Capítulo
29

Gabe observó a Mia usar su carisma y encanto con los otros hombres durante la cena. Ella sonrió, conversó y habló con comodidad; los tenía a todos y cada uno de ellos hechizados. La pregunta era: ¿lo tenía también a él? La pregunta de Lisa no dejaba de darle vueltas en la cabeza. «¿Estás enamorado de ella?»

Gabe no podía terminar de explicar la furia ni la impotencia que había sentido ante aquella pregunta. Había estado pensativo todo el día, y a momentos enfadado y frustrado debido a su incapacidad de mantener las distancias entre él y Mia.

Lo enfurecía que no hubiera podido rebatirle al momento la enrabiada pregunta que le había hecho Lisa.

Había pensado en terminar su acuerdo con Mia justo en esos momentos, en alejarse de ella y decirle que su empleo con él había acabado. Pero no había podido, y eso solo lo hacía sentirse más impotente. La necesitaba. Maldita sea, la necesitaba.

Su mirada se desplazó hacia los posibles licitadores, los hombres que iban a venir a la suite luego. Obviamente deseaban a Mia; ¿qué hombre hetero y con sangre en las venas no lo haría? Hacía que Gabe quisiera rechinar los dientes, pero contuvo las ganas y en su lugar recibió con los brazos abiertos la oportunidad que eso le ofrecía.

La posibilidad de probarse a sí mismo que esa obsesión que tenía con Mia no era irrompible. Que no la amaba, ni la necesitaba.

Lo que tenía planeado venía en el contrato, aunque en realidad nunca se había planteado compartirla con otro hombre antes. La mera idea le producía unos celos fieros y salvajes. Y ahora mismo también. Pero ella había sido la que le había expresado su curiosidad ante la idea. Él sabía que Mia no estaba terminantemente en contra, y tampoco era nada que Gabe no hubiera hecho en el pasado.

Podía hacerlo.

Lo haría.

Solo esperaba, por su bien, sobrevivir a ello y no destrozarlos a ambos en el proceso. El humor de Gabe había pasado de pensativo y enfadado a… Mia no estaba segura de cuál era exactamente su humor. Le preocupaba porque ahora se la quedaba mirando fijamente, cuando antes no la miraba apenas nada. Y, además, esa mirada era nueva, como si la estuviera observando con una luz completamente distinta. Como si sus expectativas hubieran cambiado de una forma drástica. El problema era que ella no tenía ni idea de qué expectativas eran esas.

Mientras que antes había agradecido el silencio que había habido entre ambos porque no quería ahondar en la razón que lo había puesto de tan mal humor, ahora la incomodaba de verdad. Mia quería algo de él, alguna especie de consuelo, aunque no tenía ni idea del porqué.

Volvieron en coche al hotel con la tensión tan bien asentada entre ellos que Mia casi se ahogó en ella. Quería preguntarle, interrogarlo, pero había algo en esa inamovible mirada que le hacía temer lo que podría escuchar de sus labios.

Tan pronto como estuvieron dentro de la suite, Gabe cerró la puerta y fijó esa rutilante mirada en Mia. La dominación se podía percibir irradiando de él donde antes solo había demostrado paciencia y ternura con ella.

—Desnúdate.

Ella parpadeó al escuchar su tono. No era de enfado. Era más… decidido. La inquietud se izó sobre Mia y la joven vaciló, pero solo consiguió que él entrecerrara los ojos.

—Pensé… —dijo tragando saliva con fuerza—. Pensé que iban a venir a tomar algo.

—¿Habían cambiado los planes?

Gabe asintió.

—Y van a venir.

«Oh, Dios».

—No me hagas repetírtelo, Mia —le dijo con una voz suave y peligrosa.

Con las manos que tembládole, Mia se agachó para agarrar el dobladillo de su vestido y se lo quitó por la cabeza. Luego lo dejó en el suelo a su lado. Se quitó los tacones y los deslizó a través del suelo de madera.

Había miles de cosas que Mia quería decir, miles de preguntas que le estaban rondando la mente, pero Gabe tenía un aspecto tan… imponente… que ella pegó los labios y se quitó las bragas y el sujetador.

—Ve y arrodíllate en la alfombra que hay en el centro de la habitación —le indicó.

Al mismo tiempo que ella caminaba lentamente hacia la alfombra, Gabe comenzó a recoger la ropa y los zapatos del suelo y se dirigió al dormitorio, dejándola a ella para que cumpliera su orden. Mia se hundió en sus rodillas y sintió el afelpado grosor de la alfombra de piel de borrego contra su piel.

Cuando escuchó pasos, Mia alzó la mirada y ahogó un grito cuando vio que tenía una cuerda en las manos. No era una cuerda tradicional, de las trenzadas que se podían encontrar en cualquier ferretería, sino que estaba cubierta de raso y era de un color malva intenso. Parecía suave y sugerente, pero, aun así, Mia no tenía ninguna duda de que estaba presente únicamente para atarla a ella.

Gabe se la enrolló en las manos dejando que ambos extremos se quedaran colgando mientras se acercaba en su dirección. Se inclinó justo donde ella estaba arrodillada y, sin decir ni una palabra, le puso las manos en la espalda. Mia cerró los ojos; el corazón le latía a mil por hora cuando él comenzó a enrollar la cuerda alrededor de sus muñecas para atarlas bien fuerte la una contra la otra. Para su mayor sorpresa, Gabe incluso le rodeó los tobillos con lo que sobraba de cuerda para así asegurarse bien de que no podía moverse, ni ponerse de pie, ni nada más que quedarse ahí arrodillada y recibir todo lo que él tenía intención de darle.

Y esa idea la excitaba. La desconcertaba ese deseo, esa curiosidad e inquieta necesidad que la invadía. Estaba nerviosa a más no poder, pero también excitada ante la perspectiva de lo prohibido: que otros hombres la tocaran e hicieran a saber qué bajo las órdenes de Gabe. Seguramente eso era lo que pretendía. Al fin y al cabo ya lo habían hablado.

Cuando terminó se pudo oír el sonido de unos nudillos llamando a la puerta de la suite. Mia dio un pequeño salto en el suelo; el pulso se le aceleró tanto que hasta se mareó.

—Gabe —le susurró. La inseguridad se hacía más que evidente en esa simple súplica.

El hombre aseguró el último nudo, y mientras se alzaba le enredó la mano en el pelo para acariciarla con un gesto tranquilizador.

Esa pequeña caricia la animó como ninguna otra cosa podía hacerlo, y el alivio se instaló dentro de su ser a la misma vez que Gabe se encaminaba hacia la puerta.

Mia había sabido desde el primer momento cuáles eran sus deseos, sus propensiones. Se los había explicado al más mínimo detalle. Y ella había firmado con su nombre un contrato en el que aceptaba ser suya y consentía que él hiciera todo lo que deseara con ella.

A lo mejor Mia no había pensado que realmente Gabe fuera a hacerlo. O quizás una parte secreta en su interior esperaba que sí lo hiciera.

Fuera cual fuera el caso, ahí estaba, arrodillada, atada de pies y manos y desnuda, a la espera de que otros hombres entraran y la vieran.

Gabe abrió la puerta y les indicó a los tres caballeros con los que habían cenado que pasaran dentro. Sus miradas se posaron en ella de inmediato, y lo que más le llamó la atención es que no estaban para nada sorprendidos. No se les veía impresionados. Solo se reflejaba lujuria y aprecio en sus ojos.

¿Lo sabían? ¿Les había dicho Gabe qué esperar cuando llegaran? ¿Les había dicho que Mia iba a ser el entretenimiento de la noche?

Gabe no le dedicó atención alguna al momento, sino que se quedó conversando con los hombres y sirviéndose algunas copas mientras ella se quedaba sentada en silencio. Unos minutos más tarde fue cuando todos se desplazaron hasta el salón, con las bebidas en la mano.

Estaban hablando de sus negocios. Gabe hablaba de las propias ideas que tenía para el nuevo hotel y les explicó todo el apoyo que HCM ya tenía y qué otras colaboraciones estaban buscando. Todo era muy serio y formal, excepto por el hecho de que ella estaba atada como un pavo y no tenía ni una prenda puesta encima.

Mia observó a los hombres, atractivos y viriles. Vio cómo sus miradas se desviaban hacia ella, incluso hasta estando inmersos en mitad de la conversación de negocios que estaban teniendo. Estaba claro que sabían que ella estaba ahí, así que la anticipación se podía respirar desde todos los rincones de la habitación. El ambiente estaba cargado de ella.

Y entonces Gabe se movió en su dirección con las manos posándose en la cremallera de sus pantalones. Los desabrochó y dejó que se le abrieran mientras enterraba los dedos en el pelo de Mia para delinear su cuero cabelludo y finalmente acariciar sus mejillas. Recorrió toda la superficie de sus labios con un dedo y seguidamente lo introdujo en su boca para que su lengua lo humedeciera.

Los otros hombres contemplaban la escena con gran atención. Los ojos los tenían fijos en Mia mientras esperaban con la lujuria claramente dibujada en sus rostros.

Gabe liberó su miembro y le dio un pequeño golpe con él en la frente para que esta inclinara la cabeza hacia atrás y estuviera en un buen ángulo.

—Abre —le ordenó.

Mia estaba nerviosa perdida, pero la excitación también se hacía eco en sus venas. Estaba excitada por el hecho de que iba a follarle la boca ahí mismo delante de todos esos extraños. Estaba experimentando tantas emociones opuestas que le era difícil saber exactamente qué pensaba o cómo se sentía ante la situación.

Pero ella confiaba en Gabe, y eso ya era más que suficiente para calmarla y hacer que se dejara llevar por sus manos y sus cuidados.

Mia separó los labios y él se deslizó bien dentro de su boca hasta que la punta de su verga estuviera tocando el fondo de su garganta. Las mejillas se le ahuecaron, pero luego se le ahondaron hacia fuera cuando él se retiró de su interior y seguidamente volvió a introducirse.

Fue sorprendentemente dulce con ella dado el estado de ánimo tan intenso en el que se encontraba. Mia había esperado que se comportara de una manera mucho más brusca, más exigente. Pero le rodeó el rostro con las manos y le acarició las mejillas con los dedos pulgares mientras la embestía con movimientos lentos y pausados.

—Preciosa —murmuró.

—Sí que lo es —dijo uno de los hombres que se encontraba detrás de Gabe.

Su voz la asustó y la sacó de su ensimismamiento. Había sido capaz de olvidar la presencia de esos tipos porque estaba plenamente consumida por Gabe. Solo Gabe. Ahora volvía a ser enteramente consciente de que estaban ahí, observándola, deseándola… Todos queriendo ser Gabe mientras Mia le daba placer.

—Céntrate solo en mí —le susurró Gabe mientras volvía a enterrarse en su garganta, llenándole toda la boca con su larga rigidez.

Era una orden bastante fácil de seguir. Mia cerró los ojos y se perdió en Gabe y en su dominación.

Este comenzó a moverse más rápido y con más fuerza. Se introducía en ella y permanecía inmóvil en su interior por unos momentos. Luego la soltaba y le pasaba las manos por el rostro mientras esperaba a que volviera a coger aire.

—Joder, me la está poniendo dura —dijo Tyson en voz baja.

—Yo también quiero que me la chupe —dijo Charles con una voz forzada llena de lujuria y envidia.

Las manos de Gabe se endurecieron contra el rostro de Mia. Este volvió a embestirla y luego comenzó a moverse a mucha más velocidad y con más dureza. Se corrió dentro de su garganta, en su lengua, y, luego, cuando se retiró, también sobre sus labios. Y a continuación volvió a introducírsela.

Merde —murmuró el francés.

Los sonidos húmedos que la garganta de Mia hacía al succionar el miembro de Gabe aumentaron de volumen en toda la habitación. Sonaban eróticos y estridentes en contraste con el silencio que reinaba en el ambiente.

—Trágatelo —le ordenó Gabe—. Déjame limpio, Mia.

Este siguió moviéndose en su interior y le dio tiempo para que obedeciera sus deseos. Mia tragó y lo lamió hasta que finalmente se retiró. La verga le brillaba por la humedad de su boca.

Gabe llevó las manos hasta los nudos de sus muñecas y aflojó la aterciopelada cuerda que tenía alrededor de manos y tobillos. Los brazos y las piernas de Mia gritaron en protesta cuando este la levantó hasta ponerla de pie. Gabe se quedó ahí abrazándola durante un buen rato y dejó que recobrara sus fuerzas. Entonces la cogió en brazos y la llevó hasta la larga mesa pequeña que había frente a los sofás.

La tumbó y le separó las piernas. Luego le puso los brazos por encima de la cabeza y deslizó la cuerda alrededor de cada muñeca antes de atarla a las patas de la mesa que tenía Mia bajo la cabeza.

Cuando se volvió a enderezar, su mirada se dirigió directamente al hombre que se encontraba más cerca de ella.

—Puedes tocarla. Puedes darle placer. Pero no le hagas daño bajo ningún concepto. No la asustes. Todo esto es por y para ella. La polla te la dejas dentro de los pantalones y no la penetres, de ninguna forma. ¿Está claro?

—Como el agua —contestó Charles a la vez que se ponía en pie.