Capítulo
27

Mia se sentó con las piernas cruzadas en la cama de Gabe y devoró la pizza que este había pedido a domicilio. Estaba tan buena… justo como a ella le gustaba. Con extra de queso, salsa de tomate ligeramente picante y masa de pan gruesa.

Él la observó con divertimento mientras se chupaba los dedos para limpiárselos antes de volver a hundirse en las almohadas dando un suspiro.

—Buenísimo —le dijo—. Me estás mimando, Gabe. No hay otra palabra para describirlo.

Sus ojos brillaron con malicia.

—Yo que tú me esperaría a después para decir lo mucho que te mimo.

El cuerpo de Mia se contrajo al instante y el calor le comenzó a subir por las venas. Por mucho que lo intentara, no podía temer los azotes que él le había prometido que vendrían. Si acaso, lo único que estaba era temblando de deseo.

Mia lo miró a los ojos y entonces se puso más seria.

—Siento mucho lo que pasó anoche. No tenía ni idea de que estabas tan preocupado. Si hubiera mirado el móvil te habría llamado o mandado un mensaje, Gabe. No te habría ignorado.

—Sé que no —dijo con brusquedad—. Pero lo que importa es que quiero que seas consciente de que tienes que tener cuidado. El salir por ahí, tú y tus amigas, solas y emborrachándoos, solo invita a los problemas. Miles de cosas le pueden pasar a un grupo de chicas vulnerables y que van solas.

Que Gabe fuera tan protector con ella le daba una inmensa satisfacción. Tenía que sentir algo por ella mucho más allá de ser simplemente su objeto sexual.

—Si ya has terminado, aún nos queda el asunto de tu castigo —le informó con voz sedosa.

Madre mía. Su mirada se había derretido y se había estremecido de lujuria y deseo. La necesidad se apoderó de su piel, tensándola y haciéndola arder.

Apartó la caja de la pizza y él la cogió y la depositó en la mesita de noche que había junto a la cama.

—Desnúdate —le dijo bruscamente—. No quiero que tengas nada puesto. Cuando termines, ponte a cuatro patas con el culo en el borde de la cama.

Ella se levantó con las rodillas temblorosas y rápidamente se quitó la camiseta, que era de Gabe, y se quedó desnuda ante su atenta mirada. Se giró para darle la espalda y encarar la cama y luego hincó las rodillas en el colchón y se movió para colocarse en el borde. Apoyó las manos por delante y cerró los ojos al mismo tiempo que respiraba hondo y esperaba su próxima orden.

Se escucharon pasos en la habitación. El sonido de un cajón que se abría. Más pasos y luego artículos que él había dejado en la mesita auxiliar.

Gabe pegó los labios sobre uno de sus cachetes y pasó los dientes por toda la extensión de su piel, provocándole un estremecimiento que le envió escalofríos a través de las piernas.

—No hagas ni un ruido —le indicó con una voz llena de deseo—. Ni una palabra. Vas a recibir tu castigo en silencio. Y después, voy a follarme ese culito tan dulce que tienes.

Los codos de Mia cedieron y casi perdió el equilibrio. Se volvió a colocar de nuevo y se apoyó en los codos una vez más.

La fusta se deslizó por su trasero produciendo el mínimo ruido y haciendo gala de su engañosa suavidad. Se alejó de su piel y luego Mia sintió el fuego recorrer sus glúteos cuando le dio el primer azote.

Hundió los dientes en el labio inferior para asegurarse de que ningún ruido se escapaba de su garganta. No se había preparado. Había estado demasiado centrada en su deseo. Esta vez se mentalizó y se preparó para recibir el siguiente golpe.

Gabe nunca le daba en el mismo sitio dos veces, ni tampoco prolongó el castigo para impresionarla. Él simplemente azotaba su trasero con una serie de latigazos que variaban en fuerza e intensidad. No había ninguna forma de saber qué esperar a continuación porque cambiaba el ritmo cada vez.

Perdió la cuenta cuando iba por diecisiete. Todo su cuerpo se retorcía de necesidad. El dolor inicial había remitido y, en su lugar, una ardiente palpitación se había instalado en su piel. Perdió toda noción de las cosas que la rodeaban, como si flotara en un plano completamente diferente donde la fina línea entre el placer y el dolor no se distinguía.

De lo siguiente que Mia se percató fue del cálido lubricante que le estaba aplicando en el ano y luego sus manos masajeándole los cachetes.

—Tu culo es precioso —murmuró Gabe con una voz tan sedosa y suave como el mejor chocolate—. Mis marcas están ahí. Las llevas porque me perteneces. Y ahora voy a follarme ese culito tan dulce que tienes porque me pertenece y aún no he reclamado lo que es mío.

Mia tragó saliva y bajó la cabeza al mismo tiempo que cerraba los ojos y Gabe le agarraba las caderas. Luego las deslizó por encima de su trasero y le abrió los cachetes. La punta redonda de su miembro presionó contra ella y, entonces, moviéndose con más fuerza, la abrió para poder penetrarla por primera vez.

Fue a un ritmo extremadamente lento, y fue paciente. Mucho más paciente de lo que ella era. Mia lo quería ya en su interior. La espera la estaba matando.

—Relájate, nena —la tranquilizó—. Estás muy tensa. No quiero hacerte daño. Déjame hundirme en tu interior.

Ella hizo tal y como él le indicó, pero era difícil cuando cada nervio de su cuerpo estaba inquieto y gritándole. De forma instintiva, ella se movió contra él, pero Gabe le puso las manos en el trasero y retuvo su movimiento.

—Sé paciente, Mia. No quiero ir demasiado rápido y hacerte daño.

Él se salió de su interior y volvió a introducirse en ella con embestidas poco profundas. Mia sentía los nudillos de Gabe rozándole la piel mientras se agarraba el tallo de su erección y la guiaba hasta su interior. Había ganado mucha más profundidad que antes.

El ardor era abrumador. Ni siquiera habiéndola dilatado todos los días con los plugs que le había obligado a llevar podía estar preparada para albergar en su interior toda su extensión. Era ancho y estaba duro como una roca. Era como estar empalada por una barra de acero.

—Ya casi estamos —le susurró—. Solo un poco más, Mia. Sé buena chica y acógeme entero.

Mia obligó a cada músculo de su cuerpo a relajarse, y, justo cuando lo hizo, él la embistió con más fuerza y sus testículos presionaron contra la entrada de su sexo.

Estaba empalado en ella por completo. Lo había acogido entero.

—Joder, qué bien me haces sentir —le dijo Gabe con una voz forzada—. Tócate, Mia. Baja la cabeza, apoya una de tus mejillas en la cama y usa los dedos mientras te follo el trasero. Esas palabras tan obscenas solo estaban consiguiendo excitarla más.

Ella se inclinó hasta encontrar una posición cómoda y Gabe se acomodó con ella, aún con la verga bien hundida en su ano. Mia deslizó los dedos entre sus labios vaginales y comenzó a estimularse el clítoris presionando lo justo como para llegar a correrse.

Cuando estuvo bien colocada, Gabe se echó hacia atrás y casi salió de su cuerpo antes de volver a introducirse de nuevo en él. Sus movimientos eran lentos y metódicos. Tiernos. Iba sin ninguna prisa y no perdió el control en ningún momento. Bombeó su miembro dentro y fuera del cuerpo de Mia, consiguiendo que los testículos chocaran contra su sexo cada vez que llegaba hasta el fondo de su ser.

—Voy a correrme dentro de ti, Mia. Quiero que te quedes muy quieta y que te sigas masturbando.

Mia estaba tan cerca del orgasmo que tuvo que dejar de tocarse durante un momento o, si no le esperaba, tendría que vérselas con él.

Las embestidas de Gabe aumentaron en velocidad y fuerza, pero no la abrumó ni tampoco fue brusco. Un momento después explotó dentro de ella y sintió el primer chorro caliente de semen correr por su interior. Luego, Gabe se retiró y eyaculó encima de su piel, de su abertura y también en su interior. Siguió corriéndose hasta que su leche hubo comenzado a chorrear por su ano hasta deslizarse por el interior de uno de sus muslos.

Entonces volvió a introducirse en su interior, hasta el fondo, aún duro como una roca, e hizo que su semen llegara más adentro de su cuerpo. Durante unos largos momentos, Gabe siguió bombeando dentro y fuera de su ano aunque ya se hubiera corrido.

Mia perdió la batalla en lo que a controlar su propio orgasmo se refería. En el mismo momento en que puso los dedos sobre su clítoris, los espasmos comenzaron, imparables e intensos. El orgasmo la sacudió y la consumió como un tsunami. Las rodillas le fallaron y se quedó tumbada boca abajo, totalmente horizontal en la cama. Gabe se retiró de su cuerpo momentáneamente, pero luego se elevó más hacia arriba y volvió a hundirse en su interior.

La tapó con su cuerpo. Se quedó tumbado encima de su espalda con el pene aún rígido y duro dentro de su culo. Le mordisqueó el hombro y luego le trazó un camino de besos hasta llegar al cuello.

—¿Habías hecho esto alguna vez antes? —le murmuró Gabe al oído.

—Tú eres el primero —contestó con poco más que un susurro.

—Bien.

La voz sonó llena de una satisfacción intensa. De triunfo.

Gabe se quedó tumbado ahí por unos cuantos minutos bastante largos, poco a poco calmándola, paliando la tensión y la sensación de tirantez. Y seguidamente se retiró de su ano, se levantó y retrocedió.

Ella se quedó allí tumbada intentando procesar lo que acababa de pasar. Sus pensamientos eran difusos. Aún se sentía eufórica tras experimentar ese orgasmo tan alucinante, y, aunque tenía el culo dolorido debido a los azotes y a su concienzuda posesión, nunca se había sentido más satisfecha y saciada en toda su vida.

Gabe volvió para limpiarla con una toalla caliente. Luego regresó al cuarto de baño y ella pudo escuchar cómo el agua comenzaba a correr en la ducha. Un momento más tarde, volvió y la cogió suavemente en brazos para sacarla de la cama.

La llevó hasta el baño y la depositó en el suelo justo enfrente de la bañera. Entonces Gabe se acomodó dentro y a continuación la ayudó a ella. Mia suspiró cuando el agua caliente comenzó a caer por su piel. Joder, qué experiencia más perversa tener a Gabe encargándose y ocupándose de ella para todo.

Lavó cada centímetro de su cuerpo, y le dedicó más atención al trasero donde la rojez aún permanecía en los cachetes. Para cuando acabó con su cuerpo, Mia estaba sin aliento y llena de deseo otra vez.

Tras enjuagar todo el jabón de su piel, se lavó él y luego cerró el agua. Salió él primero de la ducha y extendió una toalla para que Mia se arropara en ella. Entonces la rodeó y la abrazó contra su pecho.

—Dios, me mimas mucho —dijo ella en voz baja.

La joven alzó la cabeza justo a tiempo para ver que una sonrisa curvaba sus labios. El hombre era absolutamente pecaminoso.

Acabó de secarle el cuerpo y entonces le permitió que se enrollara la toalla alrededor del pelo.

—No te molestes en vestirte —le informó mientras volvía a entrar en el dormitorio.

Mia sonrió ante la promesa que denotaba su voz. No, ya se imaginaba que no iba a necesitar llevar nada puesto durante un buen rato. Solo era sábado por la noche y no tenían que ir a ningún sitio hasta el lunes por la mañana.