Si en sus orígenes la revolución mexicana estuvo estrechamente vinculada con las relaciones internacionales, en su dinámica misma estuvo casi inextricablemente unida a ellas. La inhábil participación de Alemania en los asuntos de México no es la menor de las causas de que esto haya sido así. La atrevida incorporación de México a sus consideraciones estratégicas mundiales, de la cual el telegrama de Zimmermann es el ejemplo más espectacular pero no ciertamente el más audaz, había de afectar profundamente el curso de la revolución mexicana. Pero aunque la injerencia alemana en los asuntos mexicanos no asumió grandes proporciones sino hasta la fase final de la primera guerra mundial, en 1917-18, aquélla se remonta a mucho antes. La significación de las atrevidas iniciativas alemanas en lo que respecta a México no puede, de hecho, comprenderse plenamente sin entender la magnitud de los intereses que Alemania llegó a crear en México desde la época porfiriana.
El esfuerzo de los “científicos” por crear un contrapeso europeo a la influencia norteamericana se había centrado en tres países: Gran Bretaña, Francia y Alemania. En vísperas de la revolución, Gran Bretaña era, con mucho, la potencia europea dominante en México; la única que constituía un serio desafío al dominio económico norteamericano. La influencia económica y política de Alemania en México era mucho más limitada. A diferencia de los casos de la Argentina, Chile y el Brasil, adonde habían emigrado decenas de millares de alemanes, en México sólo había 2 500 residentes alemanes en 1910.1 Las inversiones alemanas también eran limitadas y, aunque las estimaciones varían, no pasaban del 6.5% de todo el capital extranjero invertido en México en ese mismo año.2
Por lo que al comercio exterior se refiere, el papel de Alemania era más importante, aun cuando existía una gran desproporción en los intercambios entre los dos países: en 1910-11 el 12.9% de todas las importaciones de México provenían de Alemania pero únicamente el 3% de sus exportaciones iban destinadas a ese país.3
Sería erróneo concluir partiendo, de la relativa debilidad de la influencia económica alemana en México, que antes de 1910 los comerciantes, capitalistas y políticos alemanes no habían hecho un serio esfuerzo por asegurarse una fuerte implantación en México. El primer esfuerzo de este tipo lo hicieron los comerciantes de las ciudades hanseáticas de Hamburgo, Bremen y Lubeck, quienes a principios del siglo XIX se habían convertido en socios menores de las casas comerciales inglesas en México. En la segunda mitad del siglo, estos comerciantes lograron quebrantar la supremacía comercial británica en México, e incluso asumieron la hegemonía que hasta entonces habían ejercido sus socios británicos.
Hacia 1878 las ciudades hanseáticas controlaban las dos terceras partes del comercio exterior mexicano. “Hace cuarenta años”, escribió un comentarista alemán en 1889, “aún existían no menos de setenta y nueve casas importadoras inglesas en México, con sucursales e influencia proporcional en todas las regiones importantes del interior. Desempeñaban un papel considerable en la política, influían en la legislación en beneficio de sus intereses y eran servidas obedientemente por los funcionarios aduanales. Hace diez años, o sea en 1879, su número se había reducido a tres, que limitaban sus actividades casi exclusivamente al ramo bancario y ya no tenían vínculos con la industria británica.4
Sin embargo, la posición de los hombres de negocios alemanes, era muy precaria a pesar de sus éxitos. Su supremacía comercial era fortuita y, en última instancia, representaba una situación pasajera. Se derivaba, no de la hegemonía política o económica alemana, sino de un conflicto temporal entre México y las demás potencias extranjeras que habían apoyado el malhadado imperio de Maximiliano.
Después de resuelto este conflicto, eran de esperarse fuertes ataques al monopolio comercial alemán. Los hombres de negocios alemanes manejaban primordialmente bienes manufacturados, especialmente textiles que, hasta el año de 1876, constituían casi el 80% de las importaciones mexicanas.5 Pero únicamente una proporción muy reducida de estos textiles eran fabricados en Alemania; los comerciantes alemanes obtenían la mayor parte de ellos en Inglaterra y Francia, por lo cual dependían finalmente de los productores de esos dos países.
A la larga, esta dependencia los hundió. En cuanto se normalizaron hasta cierto punto las relaciones entre Francia y México, los fabricantes franceses de textiles confiaron la venta de sus productos a comerciantes connacionales del sur de su país que habían establecido sucursales en México, los llamados “barcelonetas” (por la región meridional francesa de la cual provenía la mayoría de estos comerciantes).6 En la feroz guerra comercial que sobrevino, los barcelonetas lograron expulsar casi totalmente a los alemanes del negocio de las telas hacia fines de la década de 1880. La revista alemana Der Export informó con amargura que, de más de ochenta casas importadoras alemanas “de primer orden” que habían dominado casi por completo el comercio mexicano veinte años antes, las dos terceras partes habían sido obligadas a retirarse de la competencia o lo habían hecho voluntariamente. “Sin embargo, al mismo tiempo, muchas casas importadoras francesas se han establecido y prosperado, como lo hicieron antes las alemanas en todo el país, y tienen cientos de sucursales, monopolizando ahora casi todo el comercio de ropa* o textiles. Esta retirada en masa, sus causas y sus inevitables consecuencias, deben servir de ejemplo […]”
Los hombres de negocios alemanes no salieron de México sino que se dedicaron a la importación de otros productos, especialmente de ferretería, cuya producción estaba particularmente bien desarrollada en Alemania.8 La proporción de las importaciones mexicanas correspondiente a estos productos, que había sido mínima en las décadas de 1860 y 1870, aumentó rápidamente durante el periodo porfiriano. Fue durante este mismo periodo cuando el capital bancario alemán penetró en México. En consecuencia, la posición de los hombres de negocios alemanes, que se había visto seriamente afectada a fines de la década de 1880, se fortaleció año con año, sin llegar a recuperar, sin embargo su anterior influencia. En 1905 el ministro alemán contó sesenta comerciantes mayoristas alemanes en México,9 y en 1911 el experto comercial alemán Bruchhausen10 estimó el valor del capital alemán invertido en casas comerciales mexicanas en 41 675 millones de pesos (83 350 millones de marcos).
En 1888, año en que Alemania hizo su segundo intento de asegurarse una posición dominante en México, el gobierno de Díaz se acercó a varias potencias europeas en busca de un empréstito. Díaz había evitado desde el principio recurrir a los Estados Unidos porque deseaba utilizar a Europa como contrapeso a la influencia norteamericana en este aspecto. El primer intento importante del régimen de Díaz de obtener financiamiento en Europa, tropezó con mucho escepticismo tanto en Londres como en París, debido a los conflictos suscitados durante el periodo del imperio de Maximiliano. En Alemania, sin embargo, las circunstancias eran muy favorables. No sólo no había antecedentes conflictivos en su caso, sino que los bonos rusos habían desaparecido del mercado alemán de valores en ese año y por tanto los capitalistas alemanes estaban buscando oportunidades alternativas de inversión.11
A juicio de Georg von Bleichróder, banquero personal del canciller Otto von Bismarck, México parecía ofrecer una posibilidad única de combinar la obtención de ganancias rápidas con la creación de una hegemonía financiera alemana en el país.
En 1888, bajo su dirección y con la participación de la casa bancaria inglesa de Anthony Gibbs and Sons, se organizó el grupo financiero que se haría cargo de una emisión de bonos por 10.5 millones de libras esterlinas para el gobierno mexicano en condiciones muy favorables para el grupo: se fijaron los intereses en 6%, los bancos recibieron una comisión de 1.25% y los certificados se vendieron al 70% de su valor nominal.12 Pero lo más importante de todo fue una cláusula secreta incluida en el acuerdo, por la cual el gobierno mexicano se comprometía a ofrecer a Bleichróder la opción de hacerse cargo de cualquier futura emisión de bonos. En palabras del ministro alemán, Zedwitz, el objeto de este acuerdo era “evitar que el gobierno mexicano recurriera a los servicios de alguna casa banca-na extranjera que no fuera la Bleichróder para sus transacciones futuras, y asegurar a Bleichróder un monopolio en México semejante al que disfrutaba la casa Rothschild en el Brasil”.13 Las ganancias obtenidas por Bleichróder en este negocio fueron muy grandes.
El gobierno mexicano, sin embargo, no tenía la menor intención de someterse al dominio financiero de Bleichróder. El éxito de esta emisión de bonos movió a los bancos británicos y franceses a cambiar su actitud hacia México, y ya desde 1889 el gobierno de la ciudad de México pudo colocar sin ningún problema una emisión de bonos en el mercado de valores de Londres. Naturalmente, Bleichróder vio esto como una amenaza a sus ambiciones monopólicas y como una violación de la cláusula secreta de su contrato con el régimen de Díaz. Inmediatamente envió a éste un memorándum que “contenía una inequívoca advertencia al gobierno mexicano de que no debía pasar por alto a la casa Bleichróder en el futuro”.14 Estas amenazas, sin embargo, resultaron contraproducentes, y sólo sirvieron para fortalecer la decisión de Díaz de liberarse de los intentos el banquero alemán por establecer un monopolio financiero en México. Por lo tanto cuando en 1889 el gobierno mexicano se propuso colocar una nueva emisión de bonos, buscó otra fuente de financiamiento. Las ofertas norteamericanas para hacerse cargo de esta nueva emisión de bonos fueron “rechazadas cortés pero firmemente”, como lo expresó el embajador francés en un informe, “porque México teme a los Estados Unidos”.15 Díaz quería encontrar una base de apoyo en el ministro francés diciéndole que “le daría mucho gusto encontrar un contrapeso a Herr Bleichróder entre los banqueros franceses”.16 Esta solicitud recibió el más caluroso apoyo del gobierno francés cuyos representantes en México incluso participaron en las negociaciones. “Haré lo mejor que pueda, Monsieur le Ministre, por combatir a nuestro enemigo hereditario, pero para ello necesito ayuda y cooperación en París”,17 le escribió el representante francés en México al ministro de Relaciones Exteriores de su país refiriéndose a sus intentos de expulsar a Bleichróder del mercado mexicano de capital. Alentado por el éxito alemán del año anterior, se formó un consorcio francés para hacerse cargo de este nuevo préstamo.18
Bleichröder, que había seguido con mucha atención estos procedimientos, invocó la cláusula secreta del acuerdo19 y solicitó que se le transfiriera a él la emisión de bonos. El gobierno mexicano no sólo se negó a complacerlo, sino que ofreció liquidar el saldo insoluto de la emisión de 1888 para librarse de la cláusula secreta. Bleichróder se negó y, por indicaciones suyas, el embajador Zedwitz hizo una visita amenazante al secretario mexicano de Relaciones Exteriores, Ignacio Mariscal, sin obtener ningún resultado.20 El representante francés informó al Ministro de Relaciones Exteriores en París: “Cuando el barón Zedwitz insistió en que se cumpliera el acuerdo entre el gobierno mexicano y el banquero berlinés, y agregó que si fuera necesario la marina de guerra alemana respaldaría estas demandas en la bahía de Veracruz, Mariscal respondió tranquilamente a mi joven colega iracundo que, antes de que apareciera la flota alemana en el golfo de México, ya habría diez mil soldados norteamericanos en territorio mexicano”.21
Las amenazas de Zedwitz fueron ineficaces y jamás volvió a mencionarse el tratado secreto. El banquero alemán mantuvo, sin embargo, cierta influencia en las finanzas mexicanas —se le concedió la emisión de bonos de 1890,22 debido a las condiciones rigurosas que ponían los banqueros franceses—, pero la facilidad con que México descartó el acuerdo secreto puso fin al sueño de Bleichróder de dominar las finanzas del país.
Después de 1900 comenzaron a expresar interés en México instituciones alemanas mucho más poderosas que Bleichróder o que los comerciantes alemanes de textiles. Algunos de los bancos más importantes atraídos por la riqueza y estabilidad de México, intentaron penetrar su mercado. Unos trataron de hacerlo en calidad de socios (generalmente menores) de instituciones financieras norteamericanas; otros se propusieron lograrlo solos. Aunque algunos de los negocios que emprendieron resultaron venturosos y arrojaron ganancias considerables, ninguno dio a los alemanes un punto de apoyo importante desde el cual proseguir la penetración de la economía mexicana.
El mayor banco alemán, el Deutsche Bank, tenía por norma cooperar con los intereses norteamericanos, cuya supremacía estaba dispuesto, implícitamente, a reconocer. Esta actitud se expresó en los estrechos lazos que formó con la casa bancaria Speyer, de matriz norteamericana. La Speyer, como resultado de su ambiciosa expansión económica en México, había logrado dominar casi la mitad del sistema ferroviario e intentaba a la sazón llegar a influir en el sistema ferroviario mediante préstamos al gobierno y la fundación de un banco en México. Pero era precisamente en esta área donde le faltaba a Speyer el indispensable apoyo del gobierno mexicano, que se esforzaba por dar preferencia al capital europeo sobre el norteamericano. Para vencer esta dificultad, Speyer decidió ofrecer al Deutsche Bank una alianza en México. “Herr Speyer”, escribió el ministro alemán en México, “parece querer mezclar las barras y las estrellas norteamericanas con los colores alemanes para poder hacer negocios aquí al amparo de una bandera híbrida”.23
Desde el primer momento Speyer dio a entender claramente al Deutsche Bank que su colaboración se limitaría al papel de socio menor. Explicó al ministro alemán, Freiherr von Wangenheim, al exponerle sus planes para la empresa conjunta, que México era visto en los Estados Unidos “únicamente como una dependencia de la economía norteamericana”, y que Alemania sólo “podría realizar negocios importantes en México en el futuro” con la cooperación de los Estados Unidos.
La conversión de los antiguos bonos mexicanos planeada para 1909 también se llevará a cabo bajo auspicios norteamericanos, y la Haus Bleichróder tendrá que acostumbrarse a la idea de que su papel determinante en México ha terminado. Europa no puede proseguir una política sentimental en América del Norte. Roosevelt será reelegido y la Doctrina Monroe, en su concepción más limitada o bien como pretensión al control absoluto del hemisferio norteamericano hasta el canal [de Panamá] excluyendo de él toda incursión extranjera, se convertirá en un axioma indiscutible para todos los norteamericanos. Alemania debe sacar las conclusiones lógicas y reconocer la doctrina en cuestión como un hecho inalterable, pero, al mismo tiempo, deberá hacer la legítima demanda de que los Estados Unidos garanticen todo el capital que Alemania ha invertido en el área afectada por la Doctrina Monroe.24
Las demandas fueron aceptadas por el Deutsche Bank. En 1904 ayudó a Speyer a expulsar a Bleichróder del mercado de bonos mexicanos y fundó, junto con Speyer, el Banco de Comercio e Industria, cuyos cargos administrativos estaban reservados a los norteamericanos. Los diplomáticos alemanes protestaron con vehemencia, viendo el nuevo hecho como una cortapisa al poderío económico alemán. En junio de 1906 el encargado de negocios, Bressler, envió un informe advirtiendo al Ministerio alemán de Relaciones Exteriores respecto al nuevo banco. En este informe decía que en México un banco alemán debía cumplir tres funciones: financiar las empresas alemanas, facilitar la liquidez de las compras mexicanas de productos alemanes y participar en las transacciones con el gobierno. Advirtió que el nuevo banco no podría cumplir con las dos primeras obligaciones, porque su director era hombre de confianza de Speyer. “Los alemanes se encontrarán en minoría en cualquier votación y finalmente serán expulsados, como ya antes ha sucedido en el caso del Deutsche Bank en México.”25
A pesar de estas advertencias, el ejemplo del Deutsche Bank sirvió como precedente para otros casos de colaboración con los norteamericanos. La Frankfurter Metallgesellschaft fundó la Compañía Minera de Peñoles en sociedad con capitalistas norteamericanos, pero parece haber retenido el control de la empresa.26 Bleichróder invirtió importantes sumas en la Mexican Petroleum Co., controlada por los norteamericanos.27 La línea naviera Hamburg-American (Hapag) colaboró estrechamente con compañías navieras norteamericanas sobre la base de un acuerdo firmado en 1902 con el banco norteamericano Morgan.28 Otros acuerdos tipo cártel concluidos en el mismo periodo entre compañías norteamericanas y alemanas dieron a los norteamericanos mano libre en muchos sectores del mercado mexicano:29 August Thyssen, el magnate siderúrgico alemán, por ejemplo, llegó a un acuerdo con una compañía norteamericana por el cual se comprometía a no vender vías ferroviarias a México;30 otras compañías norteamericanas y alemanas llegaron a acuerdos semejantes respecto a ventas de tubería.31
Después de 1907 esta política de colaboración entre hombres de negocios norteamericanos y alemanes fue remplazada cada vez en mayor grado por la rivalidad e incluso la confrontación abierta. Esto se debió por una parte a la creciente rivalidad germano-norteamericana en otras regiones del mundo y, por la otra, a la penetración en México de nuevos grupos financieros alemanes que tenían menos vínculos con el capital norteamericano que el Deutsche Bank.
Uno de los más importantes entre ellos fue el Berliner Handelsgesellschaft, dirigido por Cari Fürstenberg. “Por última vez antes de la guerra mundial”, escribió éste más tarde en sus memorias, “Alemania intentó penetrar una nueva esfera económica extranjera”.32 El Berliner Handelsgesellschaft colaboró en la medida antinorteamericana más importante que emprendió el régimen de Díaz: el intento de obtener el control de los ferrocarriles mexicanos. Con ayuda de otros bancos europeos, e incluso norteamericanos, logró su objetivo; así fue como los accionistas alemanes representados por el grupo Fürstenberg adquirieron el control del 20% de las acciones de Ferrocarriles Nacionales de México.
“Alemania debería estar muy satisfecha con la situación de las dos líneas del norte del país que controla el Estado”, comentó Wangenheim al respecto. “Los alemanes propietarios de acciones y obligaciones del Ferrocarril Central, que ha estado en dificultades financieras por mucho tiempo, están mejorando su situación y convirtiéndose en copropietarios en un 20% de los Ferrocarriles Nacionales de México. Con tan alta proporción de acciones estarán representados en la mesa directiva, y el gobierno mexicano tendrá que tomar en cuenta el voto alemán en su futura política ferroviaria.”33
Inevitable resultado del ingreso del capital alemán en el sistema ferroviario fue el conflicto con las compañías norteamericanas. Muy pronto el Berliner Handelsgesellschaft comenzó a utilizar su influencia contra los norteamericanos. Los representantes alemanes en la junta directiva, junto con los representantes del gobierno mexicano, lograron quebrantar el virtual monopolio de la venta de equipo ferroviario del que habían gozado, antes de que se nacionalizaran los ferrocarriles, los abastecedores norteamericanos y, en menor grado, también los ingleses.34
Sin embargo, las consecuencias no fueron exactamente las que esperaba el Berliner Handelsgesellschaft. El primer contrato que perdieron los norteamericanos y los ingleses no lo ganó una compañía alemana, sino una rusa, que había de abastecer de vías a los ferrocarriles mexicanos. El embajador alemán supuso, probablemente con acierto, que habían sido los miembros británicos de la junta directiva quienes promovieron la concesión de este contrato.35
Es posible que los alemanes tuvieran más éxito en lo que respecta al cambio de tarifas ferroviarias, anteriormente orientadas en beneficio de los intereses norteamericanos. En una carta al Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, fechada el 31 de marzo de 1910, el cónsul alemán en Chihuahua había escrito que, como resultado de los fletes ferroviarios impuestos por los Estados Unidos, los productos europeos estaban en desventaja respecto a los norteamericanos en la región noroeste de México.36 Pero las compañías alemanas se movilizaron y el 21 de enero de 1911 la administración de Ferrocarriles Nacionales de México les informó que las tarifas de carga serían revisadas.37 No ha sido posible comprobar que estas revisiones se hayan aplicado en la práctica.
El Berliner Handelsgesellschaft tenía en mente una expansión de sus actividades que rebasaba ampliamente el sistema ferroviario. El director Fürstenberg informó al experto comercial Bruchhausen que la Frankfurter Metallgesellschaft, que tenía estrechos vínculos financieros con el Berliner Handelsgesellschaft, tenía planes para invertir en minas de cinc y de cobre.38 (Estos planes jamás se realizaron, debido a la revolución.)
El Berliner Handelsgesellschaft no era la única institución financiera alemana cuyas actividades habían tomado un giro antinorteamericano. En 1906-7 el Banco Dresdner había comenzado a mostrar un serio interés en México y a elaborar proyectos para entrar en el ramo de la producción de materias primas en el país. El Deutsch-Sudamerikanische Bank, que pertenecía al Dresdner Bank y a la Schaffhausener Bankverein, había abierto sus puertas en México en 1907 y en 1909-10 se había vinculado con la familia Madero.39 Anteriormente, en 1906, el Dresdner Bank había establecido relaciones con la compañía Pearson.40 Ambos grupos estaban en competencia directa con los norteamericanos.
Como el Deutsch-Sudamerikanische Bank no estaba ligado a ninguna compañía norteamericana, mostraba un interés muy grande en las materias primas mexicanas, anteriormente controladas por los norteamericanos. En 1910 participó en el proyecto de fundar una compañía perforadora “para la exploración sistemática y la explotación económica de la riqueza mineral”41 del país. En palabras de Bünz Karl, ministro alemán en México:
Considero que el éxito de esta compañía sería un paso sumamente importante hacia la dominación económica de este país por la industria alemana y el capital alemán […] En mi opinión, la significación de la antedicha compañía para nuestra industria y nuestro capital, suponiendo que tenga resultados prácticos, reside especialmente en el hecho de que nos aseguraríamos, de una vez por todas, una posición dominante en este país, tan rico en oportunidades económicas. La concesión abarca todo el territorio de la república e incluye no sólo el agua, sino también los minerales, el carbón y el petróleo que se descubran. Al mismo tiempo esto ofrece prospectos increíbles para nuestro capital y nuestra maquinaria. No oculto el hecho de que todo depende de que se obtenga un tremendo éxito práctico. Sin embargo, estoy seguro de que hemos llegado a la etapa en que, desde un punto de vista nacional, jamás volveremos a abandonar el campo.42
El Banco Dresdner desarrolló planes aún más ambiciosos. En junio de 1910 los representantes del banco informaron a Bruchhausen que deseaban invertir 40 millones de marcos para explotar los descubrimientos minerales de Tlaxiaco,43 aunque, debido a la revolución mexicana, estos planes no se llevaron a cabo. El banco gozaba del mayor prestigio entre los diplomáticos alemanes gracias a su agresividad y a que no tenía vinculaciones con los norteamericanos. Por lo tanto, Bruchhausen recomendó que se apoyara al grupo Dresdner, ya que “sostiene relaciones más estrechas, exclusivamente alemanas, por medio del trabajo de empresas industriales alemanas aliadas con él en México, por medio de los nuevos bancos hipotecarios mexicanos que ha fundado y por medio de su sucursal en la capital mexicana”.44 Lo comparó con el Deutsche Bank en forma desfavorable para este último, que, en su opinión, había hecho muy poco por obtener contratos para compañías alemanas y declaró: “En el grupo bancario Dresdner el punto de vista de los industriales alemanes será más visible, y será tomado en cuenta por el gobierno mexicano para contratos en bienes y servicios a cambio de préstamos.”45
Ninguno de estos ambiciosos planes tenía que ver con el petróleo. Esta reticencia alemana se debía fundamentalmente a la influencia de la Standard Oil. En 1907 el Deutsche Bank había intentado romper el monopolio que tenía la Standard Oil sobre la venta de petróleo invirtiendo grandes sumas en los campos petroleros rumanos. La Standard Oil había derrotado al Deutsche Bank y éste había tenido que comprometerse a no tomar ninguna iniciativa en contra de los intereses norteamericanos. Dicho contrato perdería validez si Alemania aprobaba leyes que instauraran un monopolio petrolero estatal.
Mientras no existiera semejante legislación, el Deutsche Bank no estaba dispuesto a invertir en el petróleo mexicano ya que estas inversiones lo habrían conducido a una ruptura inmediata con la Standard Oil. Después de conversar con el director del Deutsche Bank, Arthur von Gwinner, Bruchhausen escribió: “Extrañamente, el interés de Herr von Gwinner en el petróleo mexicano era, evidentemente, muy reducido. Pensaba que había tenido ya bastantes líos con el petróleo en la Steaua Romana y le daría mucho gusto que no se volviera a descubrir petróleo en ninguna parte. Después de las experiencias sufridas por el Deutsche Bank con el petróleo, es comprensible su irritación, pero no su completa falta de interés.”46 A pesar de ello, el banco se esforzó por promover leyes que crearan un monopolio petrolero alemán y, en 1910, había enviado ya a un geólogo a México en busca de yacimientos. Después de un año este proyecto no había producido ningún resultado concluyente.
Otra consideración que desalentaba las inversiones alemanas en los campos petroleros era estratégica. A diferencia de la marina de guerra británica, que apoyaba poderosamente las empresas petroleras de Pearson, la armada alemana no daba el mismo tipo de respaldo al Deutsche Bank. Seguramente estaría convencida de que, en caso de guerra, la marina británica podía cortar fácilmente el acceso alemán a los campos petroleros mexicanos.
Resumiendo, se puede decir que en 1910-11 importantes sectores de la industria y la banca alemanas estaban desarrollando ambiciosos planes para invertir en México. Estos proyectos habían surgido después de la crisis económica de 1907-9, pero no pudieron realizarse debido a la revolución mexicana de 1910 y a la primera guerra mundial. Esto también explica por qué el total de las inversiones alemanas directas en México era apenas superior en 1911 al de 1905. El estimado que hizo Bruchhausen de estas inversiones —75 millones de pesos (150 millones de marcos) para 1911— muestra esto claramente. De esta suma, 42 millones de pesos correspondían al comercio, 10 millones a la industria, 13 millones a las empresas agrícolas y 10 millones a la banca. El cambio más significativo respecto a 1905 era el aumento del capital alemán invertido en el sector bancario. Bruchhausen estimó en 30 millones de pesos (60 millones de marcos) el valor total de los bonos del gobierno mexicano en manos alemanas.47
Si se consideran las inversiones alemanas efectivas en México, resulta evidente que, a pesar de la creciente rivalidad con los intereses norteamericanos en ese país, las áreas de fricción no eran todavía muy grandes. Una gran parte de las inversiones alemanas correspondía al sector comercial de importaciones y exportaciones y a bonos del gobierno mexicano, sector en el cual las inversiones norteamericanas eran de importancia secundaria y en donde, además, las compañías norteamericanas y alemanas estaban ligadas por intereses comunes. A pesar de haber aumentado la rivalidad en el sector bancario, algunos bancos alemanes seguían colaborando con los norteamericanos. En el sector de materias primas, en donde había fuertes intereses norteamericanos, los alemanes tenían una participación mínima; era sólo en el sector ferroviario donde se presentaban fricciones importantes. Puesto que las inversiones británicas tenían una estructura semejante a las norteamericanas, tampoco con las compañías británicas tenían las alemanas muchas áreas de conflicto. Si se consideran las inversiones que realmente se llevaron a cabo, se verá que el principal rival de Alemania en México era Francia, ya que sus inversiones se concentraban en las mismas áreas: bonos del gobierno, banca, comercio exterior e industria (siendo menos intensa la rivalidad en este último sector).
Por supuesto que la situación cambia si se la ve en relación con los planes futuros de las principales compañías alemanas. Si se hubieran realizado estos planes, la influencia alemana habría crecido enormemente y Alemania se habría convertido en una seria amenaza para los Estados Unidos.
En sus relaciones económicas con México, Alemania tuvo sus mayores éxitos en el campo de la exportación. Hacia 1910-11 el 12.9% de todas las importaciones mexicanas provenían de Alemania.48 Sin embargo, este éxito fue relativo, ya que Alemania fracasó en su intento de vender a México los productos que más le interesaban: armamentos. Fue en este rubro donde Alemania logró sus mayores éxitos en otras regiones de América Latina durante el periodo 1870-1914. Krupp, el mayor fabricante de armamentos de Alemania, les vendió cañones a los latinoamericanos; la empresa Mauser les vendió rifles; instructores militares alemanes adiestraron a varios ejércitos latinoamericanos.49
El mayor rival de Alemania en este campo fue Francia, que luchaba por el mismo mercado. Los alemanes ganaron la partida en la Argentina y en Chile, los franceses en el Brasil y el Perú. México, muy codiciado por Alemania, fue el escenario de su mayor derrota. Aunque Mauser logró obtener algunos contratos para vender rifles a México, Krupp perdió la partida frente a los franceses. El ejército mexicano fue equipado con artillería producida en las fábricas francesas de Saint Chamond.
La derrota de Krupp se debió a muchos factores. Parece haber sentido tal desprecio por México, a pesar de su interés en venderle armas, que una gran parte del material que envió era de calidad inferior. En 1902 se escenificó en México una competencia en la cual se ensayaron piezas de artillería de Krupp, de Schneider-Creusot y de Saint Chamond. Krupp sufrió un fracaso humillante: sus cañones fueron los peores, y el contrato se otorgó a Saint Chamond.50 Los pésimos resultados obtenidos con las armas de Krupp movieron al ministro alemán y al agregado militar alemán que habían hecho todo lo posible por apoyar su causa, a enviar cartas a Berlín en que criticaban acerbamente las piezas de artillería alemanas.51
Otro factor que contribuyó a la derrota de Krupp fue que no siempre estaba dispuesto a pagar el tipo de soborno que exigían los funcionarios mexicanos. En una carta que escribió al Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania, dice Krupp: “El delegado mexicano encargado de las negociaciones pidió que calculara un costo adicional del 25% sobre el del material que su gobierno deseaba ordenar y que le pagara la diferencia, algo que, como va en contra de mis principios comerciales, me negué a hacer”.52 Si alguna vez existieron tales “principios comerciales”, los mismos habían de desaparecer muy rápidamente en los años siguientes. No era cuestión de aceptar o no pagar el soborno, sino la cantidad del mismo, lo que discutió múltiples veces Krupp en sus negociaciones con los diversos compradores mexicanos de armas.
Los fabricantes alemanes de armas también se vieron afectados negativamente por la actitud ambigua que asumieron los banqueros alemanes respecto a sus esfuerzos por venderle a México sus productos: en 1893 Bleichróder dio un viraje radical respecto a la posición que había asumido en 1888, cuando hizo su primer préstamo a México y regaló al ejército mexicano dos cañones Krupp, presentando además al representante de Krupp a altos funcionarios mexicanos;53 tanto Bleichróder como el Deutsche Bank se opusieron enérgicamente a que se llegara a un acuerdo con el gobierno mexicano, que estaba considerando la compra de piezas de artillería de la fábrica Gruson, perteneciente a Krupp. El ministro alemán se explicaba esto diciendo que ambos “estaban intentando evitar la posibilidad de que el gobierno [mexicano] emprendiera nuevas compras de material bélico e impedir que se desviara un solo centavo de los ingresos mexicanos del pago de intereses y amortización de sus bonos”.54
Pero la causa más importante del fracaso de los frabicantes alemanes de armas, y la que les impidió aspirar a dominar el mercado mexicano, fueron los estrechos lazos existentes entre los “científicos” y los financieros franceses. Estas conexiones llegaban hasta el Ministerio de la Guerra, cuyo jefe de compras, Manuel Mondragón, tenía inversiones importantes en la fábrica de armas de Saint Chamond.55
Los alemanes habían intentado compensar esta desventaja aliándose con Bernardo Reyes, que fue ministro de la Guerra de 1900 a 1903. Reyes obtuvo para los alemanes un contrato para la venta de rifles Mauser al ejército mexicano. Como compensación a su filogermanismo, los alemanes lo condecoraron repetidas veces, otorgándole entre otras la Orden del Águila Roja.56
Cuando Reyes renunció a su cargo el lo. de enero de 1903, los fabricantes alemanes de armamentos recibieron su más duro golpe. Ni siquiera un grotesco cambio de actitud por parte del ministro alemán pudo mejorar la situación. El ministro alemán, en efecto, se negó a entregar al kaiser una espada que le deseaba regalar Reyes, y el obsequio llegó a su destino sólo después de que el ministro mexicano de Relaciones Exteriores aseguró que su gobierno no se ofendería por la aceptación del regalo.57
El mejor resumen de la posición alemana lo hizo al ministro Bünz, quien escribió en 1909: “En lo que a nosotros concierne, no hay gran cosa que esperar de México mientras Limantour y Mondragón controlen las finanzas y el ejército mexicanos. Ambos están orientados hacia Francia y no hacia nosotros”.58
A pesar de sus fuertes pérdidas en el área de las ventas de armas, Alemania había logrado en vísperas de la revolución, superar tanto a Inglaterra como a Francia en cuanto al volumen de sus exportaciones a México. Sólo los Estados Unidos la aventajaban. Una ojeada global a las exportaciones alemanas a México revela que sus mayores éxitos se daban en el mercado privado, es decir, en las ventas de artículos de consumo y de bienes de capital destinados a la industria mexicana. La proporción de productos alemanes que consumían las compañías extranjeras que operaban en México era mayor que la participación alemana en la inversión extranjera; pero, por otra parte, en lo que se refiere a las compras del gobierno, la proporción alemana era menor que la que indicaba su posición en el sistema financiero mexicano.
Esta desproporción se debía a muchos factores. La rápida expansión de la industria alemana durante la primera década del siglo xx y su intenso esfuerzo por adaptarse a los nuevos mercados condujeron, en la mayoría de los países del mundo, incluidos los latinoamericanos, a un avance de los productos alemanes a expensas de las industrias francesa y británica, más antiguas. Además, fue muy importante para las exportaciones alemanas a México el control por parte de hombres de negocios alemanes de una gran parte del comercio extranjero y nacional. La posición de los comerciantes alemanes después de su derrota en la década de 1880 se había consolidado al principio del nuevo siglo y ejercía una influencia decisiva. Igualmente importante era la cooperación de las empresas alemanas y norteamericanas en México. La inversión alemana directa y los préstamos alemanes a México tenían una influencia secundaria, pero que también producía su efecto.
Estas ventajas alemanas eran parcialmente contrarrestadas por los acuerdos tipo cártel de compañías alemanas y norteamericanas que convertían el mercado mexicano en feudo de estas últimas, así como por los fletes ferroviarios discriminatorios que perjudican a los productos europeos y que eran especialmente efectivos en el norte de México. Además, la mayor distancia que separaba a los países europeos de México implicaba un tiempo más largo de entrega, lo cual daba a los Estados Unidos una ventaja decisiva.
¿Qué importancia tenían las exportaciones a México para la industria y el comercio alemán en general? En 1910 las exportaciones a México alcanzaban apenas el 1% de todas las exportaciones alemanas, ocupando así el vigésimo lugar entre los clientes de exportaciones alemanas.59 En América Latina, México ocupaba el cuarto lugar, después de la Argentina, el Brasil y Chile.
Las exportaciones industriales de Alemania a México mostraban una composición muy fragmentaria. No había ningún sector industrial alemán cuyas exportaciones a México tuvieran verdadero peso. Las importaciones alemanas provenientes de México no eran de importancia estratégica, ni la industria pesada alemana dependía de ellas en ninguna forma. La conclusión que salta a la vista es, pues, que los principales círculos industriales alemanes estaban mucho menos interesados en comerciar con México que con otros países en donde el volumen total de exportaciones era con frecuencia menor, pero en donde ciertos sectores básicos de la industria alemana tenían participación. Debido a la estructura del comercio germano-mexicano, los intereses comerciales siempre tuvieron una influencia secundaria en la conformación de la política del gobierno alemán respecto a México.
Antes de 1898, México tenía una importancia muy secundaria para la diplomacia alemana. A diferencia de la Argentina y del Brasil, adonde los alemanes habían emigrado en forma masiva, en México no había más que unos 1 800 alemanes al comenzar el siglo xx. No sólo eran muy reducidas las inversiones alemanas y el comercio alemán en México sino que los grupos interesados en el país antes de 1898 no eran, en general, muy influyentes. Después de 1898 la situación cambió en forma radical y México comenzó a adquirir mayor importancia, aunque no decisiva, en la política exterior de Alemania. Esto se debió en parte a que los principales banqueros alemanes empezaron a interesarse en México. Sin embargo, la protección de los intereses alemanes en México fue una consideración menos importante para Alemania que la utilización del país en el juego cada vez más complejo de la diplomacia internacional. Tales maniobras tenían como punto de referencia la nueva importancia que iban adquiriendo las relaciones entre Alemania y los Estados Unidos.
Al surgir los Estados Unidos como potencia mundial después de su victoria en la guerra hispano-americana, Alemania comenzó a plantearse la alternativa de una alianza o un conflicto con los norteamericanos. Estas consideraciones se fortalecieron por el hecho de que ambos países estuvieron casi al borde de la guerra en la Bahía de Manila en 1898; y también porque en ambos se estaban desarrollando a paso acelerado las tendencias imperialistas, la expansión ultramarina y el poderío naval.
En este contexto México adquirió una nueva dimensión a los ojos de los alemanes. Su localización geográfica parecía ofrecer posibilidades de influir en la política norteamericana en muy diversas formas. Entre estas posibilidades se contaba la de establecer bases militares en suelo mexicano desde las cuales enfrentarse a los Estados Unidos, la de fortalecer al ejército mexicano para un posible enfrentamiento con su vecino del norte, la de acentuar las tensiones entre los Estados Unidos y el Japón, y más tarde entre los Estados Unidos e Inglaterra. Todas estas intrigas culminaron en el desafortunado telegrama de Zimmermann en enero de 1917. El total fracaso de estas maniobras sólo es comparable con la vacilación y la torpeza que las caracterizaron, ya que la política alemana se distinguió por una oscilación constante entre el deseo de utilizar a México como instrumento antinorteamericano y su temor a enemistarse con los Estados Unidos a causa de México.
La primera intriga urdida por Alemania en México en el siglo xx tuvo lugar en 1902 como parte de una política más general de expansión alemana en América Latina. Este fue un año en que las tensiones germano-norteamericanas llegaron a un punto álgido y en que Alemania manifestó su presencia en América Latina de manera muy directa. En julio de 1902 el crucero alemán Panther hundió un barco haitiano, y en ese mismo año barcos de guerra alemanes, italianos y británicos bombardearon y bloquearon el puerto venezolano de La Guaira con el fin de cobrar deudas insolutas a Venezuela. Fue durante este periodo de expansionismo alemán cuando los representantes del kaiser intentaron ganar un punto de apoyo en México. Un abogado norteamericano que trabajaba en Londres informó al embajador de su país que se le habían acercado unos alemanes interesados en comprar la península de Baja California. Cuando el abogado preguntó la identidad del comprador, se le dijo que el kaiser estaba interesado en forma privada en la transacción. En respuesta a su asombrada pregunta respecto a los motivos de semejante compra, se le contestó sin ambages que Baja California era un excelente lugar para realizar “operaciones navales”. El abogado se negó entonces a tener participación alguna en semejante trato.60 Antes de que Alemania pudiera reanudar sus esfuerzos, sufrió una humillante derrota diplomática en Venezuela. En 1903 Theodore Roosevelt obligó a los países europeos a retirar sus naves de Venezuela y a aceptar el arbitraje norteamericano en su conflicto con ese país. Probablemente como resultado de este fracaso y de la hostil actitud de Roosevelt, Alemania abandonó sus planes de instalar una base naval en México y se volvió extremadamente cauta, evitando toda medida que pudiera despertar la enemistad norteamericana. Esto se hizo muy obvio a principios de 1904.
En febrero de ese año, poco antes de una proyectada visita a México del Escuadrón Naval alemán del Lejano Oriente, el subsecretario de Relaciones Exteriores de México dijo al ministro cubano en su país que “algo muy importante para México, para ustedes mismos, y para otros países latinoamericanos”, podría resultar de la visita, “ya que nuestro vecino del norte comenzará a comprender que tenemos amigos y ya no vivimos en el aislamiento de otros tiempos. No quiero decir que haya nada concreto todavía, porque estas cosas tienen que proceder por pasos… usted, por supuesto, entiende que actualmente tenemos las mejores relaciones posibles con Estados Unidos y que tenemos que hacerlo […] pero llegará el día en que todos seguirán el camino que más les convenga, y verá usted que hemos hechos nuestros preparativos para ese momento”.61
Esta actitud era alentada por Flócker, el encargado de negocios alemán en México, quien esperaba utilizar la visita del escuadrón para hacer enviar oficiales alemanes a adiestrar a la marina de guerra mexicana.62 Pero Flócker no tenía el apoyo de Berlín, que intentaba evitar fricciones con los Estados Unidos después del asunto de Venezuela. El ministro de Relaciones Exteriores de Alemania lo reprendió diciéndole en una carta: “Lamento verme obligado a informarle, con fundamento en varios hechos ocurridos durante el tiempo en que ha ocupado su cargo en México, que sería sumamente deseable que mostrara una mayor reserva en su actual posición, ya que una actividad innovadora de nuestra parte será mucho más apropiada cuando un verdadero jefe de misión haya tomado a su cargo nuestros asuntos. Una de las primeras cosas que se ocurren al respecto es la idea de obtener instructores alemanes para la marina de guerra mexicana. Semejante paso, por motivos que atañen a nuestras relaciones con los Estados Unidos, nos parece de lo más inoportuno”.63
Cuando el Escuadrón del Lejano Oriente, llegó en enero de 1904, el ministro de Relaciones Exteriores alemán ordenó a Flócker que presentara la visita en tal forma “que no tome el cariz de una demostración de la cual los Estados Unidos, y en especial la prensa norteamericana, puedan sacar conclusiones equivocadas”.64 Flócker, en consecuencia, hizo todo lo posible por mantener dentro de dichos límites la estadía de la escuadra alemana. No presentó al presidente Díaz la invitación del comandante de la Escuadra a visitar el buque insignia.65 Después de que zarpó el escuadrón, declaró con satisfacción que el estallido de la guerra ruso-japonesa había impedido que la atención del público norteamericano se fijara en la visita.66 Los mexicanos, por supuesto, no comprendieron el cambio de la política alemana en América Latina y no abandonaron las esperanzas que había despertado semejante despliegue de poderío militar. “Recibimos con gusto la visita de la flota alemana por muchos y diversos motivos. Ahora los norteamericanos verán que no hay que despreciarnos”,67 escribió el subsecretario de Relaciones Exteriores al ministro cubano.
En 1905 las relaciones entre las grandes potencias sufrieron un profundo cambio. Ése fue el año en que el Japón derrotó a Rusia y surgió como nueva potencia mundial. Poco después comenzaron a manifestarse tensiones conflictivas entre los Estados Unidos y el Japón debidas a la rivalidad entre ambas potencias en el Lejano Oriente y a las restricciones impuestas por las autoridades de California a los derechos de los inmigrantes japoneses. Esta situación dio lugar a diversos planes alemanes de penetración en México con el fin de utilizarlo para cimentar una alianza germano-norteamericana, o bien para exacerbar el conflicto entre el Japón y los Estados Unidos.
Las tensiones entre estos dos últimos países comenzaron a influir en la política alemana respecto a México en 1906. En diciembre de ese año el presidente Porfirio Díaz y el gobernador del Distrito Federal, Landa y Escandón, informaron a Wangenheim, el ministro alemán, de su propósito de establecer el servicio militar obligatorio, y le preguntaron si Alemania estaría dispuesta a enviar instructores militares. Wangenheim escribió que, si los instructores tenían éxito, “México estaría obligado con nosotros y, en consecuencia, nos compraría el equipo y las armas para las unidades de reserva proyectadas, con excepción de los cañones de tiro rápido. Pero, además de todo esto, estaríamos en posición de beneficiarnos de otras ventajas comerciales derivadas de nuestra amistad militar”. Veía también en un ejército mexicano fuerte la posibilidad de “que México se convirtiera en una potencia militar simplemente sobre la base el servicio militar obligatorío, y esto sería un factor digno de tomarse en cuenta para cálculos militares respecto a los Estados Unidos”. Sabía perfectamente que “la intención de la reforma militar […] está dirigida contra los Estados Unidos”, pero abrigaba la ilusión de que “el desagrado norteamericano debido a nuestro apoyo militar a México sólo llegará a un punto crítico cuando México empiece a ser un obstáculo serio a los planes expansionistas de los Estados Unidos. Para entonces, sin embargo, la amistad militar de México habrá adquirido cierto evidente valor para nosotros”.68
La anotación del kaiser a estos últimos comentarios fue: “y, en vista de la creciente amenaza de enfrentamiento con el Japón, también para los Estados Unidos”. Guillermo II veía evidentemente con buenos ojos la propuesta de Wangenheim y tenía la ilusión, incluso, de que los Estados Unidos verían con agrado un ejército mexicano adiestrado por alemanes. “¡ Muy bien! De acuerdo”, comentó. “Creo que para cuando México sea una potencia militar digna de consideración el choque entre los Estados Unidos y el Japón estará ya tan próximo que los norteamericanos se alegrarán de tener a un aliado poderoso en los mexicanos. No tengo nada en contra de satisfacer los deseos de los mexicanos si éstos nos los dan a conocer. Lo que está bien para la Argentina y para Chile está bien para México.”69
Menos de un año después de haber escrito su informe, la actitud de Wangenheim cambió por completo. Se había dado cuenta súbitamente de que el envío de instructores alemanes a México podría efectivamente conducir a un enfrentamiento con los Estados Unidos y consideró que las relaciones germano-norteamericanas eran más importantes que un reacercamiento entre Alemania y México, aunque siguió celebrando la agudización de las tensiones entre México y los Estados Unidos. Pensaba que la única tarea a la que debía abocarse Alemania era la de evitar cualquier conflicto con los Estados Unidos, pero también que “debemos hacer todo lo posible por incrementar las tensiones entre los Estados Unidos y los demás países”.70 Consideraba además que un México fortalecido podría ser de gran utilidad política y militar, pero pensaba que tal esperanza no compensaría un deterioro de las relaciones con los Estados Unidos. Se oponía, por lo tanto, al envío de instructores militares. Tomando en cuenta el peligro de que México recurriera a los militares franceses si los alemanes le negaban su cooperación, sugirió que se alentara al gobierno mexicano a fortalecer su ejército sin ayuda extranjera.71
De igual importancia para el cambio de opinión de Wangenheim fue la posición de aquellos de sus compatriotas que poseían bonos del gobierno mexicano. “¿Será ventajosa para los intereses materiales de Alemania, a la larga, la introducción del servicio militar obligatorio?”, preguntó. “No puedo contestar esta pregunta en sentido afirmativo. Los gastos militares serán una carga para el presupuesto mexicano y disminuirán, por lo tanto, la seguridad de los bonos del gobierno mexicano en manos alemanas. La popularidad de los bonos mexicanos depende de la confianza extranjera en el desarrollo pacífico del país y de la creencia de que los norteamericanos intervendrían en México si llegara a estallar el descontento popular. Si México lograra escapar del control norteamericano armándose, su crédito caería hasta que hubiera pruebas de que la militarización había logrado una correspondiente mejoría en el país. Por el momento, sin embargo, nuestros intereses se verán mejor servidos en este país por el régimen de Limantour y una moderada vigilancia norteamericana que por la reorganización del ejército mexicano.”72
Tschirsky, el ministro alemán de Relaciones Exteriores, compartía la opinión de Wangenheim y le ordenó alentar al gobierno mexicano a reorganizar su ejército con sus propias fuerzas. Sin embargo, le dijo a Wangenheim que si llegaran a traerse instructores franceses debía reanudar sus esfuerzos por hacer traer instructores alemanes.73 Tales recomendaciones deben, indudablemente, atribuirse a la competencia entre franceses y alemanes por adiestrar y equipar a los ejércitos latinoamericanos. El éxito de los franceses en México en este campo hubierta afectado, probablemente, las políticas militares de otros países latinoamericanos.
A principios de 1907 hubo un nuevo cambio en la política alemana respecto a los planes militares mexicanos, esta vez a pesar de las repetidas advertencias del embajador alemán en Estados Unidos, Speck von Sternburg. Después de haber discutido a fondo la situación con políticos norteamericanos prominentes, von Sternburg calificó cualquier iniciativa alemana de “arriesgada”, ya que Alemania “perdería rápidamente la confianza del pueblo norteamericano y de su gobierno”. Si llegara a producirse un conflicto entre los Estados Unidos y un ejército mexicano fortalecido por Alemania, podría haber “un tremendo escándalo, dado el carácter norteamericano, fácilmente excitable, y demandas de represalia y venganza”. Aun cuando un país europeo enviara instructores a México “y lograra obtener ventajas, que no son de despreciarse, en las ventas de material bélico, las desventajas de tal empresa, que tengo el honor de señalar, contrarrestarían con creces cualquier beneficio conseguido”.74
Sin embargo, la diplomacia alemana volvió a decidirse por aconsejar el envío de instructores militares a México. Hubo dos factores que provocaron este cambio: por una parte, el ministro alemán se había enterado de las intenciones mexicanas de invitar instructores militares franceses75 y, por la otra, las relaciones entre los Estados Unidos y el Japón, en opinión de los diplomáticos alemanes, se habían deteriorado a tal punto, y la situación había llegado a favorecer tanto al Japón, que los Estados Unidos no estarían en condiciones de emprender acción alguna en contra del avance alemán en México.
Wangenheim escribió que, en opinión de los mexicanos, los Estados Unidos no podían hacerle la guerra al Japón “mientras no esté terminado el Canal de Panamá, y en cambio los japoneses tienen que iniciar las hostilidades antes de que quede abierto. Ya que el Japón demostró, en su guerra contra los rusos, que no deja pasar el momento oportuno, no tardará en estallar la guerra. En semejante guerra los norteamericanas saldrán derrotados”.76 El kaiser compartía, evidentemente, esta opinión, ya que junto a estos comentarios hizo anotaciones al margen en que los declaraba “Buenos” y “Correctos” y consideró que todo el informe estaba “bien fundado y bien escrito”.77
Con la ayuda de cierto número de políticos influyentes, en especial del gobernador del Distrito Federal, los diplomáticos alemanes intentaron otra vez convencer al gobierno mexicano de que solicitara instructores alemanes para su ejército.78 Tales esfuerzos parecían prometer cierto éxito, pero a principios de 1908 el gobierno mexicano abandonó todos sus planes de reforma militar.79 Las tensiones entre los Estados Unidos y el Japón se redujeron y, en consecuencia, aumentó el peso de la amenaza norteamericana sobre México. La crisis económica de 1907 produjo mayores dificultades aún para los planes de reforma militar.
Durante este periodo un cálculo completamente ilusorio respecto a la importancia de los conflictos entre japoneses y norteamericanos, y sobre la fuerza y la actitud de los Estados Unidos, había llevado a los diplomáticos alemanes a perseguir simultáneamente dos objetivos completamente opuestos respecto a los Estados Unidos. Al mismo tiempo que trataban de convencer al ejército mexicano de que invitara instructores militares alemanes, los diplomáticos alemanes se proponían elaborar planes de acción conjunta con los Estados Unidos en el Lejano Oriente, planes en los que México jugaba una vez más un papel prominente. Los diplomáticos alemanes consideraban que semejante colaboración era posible porque el Japón, Rusia, la Gran Bretaña y Francia acababan de llegar a un acuerdo por el cual se demarcaban sus respectivas esferas de interés en China. Este acuerdo amenazaba a las otras dos potencias interesadas en la región: Alemania y los Estados Unidos.80 Uniéndose a los Estados Unidos y a China, Alemania no sólo esperaba fortalecer, o cuando menos sostener, su posición en China, sino también, como dijera el kaiser en una entrevista cuya publicación impidió al último momento el Reichskanzler Bülow, hacer entrar a los Estados Unidos en conflicto con Gran Bretaña.81
El prerrequisito para la realización de dichos planes era la profundización del antagonismo entre los Estados Unidos y el Japón. En la primavera y el verano de 1907 los diplomáticos alemanes pensaban que México sería el campo de batalla en donde se enfrentarían ambos países. Después del “acuerdo de caballeros” concluido entre el Japón y los Estados Unidos en febrero de 1907, por el cual se prohibía la inmigración de trabajadores japoneses a los Estados Unidos, comenzaron a entrar japoneses por millares a México; en el verano de 1907 se registró la llegada de más de 12 000.82 Lo más probable era que abrigaran esperanzas de cruzar ilegalmente la frontera norte del país y burlar la prohibición.
Los diplomáticos alemanes vieron en estos inmigrantes las fuerzas de choque de un ejército invasor japonés dirigido contra los Estados Unidos. En mayo de 1907 Wangenheim había informado que alguna persona cercana al presidente le había dado la noticia de que había 4 000 japoneses, miembros de las reservas militares, tanto soldados como oficiales, a bordo de dos barcos mercantes japoneses. Los japoneses en cuestión, por supuesto, no estaban uniformados, pero algunos de los oficiales portaban las insignias de su rango. Wangenheim informó haber oído decir que: “los japoneses están ahora dispersos por todo el país y están armados. En el estado de Chihuahua hay actualmente 5 000 japoneses listos para portar armas y otros 3 000 en el estado de Jalisco”.83 Aunque dudaba de la veracidad de la información y la tildó de aventurera”, consideró posible “que el Japón todavía quiera tener la opción, en caso de guerra con los Estados Unidos, de formar un gran contingente armado con sus reservistas en México”.84
Las respuestas enviadas a Wangenheim por los cónsules alemanes en Guadalajara y Chihuahua cuando les pidió informes al respecto, revelaron que dichos rumores carecían de fundamento. El cónsul en Guadalajara escribió que habría, cuando mucho, unos 300 japoneses en Jalisco, y no había indicios de que estuvieran armados.85 El cónsul en Chihuahua informó que había por entonces en ese estado entre 2 000 y 3 000 japoneses uniformados de caqui; más tarde el ministro japonés en México explicó esto diciendo que los ex-soldados japoneses tenía derecho a conservar sus uniformes y a usarlos en la vida civil. En cuanto a armas, no sabía nada. Informó que la mayoría había cruzado secretamente la frontera con los Estados Unidos y entrado en aquel país en forma ilegal.86
El incremento de la inmigración japonesa a México en los meses de junio y julio de 1907 revivió los rumores de una supuesta inminente invasión japonesa a los Estados Unidos, que se realizaría desde territorio mexicano. En julio, Wangenheim informó que los japoneses, uniformados, estaban distribuidos por territorio mexicano en grupos de seis a diez hombres. “Según la investigación del consulado británico aquí, cuando menos mil jóvenes japoneses han entrado semanalmente en México en los últimos tres meses. El consulado también asegura conocer los nombres de dos generales japoneses que estarían entre los inmigrantes.” Wangenheim añadió que muchos observadores “creen que esta maniobra está vinculada con planes beligerantes del Japón contra los Estados Unidos”, pero que él personalmente lo consideraba poco probable, “ya que tengo que dar por supuesto, con fundamento en los informes que he recibido desde Tokio, que el Japón quiere aplazar su confrontación con los Estados Unidos por varios años. El aumento de la inmigración japonesa puede muy bien relacionarse con las dificultades que ésta ha encontrado en los Estados Unidos”. Sin embargo, añade que “no es por completo impensable que el Japón pudiera tener la intención de efectuar un desembarco en México después de rechazar a la flota norteamericana, con el fin de usar su territorio como base de operaciones para un ataque contra California”.87 Expresó la convicción de que el ejército mexicano no podría ni querría enfrentarse a los japoneses.
Esta convicción de los diplomáticos alemanes se fortaleció, meses más tarde, cuando el embajador mexicano en el Japón expresó a su colega alemán su esperanza de “que hubiera un conflicto armado entre los Estados Unidos y el Japón. México sólo podría sacar provecho de semejante guerra, ya que seguramente de ella se derivarían algunos beneficios para México. Mi ideal sería una fragmentación de los Estados Unidos como resultado de semejante guerra, en cuyo caso el sur y el oeste de aquel país se separían de los estados del norte. Entonces México podría respirar”.88
Los comentarios de Wangenheim, junto con el informe de Kritzler, magistrado prusiano jubilado89 que había observado la llegada a Salina Cruz de los inmigrantes japoneses y había afirmado que la mayoría de los que se presentaban como trabajadores agrícolas pertenecían a las “clases educadas”, impresionó tanto al kaiser como al Estado Mayor alemán. Según le dijo Wangenheim al ministro austriaco en México, el Estado Mayor alemán le había ordenado estudiar el papel “que podría desempeñar en México en caso de un conflicto entre los Estados Unidos y el Japón en cuanto posible base de operaciones para los japoneses”,90 y él les había sugerido a los empleados de la legación alemana que realizaran un “viaje de placer” a los puertos occidentales de México. Wangenheim llegó a la conclusión de que, con la derrota de la flota norteamericana, sería perfectamente factible un desembarco japonés en México, aunque no lo consideraba probable. Pensaba que, en semejante caso, “una flota japonesa navegaría hacia arriba por el golfo de California, que ofrece buenos puntos de desembarco, pondría tropas en tierra en uno de estos puntos, y daría un golpe mortal a ese estado”.91
Estas afirmaciones de Wangenheim y el rumor por él transmitido de que los japoneses que había en México se estaban adiestrando militarmente —“por lo visto los japoneses siempre hacen sus ejercicios militares en grupos de seis a diez hombres. En cuanto terminan sus labores se ponen sus uniformes, se arman de bastones, y hacen ejercicios militares bajo la dirección del mayor de los hombres presentes”—92 fueron el fundamento de una propuesta de los diplomáticos alemanes al gobierno norteamericano de que ambos países emprenderían una acción militar conjunta en el continente americano. En una conversación que tuvo con el presidente Theodore Roosevelt en noviembre de 1907, Speck von Sternburg, le preguntó si una guerra entre el Japón y los Estados Unidos no implicaría también una guerra terrestre. “Aparentemente el Japón ya está preocupado por la cuestión de una base militar en México, y no puede tampoco descartarse la posibilidad de un ataque desde el Canadá. ¿No tendría un valor considerable para los Estados Unidos el apoyo de tropas alemanas?”93
La presencia de tropas alemanas en suelo americano con el permiso de los Estados Unidos habría significado la muerte de la Doctrina Monroe. También habría permitido a Alemania aumentar considerablemente su influencia en México. Roosevelt, que no temía menos a Alemania que al Japón, y que no quería ver tropas europeas en el continente americano bajo ninguna circunstancia, estaba perfectamente consciente de esas consecuencias y se negó. Los diplomáticos alemanes no renunciaron, sin embargo, a sus esfuerzos. Dos meses más tarde, por ejemplo, el kaiser advirtió al embajador norteamericano en Berlín de la existencia de unos 10000 japoneses en México.94
Guillermo II también había intentado sacar provecho de estos “10 000 japoneses” de otra manera. El acuerdo ruso-japonés de 1907 había causado una gran zozobra en la diplomacia alemana. En una carta que le escribió el kaiser Guillermo II al zar Nicolás II el 28 de diciembre de 1907 le advirtió que tuviera cuidado con los japoneses, subrayando el caso de México. “Un caballero alemán”, escribió, “que acaba de regresar de México me dijo que él personalmente había contado 10 000 japoneses en las haciendas del sur de México, todos vestidos con chaquetas militares de botones de bronce. Después de que terminan su trabajo, al ponerse el sol, se reúnen al mando de sargentos y oficiales vestidos de trabajadores sencillos, en escuadrones y divisiones, haciendo ejercicios militares con bastones de madera. Mi fuente declara haber observado con frecuencia estos ejercicios cuando los japoneses creían que nadie los veía. Éstos son miembros de la reserva militar japonesa que portan armas clandestinas y son concebidos como un cuerpo de ejército capaz de tomar el Canal de Panamá y cortar esa conexión con los Estados Unidos”.95
En esta forma el kaiser había dado categoría de hecho indiscutible a los rumores que le había transmitido Wangenheim. Sólo había añadido la información respecto a la amenaza planteada por estos japoneses al Canal de Panamá, información que debe haberle parecido totalmente fantástica al zar, si hizo el menor uso de sus conocimientos geográficos. Separaban a México del Canal de Panamá miles de kilómetros, gran parte de ellos a través de selvas impenetrables, sin que existiera un ferrocarril ni una carretera de ningún tipo que comunicara ambos países.
La especulación alemana respecto al papel que pudiera desempeñar el Japón en México llegó a un fin abrupto en febrero de 1908. Por los motivos que fuera y por las presiones a las que hayan recurrido, los Estados Unidos habían logrado convencer al Japón de suspender su emigración a México.96
La actitud ambivalente de la política exterior alemana en el periodo 1906-1908, especialmente en lo que respecta a la reforma militar del ejército mexicano, revela claramente por primera vez el dilema al que se enfrentaba en México hasta el estallido de la primera guerra mundial. Por una parte Alemania deseaba, por motivos militares, un México antinorteamericano fuerte bajo su influencia, pero por otra parte México le parecía poco importante para arriesgar un conflicto con los Estados Unidos por su causa. Aunque una política alemana antinorteamericana agresiva hubiera servido a los intereses de los fabricantes de armamentos, los tenedores alemanes de bonos mexicanos temían cualquier conflicto entre México y los Estados Unidos. Estas contradicciones eran la causa de los continuos virajes que caracterizaron la política exterior alemana respecto a México antes de 1914.
A grandes rasgos puede afirmarse que las actividades alemanas en México durante el periodo porfiriano distaron mucho de ser una serie de éxitos. En el campo económico Alemania fracasó cada vez que se propuso alcanzar una posición predominante en México. Tal fue el caso de los comerciantes alemanes en la década de 1870, de Bleichróder en las décadas de 1880 y 1890, y de Krupp en la primera década del siglo xx. Tal fue también el caso de los banqueros alemanes que habían esperado ejercer una influencia decisiva en el país. Sin embargo, todos estos grupos, aunque no alcanzaron la supremacía, sí lograron un éxito relativo.
No puede decirse lo mismo de las iniciativas políticas alemanas que, en cambio, fueron una serie de fracasos humillantes; hasta el año de 1910 Alemania sólo participó muy marginalmente en el creciente enfrentamiento entre los Estados Unidos y las potencias europeas (principalmente Gran Bretaña y, en menor grado, Francia) por la supremacía en México.
Los limitados éxitos económicos de Alemania se debieron fundamentalmente a una sola causa objetiva: el que los alemanes no quisieran llevar a cabo inversiones en gran escala en la producción de materias primas en México y esto debido a una consideración estratégica (la convicción de que en tiempos de guerra perderían acceso las materias primas mexicanas), y debido a acuerdos de tipo cártel entre grupos alemanes y norteamericanos.
El fracaso de todas las potencias europeas en sus propósitos de imponer su hegemonía política en México también tenía cierta base objetiva: la debilidad de Europa en comparación con los Estados Unidos en territorio mexicano. Además, las diferencias que separaban entre sí a las potencias europeas eran mayores que las que las alejaban de los Estados Unidos y por lo tanto era imposible que unieran sus fuerzas en lo referente a México.
El fracaso de las iniciativas políticas alemanas también tenía una importante base subjetiva: la sobrestimación de las tensiones conflictivas entre los Estados Unidos y el Japón y la subestimación de la voluntad y la capacidad norteamericana para “poner a Europa en su lugar” en lo que a México se refería.
El estallido de la revolución mexicana, y más aún su éxito, tomó por sorpresa a la diplomacia alemana. De los representantes oficiales de Alemania en México durante el periodo revolucionario y, de hecho, de todos los diplomáticos de cualquier nacionalidad enviados a ese país en dicho periodo, ninguno entendió las fuerzas operantes allí que habían conducido a la revolución y que estaban determinando el curso que ésta seguiría. La mayoría de los diplomáticos alemanes no sólo eran profundamente conservadores, sino además profundamente racistas.
Las opiniones de Edmund von Heyking, ministro alemán en México, de 1898 a 1902, fueron conocidas cuando se publicó el diario de su esposa, que compartía totalmente sus opiniones, a la muerte de ésta. Respecto a México escribió ella que: “La masa hirviente, bestial de humanidad que ve uno aquí o en China acaba con el último resto que pudiera yo conservar de una creencia en la inmortalidad del alma. Enfrentada a esta masa de gente nauseabunda o apenas superior a los más bajos animales, la posibilidad de una vida después de ésta sólo puede ser la base de un renovado horror”.97 Describió al ministro de relaciones exteriores de México, Mariscal, como “un pequeño hombre-mono indio”. El ministro Bünz utilizó términos semejantes, refiriéndose a los mexicanos como “bestias”.98
Tal actitud de los diplomáticos europeos influyó profundamente en sus valoraciones de la situación interna del país; a sus ojos, éste estaba enteramente impreparado para cualquier tipo de gobierno democrático y el pueblo jamás sería capaz de derrocar al régimen de Díaz. Así, el 17 de noviembre de 1910, y a pesar del fuerte impacto que ya había tenido en México la campaña de Madero, Bünz escribió que un “experto” conocedor del pueblo mexicano le había dicho que: “Al solo intento de aflojar el riguroso control de la policía o eliminar los saludables efectos de la mano de hierro de don Porfirio, estallaría el caos. La masa del pueblo es tan obediente como los niños siempre que se la mantenga divertida y dominada; pero, al mismo tiempo, es tan carente de razón, tan egoísta y tan mal comportada como un niño sin educación. Si alguna vez hubo un pueblo que necesitara una mano fuerte para mantenerlo en orden y educarlo por su propio bien, es el pueblo mexicano”. Y Bünz añadía: “Estoy convencido de que ese hombre tiene razón”.99
Bünz no esperaba una revolución, pero creía posible que estallaran levantamientos locales. “Considero que una revolución general está fuera de toda posibilidad, y en esto concuerdo con la opinión pública y con la prensa. El regreso a un periodo como el que reinó en este país antes de Díaz, dado el crecimiento de los ferrocarriles y las carreteras que permiten el desplazamiento rápido y el uso de fuerzas militares en casi todas las regiones del país, es algo que considero completamente imposible.”100
Durante un tiempo relativamente largo después de que estalló la revolución, los diplomáticos alemanes fueron incapaces de percatarse del hecho de que el régimen de Díaz se estaba desmoronando. Cuando por fin se dieron cuenta de que Porfirio Díaz no lograría sostenerse, su cuasi confianza en dicho régimen fue sustituida por una confianza similar: que los revolucionarios sólo aspiraban a sustituir a Díaz con otra personalidad, pero conservando las características esenciales de su régimen, sobre todo en lo que a los extranjeros concernía. Tal fue la base del primer análisis serio que se hizo de la revolución, elaborado en 1911 por el agregado comercial de la legación alemana en México, Bruchhausen.
Este análisis era bastante realista en lo referente a las causas de la revolución, pero lleno de ilusiones en cuanto a la predicción de su futuro.
En su explicación del estallido de la revolución, Bruchhausen describía la mezcla de corrupción, injusticia social y represión que había caracterizado al régimen de Díaz. Prácticamente todos los funcionarios del porfiriato, tanto del gobierno federal como de los estatales y locales, exigían sobornos en forma rutinaria. En muchos estados era posible comprar a los jueces. Se perseguía a los campesinos. “Muchas familias que han ocupado sus tierras desde hace siglo y medio han sido privadas de ellas, el pequeño campesino contempla vastas extensiones de tierra sin cultivar que no se le permite trabajar, se han vendido trabajadores a las haciendas por la suma de tres pesos.”
Bruchhausen caracterizó el régimen de Díaz al advertir que en México el poder se sustentaba “más en una voluntad férrea que en las disposiciones legales”, y que “este poder se ejerce menos a través del ejército que de la policía (policía secreta y guardias rurales, un grupo fiel y audaz, originariamente formado por ladrones, bien pagado, dotado de grandes poderes)”. Además de esto, Díaz había creado un extenso servicio de información “para cumplir sus decisiones extraordinariamente rápidas y despiadadas, de suerte que toda rebelión contra el orden establecido es sofocada en germen”. Estas características del régimen de ninguna manera inducían a Bruchhausen a condenarlo en su totalidad. Por el contrario “este principio, que era el indicado para las tres cuartas partes de la población y sigue siéndolo en la actualidad, se extiende también a todas las clases progresistas tan pronto como afloran las ansias de poder o las tendencias hacia el cambio”. En otras palabras: el defecto principal de Díaz consistía en haber mantenido demasiado reducido el estrato dominante y en haber proporcionado muy pocas posibilidades a la burguesía no “científica”; pero no en la naturaleza dictatorial de su régimen.
Según la opinión de Bruchhausen, la pequeña burguesía agraria era la fuerza motriz de la revolución. “Todos los revolucionarios serios vienen del Norte, políticamente más liberal, y se apoyan sustancialmente en gentes que poseen su propia tierra (rancheros) o que trabajan mediante la entrega de la mitad de la cosecha (medieros).” Bruchhausen era de la opinión de que estos revolucionarios de ninguna manera estaban predispuestos contra los extranjeros. Bien al contrario: “Parece ser un hecho claro que, en treinta años de trabajo pacífico, no solamente el actual gobierno ha aprendido a apreciar el valor del trabajo de los extranjeros, sino también aquel sector de la población que influye en los asuntos del poder político. Pues los disturbios no se orientan en lo más mínimo contra los extranjeros ni contra las propiedades extranjeras […]” Los revolucionarios, afirmaba categóricamente Bruchhausen, deseaban la eliminación de ciertas injusticias del sistema de Díaz, pero de ninguna manera se proponían aniquilar el sistema en sí mismo. “Dado que la revolución es obra de ciudadanos honrados y no de bandoleros, entonces también podría encontrarse el hombre que pudiera dirigir el desarrollo económico, particularmente en relación con la colaboración extranjera, bajo el mismo punto de vista que hasta ahora e incluso con menos corrupción y mayor comprensión.”101
Esta misma apreciación inspiraba las pautas analíticas que el ministro alemán Paul von Hintze dio a la prensa alemana después del Tratado de Ciudad Juárez y de la consiguiente renuncia de Díaz. La prensa debía hacer resaltar los méritos del dictador respecto a la protección otorgada al capital entranjero, sin embargo “el enaltecimiento del presidente derrocado no debe de ninguna manera poner en entredicho la buena fe, el patriotismo y las limpias intenciones de los revolucionarios”.102
¿Qué circunstancias habían suscitado esta nueva actitud de la diplomacia alemana respecto a la revolución mexicana? En buena medida fue la convicción de que Madero habría de gobernar en la misma forma que Díaz, ya que procedía de una de las más ricas familias mexicanas. Alemania incluso abrigaba la esperanza de que Madero colocaría sobre bases aún más firmes el sistema de Díaz, con algunas pequeñas modificaciones. Esto lo había manifestado Bruchhausen ya en 1911, y Hintze sostuvo la misma opinión hasta mediados de 1912. Otro factor jugó probablemente un papel nada insignificante en la actitud inicialmente positiva de Alemania frente a Madero: la estrecha colaboración del Deutsch-Südamerikanische Bank con los Madero. Este banco era uno de aquellos que habían llegado a México tardíamente y que no habían logrado asociarse con los “científicos”, como lo habían hecho el Deutsche Bank y Bleichróder. En cambio, dicho banco había conseguido establecer estrechas relaciones con la familia Madero. Después del estallido de la revolución, la policía de Díaz cateó las oficinas del Deutsch-Südamerikanische Bank, interceptó su correspondencia e incluso confiscó parte de ésta. Esta actitud del gobierno mexicano, a juicio del ministro alemán, “se debía a sus sospechas […] de que el banco apoyaba financieramente a la familia Madero con fines revolucionarios”.103 El banco negó de inmediato estas acusaciones, pero después de la victoria de Madero se hizo obvio que las sospechas no carecían de fundamento. “Antes de la revolución, el Deutsch-Südamerikanische Bank mantuvo relaciones comerciales con la rica y emprendedora familia Madero, y las mantuvo durante la revolución, a pesar de la presión del gobierno de Díaz.”104
Es muy posible que este banco haya participado en un contrabando de armas alemanas destinadas a los revolucionarios. En diciembre de 1910, el cónsul mexicano en Hamburgo había informado que 60 cajas, cuyo contenido había sido oficialmente declarado como maquinaria, contenía en realidad armas y municiones y que habían sido transportadas el 13 de diciembre a boido del Frankfurt de Bremen a Galveston, Tejas, para ser enviadas desde allí hacia Monterrey.105 Dos días después, el cónsul informó de un nuevo envío de armas que, bajo falsa etiqueta, se encontraban en 13 barriles a bordo del Eger para ser introducidas de contrabando en México.106
El embajador norteamericano en México, Henry Lane Wilson, alude en sus memorias a la ayuda financiera alemana prestada a Madero. Dice que los revolucionarios “[…] recibieron ayuda financiera de ciertas fuentes en los Estados Unidos y en Europa, concretamente desde París y Francfort del Meno”.107 No resulta claro si se refería al Deutsch-Südamerikanische Bank, el cual no tenía su sede en Francfort sino en Berlín. La única gran empresa alemana con intereses importantes en México que tenía su domicilio social en Francfort, era el consorcio Merton, es decir la Frankfurter Metallgesellschaft. No puede precisarse cuán estrechas eran sus relaciones con los Madero en el momento de la revolución. Durante la primera guerra mundial, en todo caso, una fundición de la familia Madero fue adquirida por una compañía vinculada con la Frankfurter Metallgesellschaft. No existen otros indicios sobre la participación de esta empresa en la revolución maderista.108
Esta actitud favorable de los comerciantes, financieros y representantes diplomáticos alemanes hacia la revolución mexicana, no fue compartida al principio por la Cancillería alemana en Berlín. Esto vino a expresarse en ocasión de una intervención del cónsul de Díaz en Hamburgo, en marzo de 1911. Cuando el cónsul mexicano en Hamburgo tuvo noticia de un contrabando de armas para los revolucionarios, se dirigió al alcalde de la ciudad, Burghard, con la petición de que impidiera este envío o de que por lo menos le informara más detalladamente al respecto. El alcalde se mostró muy reservado y le explicó al cónsul “que no había ningún fundamento legal para evitar el embarque de armamentos, y que difícilmente puedo proporcionarle la información que usted desea”.109 El alcalde se negó a impedir el embarque de las armas, arguyendo que lo único que podía hacer era que “las autoridades policiacas previnieran a las firmas sospechosas acerca del embarque y les indicaran que podrían encarar serias dificultades con las autoridades mexicanas en caso de expedir las armas”. Esta decisión daba cuenta tanto de una nueva actitud de muchos comerciantes alemanes respecto a Díaz, como del hecho de que la industria de guerra alemana y las compañías de navegación de Hamburgo obtenían considerables ganancias del suministro de armas a revolucionarios latinoamericanos y no estaban dispuestas a abandonar este lucrativo negocio.
El gobierno mexicano ordenó entonces a su representante en Berlín presentar una protesta ante el Ministro de Relaciones Extriores. Allí encontró una mejor disposición que en Hamburgo. El Canciller del Reich se encargó personalmente del asunto y envió al alcalde de Hamburgo el siguiente comunicado: “Dadas las intensas relaciones comerciales entre Alemania y México, no conviene a nuestros intereses alimentar la revolución en México mediante el suministro de armas. Por ello, se recomienda atender, en la medida de lo posible, las peticiones del cónsul general mexicano sobre tal asunto, y cuando llegue a conocimiento del Senado algo acerca del envío de armas a los insurgentes mexicanos, influir tanto como sea posible en los círculos implicados a fin de impedir dichos envíos”.110 La victoria de los revolucionarios poco tiempo después puso fin a este conflicto.
Ese mismo año, la Cancillería del Reich cambió su papel de espectador pasivo de los acontecimientos por el de participante activo. La importancia que le atribuía a México se advierte por el hecho de que uno de los diplomáticos alemanes más capaces, el contralmirante Paul von Hintze, fue enviado como plenipotenciario a México. Siendo un joven oficial, Hintze había servido en el escuadrón del Lejano Oriente de la marina de guerra alemana, y más tarde fue ordenanza del kaiser y representante de éste en la corte del Zar Nicolás II. Se le tenía por un hombre de confianza del kaiser y tenía relaciones muy estrechas con los pangermanistas. Una cualidad importante que seguramente había contribuido no poco para su envío a México, eran sus conocimientos especiales sobre la situación en el Lejano Oriente.111
Aún más que en el periodo que precedió a la revolución, los objetivos en México fueron, entre los años de 1911 y 1913, extremadamente complejos, variados y a veces contradictorios. Uno de los más importantes era el de servirse de los acontecimientos mexicanos para provocar un aumento de las tensiones entre los Estados Unidos y el Japón. Una guerra norteamericano-japonesa que neutralizara de un golpe a dos de sus rivales era un viejo sueño de la diplomacia alemana, y en especial del kaiser.112
Para hacer realidad este sueño, se hizo circular en Berlín, con la entusiasta colaboración de la prensa alemana, un rumor sobre la existencia de un tratado secreto mexicano-japonés. Aunque a finales de marzo el Ministerio de Relaciones Exteriores había recibido informes de sus representantes en Washington y en Tokio en el sentido de que consideraban muy poco probable un tratado de tal naturaleza,113 a raíz de la movilización de tropas norteamericanas a lo largo de la frontera mexicana el diario oficioso Kólnische Zeitung escribía: “Se puede desconfiar de los detalles que se han informado acerca de un tratado secreto mexicano-japonés dirigido contra los Estados Unidos. Sin embargo, el tratado en sí constituye ciertamente una explicación natural de las recientes medidas militares de la Unión, y es al mismo tiempo, dentro de la situación internacional en el Océano Pacífico, una jugada diplomática tan evidente de uno de los dos enemigos, que la probabilidad por lo menos indica que tal tratado de hecho existe o cuando menos existió, hasta que la intervención decidida de los Estados Unidos puso fin a su existencia”.114 Cinco días más tarde, en el Evening Sun de Nueva York apareció un artículo sensacionalista en el que categóricamente se afirmaba la existencia de un tratado secreto mexicano-japonés, e incluso se sostenía que el tratado había sido mostrado al representante norteamericano en México, Henry Lane Wilson. El periódico atribuía a este hecho la movilización de tropas norteamericanas cerca de la frontera mexicana. Estas noticias habían sido proporcionadas al periódico por el agregado militar alemán, Herwarth von Bittenfeld.115
Esta campaña propagandista no dejó de tener resultados y fue acogida con entusiasmo por el kaiser. Ya desde el 4 de abril Bernstorff había informado desde Washington: “La opinión pública norteamericana se aproxima paulatinamente en un estado de histeria antijaponesa que puede compararse con la histeria antialemana en Inglaterra”.116 Guillermo II comentó al respecto: “Esto no nos viene mal”. Ya algunas semanas antes el kaiser había manifestado sus esperanzas respecto a las relaciones entre los Estados Unidos, el Japón y México. Acerca de un informe de Bernstorff, según el cual el presidente norteamericano Taft había expresado al embajador japonés en los Estados Unidos que “las relaciones entre los Estados Unidos y el Japón son las mejores que pueda pensarse y todos los rumores sobre componendas mexicano-japonesas son invenciones malévolas”, el kaiser hizo la siguiente observación: “Este farsante es un imbécil”.117
Se ha alegado incluso que el servicio secreto alemán mostró al gobierno norteamericano el texto del tratado secreto mexicano-japonés. En 1917, el antiguo agente del servicio secreto alemán, Horst von der Goltz, que se había pasado a los aliados, publicó un libro en los Estados Unidos. En esta obra, que debía demostrar su nueva opinión política, afirmaba que en 1911, por encargo del gobierno alemán, había sustraído al ministro mexicano de Hacienda, Limantour, una copia del tratado secreto mexicano-japonés, que después había dado a conocer al representante norteamericano en México.118 El resultado inmediato había sido la movilización de tropas norteamericanas cerca de la frontera mexicana. Si bien las afirmaciones de Goltz concuerdan por cierto con los objetivos generales de la política alemana de esa época, no hay prueba documental que las confirme.
Es muy poco probable que semejante tratado secreto mexicano-japonés haya existido. Pacheco, el embajador mexicano en Tokio, escribió en su informe del 23 de marzo de 1911: “La noticia lanzada en Berlín de que recientemente se había ajustado un tratado entre México y el Japón, según el cual, mediante ciertos derechos sobre la vía férrea de Tehuantepec y la concesión de una estación carbonera en la Costa del Pacífico, el Japón se comprometía a aportar fuerzas de mar y tierra en el evento de que México rompiera hostilidades con una tercera potencia, a pesar de su falta de fundamento, ha causado gran sensación y ha sido prolijamente comentado por la prensa y el público”.119 Ni Bernstorff, el embajador alemán en los Estados Unidos, ni el embajador alemán en Tokio, creían en la existencia de este tratado,120 y el representante alemán informó desde Tokio: “En los círculos diplomáticos, la noticia acerca de un pacto mexicano-japonés no es tomada en serio en ningún lado”.121 Asimismo, Henry Lane Wilson escribió al Departamento de Estado norteamericano que él jamás había oído hablar de semejante tratado.122
Otros factores tienden a confirmar que el Ministerio alemán de Relaciones Exteriores no tenía ningún conocimiento de un tratado secreto mexicano-japonés. El 5 de marzo de 1917, tras de dar a conocer su proposición de alianza a México, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Zimmermann, pronunció un largo discurso ante la comisión de presupuestos del Reichstag.123
Para justificar su ofrecimiento a México y la proyectada implicación del Japón, mencionó casi todos los informes de los diplomáticos alemanes en México, desde 1900 hasta 1917, en los que se hablaba de un acercamiento mexicano-japonés. Nada hubiera entonces servido más a sus fines que poder dar a conocer que ya desde 1911 había existido un pacto secreto mexicano-japonés. Sin embargo, no dijo ni una sola palabra al respecto.
El origen y los propósitos de esta propaganda sobre una colaboración mexicano-japonesa, fueron comprendidos no sólo por la diplomacia norteamericana y mexicana, sino también por la japonesa. “Se dice, por ejemplo”, informó en 1911 el cónsul japonés en Portland a su ministro de Relaciones Exteriores, “que las actuales maniobras de las fuerzas armadas norteamericanas de mar y tierra, están dirigidas a frenar las intenciones japonesas respecto a México; que el verdadero objetivo del gobierno no es tanto México como el Japón. Se dice que hay testigos que vieron cómo 50 000 japoneses hacen actualmente ejercicios militares en la costa mexicana del Pacífico. Se ha informado también que dos barcos de guerra japoneses han salido del Japón con rumbo desconocido. Según estos informes, se dirigen a México […] También se dice que las negociaciones sobre la conclusión de una alianza entre el Japón y México se encuentran en marcha. Diversas personas citan la opinión del perito militar alemán, conde Ernest von Leventow, en el sentido de que antes de que sea terminado el canal de Panamá, el Japón empezará la guerra contra los Estados Unidos para asegurarse el dominio sobre el Océano Pacífico, que es de vital importancia para el futuro del Japón, de la misma manera que cuando por su propia seguridad el Japón declaró la guerra a Rusia […] Los susodichos informes podrían ser entendidos por cierto como un intento de intensificar la hostilidad de la población local contra el Japón y utilizarla en favor del rearme, aunque la necesidad del rearme […] no se aduce por lo pronto. Todo esto […] puede atribuirse no tanto a las actividades de aquellos que —como protagonistas del imperialismo, que literalmente debe considerarse como la idea preponderante en los Estados Unidos en los últimos años— agitan a favor del rearme, ni a la actividad de los círculos de negocios del ramo de la construcción naval, que pueden beneficiarse con el rearme, sino más bien a la instigación de un tercer país que intenta sacar provecho del distanciamiento entre Norteamérica y el Japón”.124 El “tercer país” al que se refería el cónsul era obviamente Alemania.
A lo largo de 1912, Alemania insistió en sus intentos de aprovechar los acontecimientos en México para atizar las contradicciones norteamericano-japonesas en favor de las actividades expansionistas alemanas. En febrero de ese año apareció en la revista norteamericana Atlantic Monthly un artículo sin firma titulado “Una carta al tío Sam”. El autor advertía allí sobre el “peligro amarillo” procedente del Japón, y opinaba que solamente “una alianza de la raza blanca”, sobre todo entre los Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, podría detener esa amenaza. Para hacer posible tal alianza, los Estados Unidos deberían reconocer la situación real del mundo. Esto incluía una revisión de la Doctrina Monroe, que solamente podía tener aplicación en aquellas regiones donde los Estados Unidos ejercían de hecho una hegemonía, es decir, hasta el canal de Panamá. Así interpretada, la Doctrina sería reconocida de inmediato por todas las demás potencias. “La Doctrina Monroe es un anacronismo al sur del Ecuador, pero no al Norte del mismo. Sostenerla entre el Ecuador y el Río Grande requerirá todos nuestros esfuerzos. Quizá necesitaremos el prestigio de Alemania para mantener nuestra hegemonía hasta el Ecuador […]” Sobre la base de un supuesto acercamiento mexicano-japonés, el autor recomendaba una ocupación norteamericana de México: “Pese a sus reiteradas afirmaciones en contrario, el Japón coquetea con México […] El Japón quisiera hacer de México una base de abastecimiento para proteger sus intereses en este continente […] Si México sigue prestando oídos al canto de sirenas del Japón, entonces debemos apoderarnos de México. Es más que probable que éste sea nuestro destino. Tenemos allí intereses preeminentes, y debemos y habremos de protegerlos”.125
El agregado militar alemán en los Estados Unidos y México, Herwarth von Bittenfeld, en un informe dirigido a su Ministerio de la Guerra, acogió entusiastamente este artículo como “la primera golondrina” de un proceso de acercamiento norteamericano hacia Alemania. Herwarth atribuyó tal importancia a este artículo, que envió una parte de su informe, manifiestamente con la aprobación del Ministerio de la Guerra, como carta de lector al New York Sun, el cual lo publicó el 6 de abril, firmando con el seudónimo de “Germanicus”. Herwarth se identificó totalmente con el punto de vista del autor del artículo del Atlantic Monthly. La única manera de combatir el peligro amarillo, escribía, era mediante una alianza de la raza blanca, que él describía como “Pan-teutonismo”. “Si las fuerzas de la cultura blanca logran cerrar filas, ello asignará una triple Alianza entre Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos. Todo lo demás es una quantité negligeable y tiene que someterse a lo más importante. Estas tres potencias todavía pueden, si se unen, repartirse confiadamente entre sí el mundo y mantener para siempre a raya a los ambiciosos pueblos de color.”126
Para que Alemania pudiera cumplir su papel en esta alianza debería recibir, entre otras cosas, una parte de las Indias Orientales holandesas. Según von Bittenfeld la iniciativa para tal alianza tripartita debería partir de los Estados Unidos. “Alemania no puede tomar la iniciativa en este movimiento, pues sería acusada por sus envidiosos enemigos de tener intenciones egoístas. Inglaterra aún cree que puede hacerlo todo por sí sola, y que puede rebajar a Alemania a potencia de segundo rango. Pero los Estados Unidos podrían muy bien propagar la idea de una alianza de la raza blanca.”
La diplomacia norteamericana trató de explotar para sus propios fines estas intenciones alemanas tan claramente expresadas. El gobierno mexicano, que ya había sentido cierta desconfianza a causa de la campaña de prensa alemana sobre la pretendida alianza mexicano-japonesa, fue informado por los norteamericanos de que Alemania estaba instigando una intervención norteamericana en México. Esta noticia alarmó de tal manera al ministro de Relaciones Exteriores, Calero, que le comunicó a Hintze haber “recibido noticias procedentes de círculos bien informados, según las cuales Alemania está empujando a los Estados Unidos a intervenir en México, con el propósito de comprometer a los Estados Unidos en una guerra prolongada y hacerlo así objeto del odio de toda América Latina. Mientras los Estados Unidos estuvieran metidos en esa trampa, Alemania trataría de presentarse como salvadora de los países latinoamericanos y de iniciar colonizaciones y anexiones en América Latina”.127
Hintze lo negó todo de inmediato. “Yo califiqué la noticia como el colmo del mal gusto, y dije que era innecesario desperdiciar tiempo o palabras acerca de ello. Ya que el señor Calero quería no obstante desahogarse un poco, y calificaba los susodichos informes de ‘ultramaquiavelismo’, me vi obligado a darle una lección de historia para demostrarle que los intereses de Alemania y México siempre habían sido congruentes o paralelos. Pienso que he logrado desmentir los informes.”128
Calero había atribuido a Alemania una política que fue practicada algunos años más tarde y que tuvo su máxima expresión en el telegrama de Zimmermann. ¿En qué medida correspondía esta acusación a la realidad?
Las observaciones ya citadas de Guillermo II y la actividad de von Bittenfeld indican que el kaiser y el Estado Mayor General no hubieran visto con disgusto una guerra norteamericano-japonesa en la que México hubiese estado involucrado. Fiel a una vieja táctica de la diplomacia alemana, consistente en renunciar a cosas que nunca se habían adquirido —piénsese en la posición de von Bittenfeld respecto al artículo de la Atlantic Monthly—, Alemania habría estado de acuerdo con una ocupación norteamericana de México en caso de una guerra norteamericano-japonesa, o incluso como una concesión a cambio del reconocimiento de esferas de influencia alemanas en América del Sur. Que la diplomacia alemana deseara una intervención norteamericana directa en México sin que existieran tales circunstancias y coyunturas, es otro asunto. Ello parece muy poco probable, pues toda la táctica de los años 1912 hasta 1914 estaba dirigida a evitar en la medida de lo posible una intervención norteamericana. Según Bernstorff, en ese caso los norteamericanos “hubieran logrado extraer la crema de la leche”.129
La creciente rivalidad anglo-alemana, que constituía el factor dominante de la política exterior de Alemania hubiera hecho muy improbable una intervención alemana unilateral en América del Sur, aun en caso de una guerra norteamericano-mexicana.
Los esfuerzos de la diplomacia alemana por aprovechar los acontecimientos en México en favor de sus objetivos más generales, no le hicieron olvidar los intereses inmediatos de los comerciantes e industriales alemanes en el comercio mexicano-alemán. La victoria de Madero, que según la convicción de los diplomáticos alemanes había sido alcanzada con la ayuda de las empresas norteamericanas, advirtió el peligro de un tratado de reciprocidad mexicano-norteamericano. Ya el 20 de marzo de 1911, De la Barra, por entonces embajador mexicano en los Estados Unidos, le dijo al embajador alemán, Bernstorff, que el gobierno norteamericano pugnaba por la conclusión de tal tratado.130 El tratado hubiera concedido tarifas aduanales preferenciales a las mercancías norteamericanas en México y a los productos mexicanos en los Estados Unidos.
Según el concepto legal alemán, tal tratado no hubiera dañado al comercio germano, dado que el tratado comercial mexicano-alemán del año de 1882 contenía una cláusula preferencial para ambas partes. Mientras que el Ministerio de Relaciones Exteriores alemán era de la opinión de que, en caso de un tratado recíproco mexicano-norteamericano, las mercancías alemanas deberían gozar de las mismas ventajas que las norteamericanas, el parecer norteamericano tenía por seguro que con la firma de dicho tratado, tal preferencia sería ilusoria y sólo las mercancías norteamericanas vendrían a gozar de las tarifas aduanales preferenciales.131
Era de esperarse, pues, que, en caso de firmarse un tratado de reciprocidad, los norteamericanos impondrían su parecer. Por este motivo, Alemania trataba de evitar la firma de tal tratado. Lo más indicado hubiese sido un proceder común de todos los Estados europeos interesados en el comercio mexicano, en contra de las intenciones norteamericanas. Sin embargo, esto demostró ser imposible, ya que la rivalidad de estos países entre sí era mayor que sus diferencias con los Estados Unidos. “Todos los países europeos viven en el temor de incurrir en un conflicto abierto con la política de los Estados Unidos”, declaró Hintze al excluir de antemano una acción europea conjunta en este asunto.132
En vista de esta situación, la diplomacia alemana decidió obrar por iniciativa propia. El lo. de junio de 1911, Hintze comisionó a Felix Sommerfeld. que era corresponsal de la Associated Press y al mismo tiempo íntimo confidente de los Madero, (más tarde director del servicio secreto de éstos en los Estados Unidos), y que por entonces vivía en México,133 para que sondeara los propósitos de los Madero respecto a un tratado mexicano-norteamericano.134 En una conversación con Sommerfeld, Francisco Madero se manifestó en contra de cualquier tratado recíproco, sobre todo porque el fisco mexicano no podía permitirse una reducción de los ingresos aduanales. Y su tío, el nuevo ministro de Hacienda, Ernesto Madero, comunicó a Sommerfeld en una carta oficial “que este gobierno ni tiene ni ha tenido jamás la intención de firmar ningún tratado de reciprocidad entre México y los Estados Unidos”.135
Al principio Hintze se tranquilizó con estas informaciones. Pero cuando el 29 de julio el diputado Burleson propuso en el Congreso mexicano la negociación de un tratado de reciprocidad mexicano-norteamericano, esto volvió a llenarlo de preocupación. Su intento por desatar en la prensa mexicana una campaña contra tal tratado fue totalmente inútil. “Hace algún tiempo había intentado publicar en los periódicos por medio de un intermediario, algunos artículos sobre las desventajas del tratado de reciprocidad. En vano. La prensa local publica aquello por lo que se le paga y nada más, o no publica nada.”136 Añadió que la prensa estaba principalmente financiada por los norteamericanos, y propuso al Ministerio de Relaciones Exteriores incitar a los círculos industriales y comerciales alemanes a crear los medios necesarios para influir por su parte en la prensa mexicana en la lucha contra el tratado de reciprocidad mexicano-norteamericano.
La Wilhelmstrasse, sin embargo, no mostró ninguna disposición a proceder abiertamente en contra de los Estados Unidos en México. El secretario de Estado del Ministerio de Relaciones Exteriores, von Kiderlen-Wächter escribió a Hintze: “La pauta general de nuestra conducta relativa a los acontecimientos en México consiste en defender enérgicamente los intereses alemanes, pero por lo demás, hacer todo lo posible por mantener un tono de moderación. Esto vale también por lo que respecta a las pretensiones norteamericanas de reciprocidad. Tenemos que utilizar lo más discretamente posible nuestros medios de lucha contra ellos. Sería muy poco recomendable llamar la atención, ya que el actual gobierno mexicano no está dispuesto a acceder a los deseos norteamericanos”. Por indicaciones de Kiderlen, todos los planes para la campaña de prensa contra el tratado de reciprocidad mexicano-norteamericano fueron abandonados.
La diplomacia alemana buscó entonces otros medios para impedir la firma de tal tratado. Cuando a finales de 1911 diversos bancos alemanes, entre ellos el grupo Bleichróder y el Deutsche Bank, negociaban con el gobierno mexicano la concesión de un préstamo, la comunidad diplomática alemana intervino de inmediato en el asunto. Bruchhausen propuso al Ministerio de Relaciones Exteriores que los bancos deberían aprovechar las negociaciones para hacer presión sobre el gobierno mexicano. Se le debía hacer saber a éste lo siguiente:
Los esfuerzos de los Estados Unidos, que vienen reiterándose desde hace un año, dirigidos a obtener un trato especial para las mercancías norteamericanas mediante un tratado de reciprocidad, comienzan a preocupar a amplios círculos en Alemania. Los propietarios alemanes de bonos estatales mexicanos temen que una reducción importante en los ingresos aduanales, como consecuencia necesaria de este tratado, comprometería la estabilidad de sus títulos sostenida actualmente por una garantía aduanal del 62%. Hay, pues, el peligro de que los valores mexicanos existentes sean lanzados al mercado, y que los nuevos ya no sean aceptados por los bancos […] Puesto que no creemos que México esté considerando una cancelación de sus tratados preferenciales, y en consecuencia una ruptura en todas sus relaciones económicas con Europa en favor de Norteamérica, estamos pidiendo una declaración oficial que pueda mitigar los temores sobre las consecuencias de un tratado de reciprocidad entre México y Norteamérica.
Bruchhausen era muy optimista respecto a los resultados de tal procedimiento.
Si bien no se puede predecir con absoluta seguridad que México va a acceder a nuestra exigencia de no firmar ningún tratado recíproco con Norteamérica mientras esté vigente el préstamo, sin embargo tal probabilidad es muy grande. México se encuentra actualmente en una situación difícil. El gobierno y la opinión pública están en contra de un tratado de reciprocidad. El ejemplo de Canadá, que rechazó la reciprocidad, está teniendo un efecto inmediato, al igual que las relaciones diplomáticas con Alemania. Por último, desde luego, existe nuestra petición de que los bonos sean garantizados, mediante el mantenimiento de las tarifas mexicanas exentas de cualesquiera limitaciones impuestas por la reciprocidad, puesto que son tales tarifas las que deben sostener el servicio de la deuda pública mexicana.138
Al mismo tiempo, en la respuesta positiva del gobierno de Madero, Bruchhausen vio también una garantía para el futuro, pues la respuesta podría ser interpretada como un compromiso obligatorio y ser presentada al gobierno mexicano —eventualmente por los medios diplomáticos—, en caso de que un gobierno posterior se inclinara a la reciprocidad.139 Bruchhausen esperaba, sobre todo por parte del Dresdner Bank, que “expresara con más energía el punto de vista de la industria alemana”.
La excitativa de Bruchhausen no fue desatendida por el Ministerio de Relaciones Exteriores. Éste se puso en contacto con Schwabach, director de la Bankhaus Bleichróder, y con Jüdell, director del Dresdner Bank y del Deutsch-Südamerikanische Bank, para determinar las gestiones correspondientes. Sin embargo, Schwabach rechazó decididamente el punto de vista del Ministerio de Relaciones Exteriores. Declaró que era “imposible dificultar las futuras negociaciones de crédito de los bancos alemanes con condiciones que no son de una naturaleza puramente financiera”.140
Jüdell se mostró un poco mejor dispuesto. Giró instrucciones a la filia! mexicana del Deutsch-Südamerikanische Bank, para ventilar extraoficialmente con el gobierno mexicano la cuestión del tratado recíproco, y a principios de 1912, el director de la filial en México informó: “Tuvimos oportunidad de discutir con la Secretaría de Hacienda sobre la posibilidad de que a los Estados Unidos de Norteamérica se conceda algún tipo de preferencias aduanales. Fundamos nuestra consulta en el hecho de que una cámara de comercio alemana había interrogado al respecto a una de nuestras sucursales en Alemania a causa de las noticias de los diarios. El ministro nos dijo, con la mayor claridad, que los Estados Unidos no habían presentado al gobierno mexicano ninguna proposición de esa naturaleza y que su gobierno de ningún modo acordaría preferencias aduanales de ningún tipo, dado que éstas sólo servirían para perjudicar la política aduanal de México”.141
Jüdell, sin embargo, no estaba dispuesto a hacer más gestiones y precisamente por las mismas razones que habían impedido hasta entonces a todos los bancos alemanes en México utilizar su influencia económica en favor de la industria alemana. Le hizo saber al experto del Ministerio de Relaciones Exteriores, von Kemnitz, que “si un banco alemán, como el Deutsch-Südamerikanische Bank hiciera depender la concesión de un crédito a México del no otorgamiento de tarifas aduanales preferenciales a los Estados Unidos, se vería en desventaja frente a la competencia extranjera que no pusiera tales condiciones”.142
Los proyectos de Bruchhausen resultaron ser completamente vanos cuando, a principios de 1912, como consecuencia de la debilidad creciente del gobierno maderista, fracasaron las negociaciones crediticias mexicano-alemanas, y el gobierno mexicano se vio obligado a aceptar el crédito del banco norteamericano Speyer143 Entonces los bancos alemanes ya no pudieron tener, aunque lo hubieran querido, ninguna posibilidad de influir sobre el gobierno mexicano.
Con el tiempo se vino a comprobar que las inquietudes alemanas eran muy exageradas. No existe ninguna prueba de que el gobierno norteamericano haya ejercido una fuerte presión sobre México en relación con la reciprocidad. La política norteamericana se orientaba más bien a proteger las inversiones norteamericanas en la producción de materias primas y en las compañías ferrocarrileras, que a promover las exportaciones a México. Además, el gobierno mexicano no estaba de ninguna manera interesado en un tratado de reciprocidad. En un país en el que las aduanas constituían la principal fuente de ingresos del gobierno, tal tratado hubiera significado una catástrofe, principalmente en una época de dificultades financieras, como era el caso durante 1911-12. México se hubiera beneficiado muy poco de una reducción tarifaria norteamericana para los productos mexicanos, dado que los exportadores más considerables eran las mismas empresas norteamericanas. Y lo que era más importante, tal tratado habría provocado fuertes tensiones entre el gobierno mexicano y los países europeos en un momento en que las relaciones mexicano-norteamericanas se deterioraban constantemente, y hubiera eliminado la posibilidad de que México encontrara en Europa un apoyo contra los Estados Unidos.
La revolución maderista parece haber despertado en la industria bélica alemana la esperanza de que por fin se realizaría el deseo, alimentado desde tiempo atrás, de adquirir influencia sobre el ejército mexicano y sobre el correspondiente suministro de armas. Cuando Madero entró en la capital después de su victoria sobre Díaz, el comerciante alemán Mardus, residente en la ciudad, le envió una solicitud para que introdujese el servicio militar obligatorio en México. Mardus manifestó que el ejército alemán era el mejor del mundo, e indicó que los instructores alemanes habían adiestrado los ejércitos del Brasil, de Chile y del Japón. De todas formas, según su opinión, no sería oportuno un convenio para enviar instructores alemanes a México, porque en este caso la Gran Bretaña soliviantaría a los Estados Unidos contra Alemania. “Dado que Alemania tiene que evitar una guerra con los Estados Unidos mientras el bulldog inglés esté echado frente a la puerta de Alemania bajo la forma de una gran flota, Alemania no debe provocar al poderoso yanqui que tan fácilmente habla de guerra.”144
Mardus le propuso a Madero que trajera instructores militares de Chile, cuyo ejército había sido instruido por alemanes. Al mismo tiempo, recomendó al gobierno mexicano enviar una comisión a Alemania bajo el pretexto “de estudiar allí el servicio militar obligatorio”. Pero en realidad, los miembros de esta comisión deberían entrar secretamente en el ejército alemán, para familiarizarse con su organización.
No se sabe si esta solicitud se hizo con el conocimiento y la aprobación del Ministerio alemán de Relaciones Exteriores. De todas formas, coincidía con los propósitos generales tanto de la industria de guerra como de la política gubernamental alemanas en esta materia, como se había manifestado en una época más temprana en los sondeos sobre el servicio militar obligatorio en México, en los años de 1906-08. La realización del plan de Mardus hubiera proporcionado a la industria de guerra alemana la participación principal en el suministro de armas a México, dado que Chile no tenía ninguna industria bélica propia y el ejército chileno recibía su armamento de Alemania. Con ello, los competidores más peligrosos de la Alemania Imperial hubieran sido mantenidos a distancia del ejército mexicano, mientras que al mismo tiempo el gobierno alemán habría evitado un indeseable conflicto con los Estados Unidos. Tal “rodeo” ya había sido efectuado algunos años antes en otros países latinoamericanos. Así, en 1905, Chile había enviado consejeros militares a Colombia, Venezuela, Paraguay y El Salvador, mientras que otros países, como Ecuador y Nicaragua, habían enviado a formar sus oficiales a Chile. La industria de guerra alemana nunca había dejado de sacar provecho de estos arreglos.
La proposición de Mardus parece haber interesado a Madero y haber correspondido en parte a sus planes. El 13 de septiembre de 1912, el ministro alemán en Santiago de Chile informó que el agregado militar mexicano tenía la misión de recoger datos en Chile acerca de “cómo puede adoptarse el sistema militar alemán en una nación latinoamericana”.145 Sin embargo, el derrocamiento de Madero a principios de 1913 no permitió que estos planes tomaran formas concretas. El intento de comprar fusiles en Alemania en 1911, terminó en un fracaso. Al general Luna, que había sido enviado a Alemania, sólo le fueron ofrecidas armas anticuadas a precios demasiado elevados, y además a tan largo plazo de entrega, que se vio obligado a comprar las armas en otra parte.146 A pesar de estos fracasos, el gobierno mexicano parece haber estado todavía interesado en orientarse hacia la industria de guerra alemana. Después de que Krupp y Vulkan habían hecho propuestas al gobierno mexicano sobre el suministro de dos cañoneros, Hintze informó: “Por lo que se refiere a la influencia personal, por el momento sus perspectivas son buenas”.147
Sin embargo, antes de que pudieran hacerse los pedidos en Alemania tuvo lugar la caída de Madero, lo cual interrumpió estos esfuerzos.
El Deutsch-Südamerikanische Bank había intentado utilizar sus vínculos con los Madero para implantarse firmemente en México. Con tal propósito, recurrió a diversas tácticas. Primero trató de penetrar en el sistema bancario e hipotecario mexicano. Hintze, quien informó acerca de la colaboración del banco con los Madero durante la revolución, informó: “Con ello se impuso a los Madero cierto compromiso, que es reconocido por éstos, sobre todo por el actual ministro de Hacienda, Ernesto Madero. Así, que, el nuevo gobierno da preferencia para sus negocios al Deutsch-Süda-mericanische Bank, e incluso en casos que no son de la competencia del gobierno le pide consejo. Sobre esta base ha surgido el nuevo Banco Hipotecario de México en Bruselas, del cual últimamente hizo mención De la Barra como prueba de la confianza del extranjero en la reconstrucción de México y en la inagotabilidad de sus recursos. El Banco es una creación de los agentes del Deutsch-Südamerikanische Bank, de la familia De Barry en Bruselas y Amberes y de un banco suizo”.148
En estas actividades, el banco había tendido a reducir sus riesgos al mínimo. El cónsul alemán en Amberes escribía: “Las posibilidades de un banco recién fundado son consideradas ya con reserva en los círculos bancarios”.149 Por ello, de un total de 20 000 acciones, solamente participó en la nueva empresa con 2 500.
A pesar de la limitada participación del Deutsch-Südamerikanische Bank, la influencia de éste sobre los Madero era tan importante, que se le concedieron privilegios especiales al nuevo banco. Éste permaneció en Bruselas, informaba Hintze, “y no estableció ninguna filial en México. Todos sus negocios son atendidos aquí por el Deutsch-Südamerikanische Bank. E1 propósito del banco es el de negociar hipotecas sobre bienes raíces”.150 Con ello el Deutsche-Südamerikanische Bank corría un riesgo relativamente pequeño y podía anotarse una doble ganancia: su participación en el nuevo banco y su mediación exclusiva en todas las operaciones de éste.
Durante este periodo el Deutsch-Südamerikanische Bank había tratado de abrirse paso en el mercado de bonos mexicanos: a finales de 1911 inició tratos con el gobierno mexicano para participar en una nueva emisión que debía lanzarse en 1912. También se había interesado en establecer nuevas empresas industriales en colaboración con los Madero. Hintze informaba: “Los ingenieros Briede y Bach, que están en contacto con el Deutsch-Südamerikanische Bank en esta plaza, me pidieron hoy mi opinión sobre una empresa industrial proyectada en la República. Se trata de un proyecto que se propone suministrar energía eléctrica a las crecientes ciudades industriales de Monterrey y Saltillo, utilizando para ello las minas de carbón que se encuentran en el estado de Nuevo León y que pertenecen a la familia Madero”.151
Ninguno de estos planes llegó a realizarse debido a las tensiones dentro de México mismo y del gobierno de Madero con los Estados Unidos.
Después de haber concedido préstamos por un total de 2 763 000 francos, el banco cesó sus actividades “a consecuencia de la agitación en México” y las trasladó a la Argentina.152 El proyecto de empréstito también fracasó. A causa de los conflictos mexicano-norteamericanos y de la escasa confianza en la solidez del gobierno maderista, los bancos europeos retiraron a principios de 1912 sus derechos de opción sobre una emisión de bonos mexicanos por un total de 11 000 000 de libras esterlinas.153 No se sabe en qué paró el proyecto industrial común de los Madero con el Deutsch-Südamerikanische Bank. Dado que no existen otras informaciones al respecto, y que el Deutsch-Südamerikanische Bank abandonó la mayoría de sus planes concernientes a México, lo más probable es que este proyecto también se haya quedado sin realizar.
Durante la primera fase de la revolución mexicana, todos estos objetivos de la diplomacia alemana en México estuvieron subordinados al deseo de evitar un conflicto con los Estados Unidos, como fue el caso durante todo el periodo anterior a 1910. Por esta razón, la prensa semioficialista alemana reconocía la validez de la Doctrina Monroe.
Después de la movilización de las tropas norteamericanas cerca de la frontera mexicana, una parte de la prensa norteamericana había declarado que esta medida estaba dirigida primordialmente contra Alemania. Se citaba una información de la Associated Press, según la cual Alemania tomaría medidas aun no especificadas en caso de que sus intereses en México se vieran en peligro. El Washington Herald escribió el 10 de marzo de 1911: “Se envían tropas a la frontera [mexicana] tras de que Alemania amenaza actuar”. Para adelantarse a Alemania, los Estados Unidos habrían tenido que concentrar tropas en la frontera mexicana. El periódico decía que Alemania “había hecho pedazos la Doctrina Monroe y la había lanzado al aire”. El Washington Post fue aún más lejos. Escribió también el 10 de marzo: “La negativa implícita a poner a los súbditos e intereses alemanes en México bajo nuestra protección, está en contradicción con el espíritu de la Doctrina Monroe. La clara conclusión de que Alemania no dudaría en invadir a México es motivo de seria preocupación, si tal operación cae dentro del margen de la probabilidad. Una acción directa de esta naturaleza sería un casus belli”. Esta información se proponía obviamente presentar la movilización de tropas norteamericanas a lo largo de la frontera mexicana, no como una medida para proteger primordialmente los intereses norteamericanos, sino también los de América Latina.
Muy poco tiempo después, a principios de abril, apareció una réplica en el oficioso Kólnische Zeitung, que fue divulgada por Bernstorff en la prensa norteamericana.154 El periódico afirmaba que la actitud alemana ante los acontecimientos mexicanos había sido totalmente tergiversada “por nuestros amigos en la prensa amarillista inglesa” para desacreditar a Alemania. Las tropas norteamericanas jamás se hallarían en la situación de tener que defender la Doctrina Monroe contra Alemania. “Si se presentaran disturbios en las ciudades portuarias mexicanas, en los que las autoridades locales no pudieran proteger suficientemente a los ciudadanos alemanes, Alemania tendría que considerar su recurso a un derecho claro y también reconocido siempre y sin reservas por los Estados Unidos, y enviar allí buques de guerra. Pero del ejercicio de este derecho indiscutible, a la intromisión en los asuntos internos de México, existe un largo trecho, cuyo recorrido ninguna persona sensata recomendaría en Alemania. Aun cuando los disturbios actuales condujeran a una revolución total en México, aun cuando México pidiera a los Estados Unidos la anexión, o aunque los norteamericanos procedieran a esta anexión contra la voluntad de los mexicanos, seguramente Alemania no sería el Don Quijote que desenvainara su espada. Es asunto de los países americanos de qué manera se tratan entre sí, y si ni siquiera en Europa nos sentimos inclinados a hacer de pacificadores, menos aún querríamos hacerlo en América. Para nosotros, la Doctrina Monroe no representa ningún peligro; y ya sea que se la deje dormir en los archivos o se la saque de vez en cuando para desempolvarla, para nosotros no tiene ninguna importancia”.155
A Hintze, el nuevo ministro alemán en México, se le comunicó que “Alemania solamente tenía intereses económicos en México”. Hintze comentaba: “Si entiendo bien estas indicaciones, ello quiere decir que Alemania se mantiene a la expectativa en cuanto a la orientación política de México”.156 En consecuencia, no mostró ningún interés cuando el presidente De la Barra le hizo saber que “la política exterior de México buscaría el acercamiento con Europa, y sobre todo con Alemania”.157
Esta declaración del presidente provisional había sido hecha probablemente con toda seriedad. Ni De la Barra ni Madero después de él podían permitirse una sujeción total respecto a los Estados Unidos. Apoyarse en la Gran Bretaña o en Francia, como lo había hecho Díaz, era igualmente imposible, dado que los intereses de estas dos potencias estaban estrechamente ligados con los de los “científicos”. Solamente Alemania y en cierta medida el Japón podían ser tomados en cuenta como una base de apoyo contra los Estados Unidos. En el aspecto económico, las empresas alemanas estaban perfectamente dispuestas a aprovechar esta actitud del gobierno mexicano. Políticamente, sin embargo, Alemania no estaba dispuesta a luchar contra los Estados Unidos en México. Por ello, Hintze propuso que se le diera a entender claramente a De la Barra que Alemania sólo tenía intereses económicos en México, “para evitar cualquier peligro suscitado por el silencio o la ambigüedad”.158
A diferencia del gobierno y las empresas norteamericanas, el gobierno, la industria pesada y los bancos alemanes tenían motivos suficientes para sentirse satisfechos con la política exterior del gobierno de Madero. Éste no se había subordinado a los Estados Unidos y no había firmado ningún tratado de reciprocidad con el gobierno norteamericano; había concedido privilegios especiales al Deutsch-Südamerikanische Bank y había roto el monopolio francés en el suministro de equipos para el ejército mexicano. Además de todo esto, en 1911 y 1912 el comercio mexicano-alemán había alcanzado un cierto climax.159 Ello no obstante, desde 1912 la diplomacia alemana comenzó a asumir una actitud cada vez más hostil respecto a Madero. Esta actitud no era resultado de la política exterior de Madero, sino de su política interior.
Cuando Madero tomó posesión de la presidencia el 6 de noviembre de 1911, Hintze estaba convencido de que su política interior seguiría sustancialmente la línea de Porfirio Díaz en cuanto a la represión de todo movimiento popular. Hintze consideraba a los revolucionarios como hombres “para los cuales la libertad significa impunidad y la justicia la propiedad del prójimo”. En su opinión, Madero debía entender antes que nada “que el nuevo régimen tiene que cuidarse más de sus partidarios que de sus enemigos, suponiendo que quiera ser un verdadero gobierno”. Hintze consideraba que el nuevo régimen tenía dos opciones ante sí:
1. Madero podía adaptar sus propios principios a la realidad y gobernar como todos sus antecesores, sobre la base de tratar de lograr sólo lo que fuera posible durante un periodo adecuado a las circunstancias latinoamericanas (su mandato expiraba el lo. de diciembre de 1916), o bien
2. podía aferrarse a sus proyectos de hacer feliz al pueblo, introduciendo con ello la anarquía.
“Parece probable”, concluía Hintze con optimismo, “que Madero se incline a un compromiso; yo me he informado en los círculos de más alta jerarquía que sus propósitos se encaminan en esa dirección”.160
Madero no introdujo ningún cambio fundamental en la estructura social de México, pero las libertades democráticas que permitió eran ya excesivas para la diplomacia alemana. Hintze expresó esto claramente en un informe que rezumaba chovinismo. “El error cardinal [de Madero] está en su creencia de que puede gobernar al pueblo mexicano como se gobernaría a una de las naciones germánicas más adelantadas. Este pueblo rudo, compuesto de semisalvajes sin religión, con su escaso estrato superior de mestizos superficialmente civilizados, no puede vivir bajo otro régimen que no sea un despotismo ilustrado.”161 Y el kaiser Guillermo anotó al margen: “¡Correcto!”
Esta actitud condujo a la diplomacia alemana a apoyar los ataques norteamericanos contra el gobierno maderista. El embajador norteamericano Henry Lane Wilson había armado a los norteamericanos residentes en México162 a fin de crear una actitud histérica en los Estados Unidos que desembocaría finalmente en una intervención. Hintze siguió su ejemplo y organizó a la colonia alemana en un “Deutscher Korps”, por lo que su colega austriaco, quien era todo menos simpatizante de Madero, lo calificó de “alarmista”.163 Wilson había instado a los norteamericanos radicados en México a abandonar el país,164 y pidió a Hintze que tomara medidas similares. Hintze no fue tan lejos, pero amenazó al gobierno mexicano con una acción parecida. Finalmente, el gobierno alemán siguió el ejemplo norteamericano y en octubre de 1912 envió a México un barco de guerra, el Victoria Luise.165
Para el gobierno alemán y para las empresas alemanas, una colaboración con el gobierno norteamericano no carecía de riesgos. Ello podía no solamente llevar a México a dudar de su política progermánica, sino también desacreditar al gobierno alemán en Latinoamérica, e incluso contribuir al advenimiento de una intervención norteamericana en México. Por ello el apoyo alemán a las actividades norteamericanas en México fue severamente limitado. Hintze recibió la consigna de proceder con cautela, pues “una ya de por sí indeseable identificación de nuestros intereses en México con los norteamericanos, vendría a influir muy desfavorablemente, dada la situación actual y la susceptibilidad de quienes ocupan allí el poder, en el ánimo de estos últimos. Por ello, conserve por favor una total libertad de acción ante la opinión pública y evite todo lo que pudiera ser interpretado como influencia del embajador norteamericano quien obviamente está actuando pro domo sua”.166
A los diplomáticos alemanes se les presentó claramente el peligro de una colaboración con el gobierno norteamericano, cuando el 31 de marzo de 1912 el embajador Wilson instó tanto al ministro británico Stronge como a Hintze, a que pidieran telegráficamente a sus respectivos gobiernos el envío de tropas a México. Hintze y Stronge se reunieron inmediatamente y estuvieron de acuerdo en que se trataba de una hábil maniobra norteamericana. “La entrada de tropas internacionales en la ciudad de México agitaría a la población de los Estados Unidos, y gracias a esta disposición, le permitiría al gobierno llevar a cabo la intervención, es decir, hacer la guerra a México.”167
El ministro británico también se opuso decididamente a la solicitud de Wilson. Le dijo a Wintze: “Inglaterra fundamentalmente va de la mano con los Estados Unidos por todo el mundo y por lo general le va bien en ello; con todo, aquí se trata de un caso en que sólo estaríamos convirtiéndonos en un instrumento de los intereses norteamericanos y poniendo en peligro vidas y propiedades inglesas”.168
Tanto la diplomacia británica como la alemana tenían interés en evitar a cualquier precio una intervención norteamericana en México. Hintze escribió:
El ministro inglés me ha dicho confidencialmente que le ha hecho saber el representante norteamericano con toda claridad lo siguiente: Inglaterra tiene en México importantes intereses y ha hecho cuantiosas inversiones en minas, ferrocarriles, pozos petroleros, etcétera, además de importantes intereses comerciales. Estas propiedades y este comercio le impiden a Inglaterra ver con indiferencia una intervención de los Estados Unidos. Inglaterra hará todo lo que esté a su alcance para evitar tal intervención.169
Si bien Hintze compartía esta posición, se expresaba sin embargo con un poco más de reserva. “Si los Estados Unidos sencillamente tienen que asumir aquí una abierta hegemonía, expresada en las formas acostumbradas, lo más conveniente para nuestros intereses, según mi más humilde opinión, consiste en posponer este momento y no hacer nada que lo propicie, sin colocarnos, por otra parte, en una oposición abierta a los Estados Unidos o a su representante aquí […]”170
El objetivo que perseguía la diplomacia alemana no era el desembarco de tropas extranjeras, lo que hubiera ocasionado inevitablemente una ocupación norteamericana de México, sino un golpe militar que instaurara una dictadura en el país. Después del fracaso de la tentativa golpista de Félix Díaz, por quien Hintze no sentía ningún respeto, éste observó con pesar que “aún no aparece el hombre indicado”, pero añadió que “los pequeños conspiradores, gentes a las que en otras partes sólo se les tendría por bribones —los De la Barra, los Flores Magón, etcétera— no tienen valor moral ni físico para levantarse en armas. Una vez más, para una revolución que pueda tener probabilidades de éxito, sólo queda el ejército, pero naturalmente bajo el mando de un jefe de mayor calibre que el teatral Félix Díaz”.171
Hintze había empezado a mencionar ya a un hombre que, según su opinión, era un candidato adecuado para el puesto de dictador militar. Éste no era otro que el veterano general porfirista Victoriano Huerta, quien seguía en servicio activo en el ejército federal, y quien para muchos según Hintze, era el “hombre fuerte” que además se tenía por tal, según sus propias expresiones.172 Las esperanzas que Hintze tenía puestas en Huerta determinaron el comportamiento del diplomático alemán durante los acontecimientos de febrero de 1913 que culminaron en la caída de Madero y en la toma del poder de Huerta.