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8.10.2008
Último recuerdo consiente: de noche bajo el puente. ¡Desnudo!
(Amnesia, ¡¿memoria a largo plazo?!).
Ninguna notificación de desaparición. Sin pasaporte; ningún objeto personal de valor.
Carece de nombre Contacto conmigo: Libro sobre sueños, bazar.
¡Nombre! Dirección encontrada en el directorio telefónico. ¡Comprensión idiomática intacta!
Habla alemán e inglés (acento americano) con soltura. Además, buen conocimiento de francés y del español (¿segunda enseñanza?).
Calles, ambiente: ajeno.
Personas: ajenas.
Excepción: «Hay una chica».
Es más o menos de su edad. Encuentros casuales: varios. ¿Puede alguien conocer a alguien a quien no conoce?
Suena con una niña pequeña (unos 5 anos de edad).
En el sueño: una niñita y él en el agua. Aleta, tiburón. (¿Hermana pequeña? ¿Ahogada? ¿Shock?). Ningún sentimiento al despertar. Fuerte sensualidad y culpa: «No debo estar aquí».
La amnesia parce creíble. No hay lesiones visibles. Mirada intensa. Evasivo en cuanto a la muchacha con la que se ha visto. Al mismo tiempo, agitado cuando habla de ella. Ha mencionado una cadena que llevaba la muchacha. Le resulta conocida. Se negó a hablar al respecto. Desconfiado en extremo. Muy inteligente.
¡Generar confianza! ¡¡¡¡Lentamente!!!!
Las últimas frases fueron escritas con otro lápiz, e incluso la escritura era menos apresurada que antes. Probablemente Janne había escrito estos apuntes de la sesión.
Dejé el libro y estaba en el cierto. Lucian asistía al consultorio. Y, de hecho, había confiado en mi madre. Y la chica de su misma edad, a la que Lucian había encontrado, era… era yo.
¿Lo habría sabido Janne? ¿Ya desde ahora? Parece que no, ¿o sí?
Volví a tomar la agenda y releí las líneas por encima. Me quedé pensando en lo de la niña pequeña: mi madre supuso que se trataba de una hermana que se habría ahogado. ¿Dónde podría sido ese suceso el que desencadenara el shock que llevara a Lucian a la pérdida de la memoria? En caso de que así fuera, ¿tendría esa niña, su hermana pequeña… quizás algún parecido conmigo?
Me restregué las manos sudorosas en los jeans y volví a hojear. El 8 de octubre había sido el miércoles siguiente al bazar. También aquí yo sospeché bien: Lucian estuvo en nuestro puesto mientras yo me paseaba por la galería en busca de algo de beber para Janne y para mí. ¿Había descubierto el puesto antes o después de nuestro encuentro? No importaba cómo fuera, en todo caso encontró el libro de Janne sobre los sueños y mi madre se lo obsequió; era obvio que podía haber dado con la dirección del consultorio por el nombre de mi madre.
Era incomprensible que Lucian se hubiera sentado aquí. Era incomprensible que yo estuviera aquí sentada, leyendo.
Pasé la página.
11.10.2008
Continúan los encuentros con la muchacha de su misma edad. No tiene recuerdos de antes y después.
Por otro lado, los sueños sobre la niña pequeña se vuelven más intensos; ahora cada noche. La muchacha en la entrada de la casa. Sola, mochila escolar roja. Una margarita en la mano.
La muchacha ante el espejo. Muchos espejos. De nuevo solo. Primero alegre, luego temerosa «¿Dónde estoy? ¿Dónde están ustedes?».
La chica con un hombre (?) en la orilla de un río. Conversación sobre la gravedad (tierra, luna, liga invisible). ¿Se pertenecen la una y la otra aunque estén tan alejadas entre sí?
Digno de nota: sus sueños no tienen que ver con la chica.
Siempre está de observador. Cuando le hablo al respecto, su primera reacción es de desconcierto y luego de tristeza.
Antes y después se muestra muy desconfiado. Constantemente me observa: quiere saber qué escribo.
Excepción importante: esconde las manos.
Reacciona con pánico a la mención de la policía.
Al mencionar a la chica en la entrada de la casa se refería a mí. De mi mochila roja todavía no me acuerdo bien. Y no hay duda de que la margarita es mi mano era el regalo de León Schimrokta.
Los espejos: fue en la feria de Hamburgo, donde derrochamos lo que Janne había ganado con el billete de lotería instantánea. Habíamos entrado a la casa de los espejos, nos perdimos y, durante unos cortos minutos llenos de pánico, yo perdí a las otras dos.
¿De dónde podía Lucian saber esto? ¿Cómo podía soñarlo? ¿Y Janne? ¿Sabía en ese momento de qué chica se trataba?
La orilla del río, el hombre junto a mi… ¡era mi papá! Nuestra conversación, como yo la conservaba en mi memoria.
Mis dedos temblaban tanto que tuve que cerrar los puños antes de dar vuelta a la página.
16.10.2008
Tiene trabajo. Parece más abierto.
No ha vuelto a encontrarse con la chica.
Dos nuevos suenos.
De nuevo sin contacto directo:
1) Chica (edad normal), mono de papel maché, olla de color se cae (roja como la sangre).
2) Chica (pequeña), en la piscina a la intemperie.
Tiburón… colchón inflable… blanco… Sharky.
Fue en este momento cuando ella comprendió. Lo supe por su escritura, que se volvía más nerviosa con cada palabra. El temblor de la mano se reflejaba en cada letra: luego, en el nombre de Sharky, el lápiz se le deslizó. Un trazo más largo y en caída torcida, como si hubiera sido el lápiz y no Janne quien se desmayara. Cerré los ojos, apretándolos. Delante de mi frente bailaban puntos grises; me sentí mal, y eso no mejoró al volver a abrir los ojos.
«Está bien, Rebecca. ¡No pierdas los estribos!». Miré por la ventana y parpadeé ante la brillante luz del sol que caía directamente en el cuarto. Fui a la ventana, la abrí y aspiré el aire.
Sin contacto directo. Esta era la frase que me había tocado de manera más profunda. Me llegaba exactamente al lugar donde sentía ese vacío, la sensación de hueco en mi pecho.
Sin contacto directo.
Regresé a donde estaba, tomé la grabadora y oprimí la tecla de retroceso hasta que la cinta se detuvo, Luego empecé a escuchar.
Interferencias. Un carraspeo. Oí la voz de Janne.
Se escuchaba clara y dueña de sí; pero, conociéndola, advertí el estremecimiento interior.
—Lo que quisiera probar con usted hoy es algo como un viaje —decía mi madre—. Un viaje en sueños hacia el pasado. Quizá de esta manera logremos que usted haga contacto con la chica.
Pausa.
—Recuéstese. Busque una postura en la que se sienta cómodo. Así está bien. Ahora contaré lentamente del diez al uno. Simplemente déjese guiar por mis palabras. Déjese guiar por ellas. ¿Está listo?…
Ninguna respuesta.
—Diez —comenzó Janne. Su voz estaba ahora completamente tranquila, me llegaba casi como algo ajeno—. Sus ojos poco a poco se sentirán cansados… Nueve. Imagine que de sus párpados cuelgan pequeñas pesas que se vuelven pesadas, cada vez más y más pesadas, lentamente…
—Ocho. Sus ojos ahora están cerrados y se deja caer…
—Siete. Más profundo. Se deja caer lentamente, cada vez más y más hondo.
—Seis. Una onda de relajamiento recorre su cuerpo. La onda comienza por los pies.
—Cinco. Le sube por las pantorrillas, a los muslos. —Cuatro. Al vientre, y de ahí hasta el pecho.
—Tres, a sus brazos, a sus manos, A su rostro, a toda la cabeza…
—Dos. Ahora se siente cálido, tranquilo, relajado…
—Uno… —percibí cómo Janne respiraba hondo—. A partir de ahora usted está en una hipnosis profunda y sumamente agradable… ¿Cómo se siente?
Ninguna respuesta.
—Va a estar bien. Vamos a ir con lentitud —dice Janne en voz baja—. Usted regresa, muy atrás. A la primera vivencia que surja en su memoria.
¿Qué ve?
—Ahí. hay un edificio.
La voz de Lucian sonaba apagaba, muy lejana.
—¿Qué ve? —habló otra vez Janne; esta vez claramente más tensa.
—Banderas. Hay unas banderas blancas grandes. Con apellidos, nombres.
—¿Puedo leer los nombres?
—Josefine, Karlotta, Tom, Christiane, Susanne, León, Rebecca. Pausa, un ligero gemido.
—¿Qué más? —la voz de Janne temblaba—. ¿Qué más ve?
—Hay niños —oí cómo murmuraba Lucian—. Muchos niños. Padres. Ahí está la chica. Llevaba trenzas negras y un vestido azul con un pez estampado. Un pez de colores. Tiene una mochila en el brazo. Es roja… con puntos blancos. La chica mira a alguien hacia arriba. A un hombre. Tiene cabello negro, igual que la chica. Es el hombre del río. Lleva algo en la mano. Una cadena. Está sobre la palma de su mano. La cadena tiene un dije. Un. sol. El hombre lo voltea. En el reverso hay algo escrito.
—¿Qué? —la voz de Janne no era más que un susurro—. ¿Qué había en el dije?
—Yo… no lo sé. El hombre dice algo. Dice… Carpe diem… Seize the day. La niña arruga la frente, como diciendo: That sounds funny (suena gracioso). El hombre sonríe. Le acaricia el cabello a la chica. Dice: But it isn’t. It is wise. You will get the meaning some day. Now go. This is your day! Mommy and I will pick you up later[55].
Pausa.
Mi chica. Lucian había dicho mi chica. Me calaba más y más, aunque con todo eso ya estaba más allá de la excitación y más de la incredulidad.
Lucian continuó hablando.
—La chica se da vuelta y se va. Sus trenzas saltan. Yo corro tras ella. La alcanzo pero no puedo dirigirle la palabra.
Una larga pausa.
—Esto… esto estuvo bien —carraspeó Janne. Su voz parecía tensa hasta el desgarro—. Ahora trate de ir un poco más atrás.
Silencio, y poco después un murmullo.
—¿Qué ve?
—Nada. Está… —Lucian pareció titubear—. Está oscuro… y ahora… una luz. Un haz de luz. Es… una linterna. Estoy… en mi cama. La chica está muy cerca de mí. Tiene los cabellos desordenados. Va a tomar algo… un libro. Hay una barca… Hay palmeras. Hay un monstruo. La chica dice: Te leo algo. Sé leer…
—¿La chica habla… con usted? —dijo la voz de Janne.
—No lo sé. Sí. No. No lo sé. Tiene algo en el brazo… Una ovejita o… no… es un oso… Se abre la puerta. Alguien entra. No veo quién es… es una mujer.
Janne tose. Lucian se detiene.
Yo supe de qué libro estaba hablando: Donde viven los monstruos. Lucian no había encontrado el libro; había soñado con él. Y la mujer que entraba tenía que ser Janne, cuya voz en la cinta se volvió de golpe terriblemente agitada.
—Dejemos este lugar —le reprimió—. Vayamos todavía más atrás. ¿De acuerdo? —siento cómo suspira aliviada—. Así vamos bien. ¿Dónde está usted ahora? Dígame qué está viendo.
Esta vez la pausa fue muy larga. Y cuando Lucian continuó hablando, su voz era tan baja que tuve que pegar la oreja al aparato para entender.
—Un cuarto, pero no una sala. Una puerta giratoria. Metal… Hay voces. Y entonces, ahora.
—¿Qué? —la voz de Janne apenas se percibía—. ¿Qué ocurre ahora?
—No quiero seguir adelante —de golpe, Lucian alzó la voz con energía.
—Ok —la decepción de Janne se notaba claramente.
Lo trajo de regreso, le dijo que abriera los ojos y comentó:
—Quizá la próxima vez avanzaremos más.
—Quizás.
Ambos callaron.
—¿Qué ha ocurrido en los últimos días? —quiso saber Janne, finalmente—. ¿Se ha vuelto a ver con la chica?
—No.
—Bien —nunca había oído a Janne más aliviada. ¿No habría notado nada Lucian?
—Creo que es mejor así —prosiguió mi madre—. Sería un error molestar a la chica. Aléjese de su camino.
—Es más fácil decirlo que hacerlo. —Lucian sonó airado.
—Entonces procure —agrego Janne insistentemente—, no confiar en nadie más que en mí, mientras no sepamos qué le ocurre a usted.
—¿Qué le ocurre? —en la voz de Lucian había muchas cosas; inseguridad, enojo, desconfianza.
—¿Qué quiere decir? —Janne no desistía. Ahora atacaba.
—¿Puedo confiar en usted?
—Sí. —Janne se mostró completamente tranquila—. Sí, desde luego que sí.
Ahora fue Lucian quien carraspeó.
—Necesito un nombre —comentó—. Se me ha ocurrido uno. Me llamaré Lucian.
—¿Cómo tomó esa decisión? Escuché un ruido.
—Ya me voy —dijo Lucian—. Gracias por lo que hace por mí. Sin dinero y todo lo demás, quiero decir.
—Con gusto. Deseo ayudarle, y sí lo ayudaré, Lucian. ¿Qué le parece el sábado 25? ¿De nuevo a las siete?
—Ok.
Hubo un sonido metálico. Janne había apagado el aparato.
Mi cerebro también parecía apagado. En mi cabeza todo daba vueltas. No lograba pensar con claridad. De golpe, experimenté un repentino impulso de destrozar algo que perteneciera a Janne. Aléjese de su camino.
Ese no era el consejo de una psicóloga, sino de una hipócrita. Me importa una mierda si Janne quería protegerme con eso. ¡Me había engañado a sabiendas! El porqué Lucian se había comportado de manera tan tímida me resultaba ahora totalmente claro. ¿Qué más le habría aconsejado Janne? ¿Qué otra cosa le habría sacado? Lancé una inquieta mirada al reloj. Las diez y cinco. Janne podría estar aquí en cualquier momento, pero yo quería escuchar más. Ahora no podía desaparecer de aquí. Avancé un poco la cinta, oprimí play nuevamente y caí en medio de la siguiente grabación.
—Ahora sé su nombre —oí que decía Lucian—. Se llama Rebecca.
—¿Cómo lo sabe? —la voz de Janne sonaba llamativamente neutral. Me pareció que había sacado valor y tranquilidad de algún lado.
—Me vi con ella anoche, en el Elba.
—¿Se habían citado?
—No. Yo no lo llamaría así. Ella vino… para visitarme —dijo con una risa queda.
—Rebe… —Janne se tragó el resto de mi nombre y comenzó de nuevo—. ¿Sabía ella que usted estaba allí?
—No. No lo sabía, pero llegó hasta mí. Hablamos.
—¿De qué? —Janne hizo una pausa—. ¿Le ha contado algo ella?
—No mucho. Nada de los sueños. Solo de mi… ¿amnesia?
—Sí. ¿Y? ¿Qué ha dicho ella? —cerré los puños: qué amigable, participativa y al mismo tiempo profesional sonaba Janne.
Pero Lucian no contestó su pregunta.
—Siento miedo —escuché que decía, en vez de contestar la pregunta—. ¿Cómo puede saber todas estas cosas sobre ella y a la vez no saber quién soy yo? ¿Y por qué constantemente tengo esta sensación de que soy peligroso?
Miré de reojo el reloj. ¡Mierda, mierda, mierda! ¡Las diez y diez! En cualquier momento Janne regresará del médico. Presioné avanzar y de nuevo play.
—… dijo algo de un baile de máscaras. Quería verse allí conmigo. Llegaron quienes la acompañaban.
Adelanté la grabación un buen tramo. Mi corazón latía con locura. Las diez y cuarto. Era urgentísimo desaparecer de aquí. Oprimí de nuevo play.
—… ella dijo el nombre de Sebastian. Iba vestido de conejo. —Lucian rio, con su risa suave y ronca—. Un furioso conejo gigante. Me amenazó con la policía. También conocía a la chica que venía con él…
Presioné avanzar. En el lugar donde oprimí play me pareció que a la grabadora le pasaba algo. Hacía ruidos y se saltaba determinadas frases. Yo entendí:
—… de nuevo soñé con ella… mayor, igual que… más corto… poni… Rebecca se me acercó… escalera de caracol… la señora Dünn, cabellos cortos. Bonita. Llevaba… de rayas azules y blancas… se volteó hacia nosotros. Pálida… segundos se quedó mirando fijamente a Rebecca… dijo: «Está muerto. John Boy ha muerto».
Ya no podía continuar. Apagué la grabadora y me levanté para cerrar la ventana. Entonces vi el taxi. Se paró directo frente al consultorio. Afuera, una mujer con muletas subía penosamente.