Capítulo
37

Gabe mantuvo a Mia vigilada durante todo el fin de semana. Aún mostraba signos de preocupación y ansiedad, así que hizo todo lo que pudo para distraerla cuando era obvio que no paraba de darle vueltas al asunto de Charles. Él no tenía ninguna duda de que le había dejado más que claro al hombre lo que pasaría y de que este no iba a volver a ser ninguna amenaza para ella.

Aun así, Gabe nunca daba nada por supuesto, y por eso mismo había hecho varias llamadas a escondidas para que controlaran los movimientos y actividades de Charles. Pero ese detalle se lo había ocultado a Mia, ya que no quería darle ninguna razón para que dudara de su palabra cuando le había dicho que ya no volvería a ser una amenaza para ellos.

El domingo la llevó a comer fuera algo más tarde, lo que vendría a ser una cena bastante temprana, y se sentaron en un restaurante que ya estaba decorado para Navidad incluso antes de que hubiera llegado el Día de Acción de Gracias, que era dentro de unos días. Gabe sabía que a Mia le encantaba la Navidad y todo lo que tenía que ver con ello. El rostro se le iluminó cuando se adentraron en el decorado e iluminado interior del restaurante.

No estaba completamente seguro de lo que hacer aún para el Día de Acción de Gracias. Mucho dependería de la reacción que tuviera Jace cuando le contaran esta semana lo de su relación. Sus padres lo habían invitado a pasar las fiestas con ellos, y estaba encantado de que estuvieran yendo por el camino adecuado para solucionar las cosas, pero aún se sentía un poco incómodo cuando estaba con ellos. Además, no quería pasar la festividad alejado de Mia. Y no quería dejarla sola si Jace no tenía planeado estar en la ciudad para entonces.

Cuando salieron del restaurante, la oscuridad ya se había instalado en la ciudad, y las aceras mojadas brillaban bajo la luz de las calles y del tráfico. Mia volvió la cabeza y se rio de felicidad cuando un copo de nieve cayó del cielo y le dio en la nariz.

Se la veía totalmente encantadora con ese gorro de punto y el abrigo tan largo. Ella se giró, con las palmas de las manos hacia arriba, cuando otros copos comenzaron a danzar y caer como en espiral. Gabe se sentía completamente cautivado por ella.

Antes de que pudiera perderse ese momento, cogió su teléfono y le sacó una fotografía, que quería añadir a aquella otra que miraba con frecuencia. Ella no se dio cuenta de lo absorta que estaba en intentar coger copos de nieve desperdigados.

—¡Hace un frío que pela! —exclamó Mia.

Se acercó corriendo y se acurrucó dentro del abrigo de Gabe, luego le rodeó la cintura con los brazos mientras le entraba un escalofrío que la sacudió de la cabeza a los pies. Él la apretó contra sí y sonrió entusiasmado.

—En ese caso, vamos a hacer que entres en calor —le dijo mientras la guiaba hacia el coche. Se subieron a la parte trasera del vehículo donde los aclimatadores ya habían calentado la piel de los asientos. Mia se hundió en el suyo y suspiró de puro placer.

—Me encantan las ventajas que traen estas cosas modernas —dijo. Él se rio entre dientes.

—Yo estoy más que feliz de mantenerte caliente.

—Mmmm. Cuando volvamos al apartamento estaré más que feliz de dejar que lo hagas. Deslizó la mano por una de sus piernas hasta llegar al muslo y luego la volvió a bajar hasta la curva de su rodilla.

—Tengo planes para ti cuando volvamos, te lo aseguro.

Ella levantó una ceja llena de interés y un fuego repentino se reflejó en sus ojos.

—Oh, ¿cuáles?

Gabe sonrió.

—Los sabrás cuando lleguemos.

Mia hizo una mueca con los labios para hacerle un puchero y entrecerró los ojos. Él simplemente sonrió.

Oh, sí. Tenía planes. Gabe estaba nervioso debido a los planes que tenía, pero era importante para él reemplazar el último recuerdo de bondage que ella tenía con algo sensual, pasional y ardiente. Con algo agradable en vez de repugnante.

Sabía que si se tomaba su tiempo podría hacer que la experiencia fuera increíble para ella, pero no la forzaría a hacer nada que no quisiera. La observaría con atención, y, si se asustaba o la sentía nerviosa, pararía inmediatamente. Ya la había fastidiado con ella bastante, no tenía ningún deseo de volver a darle ninguna razón para que volviera a dudar de él.

Cuando llegaron a su apartamento, la ayudó a salir del coche y la cogió de la mano mientras subían en el ascensor. Una vez dentro, él le quitó el abrigo, la bufanda y el gorro, y ella se frotó los brazos con las manos mientras se daba la vuelta para encaminarse hacia el salón.

Gabe había dejado la chimenea encendida mientras estaban fuera, así que la sala estaba bastante calentita cuando volvieron.

Tras quitarse su abrigo, siguió a Mia hasta el salón y la vio de pie frente al fuego.

—Quédate ahí y desvístete —le dijo con una voz ronca llena de necesidad.

Mia levantó la mirada y Gabe buscó algún signo de duda, pero lo único que pudo ver fue confianza reflejada en sus ojos.

—Tengo que coger unas cuantas cosas del dormitorio. Quédate junto al fuego, calentita. Vuelvo enseguida.

Él se dirigió a su dormitorio y sacó una cuerda, el dildo anal y un vibrador del armario. Cuando volvió, pudo ver la silueta de Mia en el fuego; las llamas hacían que la piel le brillara. Era tan hermosa que lo dejaba sin respiración.

Cuando su mirada se posó sobre los juguetitos que traía en la mano, abrió los ojos como platos y lo miró con una clara vacilación dibujada en el rostro.

Nunca antes se habría parado a explicarse frente a otra mujer. Él esperaba que obedecieran, sin rechistar. Accedían a todo lo que él pudiera desear hacer cuando firmaban el contrato.

Pero Mia era diferente. Él quería hacerla entender. Quería que supiera lo que estaba pensando. Lo último que deseaba era asustarla o hacer que se alejara.

—Quiero mostrarte lo placentero que puede llegar a ser —le dijo en voz baja—. Lo que ocurrió en París lo hice por motivos equivocados; no era por ti, sin importar lo que yo hubiera dicho entonces. Era por mí y por mis razones… mis estúpidas razones. Dame una oportunidad, Mia. Quiero enseñarte lo hermosa que puede llegar a ser una mujer con el bondage. Y lo placentera que puede ser la experiencia para ti. Confía en mí para hacerla perfecta para ti.

Sus ojos se suavizaron.

—Confío en ti, Gabe. Solo en ti. En nadie más. Yo nunca puse ninguna objeción contigo. Era a los otros hombres. Mientras solo seas tú el que me toque, no tengo miedo.

Dios, era tan dulce. Nunca nadie había puesto tanta fe en él. Ni siquiera su exmujer. Ni cualquier otra mujer con la que hubiera estado. Ellas nunca habían mirado más allá de las cosas materiales que les daba. Nunca habían mirado más allá de su riqueza y su estatus, ni se habían preocupado en conocer al hombre que estaba detrás de todo eso. Y nunca lo habían acogido.

Mia, sí. Ella lo había aceptado. Lo había deseado tanto como él la había deseado a ella. Y no le afectaba ni su dinero, ni su poder. Ella conocía al verdadero Gabe Hamilton y quería a ese hombre, con todo lo que significaba.

Poco a poco estaba aprendiendo a darse cuenta de que bajar las barreras con ella y dejar que viera esa parte de él que nadie veía no era algo malo. De la misma forma que ella confiaba en él, Gabe también confiaba en Mia con su bien más protegido.

Su corazón.

La llevó hasta la enorme otomana de piel y la colocó a cuatro patas. Entonces, comenzó a enrollar la cuerda meticulosamente alrededor de su cuerpo, bajo sus pechos y por encima de ellos para atraer la atención hasta esos deliciosos montículos. Seguidamente la rodeó hasta estar situado junto a su espalda y le aseguró las muñecas contra el coxis mientras le indicaba que pegara la cara contra la suave piel del sofá.

Una vez amarradas las manos, estiró la cuerda hasta la parte inferior de su cuerpo y le abrió los muslos antes de rodear también los tobillos con la misma. No paró hasta que esta estuvo tensa entre los pies y las muñecas.

Se encontraba completamente indefensa y vulnerable ante lo que sea que él quisiera hacerle. Y eran muchas cosas.

Su verga estaba dura como una piedra y tirante dentro de sus pantalones, pero Gabe estaba decidido a tomarse las cosas con calma. Quería que ella siguiera el ritmo durante todo el tiempo. Quería que esto fuera para ella, y su placer, ya que antes no había sido así.

Deslizó la mano sobre la curva de su trasero hasta llegar a los húmedos y sedosos labios vaginales. Jugó con la entrada de su cuerpo moviendo los dedos en círculos, y seguidamente introdujo uno en su interior. Gabe sentía cómo sus paredes calientes y resbaladizas lo envolvían y lo succionaban.

Retiró la mano y luego dio un paso al lado para colocarse frente a su cabeza. Le ofreció el dedo a ella para que lo chupara.

—Saboréalo —murmuró—. Saborea lo dulce que eres, Mia. E imagínate que es mi polla lo que estás chupando.

Vacilante, abrió la boca y él introdujo el dedo en su humedad, justo por encima de la rugosidad de su lengua. Mia cerró los labios a su alrededor y lo succionó suavemente mientras él lo iba sacando de su interior.

Cuando separó la mano de su boca, se agachó a coger el plug y el vibrador. Mia abrió los ojos como platos cuando vio ambos objetos, pero él solo pudo sonreír.

Aplicó lubricante tanto al dildo como a la entrada de su ano y luego usó los dedos para expandir el gel por toda la zona exterior e interior. Seguidamente se llevó el aparatito a la arrugada apertura y comenzó a hacer presión contra su cuerpo sin ninguna prisa, dejando que se adaptara lentamente a la extraña sensación.

Verla ensancharse para que él le colocara el plug lo fascinó, e incluso gimió cuando se imaginó que era su polla la que estaba introduciéndose y abriéndose paso a través de su ano. El pecho le subía y le bajaba del esfuerzo, y ella jadeaba mientras él seguía ensanchándola más y más. A continuación, lo metió por completo y Mia soltó un enorme suspiro al tiempo que su cuerpo se hundía en la otomana.

—Esto es solo el principio —le dijo con una sonrisa.

—Puede que no sobreviva —le respondió ella apenas sin aliento.

Gabe cogió ahora el vibrador y lo encendió a máxima potencia. Tan pronto como le tocó la punta del clítoris, ella pegó un bote y el cuerpo entero se sacudió en reacción a su contacto. Atada como estaba, no tenía más remedio que recibir y aceptar las sensaciones tan intensas y placenteras que la invadieron cuando volvió a presionar la punta del juguetito contra ella, esta vez deslizándolo sobre su carne sensible hasta llegar a su abertura.

Lo introdujo apenas un par de centímetros y luego imitó el movimiento de sus caderas al embestirla con otros más superficiales. Mia gimió con suavidad. La tensión se le reflejaba en las líneas del rostro.

Gabe deslizó el vibrador más en su interior, lo que hizo que ella ahogara un grito ante la profundidad de la penetración. Estaba llena por completo, tanto por delante como por detrás, con el plug y ahora el enorme vibrador.

Comenzó a sacudirse de pies a cabeza y movió el trasero hacia arriba con cada envite. Se retorció hasta que Gabe pensó que se iba a deshacer ahí encima de la otomana.

—Gabe, por favor —le suplicó.

—¿Te quieres correr? Ella soltó un quejido.

—Sabes que sí.

Gabe se rio ligeramente entre dientes y luego sacó el vibrador de su interior antes de arrodillarse detrás de ella para pasarle la lengua desde el clítoris hasta la apertura de su sexo.

—¡Oh, Dios! —exclamó Mia.

Siguió presionando el rostro contra su tierna carne y succionó el clítoris delicadamente con la boca. Cuando la sintió tensarse de nuevo, y sintió su repentina humedad contra la lengua mientras le lamía entre las piernas, supo que estaba muy cerca del clímax.

Gabe se enderezó, se desabrochó los pantalones y se sacó el pene erecto. Se colocó justo detrás de ella, guio su miembro hasta la entrada de su sexo y arremetió bien profundo.

Ella gritó. Su nombre se le escapó de los labios en un siseo fuerte y duradero.

Se agarró a las manos atadas para usarlas como soporte y comenzó a poseerla con lentos y duros embistes.

Mia se derritió a su alrededor, un éxtasis tan ardiente y dulce que lo empapaba desde la punta hasta la base de su verga. Usó todo el autocontrol que tuvo, y más, para no saciar su deseo del tirón y correrse en su interior. Le había jurado que esto era para ella, así que esperaría. Gabe tenía toda la intención de darle placer muchas más veces antes de que la noche terminara.

Su cuerpo se sacudió, cada músculo de su cuerpo se tensó y se puso completamente rígida. Soltó un grito estrangulado y luego se quedó laxa mientras él se enterraba en ella otra vez.

Gabe se quedó quieto, esperando a que ella se recuperara del intenso orgasmo. Luego, con cuidado, se retiró y se metió la polla de nuevo en los pantalones.

Mientras le daba tiempo para que recuperara el aliento, sacó una de las fustas que tenía en el armario. Cuando volvió, Mia tenía los ojos cerrados mientras descansaba la mejilla contra la otomana.

Acercó la fusta a su trasero y le recorrió los cachetes sin dejarse ni un trocito de piel. Ella abrió los ojos al instante y cogió aire, ansiosa por lo que vendría.

—¿Te gusta que te azote, Mia?

—Sí —susurró.

—¿Es buena la sensación? ¿Todo ese dolor intenso y agudo que roza la fina línea del placer?

—¡Sí! —gritó ella más alto.

—Hoy no te voy a azotar como castigo. Voy a señalar ese precioso culo tuyo por nada más y nada menos que el enorme placer que nos dará a ambos. Y cuando termine y te deje el trasero tan rojo como un tomate, voy a follártelo.

Ella gimió, sonido que consiguió encender todos sus sentidos. Sonido que indicaba el agradecimiento de toda mujer, jadeante y adorable.

Gabe se inclinó hacia delante para quitarle con cuidado el dildo anal, que hizo que se encogiera y soltara otro sonido de placer al mismo tiempo que lo liberaba de su cuerpo. Una vez fuera, volvió a pasarle la fusta por encima de los glúteos antes de darle, por fin, el primer latigazo.

Fue suave a propósito; contuvo su fuerza para no golpearla con demasiada dureza. Quería ir poco a poco hasta dejarle esas preciosas marcas rojas que decorarían su trasero. Si empezaba golpeándola demasiado fuerte, solo conseguiría que Mia llegara rápidamente a su límite, y él quería que le suplicara que quería más; no que quería que parara.

Estaba preciosa atada de pies y manos, abierta frente a él y con el pelo cayéndole en cascada sobre el cuerpo y el sofá como si se tratara del cielo nocturno más oscuro jamás visto.

El enrojecimiento en la piel aparecía con cada golpe, quedándosele marcado en el trasero durante un largo rato antes de comenzar a desvanecerse, y luego vuelta a empezar cuando le administraba un nuevo azote.

Mia se retorció sin descanso y luchó contra el amarre que la tenía atada mientras arqueaba el trasero hacia arriba como si buscara y quisiera más.

Cuando llegó al decimoquinto golpe, Gabe incrementó la fuerza de los azotes, lo que provocó que el enrojecimiento de la piel durara más, hasta que todo su culo brillaba con un color rosado.

Solo unos pocos más y se hundiría en su apretado conducto. Se perdería en la belleza de su sumisión.

Cuando sonó el chasquido del siguiente golpe, otro sonido bien diferente prorrumpió en la habitación.

—¿Qué narices estás haciendo? —gritó Jace.

Gabe giró la cabeza y se le desvaneció por completo el abotargamiento que lo consumía cuando vio a Jace y a Ash de pie en la entrada y las puertas del ascensor cerrándose detrás de ellos. Había estado tan inmerso en la escena con Mia que no había escuchado siquiera llegar al ascensor. No se enteró de que Jace y Ash estaban ahí.

Ver el miedo que se reflejó en el rostro de Mia fue como recibir un puñetazo en las entrañas.

—Dios, Gabe. ¿Qué has hecho?

La voz horrorizada de Ash llegó hasta los oídos de Gabe en el mismo momento en que Jace se le echaba encima y le pegaba un puñetazo en la mandíbula.