Capítulo
26

Cuando Mia abrió los ojos, se sintió como si alguien los hubiera atravesado con un picahielos. Gimió y le dio la espalda a la fuente de luz que entraba a través de la ventana, pero solo consiguió ver a Gabe en la puerta de su habitación.

Llevaba enfundados unos vaqueros y una camiseta, y tenía las manos metidas en los bolsillos mientras le escrutaba todo el cuerpo con la mirada. Mia no sabía si era el hecho de que pocas veces veía a Gabe vestido con vaqueros lo que la hizo reaccionar a esa imagen tan sugerente, o que simplemente le quedaban tan estupendamente bien.

—Te encuentras fatal, ¿verdad?

Mia no pretendió malinterpretar lo que le había dicho y asintió con la cabeza, movimiento que hizo que esta le doliera más todavía. Él se adentró en la habitación y se acercó a la cama hasta sentarse en el borde junto a ella.

—El coche nos está esperando fuera. Vístete para que nos podamos ir. Ella frunció el ceño.

—¿Adónde vamos? —no quería moverse. Quería otras seis horas de sueño. Quizás entonces podría despertarse sin que la cabeza le doliera tanto.

—A mi apartamento —contestó secamente—. Tienes cinco minutos, y no me hagas esperar.

Sus labios se contrajeron en una mueca cuando él se alejó y desapareció por la puerta. Si solo le iba a dar cinco minutos, que no esperara que fuera a tener buen aspecto. Necesitaba una ducha de agua caliente y tiempo para serenarse.

Dios, si ni siquiera sabía por qué se había molestado tanto la noche anterior. Y lo que es más, ni siquiera se acordaba de haberse metido en la cama. Lo único que podía recordar era que se había lavado los dientes, y luego al despertarse.

Gabe había pasado la noche en su apartamento, ¿pero había dormido?

Se obligó a sí misma a salir de la cama, y gimió mientras caminaba de forma fatigada hasta el armario. Sacó una camiseta y unos vaqueros, sin siquiera esforzarse por ponerse sujetador o bragas. No es que a Gabe le gustara que llevara bragas, de todas formas.

Sí que preparó una bolsa rápidamente con unas pocas mudas de ropa y con cosas a las que había renunciado en esos momentos —las bragas y el sujetador— y luego se dirigió al cuarto de baño para echar también sus artículos de aseo.

Cuando entró en el salón vio que Gabe se encontraba mirando por la ventana, pero se giró cuando la escuchó.

—¿Estás lista?

Ella se encogió de hombros. No lo estaba, pero en fin.

Él la atrajo hasta su costado y luego le puso la mano en la espalda mientras salían del apartamento. Unos pocos minutos más tarde, la metió en el coche que los estaba esperando y se sentó a su lado. Justo cuando el vehículo comenzó a moverse, él le hizo señas para que se acercara.

Le pasó el brazo por los hombros y ella suspiró cuando su calidez se adueñó de su cuerpo. Se acurrucó y descansó la cabeza sobre su pecho y luego cerró los ojos. Había esperado que le echara la bronca, o que la regañara por lo que fuera que lo hubiera cabreado. Pero, sin embargo, se quedó sorprendentemente callado, como si supiera lo mucho que le dolía la cabeza.

Gabe le rozó el cabello con los labios y le dio un beso en el pelo mientras le acariciaba algunos mechones con una mano.

—Cuando lleguemos a mi apartamento, tengo algo que puedes tomarte para el dolor de cabeza —murmuró—. Tienes que comer algo también. Te prepararé un desayuno suave para el estómago.

Una felicidad comenzó a apoderarse de su vientre y subió hasta su pecho. Era tan fácil perderse en la fantasía de estar con Gabe porque él era el que lo hacía así. La cuidaba a más no poder. Velaba para que todas sus necesidades estuvieran satisfechas. ¿Era mandón? Sí, con mayúsculas. Pero no era egoísta. Cogía lo que quería y era inflexible con sus órdenes, pero le devolvía mucho. No material, pero sí emocionalmente, aunque él negara hacer tal cosa.

Se había quedado casi dormida cuando pararon frente al edificio de Gabe. Este salió, y, para sorpresa de Mia, la cogió y la levantó en brazos para llevarla hasta el portal y luego hasta el ascensor.

Mia escondió la cabeza bajo su barbilla y disfrutó de lo bien que Gabe la tenía agarrada. Entraron en el ascensor y le hizo meter la llave en la ranura para subir al ático con el cuerpo bien acurrucado entre sus brazos.

En el salón, Gabe la dejó en el sofá y luego se fue a por las almohadas y mantas que tenía en la cama. La arropó y seguidamente se marchó un momento a la cocina; unos minutos más tarde, volvió con un vaso de leche y una pastilla en las manos. Mia frunció el ceño cuando lo vio y le lanzó una mirada interrogante.

—Ayudará con el dolor de cabeza —le dijo—. Pero bebe algo de leche primero. Te dejará grogui y mucho peor si no tienes nada en el estómago.

—¿Qué es? —preguntó ella con cierto recelo.

—Tómatela, Mia. No te daría nada que te hiciera daño. Y como sé que no te van a hacer ningún análisis de drogas aleatorio en la oficina, no tienes ningún problema con tomártela.

Mia sonrió tanto como su dolor de cabeza le permitió y se tomó la pastilla. Se bebió medio vaso de leche antes de tragársela y luego se bebió el resto. Seguidamente le devolvió el vaso a Gabe.

—Ponte cómoda. Prepararé algo y nos lo comeremos aquí —le informó.

Feliz de que la tratara como a una reina, Mia cogió la manta, se la subió hasta la barbilla y luego depositó la cabeza en el nido de almohadas que Gabe le había preparado. Si este iba a ser el trato que iba a tener cada vez que lo hiciera enfadar, ya se aseguraría de hacerlo más a menudo. Aunque tampoco era que supiera por qué se había cabreado.

Empezó a sentir los efectos de la medicación que le había dado justo cuando Gabe volvió con la bandeja del desayuno. El dolor había remitido, y en su lugar una excitante euforia le recorría las venas.

—¿Ya te sientes mejor? —le preguntó en voz baja mientras se sentaba a su lado.

—Sí. Gracias. Eres muy bueno conmigo, Gabe.

Sus miradas conectaron y quedaron mirándose el uno al otro durante un buen rato. Luego Gabe apretó los labios en una fina línea.

—No vas a decir lo mismo cuando te dé tu merecido por esa escenita que montaste anoche.

Ella suspiró.

—¿Qué he hecho? No es que me acuerde de mucho, pero cuando volví al apartamento estabas ahí, y estabas enfadado. ¿Por qué?

Él sacudió la cabeza.

—No puedo creer que tengas que preguntarlo —cuando ella intentó hablar de nuevo, él levantó una mano—. Come, Mia. Discutiremos el asunto cuando te lo hayas terminado y te sientas mejor.

Gabe le tendió un plato con una tostada de pan y queso para untar y un pequeño cuenco con trozos de fruta.

Ella se quedó mirándolo con vacilación, no muy segura de si su estómago podría digerir algo a estas alturas. Decidió que el pan seco era más atractivo que la jugosa fruta y le dio un bocado vacilante.

En el mismo momento en que le dio el primer mordisco, su estómago gruñó y volvió a la vida. No había comido nada la noche anterior, y luego se había metido todo ese alcohol en el cuerpo con el estómago vacío. Era normal que se hubiera sentido tan mal.

—Estoy hambrienta —murmuró.

Él suspiró con impaciencia.

—¿Comiste algo antes de beberte todo ese alcohol?

Mia sacudió la cabeza negativamente y se preparó para su reacción.

—Maldita sea, Mia.

Gabe pareció querer decir más, pero se calló, cerró la boca y se centró en su propio desayuno. Mia tenía que admirir que se estaba tomando todo el tiempo que podía al comer aunque quería zampárselo todo de un solo bocado. Cuanto más tardara en comer, más tiempo pasaría antes de que Gabe le cantara las cuarenta.

—Es mejor que vayas terminando —dijo Gabe—. Estás retrasando lo inevitable, Mia.

Refunfuñó por lo bajo y luego se echó hacia delante para depositar el plato en la pequeña mesa que había frente al sofá.

—No entiendo por qué estás tan enfadado. Sí, me he emborrachado. Estoy segura de que tú has hecho lo mismo una vez o dos.

Él dejó su propio plato en la mesa y luego se sentó con el cuerpo echado hacia delante para poder mirarla directamente a la cara.

—¿Esa es la razón por la que crees que estoy enfadado?

Mia se encogió de hombros.

—O eso, o porque fui a un club con mis amigas. De una forma u otra, tu reacción me parece extrema.

—Extrema —Gabe inspiró hondo; la sangre le hervía por las venas. Se pasó una mano por el pelo y luego sacudió la cabeza—. No tienes ni idea, ¿verdad?

—Ilumíname porque estoy perdida.

—Yo sabía que ibas a salir, Mia. Por qué no me dijiste la verdad desde un principio no lo sé. ¿Pensabas que no te dejaría ir? Yo sé que tienes amigos.

—¿Es eso por lo que estás enfadado? No sé por qué no te dije exactamente lo que íbamos a hacer, Gabe. Quizá me preocupaba que no quisieras que fuera.

—Joder, no, no es por eso por lo que estoy furioso —soltó con mordacidad—. Recibí una llamada de mi chófer porque no lo habías llamado para que te recogiera. No sabía nada. No estabas en el apartamento, así que pensé que tenías que haber cogido un taxi. Tú y tus amigas, solas, en un club. Sin protección. Te metiste en un taxi con Dios sabe quién y luego volviste a casa, borracha y sola. En un maldito taxi y a las dos de la mañana.

Ella pestañeó completamente sorprendida. Eso no era, para nada, lo que pensaba que iba a decir.

—Esto no va de que te controle o de que necesites mi permiso para salir, Mia. Va de que tienes que tener cuidado. De que me preocupé por ti porque no tenía ni idea de dónde estabas, ni siquiera si estabas bien. No respondías a mis llamadas ni a mis mensajes, así que no podía siquiera enviar al chófer hasta donde estabas para que te esperara. Joder, como no me respondías las llamadas ni los mensajes, ¡ya te estaba imaginando por ahí muerta en algún contenedor!

La culpabilidad cayó sobre ella. Mierda, tenía razón. Había estado preocupado —muy preocupado por ella— y ella había estado por ahí, bebiendo y pasándoselo bien mientras él pensaba que le había pasado algo… o que estaba muerta.

—Vaya, lo siento —le dijo con suavidad—. No lo pensé. Es que ni siquiera se me ocurrió.

Él frunció el ceño.

—Y volviste a casa tú sola. ¿Qué hubiera pasado si yo no hubiera llegado a estar allí, Mia? ¿Habrías llegado a tu apartamento, o te habrías caído y quedado dormida en la acera?

—Caroline se fue a casa de otra persona —contestó en voz baja—. Él me pidió el taxi.

—Bueno, al menos hizo algo —dijo Gabe con disgusto—. Me tendrías que haber llamado, Mia. Te hubiera recogido fuera la hora que fuera.

El cariño inundó su corazón. Había verdadera preocupación reflejada en sus ojos junto con ira y frustración. Había estado preocupado por ella.

Mia se inclinó hacia delante y le cogió el rostro con las manos. Y entonces, lo besó.

—Lo siento —le dijo otra vez—. Fue algo inconsciente por mi parte.

Gabe deslizó las manos por su cuello y luego las hundió en su pelo para sujetarla a apenas unos centímetros de su boca.

—No dejes que vuelva a ocurrir otra vez. Te asigné un chófer por una razón, Mia. No significa que solo te vaya a llevar y traer del trabajo cuando no estés conmigo. Si necesitas ir a algún sitio, a donde sea, lo llamas. ¿Me entiendes? Si alguna vez te encuentras en una situación como esa de nuevo, me llamas. No me importa una mierda la hora que sea. Me llamas. Si no puedes contactar conmigo, entonces por tu bien llama a tu hermano, o a Ash. ¿Me estás escuchando?

Ella asintió.

—Ambos necesitamos descansar —siguió diciendo mientras le acariciaba el rostro con las manos—. No dormiste bien y yo ni siquiera eso. Ahora mismo lo que quiero es llevarte a la cama y abrazarte mientras descansamos. Cuando te sientas mejor, te voy a dejar ese culo tan bonito que tienes rojo como un tomate por haberme preocupado tanto.