AQUELLA noche se planteó en el Parlamento de las Camas una cuestión que os sorprenderá mucho que no se hubiera planteado con anterioridad. Emily acababa de reducir al silencio a su familia, empleando medios feroces, cuando se oyó canturrear la voz nerviosa, rápida y tartajosa de Harry:
—Emily, Emily, ¿puedo preguntarte una cosa?
—¡A dormir!
Se produjo un murmullo de confabulación.
—Por favor, es muy importante y todos queremos saberlo.
—¿Qué?
—¿Son piratas estas gentes?
Emily se incorporó, disparada por el asombro.
—¡Claro que no!
—No… verás… Es que pensé que a lo mejor podían…
—¡Sí, sí que lo son! —declaró Rachel rotundamente—. ¡Me lo dijo Margaret!
—¡Qué tontería! —replicó Emily—. Hoy no hay ya piratas.
—Margaret dijo —continuó Rachel— que oyó a uno de los marineros, mientras estábamos encerrados en el otro barco, gritando que habían subido a bordo unos piratas.
Emily tuvo una inspiración:
—No, tonta; tiene que haber dicho pilotos.[10]
—¿Qué son pilotos? —preguntó Laura.
—Los que suben a bordo —explicó Emily con inseguridad—. ¿No recuerdas aquel cuadro que había en casa en el comedor y que se llamaba El Piloto sube a bordo?
Laura escuchaba con absorta atención. La aclaración de lo que eran los pilotos no resultaba muy satisfactoria; pero el caso era que tampoco sabía qué eran los piratas. Así, podríais pensar que la discusión entablada no tenía por qué afectarla; pero os equivocaríais: a Laura le interesaba profundamente por la sencilla razón de que los demás niños, mayores que ella, concedían a este asunto una evidente importancia.
La herejía piratesca se sintió notablemente debilitada. ¿Cómo asegurar qué palabra oyó Margaret en realidad? Rachel se retractó.
—No pueden ser piratas —dijo—. Los piratas son malos.
—¿No podríamos preguntárselo a ellos? —insistió Edward.
—Creo que no sería muy cortés.
—Estoy seguro de que no les importaría —dijo Edward—. ¡Son tan buenas personas!
—Me parece que a lo mejor no les iba a gustar —dijo Emily. En el fondo, tenía miedo de conocer la respuesta. Y, caso de que lo fueran, lo mejor sería hacer como si no lo supieran.
—¡Ya sé lo que vamos a hacer! —dijo—. ¿Se lo pregunto al Ratoncito Blanco de la Cola Elástica?
—¡Sí, sí, pregúntaselo! —exclamó Laura. Hacía meses que no consultaban al oráculo; pero Laura seguía teniendo en él una fe inquebrantable.
Emily comunicó consigo misma mediante una serie de chillidos brevísimos.
—Dice que son pilotos —anunció finalmente.
—¡Oh! —dijo Edward, mohíno. Y todos ellos se fueron durmiendo.