Capítulo
20

Enfurruñarse era una actitud infantil e inmadura, pero le daba igual y ahí estaba haciendo un puchero como si fuera una niña de dos años. Él sabía perfectamente lo que le estaba haciendo, y Mia ya estaba fantaseando seriamente con todas las formas con las que pudiera hacerlo sufrir a él.

Incluso tras el asombroso orgasmo que le había provocado, seguía inquieta y de los nervios. ¡Necesitaba correrse otra vez! Ese maldito dildo la estaba volviendo loca, y él lo sabía.

Gabe estaba sentado, así sin más, al otro lado de la sala, frente a su mesa, y actuaba como si no acabaran de follar como animales sobre esa misma mesa.

El interfono sonó, un hecho poco usual, y Mia, como siempre, lo ignoró y se centró en la tarea que Gabe le había puesto para ese día en particular. Pero cuando escuchó lo que Eleanor dijo, inmediatamente puso la oreja mientras intentaba aparentar que no estaba prestando ni la más mínima atención.

—Señor Hamilton, eh… la señora Hamilton está aquí y quiere verle.

Gabe se enderezó en la silla con un gesto de sorpresa en todo el rostro.

—¿Mi madre? Claro, dile que entre.

Al otro lado de la línea se escuchó una ligera e incómoda tos.

—No, señor. Dice que es su esposa.

Mia apenas pudo controlar la boca antes de que se le abriera de la estupefacción. Guau… la mujer tenía ovarios para presentarse en la oficina de su exmarido afirmando ser la señora Hamilton.

—Yo no tengo esposa —respondió Gabe glacialmente.

Se escuchó un suspiro y Mia sintió pena de Eleanor. Esta situación tenía que ser tremendamente incómoda para ella.

—Dice que no se irá hasta que la reciba, señor. Oh, mierda. Esto no podía terminar bien.

Mia alzó la mirada esperando ver a Gabe furioso. Pero se lo veía tranquilo e impávido. Como si el hecho de que su exmujer viniera a la oficina fuera algo normal y corriente.

—Dame un minuto y luego dile que entre —dijo Gabe con un tono neutro. Entonces levantó la mirada hasta Mia.

—Si nos perdonas… Puedes esperar con Eleanor o tomarte un descanso.

Mia se levantó más contenta que unas pascuas por salir del despacho. La temperatura había caído sus buenos diez grados. Caminó tan rápido como pudo al tener el maldito dildo metido en el culo, y salió justo cuando la ex de Gabe estaba entrando en el pasillo.

Mia la había visto antes. Había visto fotos. Lisa era una mujer guapa. Era alta y elegante y no tenía ni un pelo mal colocado. Era la mujer perfecta para un hombre como Gabe. Se la veía tan refinada y rica como el propio Gabe.

Hacían muy buena pareja, tuvo que admitir Mia. Con el pelo rubio platino de Lisa y el casi negro azabache de él, contrastaban a la perfección. Los ojos de Lisa eran de un verde apagado mientras que los de Gabe eran de un exquisito azul intenso.

Lisa pasó por su lado mientras le sonreía ligeramente. Era humillante para Mia estar ahí con un dildo que Gabe le había insertado no mucho antes mientras su exmujer desfilaba por su lado. Las mejillas le tenían que estar ardiendo.

—Gracias —murmuró Lisa.

Mia cerró la puerta cuando esta entró y se paró un momento a pensar en los valores éticos de lo que estaba contemplando hacer.

A la mierda. ¿Qué es lo peor que podría suceder? ¿Más azotes?

Pegó la oreja a la puerta y luego echó una mirada con nerviosismo al pasillo para asegurarse de que nadie la veía. Se estaba muriendo de curiosidad, y, posiblemente, a lo mejor también se sentía un poco amenazada por la visita de Lisa. La hacía sentirse insegura y… celosa. Sí, podía admitir los celos que tenía de la otra mujer. Después de todo, ella había tenido lo que Mia no tuvo y nunca tendría.

El corazón de Gabe.

Escuchó con atención y al final pudo pillar y descifrar sus palabras conforme sus voces se alzaban.

—Cometí un error, Gabe. ¿No puedes perdonar eso? ¿Estás dispuesto a darle la espalda a lo que tuvimos?

—Tú fuiste la que se marchó —dijo Gabe en un tono tan frío que a Mia le entró un escalofrío—. Esa fue tu elección. También fue tu elección mentir sobre nuestra relación y burlarte de todo lo que compartimos. Yo no te di la espalda, Lisa. Tú me la diste a mí.

—Te quiero —le dijo ella con una voz tan suave que Mia tuvo dificultades para entender—. Te echo de menos. Quiero que volvamos juntos. Sé que aún sientes algo por mí. Lo veo en tus ojos. Me arrastraré, Gabe. Haré lo que sea que tenga que hacer para convencerte de que lo siento.

Maldita sea, debían de haberse alejado de la puerta, ¡porque no escuchaba nada!

—¿Qué estás haciendo?

Mia se enderezó al instante y pegó un bote del susto.

—¡Maldita sea, Ash! ¡Me has asustado!

Él cruzó los brazos encima del pecho y la observó con diversión.

—¿Hay alguna razón en particular por la que tengas la oreja pegada a la puerta de Gabe? ¿Te ha echado? ¿Ya has provocado la ira del jefe? Ves, deberías venir a trabajar para mí. Yo te mimaría y te querría y sería amable contigo.

—Oh, por el amor de Dios, Ash. Cállate. Estoy intentando escuchar.

—Eso es evidente —le dijo con sequedad—. ¿A quién estamos escuchando a escondidas?

—Lisa ha venido a verlo —siseó Mia—. ¡Y mantén la voz baja o nos oirán!

La sonrisa de Ash se apagó de forma progresiva y en su lugar apareció un gesto de preocupación.

—¿Lisa? ¿Su exmujer? ¿Lisa?

—Esa misma. Estaba intentando enterarme de lo que pasaba. Lo único que he pillado es que ella lo siente y quiere volver.

—Por encima de mi cadáver —murmuró Ash—. Muévete, que quiero escuchar.

Mia se apartó lo suficiente como para que ambos pudieran poner la oreja sobre la puerta. Ash puso un dedo sobre los labios para indicarle a Mia que se quedara en silencio. ¿En serio? Si ella era la que estaba intentando que él se callara.

—Ah, mierda. Está llorando —volvió a murmurar Ash—. Que una mujer llore nunca es bueno. Gabe no puede soportarlo. Se muere cuando una mujer llora y esa zorra lo sabe.

—¿No crees que estás siendo un poco duro? —le dijo Mia.

—Ella lo jodió, se la jugó a Gabe pero bien jugada, Mia. Yo estaba ahí. Y también Jace. Si alguna vez tienes dudas, pregúntale a Jace lo destrozado que se quedó cuando le contó a los medios todas sus mentiras. Es un imbécil como no la eche ya de la oficina.

—Bueno, eso es lo que estoy intentando averiguar, si es que te puedes quedar calladito —le dijo con paciencia.

—Cierto —contestó Ash, y se quedó en silencio al mismo tiempo que ambos se pusieron a escuchar una vez más.

—No me voy a rendir, Gabe. Sé que me quieres y yo aún te quiero. Estoy dispuesta a esperar. Sé que tienes tu orgullo.

—No esperes mucho rato —le soltó Gabe mordazmente.

—Mierda, se están acercando —dijo Ash. Agarró a Mia del brazo, la arrastró por el pasillo y luego la metió dentro de su despacho—. Siéntate —le indicó—. Actúa como si hubiéramos estado pasándolo pipa.

Él se precipitó hacia su mesa y plantó el culo en la silla antes de poner los pies encima de la pulida superficie. Ni tres segundos después, Lisa pasó dando zancadas con el rostro enrojecido por las lágrimas. Se estaba poniendo las gafas de sol para esconder lo evidente al mismo tiempo que desaparecía por el pasillo.

—Quédate aquí —le dijo Ash con suavidad—. No quiero que vuelvas a la guarida del león tan pronto después de esa confrontación.

Un sonido fuera hizo que ambos levantaran la vista de nuevo para ver a Jace pasar por delante de su puerta. Se detuvo cuando vio a Mia, y parpadeó para comprobar que estaba viendo correctamente. Entró en el despacho con la frente fruncida, y Mia, en silencio, gimió. Esto ya se pasaba de incómodo. Estaba atrapada en el despacho de Ash con Jace, tenía un dildo anal metido en el culo mientras Gabe se encontraba en la habitación de al lado esquivando los tejos que le estaba tirando su exmujer.

—¿Qué pasa? ¿Por qué está Mia aquí?

Ash negó con la cabeza.

—¿No puedo saludar a mi chica favorita?

—Corta el rollo, Ash. No seas imbécil —gruñó Jace—. ¿Era Lisa a la que he visto salir de la recepción?

—Sí —contestó Ash—. De ahí que Mia esté aquí conmigo. La estoy librando de la ira de Gabe al estar todavía tan reciente el encuentro con su ex.

—¿A qué narices ha venido? —inquirió Jace.

Estaba claro que ni a Ash ni a Jace les caía bien Lisa. Su lealtad para con Gabe era fuerte y los tres se unieron más aún tras el divorcio.

—Ash y yo estuvimos escuchando a hurtadillas en la puerta —dijo Mia. Jace arqueó una ceja.

—¿Y quieres conservar tu trabajo? Gabe te cortaría la cabeza y ni siquiera yo podría salvarte.

—¿Quieres saber lo que hemos escuchado o no? —Mia sacudió la cabeza con impaciencia. Jace asomó la cabeza por la puerta para controlar el despacho de Gabe y luego volvió a entrar y cerró la puerta del despacho de Ash tras de sí.

—Soltad prenda.

—Quiere volver —dijo Ash arrastrando las palabras—. Y también se marcó un numerito.

—Ah, joder —murmuró Jace—. Espero que la haya mandado a la mierda de una vez por todas.

—No estoy segura de lo que le dijo —murmuró Mia—. Alguien no quería callarse para que pudiera escuchar.

—Te garantizo que Gabe no cayó en su mentira —dijo Ash echándose hacia atrás en la silla y cruzando los brazos sobre el pecho.

Mia no estaba tan segura. Después de todo, Gabe había estado casado con ella. El final de su relación era lo que había formado la base de todas y cada una de las relaciones que habían venido después, incluyendo la suya propia con él. Eso decía lo mucho que lo había afectado. Puede que estuviera enfadado, eso no lo dudaba ni por un segundo, pero eso no significaba que Gabe ya no la amara y que no fuera a intentar hacer que las cosas funcionaran si eso implicaba que la iba a tener otra vez bajo sus condiciones.

—Voy a darle una buena hostia —murmuró Jace.

Entonces miró a Mia y alargó la mano para despeinarla con la mano.

—Aún tenemos esa cena mañana por la noche, ¿verdad? ¿A qué hora quieres que te recoja?

—¿Qué? ¿Y a mí no me invitáis? —preguntó Ash con horror.

—¿No tienes a quién más molestar? —le replicó Jace.

La expresión de Ash se puso tensa por un momento y luego murmuró:

—Una reunión familiar. Yo paso.

El corazón de Mia se ablandó e incluso Jace hizo una mueca, con el rostro lleno de compasión. Ash y su familia no se hablaban. Nada. Ash ni siquiera intentaba poner buena cara; si su familia iba a ir a algún lado, él se buscaba algún otro plan para estar en otro sitio diferente. Y la mayoría de las veces era con Jace o Gabe.

—Oh, deja que venga —dijo Mia manteniendo la voz suave para que Ash no se diera cuenta de lo que estaba haciendo—. Me evitará que me des la charla por Dios sabe qué. Ash me defiende.

—¿Ves? A ella le caigo mejor —dijo Ash con suficiencia.

—Está bien, ¿a qué hora quieres que te recojamos? —preguntó Jace con falsa resignación.

—A las seis me va bien. ¿Os viene bien a vosotros? No voy a necesitar mucho tiempo para cambiarme y estar lista. ¿Vamos a tomar algo en plan informal, o cómo?

—Yo sé de un pub genial donde se cena muy bien justo en tu calle, peque. Así que ponte vaqueros y vamos allí —dijo Jace.

Lo que significaba que estaba haciendo esto por ella, ya que eso de salir a pubs no iba exactamente mucho con él.

—Perfecto.

La puerta se abrió y Gabe asomó la cabeza con la frente fruncida.

—Eh, tíos, ¿habéis visto a…?

Se paró cuando vio a Mia sentada frente a la mesa de Ash y luego miró a este y a Jace con sospecha.

—¿Estoy interrumpiendo algo?

—Para nada —dijo Ash con aire despreocupado—. Solo estábamos haciéndole compañía a Mia mientras tú te liabas y te reconciliabas con tu ex.

Los ojos de Mia se abrieron como platos ante el atrevimiento de Ash. Joder, iba a conseguir meterlos a ambos en problemas con Gabe.

—Cierra la puta boca, Ash —gruñó Gabe.

—Genial —murmuró Jace—. Ahora estás mandando a Mia ahí dentro con él cuando se supone que la estabas rescatando precisamente de eso mismo.

Mia se puso de pie esperando poder acallar los siguientes gruñidos de Ash.

—Os veré a ambos mañana para cenar —dijo ella precipitadamente mientras empujaba a Gabe para sacarlo del despacho.

Cerró la puerta a su espalda para separar a Gabe de Jace y Ash y de cualquier otro comentario que cualquiera de ellos pudiera soltar. Sin esperar a Gabe, Mia se encaminó hasta el despacho y entró.

Gabe llegó justo detrás de ella. Podía sentir su presencia tan abrumadora, podía sentir el calor irradiando de su piel. Era como un león al acecho. Muy apropiado, ya que Ash había estado muy convencido de que iba a volver a la guarida del león.

—¿Vas a cenar con los dos?

Ella se dio la vuelta con las cejas arqueadas ante el extraño deje en su voz.

—Sí. Ash se invitó solo. Jace me recogerá a las seis. Me iré a mi apartamento directamente tras el trabajo.

Él se acercó a ella con la mirada intensa y taciturna.

—Pero no te olvides de a quién perteneces, Mia.

Ella parpadeó de la sorpresa y luego se rio.

—No puedes pensar en serio que Ash… —sacudió la cabeza para evitar pronunciar esa idea tan ridícula. Él le levantó el mentón y la obligó a mirarlo a los ojos.

—A lo mejor necesitas un recordatorio.

Había algo en su voz, en ese poder primitivo que fluía de su cuerpo, que la hizo permanecer en silencio y sumisa.

—De rodillas.

Ella se hundió sobre las rodillas posicionándose de una manera bastante rara para que el dildo se quedara intacto. Gabe abrió con torpeza la cremallera de sus pantalones y se sacó el miembro semierecto.

—Chupa —le ordenó—. Haz que me corra, Mia. Quiero esa boca tuya tan preciosa alrededor de mi polla.

Gabe le echó la cabeza hacia atrás, enterró los dedos en su pelo y luego la empujó contra su creciente erección. La punta rebotaba contra sus labios, pero luego él se movió y la obligó a abrir los labios conforme avanzaba en el interior de su garganta.

Estaba bien adentro, presionando y frotándose una y otra vez contra su lengua. Gabe se estaba comportando con mucha más intensidad que normalmente, y Mia se preguntó exactamente cuánto le había afectado la visita de Lisa. ¿Estaba intentando eliminar todo rastro de ella de su despacho?

Pero entonces lo miró a los ojos y se relajó. Gabe estaba enfadado, pero no con ella. Había necesidad, casi desesperación en su mirada; las manos vagaron libres por toda su cabeza y luego por su rostro. La acarició y la tocó casi como si se estuviera disculpando por esa necesidad tan desesperada.

Mia alargó una mano y la enrolló alrededor del tallo de su miembro para luego separarlo con suavidad con la otra de manera que pudiera ponerse mejor de rodillas. Ralentizó el ritmo y lo comenzó a succionar lentamente y sin ninguna prisa.

El orgasmo que iba a sentir no iba a ser uno cualquiera. Le iba a dar amor incluso aunque él no lo quisiera. Lo necesitaba. Él la necesitaba, aunque eso fuera lo último que fuera a decirle nunca.

Mia movía la mano arriba y abajo en sintonía con su boca. Lo estrujaba y masajeaba de la base a la punta, y dejaba que el glande rozara sus labios antes de volverlo a acoger entero en su garganta.

—Joder, Mia —dijo Gabe en voz baja—. Es increíble lo que me haces.

Movió las caderas contra sus labios y el chorro caliente y salado de semen que salió le llenó toda la boca. Mia no dejó de succionarlo más adentro, lo quería entero, lo estaba acogiendo entero. Le dio todo su amor y atención mientras lo chupaba con dulzura y movimientos lentos, renunciando al ritmo frenético de antes.

Lo lamió desde la punta hasta los testículos, no se dejó ni un centímetro.

Por fin deslizó la boca por todo su miembro y dejó que Gabe se escurriera entre sus labios. Mia lo miraba a los ojos; una imagen de perfecta sumisión, de aceptación. Y dejó que la viera a ella, que la viera de verdad.

Gabe se encogió de dolor y, a continuación, se dejó caer de rodillas frente a Mia para que estuvieran casi al mismo nivel visual. La estrechó entre sus brazos y la sujetó fuertemente contra su pecho mientras su cuerpo jadeaba del alivio que Mia le había proporcionado.

—No puedo estar sin ti —le susurró—. Te tienes que quedar, Mia.

Ella le acarició la espalda con las manos y luego las subió hasta la cabeza para abrazarlo con cariño.

—No me voy a ningún lado, Gabe.