GLOBALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA SOCIAL
El tercer sector juega un papel social cada vez más importante en las naciones de todo el mundo. La gente crea nuevas instituciones tanto a nivel local como nacional, para poder cubrir las necesidades que no están garantizadas por la economía de mercado o por el sector público. Jim Joseph, presidente del Council on Foundations, observa que prácticamente en cada país «la gente reserva para sí misma un espacio intermedio entre los negocios y el gobierno en el que las energías privadas pueden ser… empleadas para el bien público[1]». El tercer sector ha crecido sensiblemente en los últimos años y se está transformando en una fuerza útil en la vida de cientos de millones de personas en una veintena de países.
El modelo inglés es el más cercano al americano: existen miles de asociaciones de voluntarios y en años recientes se ha puesto en marcha un debate político similar sobre cuál debe ser el papel del tercer sector. En la actualidad existen más de 350.000 organizaciones de voluntarios en el Reino Unido con unos ingresos que exceden los 17.000 millones de libras o, lo que es lo mismo, un 4% del producto interior bruto. Al igual que en los Estados Unidos, el espíritu del voluntariado está muy desarrollado en Inglaterra. Un recuento efectuado en 1990 detectó que más del 39% de la población participaba en actividades de voluntariado en el tercer sector[2].
En Francia el sector del voluntariado empieza a emerger como fuerza social. En tan sólo un año se han creado 43.000 asociaciones cívicas. El empleo en el tercer sector ha crecido de forma regular, mientras que los puestos de trabajo en la economía formal han ido disminuyendo. La economía social contabiliza, en la actualidad, más de un 6% del empleo total en Francia, equivalente a todos los puestos de trabajo generados por la totalidad de empresas de bienes de consumo. Tal como se ha comentado en páginas anteriores, el gobierno francés se ha colocado al frente del resto de países al ser el primero en poner en marcha una iniciativa de oferta de formación y colocación de los desempleados en actividades relacionadas con el tercer sector. En un intento por reducir el número de desempleados jóvenes, fundó el Collective Utility Works. Bajo este programa, más de 350.000 jóvenes franceses, hombres y mujeres, reciben un salario mensual por parte del gobierno como retribución por la realización de trabajos, tanto en el tercer sector como en el sector público. A pesar de que muchos de los grupos voluntarios en Francia están mal financiados y tienen un número muy limitado de miembros, crecen en número e influencia y están dispuestos a jugar un papel muy importante en la vida de Francia en los próximos años[3].
El tercer sector en Alemania crece más rápido que los sectores público o privado. Entre 1970 y 1987, el sector sin ánimo de lucro creció por encima del 5%. A finales de la década de los años 80, existían más de 300.000 organizaciones de voluntarios trabajando en Alemania. Aunque la mayor parte funcionaban sin retribuciones, el sector sin ánimo de lucro representó el 4,3% del total del empleo retribuido en 1987. A finales de la década, justo antes de la reunificación, el tercer sector contribuyó con cerca del 2% del producto interior bruto del país y empleó a más personas que el sector agrícola, ocupando, además, casi la mitad de los puestos de trabajo de los sectores bancario y de seguros. En años recientes, el empleo en el sector del voluntariado ha crecido, mientras que el empleo, en general, ha disminuido. Cerca de un tercio de los grupos que trabajan sin ánimo de lucro en Alemania están ligados a iglesias y a organizaciones religiosas[4].
En Italia, el sector del voluntariado ha estado muy ligado a la Iglesia católica hasta los años 70. Sin embargo, en las dos últimas décadas, las asociaciones y los grupos no religiosos de voluntarios han empezado a proliferar y juegan un papel cada vez más importante en las comunidades locales. Se estima que más del 15,4% de la población adulta en Italia dona su tiempo libre a actividades relacionadas con el voluntariado[5].
En Japón, el tercer sector ha crecido de forma espectacular en años recientes, en parte para afrontar los nuevos problemas sociales a los que debe enfrentarse el país. La rápida restauración y reconstrucción de Japón en el periodo posterior a la guerra, dejó a la sociedad japonesa con un nuevo conjunto de problemas, que iban desde la polución medioambiental al cuidado de los ancianos y los niños. El debilitamiento de la familia tradicional, durante mucho tiempo pilar fundamental en la garantía del bienestar personal, creó un vacío a nivel del vecindario y de las comunidades que ha sido llenado gracias a las asociaciones de voluntarios.
En la actualidad, miles de organizaciones sin ánimo de lucro funcionan en la sociedad japonesa atendiendo a las necesidades culturales, sociales y económicas de millones de personas. Alrededor de 23.000 organizaciones de caridad, denominadas koeki hojin, trabajan en Japón. Éstas son organizaciones filantrópicas privadas, auspiciadas por el gobierno y relacionadas con el campo de las ciencias, el arte, la religión, la caridad y otras actividades de interés público. Además de las koeki hojin, existen más de 12.000 organizaciones de bienestar social, conocidas como shakaifukushi hojin, que administran guarderías, servicios para los ancianos, servicios de asistencia sanitaria para niños y madres y servicios de protección a la mujer. La mayor parte de estas organizaciones dependen del soporte financiero del sector público, entre el 80 y el 90%, complementando el resto de sus necesidades a través de cuotas, ventas, donaciones públicas y privadas y aportaciones de la comunidad en general. El tercer sector también incluye miles de escuelas privadas, instituciones religiosas e infraestructuras médicas, así como cooperativas y asociaciones benéficas. También existen más de un millón de comunidades y de organizaciones sociales, entre las que se incluyen asociaciones de niños, a los que se les da formación en las escuelas de los distritos y para los que se organizan actividades al aire libre, festivales, acontecimientos deportivos y actividades de recogida de fondos. Los más mayores pueden pertenecer a alguna de las 130.000 Rozin que existen por todo el país y que permiten satisfacer las necesidades sociales y culturales de estos ciudadanos[6].
Una de las fuerzas más potentes del tercer sector japonés son las organizaciones de ayuda mutua basada en las comunidades, que incluyen a más del 90% de todos los propietarios de casas. Las asociaciones vecinales empezaron a proliferar en las décadas de los años 20 y 30, en parte para dirigir los temas relativos a la rápida industrialización y urbanización. A finales de los años 30, el gobierno imperial incorporó estas asociaciones a la maquinaria del estado. En 1940 el gobierno ordenó que cada una de estas comunidades formaran asociaciones de vecinos y obligó a éstos a afiliarse. Los grupos se emplearon para difundir la propaganda de guerra y controlar la distribución de alimentos y otros bienes y servicios. Después de la guerra los grupos vecinales resurgieron bajo la forma de asociaciones de autogobierno sin lazos legales con el gobierno de la nación. Conocidas como jichikai, estas organizaciones existen, en la actualidad, en más de 270.000 barrios. Un jichikai local consta de 180 a 400 propietarios. Sus líderes son elegidos por periodos de dos años, por regla general[7].
El jichikai garantiza un amplio abanico de servicios. Ayudan a personas con necesidades de asistencia financiera, a los que carecen de techo o a los que están seriamente enfermos. A menudo, el jichikai local suministra gratuitamente materiales de construcción y mano de obra para la reconstrucción de una casa del vecindario que se haya quemado. También puede propiciar actividades culturales y viajes, y albergar festivales y ferias locales. Muchas de estas asociaciones se han convertido en defensoras de diferentes causas cívicas, entre las que pueden hallarse la lucha contra reformas urbanísticas no deseadas y leyes de vivienda injustas. En años recientes, los jichikai se han hecho cada vez más activos en temas medioambientales y han presionado al gobierno para limpiar el medio ambiente y reformar los estatutos de la polución.
Dado que carecen de reconocimiento legal formal, los jichikai no reciben fondos gubernamentales y han tenido que basar sus fuentes de financiación exclusivamente en las aportaciones de sus miembros. Pero, incluso sin recibir recursos del gobierno, estas asociaciones han seguido creciendo y floreciendo, en gran parte debido al alto grado de participación de sus miembros. La tradición confucionista, que enfatizaba las relaciones de cooperación y armonía, ha ayudado a espolear las actividades de los voluntarios de cada una de estas comunidades, convirtiendo el tercer sector japonés en una influyente fuerza en la vida del país. En los próximos años estas organizaciones serán las que, con toda probabilidad, jugarán un papel cada vez más importante a medida que las comunidades locales se vean obligadas a asumir las responsabilidades derivadas de los recortes del gobierno en servicios sociales.
No es sorprendente que el nuevo interés en el tercer sector sea paralelo a la expansión, a nivel mundial, de los movimientos democráticos. En diciembre de 1993, representantes de docenas de países anunciaron la formación de una nueva organización internacional llamada Civicus, cuya misión fundamental es ayudar «a cultivar el voluntariado y los servicios a la comunidad», especialmente en regiones en las que el tercer sector empieza a florecer. El primer director ejecutivo de la organización, Miklos Marschall, antiguo alcalde de Budapest, afirmaba: «Somos testigos de una verdadera revolución por todo el mundo que implica a decenas de miles de asociaciones, clubes y grupos no gubernamentales». Marschall cree que «los años 90 serán los del tercer sector, puesto que en el mundo se ha producido… una gran decepción por las instituciones tradicionalmente establecidas, entre las que cabe citar a las centrales sindicales, los partidos políticos y las iglesias». El vacío de poder, argumenta Marschall, es llenado a través de la creación de pequeñas organizaciones no gubernamentales (ONG) y por grupos de comunidad en docenas de países[8]. Marschall dice que la nueva organización «creará un foro para estos grupos, una oportunidad para la defensa internacional y servirá también como tribunal mundial de carácter moral[9]».
La creciente influencia del tercer sector ha sido muy notable en las antiguas naciones comunistas del bloque soviético. Las ONG han jugado un papel decisivo en la caída de la antigua Unión Soviética y de sus antiguos satélites de la Europa comunista y, en la actualidad, figuran como elementos fundamentales en la reconstrucción de esa región. En 1988 más de 40.000 organizaciones no gubernamentales ilegales estaban en funcionamiento en la Unión Soviética[10]. Muchas de las organizaciones de voluntarios en Rusia y en la Europa del Este fueron alimentadas por las autoridades de la Iglesia que, además, les garantizaba un refugio seguro para sus actividades. Los grupos de voluntarios iniciaron un amplio abanico de programas, desde la promoción de reformas culturales hasta la puesta en marcha de una guerra contra la degradación medioambiental. Muchos iniciaron directamente actividades políticas, desafiando al poder político establecido y las prerrogativas del estado.
Estos incipientes grupos democráticos demostraron ser mucho más efectivos para derrocar los regímenes autoritarios de la Europa del Este y la Unión Soviética que los grupos tradicionales de resistencia basados en el confrontamiento de ideologías políticas apoyadas por campañas paramilitares. Como reflejo del desarrollo que condujo a la caída del comunismo en Europa Central y del Este, el historiador especializado en la Unión Soviética Frederick Starr argumenta que el rápido crecimiento de la actividad del tercer sector imprimió una tremenda presión sobre los aparatos gubernamentales, ya debilitados. «La extraordinaria efervescencia de las ONG de todo tipo», afirma Starr, «es el aspecto más distintivo de las revoluciones de 1989[11]».
Como consecuencia de la caída de los partidos comunistas en la Europa Central y del Este, el tercer sector se ha convertido en el detonante de las nuevas ideas y reformas, así como en elemento de liderazgo político. Se considera que existen del orden de las 70.000 ONG en Europa Central y en la antigua Unión Soviética, las cuales son una base de entrenamiento del ejercicio de la práctica democrática[12]. Con el sector privado pujando por poder hacer su aparición y las reformas del sector público en etapas claramente iniciales, el tercer sector juega un papel único en las políticas de la región. Su habilidad en responder rápida y eficazmente a las necesidades locales y, simultáneamente, su voluntad por instalar un espíritu democrático en la sociedad deberían ser en gran medida los factores determinantes del éxito de los esfuerzos de reforma en los antiguos países comunistas.
A medida que la revolución propiciada por las tecnologías punta y las nuevas fuerzas del mercado se instalen en los países de la Europa del Este y en Rusia, los aspectos relativos al desplazamiento tecnológico y al crecimiento del desempleo empezarán, con toda probabilidad, a destacar y se convertirán en elementos fundamentales de debate político. El crecimiento de la ola xenófoba, el nacionalismo y el fascismo, alimentados por un creciente desempleo, por las presiones populares y por la globalización de la economía de mercado, pondrán seriamente a prueba el incipiente espíritu democrático del emergente tercer sector, así como la estabilidad política de estas naciones recientemente liberadas. El futuro político de la Europa Central y del Este quedará, probablemente, decidido por cómo el sector del voluntariado mantendrá a raya la nueva ola de sentimiento neofascista y en función de su capacidad para construir una fuerte infraestructura que permita y garantice la participación democrática popular. Si falla en el momento en el que tenga que articular una adecuada y efectiva respuesta a los problemas del desplazamiento tecnológico y del desempleo estructural a largo plazo, estos países sucumbirán fácilmente a la llamada emocional del fascismo, llevando a esta parte del mundo a una nueva época de tinieblas.
Mientras que el tercer sector juega un papel decisivo en la reconstrucción de la Europa Central y del Este, su papel emergente en los países en vías de desarrollo de Asia y del hemisferio Sur no es menos significativo. Las ONG en el tercer mundo son un fenómeno relativamente nuevo. Han acompañado a los movimientos de derechos humanos y las reformas democráticas en la era poscolonial y se han convertido, en la actualidad, en una fuerza mayor en la vida cultural y política de estos países pertenecientes al hemisferio Sur.
En la actualidad existen más de 35.000 organizaciones de voluntarios en las naciones en vías de desarrollo[13]. Las ONG del tercer mundo están involucradas en el desarrollo rural y en las reformas de la propiedad de la tierra, en el suministro de alimentos, en el cuidado asistencial preventivo y en la planificación familiar, en la educación de los niños de corta edad y en campañas de alfabetización, en el desarrollo económico, en la construcción de viviendas y en la defensa política, y a menudo, son la única voz de la gente de países en los que los gobiernos son débiles y corruptos y la economía de mercado prácticamente inexistente. En muchos países en vías de desarrollo, el sector del voluntariado se está convirtiendo en la fuerza más efectiva para resolver las necesidades locales, mucho más que los sectores público o privado. Especialmente allí donde la economía de mercado formal juega un pequeño papel en la vida económica de la comunidad. Se estima que las organizaciones cívicas ya influyen en las vidas de más de 250 millones de personas que viven en países en vías de desarrollo, y su capacidad y efectividad seguirá creciendo en los próximos años[14].
El tercer sector ha experimentado su mayor crecimiento en Asia, donde existen más de 20.000 organizaciones de voluntarios[15]. En Orangi, un suburbio de Karachi, Pakistán, el Orangi Pilot Project ha congregado la ayuda de 28.000 familias para la construcción de 40.000 metros cuadrados de cloacas y desagües subterráneos y para construir más de 28.000 letrinas para los residentes locales. En la India, el Self-Employed Women's Association (SEWA), un sindicato de mujeres pobres con sede en Ahmedabad, suministra servicios legales gratuitos para estas mujeres, así como servicios de cuidado a sus hijos y cursos de formación en carpintería, fontanería, trabajos en bambú y en la especialidad de comadrona[16]. En Nepal, las ONG que trabajan con las poblaciones locales, construyeron 62 presas a un cuarto del coste de la construcción equivalente si hubiese sido realizada por el gobierno[17]. En Sri Lanka, el Sarvodaya Sharanadana Movement (SSM) emplea 7700 de sus voluntarios en trabajos en más de 8000 pueblos, ayudando a la población local a reunir recursos y en la creación de comunidades autosuficientes. Los proyectos del SSM incluyen programas de nutrición para niños en edad preescolar, asistencia a las personas sordas y desvalidas, y programas de formación para la generación de ingresos basados en coser, en reparaciones mecánicas, trabajos de imprenta y de carpintería[18]. En Malasia, el Consumers Association of Penang (CAP) trabaja con comunidades rurales, ayudándoles a asegurar la asistencia gubernamental y a evitar los programas de desarrollo explotadores[19]. En Senegal, el Committee to Fight for the End of Hunger (COLUFIFA), con sus más de 20.000 miembros, ayuda a los granjeros a promover las cosechas en lugar de exportarlas. El grupo también forma a los granjeros sobre técnicas para cultivar y almacenar mejor, y también ha creado programas para reducir el analfabetismo y mejorar los niveles de salud de los habitantes rurales[20]. En las Filipinas, PAMALAKAYA, una ONG que representa a 50.000 pescadores, presiona al gobierno con la finalidad de preservar los caladeros comunitarios y a la vez proporciona formación y educación para sus miembros[21].
Muchas de las actividades de las ONG en Asia se han centrado en los problemas ecológicos. Grupos de protección de bosques, por ejemplo, se han formado en Corea del Sur, en Bangladesh, en Nepal y en otras naciones de Asia, con la finalidad de salvar los bosques que todavía quedan de las manos de los madereros y sus empresas. Existen, en la actualidad, más de 500 organizaciones dedicadas al medio ambiente tan sólo en India, con la clara finalidad de ayudar a preservar la calidad de la tierra de cultivo y los árboles, conservar la calidad de las aguas y luchar contra la polución agrícola e industrial. En este sentido, una de las actividades más importantes realizadas en años recientes ha sido puesta en marcha por mujeres del pueblo dispuestas a proteger sus bosques de las empresas madereras. El movimiento Chipco obtuvo reconocimiento mundial cuando las campesinas se tumbaron delante de inmensas aplanadoras y se abrazaban a los árboles para salvar a sus bosques de ser arrancados[22].
Las organizaciones de mujeres también han proliferado en Asia en la última década. En Indonesia y en Corea, los clubes de madres ayudan a las mujeres a desarrollar sistemas de planificación familiar efectivos. En Bangladesh, miembros de una asociación nacional de mujeres abogados han viajado a más de 68.000 pueblos, informando a las mujeres sobre sus derechos legales básicos y suministrando asistencia legal a aquellas mujeres víctimas de malos tratos por parte de sus esposos o del propio gobierno[23].
América Latina, al igual que Asia, ha sido testigo de un explosión de organizaciones de voluntarios en los últimos veinticinco años. Gran parte del ímpetu del tercer sector ha sido consecuencia del apoyo prestado por la Iglesia católica. Curas, monjas y ciudadanos normales han creado una red de grupos locales de acción denominada Comunidades Cristianas de Base[*]. Tan sólo en Brasil, se han creado más de 100.000 comunidades de base, con más de 3 millones de miembros. En el resto de América Latina existe un número similar de comunidades. Estas CCB[**] combinan las actividades de autoayuda con las de defensa, creando un movimiento democrático de base entre toda la gente pobre del subcontinente[24]. En Lima, se han instalado alrededor de 1500 cocinas comunitarias. Más de 100.000 madres trabajan en ellas distribuyendo leche en polvo a los más pobres. En Chile, cientos de organizaciones de voluntarios urbanos, llamadas Organizaciones Económicas Populares u OEP, se han establecido para cubrir las necesidades populares largamente ignoradas por el gobierno y por la economía de mercado. Algunas OEP han establecido cooperativas de consumo y de alojamiento. Otras han puesto en marcha programas de salud y de educación, de escuelas alternativas y de cocinas comunitarias[25]. En la República Dominicana las mujeres se han unido para formar el Centro de Investigación para la Acción Fémina (CIPAF), una ONG que trabaja para la mejora de la situación de muchas mujeres campesinas, así como de las mujeres pobres, en los barrios urbanos[26]. En Colombia, más de 700 grupos sin ánimo de lucro construyen casas para los que carecen de ellas[27].
Las asociaciones para la mejora de las comunidades, o juntas de vecinos, existen por toda América Latina. Estos grupos voluntarios de acción cívica ayudan a construir escuelas y canalizaciones de agua, organizan la recogida y eliminación de basura y mejoran los servicios de transporte público. Las asociaciones de padres han aparecido en la totalidad del subcontinente a lo largo de la última década, ayudando a los padres a establecer centros de cuidado para sus hijos, huertos comunitarios y cooperativas de productores. En países en los que una pequeña élite de terratenientes todavía poseen y controlan una buena parte del terreno, se han formado asociaciones y uniones de agricultores y labradores para pedir la reforma de las tierras. La Unión Nacional Mexicana de Organizaciones Agrícolas Regionales Autónomas[***] y el Movimiento de Trabajadores Rurales sin Tierra[****], en Brasil, se hallan entre los grupos más conocidos y activos[28].
África también está experimentando un rápido crecimiento en la actividad de su tercer sector. Existen más de 4000 ONG que funcionan en la actualidad en el continente africano y muchos analistas comentan que «resultan ser la fuerza más importante para el desarrollo de los diferentes países en los que actúan» en esta parte del mundo[29]. En Uganda 250 ONG locales garantizan servicios de urgencia y programas de asistencia sanitaria para los pobres. En Burkina Faso existen 2800 grupos de trabajo para la comunidad, denominados Naams, con más de 160.000 miembros, cuyos trabajos más importantes consisten en cavar canales de drenaje, construir depósitos de agua potable, levantar pequeños diques, ayudar a comunidades rurales, poner en marcha programas de alfabetización, construir hospitales maternales, instalar farmacias, levantar escuelas y construir clínicas en los pueblos alejados de cualquier núcleo urbano. Los Naams promueven, incluso, actividades culturales y organizan acontecimientos deportivos en comunidades locales del país[30].
En Kenya, el Green Belt Movement, formado por algo más de 80.000 mujeres, ha plantado más de 10 millones de árboles y ha enseñado a sus miembros la forma de restaurar y conservar sus tierras de cultivo y usar los fertilizantes naturales[31]. En el Zaire, la Eglise du Christ, con más de 12 millones de seguidores, trabaja en 62 comunidades, estableciendo programas de promoción de la salud y campañas de creación de escuelas primarias y de plantación de árboles[32].
En muchos países del hemisferio Sur, en los que la economía de mercado es prácticamente inexistente, y en especial en las zonas rurales, las ONG desempeñan un papel un tanto diferente que sus homólogos del norte en el tercer sector. En los Estados Unidos y en otros países industrializados, las organizaciones que conforman el tercer sector asumen, a menudo, actividades que la economía de mercado desdeña e incluso ignora, por ejemplo, la rehabilitación de casas para personas de bajos ingresos o la construcción de viviendas para los «sin techo». Sin embargo, en el tercer mundo, afirma Julie Fisher, del Program on Non-Profit Organizations de la Universidad de Yale, las ONG «intervienen en las mismas áreas en las que interviene el mercado en los países industrializados», dado que el sector del mercado apenas existe. «Puesto que la gente es tan desesperadamente pobre», afirma Fisher, «no existen prácticamente oportunidades para ellos en la economía formal, y resultan esencialmente irrelevantes para mucha gente en el mundo». Las poblaciones carecen, a menudo, de posibilidad de elección, comenta Fisher, como no sea el desarrollo de alternativas al mercado. Esta sustitución se transforma a menudo en actividades de mercado. El establecimiento de microempresas, cooperativas y redes de intercambio entre pequeñas poblaciones suelen ser los elementos precursores del establecimiento de un mercado rudimentario en una determinada región o en un país entero. Fisher afirma que «lo que tenemos en el tercer mundo es un tercer sector que fomenta el sector privado a escala masiva». Las ganancias que se obtienen del sector de mercado se emplean a su vez, en la mayoría de los casos, para financiar la continua expansión de la actividad del propio tercer sector[33].
El sector del voluntariado con fines cívicos emerge en cualquier parte del mundo. Su meteórico crecimiento es atribuible, en parte, a la creciente necesidad de llenar el vacío político dejado por la retirada tanto del sector privado como del sector público de los diferentes asuntos relativos a las comunidades locales. Las compañías multinacionales son normalmente insensibles a las necesidades de las comunidades individuales. En muchos países del tercer mundo, la economía global de mercado es prácticamente inexistente. Allí donde existe, las comunidades locales no tienen poder para negociar los términos de los posibles acuerdos. Las normas y regulaciones son dictadas por hombres anónimos que operan a puerta cerrada en despachos a miles de kilómetros del lugar. De forma parecida, los gobiernos nacionales están poco implicados en las comunidades locales. En la mayoría de países del segundo y del tercer mundo, los gobiernos no son más que frágiles acuerdos enredados en trámites burocráticos y muy corruptos.
Infectados por débiles crecimientos económicos, por un desempleo crónico, por una deuda galopante y atrapados por la economía global de mercado que fuerza a cada nación a competir en los niveles más bajos del comercio internacional, los gobiernos pierden su dominio sobre las poblaciones locales. Incapaces de ofrecer unos servicios básicos e insensibles a las demandas de los más necesitados por una mayor participación, se apartan cada vez más de la vida de los ciudadanos. Esto es cierto en el mundo en vías de desarrollo y queda reflejado por el sutil cambio en el modo en que las ayudas internacionales y los fondos de desarrollo son canalizados. Aunque una parte de estas ayudas todavía fluye de gobierno a gobierno, un creciente volumen de fondos de origen público son dirigidos desde los gobiernos de países del hemisferio Norte directamente hacia las ONG en los países menos favorecidos. En los Estados Unidos, la Inter-American Foundation y la African Development Foundation, ambas creadas por el Congreso, suministran fondos directamente a las organizaciones con base en países en vías de desarrollo, generalmente con la finalidad de dar apoyo financiero a proyectos de desarrollo. La United States Agency for International Development (AID) también apoya a los proyectos e iniciativas locales de las ONG del tercer mundo[34].
Mientras que las ayudas de asistencia a las ONG de los países desfavorecidos empiezan a crecer en importancia, la mayor parte de los recursos financieros destinados a iniciativas en el tercer sector en los países en vías de desarrollo siguen procediendo directamente de las ONG que funcionan en los países industrializados del hemisferio Norte. Entre 1970 y 1990, las ONG del Norte incrementaron sus ayudas a las del Sur de 1000 a 5000 millones de dólares. En 1991, los Estados Unidos contabilizaron casi la mitad de la totalidad de los fondos privados destinados al tercer sector en los países en vías de desarrollo[35].
La asistencia directa externa a las ONG en los países en vías de desarrollo se verá probablemente aumentada en los próximos años, a medida que el tercer sector sea más estable y esté mejor equipado para poder afrontar las necesidades humanas a nivel local. Al mismo tiempo, la economía social «jugará un papel mucho más significativo en el mercado laboral de estos países», afirma Miklos Marschall. Como otros, él piensa que «una de las funciones más importantes del conjunto de las ONG… es ofrecer a la gente empleo basado en la comunidad». Está convencido de que muchos de los nuevos puestos de trabajo que se crearán en el tercer sector y que buena parte de los fondos destinados a los empleos basados en la comunidad procederán de los gobiernos centrales, que preferirán contratar a las ONG en lugar de crear costosos programas específicos[36].
Martin Khor, director del Third World Network, teme que los gobiernos centrales de los países del tercer mundo financien ingresos sociales para aquellas personas que deseen y puedan trabajar en el tercer sector. Aunque la asistencia extranjera a las ONG basadas en la comunidad ayuden a obtener parte de los recursos financieros necesarios, los gobiernos de países del tercer mundo deberán aportar el resto a través de sus propios sistemas impositivos. Khor argumenta que si se impone el concepto del impuesto sobre el valor añadido, éste deberá aplicarse sobre tecnologías, productos y servicios adquiridos por los elementos más ricos de la sociedad. El activista del tercer sector afirma que los gobiernos pueden desempeñar un papel clave «eliminando las desigualdades más importantes» existentes en los países en vías de desarrollo mediante «un sistema impositivo que afecte a los ricos… como medio para garantizar el empleo para los pobres». Kohr advierte que la redistribución de los ingresos es la clave para avanzar en la economía social en los países en vías de desarrollo. Si «no hemos resuelto el problema de la distribución social de los ingresos», advierte Kohr, «no se podrá resolver el problema del desarrollo del tercer sector, puesto que ¿de qué otra forma podrá ser financiado[37]?».
El extraordinario crecimiento del tercer sector empieza a fomentar nuevas redes internacionales. Las ONG de las naciones, tanto del hemisferio Norte como del Sur, intercambian información, se organizan alrededor de objetivos comunes y se asocian para lograr que sus voces puedan ser oídas en la comunidad internacional. Si existe un aforismo compartido que pueda unir sus objetivos individuales, se podrá aplicar la conocida frase «Piensa globalmente y actúa localmente». Las ONG, en la mayoría de las naciones, comparten una nueva visión que trasciende tanto las aspiraciones convencionales de la economía de mercado, como la estrecha ideología de la geopolítica y el nacionalismo. Suya es la perspectiva biosférica. Los nuevos activistas del sector del voluntariado están íntimamente unidos a la participación democrática a nivel local, al restablecimiento de la comunidad como base para la convivencia, al servicio a sus vecinos y a la preservación de la amplia comunidad biológica que conforma la biosfera común de la Tierra.
Aunque unidas por una visión común del futuro, las Organizaciones No Gubernamentales de los hemisferios Norte y Sur deben enfrentarse a una amplia variedad de retos y prioridades en los inicios de la tercera revolución industrial. Mientras las ONG urbanas, tanto en el Norte como en el Sur, necesitan afrontar el problema del crecimiento del desempleo como consecuencia del espectacular crecimiento en la productividad y del desplazamiento tecnológico, las ONG del Sur deberán enfrentarse a un segundo problema, igualmente importante: el derivado de la introducción de la biotecnología en la agricultura y de la posible eliminación de las explotaciones agrícolas abiertas sobre el planeta. El espectro de cientos de millones de agricultores convertidos en desempleados por la revolución propiciada por la ingeniería genética es algo increíble. La pérdida de los mercados internacionales de materias primas agrícolas arrastrará a las naciones del hemisferio Sur a una caída en picado de la economía, forzando una crisis bancaria internacional de proporciones insospechadas. La civilización caerá, probablemente, en un declive a largo plazo que podrá durar siglos. Sólo por esta razón, las ONG del hemisferio Sur sentirán una creciente presión para resistirse a la revolución de la biotecnología en la agricultura mientras que, de forma simultánea, deberán seguir trabajando para lograr la reforma de la propiedad de las tierras y para defender formas más ecológicas de explotación de esas tierras.
La Dra. Vandana Shiva, directora del Research Foundation for Science, Technology and National Resource Policy, en India, advierte que en su país, hasta un 95% de la población rural podría quedar desempleada en el siglo próximo, por la revolución de la biotecnología aplicada a la agricultura. Si ello llega a ocurrir, advierte Shiva, «tendremos el caso de Yugoslavia pero multiplicado por mil», con movimientos separatistas, guerras abiertas y fragmentación del subcontinente índico. La única alternativa viable para evitar los conflictos sociales masivos y el posible colapso del estado indio, argumenta Shiva, es la construcción de «un nuevo movimiento de liberación» basado en la reforma de la propiedad de la tierra y en la práctica de una agricultura básica ecológica[38].
Las Organizaciones No Gubernamentales en el tercer mundo empiezan a unirse para luchar contra la incursión de la biotecnología agrícola. En los años venideros, la oposición, tanto a los intentos de patentes de semillas propias de sus países por parte de las empresas multinacionales, como la asunción de las prácticas agrícolas por parte de la industria de la biotecnología a nivel mundial, se incrementará en la práctica totalidad de los países del hemisferio Sur, como consecuencia de la lucha de millones de agricultores por su supervivencia frente a las tecnologías de ingeniería genética que permitirán eliminar importantes cantidades de puestos de trabajo.
Los países de los hemisferios Norte y Sur deberán enfrentarse a las amenazas y oportunidades aportadas por las poderosas fuerzas del mercado y las nuevas realidades tecnológicas. Las empresas multinacionales señalan un camino que cruza los límites nacionales, transformando las vidas de miles de millones de personas en su búsqueda de mercados globales. Las víctimas de la tercera revolución industrial empiezan a contarse por millones de trabajadores sustituidos para dejar paso a máquinas más eficientes y rentables. El desempleo crece y los ánimos se van encrespando en todos los países atrapados en la lucha de las empresas por mejorar a cualquier precio los sistemas productivos.
Los grupos de defensa y de servicio del tercer sector son los pararrayos que permiten desviar las crecientes frustraciones de un cada vez mayor número de desempleados. Sus actividades tanto para encender el espíritu de participación democrática como para forjar un renovado sentido comunitario determinarán, a la larga, el éxito del propio sector como agente transformador para la era posmercado. La posibilidad de que el tercer sector pueda crecer y diversificarse de forma suficientemente rápida como para poder absorber las demandas crecientes, sigue siendo una cuestión abierta. Además, como consecuencia de la disminución en la disponibilidad de trabajo en el mercado formal y de la reducción del papel de los gobiernos centrales en los asuntos cotidianos de los ciudadanos, la economía social se conforma en la última y mejor esperanza para el restablecimiento de un posible marco de referencia institucional alternativo para una civilización en pleno proceso de transición.
Los expertos en altas tecnologías siguen escépticos de la existencia de una crisis en ciernes. Desde los más profundos planteamientos de la nueva aldea global, rodeados por sofisticadas innovaciones tecnológicas capaces de realizar importantes hechos, el futuro les parece esperanzador. Muchas personas de la nueva clase tecnológica emergente ven un nuevo mundo caracterizado por una grandeza utópica, un lugar de floreciente superabundancia. En los últimos años muchos futuristas han escrito tratados asombrosos profetizando el fin de la historia y nuestra final liberación en un tecnoparaíso mediatizado por las fuerzas del mercado libre y regulado según las directrices de expertos científicos. Nuestros políticos nos hablan de la necesidad de que nos preparemos para un gran éxodo en la era posmoderna. Ofrecen imágenes de un nuevo mundo basado en el vidrio y en el silicio, en las redes de comunicación global y en las superautopistas de la información, en el ciberespacio y en la realidad virtual, en los drásticos incrementos de la productividad y en una riqueza material ilimitada, basada en fábricas automatizadas y en oficinas electrónicas. Nos cuentan que el precio de admisión a este nuevo y maravilloso mundo deberá pasar por la reeducación y la formación, teniendo que adquirir nuevas habilidades para poder optar a las muchas oportunidades de empleo que se abrirán en los nuevos pasillos comerciales de la tercera revolución industrial.
Sus predicciones no dejan de ser ciertas. Estamos, realmente, experimentando un gran momento de transformación histórica hacia esta tercera revolución industrial y nos dirigimos, inexorablemente, hacia un mundo próximo a la ausencia de trabajo. El «software» y el «hardware» ya existentes propician una rápida transición hacia la civilización basada en el silicio. La cuestión todavía no resuelta es cuántos seres humanos quedarán en el camino de la transformación industrial y cuál será el mundo final que nos espera en el otro lado.
Los apóstoles y los evangelistas del era de la información tienen pocas dudas sobre los resultados del experimento que tienen entre manos. Están convencidos de que la tercera revolución industrial terminará teniendo éxito en sus planteamientos de abrir nuevas oportunidades para la creación de puestos de trabajo, en lugar de limitarlas, y que los asombrosos incrementos en la productividad quedarán compensados por elevados niveles de demanda al consumo y por la apertura de nuevos mercados globales, que permitirán absorber la avalancha de los nuevos productos y servicios disponibles. Su fe y, por añadidura, su visión del nuevo mundo, se basan en la exactitud y el cumplimiento de estas dos propuestas centrales.
Los críticos, por otra parte, así como cada vez más personas ya afectadas por las consecuencias de la tercera revolución industrial, empiezan a cuestionar de dónde procederán sus nuevos puestos de trabajo. En un mundo en el que las sofisticadas tecnologías de la información y de las comunicaciones serán capaces de sustituir cada vez a un mayor número de mano de obra en el mundo, parece evidente que sólo un limitado número de privilegiados serán los que podrán disponer de oportunidades para asumir puestos dirigidos a científicos de alta tecnología, profesionales y directivos, todos ellos en el emergente mundo del conocimiento. La simple idea de que los millones de trabajadores desplazados por la reingeniería y la automatización de los procesos en los sectores agrícola, manufacturero y de servicios pueden ser reciclados para ser convertidos en científicos, ingenieros, técnicos, ejecutivos, consultores, profesores, abogados y similares, y con ello poder cubrir un apropiado número de puestos de trabajo creados en el estrecho y especializado sector de la alta tecnología parece, en el mejor de los casos, un sueño imposible, y, en el peor, un engaño.
Además, existe el repetido argumento de que las nuevas tecnologías, productos y servicios, hoy todavía no imaginables, aparecerán produciendo nuevas oportunidades de negocio y de colocación para millones de ciudadanos. Sin embargo, los críticos apuntan que cualquiera de las nuevas líneas de producto introducidas en el futuro requerirán, probablemente, menor número de trabajadores para el montaje, producción y distribución, lo cual implicará que no serán capaces de añadir un número significativo de oportunidades de empleo. Aun en el supuesto de que un producto apareciese, en la actualidad, con un mercado potencial universal, un producto con efectos similares a los que produjo la radio o la televisión, su producción sería, con toda probabilidad, altamente automatizada, requiriendo una cadena de montaje con muy pocos trabajadores.
De forma similar, muchos observadores se preguntan cómo una masa laboral cada vez más desempleada o subempleada, sustituida por las tecnologías de la tercera revolución industrial, podrá permitirse adquirir los productos y servicios puestos en el mercado, precisamente, por estas tecnologías y nuevos sistemas de producción automatizada que los ha desplazado. Mientras que los defensores afirman que la desaparición de barreras comerciales y la apertura de nuevos mercados globales estimularán la demanda por parte de los consumidores, los escépticos argumentan que el crecimiento en la productividad generará una demanda en todos los mercados mundiales cada vez menor, a medida que un creciente número de trabajadores quede desplazado por la tecnología y por la pérdida de poder adquisitivo.
Los escépticos probablemente aciertan con sus preocupaciones sobre el desplazamiento tecnológico, la pérdida del empleo y la reducción en la capacidad adquisitiva. Sin embargo, no hay razones para pensar que las fuerzas del mercado y las tecnológicas ya en marcha van a verse efectivamente frenadas, o incluso paradas, por alguna forma de resistencia organizada generada en los próximos años. Próximos a una depresión global a largo plazo, existen grandes posibilidades de que la tercera revolución industrial continúe avanzando, elevando la productividad y desplazando a cada vez más trabajadores mientras que crea algunas oportunidades de empleo, pero no las suficientes como para absorber a los millones de personas despedidas por las nuevas tecnologías. Los mercados globales seguirán, con toda probabilidad, su tendencia expansiva, pero no lo suficiente como para poder llegar a absorber la superproducción de bienes y servicios. El crecimiento en el desempleo tecnológico y la reducción del poder de compra continuarán contaminando la economía global, acabando con la capacidad de los gobiernos para gestionar, de forma efectiva, sus propios asuntos domésticos.
Los gobiernos centrales ya sufren las consecuencias de la revolución tecnológica que lleva a la eliminación de millones de puestos de trabajo. La globalización de la economía de mercado y la automatización de la agricultura, de los procesos productivos y de los servicios están cambiando rápidamente el marco político de cada país. Los líderes mundiales y los gobiernos no saben cómo reparar los efectos de la tercera revolución industrial, que ya han afectado a todo tipo de industrias, reduciendo los niveles jerárquicos en los organigramas, y que están empezando a sustituir máquinas por trabajadores en cientos de empleos diferentes.
La clase media, durante mucho tiempo voz de la razón y de la moderación en la vida política de las naciones industrializadas, se encuentra afectada por las múltiples consecuencias del cambio tecnológico. Presionada por las reducciones salariales y por el creciente desempleo, importantes sectores de la clase media empiezan a buscar rápidas soluciones a las cambiantes fuerzas del mercado y a los cambios tecnológicos que destruyen sus antiguos sistemas de vida. En la práctica totalidad de las naciones industrializadas, el miedo a un futuro incierto lleva a un cada vez mayor número de personas desde la cima a los márgenes de la sociedad, donde buscan refugio en movimientos religiosos o en extremismos políticos que prometen restaurar el orden público y lograr que la gente pueda volver a trabajar.
Los crecientes niveles de desempleo en el mundo y la mayor polarización entre ricos y pobres crean las condiciones necesarias para la aparición de disturbios sociales y una guerra abierta de clases a una escala nunca experimentada, con anterioridad, en la historia humana. La delincuencia, la violencia indiscriminada y el estado de guerra de baja intensidad son aspectos incipientes de esta nueva situación, y muestran signos de que su tendencia será dramáticamente creciente en los próximos años. Una nueva forma de barbarismo está latente justo a las puertas del nuevo mundo. Más allá de las tranquilas zonas residenciales y de los enclaves urbanos de los ricos yacen millones de seres humanos desamparados y desesperados. Angustiados, encolerizados y con pocas esperanzas de poder huir de sus circunstancias en el futuro, son los que se supone defenderán los derechos, son las masas que demandan justicia y permanencia en la sociedad, los que piden ser oídos y considerados. Su número continúa creciendo a medida que millones de trabajadores se ven en el paro, sin expectativas y dejados a las puertas de la nueva aldea global tecnológica.
A pesar de que nuestros líderes aún hablan de empleo y de delincuencia, los dos grandes temas de nuestro tiempo, como si tan sólo estuviesen marginalmente relacionados, rehusan reconocer el creciente nexo existente entre desplazamiento tecnológico, pérdida del puesto de trabajo y aparición de una clase fuera de la ley para la que la delincuencia es la última forma de asegurarse un pedazo del menguante pastel económico.
Ésta es, pues, la situación en la que el mundo se encuentra en los primeros años de la transición hacia la tercera revolución industrial. En los países industrializados, la preocupación relativa al problema del empleo ha llevado a verdaderas batallas ideológicas entre grupos de diferente índole. Los defensores del libre mercado acusan a los sindicalistas de obstrucción al proceso de globalización del comercio y de incitar al público con llamamientos xenófobos al proteccionismo. El movimiento obrero responde que las empresas multinacionales reducen los salarios forzando a los trabajadores a tener que competir con mano de obra barata procedente de países del tercer mundo.
Los optimistas tecnológicos acusan a los críticos de la tecnología punta de intentar bloquear el proceso y de defender posiciones extremadamente inocentes. Los críticos de la tecnología argumentan que los tecnófilos se preocupan más de los beneficios que de las personas, y que en su búsqueda de rápidos incrementos en la productividad son insensibles a las terribles consecuencias que la automatización producirá sobre las vidas de millones de trabajadores.
En los Estados Unidos, algunos políticos liberales reclaman un nuevo New Deal y grandes gastos en programas de obras públicas, ayuda a las ciudades y reforma en el estado del bienestar y asistencia a los ciudadanos. Sin embargo, muchos observadores políticos, así como la mayoría del electorado, se muestran reticentes a que el gobierno vuelva a jugar un papel de empresario de último recurso, por temor a que ello implique crecimientos en los déficit presupuestarios y en la deuda nacional. Las fuerzas conservadoras plantean sus programas políticos alrededor de la idea del laissez-faire, argumentando que una menor intervención del gobierno en el mercado ayudará a acelerar el proceso de globalización y automatización, dando de este modo un mayor pedazo de la tarta económica para los que participen. Afectados por tal cúmulo de ideas conflictivas y contradictorias sobre lo que debería hacerse, nuestros líderes continúan ignorando las pocas ideas y sugerencias constructivas sobre cómo reducir el desempleo, crear empleo, evitar la escalada de crímenes y facilitar una mejor transición hacia la era de la alta tecnología.
Algo sabemos con certeza: entramos en un nuevo periodo de la historia en el que las máquinas sustituirán, de forma cada vez más creciente, a los hombres en la producción de bienes y servicios. Aunque se hace difícil predecir un calendario, estamos embarcados en una carrera hacia un futuro automatizado y nos aproximamos, a pasos agigantados, hacia una era de poco o nulo trabajo, por lo menos en el sector manufacturero, en las primeras décadas del siglo XXI. El sector de servicios, aunque más lento de automatizar, llegará a un estado de plena automatización, probablemente, hacia mediados del siglo XXI. El emergente sector del conocimiento será capaz de absorber un pequeño porcentaje de esta mano de obra desplazada, pero no la suficiente como para llegar a afectar, de forma substancial, el creciente desempleo. Cientos de millones de trabajadores quedarán permanente ociosos por el efecto producido por las fuerzas derivadas de la globalización y la automatización. Otros, todavía disfrutando de empleo, tendrán que trabajar muchas menos horas para poder distribuir, de forma equitativa, el volumen de trabajo disponible y suministrar el adecuado poder adquisitivo para intentar absorber los incrementos de producción. A medida que las máquinas vayan sustituyendo a los seres humanos, en las décadas venideras, el trabajo de millones de ellos quedará liberado del proceso económico y de la presión de la economía de mercado. La única realidad válida para la era del futuro es la masa laboral sin capacidad de ser empleada, debiendo buscar cada nación la mejor forma de resolver este problema si se desea que la civilización pueda sobrevivir al impacto de la tercera revolución industrial.
Si el talento, la energía y los recursos de cientos de millones de hombres y mujeres no se reconducen hacia objetivos constructivos, la civilización continuará, con toda probabilidad, su camino hacia la desintegración y la conformación de un estado de creciente violencia social y de carencia de ley, del que puede resultar muy difícil hacer el camino inverso. Por esta razón, encontrar una alternativa al trabajo formal en la economía de mercado resulta la tarea crítica de todas las naciones de la Tierra. La preparación para una era posterior a la de mercado requerirá una gran atención a la construcción del tercer sector y a la renovación de la vida comunitaria. A diferencia de la economía de mercado, basada única y exclusivamente en el concepto de «productividad» y, en consecuencia, objeto de la sustitución de los seres humanos por las máquinas, la economía social se centra en las relaciones humanas, en los sentimientos de intimidad, en el compañerismo, en los lazos fraternales y en el sentido de responsabilidad social en la administración de los recursos, todas ellas cualidades no fácilmente reducibles o reemplazables por máquinas. Dado que las anteriores son características que no pueden ser asumidas por éstas, se hará necesario garantizar un refugio al que los trabajadores desempleados por la tercera revolución industrial puedan acudir para encontrar un nuevo significado y renovados propósitos para su vida después de que el posible valor añadido de su trabajo, en el mercado formal, se haya convertido en marginal o innecesario.
La resurrección o la transformación del sector del voluntariado, dedicado a actividades cívicas, en un pilar independiente, capaz de absorber el flujo de trabajadores desplazados del sector privado debe ser algo de urgente prioridad si queremos capear el temporal que amenaza en el horizonte. Se deberán encontrar formas imaginativas para transferir una mayor y creciente porción de las ganancias en productividad propias de la tercera revolución industrial desde el mercado hacia el tercer sector, para equilibrar así la creciente carga que tendrá lugar en la economía social.
Enfrentado a la dantesca perspectiva de tener que absorber un creciente número de trabajadores eliminados de los procesos propios de la economía de mercado, y teniendo que suministrar cada vez más servicios sociales básicos y ayudas culturales, el tercer sector requerirá importantes aportaciones, tanto de mano de obra voluntaria como de fondos operativos. La creación de salarios fantasma como remuneración por el tiempo voluntario, la puesta en marcha de un impuesto sobre el valor añadido sobre productos y servicios propios de la era de la alta tecnología como forma para obtener fondos que garanticen un salario social para los pobres a cambio de un trabajo para la comunidad, el incremento de las deducciones fiscales como contraprestación a la filantropía empresarial ligadas al crecimiento de la productividad, son algunos de los pasos posibles a realizar en los Estados Unidos para aumentar la importancia y la efectividad del tercer sector en los próximos años. En otros países, se deberán diseñar otros planteamientos para avanzar en el afianzamiento y ampliación del campo de actuación de la economía social.
Hasta el día de hoy, el mundo ha estado tan preocupado con la forma de funcionar de la economía de mercado que se ha olvidado de la necesidad de imprimir mayor atención a la economía social, por parte del público en general, y en especial, por los que se dedican a la función pública. Esto deberá cambiar radicalmente en los próximos años, a medida que se vaya haciendo cada vez más evidente que un sector de voluntarios transformado ofrece el único medio viable para canalizar, de forma constructiva, el excedente de mano de obra marginado por el mercado global.
Entramos en una nueva etapa de mercados mundiales y de procesos productivos automatizados. El camino hacia una economía prácticamente sin trabajo ya está a la vista. El que nos conduzca a un lugar seguro o a un terrible abismo dependerá de cómo la civilización se prepare para la era posterior a la actual, aquélla que será consecuencia inmediata de los planteamientos de la tercera revolución industrial. El final del trabajo puede representar una sentencia de muerte para la civilización, tal y como la hemos conocido. El final del trabajo también podrá señalar el principio de una gran transformación social, el renacimiento del espíritu del hombre. El futuro está en nuestras manos.