Capítulo
23

Mia se despertó a la mañana siguiente con las piernas firmemente abiertas y con un cuerpo duro aplastándola contra el colchón. A continuación, sintió como una verga se hundía profundamente en su interior. Ella jadeó y terminó de despertarse por completo. Entonces se encontró con los ojos de Gabe mirándola intensamente.

—Buenos días —dijo el amante justo cuando su boca se apoderaba de la suya.

Mia no podía formar siquiera una respuesta coherente. Estaba ardiendo, completamente excitada y poniéndose más a cien con cada embestida.

Gabe le sujetó las caderas con firmeza, pegándola contra la cama para que estuviera bien sujeta y fuera incapaz de moverse. Lo único que podía hacer era quedarse ahí tumbada y recibir lo que le estaba dando.

Fue rápido. No se entretuvo con jueguecitos. Gabe la poseyó con fuerza y rapidez, pegando sus propias caderas contra las de ella en cada movimiento. Le acarició el cuello con la nariz y luego le mordió el lóbulo de una de sus orejas. Un escalofrío le recorrió toda la piel y ella gimió, estando ya muy cerca de su propio orgasmo.

—Mírame a los ojos, nena. Y córrete.

La orden gutural no hizo más que avivar su excitación hasta llegar a ser un infierno con todas las de la ley. Ella lo miró fijamente a los ojos, el cuerpo lo tenía tenso y cada músculo contraído.

—Di mi nombre —le susurró.

—¡Gabe!

Con los ojos fijos en los de ella, y su nombre saliendo de los labios de Mia, Gabe bajó el cuerpo para pegarlo al de ella y se hundió en su interior a la vez que explotaba y se derramaba entero en su interior.

Durante un rato largo, Gabe la cubrió con su cuerpo; Mia lo sentía jadeante, cálido y reconfortante contra su piel. Entonces, finalmente se apoyó en los antebrazos y la besó en la nariz con los ojos llenos de cariño mientras la miraba a los suyos.

—Así es como me gusta empezar el día —murmuró Gabe.

A continuación, se apartó de ella, rodó hacia un lado de la cama, le dio un golpecito con la mano en la cadera y dijo:

—Ve a la ducha, cariño. Tenemos que ir a trabajar.

Maldito aguafiestas.

Tan loco como había sido el día anterior, Mia estaba casi asustada de saber lo que el día de hoy les depararía. A pesar del erótico encuentro sexual de esa mañana, en cuanto llegaron a la oficina, Gabe le insertó de nuevo el dildo.

¡Nunca se imaginó que esas malditas cosas vinieran con tantos tamaños! Pero no podría haber muchos más porque el que había usado ese día era enorme. Mia sentía que andaba como un pato, lo que solo consiguió cohibirla más a la hora de dejar que alguien la viera caminar, así que se pasó la mayor parte del día encerrada en el despacho de Gabe, sufriendo mientras se quedaba sentada e inquieta en la silla.

Y Gabe más ocupado no podía estar. Tres conferencias de negocios. Dos reuniones, más otras tantas llamadas que tenía que devolver. Así que tampoco hubo sexo pasional y loco en la oficina para aliviar la quemazón.

Había vuelto a malhumorarse, por muy ridícula que eso la hiciera sentirse.

Cuando llegó la hora de irse, Mia sintió un profundo alivio. Quería que le quitaran esa cosa del culo, y quería salir de la oficina de una maldita vez. Se estaba volviendo loca, aunque al menos tenía esa cena con Jace y Ash a la que tenía muchas ganas de ir.

Mia se fue en coche con Gabe porque este insistió; le dijo al chófer que la dejara a ella primero en su apartamento antes de ir al suyo. Ambos se quedaron en silencio durante todo el camino, pero él le sujetó la mano todo el tiempo. Casi como si necesitara mantener el contacto con ella. Y era verdad, apenas se habían visto en todo el día. El único tiempo a solas que habían compartido fue cuando le había insertado el juguetito por la mañana y cuando se lo quitó, por la tarde.

El dedo pulgar de Gabe se movía arriba y abajo por la palma de su mano, acariciándola una y otra vez mientras miraba por la ventana. Mia no estaba segura de que Gabe fuera tan consciente de ella o de su presencia, pero fue a mover la mano una vez, y él se la cogió y entrelazó los dedos con los suyos.

Quizás él la había echado de menos tanto como ella lo había echado de menos a él. Era un pensamiento estúpido, pero no significaba que no se le pasara más de una vez por la cabeza.

Mientras se iban acercando al apartamento, Mia se dio cuenta de que no había hecho planes para después de la cena con Jace. No tenía ni idea de lo que Gabe esperaba. ¿Quería que volviera a su apartamento? ¿O simplemente tenía que ir a trabajar al día siguiente por su cuenta?

El coche se paró enfrente del edificio, Mia se movió para salir, pero Gabe la detuvo.

—Pásatelo bien esta noche, Mia —le dijo con suavidad.

Ella sonrió.

—Lo haré.

—Te veré en el trabajo por la mañana. El chófer estará aquí a las ocho para recogerte.

Bueno, eso respondía a su pregunta. Evidentemente ya la había despachado para toda la noche. Pero aun así, mientras salía, Gabe no parecía estar feliz de que fuera a pasar la noche alejada de él.

—Te veo mañana —murmuró Mia.

Cerró la puerta y observó cómo el coche se alejaba mientras se preguntaba en qué estaría pensando Gabe. Con un suspiro, caminó hasta su edificio y subió a su apartamento. Solo tenía una hora para cambiarse y prepararse antes de que Jace estuviera ahí.

Cuando entró por la puerta y llegó al salón, Caroline asomó la cabeza desde su cuarto con los ojos como platos de la sorpresa.

—¡Estás en casa! Me estaba empezando a preguntar si te habías mudado a vivir con Gabe.

Mia sonrió.

—Hola a ti también.

Caroline se acercó hasta ella y la estrechó en un abrazo.

—Te he echado de menos, nena. Todas te hemos echado de menos. ¿Quieres pedir algo esta noche para cenar y vemos unas películas?

Mia hizo una mueca de arrepentimiento.

—Lo siento, no puedo. Jace va a venir; de hecho, esa es la razón por la que no me voy a casa con Gabe. Jace y Ash me van a llevar a cenar esta noche para ponernos al día, porque Jace ha estado fuera de la ciudad. Seguro que también me dará la charla sobre Gabe, ya que sabe que estoy trabajando para él.

El rostro de Caroline se apagó.

—Mierda. Es un asco esto de no verte ya apenas. Estoy preocupada por ti y espero que la situación no te supere. Aunque no parece que pases mucho tiempo sin él.

La incomodidad se apoderó de Mia mientras le devolvía la mirada a su amiga. Era verdad que no había visto a Caroline o a las chicas desde el comienzo de su relación con Gabe. No es que hubiese sido mucho tiempo atrás, pero estaban acostumbradas a salir siempre en grupo.

—Quedemos para salir. El viernes por la noche —le dijo Caroline con firmeza—. Llamaré a las chicas y saldremos a divertirnos.

—No sé —se excusó Mia. No tenía ni idea de cuáles eran los planes que Gabe tenía para ella esa noche. La mirada de Caroline se intensificó.

—Dime que no estás pensando en pedirle permiso para salir con tus amigas. Él no es tu dueño, Mia.

Mia no pudo terminar de disimular la culpabilidad que se había reflejado en su rostro. Gabe sí que se había convertido en su dueño. De hecho, tenía derechos contractuales sobre su cuerpo, su tiempo y su todo. Aunque no era que quisiera compartir ese pequeño detalle con Caroline. Sus amigas nunca lo entenderían.

Mia suspiró; sabía que lo mejor que podía hacer era salir y pasar la noche con ellas. No quería cerrarse a sus amigas porque, cuando Gabe ya no la necesitara, ella sí que las necesitaría a ellas. Iban a ser las que estarían a su lado tanto en lo bueno como en lo malo, y, si no las cuidaba, luego podría no haber nadie ahí para apoyarla.

Simplemente le tendría que decir a Gabe que tenía planes para el viernes por la noche, y esperaba por lo que más quisiera que fuera razonable con ello.

—De acuerdo. Nos vemos el viernes por la noche —cedió al fin.

El rostro de Caroline se iluminó y dio vueltas de alegría alrededor de Mia.

—¡Vamos a pasárnoslo genial! Te he echado de menos, Mia. Nada es lo mismo sin ti.

Mia sintió otra ola de culpabilidad. Había sido idea suya que Caroline se instalara en el apartamento. Además del hecho de que Caroline necesitaba un lugar en el que quedarse, Mia quería compañía. Y ahora estaba pasando muy poco tiempo en su propio apartamento o con Caroline.

—Voy a llamar a las chicas para que no hagan otros planes. ¿Te veré después de la cena de esta noche?

Mia asintió.

—Sí. Voy a pasar la noche aquí.

—Genial. ¿Sabes qué? No comas postre. Haré dulce de azúcar y cogeré una película. Y así nos tiramos en el sofá cuando vuelvas.

Mia sonrió.

—¡Perfecto!

Caroline le hizo un gesto con la mano para que se diera prisa.

—De acuerdo, ve a prepararte. Ya te dejo en paz.

Mia se fue a su habitación y sacó del armario sus vaqueros favoritos. Tenían agujeros en las perneras, bolsillos con lentejuelas y eran de talle bajo. Era su prenda más cómoda, y se lo había currado para asegurarse de que todavía le quedaran bien después de tres años con ellos. No había incentivo mejor para mantenerse en forma que querer que aún le quedaran perfectos los vaqueros, ¿verdad?

Sacó un top corto y una camiseta que dejaba el hombro al descubierto y se fue al cuarto de baño para arreglarse el pelo y maquillarse un poco.

Estaba ansiosa por que llegara la noche con Jace y Ash. La hacían sentirse cómoda, y su relación con ellos era fácil. Era como tener dos hermanos mayores en vez de uno. Aunque Ash no parara de flirtear, era completamente inofensivo… al menos con ella. Con otras, era letal, pero Mia tenía muy claro que para ella era como otro miembro más de la familia. Sin embargo, Gabe ya era otro cantar…

Cuanto más pensaba en ello, más ansiosa se encontraba de que también llegara la noche con las chicas. Caroline había tenido razón cuando le había dicho que no había estado con ellas desde que había aceptado el trabajo con Gabe. Gabe era…, bueno, era una obsesión que la consumía por completo. Y también estaba el hecho de que había firmado un contrato en el que le cedía todo su tiempo para que hiciera con él lo que quisiera.

Si las chicas conocieran ese detalle tan particular, la estarían internando ahora mismo en un manicomio.

Se aplicó otra capa de rímel y se retocó el pintalabios —de un color rosa brillante que le iba con las uñas de los dedos de los pies—, luego se recogió el pelo en un moño informal y se lo fijó con unas horquillas para que no se le cayera.

Cuando volvió al salón, el intenso olor a chocolate llenaba todo el ambiente.

—Oh, Dios, Caro. Eso huele divinamente —gimió Mia. Caroline alzó la mirada desde la cocina y le sonrió.

—Estoy incluso privándome de comer avellanas, solo por ti.

—Eres demasiado buena conmigo.

Mia se sentó en uno de los taburetes que había frente a la isla donde Caroline estaba cocinando y apoyó los brazos en la encimera.

—¿Y cómo te va en el trabajo?

Caroline dejó de remover por un momento y luego volvió a subir la temperatura antes de dejar la cuchara a un lado. Arrugó la nariz e hizo una mueca.

—El jefe sigue siendo un gilipollas. Pasa más tiempo intentando meterme en su cama que trabajando. En cuanto tenga suficiente dinero ahorrado, voy a empezar a buscar otro trabajo.

Caroline respiró hondo y le echó una mirada a Mia.

—He conocido a un tipo…

Mia se echó hacia delante.

—Oh, cuenta. ¿Es alguien del que deba saber?

—Bueno, quizá. No estoy segura todavía. Solo estamos hablando, mandándonos mensajes por el móvil. Dios, me siento como si estuviera en el instituto o algo así. Y estoy paranoica. Ya sabes, por lo de Ted.

Mia suspiró. La última relación de Caroline había sido un desastre. Había conocido a Ted, se había enamorado —y le deseaba perdidamente— de él al instante para averiguar, después de seis meses de encuentros a horas extrañas y de citas, que estaba casado y tenía dos hijos. Todo lo ocurrido le había hecho preguntarse qué narices pasaba con ella.

—¿Piensas que está casado o algo así? —le preguntó Mia.

Los labios de Caroline formaron una fina línea.

—No sé. Algo hay. O a lo mejor soy yo que estoy jodida tras lo que pasó con Ted. Una parte de mí quiere salir corriendo antes de que pase nada, pero otra parte se pregunta si estoy siendo estúpida y si debería darle una oportunidad.

Mia frunció los labios y miró a Caroline, pensativa.

—¿Sabes? Jace siempre ha investigado a todos los hombres con los que he salido alguna vez. Puedo decirle que le eche un ojo a tu chico. No hará daño tener cierta información antes de que te decidas.

Caroline la miró con incredulidad.

—¿En serio?

Mia se rio.

—Desgraciadamente, sí. Si un tío muestra interés en mí, lo investiga hasta el fondo.

—Guau. Qué fuerte. No estoy segura de cómo me sentiría sobre el chequeo a Brandon —ella sacudió la mano durante un momento con clara indecisión escrita en el rostro—. Pero si está casado o liado con otra, no quiero involucrarme, ¿sabes?

—Dame algunos detalles —dijo Mia—. Hablaré con Jace esta noche sobre eso. No hay nada de malo en investigar un poco. No es como si estuviéramos suplantándole la identidad, aunque estoy segura de que Jace hasta podría conseguirlo.

—Es segurata en el club al que iremos el viernes por la noche. Ya sabes, nuestro pase gratis. Su apellido es Sullivan.

—De acuerdo, veré lo que puedo hacer —dijo Mia. Alargó la mano para darle un apretón a Caroline—. Todo irá bien.

Caroline soltó una larga exhalación.

—Eso espero. No quiero quedar como una tonta otra vez.

—No fuiste tonta por amar a una persona, Caro. Él era el tonto, no tú. Tú te metiste en una relación de buena fe.

—No me gusta ser «la otra» —dijo Caroline, avergonzada mientras volvía a rememorarlo.

La esposa en cuestión se había encarado a Caroline fuera del edificio de apartamentos donde las dos vivían. No había sido algo agradable de ver. A Caroline la pilló por sorpresa y se quedó hecha polvo tanto por la revelación como por el mal trago de tener que enfrentarse a una mujer celosa y furiosa.

El teléfono móvil de Mia sonó con el tono que tenía seleccionado para Jace. Alargó la mano para cogerlo y se lo llevó a la oreja.

—Eh, tú —le dijo como saludo.

—Estamos llegando. ¿Estás lista o quieres que subamos? —le preguntó Jace.

—No hace falta. Ya bajo.

—De acuerdo, nos vemos ahora.

Mia colgó y entonces se bajó del taburete.

—Te veo luego, Caro. ¡Qué ganas de dulce de azúcar!

Caroline se despidió de Mia con un movimiento de mano mientras esta salía del apartamento y se dirigía al ascensor.

Un momento más tarde, salió del portal y vio el coche de Jace esperando en el bordillo. Tenía un elegante BMW negro que aún parecía que estuviera aparcado en el concesionario.

Ash se bajó y la saludó con la mano mientras le dedicaba una enorme sonrisa y le abría la puerta trasera del coche.

—Hola, preciosa —le dijo besándola en la mejilla justo antes de que ella entrara en el vehículo.

—Hola, peque —la saludó Jace una vez estuvo dentro.

Oh, el coche olía a colonia de hombre adinerado.

Ash se volvió a acomodar en su asiento y Jace volvió a mover el coche.

—¿Cómo se portó Gabe contigo después de que te sacara de mi despacho tras el incidente con Lisa? —preguntó Ash—. Mi bocaza no te metió en problemas, ¿verdad?

Mia se esforzó en reprimir el calor que amenazaba con instalársele en las mejillas, pero se esforzó mucho en parecer informal.

—Bien. Estaba pensativo y callado. No hablamos mucho antes de que me fuera.

Jace sacudió la cabeza.

—Espero que no deje que se le meta en la cabeza. No es nada bueno que haya aparecido otra vez. Me imagino que la única razón por la que está revoloteando a su alrededor ahora es porque se ha quedado sin dinero.

Mia arqueó una ceja.

—¿Y lo sabes con certeza? ¿No se llevó un buen pico con el divorcio?

—Un muy buen pico.

Gabe tenía dinero. Mucho. Y por lo que ella había escuchado en rumores y cotilleos, Lisa se llevó un buen pico con el divorcio. No es que Gabe siquiera lo notara, por supuesto, pero Lisa había conseguido lo bastante como para vivir una vida entera. O al menos, una persona normal.

—Me hago una idea después de haber hecho unas cuantas llamadas en cuanto se fue de la oficina.

Oh… interesante. Primero, Lisa tenía problemas financieros, y, segundo, Jace había sido rapidísimo en investigar el asunto. No es que debiera sorprenderle. Gabe, Jace y Ash eran muy cercanos. Y siempre podían contar los unos con los otros. Siempre.

Jace y Ash habían cerrado filas en torno a Gabe tras el divorcio, y, aunque pareciera absurdo y ridículo que Gabe necesitara ninguna clase de apoyo, Mia sabía que un lazo irrompible se había creado entre los tres hombres. Ella solo esperaba que fuera lo bastante irrompible como para que sobreviviera a las consecuencias que su relación con Gabe pudiera traer si Jace se enteraba algún día.

Y entonces se acordó de la situación apremiante de Caro.

—Oye, y hablando de eso —dijo Mia echándose hacia delante para sacar la cabeza por entre los dos asientos delanteros—. ¿Puedes investigar a un tipo llamado Brandon Sullivan? Es segurata en un club llamado Vibe. Solo información general. Ya sabes, averiguar si está casado, liado con alguien, o si tiene antecedentes.

Jace frenó en un semáforo en rojo y ambos, él y Ash, se giraron para mirarla fijamente con el entrecejo fruncido.

—¿Es alguien que estás viendo? —inquirió Jace.

—¿Un segurata, Mia? Puedes conseguir a alguien mucho mejor que eso, cariño —la reprendió Ash. Mia negó con la cabeza.

—No se trata de mí sino de Caroline. Le dije que te pediría que lo investigaras. Está paranoica desde lo que pasó con el último tío con el que salió.

La expresión del rostro de Jace se volvió pensativa mientras disminuía la velocidad del coche por una calle.

—Oh, cierto. ¿No estuvo liada con un tío casado hace un tiempo? Recuerdo que mencionaste algo de eso.

—Sí, ese —respondió Mia con un suspiro—. Lo pasó bastante mal. Caro no es así. Me refiero a que ella nunca se habría liado con un hombre casado. Ella es muy dulce y confiada y ese tío le hizo mucho daño. No quiero que le vuelva a pasar otra vez.

—Me ocuparé de ello —contestó Jace—. Dile a Caro que no se preocupe. Será lo primero que haga mañana por la mañana.

—Eres el mejor —dijo Mia.

Jace le sonrió indulgentemente por el espejo retrovisor.

—Te he echado de menos, peque. Apenas hemos pasado tiempo juntos últimamente.

—Yo también te he echado de menos —le dijo con suavidad. Y era verdad. Últimamente parecía como que habían ido por caminos separados, incluso antes de lo de Gabe. Jace había estado más ocupado que nunca con el trabajo. Era la razón principal por la que había ido a la gran inauguración. Una noche que había cambiado el curso de su vida. Si ahora volvía a mirar atrás, nunca se hubiera imaginado cómo la decisión de ir a algún sitio tan inocuo como una fiesta aburrida donde sirven cócteles podría cambiarlo todo tan drásticamente.

Tuvieron que aparcar a una manzana del pub, pero Ash le abrió la puerta a Mia y le ofreció la mano para ayudarla a salir. Jace y Ash la flanquearon mientras caminaban por la ajetreada calle y el crepúsculo se cernía sobre ellos.

El pub estaba relativamente tranquilo. Era temprano para cenar todavía, y el pub no se llenaría hasta el anochecer. Ash los guio hasta una mesa situada en un rincón, con vistas a la calle, y una camarera vivaracha los atendió extremadamente rápido. Miró a Ash y Jace como si fueran su siguiente comida y estuviera a punto de hincarles el diente.

Era más joven que Mia. Vamos, tenía que serlo. Parecía tener unos veinte años. Probablemente una estudiante de la universidad que servía mesas para conseguir algo de dinero extra. Lo que significaba que había una diferencia de edad más grande de la que ella ya tenía con Jace y Ash. ¿Dieciocho años? No es que fueran muchos más que los que había entre ella y Gabe, pero era un poco raro ver a alguien que parecía casi adolescente flirtear con su hermano y su mejor amigo.

Se las apañaron para pedir la comida tras la escenita. Mia se sentía con ganas de darse el gusto esta noche. Ya que le esperaba el dulce de azúcar en casa, ¿por qué no darse el capricho? Podría comer ensaladas con Gabe, pero cuando estaba con Jace y Ash no tenía ninguna reserva con la comida, así que pidió unos nachos bien cargaditos.

Pero eso no le impidió picotear también del plato de Jace y Ash.

Ellos se rieron, gastaron bromas, y hablaron de todo y nada a la vez. Tras apartar el plato en la mesa, tan llena que apenas podía respirar, se echó hacia delante y, en un impulso, abrazó a Jace.

—Te quiero —le dijo con fiereza—. Gracias por esta noche. Era justo lo que necesitaba.

Jace le devolvió el abrazo y la besó en la sien.

—¿Va todo bien?

Ella lo apartó y le sonrió.

—Sí. Perfectamente.

Y no había mentido. Esta noche había sido exactamente lo que había necesitado. Su relación con Gabe era intensa y arrolladora. Era muy fácil quedarse encandilada con él y sus órdenes y olvidarse de todo lo demás. Su familia… Jace. Sus amigas… Caroline y las chicas. Incluso de ella misma.

—¿Estás segura de que todo va bien, Mia? —le preguntó Ash.

Ella lo miró y vio que la estaba observando; su mirada perspicaz la estaba atravesando.

—¿Estás feliz en el trabajo?

Jace procesó la pregunta de Ash con un gesto fruncido.

—¿Pasa algo que yo no sepa?

—Jace, estoy bien —dijo Mia.

Y estaba siendo completamente sincera. Quizá no con la dirección que estaba tomando la situación, ni la que ella estaba tomando dentro de su relación con Gabe, pero sí sabía que se encontraba bien. Cuando todo terminara, también estaría bien. Incluso mejor que antes.

—Me lo dirías si tuvieras algún problema —le dijo Jace con una voz suave y los ojos fijos en ella. No era una pregunta, y su voz no la pronunció como tal. Era la confirmación de un hecho que quería que ella reafirmara.

—Siempre serás mi hermano mayor, Jace. Y eso significa, desafortunadamente, que siempre iré a ti para pedirte que me ayudes a solucionar mis problemas.

Mia terminó de hablar con una sonrisa melancólica, recordando todas las veces cuando ella era aún una niña y él había sido tan paciente con ella. Mia siempre se preguntaba si la razón por la que no se había casado ni tenido hijos era ella misma, por haber tenido que pasar tanto tiempo criándola. La entristecía porque sabía que Jace podría ser un padre increíble. Pero él no había dado señal alguna de querer sentar cabeza con una única mujer. Y bueno… si él y Ash estaban siempre liados con la misma tía a la vez, Mia se imaginaba que sería un poco raro e incómodo forjar una relación más tradicional.

—No hay ningún «desafortunadamente», peque. No querría que fuera de ninguna otra manera.

—Y bueno, para que lo sepas, mi despacho siempre está abierto si Jace no está por allí —interrumpió Ash.

Estaban preocupados de verdad. ¿Tan evidente era que estaba inquieta? ¿Llevaba pintada en la cara alguna pista que la relacionara con Gabe? Ella no se sentía diferente. No creía que estuviera diferente. Pero todo el mundo parecía notar que estaba intranquila.

—Sois los dos unos soles —dijo—, pero estoy bien. Gabe tenía razón. Me estaba escondiendo al trabajar en La Pâtisserie.

Necesitaba abrir los ojos como él me hizo para que me fuera en la dirección correcta. No estoy diciendo que vaya a trabajar como asistente personal toda la vida, pero Gabe me dio una oportunidad para ganar experiencia que no fuera solo sirviendo cafés.

—Mientras seas feliz —dijo Jace—. Yo solo quiero que seas feliz.

Mia sonrió.

—Lo soy.

Se quedaron allí sentados hablando durante un rato más antes de que Jace pidiera la cuenta. Cuando la camarera la dejó en la mesa, Jace sacó su tarjeta de crédito. Cuando este la estaba dejando dentro de la pequeña carpeta de piel, una morena alta se dirigió resueltamente hacia ellos.

Al principio Mia pensó que la mujer iba al baño, pero luego fijó la mirada en Ash y en Jace y se hizo bastante aparente que tenía un objetivo.

—Mierda —murmuró Ash.

Jace levantó la cabeza y la morena se paró justo frente a la mesa con ojos brillantes y una sonrisa de oreja a oreja dibujada en el rostro. Pero entonces se giró hacia Mia y su mirada se volvió glacial.

—Ash. Jace —dijo con una voz entrecortada—. ¿Jugando hoy por los barrios bajos?

Los ojos de Mia se abrieron como platos. Joder, la había insultado pero bien. Entonces bajó la mirada. ¿No se la veía tan mal, no?

El rostro de Jace se volvió frío. Era una mirada que siempre había asustado a Mia porque cuando se callaba y en su expresión se mostraba esa frialdad significaba que estaba muy, muy enfadado.

—Señorita Houston —dijo tenso—. Esta señorita es mi hermana, Mia, y le debe una disculpa por ese comportamiento tan vulgar y grosero.

Las mejillas de la morena se llenaron de un intenso color al instante. Parecía estar mortificada. Mia casi sentía pena por ella. Casi, porque en realidad… no la sentía.

A Ash se le veía tan enfadado como a Jace. Alargó la mano, cogió la cuenta y la sacudió frente a la camarera. Miraba más allá de la morena como si ni siquiera estuviera allí.

—Perdóname —dijo la mujer con voz quebrada. Pero no miró a Mia cuando susurró la disculpa. Su mirada aún seguía fija en Jace y luego en Ash, por turnos. Era como si Mia no estuviera presente—. No me devolvisteis las llamadas —dijo.

Uf, la situación pintaba mal. Mia sintió pena por la mujer. Le quería decir que tuviera algo de orgullo y se marchara.

—Te dijimos todo lo necesario cuando nos fuimos —dijo Ash antes de que Jace pudiera responder—. Ahora, si nos disculpas, estamos con Mia y nos gustaría que la camarera que está justo detrás de ti nos cobrara.

Mia no necesitaba que le dijeran que era, obviamente, una de las mujeres que completaba el trío con Jace y Ash. La forma en que la señorita Houston los miraba a ambos le decía a gritos que los conocía bastante bien a los dos en la intimidad.

Jace se puso de pie con el rostro serio y severo.

—Ten algo de clase, Erica. Vete a casa. No montes una escenita en público. Te arrepentirás mañana.

Entonces alargó la mano para agarrar la de Mia y tiró de ella hasta que se puso también de pie a su otro costado, alejada de la mujer. El rostro de Erica se endureció y entrecerró los ojos.

—Lo único de lo que me voy a arrepentir es de haber malgastado mi tiempo con los dos.

Se giró con esos taconazos que llevaba y salió del pub. Jace, Mia y Ash se quedaron ahí de pie en el mismo rincón que habían ocupado.

—¿Tenéis una acosadora? —murmuró Mia—. Es algo raro que haya aparecido exactamente en el mismo lugar donde estamos comiendo, de todos los posibles que hay en Manhattan.

Ninguno de los dos hombres se decidió a comentar nada. Ambos parecían querer que el tema se zanjara, y Mia encontraría ese hecho gracioso de no ser porque estaban tan enfadados.

Caminaron hasta el coche de Jace y, cuando entraron, este levantó la mirada para mirarla por el espejo retrovisor.

—Lo siento, Mia.

Ella sonrió.

—Que las mujeres revoloteen a vuestro alrededor no es ninguna novedad. Y, bueno, si ambos queréis visitar los barrios bajos de nuevo, llamadme. La comida ha estado genial. He ganado probablemente dos kilos esta noche, y ahora voy a casa a cogerme otros dos más atiborrándome del dulce de azúcar que ha hecho Caroline.

Ash gimió.

—Por el amor de Dios. Podrías habernos evitado tener que recordar el comentario ese. Qué zorra. No me puedo creer que te insultara de esa manera.

Mia se encogió de hombros.

—No creo que hubiera importado que hubiera ido de punta en blanco. Hubiera encontrado la forma de humillarme igualmente. ¡No sé ni cómo me atrevo a salir con vosotros dos!

Jace hizo una mueca y se calló mientras él y Ash intercambiaban una rápida mirada de incomodidad. Mia se quería reír. Sí, Mia sabía lo que se cocía entre los dos y era gracioso verlos preocuparse por saber cuánto conocía ella exactamente.

Condujeron hasta su apartamento y Jace dejó que Ash y Mia bajaran para que este pudiera acompañarla hasta arriba mientras él daba la vuelta a la manzana y pasaba a recogerlo otra vez.

—Gracias por la cena, Ash. Ha estado muy bien —dijo cuando ya estaban dentro del edificio.

—Te veo mañana en el trabajo —le contestó.

Ella se despidió de él con la mano y entonces Ash desapareció cuando las puertas se cerraron. Qué interesante se había tornado la noche. Mia volvió a pensar sobre la escenita en la cena mientras subía en el ascensor.

Entones, su teléfono móvil sonó y ella metió la mano en el bolso al mismo tiempo que salía del ascensor y caminaba hasta la puerta de su apartamento. Presionó un botón del móvil para abrir el SMS y vio que era de Gabe.

Espero que hayas tenido una cena agradable con Jace y Ash. Contéstame para hacerme saber que has vuelto a tu apartamento sana y salva.

El corazón se le aceleró y el pecho se le encogió mientras leía sus palabras. Su preocupación, o, más bien, su posesividad —Mia no estaba segura exactamente de cuál era— le llegó al alma. Le envió un mensaje rápido, sonriendo, mientras entraba en el apartamento.

Justo acabo de volver. Me lo he pasado muy bien. Te veo mañana.