de acción conjunta de los aliados en México.
La política norteamericana en México durante la guerra estuvo orientada hacia dos objetivos que parecían esencialmente incompatibles: mantener a México “tranquilo” para poder disponer de las fuerzas armadas norteamericanas en otros lugares, y al mismo tiempo evitar la aplicación de los principios contenidos en la Constitución de 1917. Tanto el gobierno norteamericano como las empresas norteamericanas intentaban alcanzar este último objetivo mediante presiones y promesas económicas (perspectivas de préstamos, la amenaza de embargo sobre la exportación de alimentos, armas, dinero, etcétera). El gobierno y las empresas de los Estados Unidos sostuvieron reiteradamente negociaciones para el mismo fin con los representantes de Carranza pero esas negociaciones, con escasas excepciones, fracasaron a causa de las exigencias presentadas por los nortemericanos.
El resultado fue que Carranza elevó las regalías y los impuestos que debían pagar las compañías extranjeras a fin de aliviar su pésima situación financiera, y al mismo tiempo tomó medidas para poner los campos petroleros bajo su control y echar a un lado a Peláez. Las empresas norteamericanas, cuyo descontento había suscitado Carranza a causa de estas medidas, exigieron la intervención del gobierno norteamericano. Esto llevó a Carranza a buscar un acercamiento provisional con Alemania en un esfuerzo por inducir a los Estados Unidos a ser más flexibles en las negociaciones. Las negociaciones se reanudaron, pero pronto volvieron a fracasar. Cada vez que el ciclo de las relaciones norteamericano-mexicanas alcanzaba su punto más bajo, el entusiasmo golpista cobraba nueva fuerza en el Ministerio de Relaciones Exteriores en Londres; la diplomacia británica volvía a sufrir la pesadilla de una guerra mexicano-norteamericana, así como el temor de que Carranza actuara contra Peláez y contra los suministros de petróleo británico. Así, cuando las relaciones entre Washington y México hicieron crisis, los ingleses vieron llegar su oportunidad.
La primera gestión de los diplomáticos británicos ante los Estados Unidos después de que los militares presionaron con tanta fuerza a favor de un golpe de Estado en México, fue una conversación entre Sir Maurice de Bunsen y el coronel House, el colaborador más íntimo de Wilson. De Bunsen asistió a este encuentro con gran “flexibilidad diplomática” y trató de sondear a House e influir en él con mucho tacto. En vez de solicitar ayuda norteamericana para los planes golpistas de Inglaterra, le dijo a House que ésta estaba a punto de enviar un ministro a México con el propósito de armonizar la política británica con la de los Estados Unidos en México. El gobierno británico, continuó, había abrigado reservas al respecto, a causa de los “informes ominosos que nos llegaron desde México acerca de intrigas alemanas con Carranza dirigidas a crear disturbios internos e incluso a tomar medidas hostiles a los Estados Unidos, de tal naturaleza que, en caso de tener éxito, obligarían a los Estados Unidos a desplegar grandes contingentes norteamericanos a lo largo de la frontera, lo cual dañaría seriamente los esfuerzos comunes de los Estados Unidos y los aliados en la guerra”.42 Además le dijo Bunsen a House, Carranza tendría acceso a 2 millones de libras esterlinas provenientes de propiedades anglonorteamericanas como resultado de su reconocimiento por las potencias aliadas. (De Bunsen se refería al previsto acuerdo entre Cowdray sobre el ferrocarril de Tehuantepec.)
De Bunsen probablemente calculó que si los norteamericanos tenían planes para un golpe en México, House le daría algún indicio de ello para que Inglaterra se abstuviera de reconocer a Carranza, evitando así que éste obtuviera 10 millones de dólares. De no existir tales planes norteamericanos, De Bunsen esperaba lograr un viraje en la política norteamericana con sus revelaciones sobre una conspiración entre Carranza y Alemania.
Los esfuerzos de De Bunsen fueron infructuosos, pues House se mostró displicente y poco impresionado. El asunto tenía tan poco interés para él que limitó la entrevista a quince minutos. Reaccionó a las revelaciones de De Bunsen con el vago comentario de que le complacía que en el problema mexicano, “como en otros asuntos”, existiera “un buen entendimiento” entre Inglaterra y los Estados Unidos.
A pesar de este resultado desalentador, los diplomáticos británicos no renunciaron a sus esfuerzos. Entre octubre de 1917 y marzo de 1918, las autoridades inglesas entregaron a la embajada norteamericana en Londres siete memorándums “recogidos de nuestras fuentes secretas de información, los cuales contenían una exposición completa de los planes alemanes en México”.43 Al mismo tiempo, el experto en asuntos mexicanos de la embajada británica en Washington se acercó en varias ocasiones a los funcionarios militares norteamericanos para advertirles sobre un ataque mexicano a los Estados Unidos instigado por Alemania, y para procurar apoyo a los planes golpistas británicos.
A pesar de la indiferencia que encontraron en los norteamericanos, los diplomáticos ingleses continuaron elaborando planes que casi sin excepción contenían tres ingredientes principales. Primero, se consideraba que un golpe ejecutado sólo por Inglaterra y Franca era imposible, en tanto que uno realizado sólo por los Estados Unidos era indeseable. Las tres potencias debían coordinar sus esfuerzos y unificarse en torro a un líder común de una nueva “revolución”. Segundo, los ejércitos de Peláez y Félix Díaz debían jugar un papel importante. Y, tercero, el nuevo gobierno victorioso debía devolver todas las propiedades británicas confiscadas, sobre todo los ferrocarriles, a sus propietarios ingleses y también comprometerse a atender “con buena fe” todas las reclamaciones que las compañías extranjeras presentaran a México.
Un examen más detenido de los distintos planes golpistas ingleses revela una notable divergencia de opinión respecto a dos cuestiones esenciales. Las diferencias se centraban en a] si los aliados debían intervenir activamente en los aspectos militares del golpe, y b] qué papel jugarían las fuerzas revolucionarias anticarrancistas, sobre todo Villa y Zapata. Los desacuerdos que estas cuestiones provocaron entre los distintos “conspiradores” eran de naturaleza táctica más bien que de principio. Se suscitaron sobre todo porque los diplomáticos y hombres de negocios británicos en México, que seconsideraban “veteranos” en el campo de la política mexicana, opinaban que los planes militares británicos, elaborados a distancia, eran imprácticos e irrealizables.
Así, por ejemplo, Thurston se oponía enérgicamente a la ocupación de los campos petroleros por los ejércitos aliados, como se proponía en un memorándum del servicio de inteligencia militar británico. Tal ocupación, argumentaba Thurston, daría nueva vida al nacionalismo en México y proporcionaría a Carranza un amplio apoyo popular. Los militares, que pensaban pragmáticamente, presentaban el punto de vista contrario, a saber, que era esencial llevar a los científicos al poder, que el poderío militar combinado de Félix Díaz y Peláez podría vencer fácilmente con el apoyo aliado, y que esto era motivo suficiente para que los aliados intervinieran.44
Aun cuando los diplomáticos y empresarios británicos simpatizaban con Félix Díaz y Peláez tanto como los militares, no creían que estos movimientos tuvieran posibilidades de vencer por sí solos. Sin el apoyo de los movimientos revolucionarios de Villa y Zapata, los planes sencillamente fracasarían.
Estas opiniones se encuentran expuestas en forma particularmente desembozada en un plan formulado por un hombre de negocios inglés apellidado Bouchier.45 Que el plan de Bouchier realmente atrajo atención queda confirmado por una nota de la embajada británica en México al Ministerio de Relaciones Exteriores, en la que se señalaba que el plan era particularmente “interesante y merecía una atención más cuidadosa”.46 Bouchier recomendaba en su plan “inyectar nueva sangre en el partido reaccionario para que pudiera expulsar a Carranza y a su pandilla”.47 Para este fin, Bouchier recomendaba asegurarse la ayuda de los revolucionarios, aunque con cautela. Villa, explicaba, “debía ser utilizado con un propósito específico y en caso de que hiciera mal uso del puesto que se le otorgare, sería sumamente fácil hacerlo desaparecer mediante un accidente”. Zapata, afirmaba Bouchier, “es un hombre malo y sus tropas no tienen principios, pero podrían ser utilizados hasta que se les pueda controlar finalmente o bien exterminarlos a través de la concentración, que es el único medio de habérselas con estos hombres debido a la naturaleza extraordinariamente accidentada de su territorio”.
En abril de 1918 Thurston seguía explicando el fracaso de los esfuerzos británicos por comprometer al gobierno norteamericano en una acción conjunta en México como resultado de la peculiar “devoción” de Wilson por Carranza.48 Pero en esos momentos el Ministerio de Relaciones británico empezaba a dar crédito a una explicación muy distinta, a saber, que los mismos Estados Unidos estaban tratando de organizar un golpe en México. Estos temores fueron exacerbados por varios informes que el Ministerio recibió en abril de 1918. La embajada británica en Washington había obtenido un memorándum secreto del servicio de inteligencia militar norte americano en el Fuerte Sam Houston en el cual se analizaba la fuerza de las diversas facciones combatientes en México, así como las posibilidades de un golpe contra Carranza.49 Las autoridades británicas consideraron que este memorándum podía darles algún indicio en cuanto a las intenciones norteamericanas. Al final del memorándum se afirmaba que una actitud adecuada frente al grupo de Félix Díaz y otras fuerzas anticarrancistas podría producir una orientación amistosa hacia los Estados Unidos y los aliados, que un uso correcto del embargo podría coadyuvar a esto, y que si se les permitía obtener armas y municiones en los Estados Unidos, las fuerzas combinadas de las diversas facciones eran capaces de provocar la caída inmediata del gobierno de Carranza.
Fletcher, el embajador norteamericano en México, que hasta entonces siempre se había opuesto a los intentos de golpe, aconsejó en marzo al gobierno británico que no reconociera a Carranza porque éste tal vez había firmado un acuerdo secreto con Alemania. Fletcher sugirió también que pronto podría ocurrir un golpe contra Carranza. Explicó “que Doheny había llegado a la conclusión de que sería más barato derrocar a Carranza apoyando una nueva revolución que pagar su parte de los impuestos decretados por Carranza”. De la actitud de Fletcher se puede deducir fácilmente que éste de ninguna manera se oponía a estos esfuerzos. “El embajador —informó Cummins—, parecía deseoso de comunicar más de lo que decían sus palabras. Yo le dije que sabía con exactitud que un grupo de revolucionarios había recibido municiones procedentes de Nueva Orleáns. Él rió y replicó que sabía eso y algo más y que aquéllos estaban recibiendo sus municiones de Galveston.”50
Los actos de Fletcher deben juzgarse en el contexto de una crisis mexicano-norteamericana que había estallado en febrero de 1918, cuando Carranza había anunciado un aumento de las regalías pagaderas por las compañías petroleras extranjeras, así como el registro de las propiedades extranjeras en México. Al mismo tiempo, Carranza había intentado, aunque sin éxito, poner bajo su control, mediante una ofensiva militar, la región dominada por Peláez.51
Tanto las compañías petroleras como el gobierno norteamericano habían protestado enérgicamente contra estas medidas. Fletcher escribió en abril de 1918 al secretario de Estado Lansing que ya no podía evitar “que el problema mexicano distraiga nuestros esfuerzos y nuestra atención de la Gran Guerra”.52
El Ministerio de Relaciones Exteriores en Londres creyó que había descubierto la clave de los planes norteamericanos en México, después de que Hohler se reunió en Washington con un abogado apellidado Carranco quien se decía representante de Alfredo Robles Domínguez. Alfredo Robles Domínguez era un viejo compañero de lucha de Madero, que había seguido ocupando altos puestos gubernamentales bajo Carranza. Había sido gobernador de la ciudad de México y, hasta finales de 1914, comandante de las fuerzas carrancistas en el estado de Guerrero, cargo al que renunció por discrepancias de naturaleza desconocida con los líderes del movimiento carrancista. Sin embargo, Domínguez nunca había roto totalmente con Carranza por aquel entonces, sino que quedó como diputado por Querétaro en el Congreso Constituyente de 1917, donde actuó como portavoz del ala conservadora del Congreso.53
Carranco buscó a Hohler en Washington en abril de 1919 y le informó que se estaban haciendo preparativos para un levantamiento que había de derrocar a Carranza y llevar a Robles Domínguez al poder. Domínguez le aseguró a Hohler que todos los grupos hostiles a Carranza y los oposicionistas de todos los matices, incluidos Peláez, Zapata, Villa y Gutiérrez, apoyaban a Robles Domínguez. Para demostrarlo, Carranco le enseñó al representante inglés una carta de Zapata dirigida a Villa, en la que el primero le daba su apoyo a Domínguez.54 (Sin embargo, Carranco no tenía información segura sobre la actitud de Villa.) Según Carranco, el “proyecto Domínguez” contaba con el apoyo financiero de la International Harvester Company, la Saint Louis Car Company y ciertos intereses petroleros especiales “representados por el señor Helm”.55
Carranco le dio a Holher la impresión de que las autoridades norteamericanas veían con muy buenos ojos este movimiento y que las autoridades aduanales de Laredo “se hacían de la vista gorda ante este proyecto” y habían cerrado ambos ojos cuando él pasó de contrabando 50 mil cartuchos a través de la frontera. Carranco mencionó como prueba adicional de la “ayuda amistosa” de las autoridades norteamericanas el hecho de que en Nueva York un miembro del servicio secreto norteamericano le había advertido que no pernoctara en cierto hotel que frecuentaban agentes carrancistas. Pero a Hohler debe de haberlo impresionado sobre todo una insinuación de Carranco en el sentido de que el coronel House, en una conversación personal con él, había otorgado su aprobación al plan Robles Domínguez.
El motivo de la visita de Carranco a la embajada británica pudo haber sido su temor, que también le manifestó a Hohler, de que los norteamericanos pudieran exigir compensaciones demasiado altas por su apoyo al movimiento. Obviamente esperaba encontrar en Inglaterra un contrapeso a los Estados Unidos. Le advirtió reiterada y explícitamente a Hohler que lo había buscado sin que sus amigos norteamericanos lo supieran, y que los Estados Unidos le reafirmarían su apoyo a Robles Domínguez en caso de que se enteraran de su visita a la embajada británica.
Al final de la entrevista, Carranco entregó a Hohler el borrador de una proclama en la que el nuevo movimiento anunciaba el restablecimiento de la Constitución de 1857, la designación de Robles Domínguez como presidente provisional y la convocatoria a nuevas elecciones.56 En esta proclama no se advierte ninguna deferencia hacia los norteamericanos. Sin embargo, en una conversación confidencial con el encargado de negocios británico en México, Cummins, Carranco dio a conocer las concesiones que su movimiento estaba dispuesto a hacer a los aliados. Se crearía un
“Banco de México” cuyo Consejo de Administración formado por dos representantes británicos, norteamericanos, franceses y mexicanos respectivamente, tendrá a su cargo la supervisión de los gastos e ingresos del gobierno. Será prácticamente un Ministerio de Finanzas, aunque para guardar las apariencias se nombrará un ministro mexicano que en realidad será un títere obediente.57
La bahía de Magdalena en Baja California Sur, que tenía interés estratégico tanto para los Estados Unidos como para el Japón, sería confiada a la Sociedad de Naciones. Carranco suponía que la Sociedad “cedería este punto estratégico a los Estados Unidos para su uso como una base naval en el Pacífico”.
Carranco aseguró que Robles Domínguez se proponía resolver todos los litigios entre México y los Estados Unidos, como el problema del Chamizal, las dificultades con la compañía Tlahualilo, etcétera, con un criterio favorable a los intereses extranjeros. Carranco le aseguró además a Cummins que el nuevo gobierno daría una atención especial a los intereses de Inglaterra, y que ya se había decidido encargar a la compañía inglesa Marconi la administración del sistema mexicano de radiocomunicaciones.
Estas informaciones suscitaron cierto optimismo en Cummins. Éste estaba convencido de que los Estados Unidos tenían la intención de establecer, “en secreto y sin que nosotros nos enteremos, un nuevo partido, y de escoger, sin sugerencias externas, al hombre que ha sido particularmente amigable con nosotros”.
Londres no compartía el optimismo de Cummins. Por el contrario, los informes procedentes de Washington y México en el sentido de que el gobierno norteamericano apoyaba el golpe planeado por Robles Domínguez exacerbaron el acalorado debate que se había venido desarrollando desde el estallido de la guerra mundial. En mayo de 1918, este debate estalló en un conflicto abierto entre el Estado Mayor y el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Después que llegaron los informes sobre un golpe planeado por Robles Domínguez con apoyo norteamericano, se planteó la cuestión de por qué los Estados Unidos se negaban a organizar un golpe en México de acuerdo con Inglaterra y por qué el gobierno norteamericano negaba tan obstinadamente su intención de auspiciar un golpe, aunque esa intención era transparentemente obvia para las autoridades británicas. Se supuso que los Estados Unidos estaban tratando de aprovechar la guerra para desplazar a Inglaterra de su posición económica en México y en toda América Latina. El informe de Hohler a la embajada británica en Washington sobre la convicción norteamericana de que “sólo los Estados Unidos tienen el derecho de ejercer autoridad en el continente americano”,58 compaginaba muy bien con, la información recibida por el Ministerio de Relaciones Exteriores sobre el conocimiento anticipado del plan de Robles Domínguez por los Estados Unidos. Hohler advertía en su informe que más de la mitad de las inversiones británicas en ultramar estaban concentradas en América Latina y que estas inversiones se veían amenazadas por la política norteamericana. “Existe una marcada envidia por nuestro comercio y nuestra iniciativa, y una clara tendencia a ocupar nuestro lugar en el comercio.”
Si bien la perspectiva de una hegemonía norteamericana en México preocupaba ciertamente al Ministerio de Relaciones Exteriores, este temor por sí solo no hubiera bastado a suscitar la actitud de alarma que dominó tanto al Ministerio como a las fuerzas armadas británicas en mayo de 1918. Esta atmósfera de pánico fue más bien el resultado de la sospecha de que los Estados Unidos estaban en vías de planear una intervención militar en México, probablemente en combinación con el golpe de Robles Domínguez. Especialmente los jefes militares británicos consideraban que ésta era la razón de que el gobierno norteamericano hubiera mantenido tan en secreto su apoyo al golpe planeado por Robles Domínguez. Según los cálculos de Thurston y del Estado Mayor británico, harían falta 500 000 soldados norteamericanos para asegurar el éxito de una intervención en México.59 En vista de la situación militar de las potencias aliadas en la primavera de 1918, tal perspectiva resultaba aterradora para el Estado Mayor británico.
A comienzos de 1918 la posición de Alemania parecía muy fuerte. En febrero se había firmado el tratado de Brest-Litovsk con la Rusia revolucionaria, del cual Alemania había salido económica y políticamente fortalecida. Obtuvo el control de un vasto territorio que incluía tanto a Ucrania como a los países bálticos, y en consecuencia tenía la posibilidad de sacar una gran cantidad de tropas del frente oriental para concentrarlas en el oeste. En marzo, la capitulación de Rumania fortaleció más aún a Alemania. Y en la primavera, el Alto Mando alemán retiró un gran número de tropas del frente oriental y lanzó una de sus mayores ofensivas de la guerra. Durante ese periodo los alemanes lograron ciertos éxitos, y los aliados se vieron muy presionados. La fuerza numérica alemana era muy superior a la de los aliados, y tanto en Inglaterra como en Francia el ejército y la población civil se mostraban cada vez más cansados de la guerra. Unos meses antes, en 1917, varias rebeliones habían minado desde adentro la capacidad combativa del ejército francés, aun cuando esas rebeliones habían sido sangrienta y despiadadamente reprimidas por el general Petain. En esta deprimente situación, el mando aliado tenía puestas sus esperanzas en las tropas y las armas enviadas por los Estados Unidos. Pero en mayo de 1918, sólo nueve divisiones norteamericanas habían llegado a Europa.60 Una intervención norteamericana en México habría retrasado considerablemente la llegada de los refuerzos norteamericanos que los aliados necesitaban tan desesperadamente en esta coyuntura crítica de la guerra.
Estos temores movieron al ministro británico de Relaciones Exteriores, Balfour, a telegrafiar al embajador británico en Washington la orden de que discutiera el problema mexicano a la mayor brevedad posible con el presidente Wilson. Lord Reading debía comunicar a Wilson la “gran preocupación” de Balfour por los acontecimientos en México, y advertirle sobre la creciente influencia alemana en Carranza y los intentos alemanes de convencer a éste de que atacara a los Estados Unidos. Reading también debía llamar la atención de Wilson sobre los peligros que esto representaba para los suministros de petróleo a los aliados y prevenirlo contra la utilización de tropas norteamericanas en una guerra con México. Aun cuando Carranza no estuviera dispuesto a arriesgarse en un ataque abierto a los Estados Unidos, siempre existía la posibilidad de una provocación alemana para inducir a los Estados Unidos a invadir a México.
Balfour ordenó a Reading que informara a Wilson sobre la mejor manera de proceder contra Carranza: “brindar apoyo activo a los jefes revolucionarios y posiblemente alentar una operación diversionista por parte de Guatemala. Balfour no deseaba, sin embargo, tomar ninguna medida que chocara con la política de Wilson”.61 Reading debía pedirle a Wilson una respuesta inmediata.
Las tímidas gestiones del Ministerio de Relaciones Exteriores no satisficieron en modo alguno a los jefes militares británicos. Éstos exigieron una clara invitación al presidente norteamericano a intervenir en la política mexicana conjuntamente con Inglaterra. El 9 de mayo de 1918 se hizo llegar al gabinete de guerra británico un memorándum sobre la situación en México, en el cual el Estado Mayor expresaba abiertamente sus críticas al gobierno norteamericano.62 El memorándum afirmaba que, como resultado de la política norteamericana “de vacilación, la situación en México había cobrado un cariz crítico y tal vez hasta peligroso”, y “requiere acción inmediata” para evitar una paralización de las operaciones de guerra de los aliados. El memorándum acusaba al gobierno norteamericano de haber desoído todas las advertencias inglesas sobre las intrigas alemanas y de haber procedido con falsía y deslealtad en su trato con la Gran Bretaña. Los Estados Unidos habían negado la existencia de las negociaciones que, según el Estado Mayor, habían llevado a cabo con Iturbide y Robles Domínguez con el propósito, por una parte, de ganar ventajas materiales y por otra parte, de sentar las bases para una intervención norteamericana en México. “El gobierno norteamericano”, declaraba con indignación el Estado Mayor británico, parecía “ver con satisfacción la posibilidad de que las hostilidades abiertas con México constituyan una excelente oportunidad para el adiestramiento de sus tropas”.
En la propuesta que el Estado Mayor recomendaba dirigir a Wilson, se le ofrecían a éste dos opciones, ambas en el sentido de una acción conjunta con Francia e Inglaterra. Si Carranza declaraba su disposición a alinearse con los aliados y a expulsar a todos los alemanes de México, obtendría el reconocimiento. Si se negaba a ello, el Estado Mayor proponía “el repudio definitivo de Carranza, seguido o acompañado de su derrocamiento”. El Estado Mayor admitía preferir la segunda opción. “A continuación se invitaría a los dirigentes mexicanos a escoger un presidente conocido como persona grata a los tres gobiernos aliados, y se le darían a éste seguridades de apoyo en todos los sentidos siempre y cuando su gobierno actuara en favor de los intereses de la Entente.” El Estado Mayor concluía su memorándum con un ataque tanto al Ministerio de Relaciones Exteriores británico como al Departamento de Estado norteamericano por haber prestado demasiada atención a los “intereses creados” (es decir, a los intereses de las grandes compañías) y demasiado poca atención a las consideraciones militares. Balfour respondió al memorándum de los jefes militares con su propio memorándum redactado en términos igualmente enérgicos, el cual le fue entregado al rey y al gabinete de guerra. “El Estado Mayor —escribió—, ha aprovechado el ocio que le ha concedido la ofensiva alemana para hacer circular un documento en el cual le dice al Gabinete cómo el Departamento de Estado en Washington y el Ministerio de Relaciones Exteriores en Londres están manejando incorrectamente nuestras relaciones con la República Mexicana.”63 A Balfour le interesaba sobre todo defender los derechos del Ministerio de Relaciones contra las injerencias en su jurisdicción. Al presentar un memorándum sobre política exterior al gabinete de guerra sin antes consultar con el Ministerio de Relaciones Exteriores, el Estado Mayor no sólo había usurpado las funciones del Ministerio, sino que había intentado formular unilateralmente una política exterior para la Gran Bretaña.
Las diferencias entre el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Estado Mayor no tenían su origen sólo en el contenido, sino también en los procedimientos de la política exterior británica. Ambos bandos coincidían en el propósito último de derrocar a Carranza por medio de un golpe realizado conjuntamente con los Estados Unidos; las diferencias de opinión se centraban en el ritmo que debía seguir la toma de decisiones necesarias y en cuál era la mejor manera de ganar la aprobación de Wilson a tal proyecto. Balfour consideraba “muy exagerados” los temores de los jefes militares de que una guerra entre México y los Estados Unidos fuera inminente y de que los Estados Unidos emplearían veinte divisiones en tal guerra.
La nota que Balfour había enviado a Reading el 7 de mayo pidiéndole que sondeara a Wilson en cuanto a la política norteamericana en México, revela que él juzgaba prácticamente imposible inducir a Wilson a modificar su política en México.64 Sin duda alguna recordaba las experiencias británicas de años anteriores, especialmente en 1913-14. En el periodo de máximo poderío británico, antes de que el país hubiese sido debilitado por la guerra mundial y se hubiese hecho dependiente de la ayuda norteamericana, el gobierno británico había intentado en vano que Wilson modificara su política en México. Dada la situación de Inglaterra en 1918, tal intento era menos factible aún.
El gabinete de guerra no tomó ninguna decisión sobre el problema mexicano, pero pidió a los representantes del Estado Mayor y del Ministerio de Relaciones Exteriores que discutieran y llegaran a un acuerdo sobre una estrategia mexicana.65
Entretanto, el presidente Wilson le había asegurado a Lord Reading que no se estaba preparando ningún golpe o intervención;66 Carranza le había informado que estaba posponiendo la aplicación de los decretos contra las compañías petroleras; y el 26 de mayo Cummins fue informado por Carranco que Robles Domínguez había recibido menos apoyo del que esperaba para sus planes.67 Esto mitigó en cierta medida los temores de los jefes militares. Pero fue necesario el fracaso de la última gran ofensiva alemana, el desembarco de varios centenares de miles de soldados norteamericanos y el éxito de la ofensiva aliada en julio de 1918 para restablecer plenamente la confianza del Estado Mayor.
Mientras el Estado Mayor criticaba al Ministerio de Relaciones Exteriores por ser demasiado blando con Carranza y por prestar demasiada atención a los “intereses creados”, esos intereses —especialmente Lord Cowdray— replicaron que el Ministerio, al negarse a nombrar un ministro y a reconocer a Carranza, no había dado la consideración debida a los requerimientos de las “principales” compañías activas en México. A principios de 1918, pese a la línea dura de Carranza contra las compañías petroleras extranjeras, había tenido lugar un reacercamiento entre las empresas de Cowdray y Carranza. Cowdray se había negado rotundamente a secundar las propuestas del Ministerio de Relaciones Exteriores para organizar un golpe contra Carranza en colaboración con Doheny, el representante de la principal compañía petrolera norteamericana en México.68
Los esfuerzos de Cowdray, así como los de otras compañías inglesas con inversiones en México, divergían totalmente de los del Estado Mayor. La brecha insalvable entre los dos campos se advierte en una carta enviada a Inglaterra por uno de los colegas de Cowdray el mismo día en que el Estado Mayor presentó su memorándum al gabinete de guerra. El análisis de la situación política en México contenido en la carta no contradecía el de los jefes militares; Cowdray también esperaba un ataque mexicano contra los Estados Unidos inspirado por Alemania. Él quería, sin embargo, aprovechar esa guerra en lugar de evitarla. Inglaterra, en su opinión, no debía tomar ninguna medida para derrocar a Carranza antes de que éste pudiera lanzar tal ataque, como habían recomendado los jefes militares en mayo de 1918 y como también lo había hecho el colega de Cowdray, Body, en junio de 1917. A pesar de la alianza anglo-norteamericana existente, el socio de Cowdray escribió: “No veo ninguna razón en particular para que Inglaterra, o cualquier otro de los aliados, intervenga en este próximo conflicto y en cambio hay muchas razones para no intervenir”.69 También expresó esa razón muy claramente: “La fuerte simpatía germanófila del gobierno mexicano indicaría aparentemente una política antialiada, pero la germanofilia es realmente yankifobia y no existe ningún sentimiento fuerte contra las otras naciones aliadas. Por lo tanto, en caso del estallido de una guerra entre México y los Estados Unidos, la abstención de otras naciones aliadas no sólo reduciría en gran medida las pérdidas materiales a causa de la guerra, sino que reduciría los recursos a disposición del gobierno mexicano, puesto que éste no estaría en libertad de confiscar las propiedades de naciones amigas o cuando menos neutrales”.
Es, pues, obvio que los colegas de Cowdray abrigaban la idea de aprovechar una guerra mexicano-norteamericana para fortalecer la posición económica de las empresas británicas.
Una comparación entre las políticas inglesa y alemana en México en los meses que mediaron entre la declaración de guerra por los Estados Unidos y el armisticio, revela algunos paralelismos interesantes. Los diplomáticos y los jefes militares más importantes de ambos países veían la situación política en México a través del mismo lente racista, y unos y otros eran hostiles a los objetivos de la revolución mexicana. Con igual ineptitud, los dirigentes políticos de ambos países formularon, probaron y descartaron planes caracterizados por la misma falta de realismo y por el deseo de empujar a México a una guerra: el conflicto con los Estados Unidos que los alemanes querían o la guerra civil que importantes grupos en Inglaterra deseaban provocar. Las autoridades inglesas eran igualmente incapaces de estimar con sentido realista la disposición, los intereses y los objetivos de su aliado potencial, y los planes ingleses para ganar la aprobación de Wilson a un golpe conjuntamente inspirado en México parecen casi tan inaplicables como los sueños de Zimmermann de lograr que Carranza atacara a los Estados Unidos. La ilusión reinaba en ambos bandos.
Por más que se contradijeran los objetivos últimos de Inglaterra y Alemania, los objetivos mínimos de los dos gobiernos coincidían. México debía permanecer neutral en la guerra —si bien Inglaterra y Alemania tenían diferentes concepciones de esa neutralidad y ponían diferentes esperanzas en ella— y la influencia norteamericana en México debía ser mantenida en un nivel mínimo.
La política mexicana de cada país estaba condicionada por las tensiones que existían entre las fuerzas armadas y los grupos económicos. En tanto que las fuerzas armadas querían convertir a México en el teatro de una guerra, los grupos económicos buscaban la estabilidad y un acercamiento con Carranza. En lugar de provocar conflictos en México, sin embargo, las autoridades militares se vieron obligadas a combatir a sus propios funcionarios de política exterior.
La diferencia esencial en la política mexicana de los dos países reside en la manera como los Ministerios de Relaciones Exteriores de Inglaterra y Alemania persiguieron sus objetivos. El Ministerio alemán, en un principio, puso en práctica una política inexorablemente ofensiva, que desembocó en la nota de Zimmermann y en muchos otros planes del servicio secreto. La política mexicana de Alemania, sin embargo, no tardó en experimentar un cambio, y el Ministerio de Relaciones Exteriores empezó a contrarrestar los extravagantes planes de las fuerzas armadas para realizar actos de sabotaje en los campos petroleros o un ataque fronterizo contra los Estados Unidos.
La política del Ministerio de Relaciones Exteriores británico evolucionó en la dirección opuesta. En un principio, el Ministerio practicó una política de conciliación, y en noviembre de 1917 pareció dispuesto a reconocer a Carranza. Poco después, sin embargo, el Ministerio efectuó un viraje total y se esforzó por derrocar al gobierno mexicano.
En el conflicto entre las compañías con intereses en México y las fuerzas armadas, el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán tomó partido por las compañías, en tanto que el Ministerio británico se alineó con las fuerzas armadas. Debido a que las empresas británicas tenían una presencia mucho mayor en México que las empresas alemanas, esto parece difícil de entender a primera vista. Las actitudes divergentes de los Ministerios de Relaciones Exteriores frente a las propuestas de las fuerzas armadas tienen causas múltiples y no se pueden reducir a un común denominador.
En Alemania no había acuerdo entre las autoridades militares en lo tocante a una estrategia mexicana. De tal suerte, la marina sólo deseaba un México neutral y se oponía a las ideas del Estado Mayor, que favorecía los ataques fronterizos contra los Estados Unidos y las acciones de sabotaje en los campos petroleros dirigidas a provocar una intervención norteamericana. Las autoridades navales alemanas esperaban encontrar en México una base para las acciones de sabotaje en Norte y Centroamérica. El resultado de los desacuerdos en el seno de las fuerzas armadas fue que el Ministerio de Relaciones Exteriores pudo imponer sus propios puntos de vista sobre política mexicana mientras accedía a los deseos de los jefes militares en todas las demás cuestiones.
En la Gran Bretaña, sin embargo, el ejército y la marina estaban en completo acuerdo sobre la necesidad de una acción ofensiva contra el gobierno mexicano.
Un segundo factor que explica las actitudes divergentes de los Ministerios de Relaciones Exteriores alemán y británico frente a las políticas de sus respectivas fuerzas armadas fue el hecho de que las compañías y los jefes militares alemanes se enfrentaban a los mismos enemigos en México: los aliados, especialmente los Estados Unidos y la Gran Bretaña.
Las compañías y los jefes militares británicos, por el contrario, tenían que vérselas con dos adversarios diferentes. Para los jefes militares, el principal enemigo era Alemania, en tanto que para las compañías británicas, eran los Estados Unidos. En este conflicto, el Ministerio de Relaciones Exteriores británico se alineó con las fuerzas armadas, si bien con ciertas reservas, pero fueron precisamente esas reservas las que motivaron la cólera del Estado Mayor.
Tal vez las actitudes divergentes de los Ministerios de Relaciones Exteriores de ambos países frente a los proyectos de sus respectivas fuerzas armadas puedan explicarse mejor si se piensa en las consecuencias que hubiera tenido la realización de sus planes. El estallido de una guerra mexicano-norteamericana, como la deseaba el Estado Mayor alemán, habría significado el fin de todos los planes alemanes de expansión en México. El sueño de Eckardt de que Alemania pudiera reclamar parcialmente el “legado de Cortés” se habría esfumado.
La ejecución con éxito de los planes golpistas de las autoridades militares y navales británicas, por el contrario, habría logrado tres objetivos a un tiempo: Alemania habría sido marginada o tal vez expulsada de México; se habría evitado una intervención norteamericana; e Inglaterra se habría asegurado una participación en cualquier solución futura del problema mexicano. Además, el nacionalismo mexicano habría sido frenado.
En comparación con estos ambiciosos objetivos, los resultados concretos de la política británica fueron modestos. No fue la política británica, sino la previsión de Carranza y de los revolucionarios mexicanos victoriosos que lo rodeaban, lo que aseguró la neutralidad de México y su negativa a entrar en la guerra del lado de Alemania. Con todo, la política británica en México registró algunos éxitos impresionantes en el periodo de 1917 a 1918.
El primer éxito tuvo que ver con el control de los campos petroleros. A través del apoyo activo a Peláez, el gobierno británico, junto con las compañías inglesas y norteamericanas, logró mantener los campos petroleros, si bien no los puertos de Tuxpan y Tampico, fuera del control del gobierno mexicano.
El más espectacular de los éxitos británicos se dio en la esfera del espionaje. El desciframiento de la nota de Zimmermann y el éxito de las autoridades inglesas al fingir que ignoraban las claves secretas alemanas, lo cual les permitió descifrar todas las notas del servicio secreto alemán hasta el final de la guerra, constituye un gran logro en la historia del espionaje. La inteligencia naval británica también dio pruebas de gran habilidad al infiltrar agentes británicos en la red del servicio secreto alemán en México.
A la luz de esos éxitos, los enormes errores de juicio de los servicios secretos británicos en lo tocante a las intenciones alemanas, norteamericanas y mexicanas, resultan tanto más sorprendentes. En siete memorándums cursados entre noviembre de 1917 y junio de 1918, el servicio de inteligencia británico informó sobre un acuerdo entre Carranza y Alemania para que México atacara a los Estados Unidos.70 Tal ataque, sin embargo, nunca ocurrió, y esa información, como ya hemos explicado anteriormente, era totalmente inexacta. Después que Carranza rechazó la segunda propuesta alemana de alianza, que Delmar había transmitido en agosto de 1917, las autoridades alemanas abandonaron la esperanza de un ataque mexicano contra los Estados Unidos y concentraron sus esfuerzos en la expansión económica en México. Todas las acciones de Carranza dejaban ver claramente (y los diplomáticos norteamericanos así lo entendieron) que éste estaría dispuesto a considerar la cooperación militar con Alemania sólo en caso de un ataque norteamericano a México. Las suposiciones británicas de que el gobierno norteamericano estaba planeando un golpe unilateral en México antes del fin de la guerra, resultaron igualmente falsas.
Las expectativas y los cálculos del servicio secreto británico no eran, por supuesto, completamente infundados. Delmar y toda una serie de agentes del Estado Mayor alemán tenían el propósito de instigar un ataque mexicano a los Estados Unidos y acciones de sabotaje en los campos petroleros. Algunos generales mexicanos les habían expresado a los agentes alemanes su disposición a organizar incursiones en los Estados Unidos. Algunos funcionarios del Departamento de Estado, especialmente el encargado de asuntos mexicanos, Canova, junto con ciertas compañías petroleras norteamericanas, planeaban un golpe de Estado en México.71 Pero cada una de estas actividades entrañaban actividades que contravenían las políticas de los gobiernos alemán, norteamericano y mexicano durante el periodo de noviembre de 1917 a junio de 1918.
Mientras los investigadores no tengan acceso a los archivos del servicio secreto británico, y tal vez aun después de que lo tengan, sólo se podrá conjeturar acerca de las causas de estos análisis erróneos del servicio de inteligencia británico. Es posible que en los análisis de las fuerzas armadas británicas hayan influido las opiniones de los tres diplomáticos británicos de segundo nivel encargados de los asuntos mexicanos: Cummins, el administrador de la legación británica en México; Hohler, el experto en cuestiones mexicanas en la embajada británica en Washington; y Thurston, el encargado de negocios retirado de México. Todos ellos fueron partidarios del derrocamiento violento de Carranza, y en sus informes exageraron constantemente la posibilidad de una conjura entre Carranza y Alemania. No es, pues, sorprendente que los diplomáticos franceses en México tacharan a la legación británica de “alarmista”.72
Otra causa de los análisis erróneos del servicio secreto británico podría hallarse tal vez en la especial relación que existía entre las autoridades inglesas y el Mando Militar del Sur de los Estados Unidos. En los archivos del Ministerio de Relaciones Exteriores se encuentran algunos informes sumamente confidenciales sobre México provenientes del departamento de inteligencia de este Mando Militar del Sur.73 En algunos de estos informes se hace la advertencia de que los mismos no debían ser mostrados, bajo ninguna circunstancia, a los funcionarios norteamericanos; esto quiere decir que los británicos los obtuvieron contra la voluntad, o cuando menos sin el conocimiento, del gobierno norteamericano. Estos informes, que parecían ser los únicos emanados de los Estados Unidos que coincidían con las preocupaciones británicas, contradecían los análisis de Fletcher, el embajador norteamericano en México y de los funcionarios del Departamento de Estado. A principios de 1918, al mismo tiempo que Fletcher argumentaba que Alemania estaba fundamentalmente interesada en la expansión económica en México, el departamento de inteligencia del Mando Militar del Sur informaba que los agentes alemanes y Carranza estaban planeando un ataque a los Estados Unidos. El Mando Militar del Sur también estaba preparando planes para un golpe de Estado en México fomentado por los Estados Unidos.
Una tercera causa de los numerosos errores de análisis cometidos por los británicos puede haber consistido, paradójicamente, en el buen funcionamiento del servicio secreto británico. Los agentes británicos habían logrado infiltrarse en las filas de la inteligencia militar alemana en México, es decir la Sección Política del Estado Mayor, que era el grupo más decididamente partidario de un ataque a los Estados Unidos. En consecuencia los informes de los agentes infiltrados al Ministerio de Relaciones Exteriores británico presentaban un cuadro falso de la situación real.
Existe, no obstante, una discrepancia inexplicada entre el éxito alcanzado en la obtención de información sobre las actividades alemanas en México y su valoración en el Ministerio de Relaciones Exteriores y las agencias de inteligencia británicas.
Entre las grandes potencias en México, Francia fue la que optó por jugar un papel secundario. En la década de 1860 Francia había intentado una penetración unilateral y uni-intencionada en México, pero durante la revolución mexicana fue la única de las grandes potencias que nunca intentó aplicar una política independiente respecto a México. Fue también la única potencia cuya política nunca tuvo un impacto importante en este país.
Hasta 1917 los franceses alinearon su política con la de su aliado más cercano, la Gran Bretaña. Apoyaron dos de las tendencias básicas de la política británica en México en ese periodo: su inexorable oposición a todas las facciones revolucionarias y su creciente temor a las intrigas alemanas en México. En esos dos campos, los intereses de ambas potencias coincidían plenamente. Al igual que los británicos, los franceses habían sido beneficiarios de la política tanto nacional como internacional de Porfirio Díaz, y soñaban con el retorno de un régimen a lo Díaz. Al igual que los británicos, los franceses, después del estallido de la primera guerra mundial, tenían todas las razones para temer a las provocaciones inspiradas por Alemania que pudieran restringir el envío de armas norteamericanas a los aliados e impedir la intervención de los Estados Unidos en la guerra.
A diferencia de los británicos, los franceses no querían aplicar una política antinorteamericana en México. Esto no se debía ciertamente a ningún gran aprecio por la política mexicana de Woodrow Wilson. Por el contrario, los especialistas en el Ministerio de Asuntos Extranjeros francés denunciaron la política norteamericana en México en términos más vitriólicos aún que sus colegas británicos. Habían considerado que la actitud de Wilson estaba motivada fundamentalmente por “un deseo de mantener la preponderancia de los Estados Unidos en México; por el temor de que Huerta pudiera convertirse, con la ayuda de Europa, en un instrumento eficaz contra la influencia norteamericana en Centroamérica”.74
Los diplomáticos franceses en México habían visto a los representantes especiales de Woodrow Wilson ante las diferentes facciones revolucionarias con inocultable desprecio. En una descripción del papel desempeñado por los cuatro agentes principales de los Estados Unidos ante las facciones revolucionarias —Silliman, Carothers, Canova y Hall— el representante francés en México los caracterizó como “hombres sin cultura” hombres corruptos que en lugar de tratar de poner en práctica algún tipo de política norteamericana se la pasaban peleando entre sí con el fin de favorecer los intereses de alguno de los jefes revolucionarios con cuya suerte se habían identificado:
todos ellos tienen un solo objetivo: la victoria del jefe ante el cual están acreditados. Son como los directores de una campaña electoral que van de puerta en puerta y de legación en legación para hacer propaganda en favor de sus candidatos.
Todos ellos han firmado pactos secretos con los cabecillas ante los cuales están acreditados, pactos que redundarían en cuantiosas ganancias en caso de que el cabecilla en cuestión triunfara.
No pertenecen ni siquiera a la segunda fila del mundo político de los Estados Unidos. El señor Silliman, al mismo tiempo que era cónsul de los Estados Unidos en Saltillo, tenía un negocio de lechería. El señor Carothers era agente de una compañía de carga y transporte, el señor Canova era probablemente guardagujas en alguna estación de ferrocarril, y el señor Hall era administrador de un hotel en Cuernavaca.
Sus capacidades intelectuales no los prepararon para estas tareas. Todos ellos tienen los defectos de su clase: falta de cultura, falta de delicadeza, estrechez de criterio, petulancia excesiva y sobre todo una falta de tacto, de comprensión de los sentimientos más elevados y de sutileza que podría explicarse en razón de cierto origen germánico.
Así, pues, los agentes confidenciales podrían haber sido “tal vez buenos vendedores para una fábrica de conservas de Chicago, pero están fuera de lugar como diplomáticos en el gran drama que se desarrolla en México.75
A pesar de estas opiniones sobre Wilson y sus agentes, los franceses no querían verse arrastrados a una política antinorteamericana en México que no les reportaría ningún beneficio. Tenían, en general, muchas menos razones para temer la supremacía de los Estados Unidos en México que sus aliados británicos. Tenían menos concesiones que perder a manos de los norteamericanos. Había pocas inversiones francesas en la minería (la Compañía del Boleo en Baja California era una de las excepciones notables) y menos aún en el petróleo. Las inversiones francesas estaban concentradas en bonos y en la banca. El control e incluso la supremacía norteamericana en México podría haber limitado las posibilidades francesas de adquirir nuevos préstamos o de extender su sistema bancario en México, pero cuando menos habría garantizado el valor de sus propiedades existentes. No es sorprendente, pues, que en septiembre de 1914 el encargado de negocios francés en México escribiera a su cancillería: “Por lo que toca a las vidas y propiedades de nuestros compatriotas, éstos tienen más que perder por la continuación de la actual anarquía que por la intervención norteamericana. Bajo las actuales circunstancias, creo poder decir que una intervención armada norteamericana sería deseable si, como supongo, fuera posible obtener una garantía de igualdad económica y una política de puertas abiertas.”76
Durante un breve periodo los franceses parecieron hallarse en la posición sumamente incómoda de tener que elegir entre contrariar a sus aliados británicos o participar en una política de oposición a la penetración norteamericana en México que no querían seguir. Así, pues, experimentaron un gran alivio cuando los británicos se replegaron en 1913-1914 y cedieron en su oposición a la política mexicana de Wilson.
Después que los Estados Unidos entraron en la primera guerra mundial, la posición francesa vaciló entre el alineamiento fundamental de su política con la Gran Bretaña o con los Estados Unidos. Por una parte, los franceses compartían los temores británicos a las intrigas alemanas en México que podrían conducir a una intervención norteamericana en ese país. Pero, por otra parte, se negaban a participar en los intentos británicos de impedir la hegemonía de los Estados Unidos en México. Las vacilaciones de la política francesa en México llegaron a un punto crítico en noviembre y diciembre de 1917, cuando los británicos les advirtieron a los franceses que Delmar había convencido a Carranza de que entrara en guerra con los Estados Unidos.
Dos puntos de vista muy definidos se manifestaron entre los diplomáticos franceses. El ministro en México, Couzet, tomó muy en serio las advertencias británicas y le propuso a su cancillería un proyecto de represalias apocalípticas contra México. En su opinión, el gobierno francés debía sugerir a los Estados Unidos que enviaran emisarios a México para comprar o “corromper” a los políticos mexicanos. Si estas medidas no tenían éxito, entonces los Estados Unidos deberían “someter a México por el hambre y causar su ruina”. Al mismo tiempo, los Estados Unidos deberían proponerse, en lugar de impedir el aumento de las dificultades internas en México, provocar “tales dificultades, aun a riesgo de poner en peligro las propiedades de los extranjeros, con el fin de que este país se suma en una anarquía tal que la misma Alemania no pueda hacer nada allí. Estoy tan convencido de la necesidad de subordinarlo todo a las necesidades de la guerra europea, que a mi juicio ni siquiera este remedio extremo debería descartarse”.77
El embajador francés en Washington, Jusserand, era mucho más escéptico en lo tocante a las advertencias británicas sobre la situación en México. Al mismo tiempo que el representante francés en México proponía medidas extremas contra Carranza, el embajador en Washington escribía: “Todos estos temores y vacilaciones se deben al señor Hohler, el antiguo encargado de negocios británico y actual segundo consejero de la embajada británica en México, para quien la caída de Carranza, que él ya había anunciado hace algún tiempo, es una especie de panacea”.78 El embajador no sólo desechaba los temores de que Carranza, junto con los alemanes, atacara los Estados Unidos, sino que apoyaba la actitud norteamericana de mantener a Carranza en el poder.
El gobierno norteamericano, que después de todo es el que está principalmente interesado en la situación en México y dispone de buenos medios de información sobre ese país, no abriga, como he dicho repetidas veces, ninguna ilusión en cuanto a Carranza, pero está tratando, con todos los medios a su alcance, de mantenerlo en el poder, prefiriendo la presencia en el puesto de mando en México de una personalidad contraria a los Estados Unidos, a la de los supuestos mejores candidatos cuyo éxito redundaría en dificultades sin fin, que posiblemente requerirían una intervención armada norteamericana. Evitar tal intervención es el principal objetivo de la política de los Estados Unidos en México en este momento.
El escepticismo francés frente a los informes británicos sobre una alianza germano-mexicana reflejaba en parte el escepticismo de los Estados Unidos frente a tales informes. Además, los británicos nunca informaron a los franceses que ellos habían descifrado las claves alemanas, de modo que éstos nunca supieron cómo sus aliados obtenían su información. Por consiguiente, tendieron a ser aún más escépticos frente a las revelaciones británicas sobre México.79 A medida que pasó el tiempo y las reiteradas advertencias británicas sobre un inminente ataque de Carranza a los Estados Unidos no se confirmaron, el pesimismo francés en lo tocante a las intenciones y la fiabilidad de su aliado en relación con México se hizo mayor.
Cuando en marzo de 1918 los británicos sugirieron a los franceses que ejercieran presión conjunta sobre Wilson para que éste rectificara su política mexicana y forzara a Carranza a romper con Alemania o ayudara a sus enemigos a derrocarlo, los franceses no estuvieron dispuestos a secundar a la Gran Bretaña. En un informe preparado para el ministro francés de Relaciones Exteriores, los especialistas del Quai d’Orsay concluyeron: “Debe señalarse que, de acuerdo con la opinión del señor Paul Cambon, las medidas sugeridas por Inglaterra son difíciles de aceptar. Nuestro embajador indica que las relaciones entre Carranza y Alemania no son en modo alguno claras, pero estos informes se basan en declaraciones de agentes alemanes obtenidas en condiciones que no pueden precisarse”.80
A partir de ese momento, la política francesa en México se limitó a apoyar de modo secundario a los servicios de inteligencia tanto británicos como norteamericanos y a sus órganos de propaganda en su lucha contra los alemanes. Los franceses se negaron categóricamente a participar en ninguno de los intentos británicos de derrocar a Carranza o de inducir a los norteamericanos a que hicieran tal cosa conjuntamente con los aliados.
El resentimiento francés por la actitud de los Estados Unidos en México no cesó. Volvió a expresarse plenamente después del fin de la primera guerra mundial. En diciembre de 1919 el encargado de negocios francés declaró que
debe decirse que los norteamericanos tienden a sentirse aquí no sólo como en su propio país, sino como en un país conquistado. En lugar de tratar a México como un país libre y soberano, los norteamericanos lo ven como un país de negros y de seres inferiores; en consecuencia, el desacuerdo entre ellos y las autoridades mexicanas es constante.81
En contraste con las políticas de las potencias europeas, las actitudes de los Estados Unidos frente a su vecino del sur han sido objeto de tantos estudios82 que no hay necesidad de examinarlas detalladamente una vez más. Ello no obstante, una reseña de las políticas de los Estados Unidos y de las compañías norteamericanas en México, cuando menos en sus rasgos generales, es indispensable para entender las actitudes de las potencias europeas.
En los Estados Unidos existía una divergencia de opinión sobre México semejante a la que existía en la Gran Bretaña, pero allí los papeles estaban invertidos. En tanto que las compañías norteamericanas se proponían el derrocamiento violento del gobierno, la administración de Wilson estaba resignada a que Carranza permaneciera en el poder hasta el fin de la guerra. La tarea más importante que Wilson encomendó a su embajador en México, Henry F. Fletcher fue mantener a México “tranquilo” mientras los Estados Unidos estuvieran comprometidos en la guerra europea.
A primera vista, las diferencias entre la política norteamericana y la británica parecen desconcertantes. El gobierno norteamericano no quería intervenir en México por el momento, pues su atención estaba centrada en la guerra europea. E Inglaterra había hecho grandes esfuerzos por impedir una intervención norteamericana en México. Pero aun cuando ambos gobiernos parecían perseguir objetivos virtualmente idénticos, difícilmente puede decirse que sus políticas mexicanas fueran coincidentes o incluso complementarias. El gobierno británico estaba preparando un golpe contra Carranza, en tanto que el gobierno norteamericano no quería intentar ninguna acción violenta contra el presidente mexicano antes del término de la guerra. En febrero de 1917 el coronel House dio instrucciones a Fletcher para que “hiciera todo lo posible por evitar un rompimiento con Carranza”.83
Estas instrucciones siguieron siendo el leitmotiv de la política norteamericana en México hasta fines de 1918, y Fletcher pudo declarar con satisfacción al término de la guerra: “Durante la guerra, fue mi tarea mantener a México tranquilo y esta tarea fue cumplida”.84
¿Cómo pueden explicarse las diferentes orientaciones de los gobiernos norteamericano y británico? Las divergentes experiencias históricas de los dos países en México desempeñaron sin duda un papel importante. Wilson en un principio había apoyado a Villa y después a Carranza, pero su apoyo no le había impedido a ninguno de los dos oponerse a cualquier dominación por parte del presidente norteamericano. ¿Qué garantía tenían las autoridades norteamericanas de que otro gobierno mexicano habría de actuar en forma diferente?
El gobierno norteamericano debe de haber abrigado grandes dudas en cuanto a la confianza que podía inspirarle cualquier posible aliado en México, pues apenas existía algún grupo opuesto a Carranza que en algún momento de su historia no se hubiese enfrentado a los Estados Unidos. El ataque de Villa a Columbus y la durísima condena de Zapata al reconocimiento de Carranza por los Estados Unidos difícilmente podían hacerle pensar al gobierno norteamericano que estaba tratando con un aliado potencial digno de confianza. Pero ni siquiera las fuerzas conservadoras en que la Gran Bretaña quería apoyarse podían ser seguras a los ojos de los norteamericanos. Casi todos los miembros del antiguo ejército federal habían combatido a favor del enemigo de Wilson, Huerta. Aun aquellos jefes que apoyaban claramente a los aliados en sus proclamas habían actuado, en la práctica, mucho más dudosamente de lo que podían indicar sus promesas. Félix Díaz había mantenido contactos provisionales con los agentes alemanes. Asimismo, los agentes norteamericanos y británicos habían informado sobre las amenazas de Peláez de buscar ayuda alemana si Carranza recibía el apoyo activo de los aliados.
La única forma en que los Estados Unidos podían estar seguros de conservar el apoyo de un nuevo gobierno mexicano, cuando menos durante cierto tiempo, era manteniendo la amenaza de una intervención militar. Sin embargo, mientras la guerra mundial continuara, tal amenaza sólo podía ser problemática.
Esto explica por qué casi todos los políticos y funcionarios norteamericanos importantes, a pesar de sus diferentes concepciones en cuanto a la “solución” del problema mexicano, pensaban unánimemente que el problema debía posponerse hasta después de la guerra. Sabían que el tiempo corría a su favor y que su ejército se hacía cada vez más fuerte, y confiaban en que podrían imponer su política en México en el periodo de posguerra sin ayuda europea y sin ningún gran esfuerzo.
Las experiencias de los Estados Unidos en México hacían pensar a la mayoría de los dirigentes norteamericanos que un golpe de Estado no sería tan sencillo como suponían los jefe militares británicos desde su atalaya de Londres. Si los aliados se volvían contra Carranza, ¿qué le impediría a éste atacar los campos petroleros, aliarse con Alemania y destruir las propiedades norteamericanas? Ello desembocaría entonces en una intervención norteamericana en México. Pero eso era precisamente lo que los Estados Unidos querían evitar mientras continuara la guerra. Tales temores fueron expresados por Frank Polk, el funcionario del Departamento de Estado centralmente responsable de los asuntos mexicanos, durante una discusión sobre los planes golpistas de Inglaterra con el embajador francés en Washington.85
Si el gobierno norteamericano hubiese aceptado la opinión de los jefes militares británicos de que Carranza había entrado en una alianza con Alemania y de que un ataque a los Estados Unidos y la destrucción de los campos petroleros eran inminentes, tal vez habría obrado de manera diferente. Pero el gobierno norteamericano no aceptaba esa opinión; tenía una visión mucho más realista tanto de la política mexicana como de los objetivos alemanes en México en 1918.
Fletcher, en efecto, había hecho un análisis perfectamente exacto de los objetivos de Carranza en relación con Alemania y de las intenciones alemanas en México por el momento.
En mi opinión —escribió Fletcher en 1918— la clave de la actitud de México en la guerra mundial fue su temor a una extensión general de la influencia norteamericana aquí. Estoy convencido de que el presidente Carranza —y eso, hoy, quiere decir México— quiere relaciones más bien correctas que íntimas con los Estados Unidos, y espera que la victoria alemana o cuando menos un empate en la guerra mundial habrá de crear un bastión o un contrapeso frente a la influencia moral y económica de los Estados Unidos en México.86
En lo tocante a las intenciones de Alemania, Fletcher argumentaba:
Hasta donde sabe el Departamento de Estado, hay razones para creer que Alemania le ha ofrecido a México ayuda económica para el futuro, y tal vez incluso para el presente. El objetivo de Alemania no es sólo mantener neutral a México en la guerra, sino incitarlo constantemente contra los aliados y especialmente contra los Estados Unidos, con la esperanza de convertirlo en una provechosa fuente de explotación comercial, económica y política en el periodo de posguerra. Esta política está teniendo éxito bajo Carranza.
En un memorándum sobre la colaboración entre Alemania y Carranza fechado el 4 de junio de 1918, Polk ni siquiera mencionó la posibilidad de que Carranza estuviese considerando una declaración de guerra a los Estados Unidos en aquel momento.87
¿Cuál fue la causa de esta divergencia de opiniones sobre la política y las intenciones de Carranza entre los gobiernos norteamericano y británico? No es posible contestar esta pregunta con certeza, pero uno de los factores puede haber consistido en las diferentes fuentes de información de los dos gobiernos. Inglaterra, por una parte, dependía fundamentalmente de los mensajes cursados entre el gobierno de Berlín y sus agentes en México, que eran interceptados por los ingleses y que a menudo contenían un optimismo con poca base en la realidad. Los Estados Unidos, en cambio,. contaban con una amplia red de espías y observadores en todo México, especialmente a lo largo de la frontera, los cuales habrían informado inmediatamente cualquier concentración de tropas mexicanas.
La calidad de los representantes de los dos países también puede haber contribuido a la diferencia de opiniones. Los funcionarios ingleses de bajo rango en México carecían tanto de los contactos personales como del savoir faire político necesario para hacer un análisis correcto de la situación en ese país. Fletcher era un tipo de diplomático muy diferente de los representantes británicos Cummins, Thurston y Hohler; por más que le repugnara personalmente la Revolución Mexicana, cultivaba relaciones normales con Carranza y su gobierno.
Por último, las diferentes posiciones militares de Inglaterra y los Estados Unidos afectaron sin duda sus percepciones de los acontecimientos en México. En noviembre de 1917 y en la primavera de 1918 —precisamente el periodo en que la idea de un golpe en México ganaba cada vez más terreno en Londres— la Gran Bretaña se hallaba en una situación precaria. Una ofensiva alemana victoriosa y una agitación revolucionaria interna eran posibilidades que no cabía descartar del todo. La principal línea de defensa de Inglaterra contra tales riesgos era la llegada de refuerzos norteamericanos lo antes posible. Los jefes militares británicos, por lo tanto, se sentían muy nerviosos; temían el enfrascamiento de los Estados Unidos en una guerra con su vecino del sur y el consiguiente retraso en el transporte de tropas norteamericanas. Los británicos se inclinaban, pues, a ver las simpatías proalemanas de Carranza como una amenaza mayor de lo que eran en realidad. Los Estados Unidos se sentían menos amenazados por Alemania que Inglaterra y no temían una gran inquietud interna. Los norteamericanos acababan de entrar en la guerra, no habían sufrido aún serias pérdidas, y el cansancio de la guerra que era evidente en Europa apenas se dejaba sentir en los Estados Unidos. En consecuencia, los norteamericanos eran más propensos a ver la situación tal cual ésta era en realidad.
La confiada apreciación norteamericana de la situación en México reflejaba también circunstancias económicas. Los Estados Unidos disponían de importantes medios de presión económica a través de los cuales esperaban lograr que México adoptara una actitud más favorable a sus intereses sin necesidad de un golpe o una intervención. Esta influencia económica se derivaba de los profundos cambios que se habían operado en la relación entre los Estados Unidos y América Latina como resultado de la guerra europea.
Durante la primera guerra mundial la economía de la América Latina entró en una fase de desarrollo completamente nueva. Por una parte, el comercio con Europa declinó rápidamente debido a la guerra, y a consecuencia de ello los Estados Unidos empezaron a ocupar un importante lugar en el comercio de América Latina. Por otra parte, los Estados Unidos no estaban en condiciones de absorber todas las mercancías que anteriormente vendían en Europa. Resultado de todo ello fue el surgimiento de muy diferentes tendencias en las relaciones entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos. Una tendencia condujo a un enorme aumento de la influencia económica norteamericana en sus vecinos del sur. Además de la expansión del comercio estadounidense, las compañías norteamericanas intensificaron sus inversiones en América Latina. Muchas empresas norteamericanas utilizaron parte de sus ganancias derivadas de la producción de guerra para ampliar sus inversiones en América Latina. La segunda tendencia operaba en sentido contrario a la primera y significaba un mayor desarrollo e independencia económicos. Se derivaba del hecho de que la guerra mundial fue también un periodo en que los precios de las materias primas aumentaron dramáticamente y ello inclinó la balanza comercial en favor de los países latinoamericanos. Este saldo favorable ayudó a financiar la industrialización que tenía por objeto compensar la pérdida de importaciones de los países industriales avanzados. Como resultado de ello, un nuevo brote de nacionalismo se manifestó a través de toda América Latina.
Entre los países latinoamericanos, México se encontraba en una posición tal vez única. Como resultado de la revolución, tenía uno de los gobiernos más nacionalistas de la región. Pero en términos económicos, su dependencia de los Estados Unidos era tal vez mayor que la de cualquier país latinoamericano de tamaño comparable. Sobre todo, México era más dependiente que nunca del apoyo de su poderoso vecino del norte en lo referente a armas, municiones, alimentos y oro.
México no poseía una industria de armamento propia y tenía que importar armas y municiones del extranjero. Desde el comienzo de la revolución, el gobierno norteamericano había usado el derecho a comprar armas y municiones en los Estados Unidos como un medio de presión política. A los gobiernos y los grupos aceptables para los Estados Unidos se les permitía adquirir armas; los que eran inaceptables quedaban privados de esa posibilidad. Antes del estallido de la primera guerra mundial, estas medidas del gobierno norteamericano sólo tenían un efecto limitado, porque las armas podían obtenerse en Europa o en el Japón. Tampoco era muy difícil adquirir las armas con los fabricantes norteamericanos que buscaban compradores y luego pasarlas de contrabando por la mal vigilada frontera mexicano-norteamericana.
Después de julio de 1914, sin embargo, la situación cambió súbitamente. La demanda aliada de armas y municiones norteamericanas superó ampliamente la oferta, y al gobierno y a los revolucionarios mexicanos se les hizo mucho más difícil su adquisición. Cuando los Estados Unidos entraron en la guerra en 1917, la demanda de armas volvió a aumentar y la industria norteamericana de armamentos se vio inundada de pedidos. A medida que aumentó la demanda de armas por parte de los aliados y del gobierno norteamericano, se impusieron mayores restricciones al contrabando de armas hacia México; las medidas de seguridad en la frontera se hicieron tan estrictas que el envío ilegal de armas llegó a ser virtualmente imposible. De tal suerte, Carranza y sus ejércitos dependieron más de las compras legales de armas en los Estados Unidos que cualquier gobierno en la historia de México.
En 1917 el gobierno de los Estados Unidos impuso controles oficiales sobre la exportación de alimentos, bienes manufacturados y oro semejantes a los controles que había impuesto sobre la exportación de armas desde 1910.88 Esta medida se tomó en un momento en que la producción alimentaria e industrial mexicana había sido considerablemente reducida por siete años de revolución. Así, pues, México se hizo dependiente de su vecino del norte también en estos renglones.
La situación financiera del gobierno no era menos precaria. Prevalecía un estado de crisis financiera cada vez más profunda, consecuencia de los enormes gastos de guerra y de la falta de inversiones y préstamos extranjeros que hacían mucha falta. Aun la producción industrial, que se aceleró tanto como fue posible, y los crecientes ingresos producidos por el aumento de los precios del petróleo y el henequén no bastaban para remediar este estado de cosas. En esa situación, el gobierno norteamericano supuso que podría imponerle sus exigencias a Carranza por medio de presiones económicas. En relación con esto, resulta significativo que los Estados Unidos se sintieran menos preocupados por la colaboración de Carranza con Alemania que por los elementos nacionalistas de su política.
En comparación con las medidas tomadas por otros gobiernos revolucionarios del tercer mundo en la segunda mitad del siglo XX, la política de Carranza parece muy suave y moderada, aunque los representantes de los intereses económicos extranjeros claramente no la juzgaron así en su momento.
El gobierno de Carranza no había tomado medidas radicales contra las empresas extranjeras. No había habido nacionalizaciones, y antes de 1920 se habían repartido muy pocas tierras de propiedad extranjera entre los campesinos. En contraste con otros países donde han ocurrido revoluciones con un marcado carácter nacionalista durante el siglo xx, la revolución mexicana no redujo el poder de las empresas extranjeras. Antes al contrario, el valor de las inversiones extranjeras en México aumentó entre 1910 y 1920.89 Como dijo un funcionario de una gran compañía minera norteamericana: “El desorden, por consiguiente, nos conviene; las denuncias de minas son baratas y la competencia escasa”.90
Los objetivos de Carranza eran mucho más modestos que la nacionalización de las propiedades extranjeras, aunque en principio tales nacionalizaciones estaban previstas en la Constitución de 1917. Sus ideas quedaron formuladas en una serie de pronunciamientos que vinieron a ser conocidos como la Doctrina Carranza.91 En estos pronunciamientos, se adelantó a algunos de los principios de la conferencia de Bandung en la década de 1950, que subrayaban la solidaridad entre los países subdesarrollados y exhortaban a las grandes potencias a no intervenir en sus asuntos internos. Las formas de intervención que el presidente mexicano reiteradamente condenó fueron las pretensiones de los grandes intereses extranjeros en México a recibir la protección de sus gobiernos. Se opuso enérgicamente a la Doctrina Monroe, que consideraba una pretensión directa de los Estados Unidos a ejercer la hegemonía en América Latina. Instó en repetidas ocasiones a los países latinoamericanos a contrarrestar la influencia norteamericana por medio de alianzas entre sí y de relaciones más estrechas con otras potencias.
En términos prácticos, la política de Carranza frente a las empresas extranjeras tenía tres objetivos inmediatos: obligar a las compañías extranjeras a pagar mayores impuestos y regalías, limitar el poder político y económico de esas compañías, y afirmar la soberanía de México sobre sus materias primas y sobre todas las empresas activas en el país. Decretos de este tipo habían sido emitidos ya por Carranza y algunos de sus gobernadores en 1915 y 1916, y en 1917 quedaron incorporados en la Constitución de Querétaro. A fin de acrecentar los ingresos provenientes de las compañías extranjeras, Carranza decretó una serie de leyes que aumentaban los impuestos sobre el petróleo.92 Al mismo tiempo, el gobernador carrancista de Yucatán, Salvador Alvarado, creó un monopolio estatal para la venta del henequén, lo cual tuvo como resultado un fuerte aumento en el precio de ese producto en los Estados Unidos. Se dictaron leyes que sometían a la aprobación oficial las ventas de propiedades mexicanas a extranjeros. Otras medidas tomadas por Carranza exigían que las compañías extranjeras que se propusieran adquirir nuevas propiedades se registraran como empresas mexicanas, para impedir la intervención diplomática de las potencias extranjeras. Las compañías mineras serían obligadas, bajo amenaza de clausura o venta, a reanudar la producción de sus minas cerradas.
Los conflictos más agudos con los Estados Unidos empezaron en enero y febrero de 1917 como resultado de una serie de medidas tomadas por el gobierno mexicano sobre la cuestión petrolera. En febrero de 1918 se aumentó el impuesto a la producción de petróleo y las tropas de Carranza intentaron ocupar los campos petroleros y dispersar a las tropas de Peláez.
En ese mismo mes el gobierno mexicano emitió un decreto que obligaba a las compañías extranjeras a registrar de nueva cuenta sus títulos de propiedad. Este nuevo registro significaba efectivamente un reconocimiento de la Constitución de 1917, particularmente en lo tocante a la soberanía de México sobre sus recursos naturales. El incumplimiento del registro de las propiedades de acuerdo con las nuevas leyes acarrearía la pérdida de todos los derechos de propiedad, y las propiedades quedarían sujetas a venta o arrendamiento.
Carranza tuvo éxito en dos renglones solamente. Después de expresar fuertes protestas, las compañías petroleras pagaron parte del aumento en las regalías, lo que difícilmente representó una gran carga para ellas habida cuenta de las ganancias que les había reportado la guerra. Y el monopolio de las ventas de henequén también constituyó un éxito impresionante para el gobierno mexicano hasta el fin de la guerra,
Todos los demás esfuerzos de Carranza, sin embargo, terminaron en el fracaso. Las compañías extranjeras hicieron caso omiso de los controles oficiales sobre la venta de propiedades mexicanas, pero continuaron haciendo nuevas adquisiciones. Ninguna compañía minera fue expropiada por negarse a renudar sus operaciones. Carranza tampoco pudo evitar que las compañías extranjeras siguieran aplicando presiones diplomáticas a través de sus embajadas. Por último, las compañías petroleras extranjeras se negaron a registrar de nueva cuenta sus títulos de acuerdo con la ley de febrero de 1918, y si bien Carranza no rescindió su decreto de reforma, pospuso de mes en mes la fecha de su aplicación.
El gobierno norteamericano se movió en varios niveles para impedir que el gobierno mexicano aplicara en la práctica sus leyes contra las compañías extranjeras. Los Estados Unidos amenazaron con intervenir y se formularon planes para una ocupación de los campos petroleros mexicanos. Al mismo tiempo, las autoridades norteamericanas intentaron recurrir a presiones económicas para obligar a Carranza a dar marcha atrás. Los embarques de armas al gobierno mexicano fueron suspendidos, después reanudados y nuevamente suspendidos. El mismo procedimiento se utilizó en el caso de los envíos de alimentos y productos manufacturados.
Las autoridades norteamericanas también apoyaron activamente a los adversarios de Carranza o bien toleraron en los Estados Unidos las actividades de los grupos que los apoyaban. Así, el Departamento de Estado aprobó el apoyo económico y militar de las compañías petroleras a Peláez. Las estrictas reglas del embargo fueron dejadas de lado en favor de Esteban Cantú, un antiguo oficial del ejército de Huerta que controlaba el estado de Baja California. El gobierno norteamericano no hizo nada para bloquear la ayuda que, según sabía por los informes de su propio servicio secreto, Félix Díaz estaba recibiendo de la Iglesia católica en los Estados Unidos, de “científicos” acaudalados que vivían en los Estados Unidos y de grandes intereses norteamericanos.93 Por último, no puede determinarse en qué medida el gobierno norteamericano intentó complacer a Obregón, pero el embargo sobre la exportación de oro y productos industriales fue atenuado en su favor, una medida que también se vio como un intento de fortalecer a un adversario potencial de Carranza.
Los adversarios revolucionarios de Carranza, como eran Villa y Zapata, no recibieron por otra parte ninguna ayuda de los Estados Unidos. En marzo de 1917, el senador Fall, el partidario más recalcitrante de la intervención norteamericana en México, había intentado utilizar al movimiento de Villa, que en ese momento estaba logrando importantes éxitos militares en Chihuahua, para sus propios fines. Con este objeto hizo que uno de sus colegas, Charles Hunt, le escribiera una carta a Villa pidiéndole que se reuniera con Fall. Hunt escribió:
Después de conversar con el senador A. B. Fall y muchos importantes personajes en el estado de Chihuahua, y comprendiendo el gran disgusto con que ellos ven a Carranza y su mala administración de los asuntos en la República Mexicana, me dirijo a usted para pedirle que escriba una invitación, fijando la fecha y el lugar en que el senador Fall y otros amigos puedan reunirse con usted para conferenciar sobre un plan por medio del cual podamos ayudarlo a usted en cualquier forma legal, y en mi opinión las personas a las que me refiero son las que podrán conseguirle a usted grandes ingresos del territorio que usted domina, y sólo le pedirán un favor a cambio, que será que usted garantice la protección de todas las propiedades extranjeras en su jurisdicción.
La carta fue interceptada posteriormente por agentes norteamericanos y publicada en el New York Times. Su autenticidad fue confirmada por Fall.94
Los verdaderos objetivos de este plan iban mucho más allá de la mera “protección” de las propiedades norteamericanas en la región controlada por Villa. Siete años más tarde, Charles Hunt declaró que Villa había sido instado a formar una república en el norte de México, constituida por los estados de Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y la parte norte de Veracruz. Según Hunt, Villa había rechazado de plano esta proposición.95
La negativa de Villa a participar en planes elaborados por las compañías extranjeras fue confirmada también por un informe de los servicios de inteligencia norteamericanos presentado en la primavera de 1918, en el cual se informaba que Villa no estaba recibiendo ninguna ayuda económica del extranjero y que estaba financiando su movimiento exclusivamente con recursos procedentes de la región que dominaba.96
El gobierno norteamericano logró uno de sus objetivos más importantes, que era evitar la aplicación de las cláusulas de la Constitución de 1917 que afectaban a las compañías extranjeras mientras la guerra continuara. Carranza cedió a las exigencias norteamericanas posponiendo una y otra vez la aplicación de la legislación sobre el petróleo de febrero de 1918 y finalmente modificándola. Con la excepción de los aumentos a los impuestos pagaderos por las compañías extranjeras, ninguno de los decretos de Carranza que limitaban el poder de las compañías extranjeras e impedían la expansión de esas empresas durante la revolución llegó a aplicarse jamás.
Los norteamericanos, sin embargo, no lograron su objetivo principal, que consistía en utilizar las promesas de préstamos y ayuda económica, junto con presiones y amenazas, para hacer que Carranza revocara la Constitución de 1917, llegara a un acuerdo sobre la cuestión de la deuda mexicana y accediera a las demandas norteamericanas de que indemnizara a las compañías extranjeras por daños sufridos durante la revolución. El gobierno norteamericano también fracasó en su intento de apartar a Carranza de su neutralidad benévola frente a Alemania.
Los “éxitos” de la diplomacia norteamericana no satisficieron a varias compañías norteamericanas que querían organizar un golpe de Estado contra Carranza durante la guerra o, en caso de no poder hacer eso, forzar la intervención militar de los Estados Unidos en México. En este sentido, los ingleses estaban muy en lo cierto al sospechar la existencia de una conjura que implicaba a algunas compañías norteamericanas en México en colaboración con Iturbide y Robles Domínguez. En diciembre de 1917, unos agentes norteamericanos lograron apoderarse de un acuerdo secreto transmitido por ciertas compañías norteamericanas cuyos nombres no se mencionaban a sus socios mexicanos; el acuerdo contenía planes para el derrocamiento de Carranza. En este acuerdo, los conservadores mexicanos convenían, a cambio de la ayuda de las compañías norteamericanas, en precipitar un rompimiento entre México y Alemania. Los participantes mexicanos en el acuerdo también declaraban su disposición a emitir bonos para el extranjero y a dar preferencia en la venta de esos bonos al grupo financiero norteamericano que firmaba el acuerdo.97
Algunos puntos importantes del acuerdo estipulaban “que los puestos de ministros de Relaciones Exteriores y de Hacienda serían ocupados únicamente por hombres capaces de restaurar la armonía entre los gobiernos de México y los Estados Unidos, y que también gocen de la confianza de ustedes y de sus sostenedores”. El acuerdo también estipulaba “que el gobierno mexicano designará a los sostenedores de ustedes como asesores y agentes financieros para llevar a cabo todas las negociaciones financieras que deban efectuarse en los Estados Unidos”. En una cláusula adicional del acuerdo se convenía en obligar a la empresa británica Pearson a ceder su control del ferrocarril de Tehuantepec al gobierno mexicano. El gobierno mexicano, por su parte, se obligaba a vender el 49% de esas acciones al grupo financiero norteamericano que firmaba el acuerdo. Además, todas las propiedades que le habían sido confiscadas al político mexicano Iturbide le serían devueltas. El acuerdo, que fue enviado por correo desde Nueva York a Canova, no mencionaba nombres, pero el Secretario de Estado, Lansing, no tardó en descubrir a los conspiradores. Cecil Ira Mc-Reynolds un abogado implicado en el plan, le informó a uno de los colegas de Lansing
que el principal objetivo de la revolución que planeamos era obtener el control del petróleo en Tampico y los barcos alemanes en aguas mexicanas; se había llegado a un acuerdo con la participación de Corwin, Swain y Helm, de la Standard Oil Company, y el Departamento de Estado. Ellos se reunieron en Nueva York y discutieron el plan.
McReynolds dijo también que la Standard Oil Company había aportado inicialmente 5 millones de dólares para la ejecución del plan. Dos millones y medio serían utilizados para comprar los barcos, millón y medio para financiar a los revolucionarios, y el millón restante para pagar a los sostenedores del movimiento. S. le dijo a X. que él tenía la impresión de que a V. se le pagaría con este dinero.
En este informe de Lansing, que era de naturaleza sumamente confidencial, V. se refería a Canova.98
Uno de los conspiradores mexicanos, a quien Lansing se refería sólo como S., quería estar seguro de que el gobierno norteamericano apoyaría el plan completamente antes de que él procediera a dar el golpe previsto en México. A tal efecto se acercó a un amigo íntimo del Secretario de Estado, quien a su vez se reunió con Lansing. Lansing no se comprometió, informó inmediatamente a Wilson y después despidió a Canova, quien sin embargo mantuvo sus vínculos con el Departamento de Estado.99 Los financieros norteamericanos, empero, no abandonaron sus planes golpistas. y varios meses más tarde los ingleses, como hemos visto, descubrieron un plan similar que implicaba, no a Iturbide, sino al político mexicano Robles Domínguez.
Las compañías petroleras norteamericanas, la International Harvester Corporation y otras compañías norteamericanas participantes no limitaron en modo alguno sus acciones políticas a este tipo de conspiración, sino que instaron una y otra vez al gobierno norteamericano a que tomara una acción decisiva en México. A mediados de 1918, la International Harvester Company exigió que el gobierno norteamericano ocupara inmediatamente la península de Yucatán para forzar una reducción en el precio del henequén. En agosto de 1918, las compañías petroleras apoyadas por importantes funcionarios norteamericanos como Mark Requa, director general de la sección petrolera de la Administración de Combustibles de los Estados Unidos, intentó provocar una intervención militar norteamericana en México. No se sabe con certeza si el plan consistía en ocupar los campos petroleros o todo México.100
Contrariamente a las sospechas de los militares y los diplomáticos británicos, la mayor parte de los funcionarios del gobierno norteamericano asumieron una actitud negativa frente a estas conspiraciones y amenazas de intervención mientras la guerra continuara. Lansing y Wilson fueron apoyados en su actitud por una serie de compañías encabezadas por la casa bancaria Morgan, que deseaban evitar la intervención armada en México a toda costa. Thomas Lamont, de la casa Morgan, se negó a participar en un grupo de presión formado por compañías norteamericanas partidarias de la intervención.101 La casa Morgan, que tenía grandes intereses en el mercado de bonos británico, estaba empeñada en evitar una intervención norteamericana en México que hubiera puesto en peligro, o cuando menos retrasado, una victoria aliada en la guerra mundial. Además, los bancos querían sobre todo asegurarse el pago de sus deudas y ganar el control del mercado financiero mexicano. Esperaban lograr ambos objetivos ejerciendo presión sobre Carranza.
Aunque el gobierno norteamericano, y especialmente el propio Wilson, no deseaban conspiraciones ni intervenciones en México antes del fin de la guerra, las actitudes de importantes funcionarios norteamericanos frente a esta cuestión empezaron a cambiar durante los últimos meses de la guerra. El intervencionismo se hizo más atractivo para importantes diplomáticos y funcionarios norteamericanos a medida que las tensiones con Carranza aumentaron y que la victoria en Europa se vio cerca.102
En general, los dirigentes de las grandes potencias fueron más capaces de entender con exactitud las respectivas intenciones y políticas de unos y otros, más en todo caso de lo que han estado dispuestos a reconocer muchos observadores contemporáneos e historiadores posteriores. En lo que erraron esos dirigentes fue en la apreciación de los revolucionarios mexicanos y sus políticas. Cuando los políticos europeos y norteamericanos se equivocaron en cuanto a sus respectivas intenciones en México (como los británicos en lo tocante a un ataque germano-mexicano contra los Estados Unidos en 1917-18), esos errores estuvieron casi siempre vinculados a interpretaciones deficientes de las actitudes y los objetivos mexicanos.
¿Fue el Japón la única excepción a esta regla? ¿Fue la única gran potencia cuya política hacia México no pudieron valorar correctamente ni sus adversarios ni sus aliados? Zimmermann, ciertamente, cometió un gran error de juicio cuando supuso que el Japón se uniría a Alemania y a México en una alianza contra los Estados Unidos.
En los propios Estados Unidos, tanto dentro como fuera del gobierno, se expresaron fuertes sospechas en cuanto a las intenciones del Japón en México. Estas sospechas fueron de tres tipos: primero, que el Japón estaba considerando seriamente un ataque a los Estados Unidos, y que con tal propósito en mente estaba explorando la opción de obtener bases y de hacer una alianza con alguna facción en ese país. Segundo, que el Japón quería lograr lo que Alemania venía intentando desde fines de 1914: enfrascar a los Estados Unidos en una guerra con México e impedir así la interferencia norteamericana en los planes del Japón respectola China. Y, tercero, que el Japón esperaba usar a México como pieza de regateo para lograr concesiones norteamericanas en el Lejano Oriente.
Estas sospechas no eran del todo infundadas. El Japón estaba explorando esas tres opciones, pero lo estaba haciendo en dosis tan pequeñas y tentativas que constituían una advertencia, pero no una provocación seria, a los Estados Unidos.
En 1914 el Japón entró en la primera guerra mundial del lado de los aliados y procedió inmediatamente a ocupar la base alemana en China. Esto fue sólo el primer paso en un gran proyecto para asegurar la supremacía japonesa en aquel país.
En enero de 1915 el Japón presentó secretamente veintiuna demandas al presidente chino Yuan Shih-kai. Estas demandas estaban divididas en cinco grupos. Los primeros cuatro eran fundamentalmente económicos: el Japón le pedía a China concesiones de gran alcance, especialmente en la Mongolia Interior y Manchuria. El quinto grupo de demandas habría establecido un cuasi protectorado del Japón sobre China. Entre otras cosas, el Japón exigía que ambos países administraran conjuntamente la policía en las principales ciudades chinas, que se crearan comisiones militares técnicas conjuntas, y que China comprara sus municiones en el Japón (esto último hubiera tenido como resultado una dependencia extrema de las fuerzas armadas chinas respecto del Japón).103
El gobierno japonés había subrayado este estado de cosas iniciando negociaciones secretas con Alemania para una paz por separado y un posible cambio de alianzas.104 En 1915-16 Alemania sugirió al Japón que abandonara a los aliados, se pasara al bando alemán e indujera a Rusia a hacer lo mismo o cuando menos a adoptar una política de neutralidad. A cambio de ello, Alemania cedería todas sus posesiones en el Lejano Oriente al Japón y convendría en que se le hicieran importantes concesiones al Japón en China. El gobierno japonés dejó filtrar información sobre esas negociaciones a los aliados, los cuales a continuación aceptaron la mayor parte de las demandas japonesas en China para conservar al Japón a su lado.
Una potencia, sin embargo, siguió oponiéndose inalterablemente a que el Japón asumiera un papel preponderante en China, y puesto que todavía no estaba envuelta en la guerra mundial disponía cuando menos de algunos medios para hacer valer su oposición. Esa potencia eran los Estados Unidos. Poco después de que el Japón presentó sus veintiuna demandas a China, el gobierno de los Estados Unidos declaró en mayo de 1915 que no reconocería ningún acuerdo entre China y el Japón que amenazara los derechos adquiridos por tratado por los Estados Unidos, la integridad territorial de China o la política de Puertas Abiertas.105 Como resultado de esa declaración, las tensiones entre los Estados Unidos y el Japón aumentaron y México empezó a jugar un papel definido, aunque secundario, en los esfuerzos del Japón por anular o contrarrestar la oposición norteamericana a su política expansionista en China.
México constituía en dos sentidos un escenario sumamente favorable para las intrigas japonesas. A diferencia de los Estados Unidos o las potencias europeas, el Japón tenía muy poco que perder en México. Prácticamente no existían inversiones japonesas en el país, el comercio mexicano-japonés era mínimo y había pocos japoneses en México (la mayoría de los cuales eran de bajo origen social y por lo tanto de interés secundario para el gobierno japonés).106 Así, pues, el Japón nunca tubo que enfrentarse al tipo de dilema que constantemente se le presentó a Alemania: cómo conservar sus grandes intereses económicos en México y al mismo tiempo utilizar a ese país para influir en la política de los Estados Unidos y tal vez provocar una intervención militar norteamericana allí.
Además, la mayoría de los gobiernos mexicanos entre 1910 y 1920, y especialmente el régimen de Carranza, mostraron gran interés en establecer vínculos más estrechos con el Japón. Lo que les atraía era precisamente el hecho de que el Japón no tenía grandes inversiones en México, y que por consiguiente no podrían surgir conflictos entre los intereses económicos del Japón y el nacionalismo mexicano.
Otra clara ventaja del Japón sobre Alemania, desde el punto de vista mexicano, era el hecho de que era la única potencia que podía venderle armas a México y minar, si no romper, así el embargo norteamericano sobre el suministro de armas.
Mucho más difícil de precisar es el papel que desempeñó, si alguno desempeñó, en la actitud de México el factor racial, es decir el carácter no europeo, asiático, del Japón.
El Ministerio de Relaciones Exteriores japonés parece haber intentado aprovechar estas circunstancias, si bien en forma mínima, para transmitir una moderada advertencia a los Estados Unidos.
El Japón, sin embargo, no pudo eludir la contradicción que afligía a las políticas de las grandes potencias hacia México: el conflicto entre las actitudes de las autoridades civiles y las militares en cuanto a la política relativa a México. Al igual que sus homólogas en Alemania, la Gran Bretaña y los Estados Unidos, la Marina japonesa favorecía una política mucho más agresiva en México que la que postulaban las autoridades civiles.
Por lo que toca al Ministerio de Relaciones Exteriores japonés, no hay pruebas de que haya respondido a las reiteradas insinuaciones tanto del régimen de Huerta como del de Carranza mostrando algún interés sustancial en México. Obviamente temía irritar a los Estados Unidos y recordaba las campañas antijaponesas que se habían desatado en los Estados Unidos en ocasión de las tensiones entre los dos países en 1907 y 1908 y como resultado de los rumores sobre la bahía de Magdalena que habían circulado en 1911 y 1912.
Con una posible excepción en 1916, el Ministerio de Relaciones Exteriores japonés desairó una y otra vez todas las insinuaciones mexicanas. Rechazó firmemente las propuestas de cooperación más estrecha entre el Japón y el gobierno de Carranza presentadas por Fukutaro Terasawa, un japonés al servicio del gobierno mexicano, al Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón a fines de 1915 (véase el capítulo 9). Los diplomáticos japoneses se mostraron igualmente firmes al negarse a considerar una nueva propuesta hecha por el gobierno de Carranza en la primavera de 1917 relativa a la entrada de México en la guerra contra Alemania, pero no como aliado de los Estados Unidos sino del Japón.
Ello no obstante, esta reservada actitud del Ministerio de Relaciones en Tokio no significa que éste no deseara utilizar los conflictos mexicano-norteamericanos para sus propios fines. Los diplomáticos japoneses, generalmente en términos muy sutiles, intentaron convencer a los funcionarios norteamericanos de que el Japón debía gozar de la misma preeminencia en el Asia Oriental que los Estados Unidos reclamaban para sí en el continente americano.
De una manera mucho menos sutil, los propagandistas estrechamente vinculados al Japón, como por ejemplo James S. Abbott, escribieron: “Si nosotros insistimos en una Doctrina Monroe para América, ¿por qué no habría de tener el Japón una Doctrina Monroe para el Asia?”107 Los diplomáticos japoneses pronto abandonaron su reticencia y expresaron abiertamente la misma clase de ideas en sus negociaciones con los Estados Unidos. A fines de 1917 el Japón envió un representante especial, el vizconde Kikujiro Ishii, a los Estados Unidos para negociar un acuerdo entre los dos países en vista de que ambos eran ahora aliados en la guerra contra Alemania. Kikujiro Ishii demandó entonces abiertamente el reconocimiento norteamericano de una Doctrina Monroe asiática.
Desde nuestro punto de vista —dijo a sus interlocutores norteamericanos—, el Japón tiene, en toda China y especialmente en las regiones de ese país adyacentes al Japón, intereses que exceden a los de otros países. Tal situación es una realidad que se deriva de los hechos de la naturaleza. Así como el motivo de la Doctrina Monroe existe independientemente de que otras potencias la reconozcan o no, también la posición del Japón respecto a China existe independientemente del reconocimiento de otras naciones.108
Ishii utilizó el ejemplo de México para responder a los argumentos norteamericanos de que el reconocimiento del interés preeminente del Japón en China pondría en entredicho la política de Puertas Abiertas. “Los Estados Unidos —dijo—, tienen un interés preeminente en México, pero no por eso se pensó que se estuvieran poniendo restricciones de ningún tipo a las Puertas Abiertas en las relaciones exteriores de México.”109
La sutil diplomacia del Ministerio de Relaciones Exteriores japonés en relación con México no satisfizo a la Marina japonesa, que hacia 1917 “adoptó formalmente una política que veía a los Estados Unidos como el enemigo más probable”.110 Desde 1913 en adelante los estrategas navales japoneses habían empezado a considerar las posibilidades de un conflicto norteamericano-japonés. De tal suerte, los informes sobre el gran interés de la Marina japonesa en México no deben ser sorprendentes, aun cuando algunos de esos informes no pueden confirmarse en fuentes japonesas.
A principios de 1915 Pancho Villa le dijo al diplomático norteamericano George Carothers que un almirante japonés había ido a verlo y le había dicho que el Japón había estado planeando durante tres años un conflicto con los Estados Unidos. Villa informó que el almirante japonés le había preguntado qué actitud asumiría él en caso de que tal conflicto estallara.111 Villa declaró que él tomaría partido por los Estados Unidos.
Más o menos al mismo tiempo tuvo lugar en la bahía de San Bartolomé, en Baja California, un incidente que recibió gran publicidad. En noviembre de 1914 un crucero japonés, el Asama, encalló en la bahía de San Bartolomé o bahía de las Tortugas, como se le llamaba en los Estados Unidos. Rechazó la ayuda de los buques de guerra norteamericanos que se hallaban en la zona y permaneció en la bahía durante seis meses, mientras llegaban otros cruceros, buques de reparaciones y barcos carboneros japoneses para auxiliarlo.112 La prensa de Hearst en los Estados Unidos publicó artículos en los que se afirmaba que esto en realidad sólo era un pretexto para establecer una base naval en Baja California y constituía parte de los preparativos japoneses para un conflicto militar con los Estados Unidos. Estos rumores se extinguieron cuando el Asama finalmente zarpó de la bahía de San Bartolomé varios meses más tarde. Si bien los rumores eran obviamente exagerados y no hay nada en fuentes japonesas que les dé credibilidad, los temores norteamericanos no carecían enteramente de fundamento. Ambos incidentes ocurrieron en un momento en que la Marina japonesa estaba contemplando cada vez más seriamente la posibilidad de un conflicto con los Estados Unidos y precisamente en el momento en que el Japón daba a conocer sus controvertidas veintiuna demandas a China. Muy probablemente la conversación del almirante japonés con Pancho Villa así como el viaje del Asama a la bahía de las Tortugas, eran parte de una política de exploración, por parte de la Marina japonesa, de las posibilidades de utilizar a México en caso de una guerra con los Estados Unidos. En el momento en que el almirante japonés conversó con Villa, a este último se le llamaba con frecuencia el Napoleón mexicano, el invencible y carismático dictador que pronto gobernaría a todo el país. No es. pues, inconcebible que los japoneses estuvieran intentando seriamente sondear su actitud hacia los Estados Unidos. En la misma vena, el viaje original del Asama la bahía de las Tortugas puede haberse efectuado con el propósito de explorar qué posibilidades estratégicas ofrecía esa parte de Baja California en caso de una guerra japonesa-norteamericana. Si las prolongadas reparaciones del Asama fueron parte de un plan de exploración de Baja California, o si se debieron simplemente a dificultades técnicas, es algo que aún constituye materia de especulación.
El interés de la Marina japonesa en México alcanzó su punto máximo en mayo de 1916, cuando la expedición punitiva norteamericana penetró en México y cuando los Estados Unidos y su vecino del sur parecían hallarse al borde de la guerra. Fue también el periodo en que se hizo más agudo el conflicto entre el Ministerio de Relaciones Exteriores del Japón y la Marina japonesa en torno a México.
En mayo de 1916, cuando las tensiones mexicano-norteamericanas habían llegado a su clímax, el secretario de Relaciones Exteriores de México, Cándido Aguilar, se entrevistó con Tamikuchi Ohta, el encargado de negocios japonés en México, y le pidió que el Japón mediara entre México y los Estados Unidos.113 Al mismo tiempo le comunicó a Ohta el deseo de México de comprar armas y municiones en el Japón. El Ministerio de Relaciones Exteriores, consultado por Ohta, rechazó categóricamente las sugerencias de Aguilar; se negó a mediar en la disputa mexicano-norteamericana y declaró que el Japón no podía venderle armas a México porque todas sus ventas de armamento estaban destinadas a sus aliados. Ello no obstante, México no renunció a sus gestiones, y unas semanas más tarde el secretario de la Guerra, Alvaro Obregón, tuvo una reunión con Ohta en la cual solicitó que el Japón recibiera a una delegación mexicana enviada a ese país con la misión de comprar armas.114 Ohta, en un principio, se negó a acceder a esa petición, pero, por razones que no son claras, cambió de parecer y permitió que la delegación viajara al Japón, aunque en su informe al Ministerio de Relaciones Exteriores dijo que la misión seguramente sería infructuosa.115 La misión militar secreta de México viajó al Japón a principios del verano de 1916.
El Ministerio de Relaciones Exteriores en Tokio, al igual que sus representantes en México, hicieron todo lo posible por desalentar a la delegación mexicana. El viceministro de Relaciones Exteriores, Shidehara, le dijo al ministro mexicano en Tokio que el Japón estaba obligado por un tratado a suministrar armas únicamente a sus aliados y no podía venderle nada a México. A esas alturas de las conversaciones, la Marina japonesa intervino súbitamente. El ministro de la Marina les dijo a los representantes mexicanos que la Marina favorecía la venta de armas a México.116 La Marina, de hecho, llegó a criticar a los mexicanos por no haber pedido ayuda y apoyo con anterioridad. La Marina pronto demostró ser más poderosa que el Ministerio de Relaciones Exteriores y México adquirió 30 millones de cartuchos y la maquinaria necesaria para instalar una fábrica de pólvora y cartuchos en México. México también parece haber adquirido una cantidad indeterminada de fusiles y otras armas en el Japón.117
Las acciones de la Marina japonesa son significativas, pues tuvieron lugar en un momento en que México estaba prácticamente solo en su conflicto con los Estados Unidos. Los alemanes en ese momento se negaron a apoyar a México, confiando en que aun sin su intervención México se vería arrastrado a una guerra con su vecino del norte. El apoyo que América Latina le dio a México fue principalmente moral. El Japón, fue, pues, prácticamente el único país que le brindó ayuda a México. Si bien las armas y las fábricas suministradas por el Japón no tuvieron una importancia decisiva, ciertamente alentaron a Carranza en su política de negativa absoluta a hacerle concesiones a Wilson a cambio de la evacuación de la expedición punitiva del territorio mexicano.
Cuando tal evacuación finalmente tuvo lugar, ello pareció poner fin al interés de la Marina japonesa en México. Los motivos de esta pérdida de interés en los asuntos mexicanos no son claros. Ello ciertamente no se debió a que la Marina japonesa hubiera abandonado la idea de que un conflicto con los Estados Unidos era posible. Por el contrario, esa idea tenía una aceptación cada vez mayor en el seno de la Marina. Es posible, sin embargo, que el retiro de la expedición punitiva convenciera a la Marina de que una guerra mexicano-norteamericana no tendría lugar en un futuro inmediato. También es posible que haya confiado en que el creciente conflicto entre los Estados Unidos y Alemania desviaría la atención norteamericana del Lejano Oriente y haría innecesaria otra medida de distracción en México.
Al paso que la Marina perdía interés en México, el control de la política japonesa en México volvió a manos del Ministerio de Relaciones Exteriores en Tokio. Este último no abandonó del todo la política de vender armas a México. Los envíos esporádicos de armas japonesas al gobierno de Carranza continuaron hasta septiembre de 1917. El Ministerio de Relaciones Exteriores, sin embargo, no estaba interesado primordialmente en incitar a México a resistir las presiones norteamericanas con la intención de desencadenar una guerra mexicano-norteamericana, como parece haber sido el propósito de la Marina. Su objetivo seguía siendo el de utilizar a México como una pieza de regateo en sus complejas negociaciones con los Estados Unidos. Eso fue precisamente lo que ocurrió cuando el Japón envió a su representante especial, el vizconde Ishii, a los Estados Unidos en septiembre de 1917 para negociar algún tipo de acuerdo sobre China con el gobierno de Wilson. El intento de Ishii durante esas negociaciones, de comparar la relación de los Estados Unidos con México con la relación del Japón con China, era algo más que un mero paralelismo histórico.118 Era también una advertencia de que si los Estados Unidos continuaban ignorando los derechos especiales del Japón en China, el Japón podría ignorar los derechos especiales de los Estados Unidos en México. No resulta claro hasta qué punto esta inferencia influyó en las largas y complejas negociaciones entre Ishii y el secretario de Estado Robert Lansing. En todo caso, después de que Lansing e Ishii firmaron el acuerdo en el cual el Japón y los Estados Unidos ratificaron la política de Puertas Abiertas en China y los Estados Unidos concedieron que el Japón tenía intereses especiales en ese país,119 el Japón parece haber seguido una política de completa moderación en México. Aunque el acuerdo de ninguna manera zanjó los conflictos entre los Estados Unidos y el Japón, y aunque pronto surgieron entre los dos países nuevas contradicciones no sólo en torno a China sino también a Siberia, el Japón parece haber renunciado a toda intervención en los asuntos mexicanos.
Es difícil estimar la importancia de la política del Japón respecto a México en el periodo carrancista. Con una sola excepción significativa, fue una política de naturaleza exploratoria sin consecuencias concretas. La excepción fue la decisión tomada a instancias de la Marina japonesa de suministrar armas a México en un momento en que las tensiones mexicano-norteamericanas habían llegado a un punto crítico. No es fácil estimar las consecuencias militares de esa decisión. Las municiones y las fábricas de pólvora que Carranza les compró a los japoneses no hubieran significado gran cosa en una posible guerra con los Estados Unidos. En la lucha interna que Carranza venía librando con sus rivales, indudablemente lo ayudaron a mantener su precaria supremacía en el país. Esa ayuda japonesa, brindada en un momento en que México se enfrentaba solo a los Estados Unidos, probablemente tuvo también cierto impacto psicológico en el grupo dirigente carrancista (la masa de la población estaba poco enterada de estos tratos y no fue influida ni se sintió impresionada por los mismos). Tal impacto, sin embargo, no puede haber sido muy grande, pues sólo cinco meses después de que las negociaciones entre los representantes japoneses y mexicanos empezaron en mayo de 1916, Carranza se volvió hacia Alemania. Puesto que el Japón y Alemania estaban en guerra y el presidente mexicano no tenía manera de saber que entre los dos países se habían desarrollado negociaciones secretas, el acercamiento de Carranza a Alemania era una admisión tácita de que la ayuda japonesa nunca podría ser sustancial. Si los mexicanos abrigaban alguna duda al respecto, la negativa del Japón a secundar los planes de Zimmermann encaminados a lograr una alianza y su rechazo igualmente categórico en mayo de 1917 de la propuesta de México de declararle la guerra a Alemania como aliado del Japón, deben de haber convencido a los mexicanos de que la carta japonesa no podía ser parte de su juego.
Resulta interesante especular (no se dispone de pruebas concretas para hacer más que eso) acerca de por qué los japoneses rechazaron la oferta mexicana de alianza. Habría existido una razón obvia si la oferta de México hubiese ido dirigida contra los Estados Unidos y si el gobierno de Carranza le hubiera pedido al Japón que garantizara la independencia de México. No hay pruebas de que esto haya sido lo que los mexicanos sugirieron. Parece ser que lo que éstos deseaban fundamentalmente era un pretexto para declararle la guerra a Alemania sin dar la impresión de estar siguiendo indicaciones norteamericanas. Pero aun este tipo de oferta era algo que los japoneses no tenían por qué aceptar, pues no les prometía ninguna ventaja concreta. Los Estados Unidos, y no el Japón, hubieran sido los beneficiarios principales de un alineamiento de México con los aliados. Ello les habría permitido retirar muchas de las tropas desplegadas a lo largo de su frontera con México. Esto era precisamente lo que los japoneses, cuya rivalidad con los Estados Unidos continuaba, no querían. Puesto que el Japón no estaba interesado en obtener concesiones económicas en México, los mexicanos en realidad no tenían nada que ofrecer al Japón a cambio de una posible alianza.
¿Tuvo el Japón algún impacto en el desarrollo interno o externo de la revolución mexicana? Su política vacilante y en ocasiones contradictoria hacia México, con la posible excepción de las ventas de armas al gobierno de Carranza en 1916, probablemente no tuvo efecto en este sentido. Pero la política general del Japón, su rivalidad con los Estados Unidos y la posibilidad siempre presenté de un conflicto armado con los norteamericanos sí tuvieron consecuencias en lo tocante a la actitud de los Estados Unidos hacia México. Todo ello contribuyó sustancialmente a las vacilaciones del gobierno de Wilson en cuanto a extender su intervención en México y a su decisión de retirar sus tropas del país a pesar de la negativa de Carranza a acceder a las exigencias norteamericanas.