Nunca antes había pasado algo igual. El 22 de junio de 2005, una empresa petrolera china controlada por el Estado, CNOOC Limited, anunció una oferta de 18.500 millones de dólares por la Unocal Corporation, una compañía energética estadounidense de 115 años de antigüedad, que poseía importantes reservas de petróleo y de gas natural en Norteamérica y en Asia. Esa oferta no solicitada (la mayor que haya hecho en la historia una empresa china por una compañía extranjera) conmocionó totalmente a la comunidad empresarial internacional. Sobrepasaba en varios miles de millones de dólares cualquier otra oferta de absorción que hubiera hecho China en su historia, representaba el primer intento de este país para hacerse con una importantísima empresa estadounidense productora de energía, y hacía que CNOOC Ltd. entrase en competencia directa con la Chevron Corporation (la mayor compañía petrolera de Estados Unidos), que también había hecho una oferta a Unocal. Aunque ambas partes pregonaban las ventajas económicas de sus respectivas ofertas, al final fue la geopolítica y no el precio superior lo que decidió el resultado. Temiendo la pérdida de unas valiosas reservas de energía que podría arrebatar una empresa respaldada por el Estado chino, los republicanos lograron aprobar por el Congreso un proyecto legislativo para impedir la adquisición de Unocal por parte de los chinos.
En el pasado hubo otras empresas extranjeras a las que se les permitió adquirir importantes propiedades energéticas estadounidenses, especialmente en 1990, cuando una compañía petrolera propiedad del Estado venezolano, Petróleos de Venezuela, S. A., adquirió Cities Service (hoy día CITGO), junto con sus refine-rías y estaciones de servicio. Pero la oferta de CNOOC llegó en un momento en que el país estaba preocupado por el creciente poderío económico de China y por el precio de la gasolina, que iba en aumento. Ambas cuestiones se amalgamaban en el pensamiento popular, porque hacía poco que China había entrado en escena como gran consumidor de petróleo, y ya se la empezaba a vincular con el aumento mundial del precio del carburante.
La batalla por Unocal coincidió también con la aparición del malestar norteamericano muy extendido sobre lo mal repartido que estaba el suministro mundial del petróleo. A lo largo del siglo XX, el suministro de petróleo había mantenido el ritmo, en general, de la demanda internacional, dado que los stocks energéticos mundiales seguían siendo abundantes… y asequibles. De hecho, el petróleo barato había potenciado la hegemonía estadounidense, que pareció alcanzar su apogeo en 1991, con la desaparición del otro superpoder de la época, la Unión Soviética. Sin embargo, apenas diez años después, Estados Unidos empezó a ver que alguien desafiaba su preponderancia, no debido a la aparición de un superpoder que pudiera estar a su altura sino a un fenómeno totalmente nuevo. Aunque aún confiaba plenamente en su superioridad militar, Estados Unidos se enfrentaba a una reducción inminente en el suministro de petróleo, al mismo tiempo que empezaba a depender más de la energía importada, un proceso que lo obligaba a depender de proveedores extranjeros, poco amistosos (o poco fiables), y que lo llevó a competir implacablemente con otras naciones carentes de petróleo, como China. Según numerosos expertos en energía, la industria petrolífera mundial ya no podía aumentar la producción a la par que crecía la demanda; algunos llegaron a predecir un descenso inminente de la producción. «El mundo pronto empezará a quedarse sin petróleo barato y producido convencionalmente», auguraba el profesor David L. Goodstein, físico del California Institute of Technology y autor de Out of Gas.1 Aunque otros analistas discreparon de esta visión pesimista, el punto de vista de Goodstein lo respaldaron suficientes expertos como para añadir urgencia al debate sobre el destino de Unocal.
En 2005 Unocal, el objeto de toda esta controversia, ya no era uno de los jugadores importantes en el mercado petrolífero doméstico estadounidense, dado que hacía tiempo que había vendido su distintiva cadena de estaciones de servicio «Union 76» a ConocoPhillips. No obstante, aún poseía grandes depósitos de petróleo y gas sin explotar en Asia y Norteamérica, lo cual la convertía en un objetivo apetecible para cualquier empresa (o país) que buscase reservas adicionales de hidrocarburos como protección frente a una escasez futura. Dados los relativamente escasos campos sin explotar aptos para sacarles partido, una gran vía de expansión para los gigantes de la energía radica en la adquisición de yacimientos de petróleo y gas propiedad de empresas más pequeñas.2 Unocal, que poseía unos 1.700 millones de barriles de «equivalente de petróleo» en reservas demostrables —unas dos quintas parte de petróleo auténtico y otras tres de gas natural—, estaba en el punto de mira de muchas empresas ansiosas, tanto en Estados Unidos como en el extranjero. El hecho de que sus mayores depósitos estuvieran situados en Asia, el segmento de crecimiento más rápido del mercado de la energía mundial, añadía atractivo a la compañía.3
La oferta de CNOOC Ltd. llegó cuando el futuro de Unocal ya parecía decidido. En abril de 2005, Chevron había entrado en el juego con una oferta de 16.500 millones, superando con ella a todos los anteriores postores, y pocos analistas dudaban de que el acuerdo llegaría a buen puerto. Algunos incluso sugirieron que Chevron estaba pagando más de lo que valía Unocal, de tan desesperados que estaban sus directivos por obtener nuevas fuentes de hidrocarburos en un momento en que la compañía extraía más petróleo y gas de sus reservas existentes del que podían equilibrar con el descubrimiento de nuevos yacimientos.4 En una conferencia pronunciada en febrero de 2005, considerada como un punto de inflexión en la historia de la industria petrolífera estadounidense, el director ejecutivo de Chevron, David O’Reilly, dijo a sus asociados superiores que ya no era posible suponer que las reservas mundiales de hidrocarburos iban a seguir creciendo indefinidamente, y que los antiguos yacimientos de Chevron podrían sustituirse adecuadamente por nuevos depósitos. Vista bajo esta luz, la oferta desmesurada que hizo Chevron por los yacimientos por explotar de Unocal parecía totalmente lógica.5
Como era de esperar, la oferta de Chevron recibió enseguida la aprobación del Gobierno estadounidense. Entonces, cuando sólo faltaban seis semanas para que los accionistas de Unocal votasen la adquisición, CNOOC entró en escena. Es comprensible que buena parte del personal de Chevron’s San Ramón, California, así como en oficinas gubernamentales de Washington, se preocupasen. Un titular del New York Times anunciaba: «Los accionistas, asombrados por la oferta china». El artículo seguía diciendo: «Los funcionarios y muchos legisladores se han quedado anonadados por las consecuencias de la venta». El Times comentaba que, si bien los dirigentes norteamericanos hacía tiempo que hablaban en términos generales sobre los beneficios del aumento del comercio chino-estadounidense, ninguno de ellos había pensado ni remotamente que una compañía china quisiera hacerse con unos recursos energéticos estadounidenses considerados vitales para la economía.6
Por su parte, CNOOC Ltd. enfatizó los aspectos puramente comerciales de la transacción. Esta compañía, una subsidiaria de la China National Offshore Oil Corporation, controlada por el Gobierno (tanto la matriz como las filiales se llaman CNOOC), había intentado durante mucho tiempo forjar vínculos de colaboración con empresas energéticas extranjeras, y se enorgullecía de su forma de administración de estilo occidental.7 Su presidente, Fu Chengyu, subrayaba esta postura en una carta enviada a los ejecutivos de Unocal, señalando que «la propuesta amistosa y meramente económica» de su empresa «es francamente positiva para los accionistas de Unocal».8 Fu también prometía conservar los puestos de todos los trabajadores de Unocal en Estados Unidos, y hacer otras concesiones a los accionistas de la compañía.9
Inmersa de repente en una puja belicosa de alto nivel con una empresa extranjera muy rica, Chevron intentó de inmediato desbaratar la oferta china. En lugar de pujar más alto, como parecían indicar las normas del mercado, Chevron lanzó una contraofen-siva política. Primero solicitó que el Gobierno federal sopesara cuidadosamente las consecuencias geopolíticas de la venta a una empresa propiedad del Gobierno chino, lo cual garantizaba un dilatado proceso de evaluación; después informó a los accionistas de Unocal que semejante análisis —que sólo se iniciaría si Unocal aceptaba la oferta china— se demoraría muchos meses, y podría acabar con la descalificación de CNOOC y la posible devaluación de las reservas de Unocal.
Para presentar un caso sólido en Washington, Chevron reunió a un formidable equipo de miembros de grupos de presión y efectivos de relaciones públicas. Entre ellos se contaban Wayne L. Berman, una figura clave en el Grupo Federalista, una organización y grupo de presión republicana con vínculos estrechos con la administración Bush, y Drew Maloney, máximo miembro de un lobby republicano y ex director legislativo del republicano Tom DeLay, un poderoso legislador tejano que, tras haber gozado de un gran poder, dimitió de su cargo cuando le acusaron de actividades recaudatorias ilegales.10 La empresa también confió en el apoyo de algunos miembros del Congreso, sobre todo el también republicano Richard W. Pombo (diputado por California), que entonces era presidente del House Natural Resources Committee y un receptor favorecido de las donaciones políticas de Chevron.11
A medida que se iba desarrollando el drama de Unocal, pronto fue evidente que iba a ser una batalla empresarial sin precedentes en la historia de Estados Unidos. Aunque la oferta de la CNOOC se contaba entre las más cuantiosas que hubiera ofrecido jamás una empresa extranjera para optar a otra estadounidense, lo que dominó los titulares fueron los aspectos políticos antes que los financieros. En un entorno en el que la oferta de la CNOOC se podía presentar como una expresión peligrosa de la determinación por parte de los chinos de convertirse en un poder económico crucial a expensas de Estados Unidos, fue relativamente sencillo reescribir la lucha entre empresas como una cuestión de seguridad nacional, algo que ponía en peligro la seguridad y la supervivencia nacionales. Se argumentaba que, dado que para la economía estadounidense era esencial garantizar el suministro copioso de energía, cualquier acto que pudiera reducir ese flujo supondría una amenaza automática a los intereses vitales de seguridad nacional.12
Esta dimensión «de seguridad nacional» se planteó por primera vez en la Cámara de Representantes el 28 de junio, seis días después de que CNOOC anunciase su oferta. El congresista republicano Joe Barton, de Texas, presidente del Comité de Energía y Comercio, envió una carta al presidente Bush pidiéndole que bloquease la venta. La carta decía: «Le urgimos a que proteja la seguridad nacional estadounidense asegurándose de que unos recursos energéticos vitales para nuestra nación no se vendan al Gobierno chino».13 Dos días después, un grupo de demócratas se unió a la moción, junto con una considerable mayoría de republicanos. Respaldaron la Resolución 344 de la Cámara, una medida no vinculante que solicitaba al presidente que realizara un análisis exhaustivo de las implicaciones económicas y de seguridad de la oferta china. Destacando que el petróleo y el gas natural eran «recursos estratégicos», y que la demanda mundial de energía se hallaba «en el momento más alto de toda la historia», la resolución afirmaba que era probable que CNOOC canalizase los cruciales recursos energéticos de Unocal hacia el régimen chino, poniendo en peligro «la seguridad nacional de Estados Unidos».14
Quienes se oponían al negocio intentaron luego blandir un arma más potente y vinculante: una enmienda de 1988 poco conocida, la Exon-Florio, que autorizaba al poder ejecutivo a examinar cualquier inversión extranjera en el país que pudiera tener consecuencias potenciales para la seguridad nacional, y a bloquear las que considerase perjudiciales para los intereses del país.15 Con objeto de allanar el camino para la intervención gubernamental, los oponentes republicanos a la fusión organizaron una vista para el 13 de julio ante el House Armed Services Committee. Muchos de los temas que desde entonces han dominado el debate público sobre la política energética estadounidense nacieron en aquella reunión: que los recursos de petróleo y de gas natural son finitos y posiblemente incapaces de cubrir las necesidades crecientes norteamericanas e internacionales; que China se estaba afianzando como el rival más importante de Estados Unidos en la lucha por hacerse con las reservas de petróleo y de gas aún por explotar en el mundo; y que esa lucha podría conducir algún día a un conflicto violento. «En un mundo en el que [los recursos energéticos] son sin duda finitos, y posiblemente decrecientes —testificó el consultor del Pentágono Frank J. Gaffney Jr.—, nos encontramos inevitablemente en un curso de colisión con la China comunista, sobre todo si la demanda mundial de petróleo se acerca al crecimiento proyectado del 60 por ciento en los próximos 20 años.»16
Frente a una retórica tan ardiente, las voces aisladas que clamaban por la adhesión a los principios del libre comercio que la administración Bush había defendido a capa y espada no tuvieron nada que hacer.17 Hacia finales de julio, en el Congreso había pendiente un montón de solicitudes que ponían todo tipo de obstáculos en el camino de la oferta china, y la opinión pública, inflamada por la cobertura mediática sensacionalista, se inclinaba poderosamente contra la transacción.18 «No esperaba que tanta gente se mostrase tan sensible a esto», dijo en una entrevista un preocupado Fu Chengyu. Después de todo, afirmaba, su empresa «seguía un sistema que fue organizado por los principales países occidentales, sobre todo Estados Unidos».19 Fu indicó a sus propios grupos de presión en Washington que duplicasen sus esfuerzos a favor de su compañía…, pero no sirvió de nada.
El 26 de julio de 2005, el congresista Pombo presentó una enmienda a la ley de política energética, exigiendo al Departamento de Energía y a otras agencias gubernamentales que realizasen una evaluación de cuatro meses de las políticas energéticas chinas antes siquiera de comenzar el análisis ordenado por la disposición Exon-Florio. Teniendo en cuenta que los accionistas de Unocal debían votar la oferta de Chevron en tan sólo dos semanas, esto hundía casi sin contemplaciones la puja de CNOOC. Esta empresa, admitiendo que ya no tenía ni la más mínima posibilidad de prevalecer en lo que se había convertido en una lucha política sin piedad, tiró la toalla: el 2 de agosto anunció que retiraba su oferta.20 Ocho días después los accionistas de Unocal votaron por aceptar la oferta de Chevron.
Los analistas norteamericanos y chinos siguen refiriéndose al Caso Unocal como un punto de inflexión crucial en las relaciones entre ambos países, que estableció los límites de la tolerancia de Estados Unidos para las aspiraciones económicas de Pekín; pero fue mucho más que eso. Esta contienda ofreció la primera ventana al miedo mundial de la escasez de recursos y a la nueva geopolítica de la energía que, muy probablemente, lo acompañará. Dentro del sistema internacional de poder que se va constituyendo, podemos esperar que la lucha por la energía supere a todas las demás consideraciones, que los líderes nacionales lleguen a extremos para garantizar el suministro energético de sus países, y que las autoridades estatales a cargo de las cuestiones energéticas tanto locales como internacionales se amplíen. El petróleo dejará de ser principalmente un lujo comercial, que se compra y se vende en el mercado internacional, para convertirse en un recurso estratégico preeminente en el mundo, cuya adquisición, producción y distribución absorberán cada vez más el tiempo, los esfuerzos y la atención de los Gobiernos y los jefes militares.
Este nuevo sistema —pensemos en él como un nuevo orden internacional en el mundo de la energía— ya se estaba formando cuando comenzó la lucha por Unocal. Los jugadores de ese nuevo orden ya habían adoptado sus roles del siglo XXI: Rusia, un país que en su época se vio magullado, maltratado y empobrecido al ser el perdedor de la Guerra Fría, se había revelado como un poderoso agente comercial en el campo de los suministros energéticos de Eurasia; Estados Unidos, que no hace mucho era considerado el superpoder mundial por excelencia, cada vez dependía más de los proveedores extranjeros de petróleo, quienes, según palabras del presidente Bush, «no comparten nuestros intereses»;21 las dos potencias crecientes, China e India, con las economías de crecimiento más rápido del mundo, desafiaban agresivas a las viejas potencias en la búsqueda mundial de reservas energéticas esenciales. Pero la derrota de CNOOC, que se justificó como presunta amenaza a la seguridad nacional, confirmó que había empezado un nuevo capítulo en la historia de la política internacional, y que en éste la búsqueda y el dominio de los recursos energéticos sería la dinámica central de los asuntos mundiales, y en el que los Gobiernos —y no tanto las empresas y los intereses privados— asumirían funciones dominantes.
La perspectiva resulta preocupante. Un mundo de potencias crecientes y recursos menguantes está destinado a crear una competencia intensa entre un grupo cada vez mayor de naciones consumidoras de energía, que lucharán por hacerse con las reservas de hidrocarburos y otros materiales industriales clave que queden en el planeta. Para aumentar su poderío competitivo frente a estas naciones, los países más pobres en recursos energéticos pueden firmar alianzas estratégicas con Estados que sí dispongan de ellos, cimentando a menudo esos acuerdos sobre la base de envíos masivos de armamento, nuevas o renovadas alianzas militares, y despliegue de tropas en zonas inestables productoras de energía. Estos movimientos, que ya son visibles en el paisaje político, son una receta para todo tipo de conflictos, cada uno de los cuales puede algún día quedar fuera de control.
La competición intensificada por la energía está alterando también el modo en que los políticos contemplan nuestro mundo cuyos recursos se agotan. Las regiones que en su época fueron ricas en materias primas pero que ya han agotado su riqueza natural originaria, están perdiendo buena parte de su importancia geopolítica, mientras aquellas otras que disponen de reservas de energía y minerales aún por explotar han adquirido una relevancia mundial repentina. Asia central, que hace tiempo estaba fuera de todos los mapas políticos excepto para los planificadores soviéticos, es ahora el escenario de una búsqueda frenética e internacional de petróleo y gas natural; África, que antes se valoraba por su caucho y su cobre, y que luego fue en gran medida abandonada y olvidada, vuelve a ser el centro de intensa atención de los principales productores de energía.
El cambio climático mundial, muy vinculado al uso exagerado de los recursos energéticos de los hidrocarburos, apenas figuraba en el mapa de los políticos cuando se produjo el caso Unocal. Pero ahora también forma parte de la ecuación. Si bien el público es consciente de los peligros que supone para el mundo el nivel del mar, que va en aumento, la desertificación creciente y las tormentas cada vez más intensas, ya no tiene tanta conciencia de los peligros que supone el cambio climático para la explotación de los recursos energéticos: el aumento de actividad de los huracanes y los tifones pondrá en peligro la extracción de petróleo y de gas en zonas muy expuestas cercanas a la costa; la reducción de la pluviosidad y la pérdida de los ríos alimentados por glaciares reducirá el suministro de agua a las presas hidroeléctricas; la violencia de las tormentas destruirá refinerías y tendidos eléctricos; el aumento de la temperatura disparará la demanda de aire acondicionado. Al final, todo esto desembocará en la creciente presión sobre los líderes mundiales para satisfacer las necesidades energéticas de sus países, sea cual fuere el precio, tanto económico como militar.
Es evidente que Estados Unidos y Chevron fueron los ganadores en el combate de 2005 por Unocal. Sin embargo, los líderes norteamericanos y chinos admitieron plenamente que ésta era una batalla entre muchas otras en el emergente orden mundial del siglo XXI. Como mucho, los políticos de ambos países consideraron el caso Unocal como la primera escaramuza en una guerra larga y potencialmente brutal por los recursos energéticos esenciales. En ambos países comprendieron que algunas de esas luchas las ganarán los estadounidenses y otras los chinos, pero que la competencia será implacable, sobre todo teniendo en cuenta que otros países necesitados de energía, incluyendo India, Japón y las potencias europeas, ya estaban participando en la pugna. La lucha de potencias resultante, en todos los sentidos de la expresión, será sin duda alguna la característica más definitoria de este nuevo siglo.