Capítulo 1

EL FIN DEL TRABAJO

Desde el principio de los tiempos, las civilizaciones han quedado estructuradas, en gran parte, alrededor del concepto de trabajo. Desde el hombre cazador y recolector del Paleolítico y el agricultor sedentario del Neolítico hasta el artesano del medievo y el trabajador de cadena de producción de nuestros tiempos, el trabajo ha sido una parte esencial e integral de nuestra existencia cotidiana. En la actualidad, por vez primera, el trabajo humano está siendo paulatina y sistemáticamente eliminado del proceso de producción. En menos de un siglo, el trabajo masivo en los sectores de consumo quedará probablemente muy reducido en casi todas las naciones industrializadas. Una nueva generación de sofisticadas técnicas de las comunicaciones y de la información irrumpen en una amplia variedad de puestos de trabajo. Las máquinas inteligentes están sustituyendo, poco a poco, a los seres humanos en todo tipo de tareas, forzando a millones de trabajadores de producción y de administración a formar parte del mundo de los desempleados, o peor aún, a vivir en la miseria.

Algunos de nuestros líderes más importantes, así como algunos de nuestros economistas más representativos, nos dicen que las cifras del desempleo representan ajustes «a corto plazo» producidos por importantes fuerzas de mercado que llevan a la economía mundial hacia una tercera revolución industrial. Sostienen y defienden la llegada de un excitante nuevo mundo industrial caracterizado por una producción automatizada a partir de elementos de alta tecnología, por un fuerte incremento en el comercio mundial y por una abundancia material sin precedentes.

Millones de trabajadores se mantienen escépticos ante este tipo de afirmaciones. Cada semana más y más empleados se enteran de su despido inminente. En diferentes fábricas y oficinas, a lo largo y ancho del mundo, la gente espera, con miedo que no sea éste su día. Al igual que una implacable epidemia mortal que se abre paso por el mercado, la rara y aparentemente inexplicable nueva enfermedad económica se extiende, destruyendo vidas y desestabilizando comunidades completas en su avance inexorable. En los Estados Unidos las empresas suprimen más de 2 millones de puestos de trabajo al año[1]. En Los Angeles, el First Interstate Bankcorp, el decimotercer mayor grupo bancario del país, reestructuró recientemente sus operaciones eliminando 9000 puestos de trabajo, equivalentes a más del 25% del total de su masa laboral. En Columbus, Indiana, Arvin Industries perfeccionó la automatización de su cadena de montaje de componentes de automoción, lo que implicó una reducción cercana al 10% en el número de empleados. En Danbury, Connecticut, Union Carbide procedió a la reorganización de sus funciones de producción, de administración y de distribución, con la finalidad de reducir su tamaño, generando con ello una reducción en los costes cercana a los 575 millones de dólares hacia 1995. En el proceso subyacente fueron eliminados más de 13.900 puestos de trabajo, cerca del 22% de los totales existentes. La compañía espera recortar un 25% más de los empleados, antes de terminar su propia «recreación» como empresa, en los próximos dos años[2].

Cientos de otras empresas han anunciado sus respectivas reestructuraciones. GTE despidió recientemente a 17.000 empleados. NYMEX Corp. anunció que iba a afectar a 16.800. Pacific Telesis ha reducido en más de 10.000 el total de puestos de trabajo. Tal como informa The Wall Street Journal, «la mayor parte de los recortes son favorecidos, de uno u otro modo, por los nuevos programas de “software”, por mejores redes de ordenadores y por un “hardware” más potente», lo cual se traduce en que las empresas puedan obtener una mayor producción con un menor número de empleados[3].

Sólo algunos empleos se crean en el contexto de la economía estadounidense; éstos corresponden a los sectores peor pagados y, en general, sobre la base de contratación temporal. En abril de 1994, dos tercios de los empleos de reciente creación en el país se hallaban ubicados en la base de la pirámide salarial. Mientras tanto, la empresa de recolocación Challenger, Gray y Christmas informaba de que en el primer trimestre de 1994, los despidos producidos por las grandes empresas se habían incrementado en un 13% en relación al mismo periodo del año anterior, con unas perspectivas, según los analistas, más pesimistas para los meses y años venideros[4].

La pérdida y la consecuente reducción de puestos de trabajo bien remunerados no es un fenómeno exclusivo de los Estados Unidos. En Alemania, Siemens, el gigante de la electrónica y de la ingeniería, ha procedido a pulir su estructura de dirección, recortando costes desde un 20 a un 30% en tan sólo tres años, y ha despedido a más de 16.000 empleados en todo el mundo. En Suecia, la cooperativa de alimentación con sede en Estocolmo, ICA, una empresa de 7900 millones de dólares de facturación, ha modificado sus actividades, basándolas en un moderno sistema de inventario por ordenador. La nueva forma de operar le ha permitido el cierre de un tercio de sus almacenes y centros de distribución, recortando sus costes operativos en casi la mitad. Durante el proceso, ICA fue capaz de despedir, en tan sólo tres años, a más de 5000 empleados, o lo que es equivalente, un 30% del total de su fuerza laboral mientras que los ingresos crecían en más de un 15%. En Japón, la empresa de telecomunicaciones NTT hizo públicas sus intenciones de recortar 10.000 empleos en 1993 y anunció que, como consecuencia de su programa de reestructuración, acabaría por recortar unos 30.000 puestos de trabajo —equivalentes a un 15% del total[5].

Los índices de desempleo y subempleo crecen diariamente en Norteamérica, Europa y Japón. Incluso los países más desarrollados se tienen que enfrentar a un desempleo tecnológico creciente a medida que las empresas multinacionales construyen y ponen en marcha métodos productivos basados en las últimas tecnologías, a lo largo y ancho del mundo, provocando que millones de trabajadores no puedan competir con la reducción de los gastos, el control de calidad y la rapidez de entrega garantizados por los sistemas de producción automatizados. En un número cada vez mayor de países, las noticias económicas están llenas de planteamientos relativos a diferentes formas de limitación de los procesos productivos, de reorganización, de gestión de calidad, de planteamientos posfordistas, de reducción de plantillas y de adecuación de su volumen. En cualquier parte del mundo existe un gran número de hombres y mujeres preocupados por su futuro más o menos inmediato. Los jóvenes están empezando a manifestar sus frustraciones y su rabia, desembocando en un comportamiento antisocial. Los trabajadores de mayor edad, atrapados entre un próspero pasado y un futuro incierto, parecen resignarse a estar condicionados por una serie de componentes sociales sobre los que poco o nada pueden hacer. A lo largo y ancho de nuestro mundo existe un creciente sentimiento de que nos hallamos ante un momento de cambio —cambio tan grande en escala que apenas somos capaces de intuir su impacto final. La vida tal como la conocemos está viéndose alterada en sus trazos fundamentales.

SUSTITUCIÓN DE EMPLEADOS POR «SOFTWARE»

Mientras que las primeras tecnologías reemplazaban la capacidad física del trabajo humano sustituyendo cuerpos y brazos por máquinas, las nuevas tecnologías basadas en los ordenadores prometen la sustitución de la propia mente humana, poniendo máquinas pensantes allí donde existían seres humanos, en cualquiera de los muchos ámbitos existentes en la actividad económica. Las implicaciones son profundas y de largo y preocupante alcance. Ante todo, es necesario recordar que más del 75% de la masa laboral de los países más industrializados está comprometida en trabajos que no son más que meras tareas repetitivas. La maquinaria automatizada, los robots y los ordenadores cada vez más sofisticados pueden realizar la mayor parte, o tal vez la totalidad, de estas tareas. Eso significa, que tan sólo en los Estados Unidos, en los años venideros más de 90 millones de puestos de trabajo de los más de 124 existentes son potencialmente susceptibles de ser sustituidos por máquinas. Además, existen estudios actuales en los que se muestra que menos del 5% de las empresas en el mundo han iniciado su transición hacia la cultura de la máquina, lo que hace pensar que en las décadas futuras se hace inevitable la aparición de un desempleo del que no se tiene referencias hasta el momento[6]. Como reflejo del significado de la transición que se avecina, el distinguido economista y premio Nobel, Wassily Leontief, ha advertido que con la introducción de ordenadores cada vez más sofisticados «el papel de los seres humanos como factores más importantes de producción queda disminuido de la misma forma que inicialmente el papel de los caballos en la producción agrícola, para luego ser eliminado por la introducción de los tractores[7]».

Atrapadas por un incremento de la competencia mundial y con los costes laborales en constante aumento, las multinacionales parecen decididas a acelerar el cambio de los trabajadores por máquinas. Recientemente su ardor revolucionario se ha visto potenciado de forma convincente por las últimas consideraciones. En Europa, donde el incremento en los costes laborales parece ser el responsable del estancamiento de la economía y de la pérdida de competitividad en los mercados mundiales, las empresas se apresuran a sustituir su mano de obra por las nuevas técnicas de la información y las telecomunicaciones. En los Estados Unidos los costes laborales de los últimos ocho años se han más que triplicado en relación al coste de las inversiones en equipamiento. (Aunque los niveles salariales no han podido mantenerse al nivel de la inflación, sino que de hecho han bajado, las prestaciones sociales, y en especial, los costes de las coberturas sanitarias se han visto incrementados de forma dramática). Necesitados de recortes en los costes y de mejoras en los márgenes de beneficios, las empresas han sustituido a sus trabajadores por máquinas a un ritmo muy acelerado. Un caso típico es el de Lincoln Electric, un fabricante de motores industriales en Cleveland, Ohio, que hizo públicos sus planes de aumentar sus inversiones de capital para 1993 un 30% por encima de sus niveles de 1992. El consejero delegado de Lincoln, Richard Sobow, es un fiel reflejo del pensamiento de otras muchas personas en la comunidad empresarial cuando afirma: «Intentamos realizar inversiones de capital antes que contratar a un nuevo empleado[8]».

A pesar de que las empresas pueden haber estado gastando más de un billón de dólares durante la década de los años 80 en ordenadores, robots y otros tipos de equipos de automatización, ha sido tan sólo en los últimos años cuando estas inversiones masivas han empezado a ser rentables como consecuencia de los incrementos en la productividad, de la reducción de los costes laborales y del crecimiento de los beneficios. En la medida en la que las direcciones de las empresas reservaban las nuevas técnicas para aplicarlas a las estructuras organizativas y a los procesos tradicionales, las herramientas disponibles para el tratamiento de la información basadas en ordenadores quedaban bloqueadas e incapaces de desarrollar, de forma efectiva, su plena capacidad. Sin embargo, recientemente, las grandes empresas han empezado a reestructurar sus procesos productivos para hacerlos compatibles con la nueva cultura basada en las tecnologías punta.

REESTRUCTURACIÓN

El concepto de «reestructuración» se extiende a través de la comunidad formada por las direcciones empresariales convenciendo incluso a los consejeros generales más escépticos. Las empresas han iniciado rápidos procesos de reestructuración de sus organizaciones para adaptarlas al uso de ordenadores. En el proceso, se eliminan puestos tradicionales de dirección, se concentran categorías laborales, creando equipos multidisciplinarios de trabajo, se instruye a los empleados en distintas habilidades, acortando y simplificando los procesos de producción y de distribución, y perfeccionando los procesos administrativos. Los resultados han sido impresionantes en los Estados Unidos, la productividad global se incrementó en un 2,8% en 1992, el mayor aumento registrado en las dos últimas décadas[9]. Este enorme incremento en la productividad ha representado fuertes reducciones en la masa laboral. Michael Hammer, antiguo profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT) y primer impulsor de la reestructuración de los procesos empresariales, afirma que la reestructuración produce normalmente como resultado una disminución del 40% en los empleos de una empresa y del 75% en su masa laboral. Los mandos intermedios son, por regla general, el nivel más afectado por este proceso. Hammer estima que más del 80% de las personas implicadas en responsabilidades de tipo medio pueden resultar afectadas[10].

Al hacer un análisis de la economía de los Estados Unidos se calcula que los proyectos de reestructuración empresarial podrían eliminar entre 1 millón y 2,5 millones de puestos de trabajo por año «en el futuro inmediato», según The Wall Street Journal[11]. En las primeras fases de los procesos de reestructuración en curso, algunos estudios al respecto predicen una pérdida de hasta 25 millones de personas entre la masa laboral en el sector privado sobre un total que podría hallarse alrededor de los 90 millones de trabajadores. En Europa y en Asia, donde los procesos de reestructuración empresarial y los cambios tecnológicos empiezan a tener impacto de parecida importancia, los analistas empresariales empiezan a prever niveles de pérdidas de puestos de trabajo parecidos para los años venideros. Los consultores empresariales, como John C. Skerritt, están profundamente preocupados por las consecuencias económicas y sociales de la reestructuración. «Podemos entrever muchas infinitas formas según las cuales se podrán destruir puestos de trabajo», dice Skerritt, «pero no entrevemos las formas de cómo podrán ser creados». Otros, como John Sculley, antiguamente en Apple Computer, piensan que «la reorganización del trabajo» puede resultar tan masiva y desestabilizadora como la que se dio durante la revolución industrial. «Éste puede resultar el mayor problema con implicaciones sociales de los próximos 20 años», dice Sculley[12]. Hans Olaf Henkel, consejero delegado de IBM Deutschland, advierte: «Hay una revolución en marcha[13]».

No existe ámbito de aplicación de la revolución tecnológica y de los procesos de reingeniería más significativo que el que se ha producido en el sector manufacturero. Ciento cuarenta y siete años después de que Karl Marx recordase a los trabajadores del mundo que debían unirse, el francés Jacques Attali, uno de los ministros del presidente François Mitterrand y consultor especializado en asuntos relativos a la tecnología, proclamó, con total seguridad, el final de la era de los trabajadores de ambos sexos. «Las máquinas son el nuevo proletariado», afirmó Attali. «A la clase trabajadora se le está dando el pasaporte[14]».

El rápido camino hacia la automatización conduce vertiginosamente a la economía mundial hacia un futuro industrial sin trabajadores. Entre 1981 y 1991 desaparecieron más de 1,8 millones de puestos de trabajo del sector secundario en los Estados Unidos[15]. En Alemania, los fabricantes se han desprendido de la clase trabajadora de forma más rápida, produciendo la eliminación de más de 500.000 empleos en tan sólo un periodo de doce meses, entre principios de 1992 y 1993[16]. La reducción en los empleos en el sector secundario forma parte de una tendencia a largo plazo por la que se puede ver la sustitución creciente de seres humanos por máquinas en los puestos de trabajo. Respecto a la década de los años 60, el número de empleos productivos ha caído en un 30%, mientras en los 80, en un 20%. En la actualidad menos del 17% de la clase trabajadora está involucrada en trabajos de los denominados de «cuello azul[*]». Un consultor en gestión y estrategia empresarial, Peter Drucker, estima que, en la próxima década, los niveles de empleo en el sector secundario seguirán cayendo hasta menos del 12% de la masa trabajadora en los Estados Unidos[17].

Durante la mayor parte de la década de los años 80, estaba de moda el culpar por la pérdida de puestos de trabajo en fabricación en los Estados Unidos a la competencia extranjera y a la mano de obra barata de los países de ultramar. Sin embargo, recientemente, los economistas han empezado a revisar sus puntos de vista a la luz de nuevos estudios en profundidad en el sector manufacturero americano. Notables economistas como Paul R. Krugman de MIT y Robert L. Lawrence de la Universidad de Harvard sugieren, sobre la base de estos amplios datos, que «la preocupación ampliamente difundida en los años 50 y 60 sobre el hecho de que los trabajadores industriales perderían sus puestos de trabajo debido a la automatización, se acerca más a la realidad que la preocupación actual por la supuesta pérdida de puestos de trabajo como consecuencia de la competencia extranjera[18]».

Si bien el número de trabajadores de «cuello azul» continúa su lenta y progresiva disminución, la productividad en el sector secundario continúa creciendo. En los Estados Unidos la productividad anual, que estaba creciendo ligeramente por encima del 1% anual a principios de los años 80, se ha incrementado hasta el 3% como consecuencia de los nuevos adelantos en la automatización gracias a los ordenadores y a la reestructuración de los puestos de trabajo. Desde 1979 hasta 1992 la productividad se incrementó en un 35% en el sector secundario mientras que la masa laboral se redujo en un 15%[19].

William Winpisinger, antiguo presidente de la Internacional Association of Machinists, central sindical cuyos miembros se han reducido casi en un 50% como consecuencia de los adelantos en la automatización, cita un estudio de la International Metalworkers Federation en Ginebra que pronostica que en los próximos treinta años tan sólo un 2% de la actual fuerza laboral «será necesaria para producir todos los bienes necesarios para satisfacer la demanda total[20]». Yoneji Masuda, uno de los responsables del plan japonés para convertir la sociedad nipona en la primera basada en una información totalmente computerizada, dice que «en el futuro inmediato la completa automatización de la totalidad de los departamentos será un hecho, y durante los próximos veinte años probablemente se podrán observar fábricas que no requerirán ningún tipo de trabajo manual[21]».

Mientras el trabajador industrial queda marginado del proceso económico, muchos economistas y políticos electos siguen manteniendo esperanzas en que el sector de servicios y el trabajo de «cuello blanco[**]» sean capaces de absorber los millones de trabajadores desempleados en busca de trabajo. Sus esperanzas tienen muchas probabilidades de no llegar a cumplirse. La automatización y la reingeniería ya están empezando a sustituir el trabajo humano en un amplio espectro de campos relacionados con el sector de servicios. Las nuevas «máquinas pensantes» son ya capaces de realizar muchas de las tareas mentales actualmente realizadas por seres humanos y ello a grandes velocidades. La Andersen Consulting Company, una de las mayores empresas mundiales dedicadas a tareas de reestructuración, estima que tan sólo en una de las industrias del sector de servicios, la banca comercial y las instituciones de ahorro, la reingeniería implicará una pérdida del 30 al 40% de los puestos de trabajo en los próximos siete años. Ello implica una pérdida aproximada de 700.000 empleos[22].

A lo largo de los últimos diez años, más de 3 millones de puestos de trabajo de «cuello blanco» fueron eliminados en los Estados Unidos. Algunas de estas pérdidas, sin duda, fueron consecuencia del incremento de la competencia mundial. Pero, tal como apuntaban David Churbuck y Jeffrey Young en Forbes, «La tecnología contribuyó en gran medida a que perdieran sus puestos». Aunque la economía en 1992 apuntase un importante crecimiento del 2,6%, más de 500.000 puestos de trabajo administrativos y técnicos simplemente desaparecieron[23]. Los rápidos avances en la tecnología de los ordenadores, incluyendo el procesado en paralelo de la información y la inteligencia artificial, son los que con toda probabilidad harán que un gran número de trabajadores de «cuello blanco» pierdan su empleo en las primeras décadas del próximo siglo.

Diversos analistas de política de empresa reconocen que las grandes empresas modifican a la baja sus plantillas de trabajadores pero argumentan que las pequeñas compañías toman el testigo contratando a los empleados afectados. David Birch, investigador asociado al MIT, ha sido uno de los primeros en sugerir que el nuevo crecimiento económico en la era de las tecnologías punta es conducido por las pequeñas empresas —es decir, aquéllas con menos de 100 empleados. En un momento dado, la opinión de Birch era que más del 88% de los puestos de nueva creación se producían en pequeñas empresas, muchas de las cuales se hallaban al borde de sufrir los efectos de la nueva revolución tecnológica. Sus datos fueron citados por los economistas conservadores de la era Reagan-Bush como prueba concluyente de que las innovaciones tecnológicas crean tantos puestos de trabajo como los que se pierden por los despidos derivados de la tecnología. Sin embargo, estudios más recientes han desacreditado el mito de que las pequeñas empresas son potentes motores del crecimiento del empleo en la era de las altas tecnologías. El economista político Bennett Harrison, de la HJ. Heinz III School of Public Policy and Management de la Universidad de Carnegie-Mellon, empleando datos estadísticos recopilados a partir de una amplia variedad de fuentes, incluyendo el International Labor Organization (ILO) de Naciones Unidas y el US Bureau of the Census, dice que en los Estados Unidos «la proporción de americanos que trabajan directamente en pequeñas empresas y en establecimientos particulares… no ha cambiado apenas desde principios de la década de los años 60». El mismo planteamiento, siempre según Harrison, es aplicable para Japón y para Alemania, las otras dos superpotencias económicas[24].

El hecho cierto es que, mientras que menos del 1% de todas las empresas estadounidenses emplean 500 trabajadores o más, estas grandes compañías siguen dando trabajo a más del 41% de todos los trabajadores censados en el sector privado a finales de la década anterior. Y son estos gigantes los que están en proceso de reingeniería de sus sistemas y despiden a un número inmenso de trabajadores[25].

La actual ola de recortes laborales toma una mayor relevancia política según se deduce de la tendencia de los economistas a modificar continuamente al alza el concepto de lo que es un nivel aceptable de desempleo. Al igual que suele ocurrir en muchos aspectos de la vida, a menudo ajustamos nuestras expectativas para el futuro en base a los cambios en las circunstancias por las que cada uno de nosotros podemos atravesar. En lo que hace referencia al empleo, los economistas han iniciado un peligroso juego de adaptación a una constante subida en las cifras de desempleo escondiendo deliberadamente las consecuencias de una trayectoria histórica que lleva, de forma inexorable, hacia un mundo con un menor número de trabajadores.

Un análisis relativo a la actividad económica de los últimos cincuenta años muestra una cierta tendencia, cuanto menos, preocupante. En la década de los 50 el nivel de desempleo medio durante todo el periodo estuvo sobre el 4,5%. En los años 60 el nivel se situó en una media del 4,8%. En los 70 se elevó de nuevo hasta llegar a un 6,2%, mientras que en la década de los 80 se volvió a incrementar hasta llegar a un 7,3% durante la totalidad de la década. En los tres primeros años de los 90 el desempleo se ha situado en un 6,6%.[26]

Como quiera que el porcentaje de trabajadores desempleados resulta ser considerablemente superior al nivel existente durante el periodo inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial, los economistas se han visto obligados a modificar sus suposiciones sobre lo que constituye el pleno empleo. En la década de los 50 la existencia de un 3% de desempleo era algo contemplado como pleno empleo. En los 60 las administraciones Kennedy y Johnson pronosticaron un 4% como objetivo. En la década de los 80 diferentes insignes economistas consideraron que un 5 o, incluso, un 5,5% podían ser consideradas como cifras cercanas al pleno empleo[27]. En la actualidad, a mediados de la década de los 90, un número creciente de economistas y de hombres de empresa se están replanteando de nuevo sus ideas de lo que puede ser aceptado como «niveles naturales» de desempleo. Mientras que se muestran reacios a aceptar y usar el término «pleno empleo», diversos analistas de Wall Street argumentan que los niveles de desempleo no deberían descender por debajo del 6% para evitar con ello un nuevo periodo de inflación[28].

El permanente crecimiento en el desempleo en cada década es un fenómeno más preocupante, si cabe, si se incluye el creciente número de trabajadores a tiempo parcial que se hallan en proceso de búsqueda de empleo a tiempo completo, y el de los trabajadores frustrados que han decidido dejar de buscar cualquier tipo de empleo. En 1993 más de 8,7 millones de personas estaban en paro, 6,1 millones estaban trabajando a tiempo parcial pero deseaban empleos a tiempo completo y más de un millón se hallaban tan frustrados que dejaron de buscar. En total, cerca de 16 millones de trabajadores americanos, equivalentes a un 13% de la fuerza laboral, estaban desempleados o subempleados en 1993[29].

El aspecto que debería ser remarcado es que, incluso aceptando pequeñas disminuciones en las tasas de paro, las tendencias a largo plazo apuntan a niveles aún mayores. La introducción de tecnologías más sofisticadas, con sus ganancias implícitas en productividad, supone que la economía global puede producir una mayor cantidad de bienes y servicios empleando, para ello, un porcentaje significativamente menor de masa laboral.

UN MUNDO SIN TRABAJADORES

Cuando la primera ola de automatización afectó a los sectores industriales a finales de los años 50 y principios de los 60, los líderes sindicales, los activistas de los derechos civiles y un amplio espectro de críticos sociales dieron rápidamente la voz de alarma. Sus inquietudes, sin embargo, eran poco compartidas por los líderes empresariales, en una época en que se continuaba creyendo que los incrementos en la productividad causados por las nuevas tecnologías de la automatización tan sólo incrementarían el crecimiento económico y promoverían un aumento del empleo y del poder adquisitivo. En la actualidad, sin embargo, un pequeño pero cada vez mayor número de ejecutivos de empresa están empezando a preocuparse por los derroteros que toma la nueva revolución tecnológica. Percy Barnevik es el consejero delegado de Asea Brown Boveri, una empresa de capital conjunto sueco y suizo, con una facturación anual de 29.000 millones de dólares, fabricante de generadores eléctricos y de sistemas de transporte, y una de las mayores empresas de ingeniería del mundo. Al igual que ocurre con otras empresas de ámbito mundial, ABB ha iniciado recientemente un proceso de reingeniería de sus operaciones, recortando cerca de 50.000 trabajadores de su plantilla e incrementando sus beneficios en un 60% en el mismo periodo. Barnevik se pregunta: «¿Adónde irán a parar todos estos empleados?». Él mismo predice que la proporción de masa laboral europea empleada en el sector industrial y en el sector de servicios se reducirá del 35% actual a un 25% dentro de diez años, con una posterior reducción de hasta el 15% al cabo de un periodo de veinte años. Barnevik es muy pesimista sobre el futuro de Europa: «Si alguien me dice, espera dos o tres años y se producirá un considerable incremento en la oferta de trabajo, le contestaré: dime ¿dónde?, ¿qué tipos de empleos?, ¿en qué empresas? Cuando lo sumo todo, veo un riesgo evidente de que el actual 10% de desempleados o de subempleados pueden fácilmente convertirse en un 20 o 25%[30]».

Peter Drucker, cuyos libros recientes han facilitado la interpretación y la comprensión de las realidades económicas, dice, de forma contundente, que «la desaparición del trabajo como factor clave de producción» se transformará en «el proceso inacabado de la sociedad capitalista[31]».

Para algunas personas, en particular para científicos, ingenieros y empresarios, un mundo sin trabajo señalará el inicio de una nueva era en la historia, era en la que el ser humano quedará liberado a la larga de una vida de duros esfuerzos y de tareas mentales repetitivas. Para otros, la sociedad sin trabajo representa la idea de un futuro poco halagüeño de desempleo afectando a un sinfín de seres humanos y de pérdidas masivas del puesto de trabajo, agravado por una mayor desazón social e innumerables disturbios. Prácticamente todos los miembros de las dos partes enfrentadas coinciden en un punto. En realidad entramos en un nuevo periodo de la historia —en el que las máquinas sustituyen, cada vez más, a los seres humanos en los procesos de fabricación, de venta, de creación y suministro de servicios. Esto fue lo que llevó al editor de Newsweek a considerar lo impensable en un reciente número dedicado al desempleo creado por la tecnología. «¿Qué ocurriría si, realmente, no existieran más empleos?», se preguntaba Newsweek[32]. La idea de una sociedad no basada en el trabajo resulta tan extraña respecto a cualquier idea que podamos tener sobre la forma de organizar a muchas personas en un todo social armónico, que nos vemos enfrentados con la perspectiva de tener que replantearnos las bases mismas del contrato social comúnmente aceptadas.

Una gran mayoría de trabajadores se sienten completamente faltos de preparación para asumir la transición a la que deben enfrentarse. La eclosión de los avances tecnológicos y de las iniciativas de reestructuración económica parece habernos invadido sin previo aviso. De pronto, en cualquier punto del mundo, hombres y mujeres se están cuestionando si existe algún papel para ellos en el nuevo futuro que se desplegará a lo largo y ancho de la economía global. Los trabajadores con formación, especialización y experiencia se enfrentan a la posibilidad de ser sustituidos por las nuevas fuerzas derivadas de la automatización y de la información. Lo que hace tan sólo algunos años no era nada más que un debate más bien reservado a intelectuales y a un reducido número de analistas sociales sobre el papel de la tecnología en la sociedad es, en la actualidad, tema de conversaciones acaloradas entre millones de trabajadores. Se preguntan si serán ellos los próximos en ser sustituidos por las nuevas máquinas inteligentes. En una encuesta realizada en 1994 por The New York Times, dos de cada cinco trabajadores americanos expresaban su preocupación por un posible despido, por la obligación a una reducción de la jornada de trabajo, o por probables recortes en sus ingresos, todo ello en los próximos dos años. El 77% de los que respondieron afirmaron que personalmente conocían a alguien que había perdido su empleo en los últimos años, mientras que el 67% afirmaban que la carencia de puestos de trabajo estaba produciendo efectos importantes en sus comunidades[33].

En Europa el temor al incremento en los niveles de desempleo crea cierta desazón social, así como la aparición de movimientos políticos de corte neofascista. Los votantes atemorizados y preocupados han expresado sus frustraciones en las urnas, dando pie a la presencia en los ámbitos políticos de los partidos de extrema derecha en Alemania, en Italia y en Rusia. En Japón, la creciente preocupación por el paro fuerza a los partidos políticos más importantes a ser los que intenten controlar, por primera vez en muchas décadas, los temas relativos al empleo.

Nos vemos abocados a una potente revolución generada por las nuevas tecnologías que ofrece la promesa de una profunda transformación social sin igual en la historia. Esta revolución podría significar un menor número de horas de trabajo y mayores beneficios para millones de personas. Por primera vez en la historia moderna muchos seres humanos podrían quedar liberados de un gran número de horas de trabajo, y así adquirir una mayor libertad para llevar a cabo más actividades de tiempo libre. Las mismas fuerzas tecnológicas podrían, sin embargo, llevarnos a mayores niveles de desempleo y a una depresión de ámbito internacional. El hecho de que nos espere un futuro de utopías o de realidades depende, en gran medida, de cómo queden distribuidas las ganancias en la productividad durante la era de la información. Una distribución justa y equitativa de las mejoras en la productividad requeriría una reducción a nivel mundial en las horas de trabajo semanales y un esfuerzo conjunto entre todos los gobiernos centrales para generar empleos alternativos en el tercer sector —en la economía social— para aquéllos cuyo trabajo ya no es útil en el mercado. Si, a pesar de todo, no se reparten las enormes ganancias de productividad, resultado de la revolución propiciada por la alta tecnología, sino que se emplean principalmente para aumentar los beneficios de las empresas, para otorgar mayores dividendos a los accionistas, para retribuir mejor a los altos ejecutivos de las multinacionales, así como para la emergente élite de trabajadores implicados en los nuevos conocimientos de alta tecnología, las probabilidades de que las crecientes diferencias entre los que lo tienen todo y los que no tienen nada conducirán, sin duda, a disturbios sociales y políticos a escala internacional.

En la actualidad, alrededor nuestro, vemos la introducción de nuevas tecnologías sustancialmente innovadoras capaces de realizar proezas extraordinarias. Nos han hecho creer que las maravillas de la moderna tecnología podrían llegar a ser nuestra salvación. Millones de personas han puesto sus esperanzas de un mañana mejor en la posible liberación resultante de la revolución informática. Sin embargo, los niveles económicos de la mayoría de los trabajadores continúan su permanente deterioro en medio del desconcierto producido por la riqueza tecnológica. En cada uno de los países industriales de nuestro mundo, las personas están empezando a preguntarse la razón por la que los viejos sueños de abundancia y placeres, anticipados por el duro trabajo de anteriores generaciones, parecen algo absolutamente utópico en plena eclosión de la era de la información frente a los diferentes planteamientos existentes en los últimos cincuenta años. Las respuestas subyacen en la aceptación y comprensión de un poco conocido pero muy importante concepto económico que, durante mucho tiempo, ha dominado las ideas y las creencias de los líderes tanto económicos como políticos a lo largo y ancho de nuestro mundo.