Gabe salió disparado hacia atrás a la vez que Mia pegaba un grito. Se cayó al suelo con Jace encima de él. Su expresión era homicida y la furia inundaba sus ojos. Y entonces volvió a darle otro puñetazo.
El dolor comenzó a palpitarle en la nariz. Sintió cómo rodaba por el suelo, pero no luchó contra Jace. No podía.
Ash se inclinó sobre Mia con preocupación e intentó desatarla frenéticamente. Gabe habría ido hacia ella, la habría ayudado para que ambos pudieran explicárselo, pero Jace se lanzó sobre Gabe y lo agarró de la camisa. Lo levantó del suelo mientras él se acercaba a su rostro.
—¿Cómo has podido? —gritó Jace—. ¡Lo sabía! Maldito cabronazo hijo de puta. No me puedo creer que le hayas hecho esto a ella.
—Jace, por el amor de Dios —soltó Gabe—. Déjame que te lo explique.
—Cállate. ¡Solo cállate! ¿Qué narices quieres explicar? ¡Por Dios! ¿Cómo has podido hacer esto, Gabe? ¿Así es como quieres que piense que funcionan las relaciones? ¿Quieres que piense que todos tus deseos retorcidos son normales? ¿Y qué pasa cuando te canses de ella tal y como te cansas de todas las mujeres? ¿Entonces qué, eh? ¿Que se vaya con otro tío en busca de algo como esto y deje que el cabrón abuse de ella?
La culpa se apoderó de Gabe hasta tal punto que no pudo ni devolverle la mirada. Cada palabra, cada acusación, era como sentirse apuñalado en el alma. La fatiga lo asaltó porque gran parte de lo que había dicho Jace era verdad. Se había aprovechado de Mia. La había presionado. Se había adueñado de su vida y había permitido que soportara un dolor y una humillación inimaginables. Sin mencionar el estrés emocional de mantener en secreto algo tan grande como esto de su única familia.
Dios, no la merecía. No se merecía su dulzura. No merecía bañarse en su luz, ni que le iluminara el mundo entero con su preciosa sonrisa.
Desde el principio lo había hecho mal con ella. El maldito contrato. Los secretos. La forma en que la había tratado. Y ahora era responsable del enorme distanciamiento que se había formado entre Jace y ella, y también entre Jace y él. Un distanciamiento del que podrían no recuperarse nunca.
¿Era alguna sorpresa que Jace se hubiera puesto hecho un basilisco? Gabe se puso en la piel de Jace y Ash durante un breve instante y se imaginó en la cabeza la escena en la que habían irrumpido. Se imaginó lo que debería parecer para ellos. La hermanita pequeña de Jace, atada y amarrada, indefensa mientras Gabe usaba una fusta contra su trasero. Había líneas y marcas rojas por todo su culo.
Se encogió porque sabía que no había forma de que ellos entendieran lo que de verdad estaba pasando. Reconoció que estaba ya crucificado ante sus ojos. Y no los podía culpar. Se sentía avergonzado por haber puesto a Mia en una posición en la que podía parecer que estaba abusando de ella y tratándola mal.
Mia se merecía mucho más. Se merecía a alguien que la tratara como una princesa, como el gran tesoro que era. No a un cabrón retorcido y ensimismado como él.
—¿Cómo has podido aprovecharte de ella de esa forma? —soltó Jace encolerizado—. ¿Cómo has podido ofrecerle un trabajo y ponerla en la situación en la que se piense que tiene que hacer todo lo que quieras porque tienes más poder que ella? Te mataré por esto. Ya no tienes respeto por ella, ni por nuestra amistad. No eres el hombre que pensé que conocía, Gabe.
Gabe cerró los ojos, se sentía enfermo hasta decir «basta». Jace estaba metiendo el dedo en la llaga, cada palabra que había soltado lo había golpeado en las entrañas. Sabía que Jace tenía razón. No tenía nada con lo que defenderse. Nada.
Gabe sabía que no la había tratado bien. No le había mostrado el respeto que se merecía. Dios, ¿y si se había sentido como si tuviera que aceptarlo todo porque simplemente trabajaba para él? ¿Porque su obsesión con ella era tan fuerte e intensa que no le dejaba elegir por sí misma? Se había adueñado de su vida, y de su cuerpo. La había consumido hasta que no había quedado nada.
Lo que más había temido —coger tanto de ella que un día terminara por no haber nada, o cambiarla por entero solo para complacerle— estaba ocurriendo.
Ella había estado totalmente disgustada y traumatizada por lo que había pasado en París. Y todo había sido por su culpa. Mia en un principio había accedido a todo ello en vez de negarse porque había firmado ese maldito contrato y le había cedido todos sus derechos.
Se había sentido obligada a ello. Como si no tuviera elección. Sí, le había dicho que podría decirle «no», ¿pero a coste de qué?
¿A qué más cosas la iba a tener que forzar?
—Te juro por Dios que nunca te voy a perdonar por esto —le dijo Jace con voz ronca—. Me la voy a llevar de aquí y tú te vas a mantener bien alejado de ella. Ni se te ocurra volver a intentar contactar con ella. Olvídala. Olvida que existe siquiera.
Ash terminó de desatar a Mia y luego la estrechó entre sus brazos antes de que ella pudiera hacer o decir algo. Se la llevó al dormitorio y allí la rodeó con una de las sábanas de la cama.
Se precipitó hacia el cuarto de baño para coger, finalmente, una bata y la tapó con ella, para luego atarle el cinturón con un doble nudo.
—Por todos los santos, Mia. ¿Estás bien? —le exigió Ash.
No, no estaba bien. Era una pregunta estúpida. Se sentía apaleada y humillada porque Ash y su hermano habían irrumpido sin aviso alguno en el apartamento de Gabe, y la habían visto desnuda y atada. Era algo que había salido de sus peores pesadillas. Y para empeorar más la cosa, Jace le estaba pegando una paliza a Gabe y este no estaba haciendo nada para defenderse. Absolutamente nada.
Ella se obligó a quedarse sentada allí y a respirar profundamente para recuperar la compostura cuando lo único que quería hacer era correr hacia Gabe y entonces explicarle a Jace la verdad. Tal y como habían planeado hacer una vez volvieran a casa de su viaje de negocios. Solo habrían necesitado un día más.
Estaba conmocionada por completo. Tanto que no podía ni procesar la cosa más simple. Lo único que sabía era que tenía que llegar hasta Gabe. Tenía que poner fin a esto. ¡Tenía que arreglarlo! Dios, tenía que hacer que todo fuera bien. Todos sus miedos se habían hecho realidad y ahora los dos hombres que habían sido mejores amigos durante casi tantos años como su misma edad estaban inmersos en una pelea terrible.
Las lágrimas se le acumularon en los ojos, pero las contuvo. Estaba decidida a mantenerse calmada. El problema era que no dejaba de sacudirse con violencia. Lo último que quería era que Ash y Jace la vieran mal y pensaran que era por lo que fuera que Gabe le hubiera hecho.
—Ash, estoy bien —dijo Mia con voz temblorosa—. Preferiría que fueras a asegurarte de que no se están matando el uno al otro.
La expresión en el rostro de Ash era sombría.
—No voy a detener a Jace porque quiera pegarle una paliza a Gabe. El cabrón se lo merece por lo que nos hemos encontrado. Dios, Mia, ¿estás llorando? ¿Te ha hecho daño? ¿Te ha forzado? ¿Estás bien? ¿Necesitas ir al hospital?
Mia se limpió apresuradamente las lágrimas, estaba horrorizada por la dirección que Ash estaba tomando con sus preguntas. ¿De verdad pensaban él y Jace que lo que estaba pasando no era consensuado? Supuso que podría haber parecido tal cosa, pero seguro que estaban lo suficientemente familiarizados con las preferencias de Gabe como para saber que practicaba y se deleitaba con esas cosas.
O quizás era porque ella era su hermanita pequeña y todos la habían visto desnuda, atada a una otomana y siendo flagelada. Se encogió de dolor ante la imagen que debía de haber mostrado. Podía entender por qué Jace se había vuelto loco. ¿Quién no lo hubiera hecho si hubiera irrumpido en la escena que ellos habían presenciado?
Pero tenía que hacerles entender que había sido consensuado.
Se puso de pie, decidida a volver al salón, pero entonces Jace entró de golpe en el dormitorio con los ojos echando humo. Se acercó a ella de inmediato y la estrechó entre sus brazos.
—¿Estás bien? —exigió.
Había un deje en su voz que le dijo lo enfadado y agitado que estaba. Esto se estaba yendo de las manos a una velocidad vertiginosa y ella no tenía ni idea de qué hacer para que parara. De cómo hacerles entender la situación. Ambos estaban alterados, no había forma alguna de que ninguno de los dos entrara en razón.
—Jace, estoy bien —le dijo, forzándose a mantener el nivel de voz para no empeorar la situación—. ¿Qué le has hecho a Gabe?
—Nada que no se mereciera —dijo este con seriedad—. Vámonos. Te voy a sacar de aquí de una vez.
Jace la cogió de la mano y la arrastró hasta la puerta del dormitorio. Ella no tuvo más remedio que seguirlo. Y no le importó, porque ella solo quería ir con Gabe.
Tan pronto como entró en el salón, Mia lo vio sentado en el borde del sofá con la cabeza escondida entre las manos. La preocupación se apoderó de ella, así que comenzó a ir hacia él, pero Jace la ató en corto.
—Nos vamos, Mia —soltó con mordacidad. Ella frunció el ceño y se soltó de su agarre.
—Yo no me voy a ninguna parte.
Gabe alzó la cabeza entonces, aunque sus ojos estaban distantes y ausentes, revestidos de hielo mientras le devolvía la mirada.
Mia se precipitó hacia él y se arrodilló frente al sofá donde él estaba sentado. Alargó una mano y lo tocó con vacilación, pero él se encogió y se la apartó.
—¿Estás bien? —le preguntó Mia con suavidad. El miedo inundaba su pecho y su corazón de tal manera que hasta le costaba respirar.
—Estoy bien —le dijo con un tono formal y firme.
—Habla con ellos —le susurró—. Explícales lo que hay entre nosotros. No te voy a dejar, Gabe. Tenemos que hacerles entender todo esto. No puedes dejar que piensen lo que están pensando. Arréglalo. Se lo íbamos a decir igualmente. Haz que lo comprenda.
Le estaba suplicando, ¿pero qué más podía hacer? El miedo la estaba desesperando. La estaba volviendo irracional. Y por Gabe merecería la pena perder el orgullo. Merecería la pena todo.
Gabe se puso de pie con rigidez y puso distancia entre él y Mia. Ella se puso en pie, confusa por su comportamiento y estado de humor. El temor estaba hecho un nudo en su garganta. No le gustaba la forma en que la estaba mirando, la resignación de su rostro. La aceptación. ¿La aceptación de qué? ¿De lo que Jace le había dicho? ¿Qué le había dicho él a Jace?
Y entonces, cuando habló, la sangre se le heló en las venas. Se quedó paralizada, demasiado impresionada como para hacer más que quedarse con la boca abierta de la sorpresa.
—Deberías irte —dijo con brusquedad—. Es mejor así. Estabas empezando a mezclar demasiados sentimientos. No quiero hacerte daño. Y será más difícil si esperamos. Cortar por lo sano ahora es más fácil, y menos… problemático… para luego.
—¿Qué narices estás diciendo? —exigió Mia. Su pregunta, llena de sorpresa, irrumpió y acalló el silencio tan forzado que había en la habitación.
—Mia, vámonos, cariño —le dijo Ash amablemente.
Ella pudo escuchar la compasión en su voz. Sabía que sentía pena por ella y que pensaba que estaba haciendo el ridículo. Estaban viendo a otra mujer en la vida de Gabe ser rechazada, y despachada. Abandonada para que él pudiera pasar página.
A la mierda con ello. No se iba a ir sin una explicación. Sin intentar llegar al hombre que había tras esa máscara tan fría e imponente. Ella conocía al verdadero Gabe. Había sentido su cariño y su ternura. Sabía que se preocupaba por ella sin importar lo mal que estuviera la situación en la que se hallaran inmersos en esos momentos.
Mia sacudió la cabeza, su negativa era firme.
—No me voy a ir a ninguna parte hasta que Gabe me diga qué es esa gilipollez que acaba de soltar.
Este la miró directamente a los ojos, la expresión de su rostro y su mirada eran completamente indiferentes. Fríos y distantes. Mia estaba segura de que era una mirada que muchas mujeres habían recibido por su parte cuando llegaba la hora de partir por diferentes caminos. Era una mirada que decía «Ya no te quiero conmigo. No hagas el ridículo».
A la mierda. Ella ya había sacrificado el poco orgullo que le quedaba por este hombre. No había nada más humillante que tu propio hermano entrara en la habitación mientras estabas practicando sexo bondage. Ya no había nada mucho peor con lo que humillarse ni hacer el ridículo.
—¿Gabe? —susurró. La voz le sonó más forzada conforme el nudo en la garganta aumentaba.
Odiaba ese deje suplicante en su voz. Odiaba que no pudiera salvar su orgullo siempre que este hombre estuviera involucrado. Estaba a punto de ponerse directamente a suplicar, y no le importaba lo más mínimo.
—Se acabó, Mia. Sabías que era solo cuestión de tiempo. Te dije al principio que no te enamoraras de mí. Que no quería hacerte daño. Tendría que haberlo terminado antes. Estás mezclando sentimientos y eso solo lo hace peor a la larga. Vete con Jace y olvídame. Te mereces algo mejor.
—Tonterías —soltó Mia, sorprendiendo a los tres hombres con la vehemencia de su reproche—. Eres un puto cobarde, Gabe. Tú eras el que te estabas pillando hasta las trancas, y eres un maldito cobarde como intentes negarlo.
—Mia —dijo Jace con suavidad.
Ella lo ignoró y centró toda su rabia en Gabe.
—Lo arriesgué todo por ti. Todo. Es una pena que tú no estés dispuesto a hacer lo mismo por mí. Un día te levantarás y te darás cuenta de que yo he sido lo mejor que te ha pasado nunca y de que has cometido el error más grande de tu vida. Y adivina qué, Gabe. Entonces será demasiado tarde. Yo ya no estaré ahí.
El brazo de Jace la rodeó por la cintura, abrazándola y pegándola contra su cuerpo mientras la alejaba de allí apresuradamente. Mia apenas podía ver por culpa de las lágrimas. Estaba tan enfadada y molesta que hasta temblaba. Jace le murmuró algo en el oído y entonces Ash apareció al otro lado al mismo tiempo que ambos la guiaban hacia el ascensor.
A mitad de camino se giró para mirar a Gabe, que la estaba observando con esa expresión distante y ausente en el rostro, y solo consiguió enfadarse mucho más.
Se limpió las lágrimas que le caían por las mejillas y luego levantó la barbilla, decidida a no derramar ni una lágrima más por él. Había creído que merecía la pena. Su orgullo. Todo. Pero estaba equivocada.
—Si algún día despiertas y ves la luz y decides que me quieres recuperar, vas a tener que arrastrarte y venir de rodillas.
Esta vez se giró y se soltó de los brazos de Jace y Ash. Se fue por su propio pie y se metió en el ascensor sin siquiera mirar cómo las puertas se cerraban a su espalda.
Bajó la mirada y, horrorizada, vio que solo llevaba puesta la bata con la que Ash la había tapado.
—No te preocupes, Mia —dijo Jace con voz tranquilizadora—. Haré que el coche se acerque hasta la misma entrada. Ash y yo te rodearemos y saldremos rápido hasta el coche. Te llevaré a mi casa.
Ella sacudió la cabeza.
—Quiero irme a casa. A mi apartamento.
Ash y Jace intercambiaron una corta y preocupada mirada.
Cuando el ascensor se abrió, Jace se bajó y dejó que Ash y ella lo siguieran a un ritmo más lento. Para cuando llegaron a la salida, Jace ya estaba de vuelta, y, como prometió, la taparon tan bien que era complicado ver quién era o lo que llevaba puesto.
La rodearon mientras ella se metía en el coche, y, luego, la siguieron con rapidez antes de cerrar la puerta a sus espaldas.
Para gran alivio de Mia, Jace le facilitó su dirección al conductor para que la llevara a su apartamento.
—¿Cuánto tiempo habéis estado juntos? —le exigió Jace.
—No es de tu incumbencia —contestó Mia fríamente.
La expresión en el rostro de Jace se volvió tempestuosa.
—Y una mierda. Ese hijo de puta ha abusado y se ha aprovechado de ti.
—Oh, por favor. No lo hizo. Era una relación completamente consensuada, Jace. Deja ya ese papel de puritano por un segundo. Gabe no me ha hecho nada que yo no quisiera. Me dejó muy claro a lo que estaba accediendo cuando empezamos esta relación. Todo lo que has soltado por esa boca han sido gilipolleces. Soy una mujer adulta, lo quieras tú o no. Una mujer adulta que sabe exactamente lo que quiere, y yo quiero a Gabe.
—No me puedo creer que te hiciera esto. No me puedo creer que te hiciera pensar que esto era normal. ¿Qué pasará cuando te quieras ir con otra persona y empieces a buscar la misma mierda? ¿Qué pasará si te lías con un cabrón que te trata mal y que abusa de ti?
Mia puso los ojos en blanco; la furia se estaba adueñando de ella.
—Vosotros dos no sois más que unos malditos hipócritas.
Ash parpadeó, sorprendido al verse incluido en el insulto.
—¿Vosotros queréis que las mujeres piensen que es normal que se la tiren dos tíos, o que vosotros dos siempre queráis compartir la misma tía? ¿Y qué pasa con sus expectativas? ¿Qué pasa cuando ellas quieran empezar otra relación? ¿Se supone que tienen que pensar que está bien que dos hombres se la quieran follar al mismo tiempo?
—Por qué dices eso, Mia. ¿Dónde has escuchado todo eso? —le exigió Ash.
Ella se encogió de hombros.
—Es de dominio público en la oficina. Y tras esa cena que tuvimos juntos una noche cuando la morena esa sacó esas garras suyas, ya me quedó más que confirmado.
—No estamos hablando de Ash y de mí —gruñó Jace—. Estamos hablando de ti y de Gabe. Te saca catorce años, Mia. Hace firmar un maldito contrato a todas las mujeres con las que se acuesta. ¿Esa es la clase de relación que quieres? ¿No crees que te mereces algo mejor?
—Sí que me merezco algo mejor —dijo con suavidad, la traición y el dolor se le estaban agolpando tanto en la garganta que la estaban hasta asfixiando. Cada respiración dolía. Cada respiración la sentía como si se fuera a morir. Y lo estaba haciendo, al menos por dentro. Nunca había sentido un dolor como este. Era devastador. Podía sentir cómo se rompía en pedacitos.
Se aferró a la bata con más fuerza mientras sus labios temblaban y miraba a los ojos a su hermano y a Ash.
—Me merezco un hombre que no se amilane y que luche por mí, un hombre que siempre me defienda. Gabe no ha hecho ninguna de esas cosas. Estábamos planeando contarte lo nuestro cuando volvieras esta semana. Irónico, ¿verdad? Me pregunto lo diferentes que serían las cosas si hubiéramos podido decírtelo bajo nuestros términos en vez de que irrumpieras en su apartamento así. Supongo que ya nunca lo sabremos.
A Ash se lo veía inquieto, y luego hizo una mueca con los labios. Jace simplemente estaba enfadado. Ella se rio con amargura.
—Supongo que tendré que buscarme un nuevo trabajo también. Qué pena, porque de verdad que me gustaba el que tenía.
—Puedes trabajar para mí —dijo Jace con severidad—. Es lo que deberías haber hecho desde el primer momento. Ella sacudió la cabeza con vehemencia.
—Oh, no. No voy a volver a poner un pie en HCM. No me voy a torturar diariamente al tener que ver a Gabe.
—¿Qué vas a hacer entonces? —le preguntó Ash con amabilidad.
Ella quitó toda expresión de sus labios y el rencor se le arremolinó en el pecho.
—No lo sé ahora mismo. Supongo que tengo tiempo de sobra para pensarlo.