Capítulo
6

Oficinas HCM. Lunes, en el presente.

Mia se quedó allí en la puerta mirando fijamente a Gabe. No estaba tan seguro como había aparentado en un principio, pues aún se podía ver alivio en esos ojos azul oscuro.

Abrió la boca para decirle que aún no le había dado una respuesta, pero no pensó que fuera una buena idea provocarlo de esa manera. Parecía estar tan nervioso que lo último que Mia quería era empezar las cosas enfadándolo.

—Estoy aquí —le dijo con voz ronca.

Gabe alargó el brazo y la cogió de la mano para conducirla hasta la sala de estar, que se encontraba en el otro extremo del despacho.

—¿Quieres algo para beber? —le preguntó. Ella negó con la cabeza.

—Estoy bien así. Estoy demasiado nerviosa como para beber nada.

Gabe le hizo un gesto para que se sentara en el sofá de piel y entonces se acomodó a su lado, y colocó las manos sobre su regazo.

—No quiero que estés nerviosa ni que me tengas miedo, Mia. Esa no es para nada mi intención. Te di una descripción bastante detallada de lo que sería nuestra relación para evitar cualquier temor o confusión. Yo solo quiero que sepas exactamente lo que conllevará nuestro acuerdo, pero nunca tuve intención de que te sintieras asustada o intimidada.

Ella le devolvió la mirada, decidida a mostrarse segura de sí misma y a ser clara.

—Confío en ti, Gabe. Siempre lo he hecho. Y esa es la razón por la que he decidido aceptar tu proposición —algo tan primitivo se apoderó de sus ojos que la hizo sentirse extremadamente vulnerable, pero la sensación a su vez era pecaminosamente deliciosa y le provocó un escalofrío—. Pero tengo algunas condiciones —dijo con cautela. Gabe alzó una de sus cejas y, divertido, arqueó los labios en una sonrisa.

—¿Ah, sí?

Si Mia no actuaba firme ni se mantenía en sus trece, no tendría ninguna posibilidad en esta relación. Pese a que le estaba cediendo el poder a él, ella no iba a comportarse como una imbécil sin cerebro que prefería acobardarse a decir lo que de verdad pensaba.

—Hay una cláusula que… me… ha molestado.

—¿Cuál es?

Mia intentó controlar el rubor de sus mejillas porque incluso decirlo en voz alta le daba muchísima vergüenza.

—La del tratamiento anticonceptivo y los condones.

Gabe entonces frunció el ceño.

—¿No puedes tomar pastillas anticonceptivas? Eso no es ningún problema, Mia. Yo nunca te forzaría a hacer algo que no puedes por razones de salud. Aunque prefiero no ponerme condones, lo haré si eso significa protegerte cuando otros recursos no están disponibles para nosotros.

Mia sacudió la cabeza.

—Déjame acabar. Había una parte que decía que los condones solo se usarían con otros. No entiendo lo que eso quiere decir. Pero si es lo que creo que es, entonces me quiero reservar el derecho a negarme. Darme a otro como capricho no me hace la más mínima gracia. Me asusta —se sinceró.

La expresión de Gabe se suavizó y alargó la mano hasta su cara para deslizarla hasta su mentón.

—Mia, escúchame. El contrato es un poco engañoso en lo que a darme todo el poder sobre ti se refiere. Hasta cierto punto sí que es verdad, pero te puedo asegurar que nunca te voy a hacer algo que vea que realmente no quieres hacer. Mi trabajo es estar pendiente de tus necesidades y deseos. No valdría mucho como hombre si no puedo hacer eso por la mujer que tengo bajo mis cuidados. El máximo poder reside sobre ti, porque tú controlas mis acciones y porque quiero complacerte. Es muy importante para mí el que te complazca. Quiero que estés satisfecha y quiero mimarte, consentirte y cuidarte para que no quieras estar con nadie más que conmigo todo el tiempo.

Mia tragó saliva en un intento de contener el suspiro de alivio que amenazaba con liberársele de la garganta.

—¿Hay más cosas que te preocupen? —le preguntó. Ella asintió y Gabe apartó la mano de su rostro.

—Te escucho.

—No hay palabra de seguridad —soltó—. Sé lo suficiente sobre este tipo de relaciones y la mayoría usa una palabra de seguridad, pero no se especifica nada de eso en el contrato.

—Me pregunto qué es lo que te imaginas que te voy a hacer —murmuró.

—Se especificaban ciertas prácticas como bondage y sumisión —le señaló Mia—. Es un miedo razonable.

—Estoy de acuerdo —le concedió—, pero no se menciona ninguna palabra de seguridad porque para mí es tan simple como que digas que no.

Ella frunció el entrecejo.

—El contrato dejaba muy claro que no tengo esa posibilidad; que, si firmaba, estaría rechazando mi derecho a decir «no».

Gabe suspiró.

—No soy un monstruo empecinado en abusar de ti, Mia. Tienes razón en que no me gusta mucho la palabra «no», pero tengo esperanza en que no necesites usarla a menudo. Preferiría reservar esa palabra para ocasiones raras cuando de verdad te sientas asustada o incómoda. No quiero que empieces a soltarla solo porque no estés segura y tengas una idea equivocada de las cosas antes de que le des una oportunidad siquiera. Pero si de verdad te encuentras en una situación en la que no quieres estar, decir «no» será suficiente para parar. Puede que no me guste, pero no ignoraré esa palabra. Nunca. Tienes mi palabra. Y si llegaras a pronunciarla, discutiremos qué es lo que te hizo sentirte incómoda y o bien lo solucionamos y suavizamos tus miedos, o bien pasamos página y lo dejamos en el pasado.

—Entonces mejor no dar falsas alarmas —dijo.

—Exactamente.

Mia estaba empezando a sentirse mucho más ligera al evaporarse parte de sus preocupaciones. Un deje de emoción se instaló en su ser al contemplar la idea de estar tan cerca de algo que había deseado desde que era una adolescente a punto de convertirse en mujer.

—¿Hay algo más? —le preguntó mientras la miraba con expectación.

Ella asintió y, a continuación, tomó aire. Cabía la posibilidad de que Gabe no se tomara bien la siguiente condición, pero era algo a lo que se negaba a ceder.

—Hay un párrafo entero dedicado al tema de mi fidelidad. Sin embargo, no hay nada que diga que tú me vas a ser fiel a mí.

Los ojos de Gabe brillaron con diversión.

—Es importante para ti.

—Claro que sí —dijo con más fuerza de la que tenía intención de mostrar—. Si ese contrato dice que soy tuya, entonces por narices va a decir que tú también me perteneces.

Él lanzó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

—De acuerdo. No tengo ningún problema en añadir esa cláusula. ¿Hemos terminado?

Lentamente, Mia negó con la cabeza.

—Hay otra cosa y es bastante importante. La parte más importante de cualquier acuerdo que discutamos.

Gabe se echó un poco hacia atrás mientras alzaba las cejas y la contemplaba detenidamente.

—Suena como un posible ultimátum —ella asintió.

—Lo es.

—Te escucho.

—Si hacemos esto. Jace no se puede enterar nunca. No puede saber la verdad, quiero decir —Mia se apresuró a continuar ya que no le gustó nada la mirada en el rostro de Gabe—. No es lo que piensas. No me avergüenzo de ti ni de nada, pero, si Jace supiera todo esto, nunca lo aceptaría. Supongo que lo habrás considerado, Gabe. No puedes hacerme esta clase de proposiciones sin pensar qué podría suponer no solo para vuestra relación de amistad, sino también para vuestros negocios. Jace no lo entendería jamás. Para él sigo siendo su hermanita pequeña y es increíblemente sobreprotector conmigo. Es más, aún sigue investigando a cualquiera que sale conmigo.

—No esperaba menos —refunfuñó.

—¿Te imaginas la reacción que tendría si averiguara la clase de relación que tenemos?

—No tengo intención de que conozca los detalles privados de nuestro asunto —dijo Gabe con voz calmada—. Todo lo que tiene que saber es que estás trabajando para mí. Soy discreto como nadie, y no tengo ningunas ganas de que mi vida privada se divulgue por los medios de comunicación como pasó con el divorcio de Lisa. La gente podrá especular todo lo que quiera, pero me niego a darles ningún tipo de información.

—Jace no se va a tomar bien las especulaciones —murmuró—. Y yo no quiero mentirle.

—Solo mentirás por omisión. Y si somos discretos, la única especulación que oirá será que estamos teniendo un affaire. Jace entiende de cotilleos. Sabrá que estás trabajando para mí y eso alimentará los rumores. Mientras no le demos razones a él para que sospeche, solo se enfadará porque haya rumores y se encargará bastante rápido de desmentirlos.

—Lo entiendo. Es solo que, si tengo que pasar todo mi tiempo contigo, eso va a ser complicado. Yo tengo mi apartamento, mis amigos.

La voz se le fue apagando al darse cuenta de que se estaba poniendo a la defensiva incluso antes de que se embarcaran en su affaire. Odiaba esa palabra, y deseaba que Gabe no la hubiera empleado. Sonaba tan… sórdida. Como si estuviera casado y ella fuera su amante a escondidas. Como si fuera su pequeño secreto, aunque en realidad suponía que era más bien al contrario. Él era su pequeño y sucio secreto.

—Tienes que decidir, Mia —dijo con mucha más agudeza en la voz—. No te estoy forzando a aceptar. Pero si lo haces, espero docilidad. Esquivaremos los obstáculos; no estoy diciendo que no vayas a tener tiempo para tus otros intereses, solo que los míos tendrán prioridad.

La arrogancia que estaba demostrando debería hacerla desistir e irse por donde había venido. Debería sentirse enfadada, pero en cambio lo encontraba tan atractivo e irresistible que le hacía sentir mariposas hasta en la boca del estómago.

—¿No esperas que me mude contigo…?

—No. Entiendo que tengas que aparentar que sigues en tu apartamento si Jace no puede enterarse de que somos amantes. Pero pasarás bastante tiempo conmigo en el lugar que yo elija. Seguro que Caroline puede cubrirte con Jace.

Los ojos de Mia se entrecerraron.

—¿Cómo conoces a Caroline?

Entonces él sonrió y los ojos le brillaron con una luz de ansiedad.

—No hay mucho que no sepa de ti, Mia.

Mia se mordió el interior de la boca con consternación, nunca se habría imaginado que Gabe le hubiera prestado tanta atención. De acuerdo, le hacía regalos en ocasiones especiales y había asistido a sus dos graduaciones, pero nunca se hubiera imaginado que conociera algún detalle personal de su vida. ¿Por qué molestarse? Ella solo era la hermana pequeña de su mejor amigo, una conocida y que venía en el mismo lote que Jace.

Estaba empezando a darse cuenta de que Gabe le había prestado mucha más atención de lo que ella pensaba y desde mucho antes de lo que se pudiera haber imaginado. No sabía si alarmarse o sentirse triunfante ante tal hecho.

—Así que… ¿cuál es tu respuesta? —la animó—. ¿Tenemos un acuerdo? ¿He aplacado tus miedos o tienes más cosas que discutir?

Mia podía sentir la impaciencia en su voz, tenía la misma expresión que cuando cerraba algún acuerdo comercial importante. Dura, firme e inflexible. Solo que en este caso sí que había cedido. Había hecho concesiones que ella no había pensado que haría, y eso la reconfortaba. Le hacía sentir que la balanza de poder estaba más a su favor de lo que creía.

No había duda alguna de que habría una distinguida desigualdad y que la balanza se inclinaría más hacia él que hacia ella, pero seguía teniendo voz. El hecho de que le hubiera mostrado que no era tan inflexible le daba la confianza necesaria para seguir adelante.

—Tenemos un acuerdo —dijo en voz baja.

Mia estiró el brazo hasta su bolso y sacó el contrato, que ya había firmado. Se lo tendió aunque odiaba el incómodo hecho de que su vida sexual no se había vuelto más que una negociación comercial.

—No estaba segura de qué hacer con los cambios. Me refiero a las cosas que quería que se cambiaran y también la parte sobre Jace. Pensé que era mejor que todo estuviera escrito, así que repasé todas las cláusulas, reelaboré algunas y lo firmé.

Gabe se quedó atónito pero luego se rio, era un sonido tan grave y tan ronco que vibró por su interior al mismo tiempo que enviaba olas de placer por todo su cuerpo.

—¿Estabas dispuesta a marcharte si no te gustaban mis respuestas? —le preguntó.

Ella alzó la mirada y la cruzó con la de él, se la mantuvo por un momento y luego asintió. Él sonrió a la vez que cogía el contrato.

—Bien. En los negocios, el mayor poder que puedes tener es el de estar dispuesto a renunciar a un acuerdo. No eres el ratoncito que Jace se piensa que eres, así que creo que vas a hacerlo muy bien como mi asistente.

Gabe se levantó y entonces le extendió la mano para ayudarla a ponerse de pie. Ella deslizó su mano contra la suya y saboreó la calidez y la fuerza de su agarre. El simple hecho de que Gabe tuviera las manos sobre ella ahora que la dinámica de su relación había cambiado la llenaba de expectación. El contacto entre ellos no sería casual nunca más, ahora tendría un significado más profundo. Ella era suya, su posesión. Le pertenecía.

—Ven hasta la mesa y añadiré tus cambios para poder firmarlo correctamente. Le diré a mi abogado que lo finalice y que te envíe una copia.

Mia arrugó la nariz y Gabe se detuvo a mitad de camino hacia su mesa. Levantó simplemente una ceja de forma inquisidora, y ella suspiró.

—Es que suena tan… no sé siquiera la palabra. Sé que estoy siendo estúpida, nunca he estado en una relación con abogados involucrados de antemano. Suena muy frío.

Gabe le rozó la mejilla, un simple gesto de consuelo para conseguir reconfortarla.

—Hago esto para protegernos tanto tú como yo. Pero, Mia, puedo garantizarte una cosa. Nuestra relación nunca será fría. Será muchas cosas, pero fría no es una de ellas.

Apartó la mano y dejó que contemplara el calor de su mirada y la sensualidad de su tacto. La promesa en su voz. No, Mia no se imaginaba que la relación que tendrían sería fría para nada. Otras palabras como «ardiente», «tórrida», «apasionante» e «intensa» sí que se las podía imaginar perfectamente, pero «fría» ni en lo más mínimo.

Gabe se fue hasta su mesa y, de forma apresurada, garabateó su nombre antes de añadir su firma a la última página junto a la de ella. A continuación, se dio la vuelta y deslizó el contrato por encima de la mesa para dejarlo más cerca de todos los papeles.

—Hay mucho que hacer. Te concertaré una cita con mi médico personal para tener las pruebas necesarias listas y el tema del tratamiento anticonceptivo, si es que no estás haciendo alguno ya. Te daré una copia de mi último examen médico y también una copia de todos mis análisis de sangre. Pero antes tienes que ir con el director de recursos humanos para acordar los términos del trabajo y, por supuesto, los beneficios y el salario.

—De acuerdo —dijo sin mucho entusiasmo, agobiada de repente por lo rápido que su vida estaba cambiando. ¿Estaba preparada?

—Todo va a salir bien, Mia —le dijo en voz baja—. Confía en que voy a cuidar de ti.

La tranquilidad se le instaló en el cuerpo y el júbilo tomó el relevo. Mia se sentía como en una montaña rusa, subía hasta la cima solo para caer al minuto siguiente en picado con todo el viento dándole en la cara y el corazón latiéndole a mil.

—Confío en ti, Gabe. No estaría aquí si no lo hiciera.

Y tal vez eso no había sido del todo cierto hasta ahora. Se estaría mintiendo si dijera que no había temido mínimamente estar metiéndose en algo más grande de lo que podía soportar. Pero al estar aquí, tras escuchar lo que tenía que decir y sentir la intensidad y la sinceridad de sus palabras… sí que confiaba en él, y, quisiera o no, tenía que hacerlo, porque si no sería la estúpida más grande del planeta por haber accedido a semejante acuerdo sin confiar implícitamente en el hombre al que le había regalado su vida con una firma.

Mia solo esperaba que no tuviera que arrepentirse de la decisión tomada.