Gabe estaba sentado en su oficina, pensativo, con la cabeza que le iba a explotar, y el corazón más lleno de dolor todavía. Era temprano —él era el único en la oficina tras las fiestas—, pero no había podido dormir desde que Mia había abandonado su apartamento. Había habido demasiado dolor y traición reflejados en sus ojos.
Se quedó mirando fijamente las dos fotografías que tenía de ella en su móvil, aunque una de ellas la había impreso y enmarcado. La tenía guardada en el cajón de su mesa, y, a menudo, lo abría solo para verla sonreír.
La Mia que veía en esas fotos era la Mia a la que él había hecho todo lo posible por destruir. Le había sorbido la vida y la alegría de sus ojos, y seguramente también le había borrado la sonrisa.
Pasó los dedos por encima de la imagen donde se encontraba en la nieve, con las manos en alto y llena de felicidad mientras intentaba coger copos de nieve. Estaba tan hermosa que hasta le quitaba el aliento.
Había pasado el Día de Acción de Gracias con sus padres; su creciente felicidad y alegría fue casi demasiado para él, no lo soportaba. Era difícil estar feliz porque ambos estaban en el camino correcto para reconciliarse cuando su propia vida estaba hecha un desastre.
Y él era el único culpable.
Tras dejar la casa de sus padres, había vuelto a su apartamento, que estaba vacío y sin vida. Y entonces había hecho algo que ya raramente hacía. Se había emborrachado y había intentado ahogar sus penas en una botella… o tres.
Se había anestesiado durante todo el fin de semana. Se sentía inquieto e impaciente porque sabía que Jace y Ash se habían llevado a Mia de vacaciones al Caribe. Estaba fuera de su alcance, no solo físicamente, sino emocionalmente también.
Le había hecho daño cuando le había jurado que nunca más volvería a hacerlo. Había traicionado su confianza. Le había dado la espalda porque se había sentido abrumado por la culpa y el odio que se profesaba él mismo por cómo la había tratado. Como si fuera un pequeño y sucio secreto del que se sentía avergonzado.
A la mierda. Quería que todo el mundo supiera que era suya. No le importaba nada lo que Jace pensara. Y mucho menos si le daba su aprobación o no. Lo único que le importaba era hacerla feliz. Hacerla sonreír y brillar del modo que lo hacía cuando estaba con él.
Pero se había empeñado en extinguir esa luz cuando le había dicho que se había terminado. Como si de verdad se hubiera cansado de ella y estuviera listo para pasar página.
Él nunca conseguiría olvidarla. Eso lo sabía sin lugar a dudas.
La amaba.
Tanto como era posible amar a otra persona. Y Dios, la quería en su vida todos los días. Que formara parte de él tal y como él lo sería de ella. Sin reglas ni condiciones. Que le dieran al maldito contrato.
¿De cuántas maneras podía un hombre arruinar lo mejor que le había pasado en la vida?
Mia tenía mucha razón. Lo había sabido entonces, cuando sus palabras le llegaron directamente a las entrañas. Ella era lo mejor que le había pasado. No necesitaba tiempo ni espacio para darse cuenta de eso.
No debería haberla dejado salir de su apartamento esa noche con Jace y Ash. Cuando se había arrodillado frente a él y le había suplicado que le explicara todo a Jace, era cuando debería haber hablado. Ella tenía razón. Gabe no había luchado por ella. Había estado tan paralizado, tan consumido por la culpa, que había dejado que eso pasara.
El miedo se le arremolinó en el pecho. Era una sensación extraña, nueva y abrumadora. ¿Y si Mia no lo quería perdonar? ¿Y si no quería volver con él? Le tenía que hacer entender que no era una aventura informal y únicamente sexual. Él quería que durara para siempre.
¿Y qué tenía él para ofrecerle? Ya había fracasado en un matrimonio. Además, era considerablemente mayor que ella. Mia, a su edad, debería estar divirtiéndose, comiéndose el mundo, no atada a un hombre controlador y exigente como él.
Había docenas de razones por las que debería dejarla en paz y permitir que pasara página. Pero no era tan buena persona como para dejarla escapar. Ella era la única mujer que podía hacerlo feliz. Por completo. Y no iba a dejar que se fuera de su vida. No sin pelear por ella.
Bajó la mirada a su reloj y deseó que el tiempo pasara más deprisa. Justo entonces el interfono sonó y la suave voz de Eleanor llenó la oficina.
—Señor Hamilton, el señor Crestwell acaba de llegar.
Gabe no respondió. Le había dicho a Eleanor que le avisara en el momento en que Jace llegara a la oficina. No habían hablado desde aquella noche. Se habían evitado el uno al otro al día siguiente, y ninguno de los dos había estado en la oficina durante el fin de semana de Acción de Gracias. Gabe no había querido tener esa confrontación tan pronto tras esa noche en su apartamento. Las emociones se habían desbordado.
Pero ya no podía esperar ni un minuto más. Él y Jace tenían que solucionar esto, y Gabe tenía que dejarle claro a Jace que no iba a abandonar. Ya tuviera la bendición y la aprobación de Jace como si no, no iba a dejar marchar a Mia. Y si eso significaba el final de su amistad y de su relación empresaria, que así fuera.
Mia merecía la pena.
Salió al pasillo sabiendo que tendría un aspecto horrible. No le importaba. Se tenía que sacar esa espinita del pecho.
Abrió la puerta de la oficina de Jace sin llamar siquiera. Este levantó la mirada y de repente la expresión de su cara se volvió glacial. Los ojos se le endurecieron mientras se lo quedaba mirando.
—Tenemos que hablar —dijo Gabe con brusquedad.
—No tengo nada de lo que hablar contigo —le soltó Jace. Gabe cerró la puerta a su espalda y echó el pestillo.
—Pues es una pena, porque yo sí que tengo mucho de lo que hablar contigo.
Puso las palmas de las manos encima de la mesa de Jace y se inclinó hacia delante para nivelar la mirada con la de su amigo.
—Estoy enamorado de Mia —le dijo abruptamente.
La sorpresa se reflejó en los ojos de Jace, que se recostó en la silla y miró a Gabe con mucha más intensidad.
—Pues tienes una manera un poco extraña de demostrarlo —le dijo con disgusto.
—La cagué. Pero no la voy a dejar escapar. Tú y yo necesitamos llegar a un acuerdo porque no quiero que ella sufra más de lo que ya lo hace debido a esta situación. Quiero que sea feliz y no puede serlo si estamos lanzándonos el hacha de guerra cada vez que nos vemos.
—No tuviste en mucha consideración nuestra amistad cuando te metiste en la cama con mi hermana —le dijo Jace con frialdad—. Tú sabías que me enfadaría. Maldita sea, te lo advertí ese primer día, Gabe, y me mentiste en las narices.
—Mia no quería que te enteraras —continuó Gabe—. No quería hacerte daño, y no quería que te volvieras loco. Yo acepté solo porque la deseaba y no me importaba una mierda lo que tuviera que hacer para tenerla.
—¿Qué es ella para ti, Gabe? ¿Un entretenimiento? ¿Un reto porque es intocable? Está a un nivel muy diferente del tuyo, y tú lo sabes perfectamente bien.
Gabe dio un golpe en la mesa con el puño y miró muy seriamente a Jace.
—Quiero casarme con ella, joder.
Jace arqueó una ceja.
—Juraste que nunca más te volverías a casar después de Lisa.
Gabe se retiró de la mesa, se dio la vuelta y comenzó a pasearse frente a Jace con una pose tensa.
—Dije un montón de cosas. Y ninguna otra mujer jamás ha conseguido que dude de mis decisiones. Pero Mia… ella es diferente. No puedo vivir sin ella, Jace. Con o sin tu bendición, voy a ir tras ella. No puedo ser feliz si no está a mi lado. Nunca seré feliz si no está conmigo. La quiero en mi vida. En cada maldito día de mi vida. Quiero cuidar de ella y asegurarme de que nunca se tenga que preocupar por nada de lo que yo le dé. Mierda, si hasta estoy pensando en niños. A mi edad. Lo único en lo que puedo pensar es en hijas que sean igualitas a ella. Me la imagino embarazada de mi hijo y es la sensación más alucinante del mundo. Todo lo que había jurado sobre mi vida ella lo ha cambiado. Por ella. Ella lo es todo. Nunca me he sentido así con otra mujer. Y nunca lo haré.
—Bua —soltó Jace en voz baja—. Siéntate. Me estás poniendo de los nervios al verte dar vueltas así por la oficina.
Gabe se paró y luego, finalmente, se sentó en la silla que había frente a la mesa de Jace. Aun así, pensaba que se iba a volver loco de atar al estar confinado en ese pequeño espacio. Él no quería estar aquí. Quería estar con Mia. Quería ir hacia ella y lanzarse a los tiburones. Le había dicho que tendría que arrastrarse e ir de rodillas. Pues, claro que lo haría.
—Vas en serio —le dijo Jace aún con la desconfianza patente en su voz—. Estás enamorado de ella. No es un pasatiempo para entretenerte hasta que luego te canses de ella.
—Ahora me estás enfadando —gruñó Gabe.
Jace sacudió la cabeza.
—Nunca pensé que viviría lo suficiente para ver este día. ¿Cómo ha podido pasar? ¿He sido un completo imbécil por no verlo?
—Es mejor que no entremos en temas que solo van a cabrearte —sentenció Gabe—. No importa cuánto tiempo. Lo que importa es que la amo, y espero por Dios que ella me siga queriendo y que pueda perdonarme.
Jace hizo una mueca con los labios.
—No lo sé, tío. Está bastante enfadada. Le has hecho mucho daño. Tú nunca has tenido que currártelo para conseguir a una mujer. Siempre se te echan encima. Pero Mia… es diferente. Ella tiene metido en la cabeza que se merece a un hombre que la defienda y que luche por ella. Tú no hiciste ninguna de las dos cosas, y ella no va a olvidar eso con facilidad.
—¿No crees que ya lo sé? —le contestó Gabe con frustración—. Maldita sea, no la podría culpar si nunca quisiera volver a dirigirme la palabra. Pero tengo que intentarlo. No puedo dejar que simplemente se aleje de mí.
Jace se llevó una mano al cuello.
—Dios, tío, tú nunca puedes hacer las cosas simples, ¿no? Soy un completo idiota por no darte una paliza y echarte de mi despacho ahora mismo. No me puedo creer que hasta esté sintiendo pena por ti en estos momentos.
Parte de la tensión que tenía Gabe arremolinada en el pecho se le suavizó, y entonces cruzó la mirada con la de Jace.
—Lo siento, tío. Lo he hecho todo mal. Debes saber que nunca haría nada de forma intencionada para comprometer nuestra amistad. Y está claro que nunca haría nada que le hiciera daño a Mia. Ni ahora ni nunca. Ya le he hecho daño demasiadas veces. Si me perdona, me pasaré el resto de mis días asegurándome de que nunca tenga ninguna razón para volver a llorar.
—Eso es lo que quiero para ella —dijo Jace con suavidad—. Quiero que sea feliz. Si tú puedes hacer eso, entonces sin problemas, ni malos rollos.
—Yo lo voy a intentar al máximo —le contestó Gabe, la determinación lo estaba agarrando por el cuello.
—Buena suerte —le animó Jace—. Algo me dice que la vas a necesitar.