Antes de darse cuenta, Mia se había quedado dormida. Se sentía tan saciada y cálida entre las sábanas que todo con lo que pudo soñar fueron imágenes vívidas de Gabe. No mucho después, el Gabe de verdad la despertó al quitarle de encima las sábanas que la tenían arropada hasta la barbilla.
En el rostro tenía dibujada una mirada completamente excitante que hizo que el corazón le diera un vuelco. La inmediata reacción que Mia tuvo a esos penetrantes ojos azules fue pegar los muslos para intentar aliviar el dolor instantáneo que había aparecido entre sus piernas.
—De rodillas.
Dios santo, la forma en que había pronunciado la orden la había convertido en gelatina.
No estaba completamente segura de lo que quería decir. ¿La quería literalmente de rodillas, casi vertical? ¿O se refería a estar sobre las manos y rodillas? Porque si era esto último… a Mia le entró un escalofrío de tan solo considerar la opción de manos y rodillas.
Cuando Gabe entrecerró los ojos de impaciencia, Mia se apresuró a darse la vuelta hasta que estuvo boca abajo. Antes de siquiera poder ponerse de rodillas, este le plantó la mano en el centro de la espalda y la mantuvo ahí pegada contra el colchón con firmeza.
—Quédate ahí un momento. Será más fácil si lo hago ahora.
«¿Hacer qué ahora?»
El corazón de Mia latía contra el colchón mientras permanecía con los ojos cerrados con fuerza. Se imaginaba que si no la estaba mirando directamente no habría ningún problema con que los cerrara.
Con suavidad, Gabe agarró y tiró primero de una muñeca y luego de la otra hasta que las colocó pegadas una encima de la otra sobre el coxis. Ella de inmediato abrió los ojos cuando se percató de que estaba enrollando una cuerda alrededor de sus muñecas para amarrarlas juntas.
«Joder, joder, joder». ¡No bromeaba con lo de los juegos con cuerdas y la sumisión que había leído en el contrato!
Mia no se había dado cuenta de lo tensa que se había puesto hasta que Gabe se inclinó hacia abajo y le rozó la oreja con los labios.
—Relájate, Mia. No te haré daño, ya lo sabes.
Esa promesa susurrada logró que sus músculos se distendieran de nuevo y que ella misma se derritiera en la cama con una sobrecarga mental. Estaba excitada, nerviosa y asustada, pero principalmente muy, muy excitada. Sus sentidos estaban hiperalerta, sus pezones duros y pegados contra el colchón, y su sexo tan contraído que temblaba de expectación.
Entonces, él le subió el trasero de manera que sus rodillas quedaran bajo su cuerpo, y la colocó con la cara pegada contra el colchón, el culo en pompa y las manos firmemente atadas a la espalda.
Gabe comenzó a acariciar y a masajear sus cachetes y luego pasó uno de los dedos por la hendidura de su culo hasta que se detuvo justo en el ano. Su voz salió grave y ronca al hablar.
—Me muero por follarme este culito, Mia. Y lo haré. Aún no estás preparada, pero lo estarás, y yo disfrutaré de cada segundo que esté bien dentro de tu precioso culo.
Mia se estremeció sin control alguno, una sensación de frío le estaba recorriendo toda la piel desnuda.
—Por ahora, solo te follaré el coño mientras me imagino que es tu culo.
Se mordió el labio inferior cuando una ola de lujuria la atravesó entera dejándola acalorada, excitada y desesperada por sus caricias y su posesión.
Entonces la cama se hundió cuando Gabe pegó su cuerpo al de ella. Deslizó las manos por su espalda y luego las volvió a bajar hasta quedarse sobre sus muñecas atadas. Le acarició los constreñidos dedos y seguidamente tiró de la cuerda para comprobar si de verdad estaba bien amarrada.
Mia no podía ni respirar. No podía procesar todo ese bombardeo de emociones, estaba completamente indefensa y, aun así, sabía que estaba segura con Gabe. Sabía que él no le haría daño, no la llevaría demasiado lejos.
Con una mano aún bien sujeta a sus muñecas, deslizó la otra entre sus piernas hasta llegar a su sexo. Luego la apartó para guiar su verga hasta la entrada de su cuerpo. La punta de su miembro la provocaba y la abría antes de que Gabe se introdujera en ella apenas unos pocos centímetros.
—Estás tan preciosa —le dijo con voz ronca—. En mi cama, de rodillas y con las manos atadas a tu espalda sin más elección que aceptar lo que sea que te quiera dar.
Mia estaba más que lista para gritar de la frustración. Estaba casi a punto y él no había hecho más que quedarse quieto dentro de su vagina con el glande bien enclavado en la entrada de su cuerpo. Ella intentó moverse contra él para obligarlo a hundirse más en su interior; sin embargo, solo consiguió abrir la boca contra las sábanas cuando Gabe le dio un fuerte cachete en el culo. Entonces Gabe se rio entre dientes. ¡Se rio!
—Tan impaciente —le dijo con diversión en la voz—. Vamos a hacerlo a mi manera, Mia. Te olvidas muy rápido. Yo también quiero estar dentro de ti tanto como tú, pero estoy disfrutando de cada segundo que te tengo atada y en mi cama. En el mismo momento que hunda mi polla en tu interior, no voy a durar mucho así que voy a saborear cada segundo que pueda ahora.
Mia cerró los ojos y gimió.
Él se rio de nuevo entre dientes y entonces se introdujo en ella otros pocos centímetros, abriéndola mucho más conforme avanzaba. Mia suspiró, tensa y expectante, con todo el cuerpo temblándole y contrayéndosele, y su sexo succionando su miembro y queriéndolo más adentro. Mia lo quería todo. Lo quería a él.
—¿Me quieres entero, Mia? —le preguntó Gabe con una voz ronca que viajó a través de su piel. «Dios, sí».
—Sí —respondió ella con el mismo tono de voz que él.
—No te escucho.
—¡Dios, sí!
—Pídemelo bien —le dijo con voz sedosa—. Pídeme lo que quieres, nena.
—Te quiero a ti —le dijo—. Por favor, Gabe.
—¿Me quieres a mí o quieres a mi polla?
—Los dos —dijo con una voz estrangulada.
—Buena respuesta —murmuró Gabe justo antes de inclinarse y depositar un beso sobre su columna vertebral.
Afianzó su agarre contra las muñecas atadas y entonces la embistió. Mia jadeó, abrió los ojos como platos y dejó la boca abierta mientras un grito sordo hacía eco dentro de su cabeza.
—Muy buena respuesta —le susurró Gabe mucho más cerca de su oído esta vez.
Su cuerpo cubrió el de ella, cobijándola y oprimiéndole las manos atadas. Ella se retorció y se pegó contra él incapaz de reprimir por más tiempo su desesperación.
Mia nunca se hubiera imaginado que podría tener tantos orgasmos en una sola noche. Peor, ¡en unas pocas horas! Era exagerado a más no poder. La situación se encontraba incluso tan por encima de las fantasías más salvajes que había tenido con Gabe que su mente estaba totalmente emborrachada.
Entonces Gabe se retiró de entre las hinchadas y resbaladizas paredes vaginales hasta dejar solo la punta de su erección en su interior justo en la abertura de su cuerpo.
—¡Gabe, por favor!
Le estaba suplicando. La voz le sonaba ronca y desesperada, pero a Mia no le importaba. No le importaba que estuviera rompiendo las reglas, ni tampoco le importaba si por ello se llevaba una reprimenda. Dios, incluso deseaba que le volviera a dar un cachete en el culo, porque a estas alturas de la situación cualquier cosa la haría llegar al límite y olvidarse hasta de cómo se llamaba.
—Shhh, cariño —la intentó calmar Gabe con esa voz dulce y ronca que podría hacer que una mujer se corriera de solo escucharla—. Voy a hacerme cargo de ti. Confía en mí para eso.
—Confío en ti, Gabe —le susurró.
Entonces, en ese momento giró lo suficiente la cabeza como para ver una salvaje satisfacción reflejada en los ojos de Gabe. Era como si esas simples palabras le hubieran llegado al alma y le gustaran.
Puso las dos manos sobre las atadas muñecas de Mia, sujetándolas aunque ella no tuviera forma alguna de moverlas igualmente, y comenzó a embestirla mientras usaba sus manos como asidero. Las embestidas eran profundas, lentas, y estaban llenas de fuerza.
Su cuerpo entero empezó a sacudirse. Las piernas se le debilitaron del esfuerzo por mantenerse elevada, las rodillas se le hincaron en el colchón, e hizo que Mia pudiera sentir cómo se hundía en la cama, y los músculos se le hicieron gelatina mientras estos se contraían en espera del orgasmo que estaba a punto de estallar en su interior.
Unas mariposas comenzaron a revolotear dentro de su vientre hasta extendérsele por todo el cuerpo e invadir sus venas. Gabe era una droga dura para ella. Se deslizaba en su interior lentamente y con suavidad y la intoxicaba con un placer embriagador y maravilloso.
Pudo oír el sonido suave de varios gemidos en el ambiente, pero luego se dio cuenta de que venían de ella. No podía hacerlos callar; provenían de lo más hondo de su ser, una parte de ella que había estado encerrada hasta ahora.
Entonces una de las manos de Gabe soltó sus muñecas y la enredó en el cabello tan largo que tenía. Se envolvió los dedos con sus mechones como si de verdad disfrutara del tacto de su pelo y luego se agarró a él con más fuerza, con más fiereza. Le dio pequeños tirones y luego lo soltó solo para poder hundirse más en su cuero cabelludo.
Con la mano formando un puño entre su pelo, Gabe tiró de su cabeza hasta que esta le dejó ver su rostro.
—Los ojos, Mia.
La orden fue tajante, una que Mia no iba a desobedecer. Esta abrió los ojos y pudo verlo por el rabillo del ojo; su expresión la dejó completamente sin aliento.
Había algo salvaje en sus rasgos faciales. Sus ojos le brillaban mientras el cuerpo de Mia se sacudía entero por la fuerza de sus embistes. Cada vez que se salía de su cuerpo, la cabeza se doblaba ligeramente más hacia atrás debido a lo fuerte que la tenía agarrada por el pelo.
No le dolía, o a lo mejor sí que lo hacía, pero estaba demasiado borracha de placer como para siquiera notarlo. Estaba excitada por la forma en que su mano estaba enredada en su cabello, por cómo le tiraba de la cabeza para poder verla cuando se corriera.
Gabe quería mirarla a los ojos.
Y solo por eso ella torció más el cuello, decidida a dejarle ver lo que quería. Se embebió en su precioso rostro, anguloso, tan masculino y desfigurado de inmensa satisfacción. De placer. Ella le estaba provocando todo eso.
Sus miradas se encontraron y ambos las mantuvieron. Había algo en sus ojos que le llegó a Mia muy adentro. Como un disparo en el alma. Ese lugar donde ella tenía que estar, a donde ella pertenecía. Justo aquí, en la cama de Gabe Hamilton, a su merced y a sus órdenes. Esto era lo que ella ansiaba.
Y era todo para ella.
—¿Estás cerca? —le dijo Gabe con la voz forzada y tensa.
Ella lo miró confusa.
Gabe entonces suavizó su tono.
—¿Cuánto te queda para correrte, nena?
—Oh, dios. Estoy a punto… —dijo con un jadeo.
—Entonces córrete para mí, preciosa. Déjame verlo en tus ojos. Me encanta cómo se derriten y se dilatan. Tienes unos ojos muy expresivos, Mia. Son como un reflejo de tu alma, y yo soy el único hombre que los mirará cuando te corres. ¿Entendido?
Ella simplemente asintió, el nudo que tenía en la garganta era demasiado grande como para dejarla hablar.
—Dímelo —le dijo con un tono más bajo—. Dime que esos ojos son míos.
—Son tuyos —le susurró—. Solo tuyos, Gabe.
Él aflojó la mano que tenía agarrado su pelo y poco a poco la sacó dejando que los mechones se deslizaran por sus dedos hasta que estos llegaran a las puntas. Le recorrió toda la columna vertebral de forma cariñosa y tranquilizadora, y luego le rodeó la cintura con el brazo para llevar los dedos hasta la unión de sus piernas.
Le acarició el clítoris y Mia gritó cuando una descarga eléctrica le atravesó todo el cuerpo.
—Eso es, nena. Déjate ir. Déjame tenerte. Lo quiero todo, Mia. Todo lo que tengas. Es mío. Dámelo, ahora.
Gabe empezó a moverse en su interior de nuevo con las caderas golpeando contra su trasero mientras le seguía acariciando ligeramente con los dedos el clítoris erecto.
—Oh, dios —dijo en voz baja—. ¡Gabe!
—Aprendes rápido, nena. Mi nombre y tus ojos cuando te corras.
Mia casi rompió el contacto visual con él. La visión se le volvió toda borrosa. Gritó su nombre sin reconocer siquiera su propia voz. Era ronca, alta, como nada que hubiera escuchado antes. Estaba llena de anhelo y de desesperada necesidad. Era una súplica para que le diera lo que necesitaba.
Y lo hizo.
Gabe se ocupó de ella. Le dio lo que quería, lo que necesitaba. Él mismo.
Mia se sentía caliente y resbaladiza en su interior mientras él la bañaba en su semen. Sin poder mantener más el contacto visual, se quedó flácida encima de la cama y descansó la mejilla en el colchón. No tenía fuerzas para mantener el cuello torcido ni siquiera lo poco que lo había tenido. Cerró los ojos y apenas supo si estaba plenamente consciente, ya que le pareció estar en algún otro lugar diferente. Como si estuviera borracha como una cuba, pero en uno de los lugares más bonitos del mundo.
Se sentía flotando en el aire, eufórica, totalmente saciada.
Y completamente feliz. Consumadamente contenta.
Y no hubo reprimenda alguna, solo pequeños besos que iban por toda la columna vertebral y luego hasta la oreja. Gabe le murmuró palabras en el oído que ella ni siquiera entendió, y luego se retiró de su cuerpo provocando que la protesta de Mia fuera inmediata. La arrancó con brusquedad de su cálido abotargamiento y entonces solo sintió frío y la falta de Gabe en su interior.
—Shhh, cariño —le susurró—. Tengo que desatarte y cuidar de ti.
—Mmmm —fue todo lo que ella pudo lograr decir. Sonaba muy bien, eso de que la cuidaría. Le parecía bien.
Un momento más tarde sus manos se liberaron y Gabe, cogiéndolas por turnos, las masajeó y le bajó los brazos hasta la cama para que no estuviera incómoda. Entonces la giró y la estrechó entre sus brazos.
Se bajó de la cama y luego la cogió en brazos pegándola a su pecho. Mia estaba hecha una bola bien moldeada contra su cuerpo y con las manos por detrás de su cuello como si nunca lo quisiera soltar.
Dios… Gabe la sentía tan vulnerable. Tan… expuesta. Completamente asustada por lo que había ocurrido esta noche. Mia habría esperado sexo, por supuesto. ¿Pero esto? Eso no era simplemente sexo. ¿Cómo podría describir una simple palabra de cuatro letras, que estaba atribuida mayormente al coito, el infierno explosivo, primitivo y fiero que acababa de tener lugar?
Fue impactante. Mia había tenido buen sexo en otras ocasiones, pero nunca nada tan impactante.
Gabe la llevó al cuarto de baño y abrió la ducha hasta que el vapor comenzó a salir y cubrir toda la habitación. Entonces la metió bajo el agua aún sujetándola contra sí y la dejó que se deslizara por su cuerpo mientras el agua los mojaba a ambos.
Cuando estuvo seguro de que Mia tenía el equilibrio suficiente como para quedarse de pie, se separó de ella lo bastante como para coger el gel y luego procedió a cubrir cada centímetro de su cuerpo con las manos. No dejó ninguna parte de su piel desamparada, sin tocar o sin acariciar.
Para cuando terminó, Mia apenas podía mantener el equilibrio. Cuando Gabe se alejó para salir de la ducha, ella casi se cayó redonda al suelo. Él se lanzó a por ella soltando una maldición que hizo eco en los oídos de Mia. La cogió de nuevo y la colocó en el taburete que había junto al lavabo mientras se estiraba para poder coger una de las toallas dobladas que se encontraban en el estante junto a la ducha.
La envolvió en su calidez y Mia respondió con un suspiro y posando su frente contra el pecho mojado de Gabe.
—Estoy bien —le murmuró—. Sécate. Yo me quedaré aquí sentada.
Cuando Mia levantó la mirada, la boca de Gabe estaba torcida hacia arriba a modo de sonrisa y sus ojos brillaban de diversión. De todos modos, le siguió echando un ojo mientras alargaba la mano para cogerse él otra toalla.
Se secó bastante rápido, y Mia disfrutó de todos y cada uno de los segundos que duró el espectáculo. El tío estaba bueno. Era guapo con mayúsculas. Y ese culo… Mia nunca había prestado demasiada atención a su culo porque siempre había estado mucho más centrada en la parte delantera de esa particular zona de su anatomía. Porque, sí, el hombre tenía un miembro bonito.
Y, de acuerdo, era raro llamar bonito a un pene teniendo en cuenta que en realidad eran bastante feos. ¿Pero el de Gabe? Todo él estaba perfecta y maravillosamente formado, incluso su pene. Ya estaba teniendo fantasías bastante vívidas sobre poder tenerlo en su boca, saboreándolo, haciéndole perder la cabeza tanto como ella la perdía con él.
—¿En qué demonios estás pensando justo ahora? —murmuró Gabe.
Ella parpadeó y se percató de que Gabe estaba dentro de su espacio personal otra vez. Se había colocado entre sus piernas y la estaba mirando directamente al rostro con ojos inquisidores y escrutadores. El calor bañó sus mejillas, lo cual era bastante estúpido teniendo en cuenta el hecho de que acababa de tener sexo tórrido y perverso durante las últimas horas. ¿Y ahora se estaba sonrojando porque la habían pillado pensando en hacerle una mamada?
Desde luego no tenía ningún arreglo.
—¿Tengo que responder a eso de verdad? —espetó.
Gabe alzó una ceja y la diversión le volvió a brillar dentro de los ojos.
—Sí, de verdad de la buena. Especialmente ahora que te acabas de poner tan roja como un tomate —ella suspiró y pegó la frente contra su pecho.
—Te estaba dando un repaso.
Él la agarró por los hombros y la separó para poder mirarla a los ojos otra vez.
—¿Y ya está? ¿Me estabas dando un repaso y eso te ha dado vergüenza? —Mia vaciló y luego suspiró.
—Tienes un miembro espléndido, ¿entendido? Lo estaba admirando.
Gabe contuvo la risa. Bueno, casi. Un sonido estrangulado se le escapó de la garganta y ella gimió. Antes de que pudiera perder la poca valentía que le quedaba, soltó abruptamente el resto.
—Y estaba fantaseando con…
Mia pudo sentir cómo las mejillas le ardían incluso más que antes.
Y entonces Gabe se pegó más contra ella al mismo tiempo que le abría las piernas mucho más. Le levantó el mentón con los dedos y su fiera mirada la penetró.
—¿Fantaseando con qué?
—Con tenerte en mi boca —le susurró—. Con saborearte y con hacerte perder la cabeza tanto como tú me la has hecho perder a mí.
Todo su cuerpo se tensó contra el de ella y la lujuria se reflejó en sus ojos como si de un infierno se tratase.
—Tendrás tu oportunidad, cariño. Te lo puedo asegurar.
Una vez más, imágenes de todo tipo se adueñaron de su cabeza. Imágenes verdaderamente vívidas donde sus labios rodeaban su gran verga y lamían cada centímetro de su piel.
Gabe llevó su boca hasta los labios de Mia para darle un pequeño beso en la comisura.
—Tenemos que dormir —murmuró—. No tenía intención… no tenía intención de llevar las cosas tan lejos esta noche. Estarás cansada mañana en el trabajo.
Pronunció eso último casi con arrepentimiento. Le acarició la barbilla y la mejilla con el dorso de los dedos, y luego le dio otro beso. Un beso dulce y tierno que parecía la completa antítesis del otro que le había dado antes, tan lleno de descontrol y de un furor intenso.
—Vamos, cielo —le dijo con voz ronca—. Te llevaré a la cama para que puedas dormir unas horas.