De «Cómo comercian los planetas», por Ignace Wodlecki, en Cosmópolis, septiembre de 1509:
«Uno de los problemas que preocupan más a las sociedades comerciales es la abundancia o escasez de dinero, letras de cambio o pagarés falsificados, por mencionar solo algunas de las artimañas empleadas para aumentar el valor de los cheques en blanco. En el Oikumene no existe ninguna dificultad para procurarse máquinas que duplican y reproducen con absoluta exactitud. La única forma de impedir la depreciación crónica de nuestra moneda consiste en adoptar severas y meticulosas precauciones. Estas precauciones son tres: primero, la única moneda de cambio es la Unidad de Curso Legal o UCL. Los bancos autorizados para emitir billetes, si bien con distintas denominaciones, son el Banco de Sol, el Banco de Rígel y el Banco de Vega. Segundo, cada billete está dotado de una “garantía de autenticidad”. Tercero, los tres bancos han puesto al alcance de todo el mundo el llamado detector de fraudes. Se trata de un dispositivo de bolsillo que, al pasar un billete falso por una ranura, emite un zumbido de alarma. Todo intento de desactivar el detector de fraudes es infructuoso, como saben hasta los niños pequeños: en cuanto la caja sufre algún daño se autodestruye automáticamente.
»Se ha especulado mucho sobre la “garantía de autenticidad”. Es posible que se introduzca una configuración molecular especial en ciertas zonas clave, lo que dé lugar a una reactancia de naturaleza desconocida: ¿carga eléctrica?, ¿permeabilidad magnética?, ¿fotoabsorción o reflectancia?, ¿variación isotópica?, ¿descarga radiactiva?, ¿la combinación de todas o algunas de estas cualidades? Solo lo sabe un número muy reducido de personas; y no lo dirán.»
La primera vez que Gersen se tropezó con Kokor Hekkus tenía nueve años. Acurrucado tras una vieja gabarra fue testigo de la matanza, el pillaje y la esclavitud. Ocurrió durante la histórica Masacre del Monte Agradable, notable por la cooperación sin precedentes de cinco Príncipes Demonio. Kirth Gersen y su abuelo sobrevivieron; cinco nombres llegaron a serle tan familiares a Gersen como el suyo: Attel Malagate. Viole Falushe, Lens Larque, Howard Alan Treesong y Kokor Hekkus. Cada uno de estos individuos se distinguía por alguna cualidad específica. Malagate era insensato e implacable, Viole Falushe adoraba los refinamientos sibaríticos, Lens Larque era un megalómano y Howard Alan Treesong un ser caótico. Kokor Hekkus, por su parte, era el más voluble, fantasioso e inaccesible, el más osado e ingenioso. Apenas había testigos que pudieran proporcionar datos sobre él: todos coincidían en que era afable, incansable, impredecible y afectado por brotes de lo que parecería una extrema locura, de no ser por su manifiesto autocontrol. Discrepaban en cuanto a su apariencia. En cualquier caso, tenía reputación de ser inmortal.
El segundo encuentro de Gersen con Kokor Hekkus tuvo lugar en el curso de una misión rutinaria en Más Allá, y no pareció, en principio, de singular trascendencia. A principios de abril de 1525, Ben Zaum, un oficial de la PCI[1], organizó una entrevista clandestina con Gersen y le propuso una misión «comadreja», o sea, una investigación de la PCI en Más Allá. Los asuntos de Gersen estaban en un punto muerto; se sentía inquieto y aburrido, por lo que accedió finalmente a escuchar la proposición.
El trabajo, tal como lo describió Zaum, no podía ser más sencillo. Se había encargado a la PCI que localizara a cierto fugitivo. «Llamémosle señor Hoskins», dijo Zaum. Tan urgente era la requisitoria que un mínimo de treinta operadores fueron enviados a diferentes sectores de Más Allá. La tarea de Gersen consistiría en inspeccionar las localidades deshabitadas de determinado planeta. «Llamémosle Mundo Malo», dijo Zaum con una mueca de complicidad. Gersen debería localizar al señor Hoskins, o bien probar, sin la menor sombra de duda, que jamás había pisado la superficie de Mundo Malo.
Gersen meditó un momento. Zaum, al que entusiasmaban los misterios, parecía haberse superado con creces en esta ocasión. Gersen empezó a desmenuzar pacientemente la parte visible del iceberg, con la esperanza de sacar a flote nuevas perspectivas.
—¿Por qué solo treinta comadrejas? Un buen trabajo exigiría un millar.
La astuta expresión de Zaum le daba el aspecto de un búho rubio y achaparrado.
—Hemos conseguido reducir el área de búsqueda. Aún diría más. Mundo Malo es uno de los emplazamientos más verosímiles… por eso quiero que asuma esta responsabilidad. No quisiera exagerar la importancia del asunto.
Gersen decidió que no le gustaba el trabajo. Zaum estaba dispuesto (o acaso recibía órdenes) a mantener la mayor de las reservas. Aprovechó la sorda irritación de Gersen para confundirle y reducir su eficacia… lo que significaba que no regresaría de Más Allá. Gersen se preguntaba cómo rechazar el trabajo sin ofender a Ben Zaum ni perder el contacto con la PCI.
—¿Qué ocurrirá si encuentro al señor Hoskins?
—Tiene cuatro opciones, que le presentaré según un orden decreciente de prioridades: llevarle vivo a Alphanor, llevarle muerto a Alphanor, administrarle una de las horribles drogas de sarkoy, matarle en el acto.
—No soy un asesino.
—¡Esto es mucho más que un simple asesinato! Esto es… demonios, no estoy autorizado a darle más detalles. ¡Pero le aseguro que es muy urgente!
—No lo pongo en duda —dijo Gersen—. Sin embargo, no voy a… De hecho, no puedo matar sin saber la razón. Contrate a otro.
En circunstancias normales, Zaum habría dado por concluida la entrevista, pero insistió. Le dio a entender a Gersen que incluso los comadrejas más experimentados tendrían problemas para lograr el éxito, y que tenía sus servicios en un alto concepto.
—Si el obstáculo es el dinero, creo que podremos llegar a un acuerdo…
—Rechazo su oferta.
Zaum simuló que se golpeaba la frente con los puños.
—Gersen… es usted uno de los pocos hombres en quien confío ciegamente. Es una delicada operación de asesinato… si, por supuesto, el señor Hoskins visita Mundo Malo, lo que parece bastante creíble. También le diré algo más: Kokor Hekkus está involucrado. Si él y el señor Hoskins llegan a contactar…
Levantó las manos en el aire.
Gersen mantuvo su actitud desinteresada, pero ahora todo había cambiado.
—¿El señor Hoskins es un criminal?
La tersa frente de Zaum se arrugó, expresando desconcierto.
—No puedo entrar en detalles.
—En ese caso, ¿cómo piensa que voy a identificarlo?
—Le conseguiré fotografías y sus características físicas; esto debería bastar. El trabajo es muy sencillo. Encuentre al hombre: mátelo, dróguelo o tráigale de regreso a Alphanor.
—Muy bien. —Gersen se encogió de hombros—. Pero, puesto que soy indispensable, exijo más dinero.
—Para concluir —siguió Zaum después de un par de gruñidos—: ¿Cuándo puede partir?
—Mañana.
—¿Aún conserva su nave?
—Sí, en el caso de que llame nave al modelo Nueve-B.
—Le permitirá hacer el viaje de ida y vuelta, y no es en absoluto llamativa. ¿Dónde atracó?
—En el espaciopuerto de Avente, área C, grada Diez.
Zaum garrapateó una nota.
—Diríjase a su nave mañana y despegue. Habrá provisiones y estará cargada de combustible. El monitor le conducirá a Mundo Malo. En su Agenda Estelar encontrará un expediente con toda la información sobre el señor Hoskins. Solo necesita sus efectos personales… armas y todo eso.
—¿Cuánto tiempo debo investigar en Mundo Malo?
—Ojalá pudiera decírselo —suspiró Zaum—. Ojalá supiera lo que va a ocurrir… Si no da con él antes de un mes, es probable que sea demasiado tarde. Si conociéramos con exactitud sus movimientos, sus motivaciones…
—Por lo tanto, deduzco que no es un criminal famoso.
—No. Su vida ha sido larga y provechosa. En cierto momento, un tal Seuman Otwal, de quien sospechamos que es agente de Kokor Hekkus, le abordó. El señor Hoskins, a juzgar por el testimonio de su esposa, se vino abajo.
—¿Extorsión? ¿Chantaje?
—En tales circunstancias… imposible.
Gersen no pudo sonsacarle más información.
Al día siguiente, Gersen llegó al espaciopuerto de Avente un poco antes del mediodía. Encontró lo que Zaum le había prometido. Subió a su ascética nave y hojeó la Agenda Estelar. Un sobre de papel manila contenía algunas fotografías y una descripción gráfica. El señor Hoskins, con sombrero y la piel tostada, aparecía vestido con trajes diferentes. Tenía el aspecto de un hombre ya maduro, de cuerpo grande y fondón, ojos afables, boca ancha provista de fuertes dientes y una pequeña nariz de ave rapaz. El señor Hoskins era un terráqueo, según se desprendía de sus vestidos y del color de la piel, similares, pero diferentes en algunos detalles, de los habitantes de Alphanor. Gersen dejó a un lado el expediente; se resistía a emprender viaje a la Tierra, donde probablemente podría identificar al señor Hoskins. Este desvío implicaría una pérdida excesiva de tiempo… sin contar con que entraría a formar parte de la lista negra de la PCI. Hizo una ultima inspección de la nave y llamó a la torre de control para iniciar el despegue.
Media hora después, Alphanor no era más que un globo brillante alejándose por la popa. Gersen conectó el monitor y observó cómo la proa de la nave se deslizaba en el cielo, hasta desviarse unos sesenta grados de la línea imaginaria que unía Rígel con Sol.
El acelerador Jarnell tomó el control de la nave o, para decirlo con más exactitud, creó las condiciones para que un pequeño empuje causara una traslación casi instantánea.
Pasó el tiempo. Algunos fotones se introducían casualmente en la nave a través de las láminas Jarnell, a fin de permitir la visión del universo externo: centenares, millares de estrellas que centelleaban como chispas en el viento. Gersen efectuó una cuidadosa medición de la trayectoria tomando como coordenadas Sol, Canopus y Rígel. Al poco rato la nave cruzó la frontera entre el Oikumene y Más Allá: la ley, el orden y la civilización dejaban de existir formalmente. Un cálculo sobre la dirección de la ruta le permitió identificar Mundo Malo: Carina LO-461 IV en la Agenda Estelar, El Final de Bissom en la terminología de Más Allá. Hacía setecientos años que Henry Bissom había muerto; el mundo, o al menos la región que circundaba a Skouse, la principal ciudad, era ahora el coto de caza de la familia Windle. Mundo Malo no era un nombre inapropiado, pensó Gersen; de hecho, si ponía el pie en Skouse sin una buena razón (y debía reconocer que no tenía ninguna) sería detenido en el acto por la patrulla local Anticomadrejas[2]. Le interrogarían enérgicamente y, en el mejor de los casos, le darían diez minutos para abandonar el planeta. Si sospechaban que era un comadreja le matarían. Gersen maldijo a Ben Zaum y a su retorcida discreción. Si hubiera sabido su verdadero destino habría tomado otra clase de precauciones.
Una estrella amarilloverdosa de escasa luminosidad colgaba frente a los ventanales, creciendo paulatinamente en brillo y tamaño. El acelerador se apagó. El éter que constreñía la nave siseó y vibró en todos los átomos del vehículo y del propio Gersen: un sonido que hacía rechinar los dientes y que, tal vez, ni siquiera era real.
La vieja 9-B inició el descenso. No muy lejos giraba El Final de Bissom… Mundo Malo. Era un planeta diminuto, de casquetes helados, con un cinturón de montañas suaves en el ecuador, que parecía soldar ambos hemisferios. Fajas de agua, que a los cincuenta grados de latitud se convertían en pantanos y junglas, recorrían de norte a sur la superficie. Ciénagas y marismas se extendían hasta el límite de los hielos.
La ciudad de Skouse ocupaba una meseta barrida por los vientos. Presentaba el aspecto de un irregular conjunto de sombríos edificios de piedra. Gersen contuvo su asombro. ¿Por qué el señor Hoskins querría venir al Final de Bissom? Existían refugios mucho más agradables. Brinktown era casi alegre… Pero estaba dando demasiadas cosas por hechas: el señor Hoskins jamás se acercaría al Final de Bissom, y toda la misión parecía condenada al fracaso. Zaum había exagerado de forma evidente.
Gersen examinó el planeta en el macroscopio y no halló nada de interés. Las montañas ecuatoriales eran polvorientas y estériles, los océanos grises y moteados por las sombras de nubes bajas y ligeras. Volvió su atención a Skouse, una ciudad que no tendría más de tres o cuatro mil habitantes. En las cercanías se abría un campo de hierba chamuscada, bordeado por cobertizos y depósitos: el espaciopuerto, evidentemente. No había lujosas mansiones o castillos a la vista, y Gersen recordó que los windles vivían en cavernas de las montañas que dominaban la ciudad. Las señales de civilización se extinguían a cien millas de distancia, tanto al este como al oeste, y dejaban paso al desierto. Otra ciudad se levantaba junto a un muelle en la orilla del Océano Norte, muy cerca de una planta procesadora de metal, según dedujo Gersen de los montones de chatarra y los vastos edificios. El planeta no mostraba otros signos de presencia humana.
Si no podía visitar Skouse abiertamente, lo haría de forma clandestina. Eligió un barranco solitario, esperó hasta que las sombras del atardecer cubrieron el área y aterrizó rápidamente.
Tardó una hora en adaptarse a la atmósfera, y luego se adentró en la noche. El aire era frío. Tenía un olor característico, como sucede en casi todos los planetas; en este caso, un amargo tufo químico mezclado con algo que recordaba a una especia picante; aparentemente, uno procedía del suelo y el otro de la vegetación nativa. Obturaba las fosas nasales.
Gersen recogió algunos instrumentos de los comadrejas, bajó la plataforma volante y se dirigió hacia el oeste.
La primera noche, Gersen exploró Skouse. Las calles estaban sin pavimentar, descuidadas; había una comisaría, varios almacenes, un garaje, tres iglesias, dos templos y un tranvía que llevaba al océano. Localizó la posada: una estructura cuadrada de tres pisos construida en piedra, paneles de fibra y madera. Skouse era una ciudad adusta que traslucía aburrimiento, pereza e ignorancia. Gersen llegó a la conclusión de que la gente guardaba las apariencias.
Concentró su atención en la posada, donde el señor Hoskins residiría, en el caso de que estuviera allí. No pudo encontrar una ventana por la que mirar. Las paredes de piedra se resistían a su micrófono camuflado. Tampoco se atrevía a hablar con ninguno de los peatones que andaba por las calles tortuosas de Skouse.
La segunda noche no tuvo mejor éxito. Sin embargo, descubrió frente a la posada una estructura vacía. En tiempos debió de ser un almacén de maquinaria o una planta de fabricación, pero ahora era pasto del polvo y de pequeños insectos blancos, cobardes como monos minúsculos. Gersen se guareció en ella y pasó todo el interminable día amarilloverdoso vigilando la posada. La vida de la ciudad discurría ante sus ojos: hombres de semblante severo y estólidas mujeres, ataviados con chaquetas oscuras, pantalones holgados de color pardo o marrón y sombreros negros de ala doblada hacia dentro, se dirigían a sus respectivos trabajos. Hablaban un dialecto bronco y monocorde que Gersen intentaba imitar desesperadamente; así fracasó un plan consistente en conseguir ropas a la moda de los nativos y entrar en la posada. Al caer la tarde, unos forasteros llegaron a la ciudad: astronautas, según se desprendía de su atuendo, que acababan de tomar tierra en su nave. Gersen combatió la somnolencia con unas píldoras estimulantes. Tan pronto como el sol se puso —un crepúsculo del color del barro— dejó su escondite y atravesó las calles oscuras en dirección al espaciopuerto. En efecto, un gran carguero, de cuya bodega desembarcaban fardos y cajones, estaba estacionado allí. Mientras Gersen observaba las evoluciones de los operarios, tres miembros de la tripulación salieron de la nave, cruzaron la zona iluminada por los focos, enseñaron sus pases al guardia de la puerta y se dirigieron a la ciudad.
Gersen se les unió. Les dio las buenas tardes, le contestaron con educación, y preguntó el nombre de la nave.
—Ivan Garfang, procedente de Chalcedon.
—¿Chalcedon, en la Tierra?
—Exacto.
—¿Qué clase de ciudad es Skouse? —preguntó el más joven—. ¿Hay algún sitio para divertirse?
—Ninguno —replicó Gersen—. Hay una posada, y poco más. Es una ciudad aburrida y tengo ganas de marcharme. ¿Llevan pasajeros?
—Sí, tenemos uno a bordo y espacio para cuatro más. Cinco, si el señor Hosey desembarcara, tal como creo que hará. En cuanto al propósito que le trae por aquí…
El joven meneó la cabeza en señal de ignorancia.
Así de sencillo, pensó Gersen. ¿Quién podía ser el señor Hosey, sino el señor Hoskins? Y ahora, ¿cómo encajaba Kokor Hekkus en el rompecabezas? Acompañó a los tres astronautas hasta la posada y entró con ellos, como un compañero más, a fin de no levantar sospechas.
Gersen cimentó la amistad invitando a una ronda de bebidas. Solo había cerveza, floja y amarga, y un arrack blanco y picante.
El interior de la posada era acogedor, con el típico mostrador y el fuego que crepitaba en el hogar. Una camarera, vestida con una blusa ancha de color rojo y zapatillas de paja, servía las mesas. El más joven de los astronautas, llamado Carlo, le hizo algunas proposiciones, que ella recibió con aparente desconcierto.
—Déjala en paz —aconsejó el mayor, Bude—. No está bien de la azotea.
Se golpeó la frente significativamente.
—Tanto camino recorrido desde que salimos de Más Allá —gruñó Carlo—, y la primera mujer que vemos está medio loca.
—Déjala para el señor Hosey —sugirió Halvy, el tercer astronauta—. Si desembarca tendrá mucho tiempo para aburrirse.
—¿Es algún científico? —preguntó Gersen—. ¿O periodista? Les gusta visitar de vez en cuando lugares extraños.
—Ni el demonio sabe quién es —dijo Carlo—. No ha dicho más de dos palabras en todo el viaje.
La conversación cambió de rumbo. A Gersen le habría gustado hablar más del señor Hosey, pero no se atrevió a insistir; Más Allá casi siempre solía implicar siniestros augurios.
Entraron algunos parroquianos y se sentaron frente al fuego. Bebían sus pintas de cerveza de un trago y hablaban con sus voces monocordes. Gersen preguntó al hombre que se encargaba de la barra si había sitio para dormir.
—Hace tanto tiempo que no tenemos huéspedes que las camas están apolilladas. Es mejor que vuelva a su nave.
Gersen contempló a Carlo, Bude y Halvy. No demostraban tener el menor interés en marcharse. Se dirigió de nuevo a su interlocutor.
—¿Podría enviar un recadero a la nave con un mensaje?
—Hay un chico en la parte de atrás que tal vez le hiciera el favor.
—Se lo diré.
El chico se presentó en el acto: un joven carente de expresión, el hijo del encargado de la barra. Gersen le dio una generosa propina y le hizo repetir tres veces el mensaje:
—Vengo a buscar al señor Hosey para que se presente en la posada inmediatamente.
—Correcto. Ahora date prisa, quizá obtengas más dinero. Recuerda que solo debes darle el recado al señor Hosey.
El chico se marchó. Gersen esperó un momento, se deslizó fuera de la posada y siguió al muchacho hasta el espaciopuerto desde una prudente distancia.
El guardia del espaciopuerto conocía al chico. Después de intercambiar una o dos palabras le permitió acceder al campo. Gersen se aproximó cuanto pudo y se escondió a la sombra de un alto arbusto. Observó y esperó.
Transcurrieron algunos minutos. El chico salió de la nave… solo. Gersen emitió un gruñido de decepción. Cuando el chico llegó a la carretera, Gersen le abordó. El muchacho dio un respingo y retrocedió, asustado.
—Vuelve aquí —dijo Gersen—. ¿Viste al señor Hosey?
—Sí, señor, le vi.
Gersen encendió la linterna y le enseñó una foto del señor Hoskins.
—¿Es este caballero?
—Sí, señor, el mismo —asintió el chico.
—¿Qué dijo?
—Me preguntó si conocía a Billy Windle —respondió el chico apartando la mirada.
—Billy Windle, ¿eh?
—Sí, señor. Y desde luego que no le conozco. Billy Windle es un roehuesos. Me dijo que si usted era Billy Windle subiera a la nave. Yo le contesté que no, que era un cosmonauta. Y entonces dijo que no trataría con nadie más que con el propio Billy Windle en persona.
—Ya veo. ¿Qué es un roehuesos?
—Así les llamamos aquí. Quizá en su mundo tengan otro nombre. Son seres que absorben la vida de otros y luego se van a vivir a Thamber.
—¿Billy Windle vive en Thamber?
—Es un mundo real, no piense lo contrario. Lo sé, porque los roehuesos viven allí.
—Al igual que los dragones, las hadas, los ogros y los trasgos —sonrió Gersen.
—No me cree —se dolió el chico.
—Vuelve con el señor Hosley. —Gersen sacó más dinero—. Dile que Billy Windle le espera en la carretera y tráemelo aquí.
Los ojos del chico se abrieron de incredulidad.
—¿Es usted Billy Windle?
—No importa quién sea. Ve y dale al señor Hosey mi mensaje.
El chico regresó a la nave. Cinco minutos después bajaba la rampa en compañía del señor Hosey… que era, definitivamente, el señor Hoskins. Juntos cruzaron la pista.
Un disco volante iluminado con luces rojas y azules descendió flotando de la oscuridad y tomó tierra. Se trataba de un suntuoso vehículo volador embellecido con los complementos más sofisticados: faros de colores, planchas doradas y motivos vegetales verdes y dorados dotados de movimiento. Lo pilotaba un hombre delgado, de piernas largas y espalda musculosa, vestido con tanta suntuosidad como su aparato. Llevaba la cara teñida de negro y marrón; sus facciones eran regulares, esbeltas y juveniles. Un apretado turbante de tela blanca y un par de graciosos aros colgados de la oreja derecha completaban su atuendo. Estaba lleno de una nerviosa vitalidad. Al saltar a tierra pareció rebotar.
El chico y el señor Hoskins se habían detenido. El recién llegado cruzó la pista con celeridad. Habló unas palabras con el señor Hoskins, que expresó su sorpresa y apuntó con un gesto interrogativo a la carretera. «Debe de ser Billy Windle», pensó Gersen, apretando los dientes de frustración. Billy Windle inspeccionó con una mirada la carretera y formuló una pregunta al señor Hoskins, que asintió a regañadientes y palpo su cartera pero, con el mismo movimiento, sacó un arma con la que apuntó a Billy Windle de forma nerviosa y truculenta, como para recalcar que no confiaba en nadie. Billy Windle se limitó a reír.
¿Dónde encajaba Kokor Hekkus en el esquema? ¿Era Billy Windle uno de sus agentes? Solo había una manera sencilla y directa de comprobarlo. El guardia de la puerta contemplaba el enfrentamiento con fascinada atención. No oyó acercarse a Gersen, ni sintió nada cuando aquel le dejo inconsciente de un golpe. Gersen se apropió de la gorra y la chaqueta del guardia y se encaminó con displicencia hacia Billy Windle y el señor Hoskins. Estaban enfrascados en un intercambio; cada uno sostenía un sobre. Billy Windle, al advertir que Gersen se aproximaba, le hizo señas de que se alejara, pero Gersen continuó andando con aire obsequioso.
—Vuelva a su puesto, guardia —le espetó Billy Windle—. No interrumpa nuestros asuntos.
Había algo amenazador en el porte de su cabeza.
—Perdóneme, señor —dijo Gersen.
Dio un salto adelante y descargó su proyector sobre el vistoso sombrero de Billy Windle. Mientras Billy Windle se desplomaba, Gersen retorció el brazo del señor Hoskins, que soltó su arma.
El señor Hoskins lanzó un grito de dolor mezclado con asombro. Gersen arrebató el sobre de las manos de Billy Windle y luego trató de hacer lo mismo con el del señor Hoskins. Este empezó a retroceder, pero al ver que Gersen levantaba el proyector se quedó inmóvil.
Gersen le empujó hacia el vehículo aéreo de Billy Windle.
—Rápido, suba a bordo si no quiere que le haga daño.
El señor Hoskins sentía las piernas como si fueran de goma. Trastabilló y trotó ridículamente hacia el vehículo. Mientras subía intentó ocultar el sobre dentro de su camisa. Gersen alargó la mano y se lo quitó. El sobre se rompió. Hubo una breve lucha y Gersen consiguió la mitad del sobre; la otra había ido a parar bajo el coche. Billy Windle se esforzaba por ponerse en pie. Gersen no tenía tiempo que perder. Los mandos del coche aéreo eran convencionales. Tiró con fuerza de la palanca principal. Billy Windle gritó algo que Gersen no pudo oír y, al tiempo que el coche aéreo se elevaba, apuntó su proyector y disparó. El rayo rozó la oreja de Gersen y atravesó en diagonal la cabeza del señor Hoskins. Gersen disparó a su vez, pero a causa de la distancia solo provocó una nube de polvillo.
Sobrevoló Skouse, se desvió hacia el oeste y aterrizó junto a su nave. Condujo el cadáver del señor Hoskins a bordo, abandonó el llamativo coche aéreo y dirigió la 9-B al espacio. Conectó el acelerador y se consideró a salvo: ningún ingenio humano conocido podría interceptarle. Misión cumplida, como un buen obrero, sin esfuerzos excesivos: el señor Hoskins muerto y de camino hacia Alphanor, siguiendo al pie de la letra las instrucciones. Gersen debería estar satisfecho, pero no era así. No había averiguado nada, no había obtenido ningún éxito, excepto cumplir la insignificante tarea que le había llevado al Final de Bissom. Kokor Hekkus estaba involucrado en el caso; con el señor Hoskins muerto, Gersen nunca sabría cómo o por qué.
El cadáver constituía un problema. Gersen lo encerró en el trastero bajo llave.
Sacó el sobre que le había quitado a Billy Windle y lo abrió. En su interior encontró una hoja de papel rosa escrita con tinta púrpura. El encabezamiento decía: «Cómo convertirse en un roehuesos». Gersen alzó las cejas: ¿un chiste? Algo le hacía pensar que no. Leyó las instrucciones sin poder evitar que un escalofrío de horror recorriera su nuca. Eran ominosas:
«Envejecer es el resultado del agotamiento de los licores juveniles: es una conclusión obvia. El roehuesos deseará reaprovisionarse de estos valiosísimos elixires acudiendo a la fuente más evidente: personas jóvenes. El proceso es costoso hasta el momento en que se tiene acceso a un número suficiente de estos individuos, y en este caso el roehuesos procede de la siguiente forma:
»El roehuesos debe procurarse ciertas glándulas y órganos de los cuerpos de niños vivos, preparar extractos y derivar de ellos un nódulo ceroso.»
Gersen apartó la carta y estudió el fragmento que había arrebatado al señor Hoskins. Decía:
«… rizos, o mejor dicho, bandas de densidad. En apariencia se producen al azar, si bien en la práctica son tan casuales como imperceptibles. El espaciamiento crítico está en función de la raíz cuadrada de los once primeros números primos. La aparición de seis o más de tales rizos en cualquiera de las situaciones antes mencionadas dará validez…»
Gersen consideró que la referencia era incomprensible, pero muy intrigante: ¿cuál era la información que poseía el señor Hoskins, lo suficientemente valiosa como para ser intercambiada por el secreto de la eterna juventud?
Examinó de nuevo las horripilantes instrucciones para convertirse en un roehuesos y se preguntó si serían plausibles. Luego destruyó ambos fragmentos de papel.
Desde el espaciopuerto de Avente llamó a Ben Zaum por videófono.
—Estoy de vuelta.
Zaum enarcó las cejas.
—¿Tan pronto?
—No había motivos para retrasar más la partida.
Zaum y Gersen se encontraron media hora después en el vestíbulo contiguo a la sala de espera del espaciopuerto.
—¿Dónde está el señor Hoskins?
Zaum puso un delicado énfasis en la última palabra y dedicó a Gersen una mirada interrogativa.
—Le hará falta un coche fúnebre. Hace bastante tiempo que está muerto… desde antes que yo abandonara Mundo Malo, según las indicaciones que usted me dio.
—¿Él? ¿Cuáles fueron las circunstancias?
—Hoskins y un tipo llamado Billy Windle habían cerrado un trato, pero no consiguieron llegar a un acuerdo. Windle pareció muy disgustado y mató a Hoskins. Me las arreglé para recuperar el cadáver.
—¿Cambiaron algunos papeles de manos? —Zaum observaba a Gersen con suspicacia—. En otras palabras, ¿le sonsacó Windle alguna información a Hoskins?
—No.
—¿Está seguro?
—Absolutamente.
Zaum aún dudaba.
—¿Eso es todo lo que me trae?
—¿No es bastante? Ya tiene al señor Hoskins, que es lo que quería.
Zaum se pellizcó los labios y miró a Gersen de reojo.
—¿Encontró algún documento en el cuerpo?
—No, pero quiero hacerle una pregunta.
—Muy bien. Si puedo, le responderé —suspiró Zaum.
—Usted mencionó a Kokor Hekkus. ¿Qué tiene que ver con todo esto?
Zaum reflexionó unos instantes mientras se rascaba la barbilla.
—Kokor Hekkus es un hombre con muchas identidades. Una de ellas, si nuestras informaciones no son falsas, es la de Billy Windle.
—Me lo temía… Perdí mi oportunidad. Quizá no vuelva a repetirse nunca. ¿Sabe usted lo que es un roehuesos?
—¿Un qué?
—Un roehuesos. Una especie de criatura inmortal que vive en Thamber.
—No sé lo que es un roehuesos, y todo lo que sé acerca de Thamber es «pon rumbo a la vieja Estrella del Perro hasta rebasar su margen extremo, enfrente la muerte brilla con el resplandor de Thamber»… como dice la canción.
—Se olvidó un verso después de «vieja Estrella del Perro»: «un punto al norte de Achemar».
—No importa, jamás pude hallar el País de Oz. —Suspiró lúgubremente—. Sospecho que no me lo ha contado todo, pero…
—Pero ¿qué?
—Sea discreto.
—Oh, sí, lo seré.
—Y asegúrese de no tropezar otra vez con Kokor Hekkus si ha malogrado alguno de sus planes. Nunca agradece un favor ni olvida una afrenta.