Mia abrió los ojos y se encontró a Gabe inclinado sobre ella intentando despertarla.
—Arriba. Hora de levantarse e ir al trabajo —le dijo.
Ella se restregó los ojos en un intento de recuperar su nítida visión.
—¿Qué hora es?
—Las seis. Dúchate y vístete, cogeremos algo para desayunar de camino a la oficina.
Cuando estuvo más despierta se percató de que Gabe ya estaba vestido. No se había enterado siquiera de cuándo se había levantado de la cama, pero pudo advertir el olor a limpio y a pulcro de su gel de baño y el seductor aroma de su colonia. Llevaba puestos unos pantalones, una camisa, cuyo último botón seguía desabrochado, y una corbata alrededor del cuello, todavía por anudar.
Estaba… intachable. Indiferente y tranquilo. Un gran contraste con el hombre que la había hecho suya la noche anterior una y otra vez.
Mia se impulsó hacia arriba y maniobró entre las mantas hasta llegar al borde de la cama.
—No tardaré mucho.
—Tómate el tiempo que quieras. Esta mañana no tengo prisa. Tengo una reunión a las diez, hasta entonces estoy libre.
Se dirigió torpemente al cuarto de baño y se miró minuciosamente en el espejo. Además de mostrar signos de cansancio, no se veía diferente. No sabía por qué pero esperaba que el mundo pudiera ver en su piel todo lo que ella y Gabe habían hecho la noche anterior.
Durante un buen rato, Mia se quedó sentada en la tapadera del váter y dejó que el agua corriera en la ducha. Necesitaba unos minutos para serenarse. Estaba dolorida; Mia nunca había tenido un maratón de sexo en su vida. Todos sus encuentros sexuales habían sido muchísimo más lentos y monoorgásmicos.
Gabe la había poseído cuatro veces a lo largo de toda la noche. Cuando terminó se disculpó con hosquedad, como si le estuviera haciendo daño por dentro. Sus ojos habían estado llenos de verdadero arrepentimiento. Le dijo que quería ser más suave con ella, que quería mantener la promesa que le había hecho de ir con calma al principio pero que era incapaz de contenerse, que la deseaba demasiado.
¿Se suponía que eso la tenía que molestar?
Tener a un hombre tan loco por ella que no pudiera siquiera controlarse no era algo malo precisamente. Obviamente estaba dolorida y tenía marcas y pequeños moratones que le habían dejado sus manos y su boca, pero no le había hecho daño. Había disfrutado cada minuto de la noche aunque la mayor parte del tiempo se hubiera sentido completamente abrumada.
Se metió en la ducha y se quedó de pie para dejar que el agua caliente le cayera por el rostro. Consciente de que Gabe ya estaba vestido y listo para ir al trabajo, Mia se lavó rápidamente el pelo y se enjabonó el cuerpo antes de salir de la ducha y de envolverse en una toalla.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que no se había traído ninguna muda al baño; no sabía siquiera lo que él había hecho la noche anterior con la bolsa que Caroline le había preparado.
Tras enrollarse el pelo con una toalla, Mia abrió la puerta y se asomó. Gabe estaba sentado en la cama y la ropa que ella necesitaba se encontraba justo a su lado. Cuando se encaminó hacia él, este cogió las bragas y las dejó colgando de la punta de un dedo.
—No las necesitarás —le dijo.
Mia puso los ojos como platos.
—Sin bragas en el trabajo. Son un estorbo —dijo Gabe con ojos resplandecientes mientras se la quedaba mirando fijamente.
Mia desvió su mirada hasta la falda y la camisa que yacían encima de la cama y luego devolvió su atención a Gabe.
—¡No puedo llevar falda sin ropa interior! Él arqueó una ceja.
—Harás lo que yo quiera, Mia. Ese era el trato.
—Ay, Dios… ¿Qué pasa si alguien me ve? Gabe se rio.
—A menos que seas tú la que lo enseñe, ¿cómo te van a ver? Quiero mirarte y saber que no llevas nada por debajo de la falda. Además de que hace que todo sea mucho más fácil cuando te la suba hasta la cintura y hunda mi polla en tu interior.
Mia tragó saliva. Ella se había dado cuenta de que su trabajo era solo una tapadera, un medio por el cual Gabe pudiera tenerla a su entera disposición cuando trabajara, pero no había contado con que quisiera tener sexo en la oficina. La idea de que alguien los pillara la hacía querer meterse bajo la cama y esconderse para que nadie la encontrara.
—Y, Mia, eso es para todos los días. Sin bragas. Como las lleves cuando estés conmigo, te las quitaré y se te quedará la marca de mi mano en ese bonito culo que tienes.
Ella se estremeció como respuesta a sus palabras. Se lo quedó mirando en silencio, sorprendida por el hecho de estar excitada ante la idea de que la azotara. ¿En qué clase de perversa la convertía eso?
Gabe cogió la falda, la camisa y el sujetador y se los tendió.
—Es mejor que te vayas vistiendo. Nos vamos en media hora.
Aturdida, Mia agarró la ropa y se precipitó de nuevo hasta el baño. Su mente no dejaba de enviarle imágenes en las que Gabe la poseía en la oficina y la azotaba en el trasero. La ponía nerviosa que no estuviera tan horrorizada como debería. Aunque estaba claro que no quería que nadie los interrumpiera inesperadamente mientras Gabe la tenía inclinada sobre la mesa, sí que le excitaba la idea de que alguien pudiera descubrirlos en cualquier momento.
¿Qué narices le estaba pasando?
Se vistió y casi se murió cuando se puso la falda sobre el trasero desnudo. Se sentía rara al no llevar bragas, y no es que el tanga le ofreciera mucha más protección que unas bragas normales, pero tener incluso algo pequeño que la cubriera era mejor que nada.
Se secó el pelo y se lo peinó. No iba a conseguir nada maravilloso esta mañana, y, como no tenía tiempo de pelearse con el peine, se lo recogió en un moño y lo aseguró con una horquilla. Tras echarse suficiente maquillaje para cubrirse las ojeras, respiró hondo y se inspeccionó en el espejo.
No tenía aspecto de ganar ningún concurso de belleza, pero intentaría arreglarlo como pudiera.
Una vez se hubo cepillado los dientes, se aplicó el brillo de labios y salió del cuarto de baño para coger los zapatos que estaban desperdigados por la habitación. Metió la ropa de la noche anterior en la bolsa que le había preparado Caroline y, a continuación, salió del dormitorio en busca de Gabe.
Estaba de pie en la barra de la cocina bebiéndose un vaso de zumo. Cuando la vio, se lo acabó de un trago y lo puso en el fregadero.
—¿Lista?
Ella respiró hondo.
—Sí.
Gabe le hizo un gesto con la mano para que se encaminara hacia la puerta y Mia fue a coger la bolsa.
—Deja esto aquí, no tienes por qué llevártelo a la oficina. Eso sí que sería una señal clara de que hemos pasado la noche juntos y no creo que eso sea lo que quieres. Te la enviaré a casa después del trabajo, si quieres.
Mia asintió y se la tendió mientras esperaba a que llamara al ascensor.
Descendieron en silencio, pero Mia se percató de que Gabe no dejaba de mirarla de arriba abajo. Ella mantuvo la mirada apartada de la de él; el valor la estaba abandonando. ¿Que por qué se sentía tan nerviosa tras la noche que habían pasado juntos? Mia no tenía ni idea, pero sí que se vio invadida por la incomodidad. Por alguna razón, hablar de cosas tontas y sin importancia le parecía demasiado forzado, así que se quedó en silencio mientras ambos dejaban el edificio y se subían al coche que los estaba esperando.
—Comeremos en Rosario’s y luego iremos al despacho —le dijo refiriéndose a un restaurante que había a dos manzanas del edificio de oficinas.
Estaba hambrienta. Se sentía agotada y el día no había siquiera empezado todavía. Como Gabe tuviera planeadas más noches como la anterior, iba a convertirse en una zombi viviente en el trabajo.
Para su sorpresa, Gabe estiró el brazo y entrelazó sus dedos con los de ella antes de darle un pequeño apretón, casi como si le hubiera leído la mente y quisiera animarla.
Ella se volvió hacia él y le regaló una sonrisa; el gesto le había llegado. Él le sonrió también y le dijo:
—Eso está mejor. Antes estabas muy seria. No puedo dejar que todo el mundo piense que ya en tu primer día de trabajo desearías estar en cualquier otro sitio menos conmigo.
Mia ensanchó la sonrisa y dejó que parte de la tensión abandonara su cuerpo. Todo iba a salir bien. Podía hacerlo; era lista y capaz y estaba perfectamente cualificada para hablar y razonar en público aunque algunas veces Gabe la hiciera actuar como una auténtica idiota. Este trabajo iba a ser un reto, pero uno que aceptaría con ganas. De acuerdo, no debía hacerse ilusiones pensando que la había contratado por su cerebro, pero tampoco había razón alguna por la que no pudiera demostrar ser valiosa fuera del dormitorio también.
Desayunaron tranquilamente, y cuando dieron las ocho y media recorrieron dos manzanas a pie hasta llegar al edificio de oficinas. Una vez allí, cogieron el ascensor para subir hasta su planta. A Mia le entró un ataque de nervios cuando ambos salieron del ascensor y pasaron junto a Eleanor.
—Buenos días, Eleanor —saludó Gabe con voz formal—. Mia y yo estaremos a puerta cerrada hasta la reunión de las diez. La pondré al corriente de sus obligaciones laborales. Asegúrate de que no nos molesten. Cuando esté en la reunión, quiero que le enseñes todo esto y que le presentes al resto del personal.
—Sí, señor —le respondió esta con rapidez.
Mia tuvo que contener la risa mientras recordaba la conversación que había tenido con Gabe sobre llamarlo «amo» y «señor». Este le lanzó una mirada gélida y la guio por el pasillo hasta llegar a su oficina.
Cuando entraron, se sorprendió de ver otra mesa colocada en la pared de enfrente de donde él tenía situada la suya. Los muebles y los elementos fijos los habían reorganizado de manera que hubiera espacio suficiente para la nueva mesa, y, además, las dos estanterías llenas de libros habían desaparecido.
—Aquí es donde vas a trabajar —le dijo—. Como ibas a trabajar tan cerca de mí no vi necesidad de darte una oficina propia —entonces bajó el tono de voz a uno más suave y seductor—. Estarás cerquita de mí a todas horas.
Ella se estremeció al escuchar la sensual promesa en su voz. ¿Cómo narices iba a poder trabajar estando sentada justo enfrente de él y sabiendo que en cualquier momento le podían entrar ganas de tener sexo con ella?
Pero entonces todo rastro de insinuación desapareció de su rostro y volvió a comportarse con rapidez y formalidad. Él se dirigió a su mesa y sacó una carpeta llena de documentos. Se la dio, y dijo:
—Estos son archivos sobre inversores, compañeros de negocios y otra gente importante para esta empresa. Quiero que te leas todos sus perfiles y los memorices. Hay información sobre lo que les gusta y no les gusta, sobre los nombres de sus esposas y los de sus hijos, sobre las aficiones e intereses que tienen, y demás asuntos de interés. Es importante que retengas toda esta información en la cabeza para que la puedas usar cuando estés con ellos en actos o en reuniones. Espero de ti que seas personal y acogedora y que los conozcas como personas. En los negocios es imprescindible que sepas todo lo que puedas sobre ellos y que uses cada ventaja que puedas obtener. Como mi asistente, me ayudarás a cautivar a todas estas personas. Queremos su dinero y su respaldo. No hay margen de error.
Mia abrió los ojos como platos y tanteó la carpeta con las manos para ver cuánto pesaba. Había muchísima información ahí, pero Mia se armó de valor y se tragó el miedo. Podía hacerlo. Claro que podía hacerlo.
—Ahora tienes un rato para dedicarte a esto —le dijo—. Mientras tanto, he de ponerme al día con correos electrónicos y mensajes atrasados antes de empezar la reunión. Cuando termine, nos pondremos con algunas de tus otras obligaciones.
Mia asintió con la cabeza y se dirigió a la mesa que Gabe le había asignado. Seguidamente se acomodó en la lujosa silla de piel que estaba situada delante y se dispuso a comenzar a memorizar la enorme cantidad de información que tenía delante.