«Cualquiera conoce lo socorrido que se vuelve cambiar de sitio los muebles. Se cambian porque llega un nuevo objeto a la parentela o porque no puede traerse un nuevo objeto. Para recibir a tanta gente como quepa en una fiesta o porque no llega nadie.
Quien lo haya hecho a menudo conoce que esos cambios consisten principalmente en un giro de las cosas: las paredes de la habitación permanecen fijas y lo que contienen adentro rota. Los muebles, los objetos y quien vive entre ellos, tienen sobre las cuatro paredes la ventaja de un día.
La ilusión termina al final de ese plazo. Después las cosas vuelven a lucir como antes, acopladas a la habitación.
Resulta muy difícil desarticular el orden que hemos dado a los muebles. Ellos no parecen dispuestos a permitir que las antiguas relaciones se rompan. Se aferran entre sí de modo que nadie pueda apartarlos. El librero se agarra a la silla, la cama al espejo.
Cuando nos proponemos hacer cambios en una habitación lo que seguramente conseguimos es un cambio en la cardinalidad de las mismas relaciones de siempre. Entre los objetos y las paredes existe la misma relación que entre la aguja y el disco de una brújula.
El verdadero cambio consistiría en un cambio en las paredes. O en dejarlo todo e irse de la habitación.»59
ANTONIO JOSÉ PONTE (Matanzas, Cuba, 1964,
actualmente en España), «Una tirada del libro
de los cambios»