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Del capítulo 1, «El marco astrofísico», de Los pueblos del Grupo, de Streck y Chernitz:

«Es Rígel, esa magnífica estrella entre las estrellas, la que ha permitido al Grupo su existencia, gracias a su prodigiosa luminosidad y a su espaciosa Zona de Habitabilidad. ¡Es imposible no maravillarse ante la absoluta grandeza del sistema! ¡Piensen en ello! ¡Veintiséis saludables planetas girando en órbitas de un millar de años alrededor del blanco sol deslumbrante, a un radio medio de veinte mil millones de kilómetros, por no mencionar los seis planetas, a menudo olvidados, del incandescente Cinturón Interior, y Blue Companion, distante un cuarto de año luz!

»Pero las auténticas circunstancias que hacen del Grupo lo que es, proporcionan uno de los más tentadores misterios de la galaxia. La mayor parte de los expertos en la materia consideran Rígel un mundo joven, de una edad que oscila entre unos pocos millones y un billón de años. ¿Cómo explicar, pues, el Grupo, que a la llegada de Sir Julian Hove ya desarrollaba veintiséis complejos biológicos maduros? Tomando como referencia la escala temporal de la evolución terrestre, el Grupo tiene varios billones de años de vida… asumiendo que dicha vida sea autóctona.

»¿Es esta una aseveración digna de crédito? Si bien la flora y la fauna de cada planeta son marcadamente diferentes, se da al mismo tiempo una serie de sugestivas similitudes… casi como si la vida del Grupo, hace mucho, mucho tiempo, hubiera tenido un origen común.

»Hay tantas teorías como teóricos. El decano de los modernos cosmólogos, A. N. der Poulson, ha propuesto ingeniosamente una situación en la que Rígel, Blue Companion y planetas condensados de un gas ya rico en hidrocarburo hayan dado principio a la vida, por así decirlo. Otros, aficionados a las más extravagantes fantasías, han especulado sobre la posibilidad de que los planetas del Grupo hayan sido transportados hasta allí y puestos en sus órbitas óptimas por alguna raza ya extinguida, que poseía inmensos conocimientos científicos. La regularidad y distancia de las órbitas, el casi uniforme tamaño de los planetas del Grupo, en contraposición a las disparidades de los Mundos Interiores, concedieron cierta plausibilidad a especulaciones de este tipo. ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Quién? ¿Los hexadeltas? ¿Quién esculpió el Acantilado del Monumento en Xi Puppis X? ¿Quién abandonó el incomprensible mecanismo hallado en la Gruta Misteriosa de la Luna? Enigmas fascinantes que aún esperan respuesta…»

Xaviar Skolcamp, Miembro Super Centenario del Instituto, discute las actitudes del Instituto con un periodista en tono discursivo:

«La humanidad es vieja, la civilización es nueva: el entramado de la malla nunca es delicado… y así es como debe ser. Un hombre nunca debe entrar en un edificio de piedra o de metal, en una nave espacial o en un submarino sin experimentar algo de asombro; nunca debe evitar un acto de pasión sin una pequeña sensación de resistencia… Los miembros del Instituto recibimos una intensa preparación histórica; conocemos los hombres del pasado, y hemos proyectado docenas de posibles variaciones futuras que, sin excepción, son repulsivas. El hombre, tal como existe ahora, con todos sus defectos y vicios, un millar de compromisos gloriosamente irracionales entre dos mil absolutos estériles… es óptimo. O así nos parece a nosotros, que somos hombres.»

Granjero conducido a la comisaría de policía después de perpetrar un ataque en la persona de Bose Coggindell, Miembro del Instituto, Grado 54, autojustificándose:

«Estos tipos lo tienen fácil. Se apoltronan en sus sillones y dicen: “Sufre, te encantará. Elige el camino más duro. Súdalo”. Les habría gustado que amarrara mi esposa a un arado, al viejo estilo. De modo que le enseñé lo que pienso de lo que él llama “imparcialidad”.

»Veredicto (después de multar al granjero con 75 UCL):

»Una actitud imparcial ante los problemas ajenos no es ilegal.»

De los siete continentes de Alphanor, Escitia era el mayor, el más densamente poblado y, en opinión de los habitantes de Umbría, Lusitania y Licia, el más bucólico. La provincia de Garreu, enclavada entre el Océano Místico y las Montañas Morgan, era la región más aislada de Escitia.

Gersen llegó a Taube, un soñoliento pueblo barrido por el sol a orillas de la bahía de Jermin, en el vuelo quincenal procedente de la capital de la provincia, Marquari. Encontró un solo vehículo para alquilar: un viejo deslizador de ruidosos cojinetes, proclive a volcar en las bajadas. Gersen preguntó unas direcciones, montó en el coche y tomó la carretera del interior. Subió una pronunciada cuesta, el paisaje brillantemente iluminado por la luz resplandeciente de Rígel.

La ruta serpenteaba entre viñedos, huertos de nudosos árboles frutales, cultivos de coles verdeazuladas y alcachofas, matorrales de hayas nativas. A ambos lados se levantaban granjas, equipadas con placas que absorbían la energía de Rígel. La carretera le llevó hasta una pequeña loma; Gersen bajó para echar un vistazo a los cojinetes. Al sur se extendía el océano, y el terreno se elevaba a partir de la bahía, un tapiz pardo, rosa y blanco que era Taube. Todos los colores del paisaje refulgían, brillaban y bailaban a la luz como pintura todavía fresca. La carretera fue descendiendo hasta que Gersen divisó la villa de Duschane Audmar, Miembro del Grado Noventa y cuatro del Instituto. Se trataba de una estructura extravagante de piedra y madera blanqueada al sol, a la que daban sombra dos enormes robles y un gingko nativo.

Gersen recorrió el sendero que llevaba a la puerta y llamó con una pesada aldaba de bronce en forma de pata de león. Tras una larga espera se abrió la puerta, y en el umbral apareció una hermosa joven vestida con una blusa campesina.

—He venido para hablar con Duschane Audmar —dijo Gersen.

La mujer le inspeccionó pensativamente.

—¿Puedo preguntar sobre qué?

—Lo discutiré personalmente con Lord Audmar.

—No creo que le reciba. Han ocurrido algunas desgracias familiares y Duschane Audmar no desea ver a nadie.

—Mi visita está relacionada con esas desgracias.

El rostro de la mujer se iluminó de esperanza.

—¿Los niños? ¿Han vuelto? ¡Dígamelo, por favor!

—Lo siento, pero… no, por lo que yo sé. —Gersen sacó una agenda de su bolsillo, arrancó una hoja y escribió: «Kirth Gersen, Grado 11, para negociar con Kokor Hekkus»—. Dele esto.

La mujer leyó la nota y se fue sin pronunciar palabra.

Volvió enseguida y le invitó a pasar. Gersen la siguió a lo largo de un oscuro pasillo hasta una sala abovedada de blancas y desnudas paredes de yeso. Allí se sentaba Audmar, frente a un bloc de papel blanco, una pluma de ganso y un tintero de tinta morada. En el papel no había nada escrito, salvo una línea con la letra afiligranada característica de los miembros más distinguidos del Instituto. Audmar era un hombre no muy alto, cuadrado y musculoso, de facciones bien proporcionadas: nariz pequeña y recta, ojos negros que brillaban como el aceite, boca delgada y un hoyuelo en la barbilla. Dedicó un breve saludo a Gersen, apartó el papel, la pluma y el tintero.

—¿Dónde adquirió el Once?

—En Amsterdam, la Tierra.

—Su preceptor debió de ser Carmand.

—No, fue Von Bleek, el predecesor de Carmand.

—Hum. Era usted muy joven. ¿Por qué no perseveró? Después del Once no es muy difícil llegar al Veinticinco.

—No podía supeditar mis metas personales a las del Instituto.

—¿Y cuáles eran esas metas?

Gersen se encogió de hombros.

—No son muy complicadas, lo bastante primitivas como para satisfacer a un Centenario, aunque centrípetas[3].

Las cejas de Audmar dibujaron unos arcos escépticos, pero abandonó el tema.

—¿Por qué desea usted negociar con Kokor Hekkus?

—Es un asunto en el que ambos estamos interesados.

—Un hombre muy interesante, por cierto —asintió Audmar.

—La semana pasada raptó a sus hijos.

Audmar permaneció sentado en silencio durante medio minuto. Era obvio que no conocía la identidad del secuestrador.

—¿En qué se basa para formular esta afirmación?

—Ha sido admitida por el hombre que fue capturado, Rob Castilligan, actualmente en prisión.

—¿Actúa usted a nivel oficial?

—No.

—Continúe.

—Presumiblemente, usted desea que sus hijos le sean devueltos sanos y salvos.

Audmar sonrió levemente.

—Una presunción.

—¿Ha recibido instrucciones para conseguir su rescate? —preguntó Gersen ignorando la ambigüedad de su interlocutor.

—En efecto. El mensaje llegó anteayer.

—¿Va a pagar?

La voz de Audmar era suave y tranquila.

—No.

Gersen no esperaba otra cosa. Centenarios y Casicentenarios estaban obligados a mantenerse impasibles ante cualquier presión externa. Si Duschane Audmar pagaba el rescate de sus hijos, admitiría su docilidad, dejaría inermes al Instituto y a él mismo ante la persuasión exterior. Era una política bien conocida; Gersen se preguntó por enésima vez por qué habían importunado a Duschane Audmar. ¿Habría revelado en alguna ocasión anterior cierta debilidad? ¿Habrían elegido al azar los secuestradores?

—¿Sabía usted que Kokor Hekkus estaba involucrado? —preguntó Gersen.

—No.

—Ahora que lo sabe, ¿tomará medidas contra él?

Audmar esbozó un gesto petulante, como dando por sentado que emplear la violencia sería tan repudiable como pagar el rescate.

—Para ser completamente sincero —dijo Gersen—, tengo razones para considerar a Kokor Hekkus mi enemigo. Yo no me reprimo como usted; puedo expresar mis sentimientos.

Un pálido brillo de algo cercano a la envidia relampagueó en los ojos de Audmar, pero se limitó a inclinar la cabeza con corrección.

—He venido para conseguir información —siguió Gersen—, y, espero, toda clase de cooperación que me pueda proporcionar.

—Será muy poca o ninguna.

—Aun así, es usted un ser humano y debe amar a sus hijos. Estoy seguro de que no desea que los vendan como esclavos, la perspectiva más probable.

Audmar dibujó una temblorosa y amarga sonrisa.

—Soy un ser humano, Kirth Gersen, probablemente más salvaje y primitivo en mi humanidad que usted mismo. Pero también soy un Noventa y cuatro, poseo una tremenda fortaleza y he de ser precavido a la hora de emplearla. Por tanto…

Hizo un gesto que insinuaba un complejo conjunto de ideas.

—¿Éxtasis? —probó Gersen.

Audmar se abstuvo de responder a la pulla.

—En lo que concierne a Kokor Hekkus, no sé nada… o al menos no más de lo que sabe todo el mundo.

—Por lo general, parece el más activo de los Príncipes Demonio. Siembra el dolor a su paso.

—Es una criatura vil.

—¿Sabe por qué Kokor Hekkus raptó a sus hijos?

—Presumo que para obtener dinero.

—¿Cuánto pide de rescate?

—Cien millones de UCL.

Gersen se quedó sin habla. Audmar sonrió forzadamente.

—Mis pequeños Daro y Wix valen eso y mucho más.

—¿Podría pagar esa suma?

—Si quisiera, sí. El dinero no es problema.

Audmar jugueteó con el bloc y la pluma de ganso. Gersen sintió que su paciencia se agotaba.

—En el último mes —informó—, Kokor Hekkus ha raptado, como mínimo, a veinte personas, tal vez más. Este fue el último cálculo de la PCI antes de que abandonara Avente. Las víctimas son todas personas de gran riqueza y poder.

—Kokor Hekkus se está volviendo imprudente —comentó con indiferencia Audmar.

—Exactamente. ¿Cuáles son sus propósitos? ¿Por qué, de repente, necesita sumas tan enormes de dinero?

El interés de Audmar había aumentado. Luego, al intuir por donde iban los tiros, fulminó a Gersen con una aguda mirada.

—Parece que Kokor Hekkus tenga en mente algún ambicioso proyecto —siguió Gersen—. No creo que piense en retirarse.

—No, después de doscientos ochenta y dos años.

Gersen pensó que Audmar sabía más sobre Kokor Hekkus de lo que estaba dispuesto a admitir.

—Parece que los gastos de Kokor Hekkus ascienden a dos mil millones de UCL… si partimos de la premisa que todos los rescates están a la altura del que le pide a usted. ¿Por qué necesita el dinero? ¿Está construyendo una flota de naves de guerra? ¿Está reconstruyendo un planeta? ¿Va a fundar una Universidad?

—¿Cree que tiene un amplio y posiblemente catastrófico objetivo en ciernes?

—¿Por qué, si no, necesita de repente tanto dinero?

Audmar frunció el ceño y agitó la cabeza con impaciencia.

—Sería una pena decepcionar a Kokor Hekkus. Pero desde mi punto de vista, que es el de la política del Instituto…

Su voz enmudeció.

—¿Están en Intercambio?

—Sí.

—Quizá no esté familiarizado con los procedimientos de Intercambio. Primero se calcula el tiempo de viaje, al que se añaden quince días más; durante este período solo lo que se llama la parte directamente interesada puede rescindir el contrato. Una vez transcurrido este tiempo, cualquiera que lo desee puede hacerlo. Si yo tuviera cien millones de UCL, por ejemplo, podría hacerlo.

—¿Por qué desearía hacerlo? —preguntó Audmar después de estudiarle durante un momento.

—Quiero saber por qué Kokor Hekkus necesita tanto dinero. Quiero saber muchas cosas sobre Kokor Hekkus.

—Sus motivos, por lo que deduzco, no se limitan a una curiosidad desapasionada.

—Mis motivos no vienen al caso. Lo que puedo hacer es lo siguiente: en caso de recibir cien millones de UCL, más los gastos, me dirigiría a Intercambio y, en mi calidad de agente independiente, me haría cargo de la custodia de sus hijos. Por cierto, ¿qué edades tienen?

—Daro tiene nueve y Wix siete.

—Entretanto, intentaría descubrir los motivos de Kokor Hekkus, sus objetivos y su paradero actual.

—¿Y después?

—Recabaría toda la información posible, le devolvería sus hijos y, si usted estuviera interesado, le comunicaría el resultado de mis pesquisas.

El rostro de Audmar no reflejaba la menor emoción.

—¿Dónde se aloja actualmente?

—En el hotel Credenze, de Avente.

—Muy bien. —Audmar se puso en pie—. Usted es un Once. Sabe lo que debe hacerse. Averigüe por qué Kokor Hekkus necesita tanto dinero. Es un hombre ingenioso e imaginativo… una constante fuente de sorpresas. E Instituto le considera un individuo notable y se halla interesado en ciertos subproductos de su perverso comportamiento. No puedo decirle nada más.

Gersen abandonó la sala sin más ceremonias. En el tranquilo vestíbulo encontró a la mujer que le había dejado entrar. En sus ojos temblaba una pregunta.

—¿Es usted la madre de los niños? —interrogó Gersen.

—¿Están… están bien?

—Creo que sí. ¿Me dará algunas fotografías?

La mujer buscó en una estantería. El niño sonreía, la niña estaba seria.

—¿Qué les ocurrirá? —preguntó ella en un susurro.

Gersen comprendió de repente que le estaba tomando por un representante de los secuestradores. ¿Cómo podía negar la implícita acusación?

—Sé muy poco del asunto —respondió con torpeza—. Es decir, no estoy personalmente involucrado. Pero espero que de alguna manera…

Solo podía decir cosas sin sentido o la pura verdad.

—Conozco las reglas, sé que debemos comportarnos con objetividad… Pero es tan injusto… Si pudiera hacer algo…

—No quiero engañarla con falsas esperanzas, pero es posible que sus hijos sean rescatados.

—Le estaré muy agradecida —respondió simplemente la mujer.

Gersen salió de la casa fría y oscura a la radiante luminosidad del jardín. El silencio envolvía la tarde; el rugido del motor, cuando puso en marcha el viejo vehículo, pareció intolerablemente estrepitoso. Gersen se sintió aliviado al dejar la mansión de Duschane Audraar a sus espaldas. A pesar de su magnífica apariencia, a pesar de su atractivo diseño, reinaban en ella el silencio, las emociones férreamente reprimidas, el dolor y la cólera soportados en el más impenetrable de los secretos. «Por eso nunca llegué al Doce», pensó Gersen.


Tres días más tarde, Gersen recibió un paquete en el hotel Credenze. Lo abrió y encontró dieciocho fajos de billetes todavía frescos del Banco de Rígel, que totalizaban la suma de ciento un millones de UCL. Gersen los examinó con su detector de fraudes: todos eran auténticos.

Gersen pagó inmediatamente la cuenta del hotel y tomó el metro hasta el espaciopuerto, donde le aguardaba su vieja y baqueteada 9-B. Una hora más tarde había dejado Rígel y estaba en el espacio.