Me llamo Calley Dakin.
Me bautizaron con el nombre de Calliope Carroll Dakin. Cada vez que preguntaba a mamá por qué me habían puesto de nombre Calliope, me soltaba una mentira diferente, que iba de lo insustancial a lo sádico: Calliope era el nombre de su mejor amiga del instituto, que al final la había traicionado; o el nombre de una muñeca que tuvo de pequeña y que siempre había desprendido un olor raro, o el del riachuelo apartado donde una serpiente de agua mordió a un niño travieso, en cuyo cadáver, una vez recuperado, encontraron metida a la serpiente.
Descubrí por mis propios medios que un calíope es un órgano de vapor del siglo XIX relacionado con los circos, y que Calíope es la musa griega de la poesía épica. En cuanto tuve ocasión, informé a mamá del resultado de mis pesquisas.
—No tenía ni idea —me respondió ella con un sarcasmo carente de inflexión—. Si llego a sospecharlo…
Desde que era muy niña, papá aprovechó cualquier ocasión para llevarme al circo; lo hizo tan a menudo como se presentaba uno a una distancia razonable de casa, así que pude familiarizarme con la tesitura del calíope. Nadie diría que se trata de un instrumento delicado, pero admiraba lo ruidoso que era. Mamá nunca nos acompañó. Alegaba ser alérgica a las chirigotas. Pasaron años hasta que me convencí de que la chirigota no era un tipo de planta como la ambrosía, que produce estornudos.
De soltera, mamá se llamaba Roberta Ann Carroll. Los Carroll eran una familia muy antigua de Alabama, de clase alta, tan alta como pueda serlo uno sin desempeñar el cargo de gobernador y sin ser tan rico que la gente de otros estados haya oído hablar de ti. Mamá no sólo no dejaba de recordarme que yo era una Carroll, sino también que no estaba a la altura de los Carroll.
Y todo porque Dakin era el apellido de mi padre.
Los Dakin no eran de clase alta, sino todo lo contrario. Eran de clase tan baja que para estar más abajo uno sólo podía ser negro. Mamá decía que los Dakin nunca habían sido nadie. No tenían categoría. Sin historia ni posición social, hubiera dado lo mismo que provinieran de la cara oculta de la luna.
Las únicas cosas que tenían eran un montón de críos y esa forma de hablar de la gente rústica. No había niñas Dakin, sino generación tras generación de mamas Dakin, papas Dakin y cuatro, cinco, seis o, en el caso del padre y la madre de papá, siete pequeños Dakin.
Entonces ¿por qué se había casado Roberta Carroll con Joe Cane Dakin?
Porque, al contrario que el resto de los Dakin de Alabama, papá era rico.
Aunque se llamaba Joe, mamá lo llamaba Joseph. Nunca dejó de insistir en que era típico de la ignorancia de los Dakin ponerle a un hijo un mote por nombre en la partida de nacimiento. Los hermanos de papá se llamaban Jimmy Cane Dakin, Timmy Cane Dakin, Tommy Cane Dakin, Lonny Cane Dakin, Dickie Cane Dakin y Billy Cane Dakin. Mamá aseguraba que el apellido de la madre, Cane (caña), obedecía al hecho de que todos ellos habían nacido en un cañaveral.
Papá me contó que aquélla fue la lección que su madre les impartió a todos ellos, para que jamás olvidaran la falta cometida por Caín para con la raza humana. El desliz ortográfico, la confusión entre Cane y Caín, no tenía importancia. La ortografía es una ciencia que jamás ha alcanzado a quienes apenas saben leer y escribir, como la madre de papá, o como su padre, que era analfabeto. La verdad es que ahora empieza a parecerme una pose. He visto la firma del padre de papá en los documentos del condado, firmados por Cyrus, Cyris, Syris e, incluso, por Sires Dakin. El Dakin lo tenía grabado a fuego; era su nombre de pila lo que parecía costarle horrores cada vez que tenía que escribirlo. La madre de papá estampó su firma en la Biblia familiar con letra caligráfica: Burmah Moses. La madre de papá era huérfana, y había sido criada en un orfanato dirigido por las Hijas del Faraón. Se trataba de una ramificación peculiar, ya desaparecida, de la Estrella de Oriente, pero mientras existieron enviaron al mundo a todas las huérfanas que habían cuidado con el apellido de Moses (Moisés). Sin duda, tanto su alma huérfana como los zapatones que le regalaron al salir del orfanato no pudieron dejar de tropezar con la piedra del entusiasmo religioso.
No conocí a Cyrus ni a Burmah Moses Dakin, ni al hermano de papá, Tommy Cane Dakin, que murió de tosferina a los cuatro años, ni a su otro hermano fallecido, Timmy Cane Dakin, que murió con veintitantos tras recibir la coz de una mula en la cabeza, no antes de haber disfrutado del tiempo necesario para dejar a una viuda y cuatro hijos, el mayor de siete años.
Papá era el más joven. Empezó con los bolsillos vacíos y con la peor educación que en aquellos tiempos podía proporcionarle el estado de Alabama a un muchacho. Papá tenía habilidad para reparar coches. Desde la adolescencia, tenía seis o siete FordT de desguace, cuando no algún que otro tractor de balas de heno en el patio techado de su madre viuda. Recogía piezas de chatarrerías y reutilizaba restos abandonados. En la Alabama rural, nadie tenía billetes ni monedas en plena Depresión, así que los propietarios de los armatostes que devolvía a la carretera a menudo le compensaban en especias en lugar de hacerlo con dinero: un pollo, un saco de batatas, un jamón, un haz de leña. Los cuartos de dólar, así como las monedas de cincuenta centavos, le llegaron lentos y sudorosos a las manos, y una vez allí, no los dejó escapar con facilidad.
Un vendedor de automóviles de Montgomery, el señor Horace H. Fancy, oyó hablar de él y le ofreció un puesto de mecánico. Debido a que Burmah Moses Dakin se había retirado a Glory, nada retenía allí a papá. El señor Fancy descubrió que papá era algo más que un mecánico dotado. Joe Cane Dakin también era un gran vendedor, tan honesto como ardiente pueda ser un mediodía de agosto. Caía bien a la gente. Se despedían de él con la sensación de que por una vez nadie los estaba timando. El señor Fancy comprendió que había encontrado al hombre que había estado buscando, aquél que habría de sucederle en el negocio cuando él se retirara. El señor Fancy enseñó a papá todo lo relacionado con el negocio del automóvil.
Y no sólo el negocio. El señor Fancy se ocupó de que papá se procurase el carné de la biblioteca y se educara un poco. La mujer del señor Fancy había fallecido, pero tenía una hermana viuda, la señora Lulu Taylor, que cuidaba de la casa, y fue ella quien se encargó de enseñar a papá algo de modales, dicción y todo lo que era necesario para hacerse pasar por un caballero rural. A mamá le gustaba tomar el pelo a papá, diciéndole que la señora Lulu debió de portarse con él con mucha dulzura, pero papá respondía que sólo era una maestra de escuela retirada que echaba de menos la enseñanza.
En pocos años, papá compró el negocio al señor Fancy y lo convirtió en la mayor franquicia de Ford en toda Alabama. Tuvo tanto éxito que el propio Henry Ford II llamó personalmente un día desde Detroit, para pedirle a papá que abriera una franquicia en Birmingham, porque al parecer nadie allí sabía cómo vender bien los vehículos Ford. De modo que papá fue a Birmingham y lo hizo. Para cuando hubo cumplido los treinta y dos años, una década antes de casarse con mamá, papá era el dueño de tres franquicias, una en Birmingham, otra en Montgomery y, la última, en Mobile, y su fortuna se valoraba en tres millones y pico de dólares.
En el verano de 1939 se declaró un brote leve de polio, y papá se quedó cojo y con uno de los brazos tonto. No tuvo más remedio que librar la guerra en casa. Cuando la guardia nacional se federalizó, Alabama se procuró una guardia estatal a modo de sustituía. Allí se enroló papá, junto a los ancianos y los críos y los cojos que el ejército no aceptaba en sus filas. Su labor consistía en proteger Alabama en caso de que se produjera una invasión por parte de un enemigo que se mostraba lo bastante temerario para hundir los mercantes que surcaban las aguas del Golfo de México. Papá formaba parte de la junta de defensa estatal que coordinaba todas las actividades relativas a la defensa civil. También hizo sus guardias, como cualquiera. Al terminar la guerra, cuando las fábricas recuperaron el ritmo de elaboración de productos de consumo doméstico, papá volvió a hacer dinero a espuertas.
Papá y mamá se conocieron justo después de la guerra, en la farmacia de Boyer, en la ciudad natal de mamá, Tallassee, que no está lejos de Montgomery. Papá compraba un paquete de chicle Wrigley, más que nada por educación, mientras se aseguraba de que el señor Boyer tomaba la decisión de cambiarse el antiguo Ford por un modelo nuevo. Mamá entró en la farmacia para comprar un lápiz de labios que no necesitaba. Mamá sabía quién era papá. Él no la conocía, pero no transcurrieron ni diez minutos antes de que le convenciera de que aquella sombra de labios era la apropiada para ella. Ella siempre lo contaba como si nada más destapar aquel lápiz de labios nuevo, él no hubiera tenido la menor oportunidad de escapar a sus encantos.
A medida que fue levantando el negocio, papá contrató a sus hermanos para que trabajaran con él.
El tío Jimmy Cane Dakin trabajaba para papá en Birmingham; los tíos Lonny Cane y Dickie Cane trabajaban para papá en Mobile, y el tío Billy Cane y su esposa, la tía Jude, trabajaban para papá en Montgomery.
Mamá se negó a relacionarse demasiado con esa parte de la familia. Él toleraba el hecho de que ella ignorase a los Dakin, pero se las arregló para que yo sí los tratara. Puede que hiciera lo mismo con Ford, mi hermano, pero la verdad es que había dejado de hacerlo para cuando yo lo acompañaba.
Billy Cane era mi preferido, sobre todo porque el tío Billy y la tía Jude me mimaban mucho. Como solía sucederles a los Dakin, sólo habían tenido varones: dos muchachos. Todas las hermanas de tía Jude habían tenido niñas, de modo que echaba de menos haber tenido una propia. También era especial para ellos porque era la primera hija Dakin que eran capaces de recordar. Soy consciente de que no les molestaba la perspectiva de exasperar tanto a mi madre como a la madre de ésta, a quien nos enseñaron a llamar Mamadee a Ford y a mí. Dudo que a mis parientes Dakin les importase mucho que unos cuantos Carroll se removieran en sus tumbas.
Ahora, cuando lo veo en foto, papá me parece desconocido, alguien a quien no reconozco, no por el hecho de no saber quién es, sino porque, al buscarlo en ellas, he llegado a observar esas fotografías con mucha atención. Ni alto ni bajo, ni flaco ni gordo, tenía el pelo rubio y ralo, aplastado sobre la cabeza, peinado hacia atrás con Brylcreem; y sus ojos claros, enmarcados en un rostro de tez morena y mandíbula prominente, me observan a su vez desde la imagen. Tenía la nariz larga, aguileña, torcida como si se la hubiera roto. Probablemente así había sucedido, aunque nunca llegó a contarme cómo. Tenía las orejas grandes, y le estrechaban la cara como si se tratara de un único volumen sostenido por unos sujetalibros demasiado grandes. Recuerdo que llevaba puestos tanto los tirantes como el cinturón. Y es imposible olvidar su voz, pues la tenía de tenor, suavizada por el habla lenta y melosa de Alabama. Su canción favorita era You are my sunshine.[1] Era de los que dicen «me se» en lugar de «se me», y olvidaba alguna que otra preposición, lo que también nos sucedía a los demás, a pesar, por supuesto, de que no era eso lo que nos habían enseñado.
Igual que nunca llegó a contarme cómo se había roto la nariz, papá nunca tuvo ocasión de explicarme por qué se casó con mamá. Podría especular; podría decir que la amaba. Era una mujer joven y muy hermosa, y ella quería casarse con él. Entre la enfermedad, la guerra y eso de no poder enrolarse y luchar, puede que ansiara recuperar parte del vigor y la juventud perdidas. Puede que hubiera empezado a plantearse que la vida era algo más aparte de hacer dinero y amontonarlo. De no haber sido un Dakin, de haber nacido en el seno de una familia como los Carroll, hubiera tenido a una madre o a una hermana que le procurasen un enlace adecuado. No obstante, era un Dakin sin hermanas, y para cuando conoció a Roberta Ann Carroll, Burmah Moses Dakin llevaba tiempo muerta de pobreza y exceso de trabajo. De no haberse casado con mamá, yo no habría nacido, ni Ford tampoco, y en 1958 Joe Cane Dakin no habría sido asesinado en Nueva Orleans.