9

El revolucionario Tedoro exhortando a sus compañeros de cautiverio:

«¡No os rindáis! ¡No deis un paso atrás! ¡Comed la comida que os traigan, pero no hagáis ni una sola concesión más! ¡Son seres malvados! ¡Avergonzadles! ¡Desafiadles! La duda significa una brecha en la armadura; ¿queréis inclinaros para que luego os partan en dos? ¡No cedáis, no cejéis en vuestro empeño! ¡Si el que manda os da permiso para sentarse, quedaos de pie! ¡Si os da papel rayado para que escribáis, hacedlo entre las líneas!»

Gersen contempló a Alusz lphigenia con incredulidad. Luego se abalanzó sobre el panel de control y desconectó el acelerador. El motor de la nave produjo un sonido que recordaba a un respingo humano. La piel de sus cuerpos parecía crepitar.

El Saltaestrellas Armintor, con los motores apagados, erró por el espacio. Muy a lo lejos, a popa, brillaba Aquila GB 1202, oscilando en el borde de la distinción psicológica entre sol y estrella.

Gersen fue a la proa, se destiñó la piel y adoptó el equipo espacial al uso: pantalones cortos, sandalias y una camiseta muy ligera. Cuando volvió al salón encontró a Alusz Iphigenia sentada donde la había dejado, con la vista clavada en el piso.

Gersen no dijo nada, se acomodó en el sofá opuesto y sorbió pensativamente su vino.

—¿Por qué paró los motores? —preguntó por fin la joven.

—No tiene sentido navegar al azar. Puesto que viajamos sin rumbo, tanto da quedarse aquí.

—Guárdese el dinero; vuelva a la Tierra. No tengo la menor intención de vagar estúpidamente por el espacio.

Conseguí rescatarla a costa de grandes riesgos… con el objetivo primordial de conocer el emplazamiento de Thamber. En segundo lugar, es usted una mujer muy atractiva. Coincido con Kokor Hekkus: vale usted diez mil millones de UCL.

—¡No me cree! —protestó Alusz Iphigenia—. ¡No podrá regresar a Thamber ni aunque fuera el deseo más ferviente de mi vida!

—¿Cómo salió de allí?

—En el curso de un ataque a la isla Omad, en la que Kokor Hekkus tiene un espaciopuerto, Sion Trumble capturó una nave espacial pequeña. Leí el Manual del Operador y me pareció muy sencillo manejarla. Cuando Kokor Hekkus declaró la guerra a Gentilly, a menos que mi padre me entregara a él, solo tuve dos opciones: suicidarme o huir de Thamber. Me decidí por la última. En la nave encontré una Gula de los Planetas. Mencionaba Sasani y describía a Intercambio como el único reducto humano a salvo de criminales. Pero esto es falso: Intercambio practica un doble juego —concluyó con una mirada glacial.

Gersen reconoció el hecho con una mueca y apuró el contenido de su vaso, que volvió a llenar. Dudó antes de beber; mientras se duchaba la botella había estado al alcance de la mano de Alusz Iphigenia. No le habría costado ningún esfuerzo envenenarla. Apartó el vaso.

—¿Y quién es Sion Trumble?

—El príncipe de Vadrus, en la frontera occidental de Misk. Estábamos prometidos… Es un valiente soldado, con una hoja de servicios impecable.

—Ya veo —rezongó Gersen—. ¿No recuerda la ruta que siguió de Thamber a Sasani?

—Dispuse los mandos de astrogación en dirección a Sasani, dejando Thamber a mis espaldas. Solo me acuerdo de esto. Kokor Hekkus es el único hombre de Thamber que posee una nave espacial.

—¿Cómo se llama su sol?

—Sol, simplemente.

—¿Su color es naranja?

—Sí. ¿Cómo lo sabe?

—Pura deducción. ¿Qué aspecto tiene el cielo de noche? ¿Se ven objetos extraños en él? ¿Hay estrellas dobles o triples en las cercanías?

—No, no hay nada extraño.

—¿Se ha observado alguna nova recientemente?

—¿Qué es una nova?

—Estrellas que al estallar desprenden una luz intensísima.

—No, nada parecido.

—¿Y la Vía Láctea? ¿Se la ve como una franja a lo largo del cielo, una nube, o cómo?

—Una cinta de luz recorre el cielo nocturno durante el invierno; ¿se refiere a eso?

—Sí. Por lo visto, vive en algún lugar alejado de la zona meridional.

—Es posible.

Alusz Iphigenia no mostraba demasiado interés.

—¿Y la tradición? ¿Conocen las viejas leyendas de la Tierra o de algún otro mundo?

—Nada en especial… Algunas fábulas, algunas canciones populares. —Le miró con expresión algo irónica—. ¿No ha encontrado ninguna referencia en su Agenda o en la Guía de los Planetas?

—Thamber es un mundo perdido. Los que gobernaron Thamber en épocas pretéritas supieron guardar bien el secreto. Carecemos de información… si exceptuamos una canción infantil:

Pon rumbo a la vieja Estrella del Perro,

un punto al norte de Achemar;

lleva tu nave hasta el margen extremo,

enfrente la muerte brilla con el resplandor de Thamber.

Alusz Iphigenia sonrió débilmente.

—Yo también la conozco. Me la sé entera.

—¿Entera? ¿Es que continúa?

—Ya lo creo. Se ha dejado la mitad. Sigue así:

Pon rumbo a la vieja Estrella del Perro,

un punto al norte de Achemar;

mueve el timón a estribor hasta divisar

seis soles rojos y uno azul en el centro.

Sigue adelante y verás a lo lejos

un racimo que pende cual cimitarra;

lleva tu nave hasta el margen extremo,

enfrente la muerte brilla con el resplandor de Thamber.

—Bien, bien —dijo Gersen.

Se levantó, caminó hasta la mesa de control, manipuló los mandos y puso en marcha el sistema Jarnell.

—¿Adónde vamos? —preguntó Alusz Iphigenia.

—A Sirio… la Estrella del Perro.

—¿Se toma en serio la canción?

—Es el único dato de que disponemos; o me lo tomo en serio, o no hago nada.

Alusz Iphigenia bebió un poco de vino.

—En ese caso, ahora que le he dicho cuanto sé, ¿me desembarcará en Sirio o en la Tierra?

—No.

—Pero… ¡no sé nada más!

—Conoce el aspecto de las constelaciones de Thamber. Su canción, en el caso de que contenga datos correctos, tiene más de mil años de antigüedad. Sirio y Achemar han cambiado de posición. Llegaremos a algún lugar cercano a Thamber… con suerte, a unos diez o veinte años luz. Luego utilizaremos el viejo truco de los viajeros de las estrellas extraviados: explorar el cielo hasta que en algún cuadrante hallemos una constelación que nos sea familiar. Solo habrá una, y en miniatura, puesto que la veremos justo detrás de su planeta natal. Todas las demás constelaciones estarán distorsionadas; e incluso esta constelación tendrá estrellas sobrepuestas que dificultarán nuestra visión: entre ellas, su propio sol. Sin embargo… siempre hay una constelación familiar que sirva de guía, y si la encuentra se dirige hacia ella, y cuando adquiere su tamaño habitual, ahí está su casa.

—¿Y qué pasa si no encuentra constelación familiar?

—Nada que le impida llegar a su hogar. Sube o baja, siguiendo el plano de la galaxia, hasta obtener una visión de conjunto, y enseguida vislumbrará señales conocidas. Esto requiere mucho tiempo, mucha energía y mucha destreza en el Jarnell. Si algo falla… entonces es cuando está perdido definitivamente, pues ya no hay nada que hacer, solo flotar en el espacio contemplando con nostalgia el paisaje entrañable de la galaxia, extendido bajo usted como una alfombra, hasta que la energía se consume y usted muere. —Gersen se estremeció—. Yo nunca me perdí. —Levantó su vaso de vino, lo examinó con cautela, volvió a la despensa y trajo una botella nueva—. Hábleme de Thamber.

Alusz Iphigenia habló por espacio de dos horas, mientras Gersen, arrellanado en una butaca, bebía vino. Ver y escuchar constituía una experiencia deliciosa, que le alejaba de las realidades de su vida… Alusz Iphigenia mencionó Aglabat, la ciudad amurallada con piedras marrón oscuro, y Gersen se puso en estado de alerta. Dejar volar la imaginación era un peligro. Su estancia en Intercambio le había perjudicado. Corría el riesgo de hacerse dócil, de distraerse con facilidad… A pesar de todo se relajó de nuevo, bebió vino, escuchó las palabras de Alusz Iphigenia…


Thamber era un mundo maravilloso. Nadie sabía cuándo llegó el primer hombre, la fecha se perdía en el pasado. Había varios continentes, subcontinentes, penínsulas y un gran archipiélago con islas tropicales. Alusz Iphigenia había nacido en Draszane, Gentilly, un principado en el extremo occidental del continente más pequeño. Al este estaba Vadrus, gobernada por Sion Trumble, y más allá, el País de Misk. El resto del continente, salvo un pequeño número de estados feudales en la costa este, eran tierras inhóspitas habitadas por bárbaros. Condiciones similares prevalecían en los otros continentes. Alusz Iphigenia se refirió a un amplio abanico de pueblos, cada uno con sus características específicas. Algunos dieron a Thamber grandes músicos y espectáculos de impresionante belleza; otros eran fetichistas y asesinos regidos por ogros. En las montañas, tras los muros de sus castillos, vivían arrogantes e indómitos cabecillas de bandidos y truhanes. Por todas partes había hechiceros y brujos, capaces de las hazañas más inauditas, y una zona misteriosa al norte del continente más extenso estaba sometida al capricho de monstruos y demonios. La flora y la fauna nativas eran complejas, ricas y de gran belleza, y a veces peligrosas; había monstruos marinos, lobos escamosos de las tundras, el horrible dnazd de las montañas al norte de Misk.

Tanto la tecnología como los modos de vida modernos eran desconocidos en Thamber. Hasta los Guerreros Pardos de Kokor Hekkus utilizaban solo vulgas y cuchillos, mientras los caballeros de Misk iban armados con espadas y ballestas. Se sucedían las escaramuzas entre Misk y Vadrus; Gentilly era el aliado de Vadrus. Sion Trumble, un hombre de inmenso valor, nunca había sido capaz de aniquilar a los Guerreros Pardos. En una tremenda batalla repelió a los bárbaros de Skar Sakau, que luego había vuelto su furia hacia el sur, al País de Misk, donde asoló varios poblados, destruyó puestos de avanzada y sembró la desolación.


Gersen escuchaba y paladeaba cada palabra. Las románticas leyendas que se referían a Thamber no exageraban; en todo caso, no alcanzaban a describir la magnificencia de su realidad. Se lo comentó a Alusz Iphigenia, que se encogió de hombros.

—Thamber es, en verdad, un mundo de gestas románticas. Los castillos tienen grandes salones donde los bardos cantan, y pabellones donde las doncellas bailan al son de los laúdes, pero en las profundidades se ocultan mazmorras y cámaras de tortura. Los caballeros presentan un magnífico aspecto con sus armaduras y sus banderas, pero luego, en las nieves de la estepa Skava, los nómadas skodolaks les mutilan las piernas, y allí yacen, impotentes, hasta que los lobos los devoran. Las brujas preparan filtros y los hechiceros esparcen el humo de los sueños, y también envían plagas a sus enemigos… Hace doscientos años vivieron los grandes héroes. Tyler Trumble conquistó Vadrus y construyó la ciudad de Carrai, que ahora gobierna Sion Trumble. Cuando Jadask Dousko llegó, Misk era una tierra de pastores, y Aglabat una aldea de pescadores. En diez años creó el primer Ejército Pardo, y desde entonces no ha cesado la guerra. —Suspiró—. La vida en Draszane es relativamente tranquila. Tenemos cuatro antiguas universidades y cientos de bibliotecas. Gentilly es un viejo y pacífico país, pero Misk y Vadrus son algo diferentes. Sion Trumble quiere que yo sea su reina consorte, pero… ¿habría paz y felicidad si aceptara? ¿O continuaría luchando con los skodolaks, los tadousko-oi o los timones del Mar? Y siempre Kokor Hekkus, que a partir de ahora será implacable…

Gersen escuchaba en silencio.

—Leí algunos libros en Intercambio —prosiguió Alusz Iphigenia—, sobre la Tierra, el Grupo y Aloysius. Conozco su forma de vivir. Y, antes que nada, me pregunté por qué Kokor Hekkus se quedaba tanto tiempo en Aglabat, por qué luchaba con espadas cuando podía armar a los Guerreros Pardos con proyectores de energía. Pero no hay tal misterio. Necesita la emoción como otros hombres necesitan comer. Disfruta con la excitación, el terror, el odio y la lascivia. Los encuentra en el País de Misk. Pero un día irá demasiado lejos y Sion Trumble le matará. —Rio tristemente—. O algún día Sion Trumble llevará a cabo un acto de valor absurdo y Kokor Hekkus le matará… lo que será una pena.

—Hum. ¿Le gusta Sion Trumble?

—Sí. Es un hombre valiente y generoso. No se le ocurriría ni robar a Intercambio.

—Yo me acerco más al tipo de Kokor Hekkus. —Gersen hizo una mueca de amargura—. ¿Qué hay del resto del planeta?

—Todos los lugares son diferentes. En Birzul, el Godmus mantiene un harén de diez mil concubinas. Cada día alista a diez doncellas y pone en libertad a otras tantas, aunque si está de mal humor las hace ahogar. En Calastang, el Ojo Divino atraviesa las calles de la ciudad sobre un altar rojo de trescientos sesenta metros de largo por trescientos sesenta de altura. El Señor de Lathcar colecciona corredores… atletas esclavos alimentados y entrenados para participar en las Carreras de Lath. Los tadousko-oi construyen sus pueblos y ciudades en la cima de los riscos más elevados y de los acantilados más abruptos, desde los que arrojan a los tullidos y a los enfermos. Son los guerreros más fieros de Thamber, y se han aliado para demoler las murallas de Aglabat. Y lo conseguirán, porque los Guerreros Pardos son incapaces de detenerles.

—¿Ha visto alguna vez a Kokor Hekkus de cerca?

—Sí.

—¿Qué aspecto tiene?

—Deme papel y lápiz; haré un retrato.

Gersen le facilitó el material solicitado. Primero trazó algunos esbozos, después trabajó con más rapidez. Línea a línea, fueron definiéndose las zonas: un rostro emergió del papel, un rostro alerta e inteligente. Bajo una frente alta y cuadrada brillaban unos ojos grandes, profundos. El cabello era abundante, oscuro y lustroso. La nariz corta y recta, la boca pequeña. Alusz Iphigenia bosquejó el torso, las piernas y dio forma a un hombre de altura superior a la media, anchas espaldas, cintura estrecha y piernas largas. Podría haber sido el cuerpo de Billy Windle, o el de Seuman Otwal, pero la cara no recordaba en nada a la de Seuman Otwal, y Gersen nunca había visto claramente a Billy Windle.

Alusz Iphigenia le observó mientras contemplaba el dibujo, y experimentó un escalofrío.

—No puedo comprender la crueldad, el asesinato, el odio. Usted me produce tanto pánico como Kokor Hekkus.

—Cuando era pequeño, mi hogar fue destruido, así como toda mi familia, excepto mi abuelo. En ese momento supe que mi destino ya estaba fijado. Supe que mataría uno por uno a los cinco hombres que dirigieron el asalto. Así ha sido mi vida, y no tengo otra. No soy malvado; estoy más allá del bien y del mal… como la máquina de matar que Kokor Hekkus construyó.

—Y yo tengo la desgracia de serle útil —dictaminó Alusz Iphigenia.

—Tal vez preferiría ser útil a Kokor Hekkus; solo le pido que me guíe a Thamber.

—Es usted muy valiente —dijo la joven, y Gersen fue incapaz de discernir si aquella observación contenía un sarcasmo.


Sirio brillaba a proa con su luz blanca. A lo lejos se distinguía la estrella blancodorada que había dado su calor a la raza humana. Alusz Iphigenia la contempló pensativamente, ladeó la cabeza hacia Gersen, como si quisiera decirle algo, pero luego se contuvo y no habló.

Gersen señaló Achemar, en el nacimiento del río Eridanus.

—Un punto de once grados y un cuarto norte es el plano del norte galáctico que une a Sirio con Achemar. Pero la canción debe de tener mil años de antigüedad, quizá más… de modo que primero nos colocaremos en la posición de Sirio hace mil años. No es muy difícil. Luego calcularemos la posición aproximada de Achemar en la misma época… tampoco resultará muy difícil. Con estos dos nuevos puntos nos desviaremos once grados y un cuarto al norte, y esperaremos que suceda lo mejor. Y como ya he efectuado los cálculos…

Ajustó con cuidado los verniers; Sirio fue creciendo ante sus ojos.

Enseguida entró en funcionamiento el Jarnell. El Saltaestrellas vagó en el éter compacto. Gersen apuntó la proa hacia el lugar que Achemar había ocupado mil años antes; entonces enderezó la nave once grados y un cuarto en un plano paralelo al eje norte-sur de la galaxia. Conectó el escudo de fuerza; el Saltaestrellas y cuanto contenía privado de inercia y de las constricciones einsteinianas, se deslizó casi al instante por la fractura provocada.

—Ahora debemos buscar seis estrellas rojas. Es posible que se hallen alrededor de una estrella azul. Es posible que las divisemos a estribor, a menos que la canción quiera decir que el plano dorsal-ventral de la nave vaya paralelo al eje norte-sur de la galaxia.

Transcurrieron las horas. Las estrellas cercanas se precipitaban sobre estrellas más lejanas, y estas, a su vez, corrían hacia destellos de luz aún más distantes.

Gersen estaba nervioso. Expresó en voz alta sus dudas acerca de que Alusz Iphigenia hubiera recordado bien la letra de la canción. Ella indicó con un encogimiento de hombros que le daba igual, y contraatacó insinuando que Gersen, había errado los cálculos.

—¿Cuánto tiempo tardó en llegar a Intercambio? —le había preguntado antes.

Pero ella siempre había respondido de forma vaga, como hizo ahora:

—Dormí la mayor parte del viaje. El tiempo parecía deslizarse con mucha celeridad.

Gersen empezó a sospechar que la canción les había conducido por una ruta equivocada, que Thamber se hallaba en otro cuadrante de la galaxia, y que Alusz Iphigenia conocía muy bien este hecho.

Alusz Iphigenia era consciente de sus sospechas; por ello señaló con un gesto orgulloso los seis bellos gigantes rojos que se extendían hacia una gran estrella azul, formando una línea curvada hacia abajo.

El único comentario de Gersen fue un gruñido.

—Bien, parece que las tenemos a estribor, de modo que canción y cálculos no andaban muy desencaminados. —Desconectó el Jarnell. El Saltaestrellas quedó a la deriva—. Ahora: un racimo en forma de cimitarra; probablemente un objeto perceptible a simple vista.

—Allí —indicó Alusz Iphigenia—. Thamber está cerca.

—¿Cómo lo sabe?

—El racimo como una cimitarra. En Gentilly le llamamos el Barco de Dios. Desde aquí tiene otro aspecto.

Gersen movió la nave en dirección a la «empuñadura», conectó el escudo de fuerza y el navío saltó hacia adelante. Atravesaron el racimo, infinitas estrellas a su alrededor, y desembocaron en una región mucho más desolada.

—Era cierto —dijo Gersen—. Estamos en el extremo de la galaxia: «el margen extremo». En algún lugar, justo enfrente, nos espera «el resplandor de Thamber».

Justo enfrente vieron un grupo poco denso de estrellas.

—El sol es G ocho… naranja. ¿Cuál es el sol naranja? Allí. Ese.

La estrella anaranjada apareció algo escorada y bajo la nave. Gersen desconectó el escudo de protección. Ajustó el macroscopio hasta que mostró un planeta solitario. Aumentó el campo de ampliación: mares y continentes flotaban en el foco.

—Thamber —dijo Alusz Iphigenia Eperje-Tokay.