32

—Y entonces salimos por el mismo camino por donde habíamos entrado, maestro, y ahora estamos aquí. No nos han visto entrar en las Profundidades ni venir hacia aquí, excepto en el puesto de guardia de la escalera.

Tavi se encontraba delante de Killian, intentando con todas sus fuerzas que su expresión, y en especial el tono de voz, fueran regulares y tranquilos.

Killian, sentado en la silla al lado de la cama de Gaius, tamborileaba lentamente con los dedos sobre el bastón.

—Déjame ver si lo he entendido bien —replicó el anciano maestro—. Saliste de aquí y encontraste la Torre Gris. Entonces entraste a través de una ventana del séptimo piso, pasando por un gancho y una cuerda tirada desde lo alto del acueducto, protegiéndote de las furias de viento con una capa cubierta de sal y de las furias de tierra al no tocar el suelo. Después buscaste a Antillar piso por piso, lo encontraste, lo liberaste y lo sacaste de allí sin que os vieran.

—Sí, maestro —asintió Tavi, que golpeó a Max con la cadera.

—No se ha dejado nada en el tintero —comentó Max—. En realidad, la habitación donde estaba era bastante más bonita que ninguna de las que he tenido.

—Hummm —murmuró Killian y su voz se volvió seca—. Gaius Secondus hizo instalar una suite en la prisión cuando arrestó a la esposa de lord Rodas, hace unos ochocientos años. La acusaron de traición, pero nunca la juzgaron ni la condenaron, a pesar de sesiones de interrogatorio con el Primer Señor, tres veces por semana durante quince años.

Max soltó una carcajada.

—Eso resulta una forma un poco extremada de retener a una amante.

—Evitó una guerra civil —replicó Killian—. De hecho, los archivos sugieren que en realidad era una traidora al trono, lo que hace que el asunto sea más sorprendente… o mucho más comprensible. No estoy seguro de cuál de las dos opciones.

Tavi soltó lentamente el aire. Killian estaba complacido y quizás algo más que complacido. El maestro solo se dedicaba a contar historias cuando estaba de buen humor.

—Tavi —prosiguió Killian—, siento curiosidad por saber qué te inspiró para que probases ese método.

Tavi miró de reojo a Max.

—Humm. Mi examen final con vos, señor. He estado investigando un poco.

—¿Y esta investigación fue tan concluyente que apostaste el Reino? —preguntó con voz suave—. ¿Comprendes las consecuencias que habría acarreado el que te hubieran capturado o matado?

—Si tenía éxito, todo se arreglaría. Si me hubieran detenido y Gaius no hubiera aparecido para apoyarme, su situación habría salido a la luz. Si me mataban, no tendría que pasar el examen final de historia con el maestro Larus. —Se encogió de hombros—. Una posibilidad entre tres no es una apuesta demasiado aventurada, señor.

Killian dejó escapar una carcajada corta y sombría.

—No, si ganas. —Movió la cabeza—. No puedo creer lo temerario que has sido, academ. Pero has salido adelante. Lo más probable es que a lo largo de tu vida descubras que los éxitos y las victorias suelen ensombrecer los riesgos que corres, mientras que los fracasos amplifican las idioteces que cometes.

—Sí, señor —reconoció Tavi respetuoso.

El bastón de Killian salió disparado de repente y golpeó a Tavi en el muslo. La pierna se dobló durante un segundo entumecida y sin fuerza, y Tavi cayó pesadamente al suelo mientras le recorría una oleada de dolor.

—Si vuelves a desobedecer una de mis órdenes —le informó Killian en voz baja—, te mataré. —El maestro ciego se quedó mirando a Tavi sin verlo—. ¿Comprendes?

Tavi dejó escapar un jadeo sordo en sentido afirmativo y se agarró la pierna hasta que se empezó a desvanecer el fuego que sentía.

—No estamos jugando, muchacho —prosiguió Killian—. Así que quiero estar totalmente seguro de que eres consciente de las consecuencias. ¿Hay alguna parte de esta afirmación que no seas capaz de comprender?

—Entiendo, maestro —respondió Tavi.

—Muy bien. —Los ojos ciegos se volvieron hacia Max—. Antillar, eres un idiota. Pero me alegro de tenerte de vuelta.

—¿También me vais a golpear? —preguntó Max con recelo.

—Por supuesto que no —respondió Killian—. Esta noche te han herido. Pero te golpearé cuando pase la crisis si eso hace que te sientas mejor.

—No, no es necesario —replicó Max.

Killian asintió.

—¿Puedes seguir interpretando el papel?

—Sí, señor —respondió Max y Tavi pensó que su voz sonaba mucho más segura que el aspecto de su amigo—. Dadme unas horas para descansar y estaré listo.

—Muy bien —asintió Killian—. Ocupa el camastro. No nos podemos permitir que te vean yendo y viniendo de tu habitación.

—¿Maestro? —preguntó Tavi—. Ahora que Max está de vuelta…

Killian suspiró.

—Sí, Tavi. Redactaré órdenes para iniciar una búsqueda a gran escala de la estatúder Isana. ¿Estás satisfecho?

—Desde luego, señor.

—Excelente. Tengo más cartas que debes entregar. Después de eso quiero que descanses. Preséntate después de tu examen de historia. Fuera.

—Sí, señor —asintió Tavi, que cogió una pila de cartas y se volvió para encaminarse hacia la puerta, arrastrando la pierna que le seguía dando latidos.

—Oh, Tavi —llamó Killian justo cuando llegaba a ella.

—¿Señor?

—¿Quién más entró contigo en la Torre Gris?

Tavi ahogó cualquier gesto de sorpresa y una subida de adrenalina.

—Nadie, señor. ¿Por qué lo preguntáis?

Killian asintió.

—Has afirmado que «salimos» por el mismo camino por donde «entramos». Eso implica que había alguien más contigo.

—Oh. Ha sido un desliz verbal, maestro. Quería decir que estaba solo.

—Sí —murmuró Killian—, estoy seguro de ello.

Tavi no dijo nada y el anciano maestro se lo quedó mirando con esos ojos ciegos durante un minuto de sólido silencio.

Killian chasqueó la lengua y levantó la mano, su voz era suave pero nada divertida.

—Como quieras. Más tarde volveremos a este tema. —Movió la mano para que se fuera.

Tavi salió deprisa de la cámara de meditación y se dispuso a entregar las cartas. Antes de sonar la segunda campana de la mañana, entregó la última carta, otra misiva para el embajador Varg en el Salón Negro.

Tavi se acercó al puesto de guardia y se encontró con la misma pareja que había visto el día anterior. Había algo en sus expresiones y comportamiento que parecía extraño, aunque no podía concretar en qué, y Tavi miró hacia la entrada de la embajada canim hasta que se dio cuenta de lo que no encajaba.

No estaban presentes los guardias canim. Los aleranos estaban como siempre de cara a la embajada, pero sus colegas canim habían desaparecido. Tavi pasó entre ellos y los saludó con un gesto, pasó la carta entre los barrotes y la dejó caer en el cesto que estaba dispuesto para ello. Después se volvió hacia los aleranos de servicio.

—¿Dónde están los guardias? —preguntó.

—Ni idea —respondió uno de ellos—. No los hemos visto en toda la mañana.

—Eso es raro —comentó Tavi.

—¿Me lo dices o me lo cuentas? —replicó el guardia—. Este sitio ya es bastante extraño sin que se le añada nada más.

Tavi le hizo un gesto de despedida a los hombres y salió corriendo de palacio, de regreso a la Academia para volver a la habitación que compartía con Max.

De camino, sintió que de repente estaba temblando. Se le empezó a acelerar la respiración, aunque solo iba andando, y tuvo un retortijón.

Tía Isana secuestrada y desaparecida. Y si él hubiera sido un poco más rápido, o más listo, o no hubiera dormido tan profundamente para oír la llegada del mensajero, casi seguro de que no se la hubieran llevado. Suponiendo que había sido secuestrada. Suponiendo que no se la habían llevado a otro sitio para matarla.

Las lágrimas le nublaron la vista, y sus pasos vacilaron durante un segundo. Su mente había agotado los temas para entretenerse, pensó con torpeza. Mientras había estado en movimiento, persiguiendo a Kitai, entrando en la Torre Gris, rescatando a Max y mintiéndole al maestro Killian, se había concentrado en la tarea que tenía entre manos. Ahora, sin embargo, tenía un respiro temporal de esos deberes y todos los sentimientos que había ahogado volvían a inundar sus pensamientos, tan inevitables como la marea.

Tavi abrió de golpe la puerta de su habitación, la cerró de un portazo y se apoyó en ella mirando al techo. No dejaba de llorar. Debería ser capaz de controlarse, pero no podía. Quizás estaba demasiado tenso, demasiado cansado.

En la habitación a oscuras, Tavi oyó un movimiento y un instante después Kitai preguntó con suavidad:

—¿Alerano? ¿No te encuentras bien?

Tavi se pasó la manga por los ojos y miró a Kitai, que se encontraba delante de él con una expresión de desconcierto.

—Yo… estoy preocupado.

—¿Por qué?

Tavi cruzó los brazos.

—No te lo puedo decir.

Las pálidas cejas de Kitai se alzaron de repente.

—¿Por qué no?

—Seguridad —respondió Tavi.

Ella lo miró sin comprender.

—Secretos peligrosos —aclaró Tavi—. Si los enemigos de Gaius se enteran, es posible que un montón de gente resulte herida o muerta.

—Ahhh —replicó Kitai—. Pero yo no soy enemiga de Gaius, así que me lo puedes contar.

—No, Kitai —empezó Tavi—. No lo has entendido. Es…

Parpadeó durante un segundo y se lo volvió a pensar. Estaba claro que Kitai no era ninguna amenaza para Gaius. De hecho, de toda la gente en Alera Imperia, tal vez fuera ella la única persona (sin contar al propio Tavi) que sin duda no era un enemigo de la Corona. Estaba claro que Kitai no tenía inclinaciones políticas ni se jugaba el poder o la autoridad, ni tenía intereses en conflicto. Era una extranjera en el Reino, y por eso Kitai era inmune a la influencia de presiones políticas y personales.

Y él ansiaba mucho hablar con alguien, aunque solo fuera para sacarse la maraña de serpientes que le corroía las entrañas.

—Si te lo explico —prosiguió—, me tienes que prometer que nunca hablarás con nadie de ello excepto conmigo.

Ella frunció un poco el ceño, con los ojos fijos en su cara, y asintió.

—Muy bien.

Tavi dejó escapar lentamente el aire y se deslizó a lo largo de la puerta hasta sentarse en el suelo. Kitai se instaló delante de él con las piernas cruzadas y una expresión que mezclaba el interés, la preocupación y el desconcierto.

Tavi le explicó todo lo que le había ocurrido durante los últimos días. Ella lo escuchó con paciencia, interrumpiéndolo únicamente para aclarar palabras o preguntar por personas que no conocía.

—Y ahora —concluyó Tavi—, la tía Isana está en peligro y es posible que sea demasiado tarde para ayudarla. Y lo peor es que estoy casi seguro de que quería llegar al Primer Señor porque en Calderon hay algún tipo de problema.

—Allí tienes amigos —recalcó Kitai en voz baja— y familia.

Tavi asintió.

—Pero no sé qué debo hacer, y eso me preocupa.

Kitai apoyó la barbilla en la palma de una mano y lo miró con el ceño ligeramente fruncido.

—¿Por qué?

—Porque me temo que hay algo que no he captado —respondió—. Algo más que podría hacer para ayudar. ¿Y si existe una manera de resolver todo este embrollo y no soy lo suficientemente listo para pensar en ella?

—¿Y si cae una piedra del cielo y te mata dónde estás sentado, alerano? —replicó Kitai.

Tavi parpadeó.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Que no lo puedes controlar todo. Que no podrás cambiar esas cosas por mucho que te preocupes por ellas.

Tavi frunció el ceño y bajó la mirada.

—Quizá —reconoció—. Quizá.

—¿Alerano?

—¿Sí?

Kitai se mordió pensativa el labio inferior.

—¿Has dicho que esa criatura, Varg, ha estado actuando de manera extraña?

—Eso parece —respondió Tavi.

—¿Es posible que lo haga porque está implicado en lo que le ocurre a tu jefe?

Tavi frunció el ceño.

—¿Qué quieres decir?

Kitai se encogió de hombros.

—Solo que de todo lo que me has explicado, Varg es el único que no tiene estómago para igualar a sus manos.

Tavi parpadeó.

—¿Qué?

Ella sonrió.

—Es un dicho del clan de los caballos, difícil de traducir. Significa que Varg no tienen ninguna razón para actuar como lo está haciendo, así que la pregunta que te debes plantear es por qué lo hace.

Tavi siguió con el ceño fruncido mientras pensaba a toda velocidad.

—Porque es posible que tenga una razón para hacer todas esas cosas. Quizá no lo podamos entender desde nuestro punto de vista.

—Entonces, ¿cuál puede ser su razón? —preguntó Kitai.

—No lo sé —reconoció Tavi—. ¿Y tú?

—Ni idea —respondió Kitai sin inmutarse—. Quizá se lo deberías preguntar a Varg.

—No es exactamente la clase de tipo que se dedica a las conversaciones amistosas —le explicó Tavi.

—Entonces obsérvalo, y sus acciones hablarán por él.

Tavi suspiró.

—Tengo que hablar sobre esto con el maestro Killian. No creo que me pueda dedicar a seguir a Varg por todas partes. Y en cualquier caso, eso no es lo importante para mí.

—Lo es tu tía —afirmó Kitai.

Tía Isana. Tavi sintió de repente una punzada de dolor desde la cabeza a los pies, y su ansiedad amenazó con aplastarlo una vez más. Se sentía tan impotente… y odiaba esa sensación con la pasión ardiente de toda una vida de experiencia. Se le cerró de nuevo la garganta y bajó los párpados.

—Solo quiero que esté a salvo. Quiero ayudarla. Eso es todo. —Bajó la cabeza.

Kitai se movió en silencio y se sentó a su lado con la espalda apoyada en la puerta. Se desplazó un poco hacia un lado, se apretó contra su costado, se acomodó y se relajó sin decir nada pero proporcionando la calidez sólida de su presencia en una apoyo silencioso.

—Yo perdí a mi madre —le contó Kitai al cabo de un rato—. No querría que nadie sintiera ese dolor, alerano. Sé que Isana ha sido como una madre para ti.

—Sí, lo ha sido.

—Una vez salvaste la vida de mi padre. Aún estoy en deuda contigo por eso. Te ayudaré si puedo.

Tavi se apoyó un poco en ella, incapaz de expresar la gratitud que sentía. Un momento después sintió unos dedos cálidos sobre su cara y abrió los ojos para hundirse en los de Kitai que se encontraba a la anchura de un cabello. Se quedó helado, sin atreverse a hacer ningún movimiento.

La chica marat pasó los dedos sobre su mejilla, la línea de la mandíbula y colocó unos mechones rebeldes de cabellos oscuros detrás de sus orejas.

—He decidido que no me gusta cuando te duele —explicó en voz baja, sin abandonar sus ojos—. Estás agotado, alerano. Tienes enemigos suficientes sin necesidad de abrirte heridas con cosas que no podías evitar. Descansa mientras puedas.

—Estoy demasiado cansado como para dormir —replicó Tavi.

Kitai lo miró durante un momento antes de suspirar.

—Locos. Todos vosotros.

Tavi intentó sonreír.

—¿Incluso yo?

—Especialmente tú, alerano.

Ella le devolvió la sonrisa con ojos luminosos y se acercó.

Tavi sintió cómo se relajaba un poco, apoyándose más en ella y disfrutando de la calidez sencilla de su presencia.

—Kitai —le preguntó—, ¿por qué estás aquí?

Ella se quedó en silencio durante un momento antes de responder.

—He venido a avisarte.

—¿Avisarme?

Ella asintió.

—La criatura del Valle del Silencio. La que despertaste durante el Juicio. ¿Te acuerdas?

Tavi sintió un escalofrío.

—Sí.

—Sobrevivió —le informó—. El croach murió. Las guardianas murieron. Pero abandonó el valle. Tenía tu mochila. Tenía tu rastro.

Tavi volvió a temblar.

—Ha venido aquí —prosiguió Kitai en voz baja—. Perdí su rastro durante una tormenta dos días antes de llegar a la ciudad. Pero había venido directamente a por ti durante todo el camino. La he estado buscando durante meses, pero no ha aparecido.

Tavi pensó en ello durante un momento.

—Bueno, algo así no puede pasar desapercibido en la capital —replicó—. Un bicho gigantesco y horrible se destaca por sí solo.

—Quizá también ha muerto —sugirió Kitai—, como las guardianas.

Tavi se rascó la barbilla.

—Pero el Gato Negro ha estado robando durante meses —reflexionó—. Llevas meses aquí. Si solo viniste a avisarme, lo podrías haber hecho e irte, lo que significa que hay alguna otra razón para tu estancia.

Algo parpadeó en sus profundos ojos verdes.

—Ya te lo dije: estoy aquí para vigilar. —Hizo énfasis en la palabra—. Para saber de ti y de tu gente.

—¿Por qué? —preguntó Tavi.

—Es la costumbre de mi pueblo —respondió Kitai—. Después de saberse que… —Su voz se perdió y apartó la mirada.

Tavi frunció el ceño, pero algo le decía que no se lo tomaría demasiado bien si la presionaba sobre el tema y no quería decir nada que provocase que ella se alejara. Por el momento no quería nada más que quedarse allí sentada a su lado y hablar.

—¿Qué has aprendido? —preguntó.

Sus ojos volvieron a los suyos y cuando se encontraron, Tavi sintió un escalofrío.

—Muchas cosas —respondió en voz baja—. Que existe un lugar donde unos pocos aprenden todo lo que vale la pena. Que tú, que tienes valor e inteligencia, eres despreciado por la mayoría de tu pueblo porque no tienes hechicería.

—En realidad no se trata de hechicería —empezó Tavi.

Kitai no cambió de expresión, puso la punta de los dedos ligeramente sobre los labios de Tavi y continuó como si él no hubiera hablado.

—He visto cómo protegías a los demás, aunque ellos creen que eres más débil que ellos. He visto a muy pocas personas decentes, como el chico que sacamos de la torre. —Se calló durante un momento, meditando—. He visto a mujeres cambiando placer por monedas para alimentar a sus hijos y a otras que hacen lo mismo para no prestarles atención a sus hijos y volverse unas idiotas con vino y polvos. He visto a hombres que trabajan de sol a sol y que vuelven a casa con esposas que los desprecian porque nunca están allí. He visto a hombres golpear y abusar de los que deberían proteger, incluso a sus propios hijos. He visto a tu gente esclavizar personas de su propio pueblo. Los he visto luchar para librarse de ello. He visto a hombres de la ley traicionándola y a hombres que odian la ley siendo amables. He visto defensores corteses, sanadores sádicos, burlas contra los creadores de belleza mientras se ensalza a los artífices de la destrucción.

Kitai movió lentamente la cabeza.

—Tu pueblo, alerano, sois las criaturas más malvadas y bondadosas, más salvajes y nobles, más traicioneras y leales, más terroríficas y fascinantes que he visto nunca. —Sus dedos volvieron a acariciar la mejilla de Tavi—. Y tú eres único entre ellos.

Tavi se quedó en silencio durante un buen rato.

—No me extraña que creas que estamos locos —comentó por fin.

—Creo que tu pueblo podría ser grande —prosiguió en voz baja—. Algo de verdadero valor. Algo de lo que El Único se podría sentir orgulloso. Tenéis ese potencial en vuestro interior. Pero hay demasiada ansia de poder. Traiciones. Máscaras falsas. Y errores intencionados.

Tavi frunció el ceño.

—¿Errores intencionados?

Kitai asintió.

—Cuando alguien dice algo, pero no es cierto. El que habla está equivocado, pero es como si quisiera estarlo.

Tavi pensó en ello durante un segundo y entonces comprendió.

—Te refieres a las mentiras. [1]

Kitai parpadeó confundida.

—¿Qué yace? ¿Quién está tendido?

—No, no —aclaró Tavi—. Es una palabra: «mentiras». Cuando dices algo que no es verdad, de manera intencionada, para que el otro crea que es cierto.

—Pero… significa tumbarse, para dormir. A veces tiene el sentido de aparearse.

—También significa decir algo que no es cierto —explicó Tavi.

Tavi parpadeó lentamente.

—¿Por qué ibais a utilizar la misma palabra para las dos cosas? Eso es ridículo.

—Tenemos un montón de palabras así —reconoció Tavi—. Pueden tener más de un significado.

—Eso es estúpido —insistió Kitai—. Ya resulta suficientemente difícil comunicarse sin complicarlo con palabras que tienen más de un significado.

—Eso es cierto —asintió Tavi en voz baja—. Llámalo falsedad en su lugar. Creo que todo alerano lo comprendería.

—¿Quieres decir que todos los aleranos lo hacen? —preguntó Kitai—. ¿Decir cosas que no son correctas? Hablar falsedades.

—La mayoría.

Kitai dejó escapar un leve suspiro de disgusto.

—Lágrimas de El Único, ¿por qué? ¿Es que el mundo no es un lugar suficientemente peligroso?

—¿Tu pueblo no mi… uh, no dice falsedades? —preguntó Tavi.

—¿Por qué lo tendríamos que hacer?

—Bueno —respondió Tavi—, a veces los aleranos dicen falsedades para no herir los sentimientos de alguien.

Kitai movió la cabeza.

—No decir algo no es como si ese algo no existiera —replicó.

Tavi sonrió de manera casi imperceptible.

—Es cierto. Supongo que tenemos la esperanza de que no ocurra.

Los ojos de Kitai se entornaron.

—Entonces tu gente se dice falsedades incluso a ellos mismos. —Volvió a mover la cabeza—. Locura. —Y trazó una línea ligera y cálida con los dedos sobre la curva de la oreja de Tavi.

—Kitai —le preguntó Tavi en voz muy baja—, ¿recuerdas cuando subíamos por la cuerda en el Valle del Silencio?

Ella tembló con los ojos fijos en los de él y asintió.

—Ocurrió algo entre los dos, ¿verdad? —Tavi no se había dado cuenta de que había levantado una mano hasta la cara de Kitai hasta que sintió la piel cálida y suave de su mejilla bajo la punta de los dedos—. Tus ojos cambiaron. Eso tiene algún significado para ti.

Kitai se quedó en silencio durante un momento y, para su sorpresa, las lágrimas se le acumularon en los ojos. La boca le tembló, pero no dijo nada, sino que asintió con un gesto lento y casi imperceptible de la cabeza.

—¿Qué ocurrió? —le preguntó con suavidad.

Ella tragó saliva y movió la cabeza.

Tavi tuvo una intuición repentina y la siguió.

—Eso es lo que quisiste decir cuando me explicaste que habías venido a vigilar —comentó—. Si hubiera sido un gargante, estarías vigilando gargantes. Si hubiera sido un caballo, estarías vigilando caballos.

Las lágrimas caían de sus ojos verdes, pero su respiración era tranquila y no apartó la mirada.

Tavi pasó el dedo suavemente sobre su cabello pálido, que era muy fino y suave.

—Los clanes de tu pueblo. Moa, Lobo, Caballo, Gargante. De alguna manera… se unen a ellos.

—Sí, alerano —reconoció ella en voz baja—. Nuestros chala. Nuestros tótem.

—Entonces… eso significa que yo soy tu chala.

Ella sufrió un fuerte escalofrío y su garganta dejó escapar un leve gemido. Y entonces se apretó contra él y dejó caer la cabeza sobre su pecho.

Tavi rodeó sus hombros con el brazo sin pensárselo y la abrazó. No se sintió demasiado sorprendido por la sensación. Nunca había abrazado a una chica de esa manera. Kitai era cálida y suave, y el aroma de su cabello y de su piel era mareante. Sintió cómo se le aceleraba el corazón y la respiración al reaccionar su cuerpo ante su cercanía. Pero por debajo de eso había otro nivel de sensaciones completamente diferentes. De una manera profunda e inexplicable, sentía que estaba haciendo lo correcto cuando la sostenía contra él, bajo su brazo. Apretó un poco el abrazo, y Kitai se acercó un poco más y se apoyó en él con algo más de fuerza. Temblaba a causa de las lágrimas silenciosas.

Tavi empezó a hablar, pero algo le dijo que no lo hiciera. Así que esperó y la sostuvo.

—Yo quería un caballo, alerano —susurró Kitai con la voz rota—. Lo tenía todo planeado. Cabalgaría con la hermana de mi madre, Hashat. Llegaría hasta el horizonte sin ninguna otra razón que ver lo que había al otro lado. Correría con el viento y desafiaría al trueno de las tormentas de verano con el sonido de mis compañeros de clan galopando por las praderas.

Tavi esperó. En algún momento había descubierto que la mano izquierda de Kitai estaba entrelazada con la suya y sus dedos se unían entre ellos con unas pequeñas punzadas que eran simple y perfectamente correctas.

—Y entonces llegaste tú —continuó en voz baja—. Desafiaste a Skagara ante mi pueblo en el horto. Te atreviste con el Valle del Silencio. Me venciste en el Juicio. Volviste a por mí poniendo en peligro tu vida cuando me podrías haber dejado morir. Y tenías unos ojos preciosos. —Levantó la cara cubierta de lágrimas, con sus ojos buscando una vez más los de Tavi—. Yo no quería que ocurriera. No lo elegí.

Tavi le devolvió la mirada. El pulso en el cuello de ella latía al unísono con su corazón. Respiraban juntos.

—Y ahora —intervino Tavi en voz baja— estás aquí, intentando saber más de mí. Todo te resulta extraño.

Ella asintió con parsimonia.

—Esto no le había ocurrido nunca a nadie de mi pueblo —susurró—. Nunca.

Y entonces Tavi comprendió su dolor, su pena y su miedo.

—No tienes compañeros de clan —reconoció con suavidad—. No tienes ningún clan entre tu pueblo.

Más lágrimas cayeron de sus ojos y su voz era baja, tranquila, regular.

—Estoy sola.

Tavi la miró fijamente a los ojos y solo pudo paladear la angustia que se encontraba por debajo de la superficie tranquila de sus palabras. La muchacha seguía temblando y sus pensamientos y emociones volaban con tanta velocidad y eran tan densos que él no podría haber captado ninguno para analizarlo con detenimiento. Pero sabía que Kitai era valiente, hermosa e inteligente, y que su presencia era algo bueno en esencia. Se dio cuenta de que no le gustaba nada verla sufrir.

Tavi se inclinó hacia delante y cogió su cara entre las manos. Los dos temblaron y él casi no se atrevió a moverse por medio a romper ese momento de estremecimiento. Durante un rato, no supo cuánto duró, no hubo nada más que los dos, la profundidad mareante de sus ojos verdes, la calidez de su piel que se apretaba contra su costado, suave bajo las puntas de los dedos, sus propios dedos enfebrecidos acariciando su rostro y su cuello, a través del cabello.

El tiempo pasó, pero no le preocupaba. Sus ojos convertían el tiempo en algo sin importancia, algo que se tenía que ajustar a sus necesidades y no al contrario. El momento duró hasta que terminó y solo entonces el tiempo retomó su curso.

Tavi miró en los ojos de Kitai, con las caras casi tocándose y dijo en voz baja, tranquila y segura:

—No estás sola.