Del prefacio a Una concisa historia del Oikumene, de Albert B. Hall:
«La evolución humana… nunca ha avanzado de una manera escalonada, sino en impulsos cíclicos que, desde la perspectiva histórica, parecen casi convulsivos. Las tribus se mezclan y se funden para crear una raza; luego llega un tiempo de separación, migración, aislamiento y diferenciación en nuevas tribus.
»Durante más de mil años, este proceso ha sido el predominante, a medida que la raza humana ha profundizado en la conquista del espacio. El aislamiento, las condiciones especiales y la endogamia han dado lugar a docenas de nuevos subtipos raciales. Pero ahora el estancamiento se ha apoderado del Oikumene y parece que el péndulo está a punto de volver atrás.
»¡Pero solo en el Oikumene! La gente sigue abriendo fronteras, siempre hacia adelante. Nunca ha sido más fácil aislarse, nunca la libertad personal ha resultado tan barata.
»¿Cuáles son las posibilidades? Cualquier opinión es buena. El Oikumene puede verse forzado a expandirse. Otros Oikumenes pueden llegar a existir. Es concebible que los hombres se tropiecen con otra raza, ya que hay abundantes evidencias de que otros pueblos han viajado por el espacio antes que nosotros; cómo y por qué han desaparecido, nadie lo sabe.»
—¿Dónde está Seuman Otwal? —preguntó Gersen—. ¿En la tienda?
—No, en Patris. Intrigado por el mensaje que dejé. —La expresión de Patch se hizo acusadora—. No supe qué decir… Rebajarse a charlar educadamente con un hombre que te ha traicionado… Tragarse la bilis…
—¿Qué le dijo?
—¿Qué podía decirle? La verdad. Que estábamos intentando modificar la fortaleza.
—¿Estábamos?
—Me refería, por supuesto, a la Compañía de Construcciones y Obras de Ingeniería Patch.
—¿Pareció interesado?
—Afirmó que tenía nuevas instrucciones de sus superiores —asintió Patch con un gesto brusco—. Volverá en breve.
Gersen se sentó a pensar. Seuman Otwal podía ser o no alguna de las numerosas identidades de Kokor Hekkus; Kokor Hekkus podía o no sospechar que el comadreja de Skouse era Kirth Gersen. Se puso en pie.
—Cuando Seuman Otwal venga, recíbalo en su despacho. Presénteme como… como Howard Wall, administrador de la planta, ingeniero jefe o algo por el estilo. No se sorprenda por nada de lo que diga… O si percibe algún cambio en mi apariencia.
Patch asintió con resignación y se marchó. Gersen fue a los aseos principales, donde el encargado le ofreció una selección de tinturas para la piel. Se decidió por una combinación exótica —marrón purpúreo con verde brillante— que transformó su color. Luego se hizo la raya en medio del pelo y se peinó de forma que le cayera sobre las mejillas, al estilo de los connoisseurs cabellos-blancos. Como no se había cambiado de ropas para completar la transformación, se puso una bata de laboratorio. Todavía no satisfecho, se colgó unos pendientes de oro afiligranados en las orejas, junto con una pulsera nasal que había olvidado uno de los ingenieros más atrevidos de Patch. Gersen apenas se reconoció ante el espejo, ataviado y enjoyado de manera tan espectacular.
Atravesó el pasillo en dirección a la oficina de Patch. La recepcionista le miró asombrada; Gersen pasó junto a ella y entró en el despacho. Este levantó la vista, la sorpresa pintada en el semblante, y ocultó precipitadamente el arma que estaba inspeccionando. Se levantó e hinchó los carrillos.
—¿Sí? ¿Qué desea?
—Soy Howard Wall —dijo Gersen.
—¿Howard Wall? —Patch enarcó las cejas—. ¿Le conozco? Su nombre me es familiar.
—No me extraña. Se lo mencioné hace solo unos minutos.
—Oh, Gersen. Vaya. —Patch carraspeó—. Me ha dado un buen susto. ¿A qué vienen esos oropeles?
—Seuman Otwal. No me conoce, y no quiero que llegue a hacerlo.
—No me gusta tratar con criminales. —El rostro de Patch se ensombreció—. Repercute en el buen nombre de Patch, que es nuestro capital más valioso.
Gersen ignoró los reproches de su socio.
—No lo olvide. Soy Howard Wall, su administrador.
—Como quiera —replicó Patch con dignidad.
Cinco minutos después, la recepcionista anunció a Seuman Otwal. Gersen abrió la puerta. Seuman Otwal entró con aires de suficiencia. Llevaba la piel teñida de dos tonos, bermejo y negro; su nariz era larga y ganchuda, la mandíbula afilada y la barbilla puntiaguda; de sus orejas colgaban unos grandes pendientes de azabache y nácar que daban a su cabeza una apariencia ósea y aplastada. Gersen trató de proyectar sobre él la imagen del hombre al que había hecho frente en el Final de Bissom. ¿Se parecían? Probablemente. Las características físicas de Otwal eran similares, pero no así los rasgos faciales. Gersen había oído hablar de transformaciones en la piel, pero aquí había algo más que mejillas rellenadas o narices achatadas… Seuman Otwal dedicó una mirada inquisitiva a Gersen y luego fijó su atención en Patch, que se había levantado de su silla sin demasiado convencimiento.
—Mi administrador. Howard Wall.
—Su volumen de clientes ha debido incrementarse.
—No había otro remedio —gruñó Patch—. Alguien tenía que cuidar de mis negocios mientras estuve ausente. Debo darle las gracias por sus desvelos, señor Otwal.
—Un asunto sin importancia. —Otwal hizo un gesto displicente—. Mi patrón tiene sus manías; no es desagradecido, lo que pasa es que exige primera calidad a cambio de sus remuneraciones. ¿Sabe el señor Wall a quién represento?
—Ciertamente. Considera indispensable la discreción.
Gersen asintió con el debido grado de solemnidad.
—Muy bien, señor Patch. —Seuman Otwal se encogió de hombros con delicadeza—. Lo acepto. ¿Y ahora?
Patch señaló con el pulgar a Gersen con cierta brusquedad y habló con un tono cargado de ironía:
—El señor Wall conoce la naturaleza de nuestras anteriores dificultades y tiene nuevas ideas.
Otwal no parecía percibir la falta de entusiasmo de Patch.
—Estaré encantado de escucharle.
—Una cuestión antes que nada —dijo Gersen—. ¿La parte que usted representa se halla interesada todavía en el aparato especificado en el antiguo contrato?
—Sí, en el caso de que se cumplan las condiciones estipuladas. A mi patrón le desagradó notablemente el torpe movimiento de la primera versión. Las patas presentaban un lamentable efecto de tijeras angulares.
—¿Era esa la única dificultad? —preguntó Gersen.
—Era la más importante. Es de suponer que el objeto se construyó con los bien conocidos niveles de calidad de la firma Patch.
—¡Por supuesto! —afirmó Patch.
—En tal caso, la dificultad ya no existe —dijo Gersen—. El señor Patch y yo hemos ideado un sistema para programar el movimiento de las patas.
—Si es así, y si el sistema satisface nuestras exigencias, no cabe duda que son buenas noticias.
—Hemos examinado con sumo detenimiento la cuestión de la compensación. Hablo, por supuesto, en nombre del señor Patch. Quiere la suma total del contrato primitivo, más el coste de las modificaciones y el porcentaje de beneficios habitual.
—Menos, por supuesto, la cantidad que se entregó por adelantado, cuatrocientos veintisiete mil seiscientos ochenta y cinco UCL, según creo recordar.
—Hay que sumar gastos adicionales —recalcó Gersen—, hasta un total de cuatrocientos treinta y siete mil seiscientos ochenta y cinco UCL que deben incluirse en la factura definitiva. —Otwal inició una tímida protesta, pero Gersen levantó la mano—. Este punto es innegociable. Estamos en disposición de entregar el ingenio previo pago, como ya he señalado. Por supuesto, si la persona que usted representa desea plantear alguna objeción, estaremos encantados en atenderle.
—No importa, acepto el trato. Mi superior aguarda con impaciencia la entrega.
—De todas formas, sin ánimo de ofenderle, preferiríamos ultimar la transacción con su superior, en orden a evitar cualquier malentendido.
—Imposible. Asuntos importantes le retienen en otra parte. Pero ¿por qué discutir sobre pequeñeces? Me han sido otorgados plenos poderes para actuar en su representación.
Patch empezó a agitarse visiblemente; sus prerrogativas estaban siendo asumidas sin miramientos por esta especie de socio, cuya única contribución a Construcciones y Obras de Ingeniería Patch había consistido en pagar el rescate a Intercambio. Gersen vigilaba con un ojo a Patch y con el otro a Otwal, incapaz de predecir sus reacciones.
—De acuerdo —dijo Gersen—. Pero necesitamos otro adelanto en metálico… digamos medio millón de UCL.
—¡Imposible! —explotó Otwal—. Mi superior está comprometido en una empresa a la que debemos dedicar nuestros recursos.
—Primero me paga, después… —se encolerizó Patch.
—Pongamos que el ingenio se halla terminado y preparado para la entrega —terció Gersen—. ¿Quién nos asegura que recuperaremos nuestro dinero?
—Les doy mi palabra —dijo Otwal.
¡Bah! —ladró Patch—. ¡No es suficiente! Ya me engañó una vez, y lo volvería a hacer si le diera la oportunidad.
—En el caso hipotético —Otwal se dirigió a Gersen con expresión dolorida— de que incumpliéramos nuestras obligaciones (una especulación ridícula) bastaría con paralizar la entrega, así de sencillo.
—¿Y qué haríamos entonces con una fortaleza de treinta y seis patas? —preguntó Gersen—. No. Nos vemos en la obligación de insistir en que se nos pague ahora un tercio del total, otro tercio cuando se verifique el correcto movimiento de las patas, y el último en el momento de la entrega.
—Creo que deberían pagar por daños y perjuicios —murmuró Patch—. Diez mil no es bastante. Cien mil, tal vez doscientos mil. Mis sufrimientos, mis incomodidades…
Continuaron las discrepancias. Otwal pidió detalles sobre el nuevo movimiento de las patas. Gersen replicó en términos difusos:
—Utilizaremos miembros flexibles en la forma que precisan las instrucciones. Funcionan mediante tubos hidráulicos de una variedad especial, controlados por modulaciones eléctricas de infinito alcance.
—Sería muy fácil para nosotros trasladar nuestros negocios a otra firma… pero el factor tiempo es esencial. ¿En qué plazo nos garantizan la entrega? Habrá una cláusula de penalización en el nuevo contrato: ya nos hemos retrasado bastante.
La disputa se reanudó, y en un momento dado Patch se levantó de un salto y se inclinó sobre la mesa apretando los puños; pero Otwal se limitó a desviar la vista con desdén.
Finalmente se llegó a un acuerdo. Otwal insistió en ver la fortaleza a medio terminar. Patch, muy a pesar suyo, abrió la marcha, mientras Gersen se situaba detrás de Otwal. Mientras caminaba, Gersen estudió el porte de Otwal: el paso seguro y ágil de una pantera, anchas espaldas, cintura estrecha… muy parecido a Billy Windle, pero también a millones de otros hombres activos y fornidos.
Otwal se quedó sorprendido de encontrar a los técnicos concentrados en el trabajo. Se volvió hacia Gersen con una mueca de desagrado.
—¿Se anticipó a que yo diera la conformidad?
—Desde luego… después de conseguir el trato más ventajoso posible.
—Una correcta apreciación de la situación —rio Otwal—. Es usted un hombre inteligente, señor Wall. ¿Ha estado alguna vez en Más Allá?
—Nunca. Soy ortodoxo y prudente.
—Extraño —dijo Seuman Otwal—. Hay un cierto aire, casi una emanación, que se desprende de aquellos que han ido a Más Allá. Creí notarlo en usted. Claro que no siempre mis suposiciones son correctas. —Volvió a contemplar la fortaleza—. Bien, todo parece que está en orden, excepto el acabado externo.
—Para satisfacer nuestra curiosidad —dijo Gersen— tal vez nos podría explicar su propósito fundamental.
—Por supuesto. Mi superior pasa largas temporadas en un remoto planeta habitado por bárbaros, que le hostigan con insistencia cada vez que desea trasladarse a otro lugar. La fortaleza le proporcionará seguridad.
—¿Así que la fortaleza es de naturaleza puramente defensiva?
—Exacto. Mi superior es un hombre muy calumniado, pero yo le encuentro razonable en grado sumo. Es osado, emprendedor, incluso temerario, y el más imaginativo de los hombres… pero razonable en todos los aspectos.
—Deduzco que hace un uso imaginativo de la fuerza que inspira el terror.
—Es mucho mejor provocar el temor a una acción brutal que llevarla a cabo, ¿no cree?
—Es posible, pero tengo la impresión de que es un hombre obsesionado por la noción abstracta de terror ha de experimentar toda clase de terrores incontrolados.
—No se me había ocurrido —dijo asombrado Otwal—, pero creo que comparto su opinión. Un hombre enérgico vive cien vidas; experimenta alegrías, tristezas, éxitos, desazones y, sí, terrores, mucho más que un hombre vulgar. Goza enormemente, sufre enormemente, se asusta enormemente, pero nunca haría las cosas de manera diferente.
—¿Cuál considera usted que es su temor supremo?
—No es ningún secreto: la muerte. Es lo único que teme… y, de hecho, ha tomado extravagantes medidas para evitarla.
—Habla con gran autoridad —musitó Gersen—. ¿Conoce bien a Kokor Hekkus?
—Tanto como cualquiera. Y, por supuesto, yo también soy un hombre imaginativo a mi modo.
—Y yo —comentó Patch—, pero no resuelvo mis problemas financieros a través de Intercambio.
—Un triste episodio que sugiero relegar al pasado y olvidarlo para siempre —dijo tranquilamente Otwal.
—A usted le resulta fácil decirlo —se lamentó Patch—. No estuvo encarcelado y apartado de sus negocios durante dos meses.
Volvieron al despacho donde Otwal, con cierta tristeza, extendió un cheque por valor de medio millón de UCL; luego, más animado, se marchó. Gersen se dirigió de inmediato a la delegación del Banco de Rígel, donde comprobaron el cheque y lo ingresaron en la cuenta de Construcciones Patch.
Cuando regresó al taller encontró a Patch de muy mal humor. Quería que Gersen se adelantara a Otwal y que renunciara a su parte de la empresa, pero Gersen se negó. Patch murmuró algo acerca de acuerdos negociados bajo presión, y habló de cerrar el taller hasta que la ley se hiciera cargo de la situación. Gersen se rio.
—No puede cerrar el negocio, puesto que yo lo controlo.
—No me di cuenta de que trataba con ladrones y asesinos. No me di cuenta de que mancharía el buen nombre de Construcciones Patch. ¡Monstruos! ¡Criminales! ¡Terroristas! ¡Ladrones! ¡Bandidos! ¿Qué será de mí?
—A su debido tiempo recuperará el taller —le consoló Gersen—. Y no lo olvide… Construcciones Patch obtendrá grandes beneficios.
—A menos que sea secuestrado y llevado a Intercambio de nuevo. No espero nada mejor.
Gersen maldijo en voz baja, y Patch abrió los ojos de asombro al ver que Gersen daba señales de emocionarse.
—¿Cuál es el problema?
—Algo que descuidé, algo que nunca me paré a pensar.
—¿Qué es?
—Tendría que haberle colocado un micrófono a Seuman Otwal… O hacerle seguir.
—¿Por qué preocuparse? Reside en el hotel Halkshire. Vaya a buscarle allí.
—Sí, claro.
Gersen fue al videófono y llamó a la recepción del Halkshire. Le informaron de que el señor Otwal no se hallaba en el hotel en ese momento, pero que podía dejar el mensaje.
—Un tipo suspicaz —le dijo Gersen a Patch—. Probablemente habría descubierto el micrófono.
Patch estudiaba a Gersen con una nueva e intensa expresión.
—Siempre lo supe.
—¿El qué?
—Usted es un agente Ipsy.
—Solo soy Kirth Gersen —rio este.
—Entonces, ¿cómo podría procurarse un equipo de seguimiento si no es policía o Ipsy?
—Eso no es problema si conoce a la gente adecuada. Volvamos a nuestro monstruo.
Seuman Otwal llamó al día siguiente para anunciar que abandonaba el planeta. Volvería en un par de meses con la esperanza de comprobar progresos sustanciales.
Los periódicos de la mañana posterior a ese día traían noticias sensacionales. Cinco de las más ricas familias de Cumberland habían sufrido el rapto de uno o más de sus miembros en el transcurso de la noche.
—Esos eran los negocios de Seuman Otwal en Krokinole —comentó Gersen.
La fortaleza progresaba con satisfactoria rapidez…, hecho que complacía a Patch pero que preocupaba a Gersen, tanto si Seuman Otwal era Kokor Hekkus como si no. En este último caso, ¿cómo podría obligarle a revelar el escondrijo de Kokor Hekkus? La única esperanza de Gersen era que Kokor Hekkus en persona visitara el taller. Si no… Gersen jugaba con la idea de introducir una cápsula secreta en la fortaleza y ocultarse en ella, pero la rechazó: la fortaleza era demasiado pequeña… ¿Podría apañárselas para acompañarles como instructor o experto? Si la fortaleza, en efecto, era enviada a Thamber, se encontraría exiliado de por vida o convertido en esclavo.
Una nueva idea le vino a la mente. Durante unos cuantos días tomó las medidas necesarias para llevarla a cabo. Los impulsos que controlaban el mecanismo motriz de la fortaleza eran enviados a través de un conducto dorsal, que se ramificaba a derecha e izquierda y conectaba con los relés de cada segmento. En el punto en que el conducto llegaba a la cabeza, Gersen colocó un interruptor de bloqueo, activado por células situadas a cada lado de ella. Si el gas de su interior era ionizado —por el impacto de un rayo de proyector, pongamos por caso— la electricidad que fluiría de las células activaría el interruptor e inmovilizaría la fortaleza durante al menos diez minutos.
Se esmaltó la superficie de la fortaleza. Los mecanismos y circuitos fueron comprobados y ajustados, el movimiento de las patas ensayado con varios tipos de velocidad. Finalmente, la fortaleza quedó terminada a satisfacción de los técnicos. De madrugada, la cubrieron con lonas y la sacaron a la calle para que fuera amarrada a un helicóptero y transportada a un área desierta de los Páramos de Bize Parish, donde se efectuarían algunas pruebas. Patch se sentó con orgullo a los controles y Gersen lo hizo detrás suyo. La fortaleza evolucionó airosamente sobre el terreno escabroso sembrado de arbustos y subió colinas sin vacilar. Se observaron y anotaron pequeñas deficiencias. Pocos minutos antes de mediodía la fortaleza remontó la cumbre de una montaña poco elevada e irrumpió en el campamento de la Asociación para la Vida Natural. Cien amantes de la naturaleza dejaron de comer, levantaron la vista, emitieron simultáneos chillidos de terror y huyeron colina abajo.
—Otro éxito —dijo Gersen—. Ahora sí que podemos garantizar a Kokor Hekkus un óptimo grado de terror, con toda seguridad.
Patch detuvo la fortaleza, la hizo girar y volvió por el camino de ida. Al anochecer estaba otra vez cubierta de lonas y custodiada en el taller.
Como si poseyera el don de la clarividencia, Seuman Otwal telefoneó al día siguiente para interesarse por el progreso del ingenio. Patch le aseguró que todo iba bien; que si ese era su deseo podía efectuar una prueba en cuanto quisiera. Otwal accedió. Se cubrió de nuevo la fortaleza, la trasladaron al exterior aprovechando la oscuridad y se dirigieron a los páramos próximos a los Pináculos de Cristal. Otwal siguió sus evoluciones desde un vehículo aéreo.
Gersen, con la piel teñida de dos tonos y enjoyado con sus adornos a la moda, tomó los controles y maniobró la fortaleza con gran aplomo arriba y abajo de las estribaciones.
Las armas no habían sido instaladas, según los términos del contrato; sin embargo, los depósitos de gas y las llamadas glándulas odoríferas estaban cargadas de gas humeante y agua coloreada. Fueron arrojados y disparados con precisión y exactitud. Otwal se posó en tierra y se hizo cargo de los controles. Habló muy poco, pero su actitud indicaba aprobación. Patch, también silencioso, se congratulaba interiormente de que la odisea pronto llegaría a su fin.
Al anochecer, la fortaleza fue transportada a Patris. Otwal, Patch y Gersen se reunieron en el despacho del segundo. Otwal paseaba sin cesar, como acosado por alguna preocupación.
—La fortaleza parece funcionar a la perfección, pero, para ser franco, considero el precio excesivo. Recomendaré a mi superior que inspeccione el mecanismo solo si se reduce el precio a una cifra racional y razonable.
—¿Cómo? —rugió Patch, enrojecido de cólera—. ¿Se atreve a decir semejante barbaridad? Después de todo lo que he sufrido, de todo lo que hemos hecho para fabricar esa cosa abominable…
Otwal miró a Patch con frialdad.
—De nada sirve vociferar. Ya he explicado mi…
—¡La respuesta es no! ¡Salga de mi vista! ¡No vuelva sin traer hasta la última moneda que nos debe! —Patch dio unos pasos adelante—. ¡Fuera de aquí, o yo mismo le echaré! Nada podría darme más satisfacción. De hecho… —aferró a Otwal por un hombro y le sacudió.
Otwal se tambaleó y sonrió con serenidad a Gersen, como divertido por la ferocidad juguetona de un cachorro. Patch le dio otro estirón. Otwal se movió velozmente y arrojó a Patch al otro extremo de la habitación. Se golpeó la cabeza contra su escritorio y cayó al suelo. Otwal se volvió hacia Gersen.
—¿Y usted? ¿Quiere probar suerte?
—Solo quiero cumplir el contrato. Traiga a su superior para una inspección final. Si está satisfecho procederemos a la entrega. Bajo ninguna circunstancia rebajaremos el precio; de hecho, a partir de este mismo momento empiezan a contar los intereses que añadiremos a la cantidad adeudada.
Seuman Otwal lanzó una carcajada y miró a Patch, que trataba de sentarse.
—Adopta una postura de firmeza. Dadas las circunstancias, yo debería hacer lo mismo. Muy bien; me veo forzado a aceptar. ¿Cuándo puede ser entregada la fortaleza?
—De acuerdo con los términos de nuestro contrato, tenemos que envolverla en espuma, embalarla y trasladarla al espaciopuerto… cuestión de tres días después de su aceptación y el pago.
Seuman Otwal se inclinó.
—Muy bien. Trataré de comunicarme con mi superior, hecho lo cual les entregaré la notificación por escrito.
—Creo que se impone un segundo pago —dijo Gersen.
Patch se daba masajes en la cabeza, sin dejar de mirar con odio a Seuman Otwal.
—¿Por qué tanta prisa? Dejemos estos aburridos asuntos de negocios para más tarde.
—¿Para qué sirve un contrato si no se tiene la intención de respetar las cláusulas? —preguntó Gersen.
Patch rodeó su escritorio con aire decidido, arrastrando los pies. Gersen se movió con velocidad y cogió el proyector del cajón semiabierto. Otwal rio con indiferencia.
—Acaba de salvarle la vida.
—Acabo de salvar nuestro segundo pago —rectificó Gersen—, ya que me habría visto obligado a matarle a usted también.
—No importa, no importa. No hablemos de la muerte, es horrible pensar en la no existencia. Usted quiere su dinero; un tipo tozudo. Otro medio millón, ¿no es cierto?
—Correcto. Y un pago final de… —Gersen consultó sus notas— de seiscientos ochenta y un mil cuatrocientos noventa UCL, que saldará la cuenta con Construcciones Patch.
—Tendré que hacer algunos preparativos. —Otwal paseó lentamente de un lado a otro del despacho—. ¿Tres días para embalar, dice usted?
—Nos parece un período razonable.
—Demasiado largo. Lo vamos a simplificar. Cubran la fortaleza con brea; a medianoche sáquenla a la calle. Un transporte de mudanzas la recogerá y trasladará a nuestra nave de carga, lo que es, por cierto, muy conveniente.
—Hay una dificultad. Los bancos estarán cerrados y su cheque no podrá ser conformado.
—Traeré el dinero en metálico: el segundo y el tercer pago.
A Gersen le importaba un bledo el dinero, pero le parecía importante que Seuman Otwal no estafara por segunda vez a Construcciones Patch. Se esforzó para contemplar la situación desde una perspectiva más amplia.
—¿Qué pasa con su superior? —preguntó con cautela.
—Ya me las arreglaré con él. —Otwal hizo un gesto de impaciencia—. Está ocupado en otra parte y me ha otorgado plenos poderes. Vamos, ¿qué dice usted?
Gersen sonrió amargamente. ¿Era este hombre con cara de halcón Kokor Hekkus… o no? A veces daba la impresión que sí, y al siguiente instante que no.
—Una cosa más —contemporizó Gersen—, respecto al servicio. ¿Desean que les proporcionemos un experto?
—Se lo notificaremos si fuera necesario. Pero, después de todo, tenemos nuestro propio equipo, que se hará responsable del aparato. Creo que no hará falta tal experto.
Patch se levantó bruscamente de su silla.
—Fuera —bisbiseó—, fuera los dos. Criminales, asesinos. Usted también, Wall, o Gersen, tanto da. Ignoro cuál es su juego, pero fuera.
Gersen le dirigió una mirada indiferente, luego le ignoró. Seuman Otwal parecía divertirse.
—Si quiere hacerse cargo de la entrega a medianoche —siguió Gersen—, ingrese en nuestra cuenta bancaria el importe total. No lo queremos en metálico, ni llevarlo encima hasta que los bancos abran. Usted y su superior, por supuesto, son personas de probada integridad, pero es bien sabido que existen canallas y sinvergüenzas. Tan pronto como verifiquemos el depósito podrá hacerse cargo de la fortaleza.
—Será como usted desee —consintió Seuman Otwal después de reflexionar unos segundos. Echó un rápido vistazo a su reloj—. Aún hay tiempo. ¿Cuál es su banco?
—El Banco de Rígel, oficina principal del Barrio Viejo de Patris.
—Pregunten dentro de una media hora, más o menos. A medianoche me encargaré de la entrega.
Gersen, recordando quizá demasiado tarde su papel, se volvió hacia Patch.
—¿Da usted su aprobación, señor Patch?
Patch gruñó algo incomprensible que Gersen y Seuman Otwal tomaron por un asentimiento. Otwal hizo una reverencia y se marchó. Gersen miró a Patch; este desvió la vista. Gersen controló su impulso de darle una buena reprimenda y tomó asiento.
—Tenemos que hacer planes.
—¿Para qué? Tan pronto como el dinero llegue al banco me propongo comprar su parte de Construcciones Patch, aunque me cueste hasta el último céntimo, y mandarle a la mierda.
—Muestra muy poca gratitud. Por mí podría seguir pudriéndose en una de las celdas de Intercambio.
—Usted pagó mi rescate —asintió amargamente Patch—, por razones que solo usted conoce. No tengo ni idea de cuáles son sus propósitos, pero no tienen nada que ver conmigo. Tan pronto como el dinero llegue al banco compraré su parte; pagaré cualquier suma adicional que me exija, dentro de un orden, y le diré adiós con indescriptible alegría.
—Como desee. No es mi intención quedarme donde no me quieren. En cuanto a la suma adicional… digamos medio millón.
—Completamente de acuerdo —suspiró aliviado Patch.
Media hora más tarde, Patch llamó a la delegación local del Banco de Rígel e insertó su tarjeta de crédito en la ranura. Le dijeron que la suma de 1.181.490 UCL había sido ingresada en su cuenta.
—En este caso —dijo Patch—, abran una cuenta a nombre de Kirth Gersen —deletreó el apellido— y depositen en ella la cantidad de quinientos mil UCL.
Terminada la transacción, Patch y Gersen firmaron e imprimieron la huella del pulgar en las cuentas.
—Hágame un recibo —pidió Patch— y destruya nuestro acuerdo de formar la sociedad. —Gersen hizo lo solicitado—. Ahora abandone el edificio y no vuelva nunca.
—Como quiera —replicó Gersen cortésmente—, nuestra asociación ha sido provechosa. Les deseo mucha prosperidad, a usted y a Construcciones Patch, y le ofrezco un último consejo: después de que la fortaleza sea entregada, cuídese de que no le rapten otra vez.
—No tema por eso. Por algo soy ingeniero e inventor. He diseñado un arnés protector que volará las manos y el rostro de cualquiera que me toque: ¡que tengan cuidado los secuestradores!