Capítulo V
AUGUSTE COMTE

1. Vida y escritos.

El impacto del desarrollo de la ciencia natural en la filosofía se dejó sentir durante el siglo XVII y se fue acentuando más en el XVIII. Como vimos ya, en el siglo xviii comenzó la demanda, hecha en Inglaterra por Hume y en Francia por otros varios filósofos, de una aplicación extensiva del método “experimental” al estudio del hombre, de su conducta y de su vida social, y en las últimas décadas del siglo mantuvo Kant que la reflexión sobre el contraste entre los seguros y cada vez más numerosos conocimientos logrados en el área científica por un lado y los conflictivos sistemas metafísicos por otro llevaba inevitablemente a cuestionar a fondo aquella pretensión de la metafísica tradicional de proporcionar algo que pudiera llamarse propiamente conocimiento de la realidad. A la ciencia le había sido posible hasta entonces coexistir con las creencias teológicas y con la especulación metafísica, según fue el caso en la mente de Newton. Pero al ir cobrando fuerza el sentido del desarrollo histórico resultó bastante natural que se concibiese la idea de unos estadios sucesivos del pensamiento humano, es decir, la idea de un progresivo desarrollo en el que a las creencias teológicas y a la especulación metafísica vendrían a sustituirlos la explicación científica y el conocimiento positivo. Una idea así había sido propuesta por Turgot y por Condorcet en el siglo xviii, y en el capítulo anterior nos ocupamos ya de la teoría de Saint-Simon sobre los estadios o épocas de la historia. Pero es el nombre de Auguste Comte (1798-1857), el más destacado expositor y representante del positivismo clásico,[161] el que se ha dado en asociar tradicionalmente con la teoría del desarrollo de la mente humana desde una fase teológica, pasando por otra metafísica, hasta llegar a la del conocimiento científico positivo.

Nacido en Montpellier, Comte fue educado como católico y monárquico. Pero a la edad de catorce años declaró que ya no quería ser católico y parece que, por la misma época, se hizo republicano. De 1814 a 1816 estudió en la Escuela Politécnica bajo la dirección de eminentes científicos. Fue sin duda durante este período cuando adquirió el convencimiento de que la sociedad debería ser organizada por una élite de científicos.

En 1816 fue expulsado Comte de la Escuela Politécnica, en la que se hizo una depuración monárquica, Pero se quedó en París y prosiguió sus estudios, que incluían el pensamiento de los ideólogos, por ejemplo el de Destutt de Tracy y el de Cabanis, y las obras de economistas políticos e historiadores como Hume y Condorcet, Además, en el verano de 1817 empezó a ser secretario de Saint-Simon. La asociación entre los dos se prolongó durante siete años, y mientras cabe discutir en qué proporción sea Comte deudor de Saint-Simon, no hay duda de que la colaboración con éste desempeñó un papel importante en la formación y en el desarrollo del pensamiento de Comte. Es cosa averiguada que Saint-Simon fue el primero que propuso algunas de las ideas que reaparecen en la filosofía de Comte. También es innegable que Comte desarrolló estas ideas a su propio modo. Por ejemplo, mientras Saint-Simon tendía a pensar en términos de un método científico universal y de la aplicación de este método al desarrollo de una nueva ciencia del hombre, Comte consideraba que cada ciencia desarrolla su propio método en el proceso histórico de su emergencia y de su avance.[162] Pero uno y otro buscaban la manera de reorganizar la sociedad valiéndose de la ayuda de una nueva ciencia del comportamiento humano y de las relaciones sociales del hombre.

Se produjo entre los dos una enojosa disputa, que acabaría por separarles, cuando Comte llegó a la conclusión de que tenía motivos para creer que Saint-Simon estaba tratando de publicar un trabajo de Comte como si fuese la parte conclusiva de un trabajo suyo, sin ni siquiera reconocer en la portada al verdadero autor. En 1826 empezó Comte a dar lecciones sobre su filosofía positivista a un auditorio privado. El curso de estas lecciones hubo de interrumpirlo porque el exceso de trabajo y el agotamiento consiguiente a los disgustos de un desafortunado matrimonio le quebrantaron la salud. Tuvo hasta un intento frustrado de suicidio, En 1829, pudo reanudar aquellas lecciones, que fueron la base de su Cours de pbilosophie positiv. (Curso de filosofía positiv., 6 volúmenes, 1830-1842). El programa estaba ya trazado en un Plan des travaux scientifiques nécessaires pour réorganiser la sociét.[163] que había escrito en 1822. El título de este bosquejo o esquema de la filosofía positiva expresa con claridad que el interés de Comte era fundamentalmente social.

En el Discours sur l’esprit positi. (Discurso sobre el espíritu positiv., 1844) y en el Discours sur l’ensemble du positivism. (Discurso sobre el positivismo en conjunt., 1848) hace su aparición la idea de Comte de una religión de la humanidad. Algunos biógrafos ven en este desarrollo la influencia de la educación religiosa que había recibido Comte, con la diferencia de que Dios es sustituido, como objeto de devoción, por la Humanidad. Sin embargo, otros lo han visto, quizás un tanto fantasiosamente, como una extensión del afecto que sentía el filósofo por Madame Clothilde de Vaux, mujer cuyo marido había desaparecido para evitar el encarcelamiento por desfalco y de la que Comte se enamoró rendidamente en 1844.[164]

Comte no ocupó nunca una cátedra universitaria, y durante algún tiempo, para mantenerse, tuvo que dar lecciones particulares a los alumnos de la Escuela Politécnica. En 1851-1854 publicó su obra, en 4 volúmenes, Système de politique positiv. (Sistema de política positiv.) y en 1852 el Catéchisme positivist. (Catecismo positivist.). Por esta época estaba tratando de unificar los aspectos científicos y religiosos de su pensamiento. En 1856 dio a luz el primer volumen de una Synthèse subjective ou système universel des conceptions propres à l’état normal de l’humanit. (Síntesis subjetiva o sistema universal de las concepciones propias del estado normal de la humanida.). Pero este intento de realizar una síntesis de todas las ciencias en términos de sus relaciones con las necesidades humanas normales fue interrumpido por la muerte de Comte, en 1857. Sus medios de vida habían venido consistiendo principalmente en subvenciones que le proporcionaban sus fervientes seguidores.

2. Los tres estadios del desarrollo de la humanidad.

En un prefacio a su Curso de filosofía positiva hace notar Comte que la expresión “filosofía positiva” es empleada siempre en sus lecciones “en un sentido rigurosamente invariable” [165] y que, por ello, sería superfluo dar otra definición que la que se contiene en este uso uniforme del término. No obstante, pasa a explicar que por “filosofía” entiende él lo que entendían los antiguos, y en particular Aristóteles, por esta palabra, a saber: “el sistema general de los conceptos humanos”;[166] y por “positiva” entiende la idea de que las teorías tienen por finalidad “coordinar los hechos observados”.[167] Sin embargo, esta afirmación de Comte, tomada en sí misma, es algo equívoca. Pues en su opinión las ciencias que subsumen los fenómenos o hechos observados bajo leyes generales son descriptivas y no explicativas, en tanto que la filosofía examina la naturaleza de los métodos científicos y hace una síntesis sistemática de las diversas ciencias particulares. Pero su tesis es aceptable si la tomamos en el sentido de que la filosofía coordina indirectamente los hechos observados, ya que aspira a una síntesis general de las coordinaciones parcialmente logradas por las ciencias.

Para Comte, conocimiento positivo lo es sólo el conocimiento de los hechos o fenómenos observados y el de las leyes que coordinan y describen los fenómenos. El uso por Comte de la palabra “fenómenos” expresa su convencimiento de que únicamente conocemos la realidad tal como nos aparece, pero no debe suponerse que implique que, para él, la mente humana conoce tan sólo impresiones subjetivas. En ocasiones se refiere a Hume con respeto; mas el escepticismo humeano es realmente ajeno a la mentalidad de Comte, excepto en lo que respecta a las creencias teológicas y a las pretensiones de la metafísica de proporcionarnos conocimiento sobre lo que trascienda el nivel fenoménico. Comte está más cerca de sus predecesores franceses del siglo XVIII que del empirismo de Hume. Es decir, insiste en que la genuina filosofía adopta la forma de una extensión sistemática del uso de lo que d’Holbach llamaba “buen sentido” o “ideas naturales”.[168] Y para él esto significa que sólo cuenta como conocimiento lo que puede someterse a la prueba empírica. La formulación de leyes generales nos capacita para predecir, y, por lo tanto, para comprobar. Que éste sea el modo de adquirir auténtico conocimiento es para Comte algo de sentido común o “buen sentido popular”.[169] Buen sentido que desecha “las absurdas dudas metafísicas”[170] sobre, por ejemplo, la existencia de objetos físicos exteriores a la mente. Comte tiene poca paciencia con las especulaciones de tal cariz. Su “filosofía positiva” no es una filosofía escéptica en el sentido de que sugiera que nuestro conocimiento se limita a los datos sensibles.

El espíritu o enfoque positivo presupone, naturalmente, que existen y están ya avanzadas las ciencias naturales, y es el resultado de un desenvolvimiento histórico de la mente humana. En opinión de Comte, este proceso depende de la naturaleza del hombre, y es, por lo mismo, necesario. En su desarrollo histórico a través de los siglos, la mente humana va pasando por tres fases o estadios principales: el teológico, el metafísico y el positivo. Estos tres estadios del desenvolvimiento intelectual de la humanidad tienen, empero, sus análogos en la vida del individuo humano, que va pasando de la infancia a la adolescencia y a la madurez. “Cuando contempla su propia historia ¿no repasa cada uno de nosotros lo que ha ido siendo sucesivamente [...] teólogo en su infancia, metafísico en su juventud y físico en su madurez?”.[171] Si no muere prematuramente, el individuo normal pasa de la infancia a la madurez a través de la adolescencia. Y estas tres fases se reflejan en el desenvolvimiento intelectual de la humanidad toda entera. Si la raza sigue existiendo, las fases o estadios del desarrollo mental se suceden una a otra en un orden determinado, pues el hombre es lo que es. En este sentido, es necesario que así suceda; hipotéticamente necesario, podríamos decir.

Desde luego que es bastante obvio que, a no ser que el individuo muera o que intervenga algún factor que impida el curso natural de su desarrollo, irá pasando de la infancia a la adolescencia y a la adultez. Pero aunque Comte pueda haberse visto a sí mismo como teólogo en su infancia y como metafísico en su adolescencia, no por eso tendrá que interpretar todo el mundo su propio desarrollo mental de igual manera. La teoría de los estadios de Comte se hace mucho más admisible cuando se la aplica al desarrollo intelectual de la humanidad en general. Es evidente que la principal influencia que ha llevado a Comte a formular su teoría es la de la reflexión sobre la historia humana,[172] por más que él quiera conectarla también con las fases de la vida de cada individuo y pretenda ver estas fases escritas con gruesos trazos en la historia. En cualquier caso, examinar cómo explica Comte los tres estadios principales de la historia de la humanidad, no deja de ser un buen modo de abordar su filosofía positivista.

El primer estadio, el teológico, lo entiende Comte como aquella fase del desarrollo mental del hombre en la que éste busca las causas últimas de los sucesos y las halla en las voluntades de unos seres personales sobrehumanos o en la voluntad de un solo ser de esas características. Trátase, en general, de la edad de los dioses o del Dios. Claro que se requiere una subdivisión. En la infancia de la raza, el hombre trataba de explicarse instintivamente los fenómenos, cuyas causas le eran desconocidas, atribuyéndolos a objetos, a pasiones y afectos análogos a los de los seres humanos. Dicho con otras palabras, el hombre dotaba a los objetos físicos de vida, pasiones y voluntad, de una manera vaga. Esta mentalidad animista representó lo que Comte describe como el estadio del fetichismo. Con el transcurso del tiempo, las fuerzas que animaban inmanentemente los objetos fueron proyectadas al exterior en la forma de los dioses y diosas del politeísmo. Más adelante, las divinidades de la religión politeísta fueron fusionadas en el contexto del Dios único del monoteísmo. Estos tres subestadios sucesivos del fetichismo, el politeísmo y el monoteísmo, constituyen juntos el estadio teológico.

Al segundo estadio general lo llama Comte el estadio metafísico. Pero esta calificación se presta a equívocos. Pues lo que Comte tiene en su mente es la transformación de las deidades personales o del Dios único en abstracciones metafísicas, y no, por ejemplo, las metafísicas teístas de los pensadores medievales como Tomás de Aquino o, posteriormente, la del obispo Berkeley. Es decir, que en el estadio metafísico, en vez de explicar los fenómenos en términos de la actividad de una voluntad divina, la mente recurre a ideas ficticias tales como las del éter, los principios vitales, y así sucesivamente. El paso del estadio teológico al metafísico se produce cuando el concepto de una deidad sobrenatural y personal es sustituido por el concepto de la omniabarcadora naturaleza y cuando las explicaciones se hacen ya en términos de entidades abstractas de uno u otro tipo, tales como fuerza, atracción y repulsión.[173]

El tercer estadio es el positivo, o sea, el del enfoque maduro o mentalidad científica. Aquí no se intenta ya encontrar últimas causas explicativas ni discutir la “real” pero inobservable esencia íntima de los seres. La mente se interesa por los fenómenos o hechos observados, subsumiéndolos bajo leyes generales descriptivas, tales como la ley de la gravedad. Estas leyes coordinantes y descriptivas posibilitan las predicciones. Lo que connota al conocimiento real y positivo es, precisamente, la capacidad de predecir y, así, dentro de unos límites, la de controlar. El conocimiento positivo es real, cierto y útil.

Pero aunque Comte califica de cierto al conocimiento positivo, insiste también en que, en un sentido, es relativo. Porque no conocemos el universo cabal o totalmente, sino sólo tal como nos aparece. El conocimiento positivo es conocimiento de nuestro mundo, y la extensión de nuestro mundo, el mundo tal como nos aparece, no es algo fijo y determinado de una vez por todas. El conocimiento positivo es también relativo en el sentido de que se ha abandonado ya la búsqueda de absolutos, Aun suponiendo que haya causas últimas, nosotros no podemos conocerlas. Lo que conocemos son los fenómenos. Por eso, la mente que aprecie la naturaleza y la función del conocimiento positivo no perderá el tiempo en inútiles especulaciones teológicas y metafísicas.

Según acabamos de resumirla, quizá parezca que la teoría de los tres estadios tiene poco que ver con un interés por la reorganización de la sociedad. Sin embargo, de hecho, cada estadio es asociado por Comte a una forma distinta de organización social. Al estadio teológico lo asocia con la creencia en la autoridad absoluta y en el derecho divino de los reyes y con un orden social militarista. Es decir, que el orden social se mantiene mediante la imposición de la autoridad desde arriba, y la clase de los guerreros tiene la preeminencia. En el estadio metafísico el régimen anterior es sometido a una crítica radical; pasa al primer plano de la creencia en derechos abstractos y en la soberanía popular, y es sustituida la autoridad de los reyes y de los sacerdotes por el imperio de la ley. Finalmente, el estadio positivo es asociado con el desarrollo de la sociedad industrial. Ahora pasa a ser el centro de la atención la vida económica del hombre y surge una élite de científicos que tienen por vocación organizar y regular la sociedad industrial de un modo racional. Este tipo de sociedad es considerado por Comte, lo mismo que por algunos de sus contemporáneos, como naturalmente pacífico.[174] Pero para su debido desarrollo se requiere una nueva ciencia: la sociología. Las ciencias naturales permiten al hombre controlar, dentro de unos límites, su entorno físico. La ciencia del hombre le permitirá organizar en paz la sociedad industrial. La emergencia del espíritu o mentalidad positiva irá, así, acompañada de una reorganización de la sociedad.

Para Comte, el mundo antiguo y la Edad Media representaron la visión o mentalidad teológica, y la Ilustración representó el estadio metafísico. En el mundo de su tiempo veía el comienzo del estadio positivo. Además, del mismo modo que consideraba la adolescencia como un período de transición entre la infancia y la madurez, estimaba también que el estadio metafísico era un período de transición en el que las creencias y las instituciones del estadio teológico se sometían a críticas y se iba preparando el camino para el desarrollo de la mentalidad positiva.

Si nos contentamos con las impresiones de conjunto, la teoría de los tres estadios de Comte es obvio que puede parecer plausible. Vale decir, si consideramos tan sólo la posición dominante que tuvo la teología entre los temas de estudio durante la Edad Media, o atendemos a ciertos aspectos del pensamiento de la Ilustración dieciochesca y al subsiguiente desarrollo de la convicción de que la ciencia es el único modo viable de aumentar nuestros saberes acerca del mundo, podrá entonces parecer perfectamente razonable el dividir la historia europea en los estadios teológico, metafísico y positivo. Pero en cuanto nos ponemos a considerar la historia europea con mayor detenimiento, en seguida se hace claro que si las divisiones de Comte se toman en sentido estricto no se las puede adaptar a los hechos. Vemos, por ejemplo, que la filosofía floreció ya en la antigua Grecia, donde también alcanzaron gran desarrollo las matemáticas. Asimismo, la ciencia natural había hecho sorprendentes progresos mucho antes de que terminara lo que Comte describe como el período metafísico. Ni que decir tiene que Comte es muy consciente de ello. Y hace cuanto puede para encajar esos datos entre las líneas generales de su esquema. Reconoce, por ejemplo, que en la Edad Media la teología iba acompañada de metafísica, pero piensa que tal metafísica estaba forjada a la medida de la mentalidad teológica y formaba, en realidad, parte de la teología. Tampoco pretende Comte que la ciencia comenzase solamente con el estadio positivo. Sabe muy bien que los griegos cultivaron las matemáticas. Pero mantiene que en el desarrollo de la ciencia hubo un progreso desde la ciencia más abstracta, la matemática, a la más concreta, la sociología, que es la contribución peculiar del estadio positivo. En cuanto a la física, ciertamente empezó a desarrollarse mucho antes del estadio positivo, pero durante un tiempo expresó la mentalidad metafísica, al postular como causas explicativas entidades abstractas. Sólo al iniciarse el estadio positivo se llegó a entender la naturaleza real de la ciencia física y la de sus conceptos y leyes.

Asimismo, Comte está perfectamente dispuesto a reconocer algunos encabalgamientos entre los distintos estadios. “De este modo, tendremos que considerar, por ejemplo, que la época teológica todavía sigue existiendo en la medida en que las ideas morales y políticas hayan conservado un carácter esencialmente teológico, a pesar de la transición de las demás categorías intelectuales al estadio puramente metafísico, y aun cuando haya comenzado ya el estadio auténticamente positivo respecto a las más simples de tales categorías. Parecidamente, será necesario prolongar la época metafísica, hablando con propiedad, dentro de la fase inicial del positivismo. [...] Procediendo de esta manera, el aspecto esencial de cada época se seguirá destacando tanto como sea posible, mientras se prepara, de suyo, la clara aparición de la época siguiente.”[175] En el caso de un individuo concreto, los rasgos psicológicos pertenecientes a una fase anterior de su desarrollo pueden persistir en el hombre adulto coexistiendo con otros rasgos característicos de la madurez. Análogamente, las expresiones de la mentalidad de una época histórica previa pueden distinguirse en un estadio posterior. “Aun en nuestros días ¿qué es en realidad, para una mente positiva, este nebuloso panteísmo del que se enorgullecen tantos profundos metafísicos, especialmente en Alemania, sino un fetichismo generalizado y sistematizado?”[176]

Algunas de las observaciones de Comte, tomadas en sí mismas, resultan bastante certeras. Pero, en general, produce la impresión de quien intenta a toda costa hacer que los hechos encajen en un esquema interpretativo basado en cierta visión de la historia europea. Naturalmente Comte está en todo su derecho al abordar la historia de Europa provisto de un plan general de interpretación y mirar si encajan en él los hechos. Pero cuantos más ajustes se ve obligado a hacer, tanto más elástica se va haciendo la división en estadios o épocas. Y si se sobreentiende que la sucesión de los estadios representa un progreso en las esferas intelectual y social, es innegable que se ha presupuesto un juicio de valor o toda una serie de juicios de valor. En otras palabras, Comte lee la historia de Europa desde el punto de vista de un positivista convencido. Lo cual no es, por cierto, ningún crimen; pero el resultado no es simplemente una descripción neutral, sino más bien una reconstrucción hecha desde un determinado punto de vista. En otras palabras, la verdad del positivismo parece ser un presupuesto de la interpretación comtiana de la historia. Comte no estaba preparado para considerar la posibilidad de un estadio post-positivista del desarrollo intelectual. Es indudable que trató de apoyar su teoría de los estadios históricos en una explicación psicológica del despliegue de la vida mental del hombre dentro del proceso de su crecimiento hacia la madurez. Pero parece estar bastante dar o que esta explicación presupone también la verdad del positivismo, en el sentido de que depende de la suposición de que la mente madura y la mentalidad científica, tal como las entiende Comte, son una misma cosa.

Antes de ocuparnos de la clasificación de las ciencias por Comte, quisiera hacer notar dos puntos. El primero atañe a la creencia religiosa. El modo corriente de entender a Comte es interpretarle como si sostuviese que, así como el hombre deja de creer en duendes y en hadas en cuanto comprende que no hay ninguna buena razón para pensar que existan tales seres, así abandona progresivamente la creencia en un Dios trascendente, no porque se haya demostrado la no-existencia de Dios, sino porque no hay ninguna razón positiva para creer que exista un Dios trascendente. Dicho de otro modo, la difusión del ateísmo es uno de los rasgos del avance de la inteligencia humana hacia la madurez, no el resultado de una prueba filosófica de la inexistencia de Dios. Pero aunque éste es un modo natural de interpretar la teoría de Comte de los tres estadios, en lo que él realmente insiste es en presentar como cada vez más relegado a la cuneta en el camino del progreso el recurrir a Dios como a una hipótesis para explicar los fenómenos. Es decir, que cuanto más viene el hombre a buscar “explicaciones” científicas de los hechos, menos se contenta con explicarlos sobrenaturalmente. Y cuando la mente madura ignora la explicación científica de un hecho, espera que haya alguna e investiga para encontrarla, en vez de recurrir a Dios para tapar el agujero de su ignorancia. Pero, a la vez, Comte no hace profesión de ateísmo. En su sentir, el teísmo y el ateísmo se interesan por problemas que no se pueden resolver. Porque ahí no es posible ninguna comprobación empírica. Quizás haya una o muchas causas últimas. Pero, sea de ello lo que fuere, ni lo sabemos ni podremos saberlo nunca. El segundo punto se refiere al modo de correlacionar Comte tres tipos principales de organización social con los tres estadios principales del desarrollo intelectual del hombre. Está perfectamente dispuesto a admitir que el avance intelectual del hombre puede adelantarse a su progreso social, y que el espíritu positivista, por ejemplo, puede hacer su aparición antes de que se haya desarrollado la forma correspondiente de organización social. Aparte toda otra consideración, la insistencia de Comte en la necesidad de planificación social a cargo de una élite de científicos le fuerza a reconocer el hecho de que el avance mental puede ir por delante del progreso social. Al mismo tiempo, desea mantener la idea de la correlación entre los dos aspectos, el cognoscitivo y el social, de un movimiento histórico. Por eso insiste en que, aun cuando el progreso intelectual del hombre rebase su progreso social, podremos distinguir igualmente los estadios preparatorios de la aparición de una nueva forma de organización social. Más aún, una vez haya tenido lugar la transición a una sociedad industrial debidamente organizada, esto reforzará y consolidará la visión positivista.

3. Clasificación y metodología de las ciencias.

Progresar es, para Comte, progresar en el conocimiento científico. Pero la ciencia adopta la forma de ciencias particulares. Todas ellas procuran coordinar los fenómenos, pero tratan, o bien de diferentes clases de fenómenos, o de distintos aspeaos de las cosas, teniendo, como dirían los escolásticos, diferentes “objetos formales”. Además siguen sus “procedimientos característicos”[177] o métodos. Se da, pues, una cierta fragmentación de la ciencia. Y entre las tareas del filósofo una de las principales es conseguir la síntesis, sin borrar las diferencias, por medio de una clasificación sistemática.

Si ha de hacerse tal clasificación, el primer requisito es averiguar cuáles son las ciencias básicas o fundamentales. Para ello, debemos considerar “sólo las teorías científicas y en modo alguno su aplicación”.[178] Es decir, no habrá que tener en cuenta el uso que de la teoría científica se haga en el campo tecnológico. Por ejemplo, las leyes generales de la física pertenecen a la física abstracta, mientras que el estudio de la tierra en particular es una ciencia concreta e implica la consideración de factores distintos de las leyes abstractas de la física. Semejantemente, pertenece a la ciencia abstracta formular las leyes generales de la vida, mientras que una ciencia como la botánica se ocupa de un tipo o nivel particular de vida.

En su Curso de filosofía positiva describe Comte seis ciencias básicas, a saber: las matemáticas, la astronomía, la física, la química, la fisiología y biología, y la física social o sociología. Nótese que en la lista no aparece la psicología. Esto se explica, por una parte, porque Comte rechaza la psicología introspectiva, y por otra, porque cuando escribe todavía no ha cobrado auge la psicología empírica. La psicología, tal como él la entiende, se divide, pues, entre la fisiología y la sociología. Asignando a la fisiología, o biología, el estudio del hombre como individuo, Comte está siguiendo las huellas de Condillac y de Cabanis. El estudio de la naturaleza y de la conducta humanas como fenómenos sociales se lo asigna a la fisiología social, como Saint-Simon la llamó, o sociología.

En escritos posteriores halló Comte espacio para la ética como ciencia adicional. Sin embargo, la ética significaba, para él, no una ciencia normativa que se ocupase de determinar valores y reglas morales, sino más bien psicología social, un estudio del comportamiento del hombre en la sociedad, con miras a formular las leyes que nos capaciten para predecir y planificar la marcha de la sociedad.

En lo que respecta a la clasificación sistemática, insiste Comte en que deberemos empezar por lo más simple y más general o abstracto y pasar de ahí, siguiendo el orden lógico de dependencias, a lo más complejo y menos general. Las matemáticas, por ejemplo, son más abstractas que la astronomía, y ésta depende de las matemáticas en el sentido de que las presupone. De parecido modo, la fisiología o biología, que trata de las leyes generales de la vida, es más abstracta que la sociología, la cual se ocupa específicamente del hombre en sociedad. Ateniéndonos a estas directrices, vamos a parar a la arriba mentada jerarquía de las ciencias básicas, dispuestas en un orden en el que la mente empieza por lo que es más abstracto y está más apartado de los fenómenos humanos concretos, vale decir, por las matemáticas, y termina en la sociología, que se ocupa de tales fenómenos en mayor grado que cualquiera de las demás ciencias.

Ya hemos mencionado el hecho de que, en tanto que Saint-Simon tendía a pensar en los términos de un método científico general, Comte consideraba que cada ciencia desenvuelve su propio método. Pero esta afirmación hay que matizarla. Si nos fijamos en el uso que hace Comte de la palabra “método”, él reconoce sólo un método científico. “Pues toda ciencia consiste en coordinar hechos; si las diferentes observaciones estuviesen enteramente aisladas, no habría ciencia.”[179] Si, pues, por método entendemos el observar hechos o fenómenos y el coordinarlos mediante la formulación de leyes, hay un método común a todas las ciencias. En cambio, si nos fijamos en lo que Comte llama “procedimientos”, será verdad decir, como él piensa, que en el proceso de su desarrollo cada ciencia perfecciona su propio procedimiento o técnica, su propio modo de habérselas con los datos. Hay, sin duda, procedimientos que no son exclusivamente propios de ninguna ciencia particular. Así, el empleo de hipótesis, la deducción y la comprobación son casos de éstos. Pero al mismo tiempo el experimento desempeña un papel, digamos, en la química que no puede desempeñar en la astronomía, mientras que en sociología se ha hecho uso de un enfoque histórico.

La afirmación de que Comte reconoce una pluralidad de métodos requiere ulterior matización. Al clasificar las ciencias básicas, insiste Comte en que está siguiendo un orden lógico, pues cada una de las sucesivas ciencias presupone lógicamente a su predecesora en la jerarquía. Al mismo tiempo, está convencido de que “una ciencia no se conoce por completo mientras no se conoce su historia”.[180] Es decir, que la verdadera o real naturaleza de una ciencia se revela, más que en sus orígenes, en la proporción en que está desarrollada, por el grado de perfección que ha alcanzado.[181] Por ejemplo, las matemáticas tienen como datos originales los fenómenos considerados en sus aspectos cuantitativos, y pasan de ahí a determinar las relaciones entre cantidades dadas. Pero en su desarrollo las matemáticas se van haciendo cada vez más abstractas, hasta ser “completamente independientes de la naturaleza de los objetos examinados y atender tan sólo a las relaciones numéricas que esos objetos presentan”.[182] Según se van haciendo “puramente lógicas, racionales”,[183] y van consistiendo en “una serie más o menos larga de deducciones racionales”,[184] se transforman en lo que denomina Comte la ciencia del cálculo. Y de este modo constituyen “la verdadera base racional de todo el sistema de nuestro conocimiento positivo”.[185] En esta forma puramente abstracta, las matemáticas nos capacitan para coordinar fenómenos en otras ciencias, de un modo que sería, si no, imposible. Es cierto, claro está, que no podemos convertir, por ejemplo, la biología en puras matemáticas. Pero la biología liega a ser una ciencia real en tanto en cuanto las relaciones entre los fenómenos biológicos se determinan matemáticamente.

Más todavía, en su estado desarrollado o perfecto las matemáticas son una ciencia puramente deductiva y Comte las considera como el modelo del método científico.[186] La física, por ejemplo, va aumentando en perfección a medida que prepondera en ella el método deductivo. Si, por consiguiente, miramos las ciencias desde este punto de vista particular, podremos decir que hay un método científico modélico, ejemplificado en su mayor pureza por las matemáticas. Sin embargo, Comte no pretende que toda ciencia básica pueda transformarse en una ciencia puramente deductiva. Cuanto más nos alejamos de las matemáticas puras en la jerarquía de las ciencias, menos posible se hace tal transformación. Porque los fenómenos se van haciendo cada vez más complejos. En la práctica, pues, cada ciencia, a medida que avanza, desarrolla su propio “procedimiento”, aunque haga uso, siempre que se pueda, de las matemáticas para obtener mayor precisión. La sociología no puede convertirse simplemente en matemáticas. Ni tampoco puede proceder de un modo puramente deductivo. Pero hará uso de las matemáticas siempre que pueda.

4. Tareas del filósofo en la era positiva.

Hemos notado que, para Comte, una de las principales funciones de la filosofía es la de conseguir la unificación o síntesis de las ciencias. Parte de esta tarea se cumple en la clasificación sistemática de las ciencias de que acabamos de tratar en la última sección. Pero Comte habla también de una síntesis doctrinal o de una unificación del conocimiento científico. Y aquí surge la cuestión de cómo haya de entenderse esta síntesis doctrinal. La meta de la ciencia es coordinar fenómenos de un determinado tipo mediante la formulación de leyes descriptivas, tales como la ley de la gravedad en la física newtoniana. A primera vista, pues, puede parecer que, por lo tanto, la meta de la filosofía en el estadio positivo de su desarrollo habrá de ser coordinar todos los fenómenos en términos de una única ley Es decir, quizá parezca seguirse que la filosofía positiva debiera aspirar a hacer ver que las leyes más generales de las ciencias particulares pueden derivarse de una ley omnicomprensiva, o que la presuponen. Sin embargo, Comte rechaza explícitamente esta manera de concebir la función de la filosofía. “De acuerdo con mi profunda convicción personal, considero estos intentos de lograr la explicación universal de todos los fenómenos por medio de una única ley evidentemente quiméricos, aun cuando tales intentos los hagan las inteligencias más competentes. Creo que los medios de que dispone el entendimiento humano son demasiado débiles y el universo es demasiado complejo como para que semejante perfección científica podamos alcanzarla nunca [...].”[187] Podemos unificar las ciencias en el sentido de que podemos hallar un método que esté en la base de sus diferentes procedimientos; pero no podemos lograr una unificación doctrinal en el sentido arriba mencionado.

Esto quiere decir, de hecho, que una síntesis doctrinal no podemos lograrla siguiendo un método “objetivo”, ampliando el proceso de coordinar fenómenos que es común a todas las ciencias, hasta el punto de reducir todas las leyes a una ley. Pero sí que podemos lograr una síntesis doctrinal siguiendo un método “subjetivo”, es decir, viendo las ciencias en sus relaciones con la humanidad, con las necesidades del hombre como ser social. Lo cual significa que el principio sintetizador hay que buscarlo en la sociología. Una vez que ha surgido la ciencia del hombre, si miramos hacia atrás veremos el desarrollo de la ciencia como un progreso desde la consideración de los fenómenos no humanos a la consideración de los fenómenos humanos, como un movimiento desde el mundo externo hasta el hombre mismo. Podemos, pues, unificar las ciencias desde el punto de vista del sujeto, cuando el sujeto es ya la humanidad en general y no el sujeto individual de la epistemología.

Claro que Comte no sugiere con esto que la sociología pueda ni deba absorber a todas las demás ciencias. Lo que sugiere es que la sociología, teniendo como tiene por materia de su estudio al hombre en sociedad, ofrece el principio organizativo para la unificación del conocimiento científico, a saber, la idea de la humanidad y de sus necesidades. Desde el punto de vista histórico, la sociología ha sido la última ciencia que ha aparecido en escena. Pero una vez que la teoría sociológica se ha liberado de las creencias teológicas y de las suposiciones éticas y ha alcanzado el estadio positivo de su desarrollo, tenemos derecho, por así decirlo, a invertir el orden histórico y a dar la supremacía al punto de vista humano o “subjetivo”. Si se trataba de obtener conocimiento científico, objetivo, el punto de vista subjetivo había de ser despreciado. Pero cuando las ciencias básicas, incluida la sociología, se han establecido firmemente como disciplinas científicas, cabe seguir la política de unificarlas en términos de sus diversas relaciones con las necesidades humanas sin que disminuya por ello su objetividad científica, mientras que en una etapa anterior esta política habría sido perjudicial para el avance de las ciencias.

Ahora bien, la filosofía positiva no aspira simplemente a realizar una unificación teórica de las ciencias. Tiene también una meta práctica. Comte se refiere a “la inmensa revolución social en medio de la cual estamos viviendo y respecto a la cual todas las revoluciones precedentes no han sido otra cosa que un preliminar necesario”.[188] Se requiere una reorganización de la sociedad. Pero esta tarea no puede llevarse a cabo sin un conocimiento de las leyes de la sociedad tales como las formula la sociología. Sin el conocimiento de las leyes que coordinan los fenómenos de la naturaleza, el hombre no puede controlar ni moldear con eficacia su entorno natural. Semejantemente, sin el conocimiento de las leyes relativas al hombre en sociedad, no podemos promover ni conseguir una eficaz renovación progresiva de la sociedad. Esta reorganización social es la meta práctica de la síntesis “subjetiva” de las ciencias, de su unificación concebida en términos de sus relaciones con la humanidad y las necesidades de ésta.

5. La ciencia del hombre: estática y dinámica sociales.

La sociología o física social presupone, según Comte, las demás ciencias básicas, y es la culminación y el desarrollo de la ciencia y la especial contribución del estadio positivo al avance intelectual del hombre. Divídese en estática social y dinámica social. La estática social estudia las leyes generales de la existencia común a las sociedades humanas, es decir, las condiciones esenciales de la solidaridad social. La dinámica social estudia las leyes del movimiento o desarrollo de las sociedades, las leyes del progreso social. En opinión de Comte, la estática social “constituye el nexo directo entre la ciencia definitiva y la totalidad de las ciencias preliminares, sobre todas ellas la biología, de la que parece ser aquélla inseparable”.[189] La estática social es presupuesta por y tiende hacia la dinámica social, cuyas leyes se nos dice que se aplican ante todo a la política, mientras que las de la estática social “pertenecen más bien a la moral”.[190] La sociología en su conjunto, es decir, comprendiendo la estática social y la dinámica social, concibe “el progreso como el desarrollo gradual del orden”,[191] y también “representa el orden como manifestado por el progreso”.[192]

La estática social halla la base de la sociedad en la naturaleza del hombre como ser social y pone de manifiesto que en toda sociedad ha de haber división del trabajo y coordinación de los esfuerzos humanos con miras a realizar un propósito común. Evidencia asimismo la necesidad y la naturaleza fundamental del gobierno. Por lo tanto, la estática social versa primordialmente sobre el elemento del orden que es esencial a toda sociedad; y en este campo Aristóteles hizo una notable contribución al pensamiento. Pero, si bien el orden es esencial a toda sociedad, el resultado de canonizar una forma dada de organización social es la petrificación. El grave defecto de los utopistas como Platón consistió en representar una forma posible de organización social como la única forma ideal del orden. Ciertamente, aun “la más poderosa inteligencia de toda la antigüedad, el gran Aristóteles, estuvo tan dominada por su siglo que fue incapaz de concebir una sociedad que no estuviera necesariamente basada en la esclavitud [...]”.[193]

La idea de orden es, pues, insuficiente. Requiérese también la idea de progreso. Y ésta se estudia en la dinámica social. Sin embargo, Comte insiste en la íntima conexión que se da entre la estática social y la dinámica social. El orden sin progreso o desarrollo acaba en petrificación o en decadencia; pero el cambio sin orden suele equivaler a anarquía. Hemos de ver en el progreso la actualización de la tendencia dinámica inherente al orden social. “El progreso sigue siendo siempre el simple desarrollo del orden”,[194] y esto significa que el orden social asume diferentes formas sucesivas. El progreso es “oscilante”[195] en el sentido de que incluye casos de retardamiento y hasta de retroceso como momentos del movimiento general de avance.

Ya hemos hecho notar que Comte alaba la contribución de Aristóteles a la estática social. En el campo de la dinámica social rinde tributo a Montesquieu. “Es a Montesquieu a quien debemos atribuir el primer gran esfuerzo directo por tratar la política como una ciencia de hechos y no de dogmas.”[196] Pero, lo mismo que Aristóteles, también Montesquieu tuvo fallas: no consiguió liberar su pensamiento de la metafísica; ni entendió propiamente la necesaria sucesión de diferentes organizaciones políticas, y atribuyó exagerada importancia a las formas de gobierno. Para encontrar un avance auténtico debemos parar mientes en Condorcet, que fue el primero que vio con claridad que “la civilización se halla sometida a un avance progresivo, cuyos estadios están rigurosamente eslabonados entre sí por leyes naturales que puede revelar la observación filosófica del pasado [...]”.[197] Sin embargo, ni siquiera Condorcet entendió bien la naturaleza de los sucesivos estadios o épocas. Fue Comte mismo quien aportó esta comprensión.[198]

Según Comte, “la característica fundamental de la filosofía positiva es considerar que todos los fenómenos están sometidos a invariables leyes naturales”.[199] La expresión “todos los fenómenos” incluye naturalmente los fenómenos humanos. No pretende Comte que la coordinación de los fenómenos humanos mediante la formulación de leyes haya alcanzado igual grado de desarrollo en la sociología que el que ha alcanzado en algunas otras ciencias. Pero, así y todo, sostiene que el filósofo deberá considerar los fenómenos humanos como capaces de ser subsumidos bajo leyes. Esto quiere decir, de hecho, que las sucesivas formas de organización político-social deben correlacionarse con los sucesivos estadios del desarrollo intelectual del hombre. Según hemos visto, Comte opina que en la época teológica la sociedad era necesariamente una sociedad militar, organizada para la lucha y la conquista, y la industria no era más que lo que se requería para el mero mantenimiento de la vida humana. En la fase metafísica, que fue un período de transición, la sociedad se hallaba también en un estado de transición “no ya francamente militar, ni todavía francamente industrial”.[200] En el estadio positivo la sociedad está organizada con miras a la producción, y es por naturaleza una sociedad pacífica, orientada al bien común. En fin, estos tres modos sucesivos de actividad humana, “la conquista, la defensa y el trabajo”,[201] “corresponden exactamente a los tres estadios de la inteligencia: ficción, abstracción y demostración. De esta correlación básica se deriva ante todo la explicación general de las tres edades naturales de la humanidad”.[202]

Pero el hombre no es simplemente un ser intelectual y activo. Está caracterizado también por el sentimiento. “En toda existencia normal domina constantemente el afecto sobre la especulación y la acción, aunque la intervención de éstas es indispensable para que tal existencia sea capaz de sufrir y modificar las impresiones externas,”[203] El hombre tiene, por ejemplo, un instinto o sentimiento social. En la antigüedad, este instinto estuvo dirigido hacia la ciudad (la polis), y en la Edad Media halló expresión en varios tipos de corporaciones. En la época positiva o industrial, el instinto social, bajo la influencia de los unificantes factores que son la ciencia y la industria, tiende a adoptar la forma de amor a la humanidad en general. Ésta idea le proporciona a Comte una base para asegurar que la tercera forma fundamental de la organización social es intrínsecamente pacífica.

Apenas hay que decir que así como Comte trata de conciliar su teoría de los tres estadios del desarrollo intelectual del hombre con hechos que parecen contrarios a la teoría, así también intenta conciliar con su explicación de las formas correlativas de organización social aquellos hechos históricos que podrían citarse como pruebas contra la verdad de su explicación.

Por ejemplo, si se apela a la evidencia para mostrar que hasta las naciones más industrializadas pueden incurrir en acciones militares agresivas, Comte replica que es porque el proceso de industrialización comienza y se desarrolla cuando todavía siguen influyendo los modos de pensar y sentir característicos de épocas anteriores. Él no pretende que una sociedad en la que se esté desarrollando la industrialización nunca manifieste un espíritu agresivo o nunca se lance a la guerra. Lo que él afirma es que, a medida que la sociedad industrial vaya llegando a la madurez, la unificación de la humanidad, promovida por el común conocimiento científico y por la industrialización, dará como resultado, bajo la guía de una élite científica, una sociedad pacífica en la que las diferencias serán dirimidas mediante discusión racional.

No se le puede, naturalmente, reprochar a Comte que trate de encajar los hechos en el entramado de una hipótesis, siempre y cuando se muestre dispuesto a revisar e incluso abandonar la hipótesis si se prueba su incompatibilidad con los hechos. Pero no está nada claro por qué un aumento de conocimiento científico haya de llevar a un aumento moral en la humanidad, ni por qué una sociedad industrial haya de ser más pacífica que una sociedad no industrializada. Después de todo, Comte no se limita a decir lo que, en su opinión, debería suceder, desde un punto de vista ético; está diciendo lo que sucederá, en virtud de la ley o leyes que rigen el desarrollo del hombre. Y cuesta evitar la impresión de que la ley de los tres estadios tiende a llegar a ser, para Comte, más que una hipótesis falsable, la expresión de una fe o de una filosofía teleológica de la historia, a cuya luz haya que interpretar los datos históricos.

Si el proceso histórico es regido por una ley y el futuro es, por lo menos en principio, predecible, surge la pregunta de si queda algún espacio para la planificación social. ¿Qué puede hacer, por ejemplo, una élite científica para influir en la sociedad y en el curso de la historia? Desde un punto de vista, quizá no haya aquí ningún problema particular. Como dijimos, Comte insiste en que, si bien todas las ciencias coordinan fenómenos subsumiéndolos bajo leyes, estas leyes son puramente descriptivas. Si halláramos que el hombre pudiera producir en el mundo físico efectos que fuesen incompatibles con las leyes físicas aceptadas hasta aquí, revisaríamos obviamente las leyes en cuestión. Las leyes, como generalizaciones descriptivas, son en principio revisables. De parecido modo, en cuanto atañe a la teoría por él profesada sobre las leyes científicas, Comte podría mantener perfectamente bien que las leyes de la sociología son susceptibles de falsación y, por lo tanto, revisables en principio. Una ley podría ser falsada por la acción humana. Sin embargo, cuando se trata de la ley de los tres estadios, Comte tiende a hablar como si fuese inviolable y como si la sociedad hubiese de desarrollarse de la forma indicada por esta ley haga el hombre lo que haga. Surge, pues, inevitablemente la pregunta de si tiene así algún sentido pedir una planificación social a cargo de una élite de científicos.

Comte es plenamente consciente de la necesidad de responder a esta pregunta. Y arguye que no hay ninguna incompatibilidad entre la idea de que todos los fenómenos se rigen por leyes y la idea de la planificación y el control por el hombre. Al contrario, el poder del hombre de modificar toda suerte de fenómenos sólo puede ejercerse si hay “un real conocimiento de sus respectivas leyes naturales”.[204] Pongamos un ejemplo del mundo moderno; el conocimiento de las leyes físicas relevantes es una condición esencial para explorar con éxito el espacio. Asimismo, el conocimiento de las leyes de la conducta humana es condición esencial para una planificación social inteligente y eficaz. Según Comte, los fenómenos sociales son más complejos que los fenómenos físicos, y esto significa que las leyes formuladas en sociología son menos precisas que las leyes físicas, menos susceptibles que éstas de formulación matemática. No obstante, la formulación de leyes en sociología permite la predicción. Pues los fenómenos sociales son “tan predecibles como todos los demás tipos de fenómenos, dentro de los límites de precisión compatibles con su mayor complejidad”.[205] Y así, lejos de ser incompatible con la planificación social, la predictibilidad es condición esencial para ella.

Esto parecerá, sin duda, bastante sensato. Pero, de hecho, no responde del todo a la pregunta de en qué medida puede afectar la acción humana al curso de la historia. A tal pregunta responde Comte haciendo una distinción: El hombre no puede alterar el orden de los sucesivos estadios del desarrollo histórico; pero la acción o la inacción humana sí que puede acelerar o retardar este desarrollo. La emergencia del estadio positivo del pensamiento y de la correspondiente forma de sociedad es necesaria, siendo el hombre lo que es; pero el desarrollo de la sociedad industrial puede ser acelerado mediante una planificación inteligente. Porque los fenómenos sociales son, “por su naturaleza, al mismo tiempo los más modificables de todos y los que tienen mayor necesidad de ser modificados útilmente según las indicaciones racionales de la ciencia”.[206] Esta modificabilidad de los fenómenos sociales permite la planificación efectiva; pero lo que en realidad puede lograrse es limitado por lo que, evidentemente, se considera el funcionamiento de una ley inalterable. El desarrollo social es modificable “en su rapidez, dentro de ciertos límites, por un número de causas físicas y morales [...]. Las combinaciones políticas pertenecen al mundo de esas causas. Este es el único sentido en que le es dado al hombre influir en la marcha de su propia organización”.[207] Ciertamente Comte desea dar cabida a la iniciativa y a la acción humanas. Pero el espacio que les deja es limitado, dada su interpretación de la historia humana como regida por una ley que el hombre no puede alterar mucho más que lo poco que puede alterar las leyes físicas. Y Comte está completamente seguro de conocer la ley que rige el desarrollo de la historia humana.[208]

6. El Gran Ser y la religión de la humanidad.

Era firme convicción de Comte que la sociedad debería ser organizada por quienes poseyeran auténtico conocimiento. En esta materia estaba de acuerdo con Platón. Comte hacía escaso uso de la democracia, si se entiende que ésta implica que la voluntad del pueblo, sea cual fuere, ha de prevalecer. Se inclinaba en favor del gobierno paternalista que atiende a procurar el bien común. Así como en la Edad Media se esperaba que los individuos aceptasen la enseñanza de la Iglesia tanto si entendían como si no sus doctrinas y las razones en que se basaban, así también era de esperar que los ciudadanos de la “política positiva” aceptarían los principios sentados por la élite positivista, es decir, por los científicos y los filósofos positivistas. En la sociedad comtiana del futuro, esta élite controlaría la educación y formaría la opinión pública. Sería, de hecho, el equivalente moderno del poder espiritual del Medievo, y el gobierno, extraído de las clases de técnicos dirigentes, sería el equivalente moderno del medieval poder temporal. En el ejercicio de sus funciones el gobierno consultaría (o, por mejor decir, “consultará” dada la ley de los tres estadios) a la élite positivista, a los sumos sacerdotes de la ciencia. Aunque Comte pensaba que el período medieval había sido sustituido por las eras primero metafísica y después positivista, no fue ni mucho menos un despreciador de la Edad Media. Los científicos y los filósofos positivistas ocuparían los puestos del Papa y de los obispos, y los miembros de la clase gestora ejercerían las funciones de los monarcas y de los nobles medievales.

Comte comprendió, por supuesto, que la Revolución francesa había venido a acabar con un régimen anticuado que había sido totalmente incapaz, de satisfacer las necesidades de la naciente sociedad. Pero simpatizaba poco con la insistencia liberal en los presuntos derechos naturales de los individuos. La noción de que los individuos tuviesen unos derechos naturales independientemente de la sociedad y hasta en contra de ella resultaba extraña a su mentalidad. En su opinión, semejante noción sólo podía provenir de una incomprensión del hecho de que la realidad fundamental es la humanidad y no el individuo. El hombre como individuo es una abstracción, Y la regeneración de la sociedad “consiste sobre todo en sustituir los derechos por deberes, a fin de subordinar mejor la personalidad a la sociabilidad”.[209] “A la palabra derecho debería hacérsela desaparecer del verdadero lenguaje de la política tanto como a la palabra causa del verdadero lenguaje de la filosofía Dicho de otro modo; nadie posee otro derecho que el de cumplir siempre su deber. Sólo así podrá finalmente subordinarse la política a la moral, conforme al admirable programa de la Edad Media.”[210] En la época positiva la sociedad garantizará, sin duda, ciertos “derechos” al individuo, pues esto se requiere para el bien común. Pero tales derechos no existen independientemente de la sociedad.

Comte no quiere dar a entender, naturalmente, que la sociedad positiva vaya a caracterizarse por la opresión de los individuos por el gobierno. Lo que quiere decir es que, a medida que se desarrolle la nueva sociedad, la idea del cumplimiento de los propios deberes para con la sociedad y de que hay que velar ante todo por los intereses de la humanidad, prevalecerá sobre la concepción según la cual la sociedad existe para servir a los intereses de los individuos. En otras palabras, confía en que el desarrollo de la sociedad industrial, cuando se organice propiamente, irá acompañado de una regeneración moral que implicará la sustitución de los intereses particulares de los individuos por el exclusivo interés en el bienestar de la humanidad. Bien podemos pensar que hay aquí algo de exagerado optimismo. Pero éste consiste, no en que Comte espere la regeneración moral, sino más bien en su confianza en que tal regeneración irá inevitablemente acompañada del desarrollo de una sociedad que se basará en la ciencia y en la industria. Cuando lo cierto es que no se ve nada claro por qué tengan que suceder así las cosas.

Sea de ello lo que fuere, es indudable que, para Comte, la forma más alta de la vida moral la constituyen el amor y el servicio a la humanidad. En la fase positiva del pensamiento, la humanidad pasa a ocupar el puesto que le correspondía a Dios en el pensamiento teológico; y el objeto del culto positivista es “el Gran Ser” (le Grand Êtr.), la Humanidad. Ciertamente, la humanidad no posee todos los atributos que en tiempos se predicaron de Dios. Por ejemplo, mientras que al mundo se le concebía como creación de Dios y como dependiendo de él, la humanidad está “siempre sujeta a la totalidad del orden natural, del que constituye sólo el elemento más noble”.[211] Sin embargo, la “necesaria dependencia” del Gran Ser no afecta a su relativa superioridad. Y Comte elabora un sistema religioso basado, en el fondo, en el catolicismo en que él se había criado. Así, el positivismo tendrá sus santos (los grandes bienhechores de la humanidad), sus templos, sus imágenes, su conminación de los principales enemigos de la humanidad, su conmemoración de los difuntos, sus sacramentos sociales, y así sucesivamente.

John Stuart Mill, que simpatizaba con la actitud positivista general de Comte, criticó con agudeza el modo en que el pensador francés aspiraba a someter a la gente a los rigores de una religión dogmática expuesta por los filósofos positivistas.[212] Objetaba también Mill que la religión positivista de Comte no tenía ninguna conexión orgánica con su pensamiento genuinamente filosófico, sino que era un añadido superfluo y, a decir verdad, repugnante. Estos dos puntos críticos se pueden, desde luego, separar. Vale decir, podemos muy bien considerar repugnante lo que refiriéndose al de Comte describiría T. H. Huxley como un catolicismo sin cristianismo, y no por ello suscribir necesariamente la opinión de Mill según la cual la religión comtiana no tenía conexión orgánica con el positivismo. De hecho, esta opinión se ha discutido. Pero, pese a lo que digan los críticos de Mill, hay un sentido importante en el que su acusación parece plenamente justificada. Pues la idea de que a la teología y a la metafísica les ha sucedido la ciencia, y que sólo ésta nos da conocimiento auténtico y útil, no contiene la elevación de la humanidad a objeto de culto religioso ni tampoco el establecimiento de un elaborado culto religioso. La religión positivista de Comte, que influyó en bastantes de sus discípulos y llegó al establecimiento de una Iglesia positivista,[213] no es consecuencia lógica de una teoría positivista del conocimiento. Al mismo tiempo, puede ciertamente argüirse que hay una conexión psicológica entre la filosofía positivista de Comte y su religión de la humanidad. Parece acertado decir que Comte coincidía con los tradicionalistas en creer que hacía falta una regeneración moral y religiosa de la sociedad. Pero, como creía también que Dios era una ficción, tenía que buscar en alguna otra parte un objeto de devoción. Y pensando, como pensaba, que la realidad social básica era la humanidad más bien que los distintos individuos por separado, y que éstos solamente podían trascender el egoísmo dedicándose al servicio de la humanidad, compréndese que en su Gran Ser encontrara un sustituto de lo que fue en la Edad Media el centro de la devoción y del culto. Poner de realce el servicio a la humanidad no implica, por cierto, que se establezca, ningún culto religioso. Pero, evidentemente, Comte pensaba que en la sociedad moderna la función unificante y elevadora desempeñada en otros tiempos por la creencia en Dios sólo podía cumplirla una devoción religiosa a la humanidad. Siendo así, pues, que Mill tiene sin duda razón al asegurar que una teoría positivista del conocimiento no implica la religión de la humanidad, vale la pena que recordemos que a Comte no sólo le interesaba una teoría del conocimiento, sino también la regeneración social, y que su religión positivista, por muy extravagante que parezca, era para él uno de los factores de tal regeneración.

Viene aquí, empero, al caso preguntar si cuando habla del Gran Ser no está recayendo Comte en el estadio del pensamiento metafísico tal como él lo concebía. Seguramente estaría dispuesto a admitir que el Gran Ser sólo actúa a través de los individuos. Pero parece claro que, para que se la pueda considerar como objeto propio de culto por los individuos, la humanidad tiene que ser hi-postasiada, concebida como una totalidad que sea algo más que la sucesión de los seres humanos individuales. Comte habla de “un ser inmenso y eterno, la Humanidad”.[214] Quizá no haya que tomar demasiado en serio tales frases. Podría entenderse que expresan una esperanza de que la humanidad no será, de hecho, destruida por las “fatalidades cosmológicas”[215] que amenazan con extinguirla. Pero, a la vez, está claro que la humanidad, como objeto de culto común, llega a ser una abstracción hipostasiada y, con ello, un ejemplo del estadio meta-físico del pensamiento tal como lo describió Comte. Este aspecto de la cuestión es ilustrado por lo que Comte dice acerca de la inmortalidad. En algunos pasajes habla de la existencia continuada “en el corazón y en la mente de los demás”;[216] pero cuando habla de que nuestra naturaleza necesita “ser purificada por la Muerte”[217] y de que el hombre se convierte en “órgano de la humanidad”[218] en la segunda vida, parece que esté contemplando a la humanidad como una entidad persistente irreducible a la sucesión de los seres humanos que viven en este mundo.

La cuestión puede plantearse así: En el positivismo clásico de Comte, en cuanto distinto del positivismo lógico de nuestro siglo XX, no desempeña una función destacada la noción de carencia de sentido. Según hemos visto, Comte quería defender al positivismo de la acusación de ateísmo. El no sostuvo dogmáticamente que no hubiese Dios. La tesis que en general adoptó fue la de que la idea de Dios se ha ido convirtiendo cada vez más en mera hipótesis no verificada, a medida que el hombre ha ido sustituyendo las explicaciones teológicas de los fenómenos por explicaciones científicas. Pero también se podría inferir, partiendo de algunas de las cosas que dice, que una hipótesis inverificable carecería en absoluto de significación clara. Hay ocasiones en las que esta opinión la sostiene de un modo explícito. Por ejemplo, asegura que “ninguna proposición que no sea reducible en definitiva a la simple enunciación de un hecho, ya sea particular o general, puede ofrecer sentido alguno realmente inteligible”.[219] Pues bien, de hacer hincapié en asertos como éste, resultaría difícil mantener que la tesis del Gran Ser (la Humanidad) objeto de culto y de devoción religiosa tuviese algún sentido o significación real y claramente inteligible. Pues si el Gran Ser es reducible a los fenómenos y a las relaciones entre éstos, la religión de la humanidad se convierte en algo sumamente extraño. La religión positivista de Comte requiere que al Gran Ser se le considere como una realidad irreducible a una mera colección de hombres y mujeres individuales. De ahí que, al proponer su religión, parezca deslizarse otra vez Comte hada la mentalidad del estadio metafísico, si no, inclusive, hacia la del teológico.[220]