Gabe se bajó del coche en la avenida Lexington frente a un pequeño complejo de oficinas que albergaba las de Charles Willis, y se encaminó hacia la entrada con los puños cerrados.
Había mandado a Mia a casa en coche una vez se hubo deshecho de toda evidencia de que había llorado y tras haberle pedido que describiera con pelos y señales las fotografías que Charles le había enseñado.
La oficina de Charles estaba en la primera planta, espacio que compartía con otra compañía porque él no estaba en Nueva York tan a menudo. Su constructora tenía oficinas por todo el mundo, pero Gabe no volvería a hacer negocios con él, nunca. Si no fuera por el hecho de que la compañía de Charles contrataba a un montón de gente —buenas personas que dependían de él para mantener a sus familias— Gabe le cerraría el chiringuito y lo sacaría de lleno del negocio.
Tal y como estaban las cosas, nunca volvería a tener ninguna relación personal o profesional con él.
Gabe dejó atrás a la sorprendida recepcionista y abrió la puerta de la oficina de Charles de un golpe. Charles levantó la mirada, sorprendido, y Gabe pudo ver un deje de miedo reflejarse en los ojos del otro hombre antes de que este se pusiera en pie y disimulara su expresión.
—Gabe —dijo con voz cordial—. ¿Qué puedo hacer por ti?
Gabe cerró la puerta de un portazo a su espalda y se lo quedó mirando fijamente mientras este avanzaba. No apartó la mirada en ningún momento de Charles, al que se veía claramente incómodo bajo su escrutinio.
—La has cagado pero bien esta vez, Charles —dijo Gabe con suavidad—. Has tocado lo que es mío. Le has puesto las manos encima, le has hecho daño y la has asustado. E incluso la has amenazado.
Charles luchó contra su evidente pánico y luego se encogió de hombros con arrogancia.
—Es solamente otra puta más. ¿Qué te importa?
Gabe se lanzó contra él con furia y levantó el puño por encima de la cabeza. Le golpeó en la boca, lo que provocó que saliera disparado hacia atrás y se estampara contra la estantería que había tras su mesa. La mano de Charles viajó hasta donde había recibido el golpe y cuando la separó vio que estaba manchada de sangre.
—¡Haré que te arresten por agresión! —gritó Charles encolerizado—. ¡No puedes entrar aquí y pegarme un puñetazo!
—Cabrón, maldito hijo de puta. Tienes suerte de que no te mate con mis propias manos —soltó Gabe echando humo—. Si vuelves siquiera a respirar el mismo aire que Mia, te arruinaré. Y cuando acabe contigo, no tendrás nada. Ni credibilidad, ni respaldo, ni contratos. Nada.
El miedo barrió todo color del rostro de Charles.
—¡Haré públicas las fotografías! —lo amenazó. Las palabras le salieron como si fuera un borracho incoherente.
Gabe se quedó quieto y los orificios nasales se le ensancharon.
—Hazlo, Charles. Hazlas públicas. Haré que te acusen por violación. Es precisamente lo que intentaste hacer con ella, y esas fotos lo prueban. No me importa una mierda lo que me pueda perjudicar a mí o a mi reputación. Pero no permitiré que tú, o quien sea, humille o le haga daño a Mia. Iré a por ti y te pasarás los próximos años en prisión siendo el juguetito sexual de tu compañero de celda. Si no me crees, solo ponme a prueba, y verás.
Su voz estaba llena de amenaza. Y de convicción. Si Charles no lo tomaba en serio entonces era tonto. Gabe nunca había ido más en serio en toda su vida.
Charles empalideció y se dio cuenta de la gravedad del asunto. Gabe iba completamente en serio, y Charles lo sabía.
—Gastaré cada céntimo que tenga para asegurarme de que pierdas todo lo que tienes —continuó—. Y tengo muchos contactos. Me deben muchos favores y estoy más que dispuesto a cobrármelos ahora.
Charles parecía como si fuera desmayarse. Intentó moverse de la estantería donde había aterrizado antes, pero solo consiguió bambolearse y no pudo lograr reincorporarse.
—Lo siento —soltó de sopetón—. Estaba desesperado. Sabía que no me ibas a considerar siquiera después de lo que pasó. Necesito ese contrato, Gabe. Tengo que tenerlo.
Gabe le tendió una mano para ayudarlo a ponerse en pie. Charles lo miró, precavido, pero al final se la aceptó.
Tan pronto como Charles estuvo de pie otra vez, Gabe lo derribó de nuevo con otro puñetazo. Simplemente le rompió la nariz. La sangre le salpicó por todo el rostro mientras yacía, aturdido, encima de la estantería.
—Eso es por ponerle las manos encima a Mia. Por dejarle esos moratones en la piel. Si alguna vez vuelves a acercarte a ella, no habrá lugar en este planeta en el que puedas esconderte. Te buscaré, y te destrozaré. Puedo hacerte desaparecer, Willis. Nadie nunca encontraría tu cuerpo.
Sabiendo que ya le había dejado claro su punto de vista, Gabe se dio media vuelta y abandonó la oficina. Charles, aunque estúpido, era lo suficientemente listo como para saber que iba completamente en serio. Si seguía adelante con cualquier amenaza que le hubiera hecho a Mia, lo destrozaría.
Gabe se metió en su coche y se dirigió a su apartamento. Estaba ansioso por volver con ella para así poder tranquilizarla y asegurarle que ya se había ocupado de todo.
Lo desconcertaba y lo conmovía el saber que no lo había traicionado. Que su primer instinto había sido acudir a él y pedirle su ayuda. Confiar en él para que solucionara el problema cuando ella misma se jugaba muchísimo.
Qué gran regalo tenía con Mia.
Todos sus pensamientos estaban dirigidos a ella mientras iba en el coche a través de la ciudad. Había muchas cosas que quería tratar con ella, cosas a las que no sabía cómo podría reaccionar.
Esta situación le había hecho darse cuenta de lo fácilmente que podrían ser descubiertos. ¿Merecía la pena mantener el engaño sabiendo cuáles podrían ser las posibles consecuencias?
Anteriormente, había coincidido totalmente con Mia sobre lo de mantenerlo en secreto, que Jace no supiera nada. Tenía sentido porque él sabía que, fuera cual fuese la relación que tendrían, no iba a durar mucho. Si Jace nunca se enteraba, no habría incomodidades ni momentos raros. No habría rabia. Podrían seguir como siempre habían estado, haciendo como que todo el tiempo que había pasado con Mia nunca había ocurrido.
Pero ahora…
Ahora Gabe se mostraba reacio a pensar que el acuerdo que tenían pudiera terminar. No estaba seguro de cuándo había empezado a verla con otros ojos y otra luz, como si fuera alguien de la que no tenía ninguna intención de alejarse. Al menos no tan pronto.
Tenían que contárselo a Jace y luego Gabe y Mia lidiarían con lo que sea que se les viniera encima. Se le estaba volviendo muchísimo más difícil mantener las distancias en la oficina, pretender que Mia era una simple empleada, o simplemente la hermana pequeña de Jace, alguien a quien miraba con afecto.
No estaba seguro de cómo se sentiría Mia sobre lo de ir a contarle a Jace la verdad, o al menos una versión más simple de la verdad. Nadie tendría conocimiento nunca de su contrato. Era algo de lo que ahora se avergonzaba, el hecho de haber dependido de un maldito contrato y de vivir según los acuerdos estipulados antes de entrar en ninguna relación. ¿Pero ahora? Le parecía ridículo e inútil. Un producto de una reacción exagerada ante su pasado.
Más importante que eso, ahora mismo, era asegurarse de que tranquilizaba a Mia, y de que calmaba todos los miedos o preocupaciones que tuviera con respecto a las amenazas que Charles le había soltado.
Sus manos se morían por tocarla. Gabe quería tenerla pegada a él, que respirara el mismo aire que él. Quería saborearla y sentir su piel.
En silencio, le urgió a su chófer que condujera más deprisa. Había estado alejado de Mia durante demasiado tiempo. Ella era su adicción, y ya estaba sufriendo de abstinencia.
Mia se preocupó e inquietó mientras esperaba que Gabe volviera a casa. Desvió la mirada hacia el reloj incontables veces; los minutos pasaban con una lentitud insoportable.
¿Qué es lo que había hecho? ¿Cómo podría siquiera pensar que podía hacerse cargo del asunto? ¿Había hecho lo correcto al decírselo?
Estaba cansada y le dolía muchísimo la cabeza. Ya había acudido al botiquín de Gabe para coger ibuprofeno, pero nada parecía aliviar el dolor que palpitaba en sus sienes y en la base de su cuello.
Entonces oyó pasos en la entrada, y ella se incorporó corriendo del sofá y se encontró con Gabe justo cuando este entraba en el salón.
Se lanzó a sus brazos y él la abrazó y pegó a su pecho mientras ella no hacía más que acurrucarse contra él. La impulsó hacia arriba y ella enrolló las piernas alrededor de su cintura y se agarró con fuerza a sus hombros.
Gabe le colocó las manos en el trasero para mantenerla bien arriba y la miró fijamente a los ojos.
—¿Estás bien? —le preguntó en voz baja. Ella asintió.
—Ahora que estás en casa, sí. He estado muy preocupada, Gabe.
Él la llevó hasta el sofá y se sentó con ella aún a horcajadas encima de él. Le dio un beso y luego le apartó el pelo que tenía en la frente.
—Todo está bien. Quiero que confíes en que será así. Charles no volverá a ser un problema para nosotros. Te lo prometo.
La preocupación se reflejó en sus ojos y ella frunció los labios.
—¿Qué has hecho?
—Él y yo solamente hemos llegado a un entendimiento mutuo —dijo Gabe con bastante calma—. Se acabó, Mia. No te volverá a molestar.
Fue entonces cuando ella bajó la mirada hacia su mano, hacia el rasguño que tenía en los nudillos y la piel ligeramente enrojecida, como si se hubiera limpiado la sangre pero no lo hubiera hecho por completo. Mia volvió a mirarlo a los ojos con el ceño fruncido.
—¿Qué has hecho, Gabe?
—Te puso las manos encima —dijo, cortante—. Con esa ya es la segunda vez que lo ha hecho con la intención de hacerte daño.
—Si presenta cargos contra ti, te arrestarán —le dijo con tristeza—. Y entonces todo saldrá a la luz. No merece la pena que te metan en la cárcel por él.
Un pequeño gruñido se hizo eco en su garganta.
—Por ti todo merece la pena. Moriría por ti. Y por supuesto que iría a la cárcel para evitar que un gilipollas te haga daño.
Impresionada como estaba por sus vehementes palabras, Mia solo pudo quedársele mirando con total confusión. La esperanza que se apoderó de ella fue intensa y abrumadora, le llegó directamente al corazón e inundó sus venas de una calidez completamente reconfortante. Las lágrimas emborronaron su visión y amenazaron con caer por sus mejillas.
Levantó la mano herida de Gabe y depositó un beso en sus nudillos.
Él suavizó su mirada, le rodeó la mejilla con la mano y la acarició suavemente por encima del mentón.
—Hay algo más que quiero tratar contigo, Mia.
Ella podía sentir el cambio en su voz. Estaba un poco más inseguro, y, aun así, las palabras sonaron igualmente firmes y llenas de determinación.
—¿Qué?
—Creo que deberíamos contarle a Jace lo nuestro.
Mia abrió los ojos como platos por la impresión.
—No tiene por qué saber detalles exactos. Pero corremos el riesgo de que nos descubran todo el tiempo. Estoy cansado de pretender que no significas nada para mí. Tú vives asustada porque llegue a descubrirlo y por lo que pueda pasar con nuestra amistad o con tu relación con él. Si quitamos ese miedo de en medio, entonces ya no tendrá poder sobre nosotros. Jace podrá enfadarse al principio, pero lo superará.
Mia soltó el aire que había cogido de forma irregular. Esto era… bueno, era algo enorme. ¿Gabe quería hacer pública su relación? No se atrevía siquiera a pensar en lo que eso significaba. No se podía permitir leer nada entre líneas, asumir que era algo más que simplemente eliminar una fuente considerable de preocupación mientras buscaban mantener su relación en secreto.
—¿Mia? ¿Estás de acuerdo?
Ella parpadeó y volvió a enfocar la visión en Gabe. Vio la determinación grabada en su rostro, así que, lentamente, asintió.
—¿Cuándo? —le susurró.
—Cuando vuelva a la ciudad. Se supone que debe estar de vuelta el lunes o el martes. Le diré que tengo algo importante que discutir con él.
—De acuerdo —aceptó mientras el pulso se le aceleraba.
—Ahora, tras habernos quitado todo eso de encima, y con el asunto de Charles ya solucionado… —dijo Gabe.
Le tocó el rostro y luego hundió la mano en su pelo para acariciarla con dulzura.
—Quiero que pasemos el fin de semana juntos sin preocuparnos por nada más que lo que nos plazca. Pediré la cena, y tendremos una bonita velada junto al fuego y veremos la lluvia volverse nieve o aguanieve.
Mia suspiró y se inclinó hacia delante para rodearle el cuello con los brazos.
—Eso suena genial, Gabe. Es el fin de semana perfecto.