HOMENAJE A RAFAEL DECELIS*
Emilio Zorrilla Vázquez-Gómez1
ARafael tuve la suerte de conocerlo en los años cincuenta del siglo pasado en los lares del Centro Nacional de Productividad, donde él ya ofrecía consultoría y el que habla iniciaba sus oficios profesionales coincidiendo en el afán de contribuir en el esfuerzo de ese organismo mixto, de origen privado e impulso público, orientado a racionalizar el aparato industrial –en particular el textil– con imaginación, innovación y, el fin esencial, con productividad. Sí, ya existían esas palabras y todos estaban ávidos por aplicarlas, eso sí, con un instrumental tecnológico de trabajo bastante menor que en la actualidad, más peculiarmente con un ámbito contextual de oportunidad dinámico. Como fuere, era una época en que se fincaba el periodo de acelerado crecimiento del país habiendo superado el inicio de la curva de aprendizaje en productos de primera necesidad en los decenios previos catalizado ya para 1950 por la Segunda Guerra Mundial y la expropiación petrolera.
Era una época boyante: entrábamos al proceso de industrialización con los instrumentos promotores fundamentales de la Nacional Financiera (Nafin), el Banco Agropecuario, el de Comercio Exterior y una Secretaría de Industria y Comercio instrumentando la integración industrial. Por el tiempo, sólo destacaría aspectos como la creación de las Leyes de Industrias Nuevas y Necesarias; difícil de creerlo, pero el rol de un sector agropecuario que se desarrollaba al grado que su generación de divisas apoyaba la industrialización; ello sumado a instrumentos como el Fondo de Garantía a la Pequeña y Mediana Industria y un esquema de incentivos fiscales y físicos diversos para la creación de empresas industriales; coronados con el Fondo Nacional de Estudios de Preinversión y el Fondo de Equipamiento Industrial. Estos esfuerzos fueron complementados por la realización de estudios programáticos por sector industrial, destacando el petrolero y de fertilizantes, el siderúrgico, y el farmaceútico, coordinados entre Nafin y la CEPAL, con la Secretaría de Industria y Comercio y la Secretaría de la Presidencia para proseguir con el programa de bienes de capital Nafin-Onudi, que iniciamos para dar profundidad al desarrollo industrial; todo de lo cual habrían de surgir múltiples empresas nuevas y numerosas reformadas: para los investigadores objetivos interesados, el proceso está documentado.
El modelo de sustitución de importaciones y de industrias nacientes –se les decía ”infantes”– transfiguraban el sector industrial con apoyos diversos, algunos excesivos en tiempo y contenido, mas el resultado neto fue propiciatorio del crecimiento, de la inversión y el consumo estructurales y, fundamental, de la ingeniería mexicana: esencia del desarrollo tecnológico y de la innovación; tristemente abandonados para los tardíos ochenta sin continuidad y profundización y que hoy algunos teóricos les son considerados para su momento insuficientes y unidireccionales sin siquiera haber identificado sus nichos eficientes pues la sumatoria de la anterior produjo mucho de la planta industrial que se heredó para el despegue industrial de los años sesenta y ochenta para acá: las políticas públicas documentadas y los datos duros soportan los resultados del periodo de crecimiento 1950-1983.
El modelo mixto de la economía vino a ser superado por un remedo del modelo neoclásico norteamericano para sucederle su ahijado el actual llamado neoliberal: endiosando al mercado, la acumulación, la concentración y su palanca la inversión; ambos con fuertes tintes geopolíticos. Se selló el cambio de rumbo industrial al encontrarse grandes depósitos de petróleo que sin duda fortalecieron el ámbito infraestructural del país y un proceso inicial algo desarticulado de integración industrial manufacturera intermedia; dándose entre 1980 y 1995 la camada de privatización de centenares de unidades productivas en bienes intermedios.
Curioso, se ha llegado a pensar que el modelo de petrolización fue una respuesta eficaz a la ausencia de un vector de exportación de la industria mexicana que se dice se había soslayado; los que la vivimos sabemos que la industria, en realidad, sustentada con utilidades atractivas elevadas en el mercado interior y aún insuficientemente integrada, no estaba ni animada ni armada para exportar: se había quedado trunca; se preguntaba Rafael y a sus amigos: ¿y la discontinuidad en el proceso de integración industrial, la falta de profundización tecnológica? ¿Por qué la estamos abandonando si ni vamos a la mitad del camino? La respuesta unánime: se priorizó la petrolización. Y, más importante para él, el observar el debilitamiento paulatino de la cadena petrolera y su proveedora manufacturera de bienes intermedios y de capital. Esto acentuó en él ese gran interés profesional y la preocupación ciudadana y de quienes le acompañaban en la tarea de, para entonces, quinquenios de edificación de la estructura industrial que había puesto a México a la puerta de un continuo crecimiento robusto, como lo demostró el periodo dinámico 1950-1982, cuando en su mayor lapso el PIB creció más de 6%, la fracción salarial del trabajo se acercó a 35 % de ese PIB (hoy menor a 25%) y el empleo productivo se dinamizó: nunca se dejó la finalidad de que, con mayor integración productiva y competitiva, se podría concurrir a los mercados del exterior. Pero el clima de desarrollo independiente como el aludido había sido condicionado.
Ello despertó en Rafael la obligación ciudadana de enfatizar su crítica constructiva por encima de su capacidad científico-literaria en materia de energía, pues en este campo, sin exagerar, era un non plus ultra, me atrevería a llamarle “el hombre energía”. No inició, pero siguió el camino de los revolucionarios técnico-políticos, hurgando las condiciones objetivas que invitan a un continuo repaso analítico causal tendiente a sugerencias crítico-constructivas y propositivas para el desarrollo mexicano soberano que no autárquico: lo comenta en sus libros.
No podría ser de otra forma: priista de cepa, estudioso siempre de las constituciones, en especial la del 17, y convencido como pocos de los principios revolucionarios de origen del partido al que perteneció sirvió toda su vida para robustecer y explayar su posición ideológica y acción política.
Ello no obstruyó que, cuando estimara necesario, manifestara sus diferencias en forma directa y valiente respecto a las políticas públicas que, consideraba, se desviaban de las normas referidas por medio de la actuación y disposiciones pragmáticas de la administración pública. Así, se explayaba con conocimiento de causa sobre la operación de Pemex, las políticas del sector y de las políticas público-administrativas a que estaba sujeta la empresa, marcándole un camino de inoperancia, desmembramiento organizativo, desequilibrios en la producción e impedida la capacidad de invertir, investigar y racionalizar la administración y de la suma de elementos que a su parecer consignaba llevarían al sector y a su empresa eje a la eventual desaparición o modificación patrimonial. Lo vio venir y no fueron pocas las medidas y recomendaciones que propuso para, si no evitar, sí condicionar esos sucesos previsibles.
Vale la pena referirme a otro asunto en que el legado de Rafael es significativo: el TLCAN. A pesar de los panegíricos en los 20 años del tratado, tuve la fortuna de platicar con él sobre esto numerosas veces y el sábado 25 de mayo, día anterior a su sorpresivo deceso. Tocó dos temas, como dejándonos una tarea: 1) La carta que formuló al presidente de la república sobre el petróleo y Pemex y, 2) el TLCAN. Sería omiso si no expresara algún punto de Rafael sobre este acuerdo porque, aunque técnico y científico singular y no pitoniso, solía acertar en sus percepciones y acaso por ello no pocos se oponían a proporcionarle foro para que expresara sus expectativas analíticas con su franqueza característica. Sólo reduzco sus observaciones sobre el TLCAN a cinco elementos, que tan seguido platicamos: uno, que el aumento espectacular de las exportaciones iniciales quedó nulificado como motor del crecimiento al observar –según afirmaba– que la exportación mexicana hoy ya contiene cerca de 50% de importaciones y más de 15 acuerdos paralelos, debilitando el motor de las exportaciones como impulsor del crecimiento; segundo, que ello se efectúa con reducido valor agregado duro en toda la línea de transformación: o sea que somos activos revendedores (verbatim) según sus propias palabras; tercero, que la cascada de inversiones que se supuso traería el TLCAN se concentró en la compra de activos mexicanos solventes y la literal invasión del sector comercial: entonces, otro motor del crecimiento se ralentizó –el de la inversión nueva–; cuarto, que el tratado desarticuló las cadenas productivas manufactureras priorizando la maquila con escasa transferencia tecnológica y reduciendo las revoluciones de todavía otro motor –el desarrollo tecnológico–; y, quinto, que el empleo que se creó ha sido de maquila y poco de fabricación, haciéndole de bajo oficio y por ende de bajo salario secular: afectando el consumo, otro motor de reducida cilindrada. Su conclusión: que por ello no crece el país.
En efecto, estemos de acuerdo con él o no, Rafael Decelis Contreras no era un pensador común y corriente: su fuerza motriz –su amor a la patria en su posición industrial, sobre todo respecto al petróleo y la industria de transformación– era la de un priista nacionalista, un mexicano singular, brillante y, a su estilo y a mi modesto juicio, un verdadero patriota: larga vida pues a la memoria de este excepcional mexicano y ejemplo para la juventud técnico-científica del país y los priistas pragmáticos. Gracias.
1 BIE., MSc., MPA., PhD, consultor industrial.
* Texto presentado en el evento de homenaje póstumo a Rafael Decelis, a un año de su fallecimiento, realizado por la Federación Mexicana de Profesionales de la Química, A.C. en el salón de usos múltiples del PRI, primavera de 2014.