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De La esencia moral de la civilización, de Calvin V. Calvert:

«En cierto sentido, la expansión del hombre a lo largo y ancho de la galaxia debe ser considerada como una regresión de la civilización. En la Tierra, después de muchos miles de años de esfuerzos, se ha llegado a un consenso sobre lo que es el bien y lo que es el mal. Cuando el hombre abandonó la Tierra, también dejó detrás suyo este consenso…»

De Instituciones humanas, de Prade (Libro de texto de los grados décimo y undécimo):

«Intercambio es otra de las extrañas acomodaciones necesarias para el funcionamiento de lo que designamos con el término “mecanismo total”. Es un hecho que el secuestro para obtener un rescate es un crimen común, debido a lo fácil que resulta escaparse en una nave espacial. En el pasado, el sistema de pagar rescate no funcionaba a menudo, a causa de los odios y sospechas que se generaba inevitablemente, de modo que muchos niños y niñas jamás regresaban a sus hogares. De ahí la necesidad de Intercambio, ubicado en Sasani, un planeta cercano a Más Allá, que funciona como un mediador entre el secuestrador y los que pagan el rescate. Intercambio garantiza la buena fe de la transacción. El secuestrador recibe su dinero, menos el tanto por ciento de Intercambio; la víctima es devuelta sana y salva a su hogar… Intercambio es oficialmente denunciada, pero tolerada en la práctica, pues su ausencia empeoraría notablemente las condiciones. A veces, ciertos grupos discuten la viabilidad de encargar a la PCI un asalto en toda regla a Intercambio; pero nunca se ha llegado a nada en concreto.»

Intercambio era un grupo de edificios en la base de un montículo rocoso en el Da’ar-Rizm, un desierto del planeta Sasani, Aquila GB 1201; IV, para utilizar la nomenclatura geocéntrica propiciada por la Agenda Estelar. En algún momento del lejano pasado, una raza inteligente había poblado al menos dos de los continentes del norte de Sasani, pues era ahí donde se habían hallado los restos de monumentales castillos y fortalezas.

Las naves privadas tenían prohibido sobrevolar el Da’ar-Rizm, y una serie de sistemas antiaéreos reforzaba la estructura. Las personas que utilizaban los servicios de Intercambio aterrizaban en Nichae, a orillas del poco profundo Mar Calopsid, tomaban un avión hacia Sul Arsam —apenas una estación en el desierto— y luego pasaban a un traqueteante vehículo de superficie, que les conducía a Intercambio, a unos treinta kilómetros.

Cuando Gersen llegó a Sul Arsam, una fría llovizna humedecía las arenas del desierto. Mientras caminaba desde la pista de aterrizaje a la estación aparecieron vívidas extensiones de líquenes. A mitad de camino, un diminuto e insignificante objeto se aplastó contra su mejilla y comenzó inmediatamente a rasgarle la piel. Gersen maldijo, le dio una palmada y se lo arrancó. Advirtió que a los demás pasajeros les sucedía lo mismo, y también percibió una sonrisita burlona en el rostro del empleado de la estación, que llevaba una especie de repeledor de insectos ultrasónico.

Gersen esperó en la estación con otros cinco pasajeros. Se trataba de un largo cobertizo de paredes acristaladas. La llovizna se convirtió en un breve y fuerte aguacero, luego paró y en un instante salió el sol, que iluminó el desierto y levantó nubecillas de vapor. Los líquenes desprendieron pequeños grupos de esporas rosadas.

Apareció un autobús, un tosco y pesado armatoste sobre cuatro ruedas. Aparcó, tal vez a propósito, a unos sesenta metros de la estación; Gersen y los otros cinco se precipitaron a bordo, agitando las manos para alejar los insectos.

Durante media hora el autobús avanzó a trompicones entre las dunas. A lo lejos se entreveía Intercambio: un ruinoso montón de piedra arenisca roja rodeado de bajas estructuras de hormigón. Un bosquecillo de delgados árboles amarillos, marrones y rojos cubría la cumbre de la colina, donde se alzaban tres o cuatro casas.

El autobús traqueteó hasta un recinto y se detuvo. Los pasajeros se apearon y siguieron una línea de flechas amarillas hasta la recepción. Un diminuto y cetrino empleado de pelo blanco, cuidadosamente ceñido por un casquete gris, se sentaba tras un mostrador, anotando las entradas en un libro. En la parte delantera del casquete llevaba el emblema de Intercambio: dos manos entrelazadas. Mandó sentarse al grupo y continuó trabajando. Cerró por fin el libro con un golpe seco, levantó la vista y señaló con el dedo:

—Usted, señor. Si se acerca, le atenderé.

El individuo seleccionado era un melancólico hombre de pelo negro, vestido con la típica chaqueta negra ajustada y los pantalones bombachos blancos de Bernal. El empleado le entregó un formulario.

—¿Su nombre?

—Olguin, Rango Noventa y dos, Expediente seis.

—¿A quién desea rescatar?

—Sett, Rango Cuarenta y cuatro, Expediente siete.

—¿Cuáles son los honorarios?

—Doce mil quinientos UCL.

—¿Es usted un agente, un principal o un neutral?

—Un agente.

—Muy bien. Entregue la fianza, por favor.

El empleado contó el dinero con gran minuciosidad, lo pasó por la ranura del detector de fraudes y quedó convencido de su autenticidad. Redactó un recibo y pidió un contrarrecibo, a lo que el de Bernal se negó hasta que el individuo rescatado fuera traído a su presencia. El empleado volvió a sentarse ante este alarde de rebeldía y miró al bernalense fijamente.

—Usted no lo ha comprendido, señor. La consigna de Intercambio es la integridad. El hecho de que yo le permita entregarme su dinero es garantía suficiente de que el huésped por el que ha pagado está muy cerca, y en buenas condiciones. Sus vacilaciones y sospechas no hacen otra cosa que manchar nuestra reputación, pero también arrojan barro sobre el brillo de su calidad.

El bernalense se encogió de hombros, nada impresionado por la perorata del empleado. Sin embargo, firmó el contrarrecibo. El empleado asintió con sequedad, apretó un botón y un conserje uniformado con una chaqueta roja condujo al de Bernal a una sala de espera.

El empleado sacudió la cabeza de forma despreciativa y señaló al azar a otro de los visitantes, un hombre rechoncho y de aspecto malhumorado con la piel teñida de color marrón oscuro, ataviado con el más o menos habitual traje de los hombres del espacio, como el de Gersen, que no permitía adivinar el lugar de origen.

El empleado no se dejó impresionar por su apariencia truculenta.

—¿Su nombre?

—No es asunto suyo.

—¿Ah, no? —El empleado se reclinó en su silla—. ¿Qué significa esto? Le he preguntado su nombre, señor.

—Llámeme señor Inconnu.

—Esta organización opera sin astucias ni subterfugios, y aprecia una actitud similar por parte de nuestros socios. Muy bien, pues, señor Inconnu. —El empleado se puso a escribir con un ademan pomposo—. ¿Cuál es el huésped cuyos honorarios va a satisfacer?

—¡Vengo a pagar el rescate de un prisionero! —rugió el hombre—. ¡Aquí tiene su maldito botín! ¡Devuélvame a mi sobrino!

El empleado frunció los labios en un gesto de desaprobación.

—Cancelaré este asunto, puesto que esta es nuestra política. ¿Quién es su sobrino?

—Cader, Lord Satterbus. Tráigale aquí y tenga cuidado.

El empleado, con los ojos entrecerrados, llamó a un conserje.

—Lord Satterbus, suite catorce, para este caballero, por favor. —Ejecutó otro movimiento teatral, como si quisiera dispersar un mal olor, y señaló—: Usted, señor.

El tercer hombre era flaco y tímido. Llevaba la piel teñida de un verde brillante, la chaqueta recamada y las polainas arrugadas según la moda del momento en Montañas Salvajes, Imagen, uno de los planetas del Grupo. Quería realizar el trato de forma confidencial, pues se inclinó sobre el empleado y le habló entre susurros, un amaneramiento que el empleado no podía aceptar. Retrocedió y exclamó:

—Si no alza la voz, señor, me resultará muy difícil oírle.

La timidez del hombre no duró mucho.

—¡No hay razón para que este vergonzoso asunto sea tratado en público! ¡Deberían disponer de cabinas para aquellos que aún tenemos algo de sensibilidad!

—Verá, señor —declaró el empleado—, usted se equivoca con nosotros. No debe pretender que aquí se entra a hurtadillas como si fuera un burdel. Nuestro servicio es de lo más respetable. Actuamos como una institución sin mácula, completamente imparcial, representando a todos los intereses, con responsabilidad y probidad. De modo que, señor, puede exponer abiertamente su asunto.

El hombre se ruborizó y el tono de su piel cambió al gris.

—En ese caso, ya que se muestra usted tan abierto y sincero, dígame esto: ¿a quién pertenece esta empresa? ¿Quién se lleva los beneficios?

—Este tema carece de relevancia para nuestro negocio presente.

—Como también mi nombre y mi dirección. ¡Vamos, hable en voz alta ahora, usted que se las da de sincero!

—Es ampliamente conocido que esto es una corporación, regentada y administrada por varios grupos.

—¡Bah!

El hombre pagó por fin el dinero y fue conducido a otro lugar. Gersen fue el siguiente. Dijo su nombre y se identificó como neutral, en otras palabras, un capitalista independiente que había decidido «rescindir los honorarios» —el término parecía un eufemismo especial de Intercambio— de un huésped que había rebasado los quince días estipulados para el rescate, tal vez en orden a pedir un rescate mayor y obtener un provecho.

—Estas son nuestras «existencias» actuales.

El conserje entregó a Gersen una hoja con una lista de unos doce nombres y sus correspondientes honorarios. Gersen echó un vistazo a la lista. Hacia el final leyó:

Audmar, Daro; 9, varón

Wix; 7, hembra

Rescisión: 100.000.000 UCL

Más abajo encontró:

Cromarty, Bella; 15, hembra

Rescisión: 100.000.000 UCL

y luego:

Darbassin, Oleg; 4, varón

Rescisión: 100.000.000 UCL

y después:

Eperje-Tokay, Alusz Iphigenia; 20, hembra

Rescisión: 10.000.000.000 UCL

Gersen leyó las cifras y parpadeó. ¿Un error tipográfico? ¿Diez mil millones de UCL? ¡Un rescate sin precedentes, una suma imposible! Cien millones ya eran inusuales, aunque en la lista, comprobó, había siete u ocho huéspedes con rescates fijados en 100.000.000 UCL. Una enorme suma de dinero, pero solo la centésima parte de diez mil millones. Algo muy extraño estaba pasando. ¿Quién podía pagar diez mil millones de UCL? Sobrepasaba el presupuesto de la mayoría de los planetas. Gersen siguió examinando la lista. Después de los ocho huéspedes valorados en 100.000.000 de UCL, solo había uno más que no sobrepasara el techo de los cien millones:

Patch, Myron: 56, varón

Rescisión: 427.685 UCL

El empleado, que había atendido a otro cliente mientras Gersen consultaba la lista, volvió.

—¿Alguna de nuestras «existencias» satisface sus necesidades?

—Deseo hacer una inspección personal, naturalmente, pero, solo por curiosidad, ¿es correcta la cifra de diez mil millones de UCL, o se trata de un error de imprenta?

—Es correcta, señor. En Intercambio no cometemos equivocaciones.

—Si me permite la pregunta, ¿quién avala a esta joven? ¿En nombre de quién actúan ustedes?

—Como ya sabrá, señor, salvo autorización específica, debemos reservarnos esta información.

—Ya veo. Bien, en cuanto a los Audmar, Cromarty, Darbassin, Floy, Helariope y los demás valorados en cien millones, ¿quién les avala?

—No estamos autorizados a facilitar esta información.

—Muy bien. Echaré una ojeada.

—Una cosa más, señor. En cuanto al artículo Eperje-Tokay, no se permite ni el más mínimo placer de curiosear. Antes de inspeccionar esa «existencia» deberá depositar una fianza de diez mil UCL, a descontar del monto total de la rescisión.

—No me interesa hasta ese punto.

—Como quiera.

El empleado llamó a un conserje, quien condujo a Gersen desde la sala de recepción hasta un pasillo que desembocaba en un patio. El conserje se detuvo allí.

—¿Qué artículos en particular desea inspeccionar?

Gersen examinó al hombre. A juzgar por su acento uniforme era de la Tierra, o quizá de alguno de los mundos de Más Allá. De la misma edad que Gersen, o incluso más joven, algo encorvado de espaldas, su rostro de marcadas facciones tenía un tono amarillo pálido. Una gorra con el emblema de Intercambio reposaba sobre una lujuriosa mata de cabello amarillo rizado, que le cubría las orejas y recogía en una cola de caballo.

—Como sabe, soy un neutral —dijo Gersen con voz pensativa.

—Sí, señor.

—Tengo unos cuantos UCL para invertir en lo que más me convenga. Estoy seguro de que sabe a qué me refiero.

El conserje no lo sabía, pero asintió prudentemente.

—Usted me puede ayudar muchísimo —prosiguió Gersen—. Estoy seguro de que sabe bastante más sobre los artículos de lo que cuenta a los clientes habituales. Si me indica el camino más provechoso, será una simple cuestión de justicia que comparta mi buena suerte con usted.

El conserje estaba claramente intrigado por el curso de los pensamientos de Gersen.

—Todo esto me parece muy sensato… siempre que las reglas de la compañía sean respetadas. Son estrictas, y también el castigo por infringirlas.

—No se trata de nada ilegal. —Gersen extrajo doscientos UCL en billetes—. Habrá más en función de la información que me proporcione.

—Podría hablar durante horas; han ocurrido muchos sucesos extraños en Intercambio. Pero vayamos por partes. Si no le entiendo mal, desea inspeccionar cada uno de los huéspedes que están disponibles actualmente…

—Correcto.

—Muy bien. En esa dirección están los cubículos de clase E, para huéspedes cuyos amigos y seres queridos no pueden rescatarlos, y que ahora, para ser francos, esperan ser vendidos como esclavos. Los alojamientos llegan hasta los llamados Jardines Imperiales, en lo alto de la colina. Los huéspedes deben permanecer en sus aposentos durante las horas de inspección matutinas, pero se les permite elegir algún tipo de diversión después de comer, y la tarde es el período social. Algunos de nuestros huéspedes encuentran la experiencia relajante y se sienten agradecidos a sus avaladores.

Guiado por el ahora locuaz conserje, Gersen examinó los miserables especímenes de los cubículos de clase E y luego los de las clases D y C. Ante cada cubículo colgaba un cartel con los datos del inquilino, nombre, estatus y precio de venta. El conserje, llamado Armand Koshiel, le indicó varios saldos, posiblemente objetos de arriesgadas especulaciones y provechosos negocios.

—… totalmente increíble. Fíjese en ese, el hijo mayor de Tywald Fitzbittick, el más rico dueño de las minas de Bonifacio. ¿Qué son cuarenta mil UCL para él? Podría pagar cien mil sin pestañear. Si yo tuviera esa cantidad, lo compraría. ¡Con absoluta certeza!

—¿Por qué no ha pagado Tywald Fitzbittick los cuarenta mil?

—Es un hombre muy ocupado —Koshiel meneó la cabeza con perplejidad—; quizá la marcha de los negocios le ha distraído. Pero antes o después, recuerde mis palabras, vendrá y el dinero manará como agua.

—Es muy probable.

Koshiel le mostró otros huéspedes en circunstancias similares, y no ocultó su asombro ante la actitud distante y evasiva de Gersen.

—Le advierto que demasiadas reflexiones pueden ocasionar un contratiempo. Por ejemplo, allí, en ese mismo cubículo, se hospedaba una hermosa joven. Su padre tardaba en cumplir las condiciones. El avalador rebajó los honorarios a nueve mil UCL, y ayer un comprador neutral, yo diría que un sardanipolitano, saldó el rescate. Y, por increíble que parezca, nada más firmados los papeles llegó el padre, que sufrió una gran decepción cuando el comprador se declaró completamente satisfecho. A continuación se produjo una escena muy desagradable.

Gersen estuvo de acuerdo en que la falta de resolución podía crear graves inconvenientes.

—En mi opinión —declaró Koshiel—, la Conferencia del Oikumene debería aportar una suma lo bastante amplia como para satisfacer todos los gastos del rescate. ¿Por qué no? La mayoría de los huéspedes residen en el Oikumene. Tal acuerdo haría más sencillo todo el proceso y evitaría disgustos y pérdidas inútiles.

Gersen sugirió que esa medida redundaría en un aumento de los secuestros, y Koshiel admitió la posibilidad.

—Por otra parte, algunos aspectos de la situación actual me intrigan.

—¿De veras?

—¿Conoce la Compañía de Seguros Transgaláctica? Tienen delegaciones en casi todas las grandes ciudades.

—He oído nombrarla.

—Se especializan en seguros de secuestro; de hecho, me parece que controlan el sesenta o el setenta por ciento de ese mercado, ya que sus tarifas son las más bajas. ¿Por qué son bajas sus tarifas? Porque sus clientes raramente son secuestrados, mientras que los clientes de sus competidores suelen terminar en Intercambio. He especulado a menudo con la idea de que, o bien Transgaláctica pertenece a Intercambio, o Intercambio pertenece a Transgaláctica. Un pensamiento indiscreto, quizá, pero ahí está.

—Indiscreto, quizá, pero interesante… ¿Y por qué no? Ambas empresas encajan a la perfección.

—Justo lo que pienso yo… Sí, ocurren muchas cosas raras en Intercambio.

Llegaron al apartamento de clase B que alojaba a Daro y Wix Audmar.

—He aquí una encantadora parejita —dijo Armand Koshiel—. El rescate, por supuesto, es muy elevado: tal vez valgan veinte, o incluso treinta mil, según los gustos. El plazo de rescate ha caducado, por tanto están «a la venta», pero nadie en su sano juicio pagaría unos honorarios tan elevados.

Gersen observó a los dos niños a través de una ventana. Daro leía, Wix saltaba con un trozo de cuerda. Se parecían mucho; esbeltos, cabello negro, los ojos luminosos de su padre.

Gersen se volvió.

—Qué raro. ¿Quién se arriesga a fijar honorarios tan altos? He visto a otros huéspedes con rescates similares. ¿Qué ocurre aquí?

Koshiel se lamió los labios, parpadeó y miró furtivamente por encima del hombro.

—No debería airear esta información, toda vez que se refiere a la identidad de un avalador, pero estoy seguro de que a este avalador en particular no le importa: es el famoso Kokor Hekkus.

—¿Qué? ¿Kokor Hekkus, la Máquina de Matar? —fingió sorprenderse Gersen.

—El mismo. Siempre nos ha proporcionado bastantes clientes, pero en este momento parece que controla todo el mercado. En los últimos dos meses ha traído veintiséis artículos a Intercambio, todos, salvo uno, valorados en cien millones de UCL. Y en casi todos los casos ha cobrado. Esos niños están avalados por Kokor Hekkus.

—Pero ¿por qué? —se maravilló Gersen—. ¿Tiene algún importante proyecto en mente?

—Desde luego que sí. Sí, sí, desde luego. «Sobre eso hay mucho que decir», como dijo el obispo a la bailarina. —Koshiel sonrió de manera enigmática y miró cautelosamente a su alrededor—. Usted sabrá algunas cosas de Kokor Hekkus…

—¿Y quién no?

—… una de sus características es la devoción por el ideal estético. Parece que Kokor Hekkus se ha enamorado locamente de una joven que, se lo aseguro, es la más encantadora visión del universo. ¡Es inigualable!

—¿Cómo lo sabe?

—Paciencia. Esta joven, lejos de mostrar el mismo afecto por Kokor Hekkus, encuentra insufrible y nauseabundo el solo hecho de pensar en él. ¿Adónde puede huir? ¿Cómo puede ocultarse? La galaxia es demasiado pequeña. Kokor Hekkus es inasequible al desaliento; la buscará dondequiera que vaya. No existe refugio para esta deliciosa criatura… salvo uno: Intercambio. Ni siquiera Kokor Hekkus osaría violar las normas de Intercambio. En primer lugar, jamás volvería a gozar de sus servicios. En segundo, la administración de Intercambio no repararía en gastos y esfuerzos para castigarle. De modo que esta chica actúa como su propio avalador. Establece sus honorarios de rescate en diez mil millones de UCL; en realidad, solicitó que fuera más alto, un billón, pero su petición fue denegada.

»Y ahora, ¿qué? Una situación absurda: la chica tranquila y segura en los Jardines Imperiales de Intercambio, mientras Kokor Hekkus suda y transpira en el límite de la pasión. No es que le hayan dado calabazas, es que no tiene bastante dinero. En algún lugar ha de encontrar diez mil millones de UCL.

—Empiezo a entenderlo —dijo Gersen.

—Kokor Hekkus está lejos de rendirse —proclamó con entusiasmo Koshiel—. Combate el fuego con el fuego. La joven ha utilizado los servicios de Intercambio para frustrarle; él hará lo mismo para doblegar su voluntad. Diez mil millones es una cifra enorme, pero es tan solo cien veces cien millones. Y ahora Kokor Hekkus asola el Oikumene, raptando a los seres queridos de los cien individuos más ricos. El día que el número cien pague los cien millones, Kokor Hekkus reclamará la persona de Alusz Iphigenia Eperje-Tokay, puesto que «está a la venta».

—Un tipo muy romántico, el tal Kokor Hekkus… en todos los sentidos de la palabra.

—¡Cierto! —prosiguió Koshiel sin percibir el sarcasmo que encerraba el comentario de Gersen—. ¡Piense en ello! Ella espera, día tras día, que la cifra diez mil millones se vaya haciendo cada vez más pequeña. Él ya ha reunido los rescates de los veinte huéspedes que ha avalado, y cada día llegan más. Mientras tanto, la chica no puede hacer nada: está cogida en su propia trampa.

—Hum…, una situación lamentable…, al menos desde el punto de vista de la dama. ¿Dónde se halla su hogar?

—Sobre esto solo he oído rumores… de hecho, la fuente de toda mi información. En este caso, el rumor es difícil de creer para hombres inteligentes como nosotros. Dicen que se declaró nativa del país de Nunca Jamás: ¡el planeta Thamber!

—¿Thamber?

La sorpresa de Gersen fue auténtica: Thamber, el mundo mítico, poblado por brujas, serpientes de mar, caballeros andantes y bosques encantados, el marco de los cuentos de hadas. También recordó con un sobresalto que era la guarida de los roehuesos.

—¡El mismísimo Thamber! —exclamó Koshiel con una carcajada y un expresivo gesto—. Se me ocurre que si usted tuviera diez mil millones de UCL y mucho valor podría realizar una interesante especulación.

¡Si Kokor Hekkus se viera obligado a raptar los vástagos de cien ricachones más, seguro que pagaría su precio!

—Si tuviera la suerte de pagar el rescate de esta inigualable criatura, enfermaría y moriría en mis brazos. Kokor Hekkus y yo nos quedaríamos a la par.

Mientras hablaban, iban caminando por entre las hileras de apartamentos de las clases B y A. Koshiel se detuvo y señaló a un hombre de mediana edad, que parecía estar dibujando un diagrama en su libreta de notas.

—Este es Myron Patch, otro invitado patrocinado por Kokor Hekkus. El rescate de cuatrocientos veintisiete mil seiscientos ochenta y cinco UCL me parece exagerado, en mi opinión. ¡No como la chica de Thamber!

Le propinó un codazo a Gersen y guiñó un ojo lascivamente.

Gersen frunció el ceño al contemplar a Myron Patch, un individuo más bien mediocre, de estatura media, rollizo y de rostro apacible. La tarifa del rescate le intrigaba. ¿Por qué 427.685 en concreto? Detrás de la cifra, detrás de la visita forzosa de Myron Patch a Intercambio había algo más.

—¿Puedo hablar con ese hombre? —preguntó a Koshiel.

—Por supuesto; está «en venta». Si piensa que puede privar a Kokor Hekkus de una suma como… ¿cuál es? cuatrocientos veintisiete mil seiscientos ochenta y cinco UCL, una cifra ridícula… adelante.

—¿Los apartamentos están equipados con cámaras ocultas y micrófonos?

—No, y por una buena razón: no se gana nada escuchando.

—Sin embargo, tomaré precauciones. Déjeme hablar con ese hombre.

Koshiel apretó el botón que hacía sonar una campanita, indicando así al huésped que se requería su atención. Myron Patch levantó los ojos y se acercó con parsimonia a la puerta del apartamento. Koshiel insertó una llave en una ranura y un panel se deslizó a un lado. Myron Patch miró a Gersen, primero con esperanza, después con perplejidad. Gersen sujetó a Koshiel por los hombros, lo empujó contra el panel y lo situó de cara al interior del apartamento.

—Ahora cante en voz alta.

—Solo recuerdo canciones de cuna de mi infancia.

Koshiel sonreía estúpidamente.

—Cántelas, pues, pero en voz alta y sin parar.

Koshiel empezó a berrear una canción. Desafinaba. Gersen se aproximó al cada vez más sorprendido Patch.

—Acérquese.

Patch apoyó la cara en el panel.

—¿Por qué está aquí? —preguntó Gersen.

—Es una larga historia —respondió Patch.

—Hágame un resumen lo más breve posible.

—Soy ingeniero y fabricante. Me hice cargo de un complicado trabajo para cierto individuo… un criminal, ahora lo sé. No nos pusimos de acuerdo; me raptó y me trajo aquí. El rescate es el dinero que estaba en juego.

Koshiel atacó una nueva canción. Gersen prosiguió su interrogatorio:

—¿El criminal es Kokor Hekkus?

Myron Patch asintió tristemente.

—¿Le conoce personalmente?

Patch dijo algo que Gersen no pudo oír, debido al fervor de los cánticos que entonaba Koshiel.

—Dije que conozco a su agente, que suele venir a Krokinole —repitió Patch.

—¿Puede localizar a ese agente?

—En Krokinole, sí. Aquí, no.

—Muy bien. Pagaré su rescate. —Gersen palmeó la espalda de Koshiel—. Ya puede parar. Volveremos a la oficina.

—¿Ha terminado? Hay otros para ver: ¡gangas, auténticas gangas!

—¿Puedo ver a la mujer a la que aspira Kokor Hekkus? —preguntó Gersen tras dudar unos instantes.

—No hasta que pague diez mil UCL por el privilegio. En esencia, se niega a ver a nadie: incluso a los empleados como yo, que seríamos felices aliviando su tedio y relajando sus comprensibles tensiones.

Gersen le entregó otros tres mil UCL a Koshiel que, deslumbrando y aturdido después de una charla centrada en millones y billones, se lo embolsó con un murmullo de poco sincero agradecimiento.

—Muy bien. Volvamos ala oficina.