EL DESTINO DE LAS NACIONES
Los efectos desestabilizadores de la tercera revolución industrial se están empezando a sentir en todo el mundo. En cada economía avanzada, las nuevas tecnologías y las nuevas prácticas directivas desplazan trabajadores, creando una masa laboral en la reserva empleable para trabajos eventuales, ampliando con ello la diferencia existente entre los que tienen y los que no tienen, y creando nuevos y peligrosos niveles de estrés. En los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), 35 millones de personas están actualmente desempleadas y existen 15 millones adicionales «que han decidido dejar de buscar o nunca aceptarán un trabajo a tiempo parcial[1]». En América Latina, el desempleo urbano está por encima del 8%. India y Pakistán tienen desempleos superiores al 15%. Tan sólo unas pocas naciones del Lejano Oriente tienen tasas de desempleo por debajo del 3%[2].
En Japón, donde el término «desempleo» es apenas usado, la fuerte nueva competencia global fuerza a las empresas a endurecer sus operaciones, lanzando a los trabajadores al paro por primera vez en la historia reciente. Aunque Japón afirma tener una tasa de desempleo, tan sólo, del 2,5%, algunos analistas apuntan que si el gran número de trabajadores descontentos y los trabajadores no registrados se sumasen a las cifras totales, la tasa resultante podría situarse alrededor del 7,5%[3]. The Wall Street Journal informaba, en septiembre de 1993 que «el miedo se extiende [en Japón] como consecuencia de que las grandes empresas se verán forzadas, en breve, a despedir trabajadores, tal vez, a gran escala[4]». La creación de empleo en el sector manufacturero ha caído en un 26% y algunos economistas japoneses predicen la existencia de dos solicitudes de empleo por cada nuevo puesto de trabajo, en los próximos años. Koyo Koide, un economista sénior del Industrial Bank of Japan afirma: «la posible presión por los ajustes laborales [en Japón] es la más grande desde la segunda guerra mundial[5]».
Las perspectivas de empleo han disminuido prácticamente en todos y cada uno de los sectores de la economía japonesa. Megumu Aoyana, un funcionario encargado de colocaciones profesionales en la Universidad de Toyo en Tokio, se queja de que la incorporación a las empresas de graduados universitarios se halla en los niveles más bajos desde la posguerra. La creación de puestos de trabajo de dirección intermedia en las empresas manufactureras disminuye drásticamente, mientras que ciertos analistas económicos advierten que es muy probable que se eliminen hasta 860.000 empleos de esta categoría en la siguiente ola de reingeniería empresarial. En el pasado, afirma Aoyana, se asumía que si se recortaban puestos de trabajo en fabricación, el sector de servicios absorbería el exceso de trabajadores. En la actualidad, sin embargo, la oferta de empleos en el sector de servicios ha caído en un 34%, la mayor caída registrada en cualquiera de los sectores económicos del país. Aoyana cree que las gigantescas empresas japonesas «nunca volverán a contratar a mucha gente[6]».
En un reciente artículo de la Harvard Business Review, Shintaro Hori, director de la empresa consultora Bain & Company Japan, advertía que las empresas japonesas podrían haber eliminado entre el 15 y el 20% de la totalidad de su masa laboral de «cuello blanco» para poder adaptarse a los bajos costes laborales de las empresas con base en los Estados Unidos y seguir siendo competitivas en los mercados mundiales. Los patrones japoneses, conscientes de las realidades de una economía global altamente competitiva, es posible que sientan cada vez más presión para reducir el tamaño de sus operaciones en los próximos años, eliminando a millones de trabajadores en el proceso[7].
Mientras que la preocupación por el desempleo está creciendo en Japón, los mismos temores han empezado a aparecer y a expandirse en la Europa Occidental, donde uno de cada nueve trabajadores en la actualidad está en paro[8]. Todas y cada una de las naciones de la Europa del Oeste experimentan un empeoramiento del desempleo. El paro en Francia está en el 11,5%. En Gran Bretaña, ya ha llegado al 10,4%. En Irlanda, la tasa de desempleo se sitúa por encima del 17,5%. Italia ha alcanzado el 11,1%. En Bélgica, la cifra está en el 11%. Dinamarca se está aproximando al 11,3%. Finalmente, en España, uno de los países con una tasa de paro con mayor crecimiento relativo, uno de cada cinco trabajadores carece de empleo[9].
El desempleo en Alemania afecta a 4 millones de personas. Tan sólo en la industria del automóvil, se espera que más de 300.000 puestos de trabajo sean eliminados en los próximos años[10]. Comparando las actuales cifras relativas al desempleo, con las de los primeros años de la década de los 30, el canciller Helmut Schmidt expresaba la terrible observación: «existe más gente desempleada en Chemnitz, Leuna o Frankfurt del Oder que en 1933, cuando fueron elegidos los nazis». Schmidt advertía al pueblo alemán y a la comunidad internacional de las peligrosas consecuencias que se vislumbran en el futuro inmediato. «Si no podemos superar este problema», afirmaba Schmidt, «debemos estar preparados para cualquier eventualidad[11]». La situación alemana envía ondas expansivas a la totalidad de la economía europea. Los 80 millones de ciudadanos alemanes representan el 23% de la totalidad de los consumidores europeos, y su economía, cifrable en 1,8 billones de dólares, representa el 26% del producto interior bruto de la Unión Europea[12].
Los analistas de la industria advierten que el número de desempleados en Europa crecerá hasta los 19 millones de personas a principios de 1995 y, con toda probabilidad, seguirá creciendo en los restantes años de la década. Drake, Beam & Morin, una empresa consultora, analizó recientemente más de 400 empresas europeas e informó que el 52% de ellas pretendían recortar sus estructuras laborales en 1995. (En un estudio similar realizado en los Estados Unidos, la misma empresa detectó que el 42% de las empresas entrevistadas planificaban más recortes de plantilla también para 1995). El presidente de esta empresa consultora, William J. Morin, advierte que «las presiones de la competencia global y de las nuevas tecnologías empiezan… a golpear duro en Europa[13]».
El problema del despido tecnológico se extiende rápidamente en el foro de debate político en Europa. A principios de la década de los años 90, tan sólo uno de cada cinco trabajadores europeos estaba empleado en el sector secundario, frente a uno de cada cuatro en 1960[14]. La pérdida de puestos de trabajo en la industria manufacturera en general se debe, en gran parte, a la introducción de nuevas tecnologías que permiten ahorros en mano de obra o en tiempo de proceso y, también, a la reestructuración de los modos de producción siguiendo patrones ya puestos en práctica en los Estados Unidos y en Japón.
La industria europea de componentes del automóvil es una de las que pueden ser empleadas como ejemplo de esta tendencia arriba apuntada. Esta industria emplea, en la actualidad, más de 940.000 trabajadores en los países de la Europa comunitaria. De acuerdo a un informe confidencial preparado para la Comisión Europea, la única posibilidad de que las empresas europeas puedan mantener la competitividad y retomar sus posiciones de mercado sería procediendo a aplicar nuevos procesos de reingeniería sobre la totalidad de sus operaciones y a reducir su masa laboral en 400.000 trabajadores para finales de 1999. Ello representaría una reducción prevista del 40%, tan sólo en una industria, en menos de seis años[15].
Las industrias manufactureras en Europa y en el resto de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) esperan seguir eliminando cada vez más trabajadores en las próximas décadas, mientras tienden de forma inexorable hacia la era de la fábrica sin trabajadores. Cualquier esperanza que economistas y líderes políticos tuvieran acerca de que el sector de servicios diera trabajo a los desempleados, tal como ha ocurrido en el pasado, está disminuyendo. Mientras que el sector de servicios, en los países de la OCDE, ha crecido a ritmo de un 2,3% por año durante la década de los años 80, la tasa de crecimiento en 1991 ha caído a menos de un 1,5%. De hecho, en Canadá, Suecia, Finlandia y el Reino Unido, el sector de servicios decayó en 1991. La ILO culpa de este declive a los cambios estructurales que tuvieran lugar en dicho sector. En su World Labour Report de 1993, la ILO observaba que «la mayor parte de los servicios, desde la banca hasta la distribución al por menor (con la única posible excepción de la atención sanitaria) se están reestructurando siguiendo patrones que la industria manufacturera ya adoptó hace una década[16]».
En Europa, el problema del desempleo será más grave por la reducción en el empleo público. Durante la década de los años 80, los empleos en el sector público, en total 5 millones de puestos de trabajo, fueron los responsables de buena parte del crecimiento del empleo en la Unión Europea[17]. En la actualidad, con las naciones europeas rebajando sus presupuestos nacionales en un esfuerzo por reducir las deudas y los déficit públicos, las perspectivas de los gobiernos como empresarios de último recurso de trabajadores procedentes del sector manufacturero y del sector de servicios dejan de ser políticamente factibles. Incluso puede resultar más alarmante el que más del 45,8% de los trabajadores desempleados de Europa hayan estado en paro durante más de un año, situación dramática si la comparamos con los Estados Unidos, donde tan sólo el 6,3% han estado en esta situación durante un periodo superior a los doce meses[18].
Las oportunidades de empleo que puedan existir quedan extremadamente limitadas a trabajos a tiempo parcial. Al igual que lo que ocurre en los Estados Unidos, las empresas europeas se están orientando mayoritariamente hacia la contratación de trabajadores temporales con la finalidad de lograr ahorros en costes laborales. La política de la contratación just-in-time se convierte, también, en una norma en muchos países europeos. Los contratos temporales se concentran en el sector de servicios, donde el fenómeno de la reingeniería se expande a pasos agigantados, cuestionando con ello las nociones tradicionales de la seguridad en el empleo. En los Países Bajos, el 33% de los empleos están ocupados por trabajadores a tiempo parcial, mientras que en Noruega el mismo porcentaje supera ligeramente el 20%. En España, uno de cada tres trabajadores tiene un contrato temporal. En el Reino Unido, cerca del 40% de los trabajos son a tiempo parcial[19].
La evidencia sugiere que el empleo just-in-time jugará un amplio e importante papel en la nueva economía global basada en la alta tecnología del próximo siglo XXI[20]. Las empresas multinacionales, deseosas de mantenerse flexibles y activas frente a la competencia global, optan cada vez más por contratar trabajadores eventuales, con la finalidad de poder responder con rapidez a las fluctuaciones del mercado. El resultado será un incremento en la productividad y una mayor inseguridad del empleo en todos los países del mundo.
Concretamente en Europa, la creciente dependencia de un ejército de reserva de trabajadores eventuales refleja una cada vez mayor preocupación de las direcciones de empresa porque el gasto social neto de los países de la Comunidad Económica Europea en el periodo siguiente a la segunda guerra mundial haga que sus empresas sean menos competitivas en el ámbito internacional. El trabajador industrial alemán medio está mucho mejor pagado que su homólogo estadounidense. Su retribución por hora cuesta a su patrón, aproximadamente, 26,89 dólares, un 46% de los cuales se destinan a cotizaciones sociales. En el caso italiano, el trabajador gana más de 21 dólares por hora, y la mayor parte de esta retribución es bajo la forma de subsidio. Un trabajador industrial en los Estados Unidos cuesta, en promedio, 15,89 dólares, de los cuales tan sólo el 28% se destinan a cotizaciones sociales[21].
Los europeos también disfrutan de vacaciones pagadas de mayor duración y trabajan un menor número de horas. En 1992, el trabajador alemán medio trabajaba 1519 horas al año y tenía 40 días de vacaciones pagadas. Los funcionarios promediaban 1646 horas. Los trabajadores americanos trabajaban un promedio de 1857 horas al año, mientras que los japoneses encabezan la lista con una media de 2007 horas al año. En resumen, el trabajo en Europa es un 50% más caro que en América o en Japón[22].
El gasto público en Europa también resulta ser mayor que en cualquier otra región industrializada del mundo. La mayor parte sirve para financiar los programas sociales para proteger y aumentar el bienestar de los trabajadores y sus familias. Los pagos de la seguridad social en Alemania, en 1990, fueron un 25% del producto interior bruto, en comparación con el 15% en los Estados Unidos y el 11% de Japón. La financiación de las cotizaciones sociales para los trabajadores requiere más impuestos en las empresas. Los niveles de impuestos en las empresas en Alemania exceden, en la actualidad, el 60%, mientras que en Francia se aproximan al 52%. En los Estados Unidos son sólo del 45%[23]. Cuando se suman todos los costes para mantener una adecuada red social, incluyendo los costes de los impuestos, la seguridad social, las compensaciones por desempleo, las pensiones y los seguros médicos, el total se sitúa alrededor de un 41% del producto interior bruto en Europa, frente al 30% en los Estados Unidos y en Japón[24].
Los líderes empresariales han acuñado un nuevo término: «euroesclerosis», en los debates públicos, intentando con ello atraer la atención sobre lo que consideran que son programas de asistencia social innecesarios y excesivos. En defensa de sus reivindicaciones, apuntan el ejemplo de los Estados Unidos, donde la red social fue desmantelada durante la época de las presidencias Reagan-Bush, como parte de una bien orquestada campaña para que las compañías se deshicieran de un excesivo coste laboral[25].
En agosto de 1993 el gobierno del canciller Helmut Kohl anunció un recorte de 45.200 millones de dólares en los programas sociales como parte de un programa de austeridad cuyo objetivo era frenar la escalada del déficit público[26]. Otros países europeos han hecho planteamientos similares. En Francia, el nuevo gobierno conservador planteó medidas tendentes a recortar de forma significativa los programas sociales, incluyendo entre estas medidas una reducción en los pagos por jubilación y en los reembolsos por gastos médicos. El nuevo gobierno también acortó el número de semanas en las que un trabajador en paro puede estar recibiendo el subsidio de desempleo. Al comentar estos cambios, un alto funcionario francés afirmaba: «No podemos tener personas trabajando durante ocho meses y recibiendo posteriormente quince meses de seguro de desempleo, como ocurre en la actualidad». En los Países Bajos, las condiciones previas para poder acceder a los subsidios por incapacidad laboral han sido restringidas con la esperanza de llegar a ahorrar más de 2000 millones de dólares por año en el gasto público[27]. Algunos funcionarios europeos, como el comisario de la Unión Europea, Padraig Flynn, piden insistentemente cautela en el debate sobre la reducción de las ayudas sociales. Advierte que «veréis la creación de un mayor número de empleos con bajos niveles salariales… y más empleos a tiempo parcial». «En ambos casos», dice Flynn, «la clave está en disponer de un nivel satisfactorio de protección social… de forma que no se cree pobreza laboral y, por lo tanto, social[28]».
La reducción en los niveles de ayuda social, en un momento en el que un gran número de trabajadores son sustituidos por las nuevas tecnologías y las reestructuraciones de dirección, es algo que está empezando a crear tensiones sociales en Europa. En marzo de 1994, decenas de miles de estudiantes tomaron las calles en diferentes ciudades de Francia para protestar contra el decreto del gobierno que reducía los salarios mínimos para los jóvenes. Con uno de cada cuatro jóvenes franceses ya en el paro, el gobierno está preocupado porque el creciente malestar político degenere en hechos similares a los acontecidos durante las violentas protestas que sacudieron Francia en mayo de 1968, y que llegaron a paralizar el gobierno. En Italia, donde el desempleo juvenil ha alcanzado el 30%, y en Inglaterra, donde ya llega al 17%, los analistas políticos contemplan los sucesos que ocurren en Francia con celoso interés, preocupados porque sus países puedan ser los siguientes en verse afectados por este tipo de protestas[29].
Tras un estudio de la situación laboral europea, el investigador Heinz Werner afirmaba: «es como una rueda de hámster. Cualquiera que se baje de ella, tendrá mucha dificultad para volver a subirse». Una vez fuera del sistema, afirma el experto en temas laborales Wilhelm Adamy, «el problema de cada desempleado será aún peor, si cabe», puesto que deberán enfrentarse a un sistema de ayudas sociales cada vez más menguante[30]. Más de 80 millones de personas de la Comunidad Económica Europea ya viven en niveles de pobreza. Su número es posible que aumente, tal vez en proporciones epidémicas, dado que cada vez más trabajadores son sustituidos por las nuevas tecnologías y lanzados a un mar económico con muy pocos salvavidas[31].
La tercera revolución industrial se extiende a pasos agigantados en el tercer mundo. Las empresas de ámbito global empieza a construir sofisticadas plantas con las últimas tecnologías en países del hemisferio Sur. «En la década de los años 70», afirma Harley Shaiken, profesor de Trabajo y Tecnología en la Universidad de California en Berkeley, «la producción intensiva en capital y altamente automatizada parecía que estaba unida a las economías industriales como la de los Estados Unidos y los empleos que podían crearse en ultramar eran poco automatizados, con baja productividad, como podía ser el cosido de pantalones vaqueros o el montaje de juguetes». En la actualidad, afirma Shaiken, «con los ordenadores, las telecomunicaciones y las nuevas formas de transporte rápido y barato, la moderna producción ha sido transplantada, con pleno éxito, a los países del tercer mundo[32]».
Tal como se ha comentado en páginas anteriores, la parte salarial de la producción total continúa su disminución en proporción a los otros costes. En este caso, la ventaja que supone la mano de obra barata del tercer mundo se convierte en un factor cada vez menos importante en el conjunto de la producción. Mientras que la mano de obra barata todavía puede suministrar algún factor competitivo en ciertos sectores industriales como el textil y el electrónico, la ventaja del trabajo humano frente a las máquinas disminuye rápidamente como consecuencia de los avances de la automatización. Entre 1960 y 1987 «menos de un tercio del incremento en la producción en los países desarrollados… procedía del incremento en la mano de obra», de acuerdo con las conclusiones de un reciente informe preparado por el United Nations Development Program. «Más de dos tercios [procedían] de incrementos derivados de las inversiones de capital[33]».
Muchas empresas en países del tercer mundo se han visto forzadas a invertir cantidades importantes en tecnologías de automatización con la finalidad de garantizar rapidez en la entrega y control de calidad en un mercado global cada vez más competitivo. A menudo, la decisión de ubicar una determinada planta en un país en vías de desarrollo está tan influida por el deseo de estar lo más cerca posible de un determinado mercado potencial como por los diferenciales de costes. Y ello porque, como consecuencia de la forma de actuar de un determinado mercado o por su ubicación, dice el editor de Fortune «las nuevas tecnologías y la continua búsqueda de una mayor productividad llevan a las empresas a construir plantas de fabricación en países menos desarrollados, de manera que se requiera tan sólo una pequeña parte del capital humano que sería necesario si se ubicase la fábrica en el país de origen de la empresa[34]».
Consideremos el caso de México. Las empresas internacionales con base en Estados Unidos y en Japón han levantado, desde finales de la década de los años 70, plantas de fabricación en una franja de 300 millas a lo largo de las ciudades fronterizas del norte de México. Las plantas de montaje, conocidas como maquiladoras, corresponden a marcas como Ford, AT&T, Whirlpool, Nissan, Sony y otras muchas pertenecientes a gigantes multinacionales. Las fábricas más recientes tienen instalaciones altamente automatizadas, por lo que requieren un menor número de trabajadores especializados para hacerlas funcionar[35].
Las empresas automatizan rápidamente sus procesos productivos en estas plantas del norte de México, con una finalidad mucho más tendente a la mejora de la calidad de sus productos que a una reducción de sus costes de producción. Al igual que otras empresas multinacionales que operan en este lugar, Zenith ha automatizado sus infraestructuras productivas y ha reducido su masa laboral de 3300 trabajadores a sólo 2400. Elio Bacich, el director de las operaciones de Zenith en México, afirma que «el 60% de lo que antes hacíamos a mano se hace en la actualidad mediante máquinas[36]».
Las máquinas sustituyen a los operarios en todos los países desarrollados. Martin Anderson, vicepresidente de la Gemini Consulting Firm, en Nueva Jersey, afirma que cuando las empresas construyen nuevas plantas en países en vías de desarrollo suelen ser mucho más automatizadas y eficientes que sus equivalentes en los Estados Unidos. «Algunas de las fábricas americanas del tipo de las que construyen los japoneses se instalan en Brasil», dice Anderson[37]. La idea de que la transferencia de infraestructuras productivas hacia países más pobres signifique mayores niveles de empleo local y mayor prosperidad no es necesariamente cierta. Shaiken está de acuerdo en que «el tipo de necesidades laborales en el tercer mundo disminuye el número de trabajos que se crean» a causa de las nuevas tecnologías de automatización y las nuevas prácticas empresariales. Le preocupa que la tercera revolución industrial signifique un menor número de puestos de trabajo en sectores de alta tecnología para la nueva élite de trabajadores del conocimiento, lo que implicará el crecimiento del desempleo para millones de otros trabajadores. La clara tendencia, tal como afirma Shaiken, es una «continuación de la extensiva polarización de los ingresos y la marginalización de millones de personas[38]».
La sustitución de máquinas por seres humanos lleva a un creciente descontento laboral en el tercer mundo. El día 1 de julio de 1993, los trabajadores de Thai Durable Textile Company, a las afueras de Bangkok, hicieron una huelga y bloquearon el proceso de producción. Esta huelga fue convocada para protestar por el despido de 376 de los 3340 trabajadores de la empresa, como consecuencia de la puesta en marcha de nuevas máquinas que agilizaban y mejoraban el proceso productivo. Con más de 800.000 trabajadores, en su mayoría mujeres, empleados en la industria textil tailandesa, tanto la clase trabajadora como los directivos del sector vieron la huelga como un examen que debía permitir entrever el futuro de decenas de miles de trabajadores cogidos en las garras de una revolución tecnológica que está llevando al tercer mundo hacia la fábrica sin trabajadores[39].
En la vecina China, donde la mano de obra barata ha sustituido tradicionalmente las inversiones de capital, algunos funcionarios gubernamentales han anunciado una amplia reestructuración de las fábricas y una puesta al día de los equipos, para poder suministrar a la nación más poblada del mundo una ventaja competitiva en los mercados mundiales. Los analistas especializados en la industria de China predicen que alrededor de 30 millones de trabajadores serán despedidos por esta ola de reestructuraciones ya anunciadas[40].
En ninguna parte del mundo existe un contraste entre la alta tecnología del futuro y las prácticas fabriles del pasado como el que se puede observar en Bangalore, India, una ciudad de 4,2 millones de habitantes que se conoce como el Silicon Valley de aquel país. Empresas de ámbito global como IBM, Hewlett-Packard, Motorola y Texas Instruments se reúnen en esta ciudad situada a 914 metros de altura, a unos 320 kilómetros al oeste de Madrás. En los viejos tiempos coloniales, la ciudad, con su clima templado, sus plantas tropicales y sus bellas vistas, era el lugar favorito para las vacaciones de los altos funcionarios británicos. En la actualidad, puede vanagloriarse de «hacer relucir en las torres de la ciudad los logotipos de diversas empresas que se hallan entre las 500 más prósperas del país». En un país caracterizado por la pobreza y la preocupación social, Bangalore es «una isla de cierta influencia y de clara estabilidad social». Elogiada por algunos de los científicos e ingenieros más eminentes de la comunidad científica y técnica, esta ciudad india se ha convertido en la meca de la alta tecnología para las empresas multinacionales dedicadas al mundo de la electrónica y de los ordenadores, deseosas de fundar sucursales cerca de nuevos mercados florecientes[41].
Bangalore es tan sólo uno más de los muchos enclaves tecnológicos establecidos en mercados regionales clave del planeta. Su simple existencia, en medio de la pobreza y la desesperación generalizadas, puede hacer cuestionar el futuro de alta tecnología que nos espera en el próximo siglo. El historiador Paul Kennedy se pregunta si países del tipo de India pueden «tomar el testigo de la creación de enclaves de tecnología, en un mundo competitivo… en medio de cientos de millones de campesinos empobrecidos». Observando la creciente disparidad entre la nueva clase de analistas simbólicos y la declinante y empobrecida clase trabajadora en países como los Estados Unidos, Kennedy se pregunta si los países en vías de desarrollo, como es el caso de India, no podrán empobrecerse aún más en el nuevo mundo de la alta tecnología. «Dado el gran diferencial existente en los ingresos y los estilos de vida en la propia India», dice Kennedy, «¿qué sentido tendrá disponer de islas de prosperidad, si éstas lo son en un mar de pobreza[42]?».
Las preocupaciones de Kennedy son más convincentes a la luz del creciente número de trabajadores que se supone entrarán a formar parte de la masa laboral en los países en vías de desarrollo en los próximos años. Entre hoy y el año 2010, los países en vías de desarrollo esperan incorporar más de 700 millones de hombres y mujeres a su masa laboral, una población laboral mayor que la totalidad de la clase trabajadora en el mundo industrial existente en 1990. Las cifras en cada región son igualmente chocantes. En los próximos treinta años, la masa laboral en México, América Central y países del Caribe se espera que crecerá en 52 millones de personas, o lo que es lo mismo, el doble del número de trabajadores existentes en este momento tan sólo en México. En África, 323 millones de nuevos trabajadores se incorporarán a la masa laboral en las próximas tres décadas, una población en edad laboral superior a la actual fuerza laboral existente en el conjunto de Europa[43].
Por todo el mundo, más de mil millones de puestos de trabajo deberán ser creados en los próximos diez años para poder garantizar un cierto nivel de ingresos para todos los nuevos trabajadores, tanto en los países desarrollados como en los en vías de desarrollo[44]. Con las nuevas tecnologías de la información y de las telecomunicaciones, con la robótica y con las nuevas prácticas de automatización eliminando rápidamente puestos de trabajo en cada sector industrial, la posibilidad de disponer de suficiente trabajo para los cientos de millones de nuevos trabajadores parece algo remoto.
De nuevo México ofrece un buen ejemplo de lo anterior. A pesar de que este país está en mejor situación que la mayoría de los países en vías de desarrollo, el 50% de su fuerza laboral sigue estando desempleada o subempleada. Tan sólo con la finalidad de mantener el statu quo, México necesitará generar más de 900.000 puestos de trabajo por año durante los años que quedan en la actual década para poder absorber los nuevos trabajadores que se incorporen[45].
Nos acercamos rápidamente a una encrucijada histórica en el devenir de la humanidad. Las empresas multinacionales son, en la actualidad, capaces de producir un volumen de bienes y servicios sin precedentes, con una cada vez menor fuerza laboral. Las nuevas tecnologías nos llevan a una era de producción prácticamente sin trabajadores en el preciso momento en que los niveles de población del planeta están llegando a niveles desconocidos hasta ahora. El conflicto que deberá producirse como consecuencia de las presiones derivadas de una población creciente y de unas oportunidades de empleo decrecientes definirá las características geopolíticas de la nueva economía emergente basada en las tecnologías punta y cuyo pleno desarrollo se producirá, sin duda, en las primeras décadas del siglo próximo.