Dicho favorito de Raffles, ladrón de cajas fuertes aficionado:
Dinero perdido, poco perdido,
honor perdido, mucho perdido,
valor perdido, todo perdido.
La noche de los planetas del Grupo nunca era del todo oscura. Blue Companion hacía las veces de pequeña pero intensa luna para los mundos que giraban en la órbita apropiada; el cielo nocturno de todos los mundos brillaba con el resplandor de al menos varios planetas hermanos.
Krokinole consideraba a Blue Companion como una estrella de la tarde… una situación que persistiría durante otro centenar de años, debido a la vasta circunferencia de las órbitas de todos los planetas del Grupo y el consiguiente escaso movimiento anual: en el caso de Krokinole, 1642 años.
La medianoche de Krokinole era tan oscura como la del resto de los planetas del Grupo. Patris, todavía bajo la influencia del antiguo período de la Prohibición, tenía poco que ofrecer en materia de vida nocturna; las escasas diversiones se concentraban en la Ciudad Nueva, en los restaurantes a orillas del río. La Ciudad Vieja se veía oscura y húmeda desde el estuario envuelto en la bruma. Construcciones Patch era una isla brillante en medio de las tinieblas.
Media hora antes de la medianoche, Gersen se deslizaba sigilosamente por las calles vacías. Hacía rato que Blue Companion se había difuminado en el cielo. La iluminación de la calle consistía en tristes farolas poco numerosas rodeadas por un halo dorado de neblina. El aire olía a ladrillos húmedos, a los muelles del estuario, al barro de las construcciones que se extendían a lo largo del estuario; un tenue hedor a desolación, que caracterizaba a la Ciudad Vieja de Patris. Frente a Construcciones Patch se alzaba una serie de altos edificios rematados por característicos tejados, separados por tenebrosos pasadizos. Gersen se movía de uno a otro de estos oscuros huecos, aproximándose al rectángulo de luz que proyectaban las puertas abiertas del Taller B. Se acercó tanto como consideró oportuno, se apretó contra la pared mohosa, soltó los cierres y las correas que sostenían sus armas y se dispuso a esperar. Iba vestido de negro, y llevaba tinte de piel negro y protectores para los ojos también negros, a fin de ocultar el brillo de su mirada. Se fundió en la noche, completamente inmóvil: una forma siniestra.
El tiempo pasó. En el interior del taller se podía ver el extremo de la fortaleza recubierta de lonas y, de vez en cuando, algún técnico. En una ocasión, la fornida figura de Patch se dibujó en el umbral de la puerta cuando salió a observar el cielo.
Gersen comprobó la hora: faltaban cinco minutos para las doce. Se colocó unas gafas nocturnas en su frente, las deslizó sobre sus ojos y al instante la calle pareció iluminarse, si bien con sombras y tonos irreales, a veces con el claroscuro invertido. Un filtro de mutacromo atenuaba el resplandor del taller, y daba lugar a una mancha oscura. Gersen oteaba el cielo sin ver nada.
Un minuto antes de medianoche Patch volvió a asomarse. Llevaba un par de proyectores alojados en fundas en su cintura, y un micrófono en su garganta hacía suponer que mantenía permanente contacto con la frecuencia de emergencias de la policía. Gersen sonrió: Patch no dejaba nada al azar. Patch entró de nuevo tras examinar el cielo con suspicacia. Pasó otro minuto. Un largo y tétrico toque de sirena procedente del monumento de Mermiana, el coloso femenino sumergido hasta la rodilla en el agua, indicó la medianoche. En lo alto del cielo apareció la forma de un transporte de mudanzas. Descendió, luego frenó a mitad de camino. Gersen forzó la vista y acarició su rifle lanzagranadas. El transporte debía de estar tripulado por hombres al servicio de Kokor Hekkus; la galaxia se beneficiaría de esas muertes… Pero ¿dónde estaba Kokor Hekkus? Gersen maldijo la duda que le impidió apretar el gatillo.
Un pequeño coche aéreo apareció. Planeó y, transgrediendo las normas de tráfico de Patris, descendió en plena calle, a menos de tres metros del lugar en el que se escondía Gersen. Buscó cobijo en las sombras y se quitó las gafas nocturnas, que solo servirían para confundirle y estorbarle.
Dos hombres bajaron del coche aéreo. Gersen emitió un gruñido de disgusto. Ninguno de los dos era Seuman Otwal; ninguno podía ser Kokor Hekkus. Ambos eran bajos, robustos y de piel oscura; ambos llevaban pantalones y capuchas negras. Caminaron con rapidez hacia la tienda, observaron el interior, y uno hizo un gesto imperioso. Gersen se colocó de nuevo las gafas nocturnas y examinó el transporte de carga. Permanecía en la misma posición de antes. Gersen levantó sus gafas y dirigió la atención a los dos hombres del coche aéreo. Patch se adelantó con un contoneo truculento y poco convincente. Se detuvo y habló: los dos asintieron brevemente y uno dijo unas palabras en un micrófono.
Patch se dio la vuelta y gesticuló. La fortaleza salió a la calle, las lonas bamboleándose y saltando al compás de las patas. Del cielo bajó el transporte. Gersen espió sus movimientos con la íntima convicción de que los acontecimientos que se habían iniciado en la Explanada de Avente tocaban a su fin.
Patch entró en la tienda, las manos sobre sus armas. Los dos hombres de negro le ignoraron. Del transporte aéreo bajaron diez cables. Los dos hombres treparon a la parte superior de la fortaleza y ataron los cables alrededor de la zona dorsal. Saltaron a tierra y dieron una sacudida; la fortaleza se elevó y desapareció en la noche. Los dos hombres se apresuraron a subir a su coche sin dedicarle ni una mirada a Patch, vigilante y a punto de sacar sus armas. El coche aéreo se alejó en la oscuridad. La tienda quedó vacía, casi desamparada.
Las puertas del Taller B se cerraron; la calle se veía oscura y desierta. Gersen abandonó su escondite. Se sentía irritado y vencido. ¿Por qué no haber abatido, cuando menos, el coche aéreo y la fortaleza? Kokor Hekkus podría estar a bordo. Y si ese no era el caso, la destrucción de la fortaleza le habría enfurecido y obligado a actuar.
Gersen sabía muy bien por qué no había destruido la fortaleza. La indecisión había agarrotado su dedo. Ansiaba la confrontación final. Kokor Hekkus debía saber por qué moría y quién le mataba. Dispararle en la oscuridad estaba bien, pero no era lo mejor.
¿Cómo y dónde conseguir otra oportunidad? Tal vez a través de Seuman Otwal y el hotel Halkshire. Gersen salió a la calle. Tres sombrías figuras retrocedieron sorprendidas. Una rugió una orden y un haz de intensa luz blanca cegó a Gersen. Buscó sus armas; una de las figuras se abalanzó sobre él y le golpeó el brazo: otra lanzó sobre su cabeza un largo cable negro, que se enrolló alrededor del cuerpo de Gersen como si estuviera vivo, inmovilizándole el brazo derecho y los muslos. Otro cable rodeó sus piernas. Gersen se tambaleó y cayó. Sus armas pesadas se apretaban contra su costado, pero el cuchillo y el proyector estaban fuera de su alcance.
El hombre de la linterna avanzó y la enfocó en Gersen.
—Muy bien —rio—. Este es el tipo que tiene el dinero.
Era la voz fría y jovial de Seuman Otwal.
—Se equivoca —dijo Gersen—. Patch compró mi parte.
—Excelente… Por lo tanto, usted tiene dinero.
—Regístrale con cuidado. —La luz se movió más cerca—. Este hombre puede ser peligroso.
Dedos expertos palparon, encontraron y sacaron una daga, un saquito medio lleno de un líquido adormecedor y otros objetos varios que dejaron asombrados a los asaltantes.
—Este tipo es un arsenal ambulante —dijo una voz en tono respetuoso—. No me gustaría enfrentarme a él sin tener ayuda.
—Sí —reflexionó en voz alta Seuman Otwal—, un tipo bastante raro, desde luego, bastante raro… Bien, no importa. El universo está plagado de tipos raros, como todos sabemos. Ahora es nuestro invitado, y no es preciso que nos retrasemos por Patch.
Un vehículo aéreo se materializó al instante, y Gersen fue empujado al interior. La nave despegó en dirección a la noche de Krokinole.
—Es usted un hombre extraño, señor Wall, o como quiera que se llame. Iba provisto de toda una variedad de armas, como si supiera utilizarlas; supo ocultarse con tanta cautela y paciencia que nosotros, hombres cautelosos y pacientes, no advertimos su presencia; y luego, sin una mirada de reconocimiento, se plantó en medio de la calle como si tal cosa.
—Una decisión lamentable —asintió Gersen.
—El error de partida fue asociarse con Patch (y es inútil negarlo porque estamos informados), cuando resultaba claro que no teníamos la menor intención de pagar la fortaleza a ese engreído. Fue a parar a Intercambio; ahora le toca a usted. Si nos puede devolver cuanto antes nuestro millón seiscientos ochenta y uno mil cuatrocientos noventa UCL, el asunto quedará resuelto rápidamente; de lo contrario… me temo que va a emprender un viaje espacial.
—No tengo tanto dinero. Déjeme que le explique las circunstancias…
—No, me es imposible discutir con usted. Tengo mucho que hacer y poco tiempo. Si carece de dinero, debe proceder mediante los canales habituales.
—¿Intercambio? —preguntó Gersen con una sonrisa glacial.
—Intercambio. Le deseo buena suerte, señor Wall, o como se llame. Ha sido un placer hacer negocios con usted.
Seuman Otwal partió, y Gersen no le volvió a ver, ya que al poco rato fue transferido a otra nave, donde se encontró en la compañía de tres niños, dos muchachas, tres mujeres y un hombre de mediana edad, posiblemente miembros de varias familias acomodadas del Grupo. Transcurrió un lapso de tiempo indeterminado. Comió y durmió muchas veces, hasta que un día la nave se inmovilizó; se produjo la ya familiar pero incómoda espera mientras las atmósferas se igualaban, y luego los pasajeros fueron conducidos por el suelo de Sasani hasta el autobús que cruzaba el desierto hasta Intercambio.
Un funcionario de Intercambio les dio la bienvenida en un pequeño auditorio.
—Damas y caballeros, nos alegramos de tenerles con nosotros, y confiamos en que durante su estancia tratarán de descansar, relajarse y divertirse. Las comodidades de Intercambio son las de un sanatorio: permitimos cierto grado de relaciones sociales, hasta el límite que imponen el decoro y la educación. Estimulamos la práctica de sus aficiones particulares y de algunos deportes, como la natación, ajedrez, kalingo y tenis, el uso de instrumentos musicales y la pintura. No se pueden hacer excursiones, patinar, contemplar las aves, correr la maratón o explorar el fascinante territorio de Sasani. Ofrecemos seis clases de alojamiento que van desde la clase AA de superlujo hasta la E, que es sencilla pero de ninguna manera incómoda. La cocina abarca ocho categorías, correspondientes a las principales variedades gastronómicas de los pueblos del Oikumene. Hay un servicio especial con recargo para las personas acostumbradas a dietas más especializadas. Nos place manifestarles que la comida de Intercambio es, si no sabrosa, cuanto menos nutritiva.
»Nuestras reglas son algo más severas que en otros centros de recreo, y les advierto que subrepticias y solitarias travesías del desierto pueden provocar algunos inconvenientes. En primer lugar, hay numerosos insectos carnívoros. En segundo, es imposible encontrar agua o comida. En tercer lugar, los habitantes autóctonos de Sasani, que abandonan sus madrigueras solo de noche, son antropófagos. Y finalmente, nos sentimos obligados a proteger los intereses de nuestros clientes, y los individuos que vulneran las reglas (por fortuna escasos) son rápidamente privados de todos los privilegios.
»Ahora voy a distribuirles unos formularios. Indiquen, por favor, la clase de cocina y alojamiento que desean. Observarán una lista de instrucciones. Léanlas atentamente. El personal a su servicio es educado, aunque algo distante. Gozan de buenos sueldos, de modo que no traten de presionarles con propinas. Contemplamos esta tendencia con suspicacia, e investigamos celosamente los motivos de quienes ofrecen tales estímulos.
»Mañana se les permitirá comunicarse con aquellas personas de las que esperan obtener la rescisión de sus honorarios. Eso es todo, muchas gracias.
Gersen examinó los formularios y seleccionó un alojamiento de clase B, lo que le permitiría utilizar las actividades recreativas de la institución y encontrar un poco de intimidad. Había probado la comida de todo el Oikumene (incluyendo la de Sandusk, en la tienda de la calle Ard) y tampoco era un hombre muy quisquilloso en este aspecto. Marcó con una señal la categoría «clásica», la cocina de Alphanor, la zona occidental de la Tierra y quizá la de un tercio de la población del Oikumene.
Leyó las Instrucciones. Ninguna era sorprendente u ominosa, excepto la 19: «Aquellas personas que continúen residiendo aquí una vez finalizado el período de rescisión y que, por tanto, pasen a la categoría “Disponible”, deberán permanecer en sus alojamientos durante la mañana a fin de que puedan ser inspeccionados por visitantes neutrales que pudieran estar interesados en pagar sus primas de rescisión».
En su momento, Gersen fue trasladado a su apartamento, que le pareció bastante confortable. El salón estaba amueblado con un escritorio, una mesa, varias sillas, una alfombra verde y negra y una estantería llena de periódicos. Las paredes eran de color malva salpicado de naranja, y el techo de un bermejo chillón. El cuarto de baño incluía las habituales comodidades, con las paredes, techo y suelo recubiertos de baldosas marrones. La cama era estrecha y austera. Un radiador colgaba del techo como en los anticuados albergues campesinos.
Gersen se bañó, se vistió con las ropas limpias que le habían proporcionado, se acostó sobre la cama y consideró las posibilidades futuras. Primero, era necesario que se liberara de la depresión y el sentimiento de culpabilidad que le angustiaban desde el momento en que la linterna de Seuman Otwal le había deslumbrado. Durante demasiado tiempo se había considerado invulnerable, protegido por el destino… simplemente por la fuerza de sus motivaciones. Quizá era su única superstición: el solipsístico convencimiento de que, uno tras otro, los cinco individuos que habían asolado Monte Agradable morirían a sus manos. Persuadido por su fe. Gersen había reprimido el acto sensato de matar a Seuman Otwal… y había sufrido las consecuencias.
Debía modificar su manera de pensar. Su método de abordar el problema había sido complaciente, doctrinario, didáctico. Se había comportado como si el logro de sus ambiciones estuviera preestablecido, como si poseyera poderes sobrenaturales. Un error garrafal, pensó Gersen. Seuman Otwal le había capturado con ridícula facilidad, con ultrajante sencillez; no tuvo más que arrojarle al interior de una nave con el resto del equipo. Gersen mortificaba su autoestima, jamás había comprendido cuán grande era su vanidad. Muy bien, se dijo: si los elementos básicos de su naturaleza eran la inventiva y el individualismo, ya era hora de poner estos atributos en juego.
Menos enojado (de hecho, algo divertido con su propia seriedad), estudió la situación. Mañana podía notificar a Patch su problema, aunque no tenía mucho que ganar con esto. Gersen conservaba en su poder el medio millón pagado por Patch —dinero que anteriormente le había facilitado Duschane Audmar— y tal vez unos setenta u ochenta mil de la herencia del abuelo. Su tarifa de rescisión sobrepasaba en un millón de UCL esta cantidad, una suma que se hallaba fuera de su alcance.
Si Kokor Hekkus, o Seuman Otwal —¿el mismo hombre?— llegaban al convencimiento de que Patch y él habían disuelto la asociación, intentarían secuestrar de nuevo a Patch y rebajarían el rescate de Gersen a la cantidad percibida tras liquidar la sociedad. Pero Patch, si era listo, se cuidaría de ponerse fuera de la circulación. Gersen permanecería en Intercambio meses, o quizá años. Con el tiempo, las tarifas de Intercambio empezarían a trabajar en contra de los intereses del patrocinador; la tarifa de rescate bajaría en picado. En cuanto se cotizara, en medio millón, Gersen compraría su propia libertad, a menos que un comprador independiente le considerara más valioso; una circunstancia nada deseable.
En efecto, Gersen fue confinado en Intercambio por tiempo indefinido.
¿Cómo escapar? Gersen no tenía noticias de que se hubiera producido alguna fuga de Intercambio. Si una persona trataba de eludir la vigilancia de los guardias y el riguroso sistema de alarmas, confidentes y campos sensores ¿adónde podía ir? El desierto era fatal de día, no digamos de noche. Armas automáticas disparaban contra las naves que atravesaban el área. Nadie abandonaba Intercambio, a no ser muerto o mediante el pago del rescate. Gersen se puso a pensar en Alusz Iphigenia Eperje-Tokay, la chica de Thamber. Su rescate estaba valorado en diez mil millones de UCL, una suma fantástica: ¿cuánto le faltaría a Kokor Hekkus para alcanzarla? ¡Sería de lo más gratificante pagar el rescate de Alusz Iphigenia ante las mismas narices de Kokor Hekkus! Un sueño propio de un visionario que no podía ni pagar el suyo, mucho más modesto.
Sonó un gong anunciando la cena. Gersen se dirigió al área que le habían designado a través de un paseo flanqueado por tapias blanqueadas y rematadas con franjas de vidrio entrelazadas, omnipresentes en las avenidas y calles de Intercambio. Los huéspedes comían en pequeñas mesas individuales y se servían de un carrito que pasaba de un lado a otro. El comedor era una habitación de techo alto pintada austeramente de gris. Una atmósfera similar a la de un presidio reinaba en la pieza, contrariamente a lo que sucedía en el resto de Intercambio; Gersen no podía identificar su origen, aunque contribuían a intensificarla la soledad de los comensales y la ausencia de conversaciones o bromas entre las mesas. La comida era sintética, de un color desagradable, no demasiado bien preparada ni muy abundante. Incluso Gersen, que no le concedía gran importancia a la comida, la encontró poco apetitosa. Si esta era la cocina de clase B, trató de imaginarse cómo sería la de clase E. Quizá no muy diferente.
Después de cenar llegó la llamada hora social, en un ancho recinto protegido contra el viento nocturno, cargado de polvo, de Sasani. Aquí se reunían todos los huéspedes de Intercambio tras la cena, azuzados por el aburrimiento y la curiosidad; ¿quién había llegado, quién se había ido? Gersen firmó una nota en el quiosco central a cambio de una cerveza, cogió el vaso de papel y se sentó en un banco. Había unas doscientas personas a la vista: gente de todas las edades y razas. Algunos paseaban, otros jugaban al ajedrez, unos pocos conversaban, otros le imitaban y se sentaban a beber en silencio. Había pocos ánimos de hacer amistades; la expresión de los rostros era casi idéntica: una tibia animosidad hacia Intercambio y todo lo relacionado con él, incluyendo a los demás huéspedes. Hasta los niños parecían afectados por la tristeza general, aunque mostraban mayor disposición a formar grupos. Gersen contó unas veinte jóvenes, aún más reservadas, hurañas e indignadas que el resto. Las examinó con curiosidad: ¿cuál era Alusz Iphigenia? Si Kokor Hekkus ansiaba poseerla, debía de ser extraordinariamente bella; ninguna de las presentes parecía reunir los requisitos. Una chica alta de llamativo pelo rojo se contemplaba con melancolía sus largos dedos, cada uno rodeado por una banda de metal negro, que la identificaba como una eginanda de Copus. Más allá, una muchacha de piel oscura bebía vino. Era bastante atractiva, pero no hasta el extremo de valorarla en diez mil millones de UCL.
Había otras, pero todas parecían demasiado mayores o demasiado jóvenes, sin una belleza particular… como la de la chica que se sentaba en el extremo opuesto de su banco, que acaso congregaba en su persona las características exigidas por Kokor Hekkus. Era de piel pálida, veteada de un marfil crepuscular. Tenía unos brillantes ojos grises y facciones regulares. Llevaba el pelo rubio peinado en melena: en pocas palabras, no carecía de atractivo, pero diez mil millones de UCL por su rescate serían excesivos. Gersen no se habría fijado en ella por segunda vez de no ser por la insolente postura de la cabeza, por la mirada que destilaba una fría inteligencia… Pero no, salvo sus ojos brillantes y las facciones regulares, todo en ella era demasiado corriente, demasiado vulgar… El empleado que había atendido a Gersen en su visita anterior cruzó el recinto sin mirar a ningún lado. ¿Cómo se llamaba? Armand Koshiel. El malhumor de Gersen aumentó… El período social llegó a su fin. Los huéspedes marcharon a sus respectivos aposentos.
El desayuno —té, bollos y mermelada— fue servido directamente en el apartamento, tras lo cual Gersen fue conducido al edificio que albergaba las dependencias administrativas. Allí se reunió con varias de las personas con las que había llegado a Intercambio.
Al cabo de pocos minutos le llamaron por su nombre. Entró en el despacho ocupado por un empleado de aspecto hostil, que le dedicó un saludo glacial y un discurso bien ensayado:
—Señor Wall, siéntese, por favor. Desde su punto de vista su presencia aquí constituye una desgracia; desde el nuestro, usted es un huésped al que se debe tratar con cortesía y dignidad. Estamos ansiosos de demostrar el porqué de nuestro prestigio, y tomaremos todas las medidas encaminadas a este propósito. Usted se halla aquí patrocinado por el señor Kokor Hekkus. Solicita la cantidad de millón seiscientos ochenta y un mil cuatrocientos noventa UCL, y le voy a preguntar ahora cómo piensa usted reunirla.
Esperó con expectación.
—Me gustaría saberlo. No puede ser más absurda y alejada de la realidad.
—Muchos de nuestros huéspedes consideran sus tarifas excesivas. Como sabrá, no controlamos las tarifas exigidas; solo podemos aconsejar moderación al patrocinador, y una actitud cooperativa al huésped. Ahora… ¿puede conseguir usted esta suma?
—No.
—¿Tiene familiares?
—Ya no.
—¿Amigos?
—No tengo amigos.
—¿Socios en algún negocio?
—Ninguno.
—Entonces —suspiró el empleado— deberá permanecer aquí hasta que ocurra alguna de estas alternativas: el patrocinador puede rebajar sus exigencias a una cifra asequible. Quince días después de la fecha límite señalada para que sus allegados hayan tenido la oportunidad de rescatarle, usted pasa a la situación de «disponible», y la prima puede ser pagada por cualquiera, que le recibe en custodia. Después de un cierto período, a menos que siga pagando la pensión completa, nos veríamos forzados a trasladar la custodia a un visitante neutral que saldara las deudas. ¿Qué me dice?
—No puedo reunir esa cifra. No tengo nadie a quien dirigirme.
—Haremos cuanto esté en nuestras manos para interceder ante su patrocinador. ¿Le importa decirme la cantidad máxima que podría pagar?
—Alrededor de medio millón —dijo Gersen a regañadientes.
—Informaré a su patrocinador. Entretanto, señor Wall, confío en que no encuentre su visita demasiado desagradable.
—Gracias.
Condujeron a Gersen a su apartamento, y casi enseguida al comedor.
Durante la tarde disfrutó de las diversiones que Intercambio puso a su disposición. Podía elegir entre deportes menores, juegos y bricolaje. Se ejercitó en un gimnasio y nadó unas piscinas. La única alternativa era quedarse en su apartamento. Visitar los aposentos de otros huéspedes estaba prohibido.
Pasaron varios días. La falta de actividad ponía a Gersen en tensión. Hacer ejercicios de gimnasia era su única manera de relajarse. Empezó a considerar las posibilidades de fugarse. Parecía imposible; no había ningún punto débil en el sólido engranaje de Intercambio.
Durante la hora social del tercer día, Gersen casi tropezó con Armand Koshiel. Este murmuró una cortés disculpa y se hizo a un lado; luego le dedicó una mirada de asombro.
—Las condiciones se han alterado desde la última vez que nos vimos —dijo Gersen con una mueca de amargura.
—Ya veo. Le recuerdo bien. ¿No es el señor Gassoon? ¿El señor Grisson?
—Wall, Howard Wall.
—Claro, el señor Wall. —Koshiel sacudió la cabeza como aturdido—. El destino es caprichoso. Bien, ahora, señor, debo marcharme. No nos está permitido charlar con los huéspedes.
—Dígame una cosa. ¿Está muy cerca Kokor Hekkus de conseguir los diez mil millones de UCL?
—Va progresando, se acerca cada vez más, según he oído decir. Todos aquí estamos interesados; es el rescate más grande que se ha pedido nunca.
Gersen sintió una punzada irracional de cólera… o tal vez de celos.
—¿Suele venir la mujer al recinto?
—La vi en una ocasión.
Koshiel hacía visibles esfuerzos por alejarse.
—¿Qué aspecto tiene?
Koshiel frunció las cejas y miró con disimulo a su alrededor.
—Muy distinto del que usted imagina. No es un tipo despampanante, ya me entiende. Por favor, señor Wall, le ruego me disculpe, pero debo irme o me sancionarán.
Gersen tomó asiento en su banco acostumbrado más intranquilo que antes. Esta mujer desconocida, lógicamente, no debía significar nada para él… pero este no era el caso. Gersen le dio una y mil vueltas a su nuevo estado de ánimo. ¿Cómo y por qué se sentía tan fascinado? ¿Por qué Alusz Iphigenia se autovaloraba en diez mil millones de UCL? ¿Por el hecho de que Kokor Hekkus, egoísta y arrogante, estuviera a punto de poseerla? (Este pensamiento le provocaba una furia singular). ¿A causa de su supuesto origen, Thamber? ¿Por qué su romanticismo férreamente reprimido rompía las cadenas? Fuera lo que fuese, Gersen escudriñó el recinto en busca de la hermosa mujer que sería Alusz Iphigenia, de Thamber. No era, desde luego, la muchacha de piel oscura ni la eginanda pelirroja de Copus. La chica de la melena rubia no estaba a la vista, pero tampoco daba la talla. Si bien, reflexionó Gersen, sus ojos eran de un gris resplandeciente y su figura, frágil y delicada, de proporciones perfectas. Sonó el gong; volvió a su apartamento, inquieto y nervioso.
Transcurrió el día siguiente. Gersen esperó con impaciencia la hora social. Llegó por fin: una nueva mujer hizo acto de presencia. Era flexible y esbelta, de piernas largas, rostro aristocrático, una brillante mata de pelo pajizo peinada de forma complicada. Gersen la examinó cuidadosamente. No, decidió con una sensación de alivio; esta no podía ser Alusz Iphigenia, de Thamber. Esta mujer era demasiado sofisticada, demasiado artificial. Es posible que se autovalorara en diez mil millones de UCL, y Gersen casi deseó que Kokor Hekkus pagara tal cantidad y se la llevara. La chica de la melena rubia estaba ausente. Gersen regresó a su apartamento lleno de disgusto e irritación. Mientras él deambulaba como una fiera enjaulada, Kokor Hekkus estaría rondando a sus futuras presas. Para distraerse, leyó viejas revistas hasta la medianoche.
En nada se diferenció el día siguiente de los anteriores: empezaban a hacerse indistintos. Dos nuevos huéspedes se presentaron a la hora de comer. Un comentario que llegó a los oídos de Gersen les identificó como Tychus Hasselberg, presidente de la Corporación Jarnell, y Skerde Vorck, ministro de Asuntos Forestales, ambos de la Tierra, ambos setecientas veces millonarios. Dos pasos más cerca de la meta, pensó Gersen con amargura.
Aprovechó la tarde para ejercitarse en el gimnasio. La cena le pareció más insípida que nunca. Acudió a la «hora social» con renovados bríos. Pidió una jarra de vino rancio de Sasani y se sentó a la espera de otra aburrida velada. Pasó media hora antes de que entrara la chica de la melena rubia, con la expresión todavía más distante que de costumbre. Gersen la contempló fijamente: no había nada de vulgar en ella. Sus rasgos eran tan perfectos, estaban dibujados con tal perfección que no le daban a la cara ninguna característica notable… pero, desde luego, no había nada de vulgar en ella. Pidió una taza de té en el quiosco y se sentó cerca de Gersen. La estudió con sumo interés. Su pulso se aceleró. ¿Por qué?, se preguntó con irritación. ¿Por qué esta joven, convencionalmente atractiva como máximo, le afectaba hasta tal punto?
Se levantó y caminó hacia ella.
—¿Puedo sentarme?
—Si quiere… —dijo la muchacha después de una pausa lo bastante larga como para dar a entender que prefería estar sola.
Su voz tenía una cadencia melodiosa y arcaica, y Gersen trató de identificar el acento.
—Perdone mi curiosidad. ¿Es usted Alusz Iphigenia Eperje-Tokay?
—Soy Alusz Iphigenia Eperje-Tokay —dijo ella corrigiéndole la pronunciación.
Gersen contuvo el aliento. ¡Su instinto no le había engañado! Tan cerca que casi podía tocarla, la mirada clavada en su rostro, captó señales de inquietud en sus ojos. Casi se la podía calificar de hermosa. Eran sus ojos, sin embargo, los que daban vida a su cara. ¿Belleza? ¿La suficiente para empujar a Kokor Hekkus a realizar tales esfuerzos? Parecía poco verosímil.
—¿Vive usted en el planeta Thamber?
Ella le dirigió una breve e indiferente mirada.
—Sí.
—¿Sabe que para la mayoría de la gente Thamber es un mundo imaginario, un tópico de las leyendas y las baladas?
—Me sorprendió mucho saberlo. Le aseguro que es cualquier cosa menos imaginario.
Bebió un poco de té y miró a Gersen de soslayo. En sus ojos, grandes, transparentes, cándidos, residía su mayor atractivo. Eran muy bellos, sin duda. Algo en un sutil cambio de posición reveló que no estaba interesada en continuar hablando.
—No es mi deseo molestarla —dijo Gersen fríamente—, pero da la casualidad que su prometido, Kokor Hekkus, me ha encerrado aquí y le considero mi enemigo.
—Actúa con poca sabiduría al considerarle su enemigo —comentó Alusz después de reflexionar un momento.
—¿Qué ocurrirá cuando pague su rescate?
—Es un tema que no me interesa discutir.
«Sin duda es hermosa —pensó Gersen—, más que hermosa: cuando habla, incluso cuando piensa, sus facciones se iluminan y adquieren una vitalidad que transfiguraría los rasgos más vulgares.»
—¿Conoce bien a Kokor Hekkus? —preguntó Gersen, en un esfuerzo desesperado por continuar la conversación.
—No muy bien. La mayor parte del tiempo reside en Misk, el País Más Allá de las Montañas. Mi hogar se halla en Draszane, Gentilly.
—¿Cómo pudo usted llegar hasta aquí? ¿Viajan muchas naves a Thamber?
—No. —De pronto le traspasó con una mirada acerada—. ¿Quién es usted? ¿Uno de sus espías?
Gersen negó con la cabeza. El asombro se pintó en su semblante, y un pensamiento alumbró en su mente: «¿Cómo pude pensar que era vulgar? Es inenarrablemente bella».
—Si consiguiera la libertad, la ayudaría.
—¿Cómo podría ayudarme, si ni siquiera puede ayudarse a sí mismo? —rio Alusz Iphigenia casi con crueldad.
Gersen sintió que un calor largo tiempo olvidado invadía su cara. Se puso en pie.
—Buenas noches.
Alusz lphigenia no dijo nada. Gersen se retiró a su apartamento. Se duchó y se tendió en la cama. ¿Y si trataba de comunicarse con Duschane Audmar? Inútil. Audmar no se molestaría ni en comunicarle su negativa. ¿Myron Patch? Aún más absurdo. ¿Ben Zaum? Como máximo recogería cinco o diez mil UCL, nada más… Gersen cogió al azar una de las viejas revistas y la hojeó… Le pareció reconocer un rostro. Leyó el encabezamiento. El nombre, Daeniel Trembath, le era desconocido… Extrañado, Gersen pasó la página. El rostro era muy parecido al de… ¿de quién? Volvió a examinar aquella cara. Había conocido a ese hombre como «el señor Hoskins»; había transportado su cadáver desde el Final de Bissom. Leyó todo el encabezamiento:
«Daeniel Trembath, Archidirector del Banco de Rígel, ahora retirado. Durante cincuenta años su Excelencia el Director ha servido a este gran banco y a los pueblos del Grupo; la semana pasada anunció que se retiraba. ¿Cuáles son sus planes para el futuro? “Descansaré. He trabajado mucho y duro. Ahora me toca disfrutar de los placeres de la vida que mis responsabilidades me impidieron”.»
Gersen consultó la fecha de la revista. Era el Cosmópolis de enero de 1525. Trembath desapareció tres meses después; una semana más tarde murió a manos de Billy Windle —que podría ser Kokor Hekkus— en un desagradable y diminuto mundo de Más Allá. Gersen, completamente despierto, revivió los meses anteriores. ¿Por qué el Archidirector jubilado del gran Banco de Rígel habría viajado a un lugar tan remoto y negociado tan en secreto con el hombre llamado Billy Windle? Trembath deseaba la eterna juventud: ¿qué habría ofrecido a cambio? Debido a la naturaleza de su profesión, solo podía ser dinero. El encuentro en Skouse había tenido lugar inmediatamente después de que Alusz Iphigenia se hubiera refugiado en Intercambio; la concatenación de lugares, hechos y personas era intrigante. Kokor Hekkus quería dinero… diez mil millones de UCL. Daeniel Trembath, Archidirector (retirado) del Banco de Rígel, era el propio símbolo del dinero… y también de la respetabilidad más allá de toda sospecha. ¿Por qué quería la PCI que volviera, vivo o muerto? ¿Acaso habría robado diez mil millones de UCL?
Gersen recordó el fragmento de papel que le había arrebatado al señor Hoskins en Skouse. Se esforzó por recordar las palabras, ahora tan llenas de sentido:
«… rizos, o mejor dicho, bandas de densidad. En apariencia se producen al azar, si bien en la práctica son tan casuales como imperceptibles. El espaciamiento crítico está en función de la raíz cuadrada de los once primeros números primos. La aparición de seis o más de tales rizos en cualquiera de las situaciones antes mencionadas dará validez…»
Las conclusiones eran asombrosas. Un aspecto de la situación era la misma esencia de la tragicomedia. Gersen se levantó de un salto, y paseó de un lado a otro de su apartamento. Si las circunstancias eran tal como él sospechaba, ¿cómo sacaría ventaja de lo que sabía?
Reflexionó durante una hora, formulando y descartando planes dispares. La clave de la situación estaba en las habilidades manuales y en la tienda de pasatiempos. Las actividades fomentadas eran supervisadas con facilidad: escultura en madera, marionetas, bordado, tejido de chales, acuarelas, fabricación de objetos de vidrio. Quizá también fotografía… La mañana pasó con desesperante lentitud. Gersen se derrumbó en la silla más confortable. Aplicó una deliciosa variación al plan que había ideado; rio en voz alta… Nada más terminar de comer visitó la sala de pasatiempos. Era más o menos lo que había esperado: una gran estancia equipada con telares, recipientes para modelar arcilla, pinturas, abalorios, cuerdas y otros materiales. El empleado que se encargaba de la vigilancia era un hombre corpulento, todavía joven, calvo y de facciones pequeñas y delicadas, como las de una muñeca de cara redonda. Respondió a las preguntas de Gersen con un razonable grado de paciencia. No, no existían facilidades para la práctica de la fotografía. Años atrás se habían hecho algunos esfuerzos en ese sentido, pero el proyecto se abandonó: el equipo habría requerido muchos cuidados y una gran parte de su tiempo. Gersen presentó una propuesta cuidadosamente elaborada: él, Gersen, estaba casi seguro de que sería huésped de Intercambio durante uno o dos meses; antes de su llegada había estado experimentando con ciertas formas artísticas originales que incluían la fotografía, y deseaba continuar estas actividades… hasta tal punto que no cejaría hasta conseguir el equipo idóneo.
El empleado le escuchaba sin dejar de fruncir los labios. El proyecto suponía mucho trabajo para Gersen, para él, para todo el personal implicado. En teoría, por supuesto, se podía llevar a la práctica, pero… (se encogió elocuentemente de hombros). Gersen rio como sin darle importancia a los impedimentos: cualquier atención especial por parte del empleado, ¿cuál era su nombre?, Funian Lubby, sería adecuada e incluso generosamente recompensada. Lubby bufó. Las reglas de Intercambio preveían una cooperación total con los huéspedes, dentro de límites razonables. Si el señor Wall insistía, Lubby no tendría más remedio que complacerle. En cuanto a la gratificación que el señor Wall insinuaba, si bien era contraria a las reglas de Intercambio, debía ser el señor Wall quien juzgara su conveniencia. ¿Cuánto tardaría Lubby en proveer el equipo necesario? Si el señor Wall proporcionaba la lista y los fondos, se cursaría la orden a Sagbad, el centro comercial más cercano; la entrega se efectuaría mañana o, con toda seguridad, pasado mañana.
—Excelente —dijo Gersen. Se sentó y confeccionó la lista. Era larga e incluía una serie de artículos destinados a ocultar su propósito principal. Lubby frunció los labios en un gesto de sorpresa y automática desaprobación. Gersen agregó al instante—: Entiendo que le causará muchas dificultades, ¿serán suficientes cien UCL para compensar su esfuerzo?
—Debe comprender que las reglas prohíben el trasvase de fondos de los huéspedes al personal. En este caso concreto, el dinero se destinará a la adquisición de material indispensable para la tienda… porque imagino que usted nos cederá estos artículos cuando se marche, ¿no?
—Supongo que sí. Al menos algunos… los que ya tengo en casa. —Cada vez estaba más animado. Que Lubby hablara con tanta franqueza indicaba que la tienda no se hallaba bajo vigilancia—. ¿Cuánto piensa que costará todo el equipo y el material?
—Cámara megafotográfica… ampliadora e impresora… microscopio. Artículos caros en su mayoría… Un duplicador de… ¿Para qué necesita todo esto?
—Preparo permutaciones caleidoscópicas de objetos naturales. A veces se necesitan hasta veinte o treinta copias de una sola foto, de ahí que precise el duplicador.
—Esto le costará una fortuna —gruñó Funian Lubby—, pero si está dispuesto a pagarla…
—Sí, no me queda otro remedio. No me gusta tirar el dinero, pero no podría soportar alejarme de mi afición favorita un par de meses.
—Entiendo. —Lubby ojeó la lista—. Hay un impresionante volumen de productos químicos. Espero —añadió con una sardónica sonrisa— que no esté planeando volar la institución y destruir así mi sustento.
—Estoy seguro —rio Gersen— de que usted se anticiparía a mis intenciones. No, no hay explosivos, corrosivos o sustancias nocivas; solo tintas, tinturas y otros productos fotográficos.
—Eso veo. Poseo amplios conocimientos en la materia. Pertenezco a la Academia de Ciencias de la Universidad de Boomaraw, en Lorgan, y he tomado parte en algunas investigaciones sobre los pleuronectos del Océano Neuster, hasta que mis servicios fueron desechados… otra triquiñuela regresiva del Instituto, no le quepa la menor duda.
—Sí, una lamentable situación. Uno se pregunta hasta cuándo durará. ¿Intentan que volvamos a la época de las cavernas?
—¿Quién sabe lo que maquinan esos miserables revoltosos? He oído decir que se van apoderando poco a poco de la Corporación Jarnell, que cuando controlen el cincuenta por ciento de las acciones… ¡fiuu!, no más naves espaciales, no más viajes. ¿Qué será de nosotros? ¿Qué será de mí? Me quedaré sin trabajo, y aún gracias de seguir con vida. Me cago en ellos.
—¿Dónde podría trabajar sin molestar? Me gustaría hacerlo en algún rincón, para poner un biombo que tapara la luz. Por supuesto, cualquier esfuerzo de su parte será compensado; si hubiera algún almacén que no se usara o algo por el estilo…
—Sí, vamos a ver. El viejo estudio de escultura ya no se utiliza; a los huéspedes de hoy en día no les gustan los trabajos serios.
El estudio era de forma octagonal. Las paredes de madera nativa habían sido barnizadas de un marrón turbio. Los ladrillos del suelo eran amarillos, y el techo se elevaba hasta una claraboya por la que penetraba una luz grisácea, casi malva.
—Obstruiré la luz —dijo Gersen—. Por otra parte, la habitación es muy adecuada. —Para comprobar hasta qué punto no había vigilancia, dijo—: Ahora comprendo que las reglas prohíban el intercambio de dinero entre los huéspedes y el personal, pero también que las reglas se han hecho para violarlas, y que no sería justo que usted hiciera un trabajo extra sin recibir una gratificación. ¿Está de acuerdo?
—Creo que ha expresado mi punto de vista con exactitud.
—Bien. Lo que suceda en este viejo estudio no le concierne a nadie más que a usted y a mí. A pesar de que no soy rico, no me hago de rogar y me gusta pagar mis diversiones. —Le extendió un cheque del Banco de Rígel por tres mil UCL—. Esto será suficiente para pagar los artículos solicitados y sus servicios.
—Exactamente. Concederé a su pedido una especial atención y, quien sabe, es posible que mañana ya haya llegado.
Gersen se alejó muy satisfecho. Quizá sus esperanzas se basaban en falsas premisas… pero, por más vueltas que le daba, se sentía seguro. ¿Cómo iba a ser de otra manera?
Necesitaba otro artículo, el más importante de todos, pero no se atrevía a confiar este trabajo a Funian Lubby, excepto como último recurso. Extendió otro cheque, esta vez por veinte mil UCL, y se lo guardó en el bolsillo.
Alusz Iphigenia no apareció esa noche a la hora social, pero a Gersen le trajo sin cuidado. Paseó pacientemente arriba y abajo, observando, esperando, y cuando estaba a punto de marcharse entró Armand Koshiel, que cruzó en diagonal el recinto. Gersen se acercó a él con el mayor disimulo posible.
—Voy a caminar hacia la papelera —le susurró—. Tiraré un trozo de papel. Venga detrás de mí y recójalo. Encontrará un cheque por veinte mil UCL. Consígame un billete del Banco de Rígel de diez mil UCL y guárdese el resto.
Sin esperar respuesta dio media vuelta y deambuló hacia el quiosco. Por el rabillo del ojo observó que Koshiel se encogía de hombros y le pisaba los talones.
Compró una bolsa de dulces en el quiosco. Se detuvo junto a la papelera, tiró a un lado la bolsa en la que había introducido el cheque, y fue a sentarse en un banco.
La bola de papel parecía grande, blanca y bien visible. Koshiel no tardó en aproximarse al quiosco, intercambiar algunas frases con el dependiente, comprar otra bolsa de dulces y arrojar el papel hacia la papelera. Se agachó, recogió el suyo y el de Gersen, simuló introducir ambos en el cubo y se marchó.
Gersen volvió a su apartamento con los nervios a flor de piel. Su plan empezaba a funcionar. Demasiado optimismo no era conveniente, pero hasta el momento todo funcionaba sin problemas. Un vigilante oculto podía haber visto a Koshiel en el momento de recoger el cheque arrugado; Funian Lubby podía sospechar de sus intenciones, o su voluminoso encargo atraer la atención de personas menos amables que Lubby. Aunque… todo iba bien.
Al día siguiente echó un breve vistazo a la tienda. Lubby estaba ocupado con un par de niños que, aburridos, deseaban confeccionarse máscaras. El equipo no sería entregado hasta mañana, dijo Lubby, y Gersen se fue.
La hora social pasó sin que Koshiel ni Alusz lphigenia hicieran acto de presencia. Al otro día, después de desayunar, Gersen encontró sobre su escritorio un sobre que contenía un billete verde y rosa de diez mil UCL. Gersen verificó su autenticidad con el detector de fraudes, uno de los escasos efectos personales que le habían autorizado conservar. Estupendo: era legítimo. No se atrevió a hacer más experimentos; podía estar bajo vigilancia. Estupendo. Pero su equipo tardaba en llegar, y Funian Lubby parecía malhumorado. Gersen regresó a su apartamento, muerto de impaciencia. El día transcurrió con lentitud exasperante, aunque por fortuna el día de Sasani solo tiene veintiuna horas.
A la tarde siguiente, Funian Lubby señaló un grupo de paquetes con un afable movimiento de su mano gordezuela.
—Ahí lo tiene, señor Wall. Un equipo estupendo para que pueda montarse sus prismas, caleidoscopios, o lo que le dé la gana.
—Gracias, señor Lubby, estoy muy contento —dijo Gersen.
Llevó los paquetes al antiguo estudio de escultura y los deshizo ante la mirada complacida de Lubby.
—Estoy ansioso por verle trabajar. Siempre se puede aprender algo nuevo, y nunca he tenido la oportunidad de observar esta técnica creativa.
—Es un proceso muy engorroso. Algunas personas lo encuentran aburrido, pero yo disfruto del trabajo lento y metódico. El primer paso, creo, es tapar la claraboya y poner un cartel en la puerta.
Lubby sostuvo la escalera y Gersen cubrió la claraboya con una tela opaca. Luego preparó un letrero que rezaba: Cuarto Oscuro Fotográfico. Llame antes de entrar, y lo colgó en la puerta.
—Ahora estoy preparado para empezar. Creo que lo liaré con unas cuantas copias en verde y rosa.
Gersen fotografió solemnemente un alfiler, lo amplió diez veces y preparó una matriz de la que imprimió treinta copias en verde y treinta en rosa.
—¿Qué viene a continuación? —preguntó Lubby, cada vez más interesado.
—Ahora llegamos a la parte más delicada del trabajo. Cada uno de estos alfileres debe ser recortado. Con los alfileres y los huecos en forma de alfiler crearé la repetición. Si quiere, puede ir cortando mientras busco el color de la tinta adecuado.
Lubby señaló con desgana el montón de fotografías.
—¿Hay que cortar todas esas?
—Sí; con mucho cuidado.
Lubby se puso a trabajar sin demasiado entusiasmo. Gersen le daba consejos e indicaciones, dada la necesidad de alcanzar una absoluta precisión. Después cogió la regla de cálculo de Lubby y extrajo la raíz cuadrada de los once primeros números primos; valores que oscilaban entre 1 y 4,79. Mientras, Lubby había recortado tres alfileres, cometiendo un solo error sin importancia. Gersen le reprendió con severidad. Lubby soltó las tijeras.
—Esto es sumamente interesante, pero temo que debo ocuparme de mi propio trabajo.
Tan pronto como hubo salido, Gersen comparó el billete de 10.000 UCL con los alfileres verde y rosa, ajustó los colores, añadió un ácido y un catalizador e imprimió más alfileres.
Comprobó que Lubby seguía atendiendo a los niños. Puso el billete bajo el microscopio y lo examinó para descubrir el secreto de su autenticidad. No descubrió dicha calidad, como tantos otros antes que él. Ahora… el experimento clave, del que dependía el éxito de todo el proyecto. Seleccionó papel de densidad y peso similares a los del billete, y cortó un rectángulo de sus medidas: quince centímetros por seis y un cuarto. Introdujo el papel en el detector de fraudes: la luz de alarma se encendió. Gersen trazó una serie de puntos a lo largo del rectángulo de papel, correspondientes a las raíces cuadradas calculadas. Cogió una regla y trazó una cruz cada dos puntos con el extremo de un clavo (de esta forma pensaba «rizar» y «comprimir» las fibras). Asió el detector de fraudes con dedos temblorosos… La puerta se abrió: Funian Lubby entró en la habitación. Gersen deslizó el detector de fraudes, el billete y el rectángulo de papel en su bolsillo de un solo movimiento; con otro recogió las tijeras y las fotos, y simuló estar intensamente ocupado. A Lubby le disgustó que tanto equipo hubiera producido tan escasos resultados, y así lo hizo saber. Gersen le explicó que había estado calculando de nuevo varias leyes estéticas; un proceso aburrido. Lubby podía ayudarle, e incluso acelerar el proceso, recortando más alfileres. Lubby se declaró incapaz de prestarle sus servicios. Gersen recortó algunos alfileres y los alineó con extremo cuidado en la cabecera de la mesa. Lubby examinó las pruebas de colores rosa y verde, que Gersen había colocado bajo una lámpara.
—¿Solo utiliza estos dos colores?
—Para esta composición, sí. El rosa y el verde, por sencillos y vulgares que parezcan, son absolutamente esenciales para mis propósitos.
—Parecen muy suaves —gruñó Lubby—, incluso desteñidos.
—Es cierto. He añadido ciertos agentes a los pigmentos; parece que la luz tiende a difuminarlos.
Lubby regresó a su puesto. Gersen extrajo el detector de fraudes y deslizó el rectángulo de papel en la ranura. La luz roja no se encendió, pero se escuchó el alegre zumbido que proclamaba la autenticidad, el sonido más melodioso que Gersen había escuchado en toda su vida.
Miró el reloj, se había acabado el tiempo. No podía continuar.
Alusz Iphigenia apareció durante la hora social. Permaneció de pie, reservada, al fondo del recinto. Gersen no hizo el menor intento de acercarse, y ella demostró una total indiferencia hacia su persona… ¡y la había considerado vulgar! ¡Había pensado que sus rasgos carecían de atractivo! Eran perfectos. Era la cosa más cautivadora que había visto nunca. ¿Diez mil millones de UCL? ¡Una miseria! Casi le daban ganas de aplaudir el buen gusto de Kokor Hekkus… Gersen apenas podía reprimir sus ansias de regresar a la tienda.
Funian Lubby estaba muy aburrido cuando Gersen fue a su encuentro a la tarde siguiente. No había ningún cliente a la vista, de modo que Lubby se pasó dos horas sentado, mirándole fijamente con ojos fascinados y protuberantes. Gersen recortó más alfileres y los dispuso una y otra vez con ceñuda concentración, ansioso de que Lubby se marchara.
Fue un día desperdiciado; Gersen abandonó la tienda conteniendo apenas su rabia.
Por la mañana se sintió mejor. Lubby estaba ocupado. Gersen fotografió el billete con los números de serie tapados e imprimió doscientas copias con tintas preparadas cuidadosamente. Al día siguiente, con la excusa de exponer amplias zonas de papel fotosensitivo, cerró la puerta con llave. Después preparó una plantilla, alisó los billetes y, mediante una impresora de juguete, grabó nuevos números de serie. Los nuevos billetes no se diferenciaban en nada de los genuinos, aunque tenían otro tacto… pero ¿qué importaba? Engañaron al detector de fraudes.
Mientras cenaba se planteó el problema definitivo: cómo pagar su rescate sin levantar sospechas. Si se limitaba a presentarse en la oficina, sin duda le preguntarían en qué forma había llegado el dinero a sus manos… No encontraba ningún método práctico o plausible de hacerse llegar un paquete a sí mismo. No podía confiar a Koshiel tanto dinero.
Concluyó que necesitaba más información. Aprovechando la hora social fue al despacho del ordenanza, un hombre con cara de comadreja, que lucía el uniforme azul oscuro de Intercambio como si fuera un privilegio. Gersen compuso una expresión compungida.
—Tengo un problema. Me han informado que mañana llega un viejo amigo para pagar el rescate de uno de los huéspedes. ¿Podría echar un vistazo en la oficina cuando el autobús llegue del espaciopuerto?
—Es una petición algo irregular.
—Ya me doy cuenta, pero la política de Intercambio es facilitar el pago de los rescates, y de eso se trata.
—Muy bien. Persónese en este despacho mañana después del desayuno, y solucionaré el problema.
Gersen se fue al recinto, paseó arriba y abajo, y consumió grandes cantidades de vino para calmar sus nervios. Pasó la noche. Sin apenas probar el desayuno se precipitó hacia el despacho del ordenanza, que fingió haber olvidado el asunto. Gersen le explicó de nuevo su caso.
—Ah, muy bien. Supongo que es inútil esperar que todas las rescisiones se tramiten por los cauces correctos.
Acompañó a Gersen a la antesala de recepción. Allí esperó.
El arcaico autobús llegó y descargó ocho pasajeros. Entraron en fila en la recepción.
—¿Bien? —preguntó el ordenanza—. ¿Cuáles su amigo?
—Ese hombre bajo teñido de azul. Hablaré una o dos palabras con él para solucionar lo de mi rescate. —Antes de que el ordenanza abriera la boca, Gersen se metió en la recepción y se aproximó al hombre que había señalado—. Perdone, ¿no es usted Myron Patch, de Patris?
—No, señor. Se confunde de persona.
—Lo siento. —Gersen regresó junto al ordenanza con un sobre—. Todo está solucionado. Me ha traído el dinero. Soy un hombre libre.
El hombre gruñó. Se trataba de un hecho peculiar… pero ¿no formaban parte de la vida los hechos peculiares?
—¿Su amigo vino para rescindir su cuota y la de otra persona?
—Sí. Es miembro del Instituto y no le gusta expresar sus sentimientos.
El ordenanza volvió a gruñir. Todo estaba explicado… al menos, todo parecía explicado.
—Muy bien, si ya tiene su dinero, pague el rescate. Avisaré al empleado, puesto que el proceso ha sido algo irregular.
Cuando el autobús se fue de Intercambio, Gersen viajaba a bordo. Alquiló un coche aéreo en Nichae para ir a Sagbad.
Cinco días más tarde, con la piel teñida de negro, ataviado con una túnica negra y marrón y pantalones negros, Gersen regresó a Intercambio en el renqueante autobús. Entró en el ya familiar despacho, presidido por la figura hierática del empleado.
—¿A quién desea rescatar?
—A Alusz Iphigenia Eperje-Tokay.
—¿Es usted Kokor Hekkus? —preguntó el funcionario enarcando las cejas.
—No.
El empleado gesticuló con nerviosismo.
—La cuota es altísima: diez mil millones de UCL.
Gersen abrió el maletín negro que llevaba bajo el brazo y depositó frente al hombre varios fajos de billetes de 100.000 UCL, los mayores en circulación.
—Aquí está el dinero.
—Sí, sí, pero… debo informarle que Kokor Hekkus ya nos ha entregado nueve mil millones de UCL.
—Aquí hay diez mil millones. Cuéntelos.
Al empleado se le aflautó la voz.
—Está en su derecho. La huésped se halla «disponible».
Tocó el dinero con dedos temblorosos.
—Necesitaré ayuda para contar tanto dinero.
Contar el dinero y pasarlo por el detector de fraudes tuvo ocupados a seis hombres durante cuatro horas. El empleado firmó un recibo con nerviosos ademanes.
—Muy bien, señor, aquí lo tiene. Mandaré a buscar a nuestra invitada. Se presentará en breves instantes. —Murmuró en un susurro—: A Kokor Hekkus no le va a gustar esto. Alguien lo pagará.
Diez minutos después llegaba a la oficina Alusz lphigenia. Su rostro estaba tenso y furioso; sus ojos brillaban de miedo. Miró a Gersen sin reconocerle. Luego caminó hacia la puerta como si deseara huir a través del desierto. Gersen intentó calmarla.
—Tranquilícese. No soy Kokor Hekkus; no tengo el menor deseo de retenerla contra su voluntad. Considérese a salvo.
Ella le miró con incredulidad, volvió a mirarle, y Gersen pensó que por fin le había reconocido.
—Hay otro problema —dijo el empleado a Alusz Iphigenia—. Dado que usted actúa como su propia patrocinadora, el dinero, salvo el doce y medio por ciento, es suyo.
Alusz lphigenia parpadeó, como si no comprendiera lo que le decían.
—Le sugiero que extienda un talón para no tener que transportar tanto dinero en metálico —dijo Gersen.
Después de intensas consultas, encogimientos de hombros y nerviosos movimientos de manos, les entregaron un talón del Banco Interplanetario de Sasani, en Sagbad, por la cantidad de 8.749.993.581 UCL, diez mil millones menos el doce y medio por ciento, menos 6419 UCL por los gastos de alojamiento en la clase AA.
Gersen examinó el documento con suspicacia.
—¿Es válido este talón? ¿Cubren sus fondos esta suma?
—Naturalmente —afirmó el funcionario—. A decir verdad, Kokor Hekkus ha ingresado en nuestra cuenta una cantidad mucho más elevada.
—Muy bien; confío en su palabra. —Gersen se dirigió a Alusz lphigenia—. Vámonos. Nuestro autobús está esperando.
Ella dudó un instante y miró a ambos lados como si estuviera contemplando de nuevo el paisaje de Da’ar-Rizm. Uno de los insectos voladores negros la picó en el brazo; la joven lo alejó con un grito de pánico.
—Vamos, no tiene nada que temer de Kokor Hekkus, de los insectos o de mí; no la violaré, ni me la comeré viva.
Ella le siguió al autobús sin más protestas. El vehículo se sacudió, tosió y retumbó: Intercambio fue pronto una mancha gris y blanca apenas entrevista entre el polvo.
Tomaron asientos contiguos. Alusz lphigenia observó de reojo a Gersen.
—¿Quién es usted?
—No soy amigo de Kokor Hekkus.
—¿Qué va… qué va a hacer conmigo?
—Nada deshonroso.
—¿Adónde vamos, pues? Usted no conoce el temperamento de Kokor Hekkus; nos perseguirá por todos los rincones de la galaxia.
Gersen no hizo ningún comentario; la conversación murió. Gersen no se sentía demasiado seguro, pues aún era posible que los interceptaran. Sin embargo, el viaje concluyó sin incidentes.
El autobús se adentró en Sul Arsam. Subieron al avión y aterrizaron en el espaciopuerto de Nichae. A un lado aguardaba el nuevo y reluciente Saltaestrellas Armintor que Gersen había comprado en Sagbad. Alusz lphigenia titubeó antes de subir, y luego se encogió de hombros con resignación.
Se demoraron un rato en el Banco Interplanetario de Sagbad. Intercambio aportó una tímida y preocupada verificación, a causa de un presunto error, imposible de verificar, por otra parte.
—Como resultado de un cúmulo extraordinario de circunstancias —le dijo gravemente el Presidente del Banco a Gersen—, tenemos esa cantidad en nuestras cámaras acorazadas; representa un conjunto de importantes depósitos ingresados por Intercambio. Está en billetes de distintos valores…
—No importa; damos conformidad a sus cálculos.
El dinero, que representaba el botín tan laboriosamente acumulado por Kokor Hekkus, fue introducido en cuatro maletas y cargado en el coche aéreo de alquiler.
El Jefe de Caja vino corriendo a la zona de aparcamiento.
—¡Conferencia desde Intercambio! ¡Para el señor Wall!
Gersen controló su deseo de huir. Volvió al banco. En la pantalla del videófono apareció el rostro del Director; de pie, a sus espaldas, había un hombre que Gersen no conocía.
—Señor Wall —dijo el Director—, hay algunas dificultades. Este es Achill Gogan, apoderado de Kokor Hekkus. Le ruega que espere en Sagbad hasta que pueda entrevistarse con usted.
—Por supuesto. Nos alojaremos en el hotel Alamut.
Gersen abandonó el banco y entró en el coche aéreo, donde Alusz Iphigenia esperaba resignadamente con el dinero.
—Al espaciopuerto —dijo al piloto.
Veinte minutos después salían de Sasani. Tras activar el acelerador, Gersen se sintió a salvo, embriagado de alivio. Se acomodó en un sofá y estalló en carcajadas. Alusz Iphigenia le contemplaba desde el otro extremo de la cabina con renovado interés.
—¿De qué se ríe?
—De la forma en que fuimos rescatados.
—¿Fuimos?
Así que aún no le había reconocido. Gersen cruzó el espacio que les separaba, y ella retrocedió dos pasos.
—Hablé con usted una noche en el recinto —dijo Gersen.
—Ahora le recuerdo. El hombre silencioso que se sentaba en la penumbra. ¿Cómo logró reunir el dinero?
—Lo imprimí yo mismo… eso es lo que me divierte.
—¡Pero lo verificaron! —se asombró la joven—. ¡Lo aceptaron!
—Exactamente. Y ahí está lo más gracioso: lo hice con tinta simpática. Dentro de una semana no habrá nada. El dinero que le pagué a Kokor Hekkus será papel en blanco: diez mil millones de UCL falsos ¡He burlado a Kokor Hekkus! ¡He burlado a Intercambio! ¿No se da cuenta? ¡Es el dinero de Kokor Hekkus!
Alusz Iphigenia le dirigió una mirada indiferente y luego volvió los ojos hacia Sasani. Sonrió, una sonrisa triste.
—Kokor Hekkus montará en cólera. Ningún otro hombre experimenta las extravagantes emociones de Kokor Hekkus. Iba a gastar diez mil millones para conseguirme… porque ese era el precio en que me valoré. Y después de comprarme —un escalofrío recorrió su cuerpo— habría recuperado esa cantidad a cualquier precio. Lo que hará con usted cuando le capture… es impensable.
—A menos que yo le mate primero.
—Será muy difícil. Sion Trumble es el general más inteligente de Thamber, y no lo consiguió.
Gersen fue a buscar una botella de vino y dos vasos a la despensa. Alusz Iphigenia rehusó la invitación, pero luego lo pensó mejor y aceptó el vaso.
—¿Sabe por qué pagué su rescate? —preguntó Gersen.
—No.
La joven se removió inquieta en el asiento y sus mejillas se cubrieron de rubor. Gersen pensó que nunca la había encontrado tan hermosa.
—Porque me puede guiar a Thamber, donde encontraré a Kokor Hekkus y le mataré.
Alusz Iphigenia probó el vino y observó el interior del vaso.
—No quiero volver a Thamber. Tengo un miedo terrible a Kokor Hekkus. En estos momentos estará enfermo de rabia.
—No importa; ese es nuestro destino.
—No le puedo ayudar. No sé dónde se halla Thamber.