Capítulo
17

Gabe estaba tumbado en la oscuridad con la mirada fija y vacía en el techo mientras Mia se encontraba acurrucada en el recodo de su brazo. Sabía que estaba despierta, su cuerpo no se había quedado laxo ni su respiración suave, dos cosas que él asociaba con su descanso. Estaba tumbada ahí en silencio, arrimada contra su costado casi como si estuviera procesando todo lo que acababa de ocurrir.

Era un cabrón. Lo sabía, y estaba un poco arrepentido. Pero también sabía que no iba a parar. Había roto cada promesa que le había hecho hasta el momento, y, aun así, sabía que seguiría rompiéndolas. No la había introducido en su mundo con calma y tranquilidad. No la había tratado con suavidad. Ni con paciencia. Mia lo volvía loco, lo desquiciaba.

Gabe abrió la boca, pero luego la volvió a cerrar otra vez. Le debía una explicación por lo que había pasado esta noche y, aun así, su orgullo no dejaba que le dijera por qué. Le había cabreado que se hubiera ido molesta, pero también al mismo tiempo le divertía y le hacía sentirse orgulloso de ella, ya que básicamente lo había mandado a freír espárragos y lo había abandonado allí.

Si hubiera estado con cualquier otro tío, una escenita tan peligrosa como la que él había protagonizado esa noche habría más que justificado sus acciones. Él habría sido el primero que le habría dicho que corriera muy, muy lejos y lo más rápido que pudiera. Luego él mismo le habría pegado una buena tunda al cabrón que la hubiera utilizado de tal forma.

Pero si ella intentaba alejarse de él, Gabe sabía perfectamente que no la dejaría escapar. Iría tras ella con todo lo que tenía, y, a menos que la atara a su cama y la mantuviera cautiva, no la iba a dejar ir. No todavía.

—Lo que pasó esta noche no fue lo que pensaste —le dijo sorprendiéndose a sí mismo cuando la afirmación se le escapó de los labios.

Maldición, Gabe no quería tocar este tema con ella ni ahora ni nunca. Si Mia no había decidido quedarse para ver por ella misma lo que había pasado, ¿por qué debería explicárselo él?

«Porque es diferente y te has comportado como un imbécil con ella. Se lo debes».

Mia se revolvió contra él y se apoyó en un brazo, el pelo le caía en cascada sobre el hombro. Él alargó la mano hasta la lámpara ante la necesidad que tenía de verla discutir con él. El suave fulgor le iluminó el rostro y su morena piel brilló bajo la tenue luz.

Era hermosa. No había otra palabra para describirla. Era tan dulce que provocaba hasta un dolor físico al mirarla, menos cuando estaba enfadada con él. Pero, sin embargo, tenía que admitir que lo había puesto a cien cuando se había mostrado tan celosa y desdeñosa como una gatita enfadada. Se la había querido follar allí mismo para que esta le clavara esas garras en la espalda.

—Creo que era bastante obvio lo que pasaba —dijo Mia entrecerrando los ojos—. La rubia me arrinconó en el baño y dejó muy claro que prefería al Hamilton más joven y más rico antes que a tu versión más vieja y menos rica. Y también quería indicaciones sobre cómo llevarte a la cama. Y justo después lo único que veo es a los dos pegados el uno contra el otro en la pista de baile, tú cogiéndole el culo… sin mencionar también otros sitios.

Ella se paró y respiró hondo. Gabe podía deducir que se estaba enfadando otra vez, pero admiró que lo hubiera sacado todo. No le tenía miedo, y eso le gustaba. Gabe no quería una ratoncita tímida, aunque sí quisiera a una persona completamente sumisa. Había una diferencia entre ser sumisa y no tener carácter.

Él quería una mujer fuerte con mente propia, pero que no se enfadara por su dominancia. Mia podría ser la mujer perfecta para él, pero no estaba seguro de qué conclusiones sacar de ello.

—Sé que nuestra relación no es pública. Y sé que estaba ahí por trabajo. Nadie sabe lo nuestro. No debería haberme sentido tan avergonzada, pero me sentí humillada y no podía hacer nada. Quería meterme bajo una mesa y morirme, porque yo seguía pensando que teníamos un contrato. Yo te pertenezco, pero, maldita sea, si yo te pertenezco, entonces por huevos tú también me perteneces a mí, y ahí estabas tú tan cómodo y sobón con la rubia. Le sonreíste de esa forma tan especial, Gabe. Y tú no le sonríes a nadie.

El estómago se le revolvió al escuchar el dolor en su voz, la acusación en su tono.

—Me cabreó y me humilló porque en todo lo que podía pensar era en que no estabas satisfecho conmigo y que no era mujer suficiente para ti. ¿Hemos estado juntos, cuánto, unas pocas veces, y ya estabas al acecho de tu siguiente contrato?

—Eso es una estupidez —dijo Gabe furioso de que le hubiera hecho daño con sus acciones—. Una total y completa gilipollez. Mira, bailé con ella. La dejé que se me insinuara porque quería que mi padre viera con qué clase de mujer se había asociado. La tía no era nada sutil y quería que mi padre lo viera. Me cabreó cuando lo vi entrar con ella en la sala y todo empeoró cuando comenzó a tirarme los tejos con mi padre justo ahí delante. No he superado el divorcio de mis padres. No estoy acostumbrado a ver a mi padre con una mujer diferente cada semana. Mi madre está en casa llorando su matrimonio mientras a mi padre parece no importarle una mierda. Así que, sí, la dejé que se me echara encima e hice que sus intenciones fueran obvias a la vista de todos porque mi padre necesita ver la clase de mujer por la que ha reemplazado a mi madre.

Los ojos de Mia se suavizaron y parte de su enfado se disolvió mientras tocaba a Gabe en el brazo.

—Te duele verlo con todas esas otras mujeres.

—Sí, claro —soltó Gabe—. Siempre los tuve a ambos como referencia toda mi vida. Me sentí humillado cuando Lisa y yo nos divorciamos; me sentí como el fracaso más grande del planeta porque mis padres habían estado juntos y habían aclarado sus diferencias durante casi cuarenta años, y yo no pude hacer que el mío durara ni tres malditos años. Ellos eran un ejemplo de lo que el matrimonio podía ser. Eran la prueba de que el amor existe aún hoy día y de que los matrimonios pueden funcionar si las personas se esfuerzan. Y entonces, de un día para otro, mi padre se larga y en cuestión de meses ya se habían divorciado. Sigo sin entenderlo. No tiene ningún sentido, y odio todo el daño que eso le está provocando a mi madre. Estoy muy cabreado con mi padre, y, aun así, lo sigo queriendo. Me decepcionó. Decepcionó a nuestra familia. Y no lo puedo perdonar por ello.

—Te entiendo —dijo Mia con suavidad—. Cuando mis padres murieron, me enfadé muchísimo con ellos. Suena estúpido, ¿verdad? Ellos no eran culpables. Al contrario, ni siquiera habían tenido intención de morir. Fueron víctimas de un conductor borracho. Y, aun así, me enfadé muchísimo con ellos por haberme abandonado. Si no hubiera sido por Jace, no sé lo que habría hecho. Él fue mi punto de apoyo. Nunca olvidaré todo lo que ha hecho por mí.

Gabe la estrechó contra él. Sabía que había pasado por una época dura tras la muerte de sus padres. Jace se había desesperado porque no sabía cómo ayudarla, o qué hacer. Mia estaba enfadada y llena de dolor, y parecía imposible. Intentar llegar a ella había vuelto loco a Jace, además de cuidarla y ofrecerle amor y apoyo.

Jace la había criado como un padre, pero en realidad había sido de todo para Mia. Padre, madre y hermano. Protector y su única fuente de recursos. No muchos hombres habrían hecho lo que él hizo. No muchos hombres lo habrían dejado todo de lado, cualquier oportunidad de tener una familia o una relación, para cuidar él solo de una hermana más pequeña. Gabe lo admiraba por ello.

Mia vaciló y luego puso una distancia corta entre los dos, un hecho que a él no le gustó y que le hizo tener que tragarse las ganas de pegarla contra él con más firmeza. Hubiera sido muy desesperado, muy necesitado. Y Gabe no quería necesitar a nadie.

—Gabe —dijo con el rostro lleno de inseguridad. Parecía estar debatiéndose entre hacer o no la pregunta que tenía en la punta de la lengua.

Él esperó, inseguro también de querer o no que ella preguntara lo que fuera que estuviera cogiendo valor para pronunciar.

—¿Qué pasó entre tú y Lisa? Sé que te hizo daño… Sé que ella fue la que te dejó y t rajo repercusiones importantes.

Gabe se quedó en silencio durante un momento. Lo último que quería era hablar de Lisa o de la traición que sintió al ver cómo se separaron. ¿Le debía a Mia una explicación? No. No le debía una maldita explicación a nadie. Pero, aun así, Gabe sintió como si cediera, como si quisiera explicárselo para que así pudiera entender el porqué del contrato y de los requisitos tan específicos. Nunca se había explicado con ninguna mujer con la que hubiera estado desde que se divorció. No era un hábito en el que quería caer, pero Mia era diferente y se dio cuenta de ello incluso teniendo en mente que el que fuera diferente era peligroso.

—Estoy seguro de que el contrato te parece… extremo —comenzó—. Incluso frío. Inhumano. Dominante. Probablemente me hace parecer un gran cabrón u otras muchas palabras que se me vienen ahora a la mente.

Mia no respondió, pero pudo ver la comprensión en sus ojos. No hizo ningún ademán de negar lo que había dicho, ningún intento de hacerlo sentir mejor, y eso le gustó de ella. No lo estaba juzgando tampoco, solo tenía curiosidad.

—Lisa y yo compartimos una relación en la que yo tenía completo control. No quiero meterme ni en los cómos ni porqués, algunas cosas son como son. Era, es, una necesidad que tengo. Yo no tuve ninguna infancia traumática que me haya hecho ser como soy. No tengo ninguna inestabilidad emocional, es solamente una perversión. Aunque más que eso, es quien soy. No puedo cambiar eso por nadie. Yo no quiero cambiar. Me siento cómodo con quien soy y con lo que quiero y necesito.

Ella asintió.

—Eso lo entiendo.

—No sé por qué se fue. Quizá ya no la satisfacía. O a lo mejor ya no quería la clase de relación que compartíamos. Joder, puede que aceptara solo para hacerme feliz. A lo mejor nunca fue verdaderamente feliz. No lo sé. Y a estas alturas no me importa, pero, cuando se fue, hizo toda clase de acusaciones sin fundamento. Me crucificó tanto en el juicio del divorcio como en los medios. Le contaba a todo el mundo que escuchara que yo abusaba de ella y que ejercía poder sobre ella. Lisa pintaba nuestra relación como si no fuera consensuada, lo cual era una gran mentira, porque yo le dejé claro desde el primer día cuáles eran mis expectativas y mis necesidades. Me aseguré de que se metía en la relación y luego en el matrimonio con los ojos bien abiertos.

Los ojos de Mia se llenaron de preocupación e inmediatamente después de compasión. Odiaba eso. No necesitaba que nadie lo compadeciera. No era la razón por la que estaba desahogándose en un momento poscoital sensiblero y cómodo. Solo quería que Mia lo entendiera.

—Si esa clase de relación ya no iba con ella no se lo hubiera echado en cara. Lo único que tenía que hacer era ser honesta conmigo y decir que quería marcharse. Yo la habría mantenido de forma generosa y la habría apoyado en su decisión. Pero en vez de eso, se puso a la defensiva y me tachó de monstruo abusador. Y eso no se lo perdonaré nunca. Aprendí una lección muy dura con nuestro matrimonio. Nunca me metí en ninguna otra relación sin haberme protegido antes de esa clase de acusaciones. Puede verse como extremo, pero no entro en ninguna relación sin contratos bien detallados y firmados. Yo no voy de líos de una noche. No tengo sexo casual. Si una mujer va a estar en mi cama, sabe cómo va a ir la cosa y ha firmado antes un contrato que nos proteja a ambos.

—Quizá necesitaba convencerse de que eras esa persona tan terrible para poder dejarte —dijo Mia con suavidad—. Me imagino que salir de un matrimonio nunca es fácil.

Gabe resopló.

—Dile eso a mi padre. Eres inocente, Mia. Dulce, pero inocente. La gente pone fin a sus matrimonios todos los días. Siempre me he preguntado qué es lo que hace que alguien se levante un día y diga «Hoy es el día en el que voy a dejar a mi marido o mujer». La lealtad debería contar para algo. Nadie quiere que las cosas funcionen hoy en día. Es muy fácil conseguir un abogado para divorciarse y pasar página.

Ella posó la mano en su pecho, un gesto que lo consoló infinitamente. A Gabe le gustaba que lo tocara. Que Dios lo ayudara pero no estaba seguro de que fuera a tener suficiente de ella. Tomaría y tomaría cosas de Mia hasta que no quedara nada. Hasta que se convirtiera en una Lisa y no pudiera soportarlo más. Él nunca quiso que otra mujer se sintiera como Lisa obviamente se había sentido. Era mucho mejor complacerse y luego pasar página. Eso mismo de lo que acusaba a Lisa y a su padre. A lo mejor él tampoco era mucho mejor que ellos.

—No todo el mundo te va a traicionar, Gabe —dijo ella en voz baja—. Hay muchos que te son leales. No puedes controlarlo todo. No puedes controlar lo que una persona siente por ti, o lo que les hace enfadarse. Solo puedes controlar cómo tú reaccionas, cómo tú actúas, cómo piensas o te sientes.

—Eres increíblemente sabia para ser tan joven —le dijo con ironía—. ¿Por qué tengo la sensación de que me acaba de dar una lección alguien catorce años menor que yo?

Ella se inclinó hacia delante y lo sorprendió dándole un beso. Sus labios vagaron sobre los suyos con calidez y mucha dulzura. Sus pechos rozaron el pecho de él y su miembro se puso duro al instante.

—Estás muy obsesionado con eso de la edad —murmuró—. A lo mejor es que simplemente soy inteligente.

Él se rio y entonces reclamó sus labios de nuevo. Ahora que tenía todo el cuerpo de Mia pegado al suyo otra vez, parecía que estaba volviendo de nuevo a la vida. Pero entonces ella vaciló y lo empujó hacia atrás con el rostro lleno de seriedad. A Gabe eso no le gustó. La quería junto a él, pero estaba claro que aún quedaba otra cosa que quería sacarse del pecho.

—Tenemos que dejar clara una cosa. Entiendo lo que estabas intentando hacer por tu padre. Pero habérmelo dicho primero no habría estado mal, por si no lo sabías. Me cabreó verte con la rubia esa, y, si esto vuelve a suceder otra vez, me iré tal y como hice anoche. Con la única diferencia de que esa vez no me vas a ablandar con tus palabras para estar de buenas conmigo. Entiendo que tengas todo el poder en esta relación, pero eso no significa que me vaya a quedar ahí viendo cómo te ligas a otra mujer mientras estoy obligada a mirar.

Ella lo observó con cautela, como si estuviera segura de que lo que había dicho lo iba a enfadar, pero, en cambio, echó la cabeza hacia atrás y soltó una risotada. Cuando volvió a mirarla, Mia parecía desconcertada y decepcionada por su reacción.

—Estás tan mona cuando te enfadas —le dijo aún sonriendo abiertamente—. A lo mejor no eres tan inteligente si has accedido a esta locura.

—O quizás es la mejor decisión que he tomado en mi vida —le contestó con un repentino tono serio y con los ojos contemplándolo sombríamente.

—Eso es debatible, pero no voy a malgastar mi tiempo cuestionando mi buena fortuna —le dijo.

Gabe la rodeó con los brazos y la colocó bajo su cuerpo para dejar que su miembro buscara y encontrara la carne de entre sus piernas. Deseaba con toda el alma que estuviera ya lista para él porque no podía esperar. No podía pasarse otro segundo más estando fuera de su cuerpo.

Pero algo sobre la conversación que habían tenido, en la mirada que tenía plasmada en sus ojos y en la forma en que parecía ser tan permisiva lo hizo dudar. Maldita sea, esta vez iría lento. Le daría lo que se merecía en vez de follársela con rudeza, que solo conseguía hacerlo quedar casi un poco mejor que un animal.

No tenía que ser esa persona tan fría y desconfiada. Por una vez podía concentrarse en el placer de alguien en vez de ser un egoísta. Por Mia podía hacerlo. Quería hacerlo. No se merecía menos.

En lugar de hundirse en su interior, Gabe la besó. Suavemente. Sin tanta agresión como había hecho antes. Le mordió los labios con delicadeza, se estaba alimentando de ellos y la estaba persuadiendo a abrirse para él conforme avanzaba. Su lengua rozó la de ella con provocación y flirteo. Primero solo una vez, y luego otra y otra. Y otra.

Deslizó la boca desde su mentón hasta su oreja, donde jugó con el lóbulo, le lamió la concha auditiva y luego ligeramente justo debajo en la piel del cuello. La sintió estremecerse, y él mismo sintió una oleada de satisfacción al ver que le estaba dando placer.

Pequeños escalofríos le recorrieron toda la piel rápidamente y consiguieron endurecerle los pezones hasta que estuvieron presionando el pecho de Gabe.

Este, sin poder resistir esa particular tentación, la fue besando hasta llegar entre sus pechos y luego los lamió hasta llegar más y más cerca de sus pezones enhiestos.

—Gabe…

Su nombre salió como un suspiro que tuvo una reacción volátil en su ya excitado cuerpo. La cabeza de su miembro estaba bien abrigada en su dulce calor pero no había presionado contra su interior todavía. Gabe quería asegurarse bien de que ella estuviera tan excitada como él, y entonces luego se tomaría su tiempo. Quería que se volviera tan loca como él estaba con ella. No se iba a contentar con menos.

Introduciendo la mano entre sus cuerpos, Gabe se agarró el pene y lo restregó de arriba abajo contra los labios vaginales de Mia, contra el clítoris, y seguidamente lo introdujo muy levemente en su interior. Le lamió un pezón llevando la lengua sin prisa alguna por toda su superficie.

—¿Te gusta? —murmuró.

—Oh, sí —respondió ella en voz baja—. Chúpalos, Gabe. Me encanta cuando pones la boca sobre mis pechos.

Dios, a él también le encantaba. Estaba temblando de lo excitado que se encontraba. La necesitaba. Necesitaba poseerla. Quería introducirse bien dentro de ella con fuerza y recordarle sin palabras a quién pertenecía. Era un infierno luchar contra esos instintos, pero se obligó a mantener el control.

Mordió con gentileza uno de los pezones y luego lo lamió ligeramente antes de succionarle la aureola entera con la boca. Se quedó ahí ocupándose de sus pechos con la boca y disfrutando de su sabor en la lengua. Nada era más dulce, más exquisito que tenerla debajo de él con las manos y la boca acariciándole la piel, saboreándola, tocándola y explorándola. Y era suya. Toda suya. La podía tener todo el tiempo que quisiera y todas las veces que quisiera. Era como si pusieran a un hombre que se estuviera muriendo de hambre delante de un banquete y le dijeran que se sirviera él mismo. Lo quería todo a la vez. Quería perderse en ella y olvidar todo lo demás.

Mia deslizó una de las manos entre su pelo para agarrarse con las uñas a su cuero cabelludo y lo apretó contra su pecho. Era la primera vez que estaba siendo remotamente agresiva en la cama, y a Gabe eso le gustaba. Le gustaba mucho. Le confirmaba que estaba ahí con él compartiendo esta apabullante e incapacitante obsesión. Que no estaba solo.

Ella arqueó las caderas y se empujó contra él en un intento de introducir su erección en su interior. Cuando esta fue recibida únicamente con humedad, Gabe supo que estaba más que preparada, pero no hizo el movimiento definitivo. La quería con locura, le quería dar placer como nunca antes lo hubiera experimentado.

Se arrodilló con la erección bamboleando en todas direcciones y formó un camino de besos desde sus pechos hasta el vientre. Mia se encogió y gimió cuando le hundió la lengua en el ombligo. Se quedó jugando con él por un momento y disfrutó de sus movimientos nerviosos al mismo tiempo que el deseo aumentaba dentro de Mia.

Besó toda su piel hasta que llegó a la pelvis y luego hasta una de las caderas, donde siguió dándole besos dulces y suaves. Le recorrió la pierna con la lengua hasta luego subir por el interior de su muslo y llegar poco a poco cerca de su sexo. Pero se detuvo antes de alcanzar esa carne tan íntima.

El suspiro de frustración que ella soltó lo hizo sonreír.

Le hundió los dientes levemente en el interior del muslo y, a continuación, la lamió con la lengua antes de dirigirse hacia abajo acariciándole todo el interior de la pierna hasta llegar al tobillo con los dientes.

Sus dedos del pie eran pequeños y rosados, un tono delicioso que la complementaba bien. Se metió el dedo gordo en la boca y lo succionó tal y como había hecho con los pezones. Luego hizo lo mismo con los demás.

—Dios, haces que las cosas más simples parezcan increíblemente eróticas —dijo ella sin aire—. Nunca me habían chupado los dedos del pie. Habría dicho que es asqueroso, pero tu boca es puro pecado.

Él la miró por encima de su pie levantado.

—¿Asqueroso?

—Olvida que he dicho nada. Continúa.

Gabe se rio y luego le bajó la pierna para comenzar todo el proceso con la otra cadera hasta llegar, besándola y lamiéndola, a esos pequeños y deliciosos dedos del otro pie. Succionó todos y cada uno de ellos con la boca, primero entreteniéndose lamiendo las yemas y luego chupándolos con más fuerza.

Le encantaba que Mia fuera tan femenina y al mismo tiempo tuviera esa personalidad tan fuerte y que no se amilanara. Iba a ser un reto, uno que recibiría gustoso para variar un poco de las mujeres a las que estaba acostumbrado. Incluso era posible que lo mantuviera firme durante las siguientes semanas.

Quería mimarla y consentirla a más no poder. Quería darle todos los caprichos que quisiera. La quería ver sonreír, y quería ser él el que le provocara la sonrisa. Quería que ese brillo que tenía en los ojos fuera por él, y, si eso lo convertía en un cabrón egoísta, egocéntrico e interesado, podría vivir con ello perfectamente.

La agarró por ambos pies y tiró de ellos para estirarla y extenderle las piernas mientras él se arrodillaba entre sus muslos. Mia estaba completamente abierta a él. La suave y rosada carne de su sexo brillaba bajo la tenue luz de la lámpara.

Depositando uno de los pies de Mia contra su hombro, alargó la mano y pasó un dedo por la unión de su vulva y luego lo introdujo en su interior. Sentía los tejidos ajustados de su vagina abrazarlo con fuerza y el sudor le comenzó a caer de la frente. Quería hundirse en su interior tanto que estaba a punto de correrse.

Se echó hacia delante y la lamió desde la entrada de su cuerpo hasta el clítoris de una sola y violenta lengüetada que la hizo arquearse en la cama. Soltó un grito. Su nombre. Una orden urgente para que la satisficiera. Gabe podía sentir que Mia estaba al borde de la impaciencia, lo que no suponía ningún problema porque él tampoco podía contenerse ni un solo segundo más.

Acercándose a ella, Gabe se agarró el pene erecto y lo pegó junto a la entrada de su sexo. Durante un momento jugó con ella introduciendo y sacando de su interior apenas tres centímetros de su verga hasta que ella gruñó de frustración.

Gabe curvó los labios en una sonrisa mientras se introducía en su interior centímetro a centímetro y disfrutaba de la genial sensación de ser acogido dentro de su cuerpo y de recibir sus movimientos en contra, para por fin albergarlo por completo.

—Eres un maldito provocador —le dijo airadamente—. Dios, Gabe. ¡Quieres follarme ya!

Este dejó caer sus piernas sobre la cama y entonces se inclinó por encima de su cuerpo para colocarse de modo que pudiera embestirla más profundamente. Entonces la besó aún con la sonrisa en los labios.

—Eres tan mandona —le contestó con burla.

Ella alargó la mano y lo agarró por la cabeza para tirar de él y besarlo con una fuerza y una exigencia que corroboraba firmemente su afirmación. Se siguió adentrando en su apretada humedad hasta que sus caderas tocaron las de ella.

—Joder, lo que me haces… —dijo Gabe en un susurro atormentado.

Mia envolvió las piernas alrededor del torso de Gabe y cruzó los tobillos en su trasero. Se elevó hacia arriba queriendo más. Maldita sea, él quería más. Nunca tendría suficiente.

Posando las manos a cada lado de su cabeza, Gabe comenzó a bombear dentro y fuera de su cuerpo. Empujaba y se introducía bien adentro de su cuerpo. Se mantenía en lo más profundo de su ser antes de deslizarse fuera y volver a enterrarse de nuevo en ella con un ritmo erótico y seductor.

—Dime lo que necesitas —consiguió decir Gabe con los dientes apretados—. ¿Estás cerca de correrte, Mia? ¿Qué necesitas?

—A ti —respondió simplemente. Esas dos palabras le llegaron justo al corazón—. Solo a ti.

Gabe no le tuvo que decir que lo mirara a los ojos. Su mirada, dulce y comprensiva, estaba bien fija en él con el brillo de excitación inundando sus dos pupilas.

Aumentó el ritmo de las sacudidas mientras embestía y se movía contra ella. Mia se agitaba y convulsionaba con él en su interior. Gabe sintió el comienzo de su orgasmo mientras se deslizaba por todo su miembro y lo estrujaba tanto que provocó el suyo propio.

Era como estar del revés. El éxtasis que sintió no fue como nada que hubiera experimentado antes. Era la descarga de adrenalina más grande que hubiera tenido en su vida.

El primer chorro de semen salió de su cuerpo de forma tan dolorosa y tan intensamente placentera que perdió la conciencia de todo menos de su pene, que se enterraba en ella una y otra vez. Mia se quedó laxa en la cama con el pecho subiéndole y bajándole en rápidas sucesiones y los ojos fijos en los suyos tras correrse. Gabe siguió hundiéndose en ella incluso cuando las últimas gotas de semen abandonaron su cuerpo. No quería que esa sensación tan buena terminara nunca.

Mia rodeó sus hombros con los brazos y le masajeó la espalda con las manos asegurándose de que las uñas le arañaran la piel ligeramente. Él gimió y se estremeció de pies a cabeza. Embistió contra ella y se quedó en su interior al mismo tiempo que bajaba el cuerpo para que descansara encima del de ella.

Deslizó la manos por debajo del trasero de Mia y la pegó más a él, no quería perder esa conexión. Si de él dependiera, se quedaría pegado a ella con el miembro en su interior de forma permanente. Nada en la tierra lo podía hacer sentirse mejor.

—Mmm, eso ha sido muy placentero —dijo Mia con una voz adormilada y completamente satisfecha.

Gabe no tenía nada que decir porque no existían las palabras adecuadas para expresar lo derrotado que se encontraba ahora mismo, y no quería que ella ni nadie supieran lo vulnerable que se sentía en esos momentos.

Le besó la sien con cuidado de no moverse para seguir permaneciendo en su interior. No la iba a dejar hasta que no tuviera más remedio que hacerlo. Era retorcido, pero le gustaba el hecho de que ella aparentemente fuera tan posesiva con él como Gabe con ella.

Mia se encontraba apretada contra su cuerpo, ambos aún conectados con los cuerpos entrelazados de la forma más íntima. Gabe pensó que ella ya se había quedado dormida cuando de repente la oyó pronunciar su nombre en voz baja.

Él levantó la cabeza lo suficiente como para poder verla y le apartó con el dedo pulgar un mechón de pelo que tenía en la frente.

—¿En qué piensas? —le preguntó. Ya habían hablado mucho más de lo que él se sentía cómodo, pero algo en su mirada le decía que fuera lo que fuere no era algo trivial.

—En el contrato —le susurró.

Gabe se tensó y entonces se elevó incluso más mientras la miraba con interrogación. Aún estaba duro en su interior y formaba una parte sólida dentro de su cuerpo, y ahí es justo donde se quedó. La quería debajo de su cuerpo, abierta y poseída por él, especialmente si iban a discutir el maldito contrato.

—¿Qué pasa con él?

Ella suspiró.

—Me estaba preguntando… sobre eso de los «otros hombres». ¿Será algo seguro o solo una situación de por si acaso?

De lo último de lo que quería hablar —o imaginarse— cuando estaba bien hundido en su interior, con Mia desnuda y saciada entre sus brazos, era de que otro hombre la tocara.

Pero también había curiosidad en su mirada, no miedo. Solamente había hecho una pregunta genuina. Casi como si se estuviera preguntando sobre ello…

—¿Qué opinas tú sobre eso? —le preguntó de repente—. ¿Te excita la idea de que otro hombre te toque mientras miro?

Ella empezó a desviar la mirada.

—Los ojos —le ordenó—. Mírame mientras tenemos esta conversación. Volvió a mirarlo y él pudo observar el rubor que se había instalado en su rostro. A continuación, se lamió los labios y Gabe pudo sentir su nerviosismo y vacilación.

—De acuerdo, sí. Lo admito. Me pregunto cómo sería. Es decir, no te puedo decir si me va a gustar o no, pero he pensado en ello en algún momento. Sé que Jace y Ash… Gabe hizo una mueca de dolor con los labios.

—No quiero escuchar ni quiero discutir nada que tenga remotamente que ver con Jace y Ash desnudos.

Mia se rio y lo miró con ojos llenos de diversión. Pero también se relajó entre sus brazos y parte de la tensión que sentía antes desapareció.

—Quiero decir que sé que tienen tríos con mujeres y supongo que me he preguntado qué se siente. No con ellos. Dios, no —le entró un escalofrío—; solo el concepto en general. Es decir, cuando lo leí por primera vez en el contrato, mi reacción inmediata fue de quedarme conmocionada y de soltar un rotundo «de ninguna manera». Pero luego empecé a preguntarme qué se sentiría.

Mia se calló con un susurro y con una expresión ansiosa mientras lo miraba a los ojos.

—¿Te cabrea?

Él suspiró.

—No voy a enfadarme contigo porque te preguntes sobre algo que dije que podría ser una posibilidad, Mia. No hay nada malo en que tengas curiosidad. Y me alegro de que no tengas miedo. ¿Te excita tener a alguien que te toque mientras yo observo y dirijo la escena?

Lentamente ella asintió. Los pezones se le endurecieron y su sexo se contrajo alrededor de su verga, lo cual logró enviarle a su ingle una ola de placer. Sí, la idea obviamente la excitaba. No estaba seguro de si sería algo que podría darle algún día. No estaba seguro de poder quedarse de pie mirando a otro hombre tocar lo que era suyo.

Gabe se inclinó hacia delante y la besó, no tenía ninguna intención de decir nada más al respecto. Estaba empezando a odiar de verdad el maldito contrato.