Capítulo
14

Ver a Gabe dirigir a la dependienta era una experiencia desconcertante para Mia. Se decidía entre todos los vestidos seleccionados con increíble precisión, desechando rápidamente los que no le gustaban y seleccionando los que sí.

Francamente, era la primera vez que Mia iba de compras sin tener ningún poder de decisión sobre lo que quería. De hecho, era Gabe quien asumía esa responsabilidad. Y aunque era raro, resultaba fascinante al mismo tiempo.

Obviamente Gabe tenía buen ojo para saber lo que le favorecía a una mujer. También era evidente que no tenía ni el más mínimo deseo de que ella llevara nada que dejara demasiado al descubierto, aunque sí muy sugerente. De hecho, había escogido varios vestidos que eran alucinantes y Mia se moría de ganas de probárselos y ver cómo le quedaban. Pero no se podían comparar en nada al vestido que había llevado en la gran inauguración.

Cuando se probó el vestido que Gabe le había elegido para llevar esa noche, Mia casi se desmayó ahí en medio al ver el precio en la etiqueta. Era obsceno. Intentó no pensar en ello mientras se miraba en el espejo, pero era como si una señal de neón estuviera ahí gritándole el precio que marcaba la etiqueta.

De todos modos, se lo tendría que devolver a Gabe. El vestido le quedaba de maravilla; le resaltaba la figura y el color de la piel. Era de tubo entallado, de un intenso color rojo, y, además de ajustársele perfectamente a las caderas, también se le ceñía en las piernas hasta unos cuantos centímetros por encima de las rodillas. No tenía mangas, y tampoco era escotado. Le dejaba los brazos completamente desnudos pero nada a la vista por delante ni por detrás.

Mia nunca vestía de rojo, y a lo mejor era porque lo conside raba demasiado… atrevido. O descarado. Pero daba igual, porque el vestido en ese color le quedaba fabuloso. Parecía una sirena sexual. Aunque el vestido no fuera escotado, al ser tan ajustado, le dibujaba perfectamente la forma redonda de los pechos.

Se la veía… sofisticada. Y eso le gustaba. La hacía sentirse como si de verdad perteneciera al mundo de Gabe.

—Mia, quiero verlo.

La voz impaciente de Gabe se coló dentro del probador. Mia estaba sorprendida de que simplemente no la hubiera desnudado en medio de la tienda. La dependienta había cerrado la boutique para él y solo estaban ellos dos dentro del establecimiento. Por la cantidad de dinero que le estaba pagando, no le extrañaba que la mujer estuviera impaciente por obedecer sus deseos.

Abrió la puerta del probador y, vacilante, salió para que la viera. Gabe estaba sentado en una de las cómodas butacas que había justo enfrente y los ojos le brillaron de inmediato cuando su mirada se posó sobre ella.

—Es perfecto —dijo—. Te lo pondrás esta noche.

Se giró y llamó con la mano a la dependienta, que se dirigió hacia ellos.

—Encuéntrele unos zapatos que vayan con este vestido. Ya puede poner también el resto de los vestidos que hemos estado eligiendo para ella, añadir los que considere que le quedarán bien y enviarlos a mi casa.

La mujer sonrió.

—Sí, señor.

Entonces bajó la mirada hasta los pies de Mia.

—¿Qué número tiene usted, señorita Crestwell?

—Un treinta y siete —murmuró Mia.

—Creo que tengo los tacones perfectos. Iré a buscarlos.

Un momento más tarde, la dependienta volvió con un par de zapatos con los tacones plateados que parecían tener unos doce centímetros. Antes de que Mia pudiera decirle que de ninguna de las maneras se iba a subir a esos zapatos, Gabe frunció el ceño.

—Se matará con ese calzado. Encuéntrele otros zapatos un poco más razonables.

Impertérrita, la dependienta se retiró rápidamente y volvió poco después con un par de zapatos con tacones negros muy elegantes y sensuales, que al menos no parecían tener un alfiler por tacón.

—Esos son perfectos —afirmó Gabe.

El hombre bajó la mirada hasta su reloj, y Mia pudo ver en su rostro que ya era hora de marcharse. Sin una palabra más, volvió al probador y se quitó el vestido con cuidado de no arrugarlo, y, tras ponerse de nuevo su ropa, se lo dio a la dependienta para que lo envolviera con los zapatos.

Cuando salió del probador, Gabe la estaba esperando. Le puso la mano en la espalda, que era como estar quemándose a fuego lento, y ambos caminaron hasta la parte delantera de la tienda. ¿Se aplacarían algún día las reacciones que él le provocaba? ¿Llegaría el día en que la tocara y ella no se estremeciera? No parecía posible dada la intensidad de la atracción que existía entre ellos. Eran como dos imanes que se atraían inexorablemente.

Tras liquidar las compras con la dependienta, Gabe la condujo hasta el coche que los estaba esperando fuera y juntos emprendieron el camino de vuelta al apartamento. Sabiendo que Caroline se iba a preguntar dónde narices estaba, sacó su teléfono y le envió un mensaje.

CON GABE. NO SÉ SI ME QUEDARÉ OTRA VEZ ESTA NOCHE. TENGO UN EVENTO AL QUE IR. ACABO DE VENIR DE COMPRAS, OMG. TE PONDRÉ AL DÍA LUEGO.

Gabe la miró con curiosidad pero no hizo ningún comentario. Devolvió el teléfono a su bolso, pero apenas unos pocos segundos después el móvil empezó a sonar. Se trataba de la melodía que tenía configurada para cuando llamaba Jace, así que lo volvió a coger de nuevo.

—Es Jace —le articuló con los labios a Gabe.

Él asintió.

—Hola, Jace —dijo Mia cuando descolgó.

—Mia, ¿cómo te van las cosas? ¿Todo bien?

—Sí, claro. ¿Qué tal tú? ¿Cuándo vais a volver tú y Ash?

Respuesta que Mia temía porque sabía que cuando Jace volviera no habría ninguna forma de esconderle que trabajaba para Gabe. Y tampoco de saber cuántos rumores o cotilleos podría escuchar referentes a ella y a Gabe. No estaba preparada todavía para hacer frente a esta delicada cuestión. Y quizá nunca lo estaría.

—Pasado mañana. Las cosas están yendo bien aquí. Solo quería ver cómo estabas y asegurarme de que todo iba bien.

De fondo, Mia escuchó la risa suave de una mujer y la voz de Ash. Los ojos se le abrieron como platos al recordar la charla que había escuchado por causalidad en el baño.

—¿Dónde estás? —le preguntó.

—En la suite del hotel. Tenemos otra reunión mañana y luego un evento social para conseguir posibles inversores locales por la noche. Cogeremos temprano un vuelo a la mañana siguiente y estaremos de vuelta en Nueva York al mediodía.

Si estaban en la suite del hotel, era obvio que sí que había una mujer con Jace y Ash. Estaba claro que había mucho que no sabía sobre su hermano. Era un poco raro e incómodo, además de repulsivo, conocer de repente aspectos de su vida sexual, así que… no, gracias. No quería imaginárselo en algún trío ilícito con Ash y otra mujer.

—De acuerdo, te veré entonces.

—Cenemos juntos cuando vuelva. Siento mucho no haber estado contigo en la inauguración, no te he visto apenas últimamente.

—Sí, me gusta la idea.

—Entonces es una cita. Te llamaré cuando llegue.

—Te quiero —le dijo Mia al sentir un arranque de afecto por su hermano mayor. Había sido una pieza vital en su vida. No como figura paternal, sino más bien como una presencia firme en la que apoyarse desde una edad muy temprana. A la muerte de sus padres, no muchos hombres habrían asumido la responsabilidad de hacerse cargo de una hermana muchísimo más pequeña cuando él mismo no era más que un jovencito más.

—Yo también te quiero, peque. Hasta luego.

Mia colgó y se quedó sentada mirando al teléfono por un momento, la culpa la estaba ahogando. Tenía la excusa de que ya era adulta y plenamente capaz de tomar sus propias decisiones. Pero también estaba el hecho de que Jace y Gabe eran muy buenos amigos, además de socios en el trabajo. Meterse entre ellos no era algo que Mia quisiera para nada. Pero, de todos modos, tampoco podía ignorar la incontrolable atracción que existía entre ella y Gabe.

—¿Ha pasado algo? —le preguntó Gabe.

Ella alzó la mirada y le ofreció su mejor intento de sonrisa.

—No, para nada. Jace quiere cenar conmigo cuando vuelva —entonces hizo una breve pausa y frunció el ceño al recordar que Gabe tenía derecho exclusivo para controlar su tiempo—. Supongo que no hay ningún problema, ¿verdad?

Gabe suspiró.

—No soy un cabrón, Mia. No te voy a alejar de tus amigos ni de tu familia. Especialmente de Jace, sé lo unidos que estáis los dos. Por supuesto que eres libre de ir a cenar con él. Aunque, después, debes volver conmigo.

Ella asintió, aliviada al oír su rápida aprobación. Gabe era posesivo y controlador, y ella lo sabía antes de que el contrato hubiera entrado en escena. Pero no tenía forma alguna de saber lo lejos que llevaría las cosas o lo literal que iba a interpretar el contrato.

—Necesito que me respondas a algo, Gabe.

Él la miró confuso.

—Este trabajo, como tu asistente personal, ¿es de relleno? Es decir, me presentaron a todo el mundo como tu asistente personal. Sin embargo, luego viene Eleanor, me pide el almuerzo y me lo trae. Resulta una actitud extraña para mi puesto de trabajo y ya hay habladurías…

Él levantó la mano para hacerla callar con los ojos inundados por una repentina fiereza.

—¿Qué habladurías?

—Llegaré a eso en un minuto —le dijo con impaciencia—. Lo que quiero saber es si mi trabajo va a tener consistencia. Me estás pagando un montón de dinero y yo preferiría ganármelo con mi trabajo y no solo abierta de piernas.

Gabe levantó las cejas por la sorpresa de su respuesta.

—No eres ninguna puta, Mia. Te dejaré el culo bien calentito como alguna vez vuelvas a sugerir tal cosa.

Era un gran alivio escucharle decir eso aunque ella nunca había pensado que Gabe la viera realmente de esa forma. Quizás era más como ella se veía a sí misma, y no le gustaba cómo eso la hacía sentirse.

—Y respecto a tu pregunta, solo porque no te haya agobiado en tu primer día en la oficina no significa que no vayas a tener mucho trabajo. Te enseñaré mi rutina y te familiarizaré con cómo ayudarme de la mejor manera. Recuerda que esto también es nuevo para mí. No estoy acostumbrado a tener asistente personal y será un cambio al que me tendré que adaptar.

—Yo solo quiero ganarme mi sueldo, Gabe. Es importante para mí. Tú eras el que decía que mi talento y mi educación se estaban desperdiciando en La Pâtisserie. No quiero depender solo de los favores sexuales que te doy para sobrevivir en este trabajo.

—Entendido. Ahora, ¿qué narices es eso que has dicho sobre los rumores? ¿Te ha dicho alguien algo? Se arrepentirán de haberlo hecho.

—No a mí. Pero estaba lo bastante cerca como para oírlos. Y no fue intencionado. Estoy segura de que se hubieran muerto de la vergüenza de haber sabido que estaba allí. No sé quién dijo qué; apenas pude procesar todos los nombres y caras cuando me presentaron a la gente. Y tampoco pude ver quién estaba hablando porque estaba en el baño escondiéndome en un retrete.

Gabe la miró con incredulidad.

—¿Escondiéndote en el baño?

—Entraron cuando yo ya estaba dentro —le dijo con exasperación—. Tan pronto como empezaron a hablar, quise asegurarme de que no se dieran cuenta de que estaba escuchando la conversación. Fue bastante incómodo.

—¿Qué dijeron?

—Nada que no fuera de esperar.

—Mia —le gruñó—, dime lo que dijeron.

—Se preguntaban si te estabas acostando conmigo. También tenían cosas que decir sobre Jace y Ash, y, tras esa llamada de teléfono hace un minuto, yo misma me pregunto lo acertados que eran esos rumores.

—Me estoy acostando contigo —dijo él como si nada—. Eso no va a cambiar. Y no lo saben con certeza. Ya hemos discutido esto, Mia. Pensarán lo que quieran pensar y eso no lo podemos cambiar. Yo tengo muy claro que no pienso disuadirles de esos rumores porque, si ya se han montado su película, nada de lo que tú o yo digamos va a hacerles cambiar de parecer. No me importa una mierda lo que piensen. Pero deben ser respetuosos contigo, porque como escuche algo, o si te dicen algo a ti directamente, acabaré con la persona responsable de inmediato.

No había mucho más que añadir a eso.

Mia no mencionó la parte donde habían entrado a su oficina a propósito, aunque sintió una punzada de culpabilidad. ¿No debería saber que estaban hurgando en su vida privada? Y es más, ¿no debería saber que el tema del contrato era ahora de conocimiento público? O al menos dentro de la oficina.

Toda la situación la ponía incómoda. Su lealtad era para con Gabe. Mia no conocía a esas otras mujeres, por lo que no les debía nada. Si Gabe averiguaba que ella lo sabía y no le había dicho nada se pondría furioso.

Mia suspiró; odiaba la posición en la que se encontraba.

—¿Qué pasa? —le exigió.

Ella levantó la mirada sintiéndose culpable y volvió a suspirar.

—Hay algo que deberías saber, Gabe.

—Te escucho.

—Eso no fue todo lo que dijeron hoy en el baño.

Gabe frunció el ceño con más ímpetu.

—Se trataba de un grupo de mujeres, así que no sé quiénes eran y no tengo ni idea de quiénes podrían ser. Pero también mencionaron tu… contrato. Especularon sobre la existencia de un contrato muy peculiar, y entonces una de las mujeres tomó la palabra y confirmó que ella lo había visto, por lo que sabía que los rumores eran reales.

—¿Cómo narices puede saber tal cosa?

Estaba claro que Gabe no la creía y que se iba a enfadar mucho cuando le dijera cómo lo había averiguado la mujer. Solo esperaba que la información no arruinara toda la velada, porque lidiar con un Gabe enfadado y de mal humor no encajaba en las diez mejores formas de pasar la noche con él.

—Comentó que había entrado en tu oficina, manipulando la cerradura, porque tenía curiosidad, y te registró el escritorio.

—¿Que qué?

El sonido de su voz fue explosivo dentro del coche, y Mia se encogió al escuchar la implícita amenaza.

—Déjame ver si lo he entendido. ¿Ella dice que manipuló la cerradura de mi oficina y me registró la mesa porque tenía curiosidad por saber si el rumor que había sobre mi vida privada era verdad?

La furia que Mia podía escuchar en su voz la puso en alerta. Estaba que echaba humo, el cuerpo entero le temblaba de ira e indignación.

—Eso es lo que dijo —contestó Mia en voz baja.

—Voy a hacerme cargo de esto mañana. Si tengo que despedir a cada uno de los empleados, lo haré. Me niego a tener gente en la que no puedo confiar trabajando para mí.

Mia cerró los ojos. Esto era lo último que quería que pasara. Lo único que quería era que Gabe fuera consciente de que podía ser más cuidadoso. Quizás incluso considerar la opción de no tener información privada y personal en la oficina.

Entonces Gabe le cogió la mano y le dio un apretón para tranquilizarla.

—No tienes de qué preocuparte, Mia. Has dicho que no sabían de tu presencia en el baño. No sabrán que me lo has dicho. Pensarán que una de sus compañeras de oficina la ha traicionado.

—De todos modos, no me tranquiliza saber que soy la responsable de que alguien pierda su trabajo —le dijo aún en voz baja.

—Eres muy compasiva, Mia. Si me ha traicionado de esa manera, no merece trabajar para mí. No tolero la deslealtad de ninguna clase.

Mia suponía que eso era verdad, pero deseó que no hubiera sido ella la que se lo hubiera tenido que decir.

El coche se detuvo justo fuera del edificio de apartamentos de Gabe y ambos salieron. Cogió las cajas de la tienda de ropa y se encaminaron hacia su apartamento.

Tan pronto como estuvieron tras sus puertas, Gabe dejó caer las cajas en el suelo y arrastró a Mia hasta el salón para colocarla encima de la gruesa y afelpada alfombra de piel de borrego.

—De rodillas —le dijo con brusquedad.

Desconcertada, ella hizo como le había ordenado y se arrodilló encima de la suave alfombra.

Gabe se empezó a desabrochar los pantalones, se bajó la cremallera y luego se sacó el pene semierecto. Se acarició de arriba abajo mientras la observaba en todo momento y fijaba la mirada con avidez en su boca.

Ella lo contempló con fascinación mientras su erección se tensaba y se hinchaba hasta ponerse dura como una piedra. Verlo masturbarse y darse placer era erótico y hermoso. La anticipación que se respiraba en el aire era intensa; Mia podía sentir su excitación y su deseo correr a través de su cuerpo.

Gabe deslizó la mano hasta el glande y lo apretó ligeramente antes de volver a bajar la mano hasta la ingle. La diferencia de lo grande que ahora era con respecto a antes se hacía incluso más patente. Mia sabía qué era lo que le iba a ordenar antes incluso de que él abriera la boca. Imaginárselo era lo único que podía hacer para no juntar los muslos y calmar y aplacar el acuciante dolor que tenía entre las piernas. La boca se le hacía agua por las ganas de tenerlo entre sus labios y saborearlo con la lengua.

Él le había dicho que tendría su oportunidad, y ahora era el momento.

—Hoy ha sido todo para ti, Mia. Ahora lo es para mí. Abre la boca.

Apenas tuvo tiempo de procesar la orden antes de que Gabe se deslizara con fuerza bien dentro de su boca. La sensación de contraste de duro a suave y aterciopelado la trajo hasta un estado de gran sensibilidad. Mia inspiró profundamente y saboreó su olor y su sabor. Estaba muriéndose por tenerlo dentro de ella. Lo quería en su interior, poseyéndola. Nunca tenía suficiente de él.

Gabe hundió los dedos en su pelo y le agarró la cabeza. Se la mantuvo ahí quieta mientras él se retiraba y luego volvía a apoderarse de nuevo de su boca.

—Ah, Mia. Tu boca es tan placentera… He soñado con esto. Con follar esos bonitos labios y correrme en tu boca.

Ella cerró los ojos cuando sus movimientos se volvieron más vigorosos y provocaron que el cuerpo entero le temblara. No es que fuera ninguna experta haciendo mamadas, pero tampoco se trataba de una principiante en lo que a sexo oral se refería, así que estaba completamente decidida a hacer que Gabe olvidara a todas esas otras mujeres que habían tenido los labios alrededor de su polla.

Lo lamió y lo succionó; dejó que continuara deslizándose dentro y fuera de su boca mientras ella colmaba de atenciones su rígido tallo. El gemido que Gabe soltó llenó sus oídos con total satisfacción y avivó la confianza que sentía en sí misma, así que tomó la iniciativa y lo acogió con más profundidad dentro de su boca.

—Joder —gimió—. Eso es, nena. Más adentro, más fuerte. Me encanta sentirte. Me encanta la forma en que tu garganta se convulsiona alrededor de mi polla. Acógela… más adentro. Toda entera. Eso es.

Los dedos se enredaron con más fuerza en su pelo hasta que a Mia le fue imposible moverse. Se dio cuenta de que Gabe quería el control. Quería dirigir la acción. Por tanto, ella accedió y le dejó que se saliera con la suya.

Relajándose, echó la cabeza hacia atrás para poder acogerlo más en su interior y se obligó a sí misma a aceptar lo que fuera que él quisiera darle. Mia quería que él estuviera satisfecho. Quería sacudir todo su mundo.

Gabe la embistió, imponiéndose más que antes en su interior, y luego se quedó ahí en lo más hondo de su garganta con la nariz de Mia pegada a su ingle. Justo cuando ella empezó a luchar en busca de aire, la soltó, se salió de ella y la dejó que respirara.

Entonces se acercó de nuevo a su boca, teniéndola aún bien agarrada por el pelo. Restregó su miembro por encima de sus labios y luego se hundió con fuerza en su garganta.

—Dios, lo que me haces… —dijo con voz ronca—. Quédate de rodillas, Mia. Voy a correrme en tu boca y quiero que te lo tragues todo.

Ella podía saborear ya el líquido preseminal en su lengua, así que sabía que estaba cerca. Todo el cuerpo de Gabe estaba completamente tenso, señal de que el inminente orgasmo estaba a punto de estallar. No era un baile sensual y lento hasta encontrar placer al final, no. Más bien iba rápido y directo al grano.

Gabe comenzó a moverse rápido y con fuerza. Sonidos húmedos hacían eco en sus oídos mientras sus mejillas se llenaban con cada arremetida. Aunque Mia supo que su orgasmo estaba a punto de llegar, el primer chorro de semen la cogió igualmente por sorpresa.

Caliente y con un punto salado, le salpicó por toda la boca, llenándola, mientras él mantenía el mismo ritmo frenético. Mia tragó e intentó no atragantarse, pero él seguía corriéndose sin parar. Los contundentes latigazos de semen se estrellaban contra el interior de su garganta justo antes de que su glande lo hiciera. Le tiró del pelo hasta rozar el límite del dolor, pero ella lo ignoró. Gabe se puso de puntillas y empujó las caderas hasta que Mia estuvo casi abrumada por la profundidad de su entrada. Durante un buen rato, se quedó ahí enterrado en su garganta mientras los últimos resquicios de su simiente caían dentro de su boca. Cuando terminó, le soltó el pelo por fin y lentamente dejó que su miembro se saliera de su boca.

Mia tragó y tosió y tragó otra vez con ojos lacrimosos, pero se obligó a sí misma a fijar su mirada en él. Quería ver su satisfacción, su aprobación.

Sin embargo, todo lo que encontró fue arrepentimiento. Gabe la agarró con suavidad para ponerla de pie y le acarició los brazos desde los hombros hasta las muñecas mientras la miraba fijamente.

—No tengo remedio contigo, Mia. Te hago promesas que no puedo cumplir. No soy yo cuando estoy contigo. No estoy siquiera seguro de gustarme ahora mismo. Pero no puedo parar. Dios, incluso si eso hace que me odies, no puedo parar. Y no pararé. La necesidad que tengo de ti me consume y no se va.

Impresionada por su franca admisión, Mia solo pudo mirarlo a los ojos mientras su corazón latía y golpeaba contra las implicaciones que esa confesión conllevaría.

Gabe le acarició la mejilla con suavidad con el arrepentimiento aún ensombreciendo sus ojos azules.

—Ve y vístete para esta noche. No nos quedaremos demasiado tiempo en la fiesta, así luego podremos ir a cenar.