«El problema para el cartógrafo no es lo verdadero-falso ni lo teórico-empírico, sino lo vital-destructivo, activo-reactivo. Lo que quiere es participar, embarcarse en la constitución de territorios existenciales, constitución de realidad. Implícitamente, es obvio que, al menos en sus momentos más felices, el cartógrafo no le teme al movimiento. Deja que su cuerpo vibre con todas las frecuencias posibles y se dedica a inventar posiciones a partir de las cuales esas vibraciones encuentren sonidos, canales de pasaje, vías de existencialización. Acepta la vida y se entrega. Con su cuerpo y con su lengua.
Restaría saber cuáles son sus procedimientos. Ahora bien, tampoco importan demasiado los procedimientos, porque el cartógrafo sabe que debe “inventarlos” en función de lo que pide el contexto en el que se encuentra. Es por eso que no sigue ningún tipo de protocolo normalizado.
Lo que define el perfil del cartógrafo, por lo tanto, es exclusivamente el tipo de sensibilidad que se propone hacer prevalecer, en la medida de lo posible, en su trabajo. Quiere colocarse, siempre que sea posible, en la adyacencia de las mutaciones cartográficas, una posición que le permite acoger el carácter finito e ilimitado del proceso de producción de la realidad del deseo. Para que sea posible, utiliza un “compuesto híbrido” en el que participa el ojo, sin duda, pero también, y simultáneamente, su cuerpo vibrátil, porque lo que se quiere aprehender es el movimiento que surge de la tensión fecunda entre flujo y representación: flujo de intensidades que escapan a la organización de territorios, desorientan sus cartografías, desestabilizan sus representaciones y, a la vez, representaciones que detienen el flujo, canalizan intensidades, y les dan sentido. Porque el cartógrafo sabe que no hay manera: ese desafío permanente es el motor mismo de la creación de sentido.»18
SUELY ROLNIK, Cartografía sentimental