Capítulo
8

El coche pasaría a recoger a Mia a las seis y media, así que, siguiendo la orden de Gabe de no llegar tarde, se aseguró de estar abajo esperando antes de que el coche apareciera. Pudo sentir como un bostezo se hacía paso a través de su garganta y Mia pegó los labios para reprimirlo. Ella y las chicas se habían quedado de fiesta hasta bastante tarde la noche anterior, pero esa no era excusa cuando había tenido el día entero para descansar y recuperarse de la resaca. El problema era que no había podido pegar ojo al estar preocupada por la inminente cita con Gabe en su apartamento.

Era ridículo. Mia esperaba que llegado a cierto punto se le pasara ese nerviosismo que le entraba cada vez que tenía que estar en su presencia. Tenía que tener sexo con él, por el amor de Dios, y no podía siquiera pensar en verlo sin tener un colapso emocional. Vaya intento de sofisticación, cualquiera que la viera pensaría que era una virgen tímida que no había visto nunca a un hombre desnudo. Aunque Mia estaba bastante segura de que nunca había visto a un hombre como Gabe desnudo. Al menos no en persona.

Los hombres con los que ella había estado eran… niños, a falta de un término mejor. Chavales tan inexpertos como ella, en su mayoría. Su último lío —se negaba a llamarlo rollo de una noche ya que habían quedado más de una vez— había sido la única mayor experiencia sexual que había tenido, y estaba completamente convencida de que era porque David era mayor que sus citas habituales. Y con más experiencia, también.

Fue el responsable de que Mia pasara de los chicos de su edad y se sintiera mejor por su fijación con Gabe. David había sido genial en la cama, pero lo malo era que no había sido tan bueno en otras áreas.

Sin estar muy segura de cómo, Mia sabía que Gabe iba a ser muy superior a cualquier otro hombre y que tras estar con él David empalidecería en comparación, lo cual ya era decir mucho teniendo en cuenta que David podía considerarse el mejor de todos los hombres —o mejor dicho, chavales— con los que había estado.

El chófer la dejó delante del apartamento de Gabe justo cinco minutos antes de que dieran las siete. Bueno, no la dejó literalmente, pero el hombre nunca hablaba. Simplemente aparecía, conducía, y luego desaparecía otra vez para reaparecer más tarde cuando ya era hora de volver a casa. Era un poco inquietante, la verdad, casi como si le hubieran ordenado que nunca hablara en su presencia.

A la entrada del edificio había un guardia de seguridad, aunque, claro, este no era un bloque de apartamentos cualquiera, sino que era uno de esos de los que se parecían a un hotel. La diferencia era que aquí tenían un apartamento entero en vez de una sola habitación o suite.

Tras enseñarle el carné de identidad, el guardia llamó al apartamento de Gabe para comprobar si podía subir. Con suerte no tendría que pasar por todo este proceso cada vez que Gabe requiriera su presencia en su apartamento.

Un momento más tarde, el hombre la escoltó hasta el ascensor e insertó la tarjeta requerida para ir a la planta del apartamento de Gabe, que, por supuesto, era el ático. A continuación, le hizo un gesto de cortesía con la cabeza y salió del ascensor.

Las puertas se abrieron en la quincuagésima planta y justo frente a la entrada del apartamento de Gabe. Él estaba de pie, esperándola con la mirada fija en ella mientras Mia salía del ascensor. Las puertas se cerraron detrás de la joven y entonces se quedaron los dos solos.

Ella lo devoró con la mirada. En muy raras ocasiones lo había visto vestido con vaqueros, pero le quedaban de muerte. Estaban descoloridos y bastante usados, como si fuera su par favorito y no quisiera deshacerse de ellos. Además, llevaba puesta una camiseta de los Yankees que le moldeaba el pecho, musculoso, y que se le ceñía perfectamente alrededor de los prominentes bíceps.

Estaba claro que se entrenaba, no había otra explicación. No era posible que un hombre que pasaba tanto tiempo en una oficina pudiera estar tan bueno y tan cuadrado.

De repente Mia sintió que se había vestido demasiado formal. Se había puesto un simple vestido azul marino que le llegaba hasta la rodilla y que le dejaba al aire la parte inferior de las piernas. Los tacones que había elegido le daban la altura necesaria como para estar al mismo nivel que Gabe, pero incluso así se sentía pequeña estando frente a él.

Gabe era imponente incluso vestido con vaqueros desgastados y camiseta. Su presencia llenaba toda la habitación; era indomable. La forma con que la miraba la hacía incluso sentirse marcada.

La recorrió con la mirada con tanta intensidad que la piel le ardía como si la hubiera tocado de verdad. Cuando llegó a los ojos, sonrió y seguidamente le tendió la mano.

Mia se acercó a él y deslizó una de sus manos sobre la de él. Gabe entrelazó los dedos y le dio un apretón antes de tirar de ella hacia delante para plantarle un beso en toda la boca que los dejaría a ambos sin aliento. Bebió de sus labios y se los mordió lo bastante fuerte como para que estos le hormiguearan. Le lamió las comisuras de los labios hasta lograr persuadirla para que volviera a abrir la boca y le dejara entrar.

—He pedido la cena para los dos, espero que tengas hambre —le dijo con voz ronca.

—Mucha —admitió.

Gabe frunció el ceño.

—¿No has comido hoy?

—Me he tomado un vaso de zumo de naranja. No tenía muchas ganas de comer.

Mia no mencionó el hecho de que estaba resacosa, de que no había dormido apenas y de que, hasta ahora, solo de pensar en comida le daban ganas de vomitar.

Gabe la condujo hasta la elegante mesa del salón comedor situada justo frente al enorme ventanal, que ofrecía unas impresionantes vistas sobre Manhattan. Desde allí se podía distinguir una deslumbrante variedad de luces provenientes de edificios cercanos, que en contraste con el crepúsculo de la noche no eran más que siluetas negras en el cielo.

—Ya no estás nerviosa, ¿verdad? —le preguntó mientras la ayudaba a sentarse.

Ella se rio.

—Estoy adentrándome en aguas desconocidas, Gabe. Tienes que saberlo.

Entonces la sorprendió y le dio un beso en la coronilla antes de desaparecer. Un momento más tarde reapareció de nuevo con un plato en cada mano y le puso delante un delicioso bistec que olía estupendamente bien. Tenía tan buena pinta que el estómago le rugió al instante.

Gabe volvió a fruncir el ceño.

—No te saltes más comidas, Mia.

Ella asintió con la cabeza y esperó a que volviera de la cocina de nuevo, en esta ocasión con una botella de vino; luego se sentó y, a continuación, lo sirvió.

—No estaba seguro de lo que te gustaba o no con respecto a la comida. Ya tendremos tiempo para hablar de ello y para conocer cuáles son tus preferencias, pero me imaginé que no podía equivocarme con un filete.

—No, para nada —dijo—. Un buen bistec lo cura casi todo.

—No podría estar más de acuerdo.

Mia engullía su plato con avidez mientras observaba a Gabe por debajo de las pestañas. Había un millón de preguntas revoloteándole por la cabeza, pero no quería agobiarlo. Como había dicho, tenían muchísimo tiempo para aprender cosas del otro. La mayoría de la gente esperaba más tiempo a entrar en ese proceso de conocerse mutuamente antes de lanzarse a una relación sexual, pero se imaginaba que Gabe estaba bastante acostumbrado a hacer las cosas a su manera, y vaya maneras. Además, no eran completos extraños… Gabe había sido una persona habitual —aunque lejana— en su vida durante años.

El silencio se extendió entre ellos. Mia podía sentir sus ojos sobre ella, sabía que él la observaba tanto como ella lo miraba a él. Casi como si fueran dos enemigos precavidos que se estudiaban antes de entrar en batalla. La única diferencia era que Gabe no parecía estar tan inseguro e incómodo como ella, sino que se le veía confiado, como un depredador acechando a su presa.

Las mariposas le empezaron a revolotear dentro del estómago, y mucho más abajo, hasta que Mia no pudo soportarlo más y tuvo que pegar los muslos en un esfuerzo de suavizar el dolor que sentía entre las piernas.

—No estás comiendo —señaló Gabe.

Ella bajó la mirada hacia su plato y se dio cuenta de que había dejado de comer aún con el tenedor en la mano y el filete a medias. Lo dejó en la mesa y con calma se lo quedó mirando fijamente.

—Esto es desesperante, Gabe. Todo esto es nuevo para mí, yo nunca he estado en una situación como esta. No estoy segura de cómo actuar, de lo que decir, de lo que no decir, ¡o de decir algo siquiera! Y luego tú te sientas ahí enfrente mirándome como si fuera el postre, y yo no tengo ni idea de si solamente estamos cenando o de si intentas que me sienta más cómoda. Échame una mano porque me estoy volviendo loca.

Una media sonrisa apareció en los labios de Gabe y la diversión se le hizo evidente también en los ojos.

—Mia, cariño, es que sí que eres el postre.

La respiración se le entrecortó al advertir en los ojos de Gabe un hambre que no tenía nada que ver con el filete que tenía delante.

—Come —le dijo con una voz baja que no admitía discusión. Era una orden. Una que él no quería que ignorara—. No voy a lanzarme sobre ti en la mesa. La expectación hace que la recompensa final sea mucho más dulce.

Mia volvió a coger el tenedor y el cuchillo y continuó comiendo sin ser capaz de saborear nada. Comía como si fuera una máquina, y, además, todo el cuerpo le hormigueaba al ser consciente de la atención que estaba atrayendo. Estaba claro que Gabe no tenía intención alguna de suavizar las cosas en esta relación, aunque también era cierto que eso no iba mucho con él. Gabe iba a por todas; era su estilo y lo que le hacía tener tanto éxito en los negocios. Iba tras lo que quería con una determinación extrema, y ahora la quería a ella.

Le dio un sorbo a su copa de vino solo para que algo rellenara ese momento de incomodidad. Mia no sabía si quería ir más lenta y tomarse su tiempo con la comida, o si quería seguir adelante y terminar en un santiamén para que al fin pudieran pasar a los postres.

Él terminó antes que ella y se recostó en la silla. Permanecía sin inmutarse mientras bebía de su copa de vino. Los ojos no la dejaron de observar en ningún momento y seguían cada movimiento que realizaba. Parecía indiferente y distante hasta el momento en que ella le devolvió la mirada. Para entonces la historia ya era completamente distinta. Ahora los ojos le ardían de impaciencia y le hervían de pasión.

Con una pequeña cantidad de comida aún en el plato, lo retiró un poco y se echó hacia atrás con cuidado en su propia silla. Aunque no habló, el «y ahora que» casi se podía palpar entre ambos. Él la observó perezosamente y a continuación dijo:

—Vete al centro del salón y quédate de pie, Mia.

La joven tragó saliva y respiró hondo antes de levantarse con tanta gracia como podía, decidida a estar serena y tranquila. Y segura de sí misma. Este hombre la deseaba a ella, no a otra, y ya era hora de que actuara como si de verdad perteneciera a este lugar.

Anduvo con los tacones repiqueteando en el suelo de madera, lo que contrastaba con el silencio que reinaba en el apartamento. Cuando llegó al centro de la habitación, se giró lentamente y vio que Gabe estaba dirigiéndose hacia el sillón situado al lado del sofá de piel.

Se hundió en el asiento y cruzó las piernas en una pose informal que indicaba lo relajado que se encontraba. Mia deseó poder decir lo mismo de ella, pero se sentía como si estuviera en una audición y se hubiera quedado en blanco ahí de pie frente a él mientras la devoraba con la mirada.

—Desvístete para mí —dijo con una voz que hizo vibrar todo el cuerpo de Mia.

Ella le devolvió la mirada con los ojos abiertos como platos mientras procesaba la orden que le había dado.

Gabe arqueó una ceja.

—¿Mia?

Ella empezó a quitarse los zapatos pero él la detuvo.

—Déjate los zapatos puestos. Solo los zapatos.

Entonces se llevó las manos a los tres botones de delante del vestido y lentamente los desabrochó. A continuación, lo deslizó por los hombros y dejó que la prenda se resbalara por el cuerpo hasta caer al suelo, quedándose únicamente en bragas y sujetador.

A Gabe se le dilataron las pupilas; un hambre primitiva prendió fuego en su interior y las facciones se le volvieron toscas. Un escalofrío incontrolable recorrió el cuerpo de Mia y se le endurecieron los pezones, que ahora presionaban la sedosa tela del sujetador. El hombre era devastador y aún no la había tocado siquiera. Aunque esa mirada… era como estar siendo acariciada con fuego mientras se la comía con los ojos.

—¿Las bragas o el sujetador primero? —le preguntó con voz ronca. Gabe sonrió.

—Vaya, Mia. Te gusta provocar, ¿verdad? Las bragas primero.

Mia metió los pulgares por debajo de la cinturilla de encaje y lentamente se fue bajando las bragas. Intentar cubrirse con las manos para conservar el poco pudor que le quedaba era casi instintivo, pero se obligó a dejar que el pequeño trozo de tela cayera hasta el suelo; entonces dio un paso hacia el lado y las retiró con la punta del zapato.

A continuación volvió a levantar las manos y se colocó el pelo sobre un solo hombro de manera que pudiera llegar al cierre del sujetador. Se lo desabrochó y las copas se aflojaron, dejando que los senos quedaran casi a la vista.

—Vuelve a echarte el pelo hacia atrás —murmuró Gabe.

Mia obedeció con una mano, mientras aguantaba el sujetador sobre los pechos con la otra. Después se lo bajó con cuidado y dejó que los tirantes se deslizaran por sus brazos hasta que finalmente cayó al suelo junto a las demás prendas.

—Preciosa —dijo Gabe con aprecio, su voz baja sonó más como un gruñido.

Ella se quedó ahí, de pie y vulnerable mientras esperaba la siguiente orden. Estaba claro que él no tenía ninguna prisa y que gozaba con la intención de saborear el momento de verla desnuda por primera vez. Mia se llevó los brazos hasta la cintura y de ahí hasta los pechos.

—No, no te escondas de mí —le dijo Gabe con suavidad—. Ven aquí, Mia.

Ella dio un paso torpe hacia delante, y luego otro, y otro hasta que estuvo apenas a unos pocos centímetros delante de él.

Gabe bajó la pierna que tenía cruzada y abrió las rodillas para dejar un espacio vacío entre ambos. El bulto que tenía entre las piernas y que le oprimía la cremallera de los vaqueros era bastante evidente. No obstante, alargó su mano hacia ella y la animó a acercarse.

Mia avanzó entre sus muslos y le cogió la mano, así que Gabe tiró de ella hacia delante y le hizo señas para que se subiera a su regazo. Ella hincó las rodillas a ambos lados de su cuerpo encajándolas perfectamente entre él y los reposabrazos del sillón, se sentó sobre los talones y esperó. Sentía que no podía respirar y que tenía todos los músculos tensos y agarrotados mientras intentaba anticipar cuál sería su siguiente movimiento.

No mucho más tarde, Gabe la sujetó por la nuca, la atrajo hacia él y le estampó la boca en la de ella. Mia sentía cómo la ardiente y acelerada respiración masculina le acariciaba el rostro, y cómo su mano se enredaba en su cabello para tenerla sujeta contra él con mucha más fuerza.

Y entonces Gabe la separó de él tan rápido como antes. La mano aún la seguía teniendo hundida en su cabello, el pecho le subía y le bajaba en un intento vano de recuperar el aliento y, además, los ojos le ardían y le brillaban llenos de lujuria. Esto último era más que suficiente como para hacer que Mia temblara al sentir un calor primitivo emanando de él.

—Me pregunto si te haces una idea de lo mucho que te deseo ahora mismo —murmuró Gabe.

—Yo también te deseo —susurró Mia.

—Me tendrás, Mia. De todas las maneras imaginables.

La promesa que denotaban sus palabras, roncas y tan pecaminosamente sugerentes, la poseyó de forma sensual y seductora.

Gabe le soltó el pelo y posó las manos en su vientre para poder acariciarle el cuerpo antes de llegar a los pechos. Con los senos en las manos, se inclinó hacia delante y se metió un pezón en la boca.

Mia gimió y se estremeció de placer bajo sus caricias. Se sujetó a los reposabrazos del sillón y echó la cabeza hacia atrás mientras Gabe le pasaba la lengua por la rugosa aureola.

Alternándose entre los dos montículos que tenía aún en las manos, Gabe la provocó y jugueteó con ella. Le chupó y le succionó los pezones a la vez que se los mordía con suavidad hasta conseguir que estuvieran completamente enhiestos y pidiendo más de sus caricias.

Liberó uno de los pechos que tenía agarrados y, pasándole las puntas de los dedos por las costillas y el vientre, se desplazó hacia abajo hasta llegar finalmente a la zona entre sus piernas. Sus manos se movían con delicadeza mientras ahondaba entre los rizos de su entrepierna y llegaba a la sensible carne de su sexo. Le rozó el clítoris con uno de los dedos y el cuerpo enterode Mia se tensó a modo de respuesta.

Jugueteó con la húmeda entrada de su vagina con un dedo mientras le acariciaba con el pulgar todas las pequeñas terminaciones nerviosas concentradas en el clítoris. Mia se sentía desfallecer.

—Gabe —susurró. El nombre sonó más como un gemido.

Ella bajó la cabeza lo suficiente para poder mirarlo con los ojos entrecerrados. La imagen de su boca pegada a su pecho y succionándole el pezón era excitante y erótica a la vez, y solo consiguió alimentar su ya descontrolado deseo.

El dedo se deslizó dentro de ella y Mia soltó otro gemido. Gabe presionó el pulgar con mucha más fuerza a la vez que lo movía en círculos y hundía más profundamente el otro en su interior. Y a continuación, la mordió de nuevo en el pezón.

Mia lanzó las manos hacia los hombros de Gabe y se agarró a él con mucha más firmeza a la vez que hincaba los dedos en su piel. No paraba de revolverse mientras el orgasmo comenzaba a formársele bajo la piel. Era imposible quedarse quieta, el cuerpo entero lo sentía tenso y la presión se le estaba concentrando en el bajo vientre.

—Córrete para mí, Mia —dijo Gabe—. Quiero sentir cómo te corres en mi mano.

Deslizó el dedo mucho más adentro en su cuerpo, presionando justo su punto G. Ella respiró entrecortadamente mientras Gabe seguía acariciándole el clítoris y volvía a chuparle el pezón con la boca una vez más. Cerró los ojos y gritó su nombre cuando la primera oleada de placer la atravesó de forma tumultuosa y abrumadora.

—Eso es. Mi nombre, Mia. Dilo otra vez. Quiero escucharlo.

—Gabe —dijo en un suspiro.

Mia se arqueó con frenesí mientras él empujaba el dedo dentro de ella sin descanso, llevándola mucho más al límite. Se revolvió entre sus brazos y un momento después se desplomó sobre sus hombros y, agarrándose con fuerza, intentó recuperar el aliento.

Lentamente Gabe retiró los dedos, la atrajo hasta la calidez de su cuerpo y la rodeó con los brazos. Ella posó la frente en su hombro y cerró los ojos, agotada por la intensidad del orgasmo.

Él le pasó la mano suavemente por su espalda desnuda varias veces en un intento de tranquilizarla y relajarla. A continuación hundió la mano en su pelo y tiró de él lo suficiente como para que levantara la cabeza y sus ojos se encontraran.

—Agárrate a mí —le dijo.

A Mia apenas le había dado tiempo a rodearle el cuello con los brazos cuando Gabe se puso de pie y la levantó en brazos.

—Rodéame la cintura con las piernas.

Él la aupó con las manos bajo su trasero para sujetarla mejor mientras ella clavaba los talones en su cintura y salió al pasillo para llegar por último hasta su dormitorio.

Se echó hacia delante y la depositó suavemente en la cama antes de retroceder y quitarse la ropa con rapidez. Mia se quedó allí tumbada, mareada de regocijo y con el cuerpo aún vibrándole como secuela de la liberación sexual que había experimentado momentos antes. Su sexo le dolía y le palpitaba. Quería más. Lo quería a él.

Levantó la cabeza mientras Gabe se desabrochaba los vaqueros y se los bajaba hasta las caderas. Estaba impresionante ahí de pie con su erección forcejeando por salir de su prisión y abrasándola con la mirada. El deseo que sentía por ella se percibía claramente en cada centímetro de su firme y tenso cuerpo. Mia podía quedárselo mirando durante horas. Era guapísimo y tenía un aire taciturno. Cuando fue a por ella con la actitud propia de un macho alfa, los músculos se le abultaron de la tensión que ambos estaban sintiendo.

La agarró de las piernas y tiró de ella con brusquedad para traerla hasta el borde de la cama. Entonces se las abrió y se posicionó entre ellas.

—No puedo ir más lento, Mia —le dijo con una voz forzada e inquieta—. Quiero estar en tu interior más de lo que necesito respirar ahora mismo. Tengo que poseerte. Ahora mismo.

—Me parece bien —pronunció en una exhalación. La voz le sonó como un susurro ronco mientras miraba fijamente a esos intensos ojos azules.

Gabe volvió a tirar de ella para eliminar la distancia que quedaba entre ellos y entonces Mia sintió cómo la punta de su pene se abría paso entre su carne hinchada. Se detuvo durante un breve instante antes de embestirla y hundirse dentro de su cuerpo por completo.

El grito ahogado que Mia soltó se mezcló con el de él. La impresión de su invasión casi la llevó al límite. ¿Cómo era posible que pudiera tener otro orgasmo tan rápido?

La sensación de tenerlo a él en su interior la estaba abrumando. Se sentía completamente llena, tan apretada a su alrededor que se preguntaba cómo podía siquiera moverse. O cómo se las había ingeniado para meterse tan adentro de su ser.

Los dedos de Gabe se clavaron en sus caderas, pero un momento después sintió cómo su agarre se suavizaba, casi como si Gabe se estuviera recordando a sí mismo que tenía que tener cuidado. La tocó y la acarició mientras llevaba las manos desde su vientre hasta los pechos, que palmeó con ambas manos. Luego le pellizcó los pezones.

—¿Te he hecho daño? —rugió.

Incluso tan descontrolado como parecía y tan desesperado como estaba por poseerla, se podía notar preocupación en su voz. Mia sabía sin ninguna duda que si ella quisiera que parara, lo haría sin importar lo loco que estuviera por ella en ese momento.

Y dios, cómo le gustaba que estuviera así de loco. Por ella. Por tenerla a ella.

Mia sacudió la cabeza.

—No. Para nada. Por favor, no pares.

Sí, le estaba suplicando. Si Gabe paraba ahora, se moriría.

Llevó las manos hasta sus muñecas, donde Gabe tenía aprisionados sus senos, y las deslizó por sus brazos mientras se deleitaba en toda esa fuerza que tenía. Podría estar tocándolo toda la vida.

Las manos de Gabe se posaron sobre las de ella durante un breve instante, y, a continuación, le colocó los brazos por encima de la cabeza. Mia abrió los ojos como platos al observar la fiereza que estaba dibujada en su rostro, al ver cómo los ojos se le entrecerraron cuando un gruñido le retumbó en la garganta.

Mia pegó las manos contra el colchón mientras Gabe se inclinaba hacia delante con las palmas de las manos sujetando las de ella y la aprisionó contra su cuerpo para que no se pudiera mover. Para que no se pudiera resistir.

La posición le envió olas de emoción directas a su vientre que luego se expandieron por todo su cuerpo casi como si una droga hubiera invadido todo su ser. Estaba colocada y él era la causa. El poder y el control que tenía sobre ella. Su dominancia.

Esto era lo que Mia deseaba. Tener a Gabe encima de ella, hundido en lo más profundo de su cuerpo y teniendo poder absoluto sobre ella. Mia no podía siquiera respirar, estaba mareada de la excitación.

Gabe se retiró y volvió a penetrarla de nuevo con tanta fuerza que le sacudió el cuerpo entero.

La mirada de Gabe se cruzó con la de ella con tanta intensidad que hasta logró hacerla estremecer. Su voz sonó tan gutural y tan terriblemente atractiva al pronunciar con ronquedad las siguientes palabras:

—Joder, no. No voy a parar. No cuando he esperado tanto para tenerte.

«Tanto para tenerte». Dios, escuchar eso casi había hecho que se corriera en ese instante. La idea de que este hombre, que estaba tan fuera de su alcance, la hubiera deseado siquiera era una locura. Nunca se podría haber imaginado que la fijación que tenía por él fuera correspondida.

Bueno, se estaba adelantando un poco. La palabra «fijación» era demasiado fuerte como para atribuírsela a Gabe. La verdad era que no tenía ni idea de cuáles eran sus sentimientos o su fijación con ella, solo sabía que ella sí que se había pasado muchísimo tiempo fantaseando con estar justo donde estaba ahora: inmóvil debajo de Gabe y con su miembro tan hundido en su cuerpo que no sabía siquiera cómo apañárselas para acomodarlo bien en su interior.

No iba a decir que Gabe estuviera monstruosamente dotado, pero, si bien no la tenía gigantesca, sí que era mucho más grande que la de cualquiera de sus antiguos amantes. Y, además, sabía exactamente qué hacer con lo que tenía. Mia daba fe.

Gabe le soltó las manos, pero cuando Mia fue a moverlas, este le echó una mirada llena de fiereza, se las volvió a poner donde estaban y la soltó una vez más. Era una orden que no necesitaba palabras. Mia obedeció y las dejó donde él se las había colocado al mismo tiempo que lo miraba fijamente y esperaba sin aliento a su siguiente movimiento.

Gabe bajó las manos hasta sus piernas y se las subió para colocárselas alrededor de su cintura. Entonces le dirigió otra vez esa mirada tan seductora y estremecedora que le indicaba que tenía que dejar las piernas justo donde él se las había puesto. Le deslizó las manos por debajo del culo y empezó a penetrarla con fuerza y a un ritmo firme que no hacía más que enviarle oleadas de placer a través de su cuerpo.

Le salía casi instintivamente llevarse las manos hacia sus hombros. Mia necesitaba algo a lo que sujetarse mientras la poseía, pero Gabe apretó la mandíbula y la miró con fiereza una vez más. Ella las volvió a dejar donde habían estado.

—Te las ataré la próxima vez —le dijo—. No me presiones, Mia. Yo estoy al mando. Te poseo. Eres mía. No muevas las putas manos hasta que te lo diga, ¿entiendes?

—Sí —susurró con el cuerpo tan tenso y tan a punto de estallar que era lo único que podía decir para respirar siquiera.

El pulso se le disparó al verle aquella mirada tan fascinante de chico malo en el rostro. Los ojos estaban llenos de promesa, de todas las cosas que le haría. De todas las cosas que él le haría hacer. Y que Dios la ayudara pero no podía apenas esperar.

Gabe se volvió a hundir en ella con tanta fuerza que hizo que su cuerpo se sacudiera de nuevo. Mia cerró los ojos y apretó los dientes para reprimir el grito que amenazaba con salir de su garganta.

—Los ojos —le dijo con brusquedad—, hacia mí, Mia. Siempre mirándome a mí. No te corras con los ojos cerrados. Quiero ver todo lo que tienes dentro. No me anules.

Ella entonces abrió los ojos rápidamente y encontró los de Gabe casi al instante, la respiración le salía por la boca de forma violenta e irregular.

Gabe se salió de ella y volvió a enterrarse en su interior con las manos agarrándose con más fuerza a su culo. Mia estaba segura de que se le quedaría la marca de sus dedos estampada en la piel. Él continuó moviéndose e introduciéndose dentro de ella mientras la sujetaba. Mia no podría durar mucho más… de hecho no iba a durar mucho más. Era demasiado abrumador, demasiado… todo.

—Di mi nombre, Mia. ¿Quién es tu dueño? ¿A quién perteneces?

—A ti —dijo ahogadamente—. Gabe. A ti. Solo a ti.

Sus ojos brillaron de satisfacción. La expresión en su rostro era posesiva y fiera, y la mandíbula la tenía claramente apretada.

—Eso es, cariño. Mia. Di mi nombre cuando te corras.

Gabe deslizó una mano entre ambos para acariciar su clítoris mientras seguía penetrándola.

—Córrete —le ordenó—. Uno más. Dámelo, Mia. Quiero sentir cómo te vuelves loca con mi polla en tu interior. Eres tan suave y sedosa… tan ceñida a mí. Es el paraíso.

Ella soltó un grito agudo, se sentía desfallecer en un estado de excitación extrema. Y entonces el orgasmo la atravesó de forma explosiva e intensa, e incluso con más fuerza que el anterior. Estaba hincado en lo más profundo de su cuerpo, parecía imposible. Estaba tan adentro que Mia no sentía nada más que su palpitante miembro mientras este se abría paso entre su carne caliente.

Los muslos de Gabe golpeaban contra su culo y la sacudían debido a la intensidad de sus movimientos. Mia arqueó la espalda, quería más… necesitaba más. Y así Gabe siguió hundiéndose en ella con el rostro contraído por la tensión.

—Mi nombre —dijo con los dientes apretados—. Di mi nombre cuando te corras, Mia.

—¡Gabe!

Los ojos le brillaron de triunfo mientras ella se retorcía debajo de él. El orgasmo la seguía atravesando con una intensidad que Mia no pudo imaginar siquiera posible.

Y entonces Mia se quedó sin fuerzas en la cama, echa miel, exhausta y saciada mientras él seguía moviéndose dentro de ella. Gabe ralentizó sus embestidas pero quiso saborear cada momento, así que cerró los ojos, continuó enterrándose bien adentro en su interior y luego solo a medias. Apretó los labios y a continuación comenzó a moverse con fuerzas renovadas. Sus movimientos eran profundos y estaban llenos de intensidad.

Su cuerpo se volvió a tensar contra el de ella; cada músculo de sus brazos y de su pecho estaba apretado y agarrotado. Apartó las manos de su trasero, las juntó con las de ella y las apretó con fuerza al colchón mientras se inclinaba hacia delante hasta estar casi al mismo nivel que ella.

—Mía —dijo entre dientes—. Eres mía, Mia.

Estaba muy mojada con él en su interior mientras él seguía penetrándola e hincándose profundamente en su interior. Su liberación parecía no tener fin. Mia podía sentir la humedad que había entre sus cuerpos, y podía escuchar claramente los húmedos sonidos cuando él se hundía en ella una y otra vez.

A continuación se enterró en ella profundamente y se quedó ahí mientras poco a poco terminaba de tumbarse encima de Mia y cubría su cuerpo por completo. El pecho le subía y bajaba y la respiración la sentía caliente contra su cuello. Gabe aún estaba bien metido en su interior, duro como una roca incluso después de haberse corrido con tanta fuerza y durante tanto tiempo. Pero Dios… lo sentía tan bien ahí…

—¿Puedo tocarte? —le susurró Mia. Necesitaba tocarlo, no podía contenerse más. Era una necesidad tan apabullante que no podía controlar.

Él no respondió, pero separó sus manos de las de ella y las liberó. Mia se tomó el silencio como un gesto de consentimiento.

Posó sus manos sobre los hombros de Gabe con vacilación, pero cuando vio que no puso objeción alguna comenzó a sentirse mucho más valiente. Dejó que sus manos vagaran por su cuerpo y se deleitó en el fulgor poscoital. Las deslizó hasta su espalda tanto como sus brazos le permitían y luego volvió a subir otra vez para ofrecerle las mismas caricias que él le había regalado a ella.

Él hizo un sonido de satisfacción con la garganta que logró que todo su cuerpo se contrajera. Gabe gimió en respuesta y seguidamente le dio un beso en el cuello justo bajo la oreja.

—Preciosa —le susurró—, y mía.

El placer la consumió al escuchar que la había llamado «preciosa», pero más especialmente al saber que la había reclamado para él. Durante tanto tiempo como su acuerdo durara, ella era suya. Suya de verdad. Suya de una forma en la que la mayoría de las mujeres no pertenecían a un hombre.

No había parte del cuerpo donde no sintiera la huella de su posesión. Estaba cansada, dolorida y completamente satisfecha. Moverse no era una opción, así que esperó, contenta de estar ahí tumbada con Gabe rodeándola y aún bien clavado en su interior.