4. HUERTA Y SU OPOSICIÓN INTERNA

La apreciación de Paul von Hintze, el representante alemán en México, de que las clases gobernantes tradicionales de México estaban detrás del golpe de Huerta, se vio confirmada por la actitud que asumieron estas clases hacia el nuevo régimen. Huerta recibió el elogio entusiasta tanto de la prensa conservadora como de los diputados conservadores. En el campo muchos hacendados organizaron contingentes armados, conocidos generalmente como “Defensas Sociales”, para combatir en favor del nuevo régimen. El arzobispo de México ofició un Te Deum en honor del nuevo presidente.

En la dictadura de Huerta reaparecieron algunas de las principales características del porfiriato, intensificadas y exacerbadas. Nadie ha descrito este hecho mejor que uno de los simpatizantes más entusiastas de Huerta: el propio Hintze: “El gobierno exhibe una corruptibilidad y depravación que excede todo lo anteriormente conocido. Todos parecen querer robar tan de prisa como puedan, porque saben que no disponen de mucho tiempo. Por ejemplo, un contrato que se me presentó para un embarque de cañones de tiro rápido sumaba un precio total de aproximadamente 10 millones de marcos, de los cuales 7.5 millones eran para sobornos y 2.5 millones representaban el valor de los cañones. (Uno de los peores es el capitán Huerta, hijo mayor del presidente.) Desgraciadamente, el ejército no está exento de esta corrupción”.1

Huerta sin embargo, era una personalidad muy diferente de don Porfirio, cuyo sentido del decoro siempre fue muy marcado. El nuevo dictador se comportó con frecuencia como déspota oriental. Ante los diplomáticos extranjeros, calificaba a sus ministros de “cerdos a quienes mejor quisiera escupir”,2 y los trataba como tales. Por ejemplo, según Hintze el 23 de marzo ordenó por teléfono a cinco ministros “Ir al Country Club, un local público a unos once kilómetros de la ciudad […] Ésos son los hábitos de Huerta: acuerda con sus ministros las más de las veces en cantinas y restaurantes. Ya que nadie sabe nunca con certeza dónde se encuentra, esto le proporciona una relativa seguridad contra los atentados. Los ministros se apresuraron a partir; sin embargo, Huerta, después de echarles un vistazo, les ordenó ir al Palacio Nacional y esperarlo allí. Los ministros, cuya inquietud no era poca —aquí cada cual está preparado para todo— se dirigieron al Palacio Nacional. Una vez que llegaron allí, fueron detenidos por un general y varios ayudantes por orden del presidente. A las dos de la tarde, una segunda orden del presidente liberó a los amedrentados prisioneros y al mismo tiempo dio a conocer la razón del arresto, los ministros no portaban el emblema en la solapa y el listón de seda que estaban prescritos para los generales de brigada vestidos de civil”.3 Diplomáticos y funcionarios que querían conferenciar con Huerta, tenían que ir de una cantina a otra para encontrar al alcohólico presidente.4

Estas desagradables “peculiaridades” del dictador se combinaban con un gran cinismo y una tremenda crueldad. Una vez manifestó: “Las personas honradas y decentes no se acercan a mí, así que tengo que gobernar con los canallas”.5 Su terrorismo frente a cualquier clase de oposición asumió rápidamente tales modalidades, que el mismo Hintze, quien abogaba por una política de “mano dura”, escribió: “Este terrorismo no es el de un autócrata ilustrado, sino que por momentos toma la forma de una ira sin sentido”.6 Y en otro pasaje escribió: “Los fantasmas de quienes son ejecutados cada noche asedian a Huerta. El antiguo gobernador del Distrito Federal y colaborador de Huerta, fue sacado del despacho del presidente en febrero de 1913 a causa de una expresión imprudente, llevado al suburbio de Tlalpan y ejecutado allí sumariamente. El dirigente del Partido Católico, Somellera, primero fue encarcelado en San Juan de Ulúa, luego dejado en libertad, pero se le obligó bajo amenaza de muerte a entregar una considerable suma de dinero y a salir de inmediato para Europa. Los métodos del gobierno corresponden aproximadamente a los que eran usuales en Venecia en la alta Edad Media, y podrían ser considerados por nosotros con indiferencia si no fuera porque ocasionalmente se orientan también contra los extranjeros”.7

Sería erróneo, sin embargo, ver en Huerta a un borracho incompetente o ineficaz. Bajo una apariencia exterior generalmente alcoholizada se ocultaba un político sumamente astuto y hábil. La mejor prueba de ello es que, a pesar de la creciente actividad revolucionaria, de las presiones cada vez mayores de parte de los Estados Unidos, y de las divisiones entre sus adeptos, Huerta logró mantenerse en el poder durante diecisiete meses … y salir vivo de México.8

Pero el nuevo régimen no era una simple réplica de la dictadura de Díaz. A diferencia de su antecesor, dominado por una oligarquía financiera, los militares desempeñaron un papel mucho más importante bajo Huerta. Inicialmente el régimen huertista estuvo compuesto de representantes de diversas camarillas militares: la del mismo Huerta, la de Félix Díaz y Mondragón, y el grupo orozquista, que ya se había rebelado contra Madero. Además, Huerta había aceptado a varios de los principales políticos del régimen porfirista, entre ellos León de la Barra, quien había sido secretario de Relaciones Exteriores de Díaz y luego presidente provisional.

Según el acuerdo firmado en la embajada norteamericana, Huerta sería únicamente presidente provisional con la obligación de convocar a elecciones en breve plazo y apoyar en ellas la candidatura presidencial de Félix Díaz. Sin embargo, Huerta no respetó este compromiso; se quedó en el poder y pronto logró expulsar de su gobierno a los representantes de las demás camarillas. Félix Díaz fue enviado al Japón como embajador especial y a la mayoría de sus partidarios se les obligó a abandonar sus posiciones en el gobierno.9 Estas luchas faccionales no afectaron, en general, la política interna del gobierno de Huerta.

Cabe poca duda de que el régimen huertista representó una restauración conservadora, pero sus discontinuidades en relación con el régimen de Madero se han exagerado con frecuencia. Bajo Madero no había tenido lugar ninguna transformación social profunda (sobre todo en lo referente a la tenencia de la tierra), de modo que Huerta tuvo que efectuar muy pocos cambios para regresar a las condiciones que privaban durante el porfiriato. Sólo en lo tocante a las libertades políticas se había dado una ruptura clara entre el régimen de Madero y el porfirista. Bajo Madero las elecciones fueron más libres y limpias que nunca. El Congreso de la Unión se convirtió en un verdadero foro en el que se debatían puntos de vista contrarios. La prensa era libre y algunos grupos que pedían reformas sociales eran tolerados. Esta tolerancia tenía sus límites, como en el caso de Emiliano Zapata y sus seguidores en Morelos, siendo mayor, quizá, en lo concerniente al movimiento obrero, ya que se legalizaron los sindicatos y las huelgas.

Huerta abolió estas libertades, algunas de inmediato y otras gradualmente. Los revolucionarios considerados “radicales” fueron asesinados (como en el caso de Abraham González, el revolucionario gobernador de Chihuahua) o se les obligó a huir. En otros aspectos Huerta procedió con mayor cautela. Al principio toleró a los sindicatos e incluso permitió algunas huelgas. El lo. de mayo de 1913 permitió que la Casa del Obrero Mundial, organización anarcosindicalista, organizara un desfile para celebrar el Primero de Mayo; pero semanas más tarde, en el mes de junio, hizo detener a algunos de sus dirigentes y prohibió las asambleas sindicales. A principios de 1914 la organización fue declarada ilegal.10

El legado más importante de Madero al huertismo fue el Congreso. En un principio Huerta no lo disolvió porque esperaba que lo apoyara y, además, intentaba preservar la ficción de la legalidad de su régimen tanto en el interior como en el exterior del país. Además, el Congreso había colaborado con el nuevo presidente en los primeros meses. Sin embargo, a medida que se fue intensificando la oposición a Huerta y el movimiento revolucionario en contra de él fue creciendo, la oposición en el Congreso también aumentó.

El 23 de septiembre Belisario Domínguez, senador por el estado de Chiapas, lanzó el ataque más vehemente contra Huerta que se había escuchado en el Congreso desde el golpe. Dado el terror que reinaba en México este acto requería de un enorme valor. Domínguez acusó a Huerta de haber asesinado a Madero y pidió al Senado que lo destituyera. Dos días después del discurso, Domínguez desapareció y su cadáver no fue descubierto sino muchos días más tarde.11 Luego, el 9 de octubre, la Cámara de Diputados adoptó una resolución “que establecía una comisión para que investigara esta ominosa desaparición, instó al Senado a hacer lo propio, declaró personalmente responsable al presidente Huerta de la seguridad de los representantes del pueblo, y advirtió que, si el Congreso no se sentía protegido en la capital, trasladaría sus sesiones a lugar más seguro”.12

Con esta medida decisiva, el Congreso le lanzó un desafío a Huerta, desafío al que éste intentó responder mediante un segundo golpe … dirigido esta vez contra el Congreso. La noche del 10 de octubre envió al Congreso a su secretario de Gobernación con la siguiente respuesta: “El gobierno declara inaceptable la resolución y solicita al Congreso que la considere”. Según Hintze, “esto produjo una gran agitación y la acostumbrada batalla verbal, que terminó con el rechazo de la propuesta del gobierno. El presidente de la Cámara intentó salvar la situación sugiriendo turnar la propuesta a una comisión. El gobierno insistió en una decisión inmediata. El presidente dio fin a la reunión en medio de una tremenda baraúnda, y los diputados intentaban abandonar la Cámara cuando se presentó el jefe de la policía con un numeroso destacamento de sus hombres, leyó una lista de aproximadamente cien diputados y los declaró bajo arresto. Algunos diputados intentaron defenderse, por lo que la policía sacó sus armas. La Cámara fue rodeada por tropas que mantenían a distancia a una multitud congregada. Ochenta y cuatro diputados fueron llevados a la cárcel bajo escolta militar y los demás quedaron en libertad.13

Huerta convocó entonces a nuevas elecciones, que tuvieron lugar el 26 de octubre. Sobre el carácter de estas elecciones, Hintze proporciona nuevamente datos reveladores:

Las elecciones tuvieron lugar […] con un gran abstencionismo y fueron consideradas como un gran fraude […] El gobierno mexicano, por supuesto, tampoco se preocupó por negar el fraude. Los senadores y diputados en su inmensa mayoría fueron nombrados o elegidos de acuerdo con las órdenes del gobierno o por medio de votos falsificados.14

A manos de varios diplomáticos extranjeros, entre ellos Hintze, llegaron los instructivos que Huerta había enviado al gobernador de Puebla para las elecciones. En ellas se decía entre otras cosas:

En los lugares donde efectivamente se realicen elecciones, deben emplearse papeletas en blanco para obtener una mayoría absoluta en favor de las siguientes personas: Presidente: General de División Victoriano Huerta; Vicepresidente: General de División Aureliano Blanquet […] Si al verificar las actas de los votos el jefe de la policía encuentra que el resultado de las elecciones no corresponde a las indicaciones aquí estipuladas, entonces debe proceder a introducir las modificaciones adecuadas antes del envío de las actas, para que actas y protocolo se ajusten rigurosamente a las indicaciones.15

A pesar del apoyo del antiguo ejército y de la burocracia porfiristas, y a pesar de todas las medidas terroristas, el gobierno de Huerta tuvo que luchar desde los primeros días de su existencia contra una oposición armada que se hacía más fuerte cada día y que a finales de 1913 dominaba la mitad del país. Los centros de este movimiento eran las zonas que ya desde la revolución maderista habían jugado un papel decisivo y a los que durante toda la revolución mexicana, de 1910 hasta 1920, les correspondió la mayor importancia: la región de Morelos, donde el Ejército de Liberación del Sur se hallaba en pie de lucha bajo la dirección de Emiliano Zapata, y los estados norteños de Chihuahua, Coahuila, Sonora, Tamaulipas y Sinaloa, donde los movimientos de Francisco Villa y de Venustiano Carranza tenían sus bases de operaciones.

EL MOVIMIENTO ZAPATISTA

Tras de llegar al poder, Huerta intentó ganarse a Zapata ofreciéndole el puesto de gobernador de Morelos. Pero Zapata rechazó todo entendimiento con un hombre al que detestaba por “su carácter contrastable con todo lo que significa la ley, la justicia, el derecho y la moral, hasta el grado de reputársele mucho peor que Madero”. En un manifiesto dirigido al pueblo mexicano, el Ejército de Liberación del Sur declaró el 30 de mayo que “la revolución continuará hasta obtener el derrocamiento del seudomandatario”.16

De todos los movimientos revolucionarios, el de Zapata era el más homogéneo en su composición. Sus miembros compartían prácticamente los mismos antecedentes: la gran mayoría eran campesinos libres, algunos de los cuales se habían empleado durante temporadas como trabajadores agrícolas, y una minoría eran peones de hacienda. Tenían además los mismos enemigos: los hacendados que se habían apropiado las tierras en comunidades campesinas. Compartían también las mismas demandas: la restitución de las tierras que les habían sido arrebatadas y la expropiación de una parte importante de las tierras de los latifundistas. Obsérvese que entre los integrantes del zapatismo había tan sólo unos pocos obreros industriales (ya que no había en Morelos ni industria ni minería) y las clases medias estaban ausentes (ligadas como estaban en su mayoría a los terratenientes). Obsérvese también que entre los enemigos del movimiento no había terratenientes extranjeros (que casi no habían penetrado en la región). Y obsérvese finalmente que, en consecuencia las demandas zapatistas, cuando menos en sus regiones centrales, no tomaban en cuenta más intereses que los de los campesinos y los hacendados.

Sin embargo, la dirección del movimiento no reflejaba esta homogeneidad. Mientras que Emiliano Zapata (así como aunque en menor grado su hermano Eufemio) y algunos subordinados como Genovevo de la O eran dirigentes campesinos del tipo clásico —habían sido voceros de sus pueblos en el periodo porfirista y habían combatido el despojo de las tierras de los campesinos por los hacendados—, otros dirigentes tenían orígenes distintos. Felipe Neri era fogonero en la hacienda de Chinameca, José Trinidad Ruiz, predicador protestante de Tlaltizapán, Fortino Ayaquica, obrero textil de Atlixco, Puebla, Jesús Morelos, cantinero de Ayutla.

A medida que el movimiento cobró fuerza, aumentó el número de sus adeptos intelectuales. En sus primeras fases el más prominente e influyente de ellos, y durante un tiempo el ideólogo del zapatismo, fue Otilio Montaño, un maestro de escuela de Ayala. Más tarde se integraron revolucionarios capitalinos de ideas radicales, como Gildardo Magaña, hijo de un rico comerciante, que había estudiado administración de empresas en Fila-delfia, y el abogado Antonio Díaz Soto y Gama. Mientras que Magaña trabajó principalmente como organizador y diplomático, Soto y Gama pronto se destacó como el principal ideólogo del movimiento. Ambos tenían la confianza irrestricta de Emiliano Zapata. Los dos habían estado ligados al Partido Liberal durante el porfiriato y reconocían, implícitamente, la jefatura de Zapata.

En cuanto a su organización, el de Zapata era un movimiento guerrillero dividido en grupos de 200 a 300 hombres cuyos jefes se autodenomina-ban “generales”. Durante una gran parte del año los soldados vivían en sus pueblos, reuniéndose cuando había que dar una batalla importante, y una vez terminado el combate regresaban a sus pueblos.

La composición homogénea y la organización de tipo guerrillero del movimiento zapatista fueron la razón tanto de su fuerza como de su debilidad. Su fuerza radicaba en su unidad, su coherencia y su capacidad de supervivencia. La unidad del movimiento se demuestra por el hecho de que nunca se desarrolló en sus filas una oposición conservadora. Su coherencia la comprueba la audacia de sus reformas. Zapata fue el único dirigente revolucionario mexicano que llevó a cabo el reparto de las tierras en las zonas dominadas por él durante la insurrección. Al hacerlo fue incluso más allá de su propio Plan de Ayala que, aparte de la restitución de las tierras robadas a las comunidades, sólo estipulaba una expropiación parcial y compensada de las tierras de las haciendas. Ahora el zapatismo expropiaba todas las tierras de las haciendas sin compensación; tierras que, en su mayoría, no eran entregadas a campesinos individuales, sino a comunidades que, de acuerdo con sus antiguas costumbres, las ponían a disposición de sus miembros. La capacidad de supervivencia del movimiento se demuestra por el hecho de que, a pesar de que en varias ocasiones tropas enemigas ocuparon ciudades en Morelos, el campo siempre permaneció bajo el control de Zapata. Dada la organización de tipo guerrillero de su ejército, el movimiento zapatista era prácticamente invencible en sus centros.

La debilidad del movimiento consistía primordialmente en dos características esenciales del mismo: la estrechez de sus intereses y la inmovilidad de su ejército. La estrechez de sus intereses se aprecia muy especialmente en la falta de comprensión por parte de Zapata de los problemas de la clase obrera, sobre todo en los primeros años de la revolución. Aunque en ocasiones denunciara al “inhumano y antieconómico régimen capitalista actual”,17 antes de 1917 no alcanzó una apreciación concreta de las demandas e intereses de los obreros. La inmovilidad del ejército se comprueba por la dificultad con que se extendió el movimiento zapatista a los estados vecinos de Guerrero, México y Puebla en 1913-15. Los campesinos sencillamente no estaban dispuestos a abandonar por mucho tiempo su propio terreno; lo que sucediera fuera de éste apenas les importaba.

En síntesis, pues, el movimiento zapatista tendía a ser prácticamente invencible en su propio terreno pero virtualmente inefectivo fuera de sus límites geográficos. Era capaz de resistir con éxito todos los ataques con el apoyo de los campesinos, pero difícilmente podía librar una guerra ofensiva. Acentuaba ambas tendencias la situación logística del estado de Morelos. En el estado no había fábricas de armas; los insurgentes carecían de dinero para comprar armas de contrabando; los ingenios, en su mayor parte, estaban cerrados, se habían distribuido sus tierras entre los campesinos y éstas se utilizaban ahora principalmente para una agricultura de subsistencia destinada a alimentar a los integrantes del movimiento. La zona no tenía puntos de contacto con el mundo fuera de México y, como no habían ocupado ningún puerto, los zapatistas no podían vender su azúcar en el extranjero para reunir fondos. Zapata tenía que limitarse a arrebatarle las armas al enemigo y a aliviar su falta de dinero, en cierta medida, mediante ataques armados a las haciendas, los trenes y las tropas enemigas.

EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO DEL NORTE: ANTECEDENTES

Tanto los movimientos revolucionarios del norte de México como los ejércitos a los que dieron origen fueron de naturaleza completamente distinta de los del sur. Los movimientos mismos eran de composición mucho más heterogénea y sus ejércitos tendían a ser mucho más “profesionales” que los del sur. Esa heterogeneidad, como ya he sugerido, reflejaba sencillamente la heterogeneidad de la sociedad norteña en general así como la insatisfacción que se había apoderado de la mayoría de los sectores de esa sociedad bajo el régimen de Díaz. El tipo de “revolución campesina” que caracterizó a la insurgencia en el sur era impensable en el norte de la república. Los campesinos de las comunidades campesinas que componían el 80% de la población rural de Morelos y una proporción semejante de sus fuerzas revolucionarias, formaban parte mucho menor de la población rural del norte del país.18

La tendencia a la profesionalización había comenzado a manifestarse después de la victoria de Madero en 1911. Hasta entonces las fuerzas revolucionarias, tanto en el norte como en el resto del país, habían sido esencialmente el resultado de un levantamiento popular. Ningún soldado profesional, con excepción de unos cuantos mercenarios reclutados en los Estados Unidos, participó en la revolución. Después de su victoria, Francisco Madero había disuelto la mayor parte del ejército que lo llevó al poder. A instancias de los gobernadores revolucionarios del norte de México y por presiones de muchos de sus antiguos soldados, Madero había retenido a algunas de las tropas revolucionarias integrándolas a los “rurales” (fuerza policiaca federal).19 La rebelión orozquista de 1912 había debilitado en un principio a esos contingentes, pero después los fortaleció.

Nunca se ha estudiado la composición social de los rurales, pero se puede suponer que una alta proporción de los mismos se componía de personas que no encontraban ocupación o bien provenían de los estratos más bajos de la escala social civil: es decir, campesinos sin tierra y obreros desempleados.

Cuando Orozco se levantó, había logrado atraer a muchos de los rurales norteños, quitándoselos a Madero y organizando con ellos su propio ejército. En consecuencia los gobernadores de Chihuahua, Sonora y Coahuila se vieron de pronto enfrentados, después de la victoria inicial de la revolución, a un doble peligro. Por una parte, la rebelión orozquista representaba una amenaza efectiva a su dominio dentro de sus respectivos estados. Por otra parte, los gobernadores tuvieron que apoyarse principalmente en el antiguo ejército federal que hacía poco habían estado combatiendo y en el cual no confiaban. Para responder a ambas amenazas se formaron milicias revolucionarias, ya sea partiendo de cero o poniendo de nuevo en pie de guerra a antiguas unidades maderistas. En el estado de Coahuila, el general Pablo González tomó el mando de las fuerzas reunidas por el gobernador Venustiano Carranza. En Sonora, Alvaro Obregón, presidente municipal de Huatabampo, encabezó al mayor contingente de tropas que el estado organizó para combatir a Orozco. Pancho Villa se puso a la cabeza de las unidades más importantes que combatían a Orozco en Chihuahua.

El ejército federal contempló con gran hostilidad la formación de estas milicias estatales que amenazaban su control exclusivo de las fuerzas armadas en el país. Con el apoyo de Madero, el mando del ejército intentó poner bajo su control a estas nuevas milicias o, en su caso, desbandarlas. Carranza tuvo un agitado intercambio epistolar con Madero, el cual había hecho el intento de someter directamente las milicias estatales de Coahuila al mando del ejército federal.20

Cuando Maytorena, que mandaba las milicias estatales de Sonora, atacó a las tropas de Orozco cerca de La Dura, las unidades del ejército federal, que se encontraban en las cercanías, se negaron a apoyarlo.21 El golpe más duro contra las nuevas milicias estatales lo constituyó sin duda la tentativa de Huerta de fusilar a Villa, bajo el pretexto de haber robado un caballo. Fue un intento frustrado por la intervención de Madero, pero el arresto de Villa y su subsiguiente encarcelamiento en la ciudad de México acarreó en gran medida la organización de las milicias estatales de Chihuahua. En su manera de proceder, el ejército federal era totalmente consciente de un hecho: las milicias estatales formarían el núcleo de un nuevo ejército revolucionario si el ejército federal intentaba un golpe de Estado. Esto, de hecho, sucedió así. Los comandantes más importantes de estas unidades, Pancho Villa, Alvaro Obregón, Pablo González, se convirtieron en los jefes militares del nuevo movimiento revolucionario que se desencadenó en México tras el asesinato de Madero.

La circunstancia de que estas tropas estatales formaran el núcleo inicial de los ejércitos revolucionarios (especialmente en Coahuila y Sonora) no fue el único factor que tendió a “profesionalizarlas”. Acentuaba esta tendencia el hecho de que en el norte intervenían cuatro grupos sociales que en el sur estaban muy débilmente representados.

Había allí muchos emigrantes de otros estados de la república que constituían una fuerza de trabajo sumamente móvil. Trabajaban como jornaleros durante la cosecha y en otras épocas como mineros, o bien en las fábricas del otro lado de la frontera. A diferencia de los campesinos libres del sur de México o de los colonos militarizados del norte, tenían pocos vínculos permanentes con pueblos y regiones específicas. Constituían un grupo de hombres con gran movilidad potencial que podía convertirse en soldados profesionales con mucho mayor facilidad que los campesinos, profundamente arraigados en sus pueblos natales y animados por la esperanza de recuperar sus mejores tierras.

Había un numeroso sector de mineros y obreros desempleados para quienes el ejército se convirtió muy pronto en el principal medio de vida. En menor grado se puede afirmar lo mismo de muchos de los vaqueros que se unieron a la revolución. Sus vínculos con la tierra eran mucho menos fuertes que los de los campesinos, y al irse agotando los rebaños a su cargo en el transcurso de la revolución, a muchos no les quedó más opción que unirse al ejército.

Además de la existencia de estos grupos y parcialmente entrelazados con ellos, había otro factor que tendía a desligar al ejército revolucionario norteño de la población civil, y éste era la proximidad de los Estados Unidos, que propiciaba el contrabando y el bandidaje y dio origen a un lumpenproletariado mucho más numeroso que en cualquier otra parte del país. Muchos de sus miembros se unieron a los ejércitos norteños e influyeron en su desarrollo.

Estos ejércitos profesionales pudieron mantenerse gracias a que en el norte los dirigentes revolucionarios tenían la posibilidad de imponer contribuciones a los hacendados o confiscar su ganado y sus cosechas de algodón y venderlos legal o ilegalmente en los Estados Unidos, burlando la vigilancia de los norteamericanos.

Como resultado de estas diferencias en cuanto a sus puntos fuertes y débiles, los movimientos revolucionarios presentan imágenes opuestas en el norte y en el sur. Efectivamente, en donde el movimiento revolucionario del sur era débil, el norteño era fuerte: mientras que el movimiento sureño se veía limitado por la estrechez de los intereses que representaba, el del norte tenía la base social más amplia que se pueda imaginar: no había una sola clase social mexicana que no estuviera representada en él. Mientras que el ejército sureño se caracterizaba por su inmovilidad, el del norte, compuesto en mayor medida por elementos no campesinos, estaba preparado para combatir dondequiera.

Por otra parte, los puntos fuertes de los revolucionarios del sur eran las debilidades del ejército norteño. Mientras que en el sur había unidad, en el norte todo era diversidad: allí no había movimiento que no terminara, tarde o temprano, dividido en un ala conservadora y otra radical. Lo que en el sur era unidad de principios, en el norte era ambigüedad: ninguno de los movimientos norteños podía seguir una línea firme debido a la multiplicidad de intereses conflictivos que había en su seno. Si en el sur había lealtad, en el norte no había tanta. Una vez que faltaron los fondos, muchos de los oficiales y soldados norteños se negaron a seguir peleando.

A diferencia de lo que sucedía en el sur, había en el norte una circunstancia externa que acentuaba los rasgos del cuadro: la vecindad con las Estados Unidos. Todos los movimientos revolucionarios del norte dependían económicamente en mayor o menor medida, de los Estados Unidos; todos teñían a sus agentes en el país vecino y se veían obligados a trabajar en estrecha relación con los hombres de negocios norteamericanos. Al mismo tiempo, cada uno de estos movimientos norteños se enfrentaba a una actitud fuertemente antinorteamericana de parte de grandes sectores de la población, actitud reforzada por las repetidas demandas que se hacían oír del otro lado de la frontera en favor de la anexión del norte de México a los Estados Unidos, y por la discriminación que sufrían los mexicanos en aquel país. Estas dos tendencias opuestas —la dependencia respecto de los Estados Unidos y los profundos sentimientos antinorteamericanos— condujeron a una extrema fluctuación en la actividad de los revolucionarios del norte hacia los Estados Unidos, que iba desde acciones y pronunciamientos pronorteamericanos hasta actitudes antinorteamericanas de igual intensidad. La proximidad de aquel país amplió la base de apoyo de los revolucionarios en el norte al mismo tiempo que puso a su disposición recursos valiosísimos, pero al mismo tiempo acentúo la diversidad de sus propias posiciones, la ambivalencia de sus inciertos propósitos reformistas y la inseguridad de un ejército cuyos soldados muchas veces permanecían leales sólo mientras duraba la paga.22

EL MOVIMIENTO CARRANCISTA

Las diferencias que se habían manifestado entre el movimiento revolucionario de Chihuahua y los movimientos de Sonora y Coahuila en 1910 y 1912, se manifestaron a partir de 1913 de una manera aún más marcada. La historia de la mayoría de las grandes revoluciones sociales muestra una serie de características comunes. En su primera etapa, la revolución está encabezada por miembros de la clase dominante que desean cambios políticos, pero no transformaciones socioeconómicas que pondrían en peligro el poder de su clase. En este aspecto, existen notables similitudes entre Madero, en México, y hombres como Mirabeau en París en 1789-1790, y el príncipe Lvov en Rusia en febrero de 1917.

La jefatura de estos hombres de la primera etapa de la revolución no tardó en ser impugnada por fuerzas que exigían reformas sociales radicales. El ascenso de estos nuevos movimientos fue favorecido en todos los intentos de las fuerzas contrarrevolucionarias por conquistar el poder en su propio provecho, lo que aceleró efectivamente la radicalización no sólo de los estratos más pobres de la población, sino también de las clases medias. Existieron relaciones importantes entre el intento de huida de Luis XVI en Francia y el ascenso al poder de los girondinos, entre la guerra de los Estados europeos para restaurar el poder del rey y el dominio de los jacobinos, entre el putsch de Kornílov y la revolución de octubre en Rusia.

También en México la revolución entró en una nueva fase más radical después de 1913, aunque en mucho menor grado que en Francia en 1793 y en Rusia en octubre de 1917. Si bien hombres como Emiliano Zapata en Morelos, Pancho Villa en Chihuahua o Alvaro Obregón en Sonora eran mucho más radicales de lo que había sido Madero, no puede decirse lo mismo de Venustiano Carranza, el hombre que reclamaba para sí la jefatura de la revolución desde marzo de 1913.

Carranza,23 como Madero, era un hacendado coahuilense, aunque mucho menos rico que éste. En general, había estado ligado al régimen porfirista más estrechamente que Madero. A diferencia de éste, había ocupado puestos importantes, aunque no de primera línea, durante el porfiriato. Por ejemplo, fue senador sin haberse distinguido nunca por ningún tipo de oposicio;n al régimen de Díaz. En 1909 se había unido a Bernardo Reyes y, cuando éste se rindió a la voluntad de Díaz y abandonó el país, Carranza se unió a Madero, participó en la revolución de 1910 y ocupó luego la gubernatura de Coahuila.

En ciertos respectos Carranza era más conservador aún que Madero. No puede decirse que compartiera la fe de Madero en la democracia parlamentaria, la libertad de prensa, la tolerancia de la oposición o las elecciones libres. Sin embargo, se distinguía de Madero en varios aspectos importantes que le permitieron desempeñar un papel dominante en la revolución mexicana hasta 1920.

A diferencia de Madero, Carranza estaba convencido (y eso desde la revolución de 1910-11) de que la única forma en que los revolucionarios lograrían mantenerse en el poder era destruyendo el antiguo ejército federal.

Carranza manifestó un nacionalismo mucho más explícito que Madero, tanto en el aspecto económico como en el político. En última instancia, era mucho más demagogo que Madero. Al contrario de su antiguo jefe, tampoco titubeaba en prometer, cuando no le quedaba otra salida, amplias transformaciones sociales que de ninguna manera pensaba poner en práctica. Con todo, tenía algo en común con Madero: no quería destruir el sistema de las haciendas.

Carranza estaba decidido a no librar la lucha contra Huerta como una revolución social. Su Plan de Guadalupe fue más conservador aún que el Plan de San Luis Potosí de Madero. En tanto que Madero había mencionado, si bien breve y vagamente la reforma agraria, el Plan de Guadalupe de Carranza no contenía demandas sociales de ninguna clase. A sus partidarios más radicales, que exigían planteamientos más avanzados en lo relativo a la reforma agraria, la legislación laboral, etcétera, les dijo:

¿Quieren ustedes que la guerra dure dos años, o cinco años? La guerra será más breve mientras menos resistencia haya que vencer. Los terratenientes, el clero y los industriales son más fuertes y vigorosos que el gobierno usurpador; hay que acabar primero con éste y atacar después los problemas que con justicia entusiasman a todos ustedes.24

Carranza, obviamente, tenía presente el ejemplo de la revolución maderista. Con una sola reivindicación general, Madero había conseguido al mismo tiempo inclinar a las clases dominantes a una transacción y ganarse al campesinado. Pero los dos años del gobierno de Madero habían causado honda impresión tanto en las clases dominantes como en los campesinos. Las primeras se habían convencido de que aun la mínima concesión a los revolucionarios podía poner en peligro su poder, y los campesinos ya no estaban dispuestos a combatir sólo por reivindicaciones generales que no expresaban sus intereses específicos.

La negativa de Carranza a hacer una guerra propiamente revolucionaria contribuyó en forma significativa a su derrota en su propio estado de Coahuila, donde se había limitado a fortalecer a las tropas estatales mediante fondos obtenidos con impuestos especiales y a hacerle a Huerta una guerra convencional. No hizo ningún intento de ganar un apoyo de masas para el movimiento revolucionario en Coahuila realizando reformas o prometiendo siquiera que las haría. Tampoco se preocupó por organizar una fuerza guerrillera importante. Las tropas de Huerta, mejor equipadas y más numerosas, podían fácilmente derrotar a las milicias estatales en una guerra convencional, y esto fue precisamente lo que ocurrió. En 1913 el ejército de Carranza fue derrotado tres veces en el estado de Coahuila —en Anhelo, en Saltillo y en Monclova—, por lo cual Carranza decidió abandonar el estado, dominado casi totalmente por las tropas de Huerta, y refugiarse en Sonora, cuyo territorio se hallaba en gran parte bajo el control de los revolucionarios.

La situación que encontró Carranza en Sonora era algo distinta de la que existía en su estado natal. El gobernador José María Maytorena era un hombre de extracción muy semejante a la de Carranza, puesto que también era hacendado, y sus ideas sociales también eran parecidas. Sin embargo, Maytorena no creía poder encauzar conservadoramente a la revolución y prefirió abandonar el estado antes que emprender transformaciones sociales radicales. Más tarde escribió que el 24 de febrero de 1913 los dirigentes civiles y militares de Sonora tomaron la decisión “que se lanzara el reto al general Huerta […] pero no pude aceptar los procedimientos que se querían ni las imposiciones que se pretendió hacerme […]. Se pretendió hacer una confiscación general de bienes, entre ellos los de gentes ajenas a la política irresponsable de los acontecimientos de México […] Préstamos forzosos […] aprehensiones y fusilamientos de ciudadanos pacíficos, únicamente porque tenían intereses o porque no se habían mostrado adictos”.25 Maytorena había solicitado una licencia y se había ido a los Estados Unidos, siendo sustituido por Ignacio Pesqueira como gobernador provisional.

Los jefes militares de la revolución en Sonora y después en otros estados —cuya importancia crecía día con día— eran hombres de un temple más radical. En su mayoría no eran de ninguna manera revolucionarios agraristas. El congreso del estado de Sonora, en el que ejercían una influencia decisiva, había dado carpetazo a una ley agraria presentada por Juan Cabral, el dirigente socialmente más radical del estado, en favor de una reforma agraria inmediata y amplia.26

Las medidas sociales y económicas tomadas por estos hombres fueron, sin embargo, mucho más allá de lo que Carranza o Maytorena consideraban admisibles. Habían confiscado muchas propiedades de hacendados hostiles a la revolución y las estaban administrando, utilizando las ganancias para financiar la revolución. Habían hecho amplias promesas de reforma agraria (promesas que, como se vería más tarde, no estaban dispuestos a cumplir) y sus declaraciones oficiales se teñían cada vez más de una ideología de izquierda, algunas de las cuales sí se proponían cumplir, sobre todo en el terreno de los derechos obreros.

Cuando Carranza llegó a Sonora su poder era muy limitado, ya que había perdido a la mayor parte de sus seguidores en Coahuila. A diferencia de Madero que, como resultado de su libro y su campaña electoral, era un dirigente reconocido a nivel nacional, Carranza era un desconocido fuera de Coahuila, y por lo tanto, mucho más vulnerable que Madero a las presiones de los dirigentes locales. En consecuencia, Carranza se volvió obligado a ampliar la dirección de su movimiento.

En Coahuila el movimiento carrancista tenía su apoyo importante entre las clases altas, pero en Sonora y otros estados donde el movimiento se siguió desarrollando fueron hombres de orígenes más modestos, provenientes principalmente de la clase media, quienes cobraron importancia en la dirección del movimiento. Esto no implica una total desconexión entre la facción carrancista sonorense y los grandes terratenientes. Tanto Ignacio Pesqueira, el gobernador interino, como su pariente, Roberto Pesqueira, responsable de la adquisición de armas en los Estados Unidos, pertenecían a una rica familia de hacendados. Tanto Alvaro Obregón como Plutarco Elías Calles tenían lazos de parentesco con hacendados, y Calles y Adolfo de la Huerta habían sido administradores de haciendas durante el porfiriato. Vale la pena señalar, sin embargo, que, salvo los Pesqueira, ninguno de los dirigentes importantes de la revolución que estuvieron cerca de Carranza fuera de Coahuila eran hacendados. Obregón había trabajado como mecánico, maestro de escuela y mediero antes de adquirir un rancho de tamaño mediano, que poseía al estallar la revolución.

Calles también había llevado una existencia muy diversa como maestro de escuela, empleado municipal (despedido por acusaciones de fraude) y encargado de un hotel antes de convertirse en administrador de una pequeña hacienda y de un molino de harina.27

Benjamín Hill, sobrino de Obregón, pertenecía a una rica familia de Navojoa, en el estado de Sonora, y siendo joven había sido enviado por sus padres a estudiar en Italia. Un biógrafo suyo asegura que estudió ciencia militar en una escuela para oficiales italianos, pero el ministro inglés en México afirmó en un informe que Hill había ingresado en la Mafia cuando estaba en Italia. Al comenzar la revolución mexicana tenía una tienda en su pueblo natal.28

Otros altos jefes militares en cambio, habían tenido orígenes mucho más humildes. Salvador Alvarado había ejercido muchas ocupaciones, entre ellos las de boticario, tendero, mediero en un rancho del Valle del Yaqui. y posadero.29 Francisco Murguía había sido fotógrafo ambulante.30 Según sus diversos biógrafos, Cándido Aguilar, jefe de los revolucionarios carrancistas en Veracruz, había administrado durante quince años una pequeña hacienda o lechería en su pueblo natal.31

Un número relativamente alto de generales carrancistas era de extracción obrera: Pablo González había trabajado en un molino; Domingo y Mariano Arrieta, de Durango, eran mineros; Manuel Diéguez, sonorense, había trabajado en las minas de cobre de Cananea; Heriberto Jara, uno de los dirigentes veracruzanos, en las fábricas textiles de Río Blanco; Jesús Agustín Castro era un ex-minero y conductor de tranvías de Torreón.

Algunos de estos generales habían participado en la vida política desde antes de la revolución. Heriberto Jara fue uno de los dirigentes de la huelga de Río Blanco en 1906, y Manuel Diéguez de la huelga minera de Cananea en 1907. Éstas fueron de las huelgas más sangrientas e importantes del porfiriato, y tanto Jara como Diéguez fueron encarcelados por el régimen de Díaz después de reprimidas dichas huelgas. Pablo González y Salvador Alvarado habían luchado contra el régimen de Díaz como miembros de grupos organizados por el Partido Liberal. En cambio, la carrera revolucionaria de Obregón sólo se inició en 1912 cuando comenzó a movilizar un importante contingente de voluntarios para combatir a Orozco en su pueblo natal de Huatabampo.

Pero la mayoría de los civiles cercanos a Carranza eran intelectuales. El más destacado de ellos, Luis Cabrera, había sido periodista y maestro de escuela. Isidro Fabela era abogado y Pastor Rouaix ingeniero agrónomo. Estos hombres habían participado activamente en la revolución maderista y pertenecieron al ala más radical de dicho movimiento durante el periodo de 1910 a 1913.

Era notoria en la dirección carrancista la escasez de representantes del campesinado y la ausencia casi total de peones de hacienda o miembros de comunidades campesinas. Aunque Obregón, que provenía de una familia sonorense antaño poderosa, había trabajado en diversas épocas como maestro de escuela y tendero y había logrado subsistir como pequeño agricultor durante algún tiempo, sería absurdo considerarlo representativo del campesinado mexicano. No había en los altos mandos carrancistas dirigentes campesinos “clásicos” tales como los generales villistas Calixto Contreras, de Durango, quien, desde 1905, había encabezado a los campesinos de San Pedro Ocuila en su lucha por recuperar las tierras que les había arrebatado una hacienda vecina, o Toribio Ortega, que había dirigido a los campesinos de Cuchillo Parado en una lucha análoga. Fue sólo después de la derrota del convencionismo en 1915 cuando algunos dirigentes campesinos como Domingo Arenas, de Tlaxcala, o Severiano Ceniceros, de Durango (el primero ex-zapatista y el segundo ex-general villista) se unieron a las fuerzas de Carranza.

Sin embargo, algunos de los jefes militares de Carranza mantenían relaciones especiales con el campesinado, aunque más en calidad de patrones y protectores que como dirigentes y voceros. Adolfo de la Huerta, por ejemplo, se había ganado la buena voluntad y confianza de los vecinos yaquis cuando era administrador de una hacienda por haberlos ocultado, distribuyéndolos entre sus trabajadores agrícolas, de las tropas federales que los perseguían.32 La familia Obregón parece haber desempeñado un papel semejante como protectora de los indios mayos, lo cual facilitó a Obregón la tarea de ganarlos para la causa revolucionaria.33 Cándido Aguilar había tratado tan bien a los peones de la hacienda que administraba, que muchos lo siguieron cuando se hizo revolucionario. La medida en que el movimiento carrancista carecía de dirigentes campesinos se hacía evidente en el hecho de que los principales defensores carrancistas de los intereses campesinos y de la reforma agraria provenían de la clase obrera o de la intelectualidad. Este hecho se reflejó con máxima claridad en la composición de la delegación nombrada por Carranza para negociar con Zapata en 1914. Carranza hizo un esfuerzo por incluir a algunos de los más declarados defensores de la reforma agraria con que contaba, pero significativamente, ninguno de los tres —Luis Cabrera, Juan Sarabia y Antonio Villarreal, que más tarde rompió con Carranza— era campesino.

¿ Pueden sacarse conclusiones definitivas sobre la base social en que se apoyaba el movimiento carrancista a partir de la composición de su dirección? Rara vez ha habido un movimiento revolucionario cuya dirección reflejara fielmente su base de apoyo, pero la elevada proporción de miembros de la clase media en la dirección civil y militar del movimiento carrancista es prueba de la extensa influencia de que aquéllos gozaban en el movimiento, no siendo el menor de los motivos de tal situación el hecho de que la revolución encabezada por Carranza ofrecía a la clase media mexicana acceso a las posiciones políticas, militares y financieras más altas de la república. Además, el nacionalismo de Carranza reflejaba muy especialmente los temores abrigados por la clase media respecto a la creciente dominación extranjera.

Fue ante todo la presión de los dirigentes más radicales de Sonora lo que obligó a Carranza a aceptar entonces lo que antes se había negado a hacer en Coahuila: prometer cambios sociales. En un discurso pronunciado en septiembre de 1913 declaró:

pero sepa el pueblo de México que, terminada la lucha armada a que convoca el Plan de Guadalupe, tendrá que principiar formidable y majestuosa la lucha social, la lucha de clases, queramos o no queramos nosotros mismos y opónganse las fuerzas que se opongan, las nuevas ideas sociales tendrán que imponerse en nuestras masas; y no es sólo repartir las tierras y las riquezas naturales, no es el sufragio efectivo, no es abrir más escuelas, no es igualar y repartir las riquezas nacionales; es algo más grande y más sagrado; es establecer la justicia, es buscar la igualdad, es la desaparición de los poderosos, para establecer el equilibrio de la economía nacional.34

Al mismo tiempo que anunciaba tales medidas, Carranza hacía todo lo posible por preservar el sistema de las haciendas. No había logrado impedir ni revocar la confiscación de las haciendas realizada por sus comandantes militares, pero hizo todo lo posible por evitar que las expropiaciones provisionales se volvieran permanentes. Informó a los comandantes que podían, en efecto, controlar los ingresos de las haciendas expropiadas, pero que las haciendas debían ser dejadas intactas. Cuando el general Lucio Blanco repartió entre los campesinos las tierras de la hacienda de Los Borregos, en el estado nororiental de Tamaulipas, Carranza lo reprendió y lo transfirió a otro puesto.35

Carranza logró impedir que en la declaración de su gobierno apareciera alguna insinuación de que la ocupación provisional de las haciendas debía ser considerada como la etapa preliminar de un reparto de las tierras. Es indudable que su objetivo era la restitución de la inmensa mayoría de las haciendas a sus anteriores dueños antes de que planteara la cuestión de una reforma agraria. Como veremos, en 1915-18 logró este objetivo que persiguió con férrea determinación.

La segunda etapa de la revolución mexicana, o sea los años 1913 y 1914, duró mucho más que la fase inicial maderista, afectó a un número mucho mayor de personas y exigió recursos mucho más cuantiosos. Si Carranza quería financiar la revolución sin recurrir a las expropiaciones, tenía que encontrar otra fuerza de ingresos, y la única disponible eran las grandes compañías extranjeras. De esta manera los costos y cargas de la revolución se les cargaron al capital extranjero. Tal política era compatible con las opiniones del propio Carranza y las del ala nacionalista de la burguesía agrícola e industrial del norte de México. Esta última perseguía un doble objetivo: obtener mayores ingresos para el país mediante la explotación de sus recursos naturales y preservar con estos ingresos el antiguo sistema de las haciendas.

Esta política se basaba en una razón adicional. Puesto que Carranza no deseaba grandes cambios sociales y, a diferencia de Madero, tampoco estaba dispuesto a permitir una democracia parlamentaria amplia, el único factor que podía ganarle un apoyo de masas era el nacionalismo.

Pero en 1913 la idea de aplicar presiones nacionalistas al capital extranjero pertenecía a un lejano futuro. Las fuerzas carrancistas sólo controlaban algunas zonas del norte de México y tenían que contar con los embarques de armas norteamericanas. Los únicos medios de obtener el apoyo financiero del capital extranjero eran la colaboración y las promesas, no las presiones y declaraciones nacionalistas. Tal política, naturalmente, no le hubiera ganado un amplio apoyo de masas y se mantuvo en estricto secreto. Sirvió primordialmente para obtener el apoyo de compañías norteamericanas que pugnaban por expulsar a los ingleses de México. Carranza parece haber llegado a acuerdos secretos con las dos compañías petroleras estrechamente ligadas con la Standard Oil: la Mexican Petroleum Company y la Waters Pierce Oil Company.

Según Edward L. Doheny, presidente de la junta de directores de la Mexican Petroleum Company, ésta comenzó en 1913 a dar dinero a Carranza en la forma de pagos anticipados de impuestos mucho antes de que las tropas de aquél ocuparan los campos petroleros de Tampico.36 No hay pruebas de que la “generosidad” de Doheny se debiera a promesas que le hubiera hecho Carranza o de que se fundara únicamente en la esperanza de que los constitucionalistas, una vez en el poder, tomarían represalias contra Cowdray, que apoyaba a Huerta. Un indicio de que existió algún tipo de negociación y quizá un acuerdo entre ambos es la existencia de pruebas de que hubo negociaciones entre Carranza y otro ejecutivo petrolero, Henry Clay Pierce, también ligado a la Standard Oil.

El tema central de los tratos con Pierce no fue el petróleo sino los ferrocarriles. Hay indicios de que Pierce apoyó en 1911 al movimiento maderista con la esperanza de que, después de su victoria, Madero eliminaría a la gente de Cowdray de los puestos directivos en los ferrocarriles. Las ligas entre Pierce y Madero parecen evidentes cuando se considera el hecho de que ambos empleaban al mismo abogado, Sherburne G. Hopkins, para que representara sus intereses en los Estados Unidos. El ministro alemán en México caracterizó a Hopkins como “el abogado profesional de las ‘revoluciones latinoamericanas’ fabricadas en los Estados Unidos”.37

De hecho, una vez que Madero llegó a la presidencia, Hopkins intentó convencerlo de que despidiera a los administradores ferroviarios cercanos a Cowdray. Pero Madero no accedió, posiblemente por temor a volverse completamente dependiente de la Standard Oil. Pierce abrigó entonces la esperanza de que, por mediación de Carranza, podría recuperar su antigua posición dominante en el sistema ferroviario mexicano, y con este fin empleó nuevamente a Hopkins. Carranza también empleó a Hopkins para representarlo en los Estados Unidos, a pesar de estar enterado de su verdadero papel, revelado en una sesión pública de una comisión del Congreso norteamericano en 1912,38 y a pesar de saber que Hopkins trabajaba también para Pierce.

En abril de 1914 ciertos documentos robados del bufete de Hopkins en Nueva York fueron publicados por el New York Herald en forma sensacionalista. Estos documentos eran, como le dijo Hopkins a un representante de Villa en los Estados Unidos,39 perfectamente auténticos. Incluían un extenso proyecto, sometido a Carranza por Pierce a través de Hopkins, en que se proponía el establecimiento de una administración separada para los ferrocarriles del norte de México que fuera independiente de la junta de directores con sede en la capital. Pierce pensaba que la junta central estaba dominada por hombres de Cowdray y el objetivo de dicha proposición, como escribió Hopkins a Pierce, era “llegar a un arreglo mediante el cual pudieran ustedes volver a introducirse provechosamente en el norte de México”.40

Carranza no apoyó explícitamente estas proposiciones, pero sí nombró director de los ferrocarriles a Alberto J. Pani, quien gozaba de la confianza de Pierce y parece haber tenido ligas especiales con las compañías petroleras.41 Pierce a su vez, prometió fomentar una actitud benóvola hacia el gobierno de Carranza entre los financieros norteamericanos con intereses en los ferrocarriles mexicanos.42

Su colaboración con los dirigentes más radicales de Sonora y del noreste de México, sus promesas de reforma social, por moderadas que fueran, y los fondos que recibió de las compañías petroleras permitieron a Carranza y a su movimiento aprovechar la insatisfacción con el régimen de Huerta en muchas partes del norte del país y adquirir una importancia cada vez mayor. A finales de 1913, los contingentes ligados a Carranza controlaban la mayor parte de Sonora y partes de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.

EL MOVIMIENTO VILLISTA

El segundo gran movimiento revolucionario del norte de México, que reconocía oficialmente la dirección de Carranza pero había desarrollado una gran autonomía, tenía su bastión en el estado de Chihuahua, al igual que en 1910. Las diferencias ya existentes en 1910 entre el movimiento revolucionario de Chihuahua y el de los vecinos estados de Sonora y de Coahuila —ausencia de hacendados en la dirección y base popular, en consecuencia, mucho más fuerte— se acentuaron todavía más en 1913.

Estas diferencias estaban parcialmente relacionadas con la falta de continuidad que hubo en Chihuahua entre la dirección “moderada” del estado y la de la revolución constitucionalista. En Coahuila y Sonora la burocracia estatal había organizado desde un principio al movimiento constitucionalista manteniéndolo así bajo su control. Movilizó tropas, les proporcionó recursos, nombró a muchos de los jefes militares y coordinó sus actividades. En lo concerniente a la dirección del estado, Carranza representaba una clara continuidad entre el periodo maderista y los años constitucionalistas en Coahuila.

En Sonora, a pesar de que Maytorena, el gobernador maderista, se había ausentado durante varios meses, el congreso del estado y la burocracia gubernamental proporcionaron un alto grado de continuidad, y al nombrar a Ignacio Pesqueira, otro hacendado, para sustituir a Maytorena, instalaron en su lugar a un hombre cuyas ideas sociales apenas diferían de las de su predecesor.

En cambio, en el estado de Chihuahua la transición no fue tan tranquila y controlada. Grandes sectores de la burocracia y del congreso estatales se habían unido al levantamiento orozquista en 1912 y apoyado a Huerta después de su golpe en 1913. En consecuencia, era imposible que el gobierno mismo del estado organizara la revolución como en Coahuila y Sonora; en Chihuahua ésta asumió, pues, de manera más marcada, las características de un levantamiento popular. Además, la ruptura con el pasado y las tendencias radicales se vieron fortalecidas por el asesinato del dirigente revolucionario moderado Abraham González, a quien los emisarios de Huerta arrojaron bajo un tren en marcha.

En Chihuahua asumió la dirección del movimiento revolucionario un tipo muy distinto de dirigente: Francisco “Pancho” Villa. En marzo de 1913 Pancho Villa cruzó el Río Bravo desde Tejas en compañía de ocho hombres, llegó a hacerse del mando en la mayor parte del estado y se convirtió en el jefe indiscutido del movimiento revolucionario en Chihuahua. Tanto por sus antecedentes —había sido mediero en una hacienda y bandido—como por sus ideas sociales mucho más avanzadas, representaba un tipo de jefe muy diferente de los dirigentes constitucionalistas de los dos estados vecinos.43

Los jefes locales y regionales que se le unieron en un principio también se distinguían notablemente de los de Coahuila y Sonora. En las primeras etapas de la revolución villista los hacendados no desempeñaron ningún papel en su dirección, en tanto que los dirigentes campesinos tuvieron una representación mucho mayor que en los otros dos estados. Toribio Ortega, quien durante mucho tiempo había sido vocero de los campesinos de Cuchillo Parado y había llevado a la revolución a prácticamente toda la población masculina de este pueblo el 16 de noviembre de 1910, se convirtió en uno de los principales generales del ejército villista.44 Calixto Contreras, quien pasó años en las cárceles del porfiriato por encabezar al pueblo de San Pedro Ocuila en su lucha por recuperar las tierras usurpadas por la hacienda de Sombreretillo, fue otro importante general villista. John Reed nos ha dejado una descripción inolvidable de Ortega: “Un hombre trigueño, enjuto, a quien los soldados llaman ‘El Honrado’ y ‘El Más Bizarro’. Es sin lugar a dudas, el corazón más sencillo y el soldado más desinteresado de México. Se ha negado a recibir de la revolución un solo centavo aparte de su escaso sueldo. Villa lo respeta y confía más en él, quizá, que en ningún otro de sus generales”.45

Porfirio Talamantes, a quien Creel, el gobernador porfirista, había tachado de “agitador peligroso” por haberse convertido en vocero de la antigua colonia militarizada de Janos, cuyas tierras estaba apropiándose la oligarquía chihuahuense, fue coronel del ejército villista.46

Fidel Ávila, a quien Villa nombró gobernador de Chihuahua en 1914 en sustitución de Manuel Chao, había sido capataz de una hacienda y condujo a muchos de sus vaqueros y peones a la revolución.47

Pero estos hombres no eran los únicos jefes influyentes en el movimiento villista. Tomás Urbina, antiguo compañero de Villa en sus días de bandidaje, siguió siendo un bandido y durante la revolución intentó establecer un imperio ganadero sumamente parecido al del legendario Luis Terrazas, uno de los más ricos hacendados de México. Rodolfo Fierro, ferrocarrilero que pronto tomó a su cargo importantes funciones administrativas y militares en el movimiento villista, fue el verdugo de Villa, un hombre temido por su crueldad tanto por sus amigos como por sus enemigos.

Había menos intelectuales en el séquito de Villa que en el de Carranza. En los primeros meses que Villa ejerció el mando en Chihuahua, los dos hombres que adquirieron mayor influencia fueron Silvestre Terrazas y Federico González Garza.

Silvestre Terrazas había dirigido en Chihuahua, bajo el porfiriato, un periódico de oposición, El Correo, y había sido encarcelado varias veces por su oposicio;n al gobierno del estado. Para Villa Terrazas representaba el vínculo más importante con la clase media chihuahuense y por lo mismo le dio cargos de responsabilidad en el nuevo gobierno del estado, nombrándolo secretario de gobierno, gobernador interino y administrador de las haciendas confiscadas. En estas funciones parece haber influido poderosamente en la forma en que se gobernó al estado, y haber sido uno de los promotores de las extensas confiscaciones de tierras realizadas por Villa, así como uno de los principales defensores de este programa político. Aunque antes y después de ser funcionario villista escribió muchísimo, durante el periodo crucial de 1913-15 abandonó tanto la actividad periodística como la ideológica. Rara vez se ocupó de problemas que no afectaran directamente a su estado natal.48

A diferencia de Terrazas, Federico González Garza, que también desempeñó cargos importantes en el gobierno del estado, no era chihuahuense y había ocupado puestos importantes en el régimen de Madero, tales como subsecretario de Justicia y gobernador del Distrito Federal. Federico González Garza fue uno de los primeros altos funcionarios maderistas que se unieron a Villa y uno de los pocos que abogaban por una reforma agraria radical. A diferencia de Silvestre Terrazas, Federico González Garza se convirtió en uno de los ideólogos más influyentes en el movimiento villista y redactó algunos de sus pronunciamientos más importantes.49

Al extenderse el movimiento villista a otros estados, su dirección, como la carrancista, se transformó y amplió notablemente. Como se verá más adelante, este proceso sufrió un efecto contrario al que tuvo en el caso del carrancismo. Comenzaron a influir en Villa hombres más conservadores, como Felipe Ángeles, miembros de la familia de Madero, y el gobernador de Sonora, José María Maytorena. Pero cuando Villa asumió el mando en el estado de Chihuahua en diciembre de 1913, estos hombres todavía no se unían a su movimiento.

En ese periodo Villa y sus colaboradores llevaron a la práctica políticas sociales y económicas muy distintas de las de Carranza. Aun cuando Villa hubiera compartido la ideología más conservadora de Carranza, Maytorena y Pesqueira, la situación existente en el estado de Chihuahua lo hubiera obligado a tomar medidas mucho más radicales que ellos.

En Chihuahua en 1913 hubiera sido imposible una revolución exclusivamente política, con un mínimo de contenido social, como la que intentaba realizar Carranza. En Coahuila y Sonora muchos hacendados se habían unido a la revolución o permanecían neutrales. En Chihuahua, en cambio, casi todos los grandes terratenientes mexicanos habían apoyado activamente primero a Orozco y después a Huerta. Además hay que tomar en cuenta que Orozco, aun después de haberse unido a Huerta, pudo seguir contando con un importante apoyo de parte de los revolucionarios maderistas desilusionados. Para quebrantar el poder de los hacendados y minar el apoyo popular con que contaba Orozco, el movimiento revolucionario chihuahuense tenía que llevar a cabo cambios radicales.

Acentuó la necesidad de tales cambios una situación económica que era notoriamente peor en Chihuahua que en los demás estados norteños. La crisis de 1907-10 había golpeado duramente a Chihuahua, como lo comprueba entre otras cosas el hecho de que en 1907 las pérdidas en las ventas al detalle fueron mucho mayores en éste que en los otros estados del norte.50 En 1910 hubo combates más intensos y una mayor destrucción en Chihuahua que en el resto del norte, y posteriormente, desde febrero de 1912 hasta el final de 1913, se produjeron luchas encadenadas. Muchas empresas, especialmente las mineras, dejaron de trabajar y la producción agrícola disminuyó notablemente. Tal situación, sumada a los orígenes sociales de Villa y a su odio sin disimulo a la clase terrateniente que había gobernado por tanto tiempo a Chihuahua, lo llevó a tomar medidas más radicales que las de Carranza y los dirigentes regionales en Coahuila y Sonora.

El 21 de diciembre de 1913 Villa, nombrado poco antes gobernador de Chihuahua por los generales de la División del Norte, emitió un decreto que tendría profundas consecuencias, ya que anunciaba la expropiación sin compensación de las propiedades de la oligarquía mexicana en el estado. Además, en todas las zonas controladas por sus tropas, se expropió y expulsó a muchos españoles. Villa no sólo se distinguió radicalmente de Carranza en su actitud respecto a la cuestión agraria, sino también de Zapata, ya que en las zonas dominadas por este último las tierras expropiadas a los hacendados se distribuían inmediatamente entre los campesinos, mientras que el decreto de Villa estipulaba que las tierras quedarían, inicialmente, bajo el control del gobierno. Los ingresos derivados de su explotación serían utilizados para financiar la lucha revolucionaria hasta el triunfo de la misma y para mantener a las viudas y huérfanos de los combatientes revolucionarios.

A la victoria de la revolución, dichas propiedades serían destinadas a cuatro fines: 1] el financiamiento de pensiones para viudas y huérfanos de los soldados revolucionarios; 2] la distribución de tierras entre veteranos de la revolución; 3] la restitución de tierras a todos los pueblos despojados por los hacendados; y 4] a cubrir los impuestos adeudados por los hacendados. Estos objetivos revelaban una segunda diferencia entre Villa y Zapata en lo referente a la cuestión agraria: el decreto de Villa limitaba la reforma agraria al beneficio de dos grupos, el de los participantes en la revolución y sus familiares sobrevivientes y el de los campesinos despojados de sus tierras.51 Nada se decía respecto a una reforma agraria más extensa que abarcara a los campesinos sin tierra, peones y grupos similares.

¿Cómo se explican estas diferencias entre el norte y el sur del país? En primer lugar hay que tomar en cuenta que, a diferencia de las tierras cañeras del sur, resultaba sumamente difícil, en el caso de ciertas tierras expropiadas en el norte, sobre todo las grandes haciendas ganaderas, distribuirlas entre campesinos individuales. Para la ganadería se requieren grandes unidades económicas que hubieran tenido que ser administradas individualmente por el Estado o bien en forma de cooperativas. Además, los ingresos de dichas haciendas constituían la base financiera del movimiento villista. Zapata, prácticamente imposibilitado para vender el azúcar mientras siguiera la guerra, estaba en mejores condiciones de permitir una economía de subsistencia (practicada por muchos de los campesinos que recibieron tierras en el estado de Morelos) que Villa, quien compraba armas con el dinero obtenido mediante la venta de ganado.

También influyeron en las distintas concepciones de la reforma agraria ciertas consideraciones militares. La distribución inmediata de tierras en la región zapatista creó un campesinado dispuesto a luchar hasta el fin para defender sus tierras, pero difícilmente dispuesto a librar una guerra ofensiva desde sus centros regionales, a pesar de que únicamente una guerra de este tipo hubiera podido destruir el ejército de Huerta. Villa, en cambio, planeaba precisamente este tipo de acción militar. Una reforma agraria llevada a la práctica de inmediato hubiera atado a los campesinos al suelo; en cambio, la promesa de una reforma agraria después de la guerra era un incentivo para unirse al ejército revolucionario.

Para Villa era impensable una reforma agraria que se llevara a cabo en ausencia de los soldados. Esto lo declaró con toda claridad un delegado norteño a la Convención Revolucionaria de 1915: “Además, los soldados que ahora están con nosotros en armas, no podrán ver con buenos ojos que los terrenos se están repartiendo a individuos pacíficos, a quienes, sin duda, tocarán los mejores, cuando ellos tenían esperanzas fundadas de que les correspondieran los mejores lugares, por haberse expuesto en la lucha que tanto ha hecho sufrir al país”.52

La estructura del ejército revolucionario del norte también explica la renuencia de Villa a repartir inmediatamente los latifundios. La revolución de 1910 había sido organizada por un partido político con un dirigente reconocido a nivel nacional, Francisco Madero. En 1913 no existía tal organización política, y, en las primeras fases del movimiento revolucionario, la autoridad de los dirigentes nacionales era muy limitada. De hecho los dirigentes locales que surgieron en diversas partes del país para encabezar la lucha contra Huerta, con frecuencia tenían vínculos ideológicos, militares y geográficos muy débiles con los demás grupos y con los dirigentes nacionales. Si Villa deseaba integrar estos grupos en un ejército nacional y subordinado a su propio mando, no bastaba para ello su personalidad carismática; tenía que estar en condiciones de proporcionarles armas y municiones y, al mismo tiempo, tomar en cuenta los deseos de los revolucionarios locales de controlar las propiedades de los hacendados.

Los ingresos provenientes de las tierras expropiadas le eran, pues, indispensables a Villa y los administró tomando en cuenta los mencionados objetivos. La mayoría de los antiguos administradores permanecieron en sus puestos, y en un principio se mantuvieron los acuerdos de arrendamiento existentes. Aproximadamente una tercera parte de las haciendas fue colocada bajo el control de dirigentes revolucionarios individuales y el gobierno del estado se encargó de la administración del resto.53

La administración de las haciendas expropiadas por parte de Villa no estaba determinada únicamente por consideraciones militares, sino también por la catastrófica situación de los abastecimientos en Chihuahua. Mientras que en Morelos, el estado natal de Zapata, más del 80% de la población se ocupaba de la agricultura y una parte considerable de los habitantes de las ciudades habían huido del estado, en Chihuahua los que cultivaban la tierra constituían una fracción mucho menor. Donde quiera que llegaban los revolucionarios distribuían importantes cantidades de víveres entre los desempleados urbanos y los hambrientos. El Paso Times informó en enero de 1914: “Los mexicanos desempleados de las empresas madereras y mineras devastadas están recibiendo raciones diarias […] Madera, Pearsons y Casas Grandes son abastecidas diariamente por el ejército constitucionalista con raciones de víveres. Los habitantes de estas ciudades, que no pueden conseguir trabajo porque las industrias ya no trabajan a consecuencia de la revolución, se dirigen al ejército constitucionalista y reciben víveres de las reservas dispuestas por Villa y el ejército constitucionalista”.54 Era característico de Villa atender generosamente los orfelinatos y los asilos de niños.55

Los precios de la carne fueron drásticamente reducidos en las grandes ciudades, y los mercados fueron abastecidos con ganado de las haciendas expropiadas. Un decreto del gobierno revolucionario de diciembre de 1913, hizo bajar los precios de la carne a una fracción de su antiguo nivel.56

Estos factores explican sin duda ciertos aspectos de los diferentes métodos utilizados por Villa y Zapata al enfrentarse al problema agrario, pero no lo explican todo. A Villa le hubiera sido casi imposible diferir la reforma agraria si las presiones en ese sentido hubieran sido tan grandes en Chihuahua como en Morelos. Una razón obvia de que esto no haya sido así fue, como ya hemos señalado, la proporción mucho menor de campesinos en la población de Chihuahua. Los vaqueros, que constituían una parte considerable de la población rural, estaban menos interesados aún que los campesinos en la reforma agraria. Esto era más evidente entre la población urbana.

La principal presión en favor de la reforma agraria provenía de los excolonos militares. Villa había apaciguado a este grupo prometiendo que sus miembros serían los principales beneficiarios de su proyectada distribución de tierras. Estipuló que los ex-colonos no sólo recobrarían las tierras perdidas, sino que cada uno de los que lucharan en las filas del ejército revolucionario tendría derecho a una cantidad adicional de tierra expropiada a las haciendas. También se asignó una porción de los ingresos provenientes de las haciendas al financiamiento de créditos de bajo interés para los campesinos pobres.57

El hecho de que Villa hubiera confiscado los latifundios era una clara prueba para los campesinos chihuahuenses de que aquel hablaba en serio cuando prometía una reforma agraria. Puesto que un número desproporcionadamente alto de los antiguos habitantes de las colonias militares estaban peleando en el ejército villista, lejos de su tierra natal, se hallaban más que dispuestos a que el reparto de las tierras se aplazara hasta que pudieran regresar a sus pueblos al final de la guerra.

Pero la posición de Villa respecto a la reforma agraria se debía no sólo a consideraciones pragmáticas sino también a su ideología, que le expresó claramente a John Reed en una conversación:

Cuando se cree la nueva república […] obligaremos al ejército a trabajar. En todas partes de la república fundaremos colonias militares compuestas de los veteranos de la revolución. El Estado les dará tierras y creará grandes empresas industriales que les proporcionarán empleo. Trabajarán tres días a la semana, y trabajarán duro, porque el trabajo honrado es más importante que la lucha armada y sólo el trabajo honrado hace ciudadanos honrados. Los otros tres días de la semana recibirán entrenamiento militar y enseñarán a la gente a pelear. Así, cuando el país se vea amenazado, bastará con una llamada telefónica desde el palacio de gobierno en México y en medio día todo el pueblo mexicano se levantará en sus campos y en sus fábricas, completamente armado y bien organizado, a defender a sus hijos y a sus hogares.

Mi ambición es vivir mi vida en una de esas colonias militares, entre mis compañeros a quienes quiero, que han sufrido tanto y tan hondo conmigo.58

Cabe preguntarse hasta qué punto realmente deseaba vivir en una de tales colonias militares. En 1920, cuando hizo las paces con el gobierno, no ingresó en una de esas colonias sino que se radicó en una hacienda que el gobierno puso a su disposición. Sin embargo, la vida que llevó allí no fue muy distinta de la que hubiera llevado en una colonia militar. Lo significativo de las palabras de Villa es su identificación con una de las más antiguas e importantes formas tradicionales de organización del campesinado chihuahuense. Su actitud se debía en parte al enorme prestigio de que gozaban estos colonos militares entre los campesinos del norte de México. Aun después del fin de las guerras contra los apaches, el levantamiento de Tomochic, en el cual sesenta hombres mantuvieron a raya a mil soldados federales, preservó y acrecentó este prestigio.59

La actitud de Villa también se debía a los vínculos muy concretos que había establecido con los habitantes de estas ex-colonias. En vísperas de la revolución instaló su cuartel general cerca de San Andrés, una de las más antiguas y combativas coloniales militares de Chihuahua. En la década de 1880 los rifleros de esa colonia habían desempeñado un papel decisivo en la derrota de los apaches, y más tarde, en 1908, los descendientes de aquellos combatientes se habían levantado contra el gobierno del estado para protestar contra un aumento en los impuestos.60 Fue en San Andrés donde Villa obtuvo gran parte de su apoyo inicial cuando se decidió a participar en la revolución de 1910.

La ideología de los campesinos provenientes de las colonias militares exhibe características especiales que se reflejan en forma impresionante en el mismo Villa. Estos colonos habían combatido durante más de un siglo contra los apaches en una guerra cruel y despiadada, en la cual no se hacían prisioneros y se recurría a todos los medios posibles de lucha. Esta tradición guerrera se prolongó hasta los días de la revolución, con el resultado de que quienes la mantenían se veían a sí mismos como una élite militar. Los habitantes de Namiquipa le habían escrito orgullosamente a Porfirio Díaz: “Nosotros defendimos la civilización contra los ataques de los bárbaros”,61 y no hay duda de que sentían gran desprecio por quienes no combatían.

Entre ellos el derecho a la tierra no se derivaba únicamente de la herencia, sino que había que confirmarlo y defenderlo constantemente con las armas en la mano. Sólo quien cumplía con su deber militar tenía derecho a adquirir un pedazo de tierra. Los habitantes de estas colonias militares despreciaban muy especialmente a los peones de las haciendas. Sus actitudes respecto a los grandes terratenientes eran distintas de las de muchos campesinos del centro y del sur de la república. En la región central, los habitantes de las comunidades campesinas habían vivido envueltos en conflictos de larga duración con las haciendas vecinas, conflictos que frecuentemente desembocaban en luchas armadas. En cambio, en el norte, antes de 1885, los conflictos de este tipo fueron mucho más raros. Había tierras y ganado suficientes y la lucha común contra los indios unía a los terratenientes y los colonos militares, relacionados por una dependencia mutua. La situación cambió radicalmente sólo después de la derrota de los apaches y la llegada de los ferrocarriles, cuando los grandes terratenientes se lanzaron al despojo de tierras en gran escala.

Pero este conflicto era relativamente nuevo, y no todos los hacendados estaban envueltos en él, lo cual dio lugar a una actitud ambigua respecto a los hacendados en muchos de los pueblos. Se tomaban acciones contra los hacendados “malos”, pero se seguía colaborando con los “buenos”, o sea con los que no amenazaban las propiedades de los campesinos. ¿Acaso no habían luchado estos hacendados “buenos” contra los apaches junto a los campesinos durante más de un siglo? Los campesinos norteños no sentían la hostilidad secular hacia los hacendados que había impedido a los morelenses formar un frente común con los grandes terratenientes de su estado.

Los campesinos de las colonias del norte habían gozado de mayor independencia y alcanzado mayor prosperidad que los de las comunidades del sur. A diferencia de éstos, bajo el gobierno colonial español los norteños tuvieron una completa autonomía municipal y no estaban sujetos al control directo del Estado. No sólo habían obtenido más tierras y ganado y privilegios fiscales, sino que desconocían el igualitarismo que caracterizaba la organización de la sociedad en los pueblos del sur y el centro de México. Dentro de la comunidad norteña, cada hombre estaba en libertad de comprar o vender sus tierras a su gusto,62 lo cual no sucedía en el sur o en el centro. Como consecuencia de ello, en Chihuahua se desarrolló una clase media agraria mucho más numerosa que en el centro de México, cuya influencia se hizo sentir en la revolución.

Buena parte de la forma de pensar y de actuar de estos pioneros mexicanos se reflejaba en la ideología de Villa. En 1913, por ejemplo, Villa anunció que sería fundamentalmente a los veteranos de la revolución, que habían “ganado” en cierta medida su tierra, a quienes se les permitiría conservarla. La frecuente crueldad de Villa, su despiadada ejecución de los prisioneros, formaba parte de una larga y salvaje tradición de guerra fronteriza según la cual se combatía sin dar ni pedir cuartel.

La distinción que hacía Villa entre hacendados “buenos” y “malos”, y su disposición a proteger la propiedad de los “buenos” y colaborar con ellos, como en el caso de Madero y Maytorena, también se relaciona con estas tradiciones fronterizas del norte. Por último, también puede atribuirse a esta misma tradición el origen del objetivo de Villa en su ley agraria de 1915: la creación de un sector de pequeños agricultores prósperos —no de miembros de comunidades igualitarias campesinas— que, tal y como le había dicho a John Reed, ocuparían un lugar central en la vida política y económica del país.

En vista de todo esto, ¿es posible considerar a Villa como un revolucionario agrario análogo a Emiliano Zapata en el sur? Los analistas y políticos contemporáneos suyos y también los historiadores posteriores tienden a verlo así, o por el contrario, a considerarlo un bandido. Ninguno de los dos calificativos lo describe correctamente. Cabe poca duda de que antes de 1910 había sido un bandido, pero no hay motivo alguno para tacharlo por sus actividades posteriores. Si se utiliza la palabra bandido para designar a alguien que carece de una ideología coherente, cuyo objetivo principal es enriquecerse personalmente, el término no puede aplicarse a Villa. Como he intentado demostrar, Villa tenía una ideología bien definida a la cual se mantuvo fiel. Su interés por el dinero era limitado. De los millones de dólares que literalmente pasaron por sus manos, retuvo muy poco. Para él el dinero era primordialmente un medio de ganar poder, de fortalecer a su ejército, de asegurarse la lealtad de sus subordinados, y un medio de lograr la transformación social. Muchas veces se ha dicho que algunos de los métodos que empleaba, tales como la ejecución de los prisioneros y los préstamos forzosos impuestos a los ricos, eran característicos de un bandido. En realidad, fueron utilizados por prácticamente todos los dirigentes y facciones de la revolución mexicana, aunque a veces con mayor disimulo que Villa.

Tampoco basta el término de “revolucionario agrario” para definir a Villa. Si bien le interesaba sobremanera el campesinado, demostraba igual interés en el proletariado urbano. De hecho, aunque a la larga hubieran sido los campesinos los más beneficiados si hubiera triunfado y se hubiera llevado a cabo la reforma agraria que proponía, a corto plazo los principales beneficiarios de su gobierno fueron los pobres de las ciudades de Chihuahua, quienes se vieron favorecidos por su distribución de alimentos y su provisión de carne barata a los mercados.

Apreciado en conjunto, Villa se perfila como una compleja mezcla de revolucionario social y caudillo decimonónico. Sus objetivos (cuando menos en las regiones de Chihuahua, Durango y Coahuila en las que principalmente se interesaba) eran los de un revolucionario social; sus métodos de gobierno muy semejantes a los del caudillo mexicano clásico del siglo XIX.

A diferencia de lo que sucedía en la región zapatista por excelencia, Morelos, los órganos de gobierno de elección popular, como los consejos municipales, desempeñaron un papel mínimo en el proceso de toma de decisiones de Villa. A diferencia de la mayoría de los revolucionarios agrarios de otros países en el siglo xx, no estableció ninguna organización política que constituyera la base de su poder. Como los caudillos decimonónicos, gobernaba a través de su ejército y de una compleja relación de patronazgo y fidelidad personal. Lo que tenía en común con algunos dirigentes populares del tercer mundo en el siglo xx era lo carismático de su personalidad. Ningún otro dirigente revolucionario mexicano se convirtió a tal grado en leyenda viva para volverse más legendario aún después de su muerte. Ningún otro dirigente revolucionario, ni siquiera Zapata, pudo igualar la atracción que ejercía sobre las masas y la autoridad de que gozaba Villa. Esta popularidad de Villa fue uno de los factores, pero de ninguna manera el único, que determinaron sus conflictos con Carranza.

DISCREPANCIAS ENTRE LAS POLÍTICAS SOCIALES DE VILLA Y CARRANZA

La aplicación de las políticas sociales de Villa diferenciaron cada vez más las zonas que él controlaba de las que dominaba Carranza.

Aun cuando Carranza había permitido confiscaciones provisionales de haciendas, la política de Villa al respecto era fundamentalmente diferente. Las expropiaciones de Villa no sólo fueron mucho más numerosas que las que ejecutó Carranza, sino que también fueron decretados como definitivas e irrevocables. Mientras que Carranza se negó tenazmente en todos sus discursos, decretos y proclamas, a establecer cualquier relación entre la “intervención” de las haciendas (ésta fue la expresión oficial empleada y que indicaba el carácter temporal de la ocupación de estas propiedades) y la reforma agraria, esta relación fue claramente enunciada por Villa en su decreto expropiatorio de diciembre de 1913. Para subrayar el carácter temporal de tales ocupaciones, Carranza también se esforzó por confiar su administración exclusivamente a las autoridades locales. (Cuando a fines de 1914 Carranza estableció una administración central para las haciendas confiscadas, el objetivo principal de aquélla no había de ser la administración de tales propiedades, sino su devolución a sus antiguos dueños.) Villa, por el contrario, creó su propia autoridad central para la administración de los bienes confiscados: la Administración General de Bienes Confiscados.63

Estas diferentes maneras de proceder contribuyeron sustancialmente a crear tensiones cada vez mayores entre Villa y Carranza. Por de pronto, Carranza no se atrevió a emprender un ataque frontal contra la política de Villa. Sin embargo, a principios de 1914 le solicitó que nombrara a uno de sus generales, Manuel Chao, como gobernador militar de Chihuahua. Las expropiaciones no fueron revocadas durante el gobierno de Chao, pero el ritmo de las reformas fue aminorado notablemente. A mediados de 1914, Carranza le exigió a Villa que cediera el dominio de todas las tierras confiscadas.64 Esta medida de Carranza, según lo explicó más tarde él mismo (en 1917), estaba calculada como un primer paso hacia la devolución de estas propiedades a sus antiguos dueños.65 La negativa de Villa a acceder a esta exigencia contribuyó sustancialmente al estallido del conflicto abierto entre los dos jefes, según la opinión de uno de los colaboradores más cercanos de Villa, Silvestre Terrazas, secretario del gobierno de Chihuahua y administrador de los bienes expropiados.66 La política villista de expropiaciones masivas sin reforma agraria hubo de tener consecuencias importantes para su movimiento y para todo el desarrollo de la revolución mexicana. Constituyó la base de la destrucción del régimen de Huerta y del rompimiento con Carranza, pero también de la derrota de Villa en la guerra civil subsiguiente.

Los grandes recursos que le proporcionaban a Villa las tierras expropiadas, le permitieron poner en pie el ejército revolucionario mejor pertrechado y más poderoso. Se hicieron compras masivas de armas en los Estados Unidos, las cuales fueron traídas a México, primero de contrabando y más tarde por vía perfectamente legal. No menos importante era el hecho de que Villa disponía ya de los medios para formar un ejército semi-profesional. A diferencia del ejército campesino de Zapata, este ejército no era pagado con tierras, sino con dinero. Por consiguiente los soldados de Villa no padecían las inhibiciones que impedían a las tropas de Zapata combatir lejos de sus pueblos. Los soldados de Villa estaban mejor preparados para realizar una guerra ofensiva que sus futuros aliados del sur. El peligro de semejante ejército profesional consiste por supuesto en que en el momento en que ya no existen más recursos para pagarlo, una parte considerable de sus miembros puede cambiar de bando fácilmente. Esto fue lo que sucedió en gran medida tras la derrota de Villa en 1915.

En 1913 y 1914, la División del Norte constituyó la principal fuerza de choque de la revolución y fue la principal causante de la derrota de Huerta.

Los ingresos provenientes de las haciendas expropiadas fueron un fuerte eslabón que mantuvo unidas a las heterogéneas clases y grupos sociales en Chihuahua. Otro factor que fortaleció al liderato revolucionario en el estado fue el hecho de que allí parece haber tenido lugar una elevación del nivel de vida, particularmente en el año de 1914. Los dos años del gobierno de Villa fueron los únicos en la historia de este estado, entre 1910 y 1920, en los que hubo paz. Las grandes batallas y luchas de la revolución se libraron fuera de sus confines. Mientras que los precios de los productos de primera necesidad bajaron gracias a los subsidios de Villa, el desempleo desapareció. Al mismo tiempo que el desarrollo económico cobraba nuevo impulso y exigía nueva fuerza de trabajo, muchos miles de hombres se encontraban en el ejército. Así pues, como resultado de una escasez de mano de obra, los salarios aumentaron en muchas ramas de la industria y la minería. Las haciendas expropiadas intentaron atraer a arrendatarios mediante la exención del pago de renta durante el primer año de trabajo.

Esta prosperidad, la oportunidad de ascenso social en la nueva administración de Chihuahua y, hasta cierto punto, en el ejército de Villa, y sobre todo la esperanza de participar en una administración nacional influida por Villa, ligaron a importantes sectores de la clase media de Chihuahua al movimiento villista.

Sin embargo, el aumento del nivel de vida, que tanto contribuyó a darle una base social de masas a Villa en su estado natal, duró poco tiempo. En la segunda mitad de 1914 los gastos de guerra aumentaron tanto, que Villa y todos los otros jefes revolucionarios imprimieron cantidades cada vez mayores de papel moneda para financiar la revolución. El resultado fue una inflación creciente y la escasez de mercancías, y sobre todo después de 1915 un descontento cada vez mayor en la población.

Una de las consecuencias más importantes de las políticas sociales y económicas de Villa fue el surgimiento de una nueva burguesía dentro de su movimiento, con inclinaciones conservadoras cada vez más marcadas. Esta nueva burguesía tenía un doble origen. Un primer grupo fue reclutado entre los generales y los revolucionarios destacados que habían recibido las tierras de los hacendados para administrarlas con el propósito de avituallar a las fuerzas armadas revolucionarias.

John Reed visitó a principios de 1914 la hacienda de Canutillo, que había sido entregada al general Urbina, antiguo compañero de Villa en sus días de bandido. “Salí al amanecer y di un paseo por las Nieves. La población pertenece al general Urbina, la gente, las casas, los animales y las almas inmortales […] En Las Nieves, él solo, y únicamente él administra la justicia, alta y baja. La única tienda del pueblo está en su casa.”67

La segunda categoría de miembros de la nueva burguesía era la de los agentes que supervisaban la exportación de productos agrícolas a los Estados Unidos y la importación de armas norteamericanas a México, y que estaban íntimamente ligados, en su mayoría, a grandes compañías norteamericanas. Este grupo incluía a hombres como Félix Sommerfeld y Lázaro de la Garza. Sommerfeld, que había sido jefe del servicio de inteligencia de Madero en los Estados Unidos, monopolizaba la importación de dinamita en las zonas controladas por Villa y mantenía estrechas ligas con la Standard Oil Company.68 De la Garza, comerciante de Torreón, era otro de los agentes financieros de Villa en los Estados Unidos.69 Ambos hicieron una fortuna en la revolución y traicionaron a Villa a la larga.

Villa mismo parece haber considerado muchos de estos negocios como un mal inevitable pero necesario para aprovisionar a sus tropas. Hasta donde se sabe no participó en ellos ni se enriqueció personalmente por ese medio. No se puede decir lo mismo de su hermano Hipólito, quien se convirtió en agente financiero de la División del Norte y sacó provecho de sus negociaciones.

Esta nueva burguesía conservadora se vio fortalecida por otros dos grupos sociales dentro del movimiento villista. El primero de ellos era el de la burocracia estatal. Mientras que en las zonas controladas por Zapata apenas si se instaló un aparato administrativo, la situación fue diferente en las regiones dominadas por los ejércitos de Villa. La existencia de grandes poblaciones y ciudades, el gran desarrollo en esta región de la economía monetaria, la presencia de numerosos extranjeros y compañías extranjeras y, finalmente, la larga frontera con los Estados Unidos, todo ello impuso la necesidad de organizar y mantener una numerosa burocracia gubernamental.

¿Y dónde había de encontrarse el personal necesario para tal burocracia? La antigua burocracia porfirista, gran parte de la cual había apoyado a Huerta, no tenía en su mayoría deseos de participar en una administración revolucionaria, y Villa tampoco se inclinaba a aceptar sus servicios. Recurrió, pues, a las únicas personas en las cuales confiaba: la familia Madero y sus colaboradores. Esto explica, entre otras cosas, el rápido ascenso de Félix Sommerfeld, ex-secretario de Madero, al cargo de representante de Villa en los Estados Unidos.

La influencia de estas fuerzas primordialmente conservadoras se vio fortalecida por los hacendados de Coahuila y Sonora, que se habían unido a la revolución pero tenían malas relaciones con Carranza y buscaban, por lo tanto, una alianza con Villa. Las disensiones de la familia Madero con Carranza no se fundaban en diferencias ideológicas graves, sino en una marcada rivalidad. Lo mismo puede decirse del hacendado sonorense Maytorena, quien regresó a su estado a principios de 1914 y reasumió su cargo de gobernador.

Carranza presentía un rival en el único otro gobernador maderista que se mantenía en el cargo y prefirió apoyarse en los revolucionarios de clase media un tanto más radicales, como Alvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Salvador Alvarado y Benjamín Hill, quienes representaban una menor amenaza inmediata para su poder. La vieja lealtad de Villa a Madero y su creciente rivalidad con Carranza tuvo el efecto de vincularlo cada vez más estrechamente a personas cuya ideología era muy distinta de la suya. Esta alianza con un sector terrateniente diferenció en forma importante al movimiento villista del zapatista.

El portavoz más influyente del ala conservadora del movimiento villista, y uno de los más destacados militares de México, fue el general Felipe Ángeles.70 De todas las personalidades que tomaron parte en la revolución mexicana después de 1913, Ángeles fue probablemente el discípulo más auténtico de las ideas de Madero. Fue uno de los pocos soldados profesionales que habían servido en el ejército porfirista antes de 1910, y se había unido a Madero y había permanecido fiel a éste en 1913. Por órdenes de Madero había peleado tanto contra Zapata en 1912 como contra Félix Díaz en el levantamiento en la ciudad de México en 1913. Algunos meses después del estallido de la revolución de Carranza, se unió a éste y fue nombrado ministro de la guerra en su gabinete.

Los nuevos generales de Sonora surgidos de la Revolución, sobre todo Obregón, protestaron por esta designación y, debido a su presión, Carranza destituyó a Ángeles de su puesto de responsabilidad. Profundamente amargado, Ángeles pidió ser trasladado al Estado Mayor de Villa, quien acogió con placer al brillante oficial de artillería.

Al igual que su mentor Madero, Ángeles fue partidario de las elecciones libres, pero enemigo de las transformaciones sociales. Se opuso a la expropiación de los latifundios y, sobre todo, favoreció el mantenimiento de relaciones más estrechas con los Estados Unidos, a los que admiraba mucho.71

Villa, sin embargo, sólo se dejó influir moderadamente por sus ideas. Según lo declaró en una conversación confidencial con el representante de Woodrow Wilson en México, Duval West, pensaba que a los extranjeros no debía permitírsele poseer tierras en México. West le informó a Wilson sobre su entrevista con Villa:

En la misma conversación, declaró que la industria mexicana debía desarrollarse primordialmente mediante capital mexicano. Recibí la impresión de que él se adhiere a la exigencia popular de un “México para los mexicanos”, y considera que una puerta abierta a los inversionistas extranjeros representa un peligro para el país.

En opinión de West, el movimiento villista sostenía la idea “de que las propiedades de los ricos debían ser administradas por el gobierno en beneficio de las masas populares […] La idea socialista, si bien no está expresada claramente, parece dominar por todas partes en este movimiento”.72

Estas ideas de Villa merecen tanta mayor consideración, cuanto que no fueron expresadas en un discurso propagandístico sino en una conversación confidencial con el representante especial de Woodrow Wilson en México. Lejos de ser sólo retórica, ellas determinaron en gran medida la actitud práctica de Villa frente a los norteamericanos. La expropiación masiva de propiedades mexicanas realizada por Villa en su estado natal, impidió que los grandes propietarios de Chihuahua hicieran lo que en otros estados para protegerse de las expropiaciones, o sea vender sus tierras, real o aparentemente, a extranjeros, sobre todo norteamericanos. Carranza nunca tomó medidas semejantes durante este periodo para evitar la penetración norteamericana en México.

A pesar de todo, Villa era visto con auténtica simpatía por el régimen de Wilson, por un sector de las fuerzas armadas norteamericanas, por el público norteamericano en general y, finalmente, por las compañías norteamericanas. Los motivos de esta simpatía eran complejos y difícilmente se las puede reducir a un común denominador. Para muchos políticos en los Estados Unidos y para algunas compañías norteamericanas, Villa era ante todo el hombre fuerte que impondría el orden en México. A diferencia de Carranza, parecía tener la autoridad y el poder necesarios para controlar a los grupos revolucionarios, frecuentemente aislados entre sí o envueltos en rivalidades, y someterlos a una autoridad central. Ya desde 1913 un importante funcionario norteamericano le expresó esto claramente al embajador francés en Washington, quien escribió en su informe sobre la conversación:

A diferencia de lo que se dice generalmente, dijo mi interlocutor, Villa no es precisamente un hombre sin propiedades. Sus padres poseían un rancho y gozaban de cierta comodidad. Su educación no pasó de la primaria, pero al menos llegó hasta allí; no es el analfabeto que describen los peródicos; incluso sus cartas están bien escritas.

Es, como Huerta, de extracción indígena, excelente jinete y gran tirador. Exento de temor al peligro físico o a la ley, desde muy temprana edad llevó la vida de un “ranchero”. Es la misma vida que muchos de nosotros llevamos hasta hace poco en las distantes regiones del oeste, regiones que quedan fuera del alcance de las autoridades, donde cada hombre era su propio amo y a veces mandaba a otros, a veces tenía seguidores y creaba su propia ley […]

Villa gana popularidad fácilmente y se asegura de que esta popularidad perdure. Cuida a sus soldados, los ayuda, vigila la satisfacción de sus necesidades y es muy popular entre ellos. La historia romántica de su supuesto matrimonio con una joven de Chihuahua durante la ocupación de esa ciudad no es cierta. Está casado y no está separado de su esposa.

Sería incapaz de gobernar, pero podría muy bien crear el orden si lo quisiera. Si yo fuera el presidente de México le encargaría esa tarea; estoy completamente convencido de que la cumpliría estupendamente; también obligaría a todos los rebeldes a guardar la paz. En la situación actual de México, no veo a nadie más que pudiera realizar con éxito esa tarea.73

Woodrow Wilson, en una conversación con el agregado militar francés en Washington, expresó ideas muy parecidas. Según informara dicho agregado en diciembre de 1913, Wilson, “al hablar de Villa expresó su admiración por este asaltante de caminos que gradualmente ha logrado inculcar en sus tropas suficiente disciplina para convertirlas en un ejército. Quizá, añadió, este hombre represente hoy en día el único instrumento de la civilización en México. Su firme autoridad le permite crear orden y educar a la turbulenta masa de peones, tan inclinada al saqueo y al pillaje”.74

Esta impresión de autoridad se fortaleció debido a que Villa logró mejor que la mayoría de los otros generales revolucionarios limitar o impedir los saqueos y los excesos tras la toma de ciudades y poblados. Procuró efectivamente que, con excepción de los bienes de los españoles, ninguna propiedad de extranjeros fuera tocada o confiscada.

Para el presidente Woodrow Wilson y para su secretario de Estado, William Jennings Bryan, había además otras razones para simpatizar con Villa. Ambos pertenecían a una larga lista de políticos liberales norteamericanos que buscaban un tipo de revolucionario latinoamericano que casi nunca había existido: un revolucionario, que, por ejemplo, llevara a cabo una cierta modernización y algunas reformas que pudieran traer estabilidad al país y que lo resguardara de agitaciones revolucionarias más intensas, pero que dejara intocados los intereses norteamericanos. Wilson fue muy explícito en este punto: “Nosotros haremos saber a todo el que ejerza el poder en cualquier parte de México —y se lo haremos saber de la manera más clara—, que velaremos muy cuidadosamente por los bienes de aquellos norteamericanos que no puedan abandonar el país, y haremos responsables a estos políticos por cualesquiera daños y pérdidas que sufran los ciudadanos norteamericanos. Les haremos saber esto con absoluta claridad”.75

John Lind, representante de Wilson en México, dio a estas ideas su expresión más clara. En un informe a Wilson, calificaba a la revolución como un movimiento que esencialmente intentaba crear en México condiciones similares a las de los Estados Unidos. Acerca del objetivo de la política norteamericana, escribió: “Debemos ser la ‘columna de nube por el día y la columna de fuego por la noche’ e imponer una administración decente […] Ésta es una necesidad ineludible, a menos que la revolución y la anarquía sigan a la orden del día en México […] Dejemos que esta labor de limpieza la hagan los de casa. Tendrá que ser un poco ruda y debemos cuidar de que algunas paredes queden intactas, pero no me inquietaría si algunas galerías y ventanas fueran demolidas. El general Villa, por ejemplo, haría el trabajo satisfactoriamente”.76 Esta idea de una revolución dirigida por los norteamericanos entusiasmó a Wilson, y Lind explicó que Villa era el hombre que podía llevar a cabo tal revolución. Esta impresión se acentuó después que Ángeles se unió a Villa. Ángeles subrayó reiteradamente en público y en conversaciones confidenciales con representantes norteamericanos, como el emisario de Wilson, Duval West, su oposición a transformaciones sociales radicales.77 Sus opiniones eran bien conocidas y por algún tiempo Wilson lo consideró como el mejor candidato para la presidencia de México.78

Otro factor que contribuyó a que los conflictos entre Villa y los Estados Unidos quedaran limitados a un mínimo en 1913 y en la primera mitad de 1914, fue el hecho de que ninguno de los latifundistas expropiados por Villa les habían vendido sus propiedades a los norteamericanos. Luis Terrazar, en particular, quien, a pesar de haber recibido ofertas de compradores norteamericanos, se negó a vender. Su actitud se fundaba, sin duda alguna, en la firme convicción de que los revolucionarios serían derrotados tarde o temprano.79 Si él hubiera accedido a vender y si los norteamericanos hubieran exigido entonces a Villa la entrega de la propiedad de Terrazas, habría podido llegarse fácilmente a un conflicto. Debido a que esto no sucedió, se evitaron problemas de tal naturaleza, que la legislación de Villa hubiera podido sucitar.

La diferencia económica esencial en las relaciones de Villa y de Carranza con los norteamericanos, radicó en el grado de su respectiva independencia de los Estados Unidos. De 1913 a 1915, ambos obtuvieron sus armas de los Estados Unidos y dependían en gran medida de los norteameri-nos en este aspecto. Con todo, las relaciones financieras de uno y otro con las empresas norteamericanas eran de diferente naturaleza, y esta diferencia caracterizó en buena medida su política hacia los Estados Unidos. Villa, gracias a la expropiación masiva de propiedades mexicanas que hizo en Chihuahua y en la región lagunera de los estados de Coahuila y Durango, gozaba de una situación financiera segura. Hasta finales de 1914 dispuso de suficientes recursos propios para financiar sus campañas militares. Carranza, sin embargo, que se oponía a las expropiaciones de propiedades mexicanas, dependía en mucho mayor medida que Villa de las dádivas o los impuestos de las empresas extranjeras, y en un principio obtuvo estos recursos en base de acuerdos secretos y más tarde cobrando impuestos a las empresas extranjeras que operaban en su zona.

La mayor independencia económica de Villa frente a los norteamericanos le permitió, en 1914, mantener mejores relaciones que Carranza con los Estados Unidos. Villa, que contaba con recursos adecuados, no vio al principio razón alguna para aumentar los impuestos a las compañías norteamericanas como hizo Carranza en su zona.80 Igualmente importante es el hecho de que Carranza, por sus acuerdos secretos con compañías norteamericanas, tenía motivos para cultivar un nacionalismo y un radicalismo verbales. Sin embargo, en la práctica, Villa, por sus drásticas restricciones a la oportunidad y el derecho de las oligarquías locales de vender sus propiedades a extranjeros, limitó mucho más que Carranza la influencia de las compañías norteamericanas.

LAS RELACIONES ENTRE LAS FACCIONES REVOLUCIONARIAS

Las profundas diferencias que iban creciendo a medida que los revolucionarios se fortalecían y controlaban más territorio no condujeron, durante el año de 1913, a un conflicto abierto, ni siquiera a un enfrentamiento público. Huerta era todavía demasiado poderoso y el deseo de derrocarlo siguió siendo el objetivo dominante de todas las facciones revolucionarias.

Zapata nunca criticó abiertamente a los revolucionarios del norte durante el año de 1913, pero se negó a reconocer su dirección. No quiso firmar el Plan de Guadalupe, que proclamaba a Carranza como jefe del gobierno revolucionario y, en una modificación a su propio Plan de Ayala, se proclamó a sí mismo director supremo de la revolución. Estaba, sin embargo, plenamente consciente del hecho de que su propio movimiento jamás podría alcanzar la supremacía en México e intentó por lo tanto establecer relaciones con las facciones norteñas más radicales. Hacia fines de 1913 envió a uno de sus más cercanos asesores intelectuales, Gildardo Magaña, quien había estado en la cárcel con Pancho Villa, a establecer relaciones más estrechas con éste en Chihuahua. Como consecuencia de esta visita, Zapata se convenció de que Villa era un defensor de la reforma agraria, y en una larga carta en que ensalzaba al jefe de la División del Norte, sugirió que aplicara los principios del Plan de Avala al llevar a cabo sus reformas agrarias.81 Villa no lo hizo, pero su confiscación de las haciendas de la oligarquía bastó para convencer a Zapata de que era el único dirigente norteño importante que apoyaría su programa agrario. Fue en este periodo cuando se establecieron las bases para la posterior alianza entre ambos jefes revolucionarios.

La negativa de Zapata a establecer vínculos organizativos con los movimientos revolucionarios del norte no tuvo consecuencias prácticas para el desarrollo militar de la revolución, puesto que la región en que se operaba se hallaba a centenares de kilómetros del norte y difícilmente se hubieran podido realizar acciones militares conjuntas.

Para el éxito de los movimientos norteños, sin embargo, era indispensable algún tipo de colaboración política y militar. El hecho de que operaban en regiones contiguas hacía esencial la coordinación militar. Otro poderoso factor de unión era su común deseo de obtener el reconocimiento norteamericano. Hacia principios de 1913, Villa reconoció el Plan de Guadalupe y la jefatura de Carranza y, en compensación, el “Primer Jefe” le proporcionó armas y dinero y lo reconoció como comandante militar de la División del Norte que operaba en Chihuahua.

Pero pronto surgieron las diferencias entre ambos jefes y sus respectivos movimientos. Cuando Villa renunció a su cargo de gobernador de Chihuahua, después de unos días de ocuparlo, para concentrar todos sus esfuerzos en la organización y dirección de su ejército, Carranza, enfurecido por las reformas que había llevado a cabo Villa en ese estado, le impuso un sucesor indeseable para él.82 Durante el periodo en que administró el estado este nuevo gobernador, Manuel Chao (uno de los generales de la División del Norte), las reformas en el estado de Chihuahua se hicieron significativamente más lentas.

Al mismo tiempo Villa comenzó a apoyar a políticos más revolucionarios disgustados con Carranza o bien en franca oposición a éste. Muchas veces esta oposición se fundaba en conflictos personales y rivalidades por el poder y no en consideraciones ideológicas. Tal fue indudablemente el caso de José María Maytorena, quien regresó a la gubernatura de Sonora en agosto de 1914.83 Maytorena era, en algunos aspectos, más conservador aún que Carranza en términos sociales, pero Carranza lo temía por ser el único otro gobernador constitucionalmente elegido durante el periodo de Madero que luchaba contra Huerta, y que por lo tanto podía llegar a ser considerado como rival del Primer Jefe. Tal parece que éste fue precisamente el motivo de que Villa hiciera todo lo posible por fortalecer a Maytorena a pesar de su tendencia conservadora.

A pesar de estas rivalidades que ya se perfilaban, el movimiento constitucionalista llegó a dominar casi la mitad del país a fines de 1913.

CIVILES Y MILITARES EN EL MOVIMIENTO REVOLUCIONARIO

Dos características esenciales diferenciaron a la revolución de 1913-14 de su primera fase de 1910-11, así como de las demás revoluciones del siglo xx.

Con la notable excepción del zapatismo, la lucha militar fue fundamentalmente convencional; las guerrillas desempeñaron un papel secundario. En el norte, el ejército federal se había retirado a ciudades muy fortificadas y entronques ferroviarios en donde fue atacado por tropas revolucionarias bien organizadas y muchas veces mejor armadas. Con excepción del estado de Morelos y sus alrededores en donde predominó la guerrilla, sólo surgieron movimientos guerrilleros en zonas muy limitadas del país, y no fueron lo suficientemente fuertes para inmovilizar partes importantes del ejército federal.

Otra característica de este periodo de la revolución mexicana fue su falta de una organización política, como la que tuvo el movimiento 26 de Julio en Cuba o incluso como el Partido Antirreeleccionista de la primera etapa de la misma revolución mexicana. Después de la victoria de Madero, dicho partido se había transformado de un partido político de masas en un aparato electoral y, de hecho, había dejado de existir para cualquier fin práctico.

Algunos legados políticos del periodo maderista sobrevivieron durante los primeros meses posteriores al golpe huertista en la capital. Los sindicatos siguieron funcionando y algunos diputados radicales siguieron expresando sus opiniones en el Congreso. Después del segundo golpe de Huerta, cuando disolvió el Congreso en octubre de 1913, la oposición legal cesó prácticamente. En las ciudades, los simpatizantes de la revolución no fundaron organizaciones clandestinas sino que se fueron al norte a unirse a Carranza o a veces a Villa. Unos pocos intelectuales radicales se fueron a Morelos a apoyar a Zapata.

En el campo surgieron algunos movimientos guerrilleros pero, fuera de Morelos, parecen haber tenido poca importancia.

En los territorios dominados por los revolucionarios del norte tampoco había mucha actividad política. No se organizó ningún partido político y, con pocas excepciones, no hubo elecciones ni a nivel local ni regional. Las autoridades civiles siguieron siendo en su mayoría las mismas que habían sido elegidas durante el régimen de Madero y las nuevas fueron generalmente designadas y no elegidas. Esta situación se debía en gran medida al temor de los dirigentes revolucionarios de que las controversias políticas pudieran minar su autoridad, aún no plenamente establecida ni reconocida. Quizá les preocupaba más aún la posibilidad de que las divisiones y tensiones latentes entre ellos, que en esta etapa de la revolución intentaban disimular, salieran a la luz si había elecciones.

Como resultado de esta paralización de la vida política, había una sola organización que llevaba a cabo un proceso de movilización de masas y daba a los individuos ambiciosos y talentosos una oportunidad de ascenso rápido en la escala social. Ésta era el ejército. Era una institución que tanto los revolucionarios dedicados y sinceros como los hombres ambiciosos y oportunistas veían como instrumento principal para el logro de sus objetivos. El primer grupo veía al ejército como la institución menos dominada por la dirección maderista de clase media y alta, y la que mayor poder tenía para destruir la resistencia opuesta por las autoridades civiles a las reformas. Para muchos otros, el ejército representaba un instrumento excepcional de ascenso social. Cualquiera que conseguía reunir un número suficiente de voluntarios podía presentarse ante las autoridades revolucionarias y ser reconocido como oficial. Después podía, en muchos casos, confiscar alguna hacienda cercana cuyo producto sería destinado a abastecer a sus tropas, pero que a veces también llenaría sus bolsillos. A los soldados que ingresaban individualmente en su ejército Villa les prometía tierra. Los demás dirigentes revolucionarios no habían hecho en general tales promesas. En cambio, a muchos de los soldados que ingresaban en sus filas el ejercito les proporcionaba cuando menos un ingreso seguro y en el mejor de los casos una oportunidad de mejorar su posición, y a veces (aunque la mayoría de los jefes procuraban evitarlo) posibilidades de saqueo.

La pasividad e inmovilidad de la estructura civil condujo a una influencia cada vez mayor de los militares en todos los ámbitos de la vida en el norte del país. Éste fue un proceso al que Carranza se opuso ferozmente, en parte porque él mismo era un civil sin control directo sobre una fuerza militar propia, y en parte porque consideraba al ejército demasiado radical en términos sociales y demasiado inclinado a las transformaciones sociales. Por lo tanto Villa, aunque todas sus proclamas se pronunciaban en contra del gobierno por los militares, de hecho favoreció dicha tendencia. Silvestre Terrazas, el más alto funcionario civil de Villa, describió este proceso en sus memorias al relatar la forma en que los militares comenzaron a asumir un número cada vez mayor de sus prerrogativas.84

Como siempre, la única excepción era la región morelense dominada por Zapata, que no contaba con ningún ejército profesional y dependía en mucho mayor grado del apoyo de los civiles para la guerra de guerrillas que libraba. De hecho, Zapata había revitalizado las estructuras civiles en su zona. Con frecuencia se hacían nuevos comicios para elegir a las autoridades de los pueblos y se ampliaban sus poderes. De esta forma las autoridades civiles participaron activamente en los repartos de tierras y Zapata intentó darles algún tipo de control limitado sobre los militares.