II

DURANTE el regreso a Ferndale, tanto el padre como la madre guardaban silencio, movidos por esa prevención contra el enternecimiento característica de una pareja más familiar que apasionada. Estaban por encima de los sentimentalismos corrientes (no se les hacía un nudo en la garganta al encontrar unos zapatitos en un armario), pero poseían, en una dosis bastante grande, los instintos naturales en unos padres, y Frederic no menos que su mujer.

Pero cuando se aproximaban a su casa, la señora Thornton empezó a reírse entre dientes.

—¡Qué original es esta chiquilla! ¿Te fijaste en lo último que dijo Emily? Dijo: «He tenido un terremoto». Debe de haberlo confundido en su cabecita con un dolor de oídos.[5]

Una larga pausa. Luego la madre hizo esta observación:

—John es el más sensible; no podía hablarnos de lo emocionado que estaba.