Capítulo
19

Mia alzó la mirada cuando Gabe entró en el despacho, y un aleteo en el estómago comenzó a bajarle hasta el vientre cuando cerró la puerta con pestillo a sus espaldas. Mia sabía lo que eso significaba. Se lo quedó mirando con prudencia cuando este se encaminó hacia ella con los ojos brillándole de lujuria y necesidad.

—Gabe —comenzó—. Jace está aquí. Quiero decir, que ha vuelto antes.

Él se paró, tiró de ella hasta levantarla de su silla y la empujó hacia su propia mesa.

—Ni Jace, ni Ash me molestarán cuando tengo la puerta cerrada. Están ocupados haciendo planes para su cena de negocios de esta noche.

Las frases sonaron entrecortadas, como si no le gustara tener que dar explicaciones. De acuerdo, pero a ella no la iba a sorprender su hermano al intentar abrir la puerta cuando Gabe le estaba haciendo Dios sabía qué tras esa puerta cerrada. Jace y Ash estaban acostumbrados a tener pleno acceso al despacho de Gabe. No tenía ni idea de cómo iban a continuar su affaire en la oficina cuando su hermano estaba por ahí pululando.

Gabe alargó la mano hasta meterla por debajo de su falda, y se quedó paralizado cuando se encontró con la tela de las bragas. Mierda. Se había olvidado. Ni siquiera había pensado en ello. Ponerse bragas era una costumbre. ¿Quién narices piensa en no ponérselas? Había estado cansada por las incesantes órdenes de Gabe la noche anterior, y se le había ido de la cabeza el no ponerse ropa interior.

—Quítatelas —le ordenó—. La falda también, y dóblate por encima de la mesa. Te dije lo que ocurriría, Mia.

Oh, mierda. El culo aún lo tenía dolorido de la noche anterior, ¿y ahora pensaba en azotarla otra vez?

De mala gana, se bajó las bragas y las dejó caer al suelo. Luego se bajó la falda y se quedó desnuda de cintura para abajo. Entonces, con un suspiro, se inclinó sobre la mesa.

—Más —le volvió a ordenar—. Pega la cara contra la madera y deja el culo en pompa para que lo vea.

Mia obedeció cerrando los ojos y preguntándose por centésima vez si se había vuelto loca de remate.

Para su completa sorpresa, los dedos de Gabe, bien lubricados, se deslizaron entre los cachetes de su trasero y empujaron contra su ano. Despegó los dedos para buscar más lubricante y los volvió a presionar con suavidad por toda la entrada de su culo.

—¡Gabe! —soltó Mia con un grito ahogado.

—Shh —la regañó—. Ni una palabra. Tengo un juguete anal que voy a meterte en el culo. Lo llevarás durante todo el día, y antes de que te vayas a casa vendrás a mí para que te lo quite. Mañana por la mañana cuando vengas al trabajo, lo primero que harás será enseñarme ese bonito culo que tienes para que te lo vuelva a meter. Lo llevarás todo el tiempo mientras estés trabajando, y solo te lo quitarás cuando el día termine. Cada día te pondré uno de mayor tamaño hasta que esté seguro de que puedes acoger mi polla dentro de tu culo.

Gabe continuó hablando mientras presionaba la redonda punta del juguete contra su ano.

—Relájate y respira, Mia —le dijo—. No lo hagas más difícil de lo que es.

Qué fácil era decirlo para él. Nadie le estaba doblando y le estaba metiendo objetos extraños en el culo.

Aun así, cogió aire, lo soltó e intentó relajarse lo mejor que pudo. En el momento en que lo hizo, Gabe lo introdujo en ella con un firme empujón. Mia ahogó un grito cuando se vio atacada por la ardiente sensación de estar completamente llena. Se retorció y movió, pero lo único que obtuvo fue una cachetada en el culo por su esfuerzo. Y Dios… esa cachetada fue abrumadora, porque hizo que el extraño objeto se sacudiera.

Lo escuchó alejarse y abrir un armario. Luego oyó los pasos acercarse al volver de nuevo. A Mia se le quedó el aire en la garganta cuando sintió una punta de… ¿cuero?… deslizarse por todo su trasero de forma sensual.

Entonces sintió una quemazón en las nalgas y pegó un aullido a la vez que se levantaba de la mesa.

—Abajo —le ordenó bruscamente—. Quédate ahí, Mia. Soporta tu castigo como una niña buena y se te compensará.

Ella cerró los ojos con fuerza y lloriqueó cuando recibió otro golpe con la fusta. Tenía que ser una fusta; crujía y lo sentía como un cinturón, pero era pequeño y no cubría tanta piel de su trasero de una sola vez.

Un ligero gemido escapó de su garganta cuando él la volvió a sacudir. El dildo anal la estaba volviendo loca. La piel se estiraba a su alrededor, le ardía cada golpe. Se estaba poniendo a cien y eso la enfurecía. Estaba tan mojada que era un milagro que no estuviera chorreando.

Gabe se detuvo un momento y luego tiró ligeramente del dildo. Apenas se lo sacó del cuerpo antes de volvérselo a hundir en su interior. Mia no podía quedarse quieta. La estaba volviendo loca. Toda ella estaba ardiendo. Le hervía el cuerpo. Era como estar quemándose sin tener alivio ninguno.

Se preparó para recibir otro latigazo, pero este nunca llegó. Escuchó el sonido de una cremallera bajándose, y entonces sintió las duras manos de Gabe en sus piernas para girarla de manera que su espalda fuera ahora la que estuviera pegada a la mesa. Las piernas le colgaban por el borde de la mesa antes de que él se las cogiera y las pusiera por encima de sus brazos para colocarse entre ellas.

Madre de Dios… Se la iba a follar con el dildo metido en el culo.

Era como acoger dos miembros al mismo tiempo; ni en sus fantasías más salvajes lo había considerado nunca.

La punta redondeada de su pene presionó contra la abertura de su cuerpo, que el dildo hacía que fuera más pequeña. Gabe empujó y se impuso en el interior de su cuerpo.

—Tócate —le dijo con una voz forzada—. Usa los dedos, Mia. Haz que me sea más fácil poseerte. Quiero que esto sea bueno para ti. No quiero hacerte daño.

Ella alargó la mano hacia abajo y deslizó los dedos por encima de su clítoris. Dios, la sensación era tan buena.

—Eso es —dijo Gabe con un ronroneo—. Me vas a acoger entero, nena. Sigue tocándote. Haz que sea placentero para ti.

Él se introdujo a medias y luego embistió de nuevo y se hundió por completo en su interior. Mia casi se levantó por encima de la mesa y contuvo un grito en la garganta. Tuvo que apartar la mano porque casi se corrió en el sitio y ella quería que esto durara. Quería disfrutar de cada segundo.

Era completamente indecente, una carrera directa al orgasmo. Gabe la poseyó con fuerza y sin descanso, la embestía con un ritmo vigoroso y rápido que la estaba haciendo jadear con cada respiración que daba.

—Si no te das prisa te voy a dejar atrás —dijo Gabe con voz ronca—. Vamos, Mia. No me queda mucho.

Ella se precipitó a masajearse el clítoris con el dedo otra vez en círculos.

—Oh, Dios… oh, Dios… —coreó.

—Eso es, nena. Eso es. Me voy a correr dentro de ti. Lo único que lo podrá superar será cuando me pueda correr dentro de ese culito.

Esas palabras ilícitas y obscenas la llevaron justo al límite. Arqueó la espalda y la otra mano se fue directa a la mesa mientras se corría alrededor de su miembro. El semen caliente salió disparado dentro de su sexo e hizo que le fuera más fácil deslizarse en su interior. La embistió hasta que el semen se le derramó y empezó a gotear hasta la abertura anal, donde el dildo estaba bien introducido. El sudor le inundaba la frente y su rostro denotaba esfuerzo, pero cuando Gabe abrió los ojos, estos brillaron con una pasión primitiva.

Durante un momento largo se quedó ahí, mirándola y pegando las caderas contra su trasero. Luego se salió y la dejó relajada y saciada encima de la mesa.

—Eres tan preciosa —gruñó—. Mi semen chorreando por tu culo. Goteando en el suelo. Tu sexo hinchado y lleno de mi leche… como tiene que ser.

Oh, dios, le encantaba cuando le hablaba así. Mia se estremeció y su sexo se encogió, de forma que más semen se derramó al suelo.

—Por Dios, Mia. Me pones cachondo. No puedo esperar a llenar ese culito tuyo con mi leche.

Gabe le bajó las piernas y alargó la mano hasta sus brazos para alzarla y bajarla de la mesa. El semen le chorreó por el interior de los muslos en el mismo momento en que se puso de pie, que al principio fue un bamboleo hasta que intentó recuperar el equilibrio.

—Ve a lavarte —le dijo con voz ronca—. Déjate el dildo puesto hasta que yo te lo quite.

Con las piernas que le temblaban, Mia se dirigió al cuarto de baño con el dildo ardiéndole y excitándola de nuevo mientras andaba. La presión era abrumadora y maravillosa.

En el mismo instante en que salió del baño, Gabe estaba ahí esperándola. Se la pegó contra sel pecho y le dio un beso castigador que la dejó sin aliento.

—No me vuelvas a desobedecer —le advirtió.

—Lo siento —le dijo con suavidad—. Se me olvidó.

Los ojos de Gabe brillaron mientras la miraban a la cara.

—Apuesto a que no se te olvidará la próxima vez.