Capítulo
33

Por muy traumática que hubiera sido la experiencia en París para Mia, esa noche jugó, de muchas maneras, un papel crucial con respecto al avance de su relación. Gabe era incluso más protector con ella, y mostraba un cariño —emocional— que no había estado presente antes.

Eso le infundó ánimos. La hizo atreverse a soñar con que al final podrían ser más que un contrato. Ella amaba a Gabe y no hacía más que seguir cayendo bajo su hechizo cada día que pasaba. El amor le hacía ser paciente. Le hacía tener esperanzas.

Lo único de lo que se arrepentía era de que su relación fuera secreta para todo el mundo, y para Jace. Especialmente para Jace.

Jace había notado el malestar de su hermana cuando Gabe y ella volvieron de París. Mia odió haber tenido que mentirle cuando le preguntó qué le pasaba. Le dijo que tenía un simple dolor de estómago además de jet lag. Por suerte, gracias a la pericia de Caroline con el maquillaje, había sido capaz de disimular el moratón como si ni siquiera estuviera ahí.

El Día de Acción de Gracias se acercaba y a Gabe lo habían invitado sus padres para la ocasión. Por mucho que hubiera llorado su separación, también parecía tener problemas con que volvieran juntos. La traición se veía reflejada en sus ojos cuando miraba a su padre, y aún se comportaba increíblemente protector con su madre. Gabe culpaba a su padre por hacerle daño a su madre.

Mia no estaba segura de cuáles iban a ser sus planes para el Día de Acción de Gracias. Gabe había estado indeciso entre pasar la festividad con sus padres o quedarse con ella. Mia le había insistido en que aceptara la invitación, solo era un día, y era bastante probable que ella lo pasara con Jace, ya que planeaba quedarse en la ciudad. Si no, se iría con Caro y su familia.

A él no le gustaba la idea de pasar un día lejos de ella, ¿pero qué podía hacer? A menos que quisiera que su relación se hiciera pública, no había otra salida. Y por ahora él seguía estando firmemente en contra de esa solución.

—¿Has terminado de hacer la presentación de las ofertas para la reunión que tengo con Jace y Ash? —le preguntó Gabe desde el otro lado de la habitación.

Mia levantó la mirada y se percató de que él la estaba mirando fijamente con los ojos llenos de cariño y ternura. Sí, estaba claro que había cambiado su forma de actuar con ella. Ahora se había vuelto más… humano. Alguien que ella creía fielmente que podía devolverle el amor que le profesaba.

—Lo estoy terminando —le informó—. Están los huecos de las otras dos ofertas. En cuanto las reciba, añadiré la información.

Gabe asintió con aprobación.

—Haremos la selección esta semana. Es posible que necesite volver a París cuando estemos más cerca de las Navidades. ¿Te gustaría venir?

Esa era otra de las cosas que habían cambiado. Antes, nunca le habría preguntado qué quería hacer o si quería viajar con él a algún lado. Siempre le decía dónde esperaba que estuviera; y ella no tenía ni voz ni voto en la decisión.

¿Ahora? Ahora nunca se lo ordenaba. Aunque podía distinguir con bastante frecuencia qué respuesta era la que él quería oír, ya nunca decidía por ella.

—Me encantaría ir a París en Navidad —dijo con una nota de emoción reflejada en la voz. Él sonrió y dejó que el alivio se apoderara de sus ojos.

—Haré los arreglos pertinentes y además incluiré un día extra para que puedas ver todo lo que te perdiste la primera vez.

Si Mia se había sentido ridículamente mimada y consentida antes, ahora llegaba al punto de lo absurdo. Gabe era como un sueño. Estaba absolutamente atento a sus necesidades, completamente receptivo a cualquier cosa que sintiera que ella quería o necesitaba.

Era una experiencia que estaba disfrutando a conciencia. Estaba saboreando cada caricia, cada mirada de preocupación, cada una de las atenciones que le dedicaba por todo lo que ella necesitaba o quería.

El teléfono de Gabe sonó, y él lo cogió. Mia se dio cuenta rápidamente de que era su madre. Todo su comportamiento cambiaba radicalmente cuando hablaba con ella.

Y se iba a tirar un buen rato. Él y su madre habían estado hablando cada vez más estos últimos días mientras la mujer navegaba por las peligrosas aguas de su reconciliación con el padre de Gabe. Su madre confiaba muchísimo en Gabe para que le diera apoyo moral.

Mia entonces miró su reloj. Había pasado ya la hora del almuerzo, y Gabe había estado ocupado toda la mañana. Dudaba que fuera a tomarse siquiera un descanso para comer, seguramente se quedaría trabajando hasta que tuviera que marcharse a la reunión de la tarde.

Tomando una decisión, Mia se puso en pie y cogió el bolso. Gabe alzó la mirada y arqueó las cejas a modo de interrogación mientras ella se encaminaba hacia la puerta.

—Almuerzo —le articuló con la boca—. Te traeré algo.

Él asintió con la cabeza y luego se apartó el móvil de la barbilla para tener la boca libre.

—Ponte un jersey, Mia. Hace frío fuera y hay riesgo de nieve, así que ten cuidado con la acera.

Ella sonrió y se animó de inmediato al escuchar su preocupación. Entonces volvió a su mesa, se puso el suéter que dejaba allí solo para emergencias y le mandó un beso con la mano que hizo que los ojos de Gabe se iluminaran.

Cuando puso un pie fuera del edificio, una excitante felicidad se apoderó de todas sus terminaciones nerviosas. Casi podía oler la nieve en el aire. Hacía un frío intenso y había bastante humedad, y el cielo estaba nublado y gris. El tiempo perfecto para las festividades que se aproximaban.

Mia bajó la calle prácticamente bailando hasta llegar al restaurante delicatessen donde ella y Gabe pedían el almuerzo con bastante frecuencia. Le encantaba esta época del año. Le encantaba el cambio de las estaciones, y siempre se moría por que llegaran las Navidades.

Apenas a una semana del Día de Acción de Gracias, muchas tiendas ya estaban decorando sus escaparates con las luces de Navidad y con exposiciones.

Se abrazó a sí misma cuando una ráfaga de viento sopló justo encima de ella. Consiguió meterse dentro del restaurante y pidió la comida para llevar.

Cinco minutos después, recogió sus bolsas de plástico y se abrió paso a través de la multitud que llenaba el restaurante para volver a salir a la calle. Una gota de lluvia le cayó entonces en la nariz, así que apretó el ritmo cuando vio que empezaba a chispear. No había caído en traer paraguas ya que solo tenía pensado estar fuera durante unos pocos minutos.

En fin, tenía que empezar a llover ahora. ¿No se podía haber esperado cinco minutos más para que le hubiera dado tiempo a volver al complejo de oficinas?

Iba con la cabeza agachada al doblar la esquina que daba a la entrada del edificio de Gabe cuando de repente tropezó con otra persona. Se le cayó una de las bolsas al suelo, así que se agachó para recogerla al tiempo que se disculpaba. Con suerte, la comida aún seguiría intacta. Cuando se enderezó, la persona contra la que había chocado seguía estando ahí de pie.

Las náuseas comenzaron a apoderarse de su estómago cuando consiguió distinguir bien a esa persona. Charles. El hombre que la había asaltado sexualmente en París, en la suite de Gabe. No podía ser coincidencia que hubiera chocado con él justo en la puerta de las oficinas.

Mia retrocedió, cautelosa, pero él la agarró del brazo y la empujó hacia la pared del edificio para alejarla de la atención de los peatones. Todavía se encontraba a unos pasos de la entrada. Su mirada automáticamente se desplazó hasta los alrededores para ver cuál sería la mejor manera de escapar de su agarre.

—No me toques —le soltó con mordacidad—. Gabe te hará pagar por esto.

El rostro de Charles se transformó en un gruñido.

—Gracias a tu exageración, Gabe montó en cólera. Está intentando dejarme fuera del acuerdo por completo. No va a hacer negocios conmigo, y eso dañará mi imagen para hacer negocios con otros. Necesito este acuerdo, y tú me lo has jodido.

—¿Que yo te lo he jodido? —gritó Mia—. Imbécil, ¡tú abusaste de mí! ¿Y yo te lo he jodido? ¡Eres un cerdo!

—¡Cierra la puta boca! —siseó al mismo tiempo que se acercaba más a ella y la agarraba de los brazos con más fuerza.

—Suéltame —le advirtió—. Aléjate de mí.

Su agarre era cruel y fuerte, y Mia supo que le dejaría marcas. Ella solo quería alejarse de ese gilipollas y volver con Gabe, donde estaría a salvo. Donde él nunca dejaría que le pasara nada.

La lluvia caía con fuerza y se deslizaba por su rostro, así que Mia tuvo que parpadear para aclarar la visión. Hacía frío y le estaba entrando mucho más al filtrarse el agua por su ropa y su pelo.

—Tú y yo tenemos algo que discutir —le soltó—. Quiero información confidencial sobre las ofertas. Sé que tienes acceso a ellas. Mi única oportunidad es ser capaz de dar un precio sustancialmente más bajo que el de mis competidores para que HCM no tenga más remedio que elegirme a mí. Puede que pierda dinero con este acuerdo, pero me posicionaría muy bien en el futuro. Necesito conseguir el acuerdo, Mia, y tú lo vas a hacer por mí.

—¡Estás loco! No te voy a decir ni una mierda; Gabe me mataría y también mi hermano. No traicionaré a ninguno de los dos, y menos por un gilipollas como tú. Ahora, suéltame o empezaré a gritar hasta que se me escuche en toda la manzana.

—Yo no lo haría si fuera tú —le advirtió en voz baja.

Charles le puso el móvil en la cara, la pantalla estaba delante de sus narices antes de que ella pudiera siquiera enfocar la vista. Entonces ahogó un grito, horrorizada por lo que mostraba la pantalla. Esto no estaba pasando. ¡No podía estar pasando!

—Oh, Dios —susurró.

Las náuseas le habían formado un nudo en la boca del estómago. Estaba completamente asqueada por lo que acababa de ver. Era ella. Atada y de rodillas con la polla de Gabe metida en la boca. Las mejillas las tenía abultadas mientras se tragaba toda su extensión.

Charles presionó un botón y la siguiente imagen que vio era también de ella, atada en la mesa pequeña, con los ojos y los labios cerrados con fuerza mientras Charles se encontraba de pie, con una mano enredada en su pelo y la otra agarrándose la verga en un intento de metérsela en la boca. Lo que significaba que uno de los otros había hecho las fotos. ¿Qué clase de enfermo cabrón hacía esa clase de cosas?

Necesitó cada resquicio de fuerza que le quedaba para no dar una arcada y vomitar ahí mismo en la calle.

—¡Cabrón enfermo! —siseó.

No había necesidad ninguna de preguntarle cómo había conseguido las fotos. Las habían hecho en la suite de París. La idea de que alguien tuviera esas fotos, de que las miraran, la aterrorizaba.

—Este es el trato, Mia —dijo Charles. La mano que tenía agarrado su brazo la apretó con más fuerza como si supiera lo mucho que Mia quería alejarse de él—. Vas a darme esa información que quiero o haré públicas las fotos. ¿Crees que a tu hermano le gustará ver fotos de su hermanita pequeña colgadas por Internet? Serás famosa, pero no de la forma que a todos vosotros os gustaría.

El frío le caló tanto los huesos que su cuerpo parecía un cubito de hielo. Ella se le quedó mirando, ausente, mientras un inmenso pesar se apoderaba de ella.

Ese maldito bastardo sería capaz de hacerlo. Podía ver la resolución y la desesperación reflejadas en sus ojos.

—¡Hijo de puta! —le dijo con voz rota—. ¡Tú me hiciste esto! ¿Y ahora me vas a amenazar con fotos en las que estás abusando de mí?

—Piénsalo —le dijo con seriedad—. Esperaré tu llamada antes del fin de semana. Si no me das la información, me aseguraré de que todo el mundo vea estas fotos.

Le soltó entonces el brazo y se alejó para desaparecer entre la marea de paraguas y peatones que se precipitaban para poder cobijarse de la lluvia.

Mia se quedó ahí parada durante un buen rato, todavía conmocionada por las ilícitas fotos que él había hecho. La lluvia seguía empapándole el rostro y la ropa, pero ella no sentía ya nada. Estaba completamente absorta por lo que acababa de sucederle y porque estaba en una posición insostenible.

Si traicionaba a Gabe, lo perdería para siempre. La alejaría de su vida sin pensárselo dos veces y sin ningún remordimiento. Si no lo traicionaba, esas fotos saldrían a la luz. Jace las vería. El mundo entero las vería. No solo la amistad de Jace con Gabe terminaría, sino que también podría significar el final de su relación en los negocios. Y la reputación de Gabe volvería, una vez más, a sufrir las acusaciones de que había abusado de otra mujer. Una vez podría no ser muy grave, ¿pero dos? La gente haría una montaña de un grano de arena.

Mia se pegó las bolsas empapadas al pecho y se fue tambaleando hasta la entrada del edificio de oficinas. El pánico la hacía moverse con torpeza. El corazón le estaba latiendo a tanta velocidad que hasta le dolía, e incluso se veía incapaz de procesar ningún pensamiento.

Subió entonces en el ascensor con el miedo aumentándole cada vez que respiraba. ¿Qué era lo que se suponía que tenía que hacer?

Sí, tenía acceso a las ofertas. Sería simple cuestión de pasarle la información a Charles. Aunque eso no facilitaría las cosas tampoco, porque, incluso aunque este diera un precio más bajo que el de sus competidores, Gabe nunca optaría por él. Y entonces, aunque hubiera hecho lo que Charles le había pedido, estaría enfadado y se vengaría publicando las fotos de todas formas.

¿Qué debería hacer?

Cuando llegó a la oficina de Gabe, él ya había colgado el teléfono. Nada más entrar por la puerta, este se puso de pie y la miró con una expresión preocupada dibujada en el rostro.

—Mia, ¿qué diablos ha pasado? ¡Estás empapada! ¿No has cogido el paraguas?

Gabe se precipitó hacia ella, y cuando tocó la ropa mojada que llevaba puesta soltó un taco. Le quitó las bolsas de las manos y las dejó caer al suelo sin prestarles atención.

—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? Parece como si hubieras visto un fantasma.

—S-solo t-tengo f-frío —tartamudeó—. Me pilló la lluvia. No es para tanto, Gabe. De verdad.

—Estás congelada —murmuró—. Vamos, te llevaré a casa para que te pongas ropa seca. Vas a coger un resfriado.

Ella sacudió la cabeza y retrocedió; su resistencia era tan insistente que él pareció sorprenderse.

—Tienes una reunión que no te puedes perder —le dijo—. No hay necesidad de que vengas conmigo.

—Que le den a la reunión —soltó con brusquedad—. Tú eres más importante.

Ella volvió a sacudir la cabeza.

—Haz que el chófer me lleve a casa. Me daré una ducha caliente y me pondré ropa seca. Te lo prometo. Puedo volver en una hora y media.

Ahora era el turno de Gabe para sacudir la cabeza.

—No. No quiero que vuelvas. Vete a casa y entra en calor. Espérame allí. Iré en cuanto salga de la reunión.

Ella asintió con el frío calándole los huesos. Ahora que estaba a salvo de la lluvia y calentita en su oficina fue cuando empezó a temblar de forma descontrolada. Tenía que controlarse o si no él notaría que algo iba terriblemente mal.

Entonces sonrió abiertamente y le señaló las bolsas.

—La comida aún está bien. Necesitas comer, Gabe. No has pegado bocado en todo el día.

Él le rozó la mejilla y le acarició el rostro con una mano antes de echar la cabeza hacia delante para darle un beso en los labios, que tenía congelados.

—No te preocupes por mí. Llévate la comida a casa y tómate con calma el resto del día. Estaré allí para cuidar de ti en un ratito.

Sus palabras hicieron que el corazón le diera un vuelco, pero no eran suficientes para llevarse el miedo por la dimensión de la situación a la que se enfrentaba. Necesitaba tiempo para pensar.

El inicio de un dolor de cabeza había tardado poco en aparecer. Las ligeras pulsaciones en la sien junto al enorme catarro que había pillado estaban empezando a apoderarse de ella por completo.

Él fue hasta su mesa y cogió su abrigo, luego se lo puso a Mia por los hombros y le frotó los brazos con las manos.

—Vamos —le dijo con seriedad—. Te acompañaré abajo y te ayudaré a entrar en el coche. Llámame si necesitas algo, lo que sea, ¿de acuerdo?

La sonrisa que le regaló ella fue débil, forzada.

—Estaré bien, Gabe.

Cómo odiaba tener que mentirle.