Mucho antes de que empezase la búsqueda internacional de energía que vivimos actualmente, las potencias europeas rastrearon África para detectar materias primas muy importantes. Desde la era colonial hasta bien después de concluida la Segunda Guerra Mundial, África proporcionó a Europa buena parte de su cobre, hierro, diamantes, caucho, madera, algodón, café, té y otros bienes de consumo básicos. En lo que en otros tiempos se bautizó como «el combate por África», Gran Bretaña, Francia, España, Italia, Alemania, Bélgica y Portugal dividieron el continente en un mosaico de colonias para sistematizar la extracción de estos minerales. Con la llegada de la descolonización en los años sesenta y el auge de los productores de petróleo de Oriente Próximo, ese «combate» se centró en otros lugares, y África perdió parte de su importancia como suministradora de recursos. Pero todo eso está cambiando: llegados al punto en que cada barril de petróleo cuenta y en que las principales potencias consumidoras de energía recelan de la dependencia excesiva de Oriente Próximo, África vuelve a revelarse como una fuente potencial de materias cruciales. En los últimos años, en ese continente ha empezado un «combate» nuevo, cuyos objetivos primarios son los suministros energéticos, y con algunos jugadores nuevos, incluyendo países que antes pertenecían al Tercer Mundo, como China, India, Indonesia y Malaisia.1
Lo que hoy día hace que África resulte tan atractiva es precisamente lo que atrajo en siglos pasados a los depredadores extranjeros: una amplia abundancia de materias primas vitales contenidas en un continente tremendamente dividido y políticamente debilitado, abierto de forma considerable a la explotación internacional. África posee algunos de los mayores depósitos vírgenes del mundo de petróleo y gas natural, junto con grandes reservas de bauxita, cromo, cobalto, cobre, platino, titanio y uranio. En el África subsahariana están algunas de las mayores selvas tropicales que quedan en el planeta, junto con algunas de sus fuentes más prolíficas de oro y de diamantes. El oro, el cobre y las maderas exóticas han estado muy solicitadas, por supuesto, desde tiempos inmemoriales; por otro lado, las materias como el uranio, el titanio y el tantalio sólo recientemente se han convertido en ingredientes cruciales de la vida —y de la muerte— en nuestro mundo.
Debido a su historia atormentada, África carece del tipo de defensas contra la explotación extranjera de sus recursos que otras regiones colonizadas previamente han establecido con el paso del tiempo. La descolonización se produjo hace relativamente poco en la zona —por ejemplo, las colonias portuguesas sólo obtuvieron la independencia en 1975—, y muchas sociedades africanas han quedado tan debilitadas a causa de la colonización, el tráfico de esclavos, la explotación económica y las luchas poscoloniales por el poder que nunca se han podido forjar Estados robustos, plenamente funcionales. Al disponer de pocos profesionales bien formados, estos países no tienen más opción que depender de empresas extranjeras para obtener el respaldo técnico que necesitan si desean que funcionen los proyectos gigantescos de explotación del petróleo y el gas natural que han surgido en los últimos años. Como sucede en todas partes, pero especialmente aquí, los ingresos (o «rentas») derivadas de esos proyectos acaban llenando habitualmente los bolsillos de los funcionarios gubernamentales con buenos contactos, y a menudo sin que exista ningún tipo de efecto trickle-down en esos beneficios [las clases bajas no se benefician en nada de la superabundancia de las clases altas]. No es de extrañar que a las compañías extranjeras les resulte más atractivo hacer negocios en África que en Oriente Próximo, Venezuela o incluso la región del Caspio, donde las empresas estatales como Saudi Aramco, PdVSA y KazMunaiGaz operan bajo una estricta supervisión del Gobierno, limitando las oportunidades para hacer negocios rentables.2
A medida que se ha incrementado la sed internacional de energía, África ha sido el campo de batalla de algunas de las competiciones más intensas imaginables entre las principales compa-ñías internacionales y los países necesitados de energía. No cabe duda de que las empresas más antiguas, bien afianzadas, de Europa, Japón y Estados Unidos son las que más presencia tienen, pero también encontramos nuevos y vigorosos competidores procedentes del mundo en vías de desarrollo y de la antigua Unión Soviética. Todos son participantes en la nueva carrera para hacerse con los depósitos de hidrocarburos africanos. Por ejemplo, cuando se retiraron las sanciones económicas contra Libia, empresas de Australia, Brasil, Canadá, China, Estados Unidos, Gran Bretaña, India, Indonesia, Italia, Japón, Noruega, Rusia y Turquía buscaron enseguida los derechos de explotación de los nuevos bloques prometedores de hidrocarburos (áreas geográficas en las que el propietario tiene el derecho para explotar los campos y extraer de ellos petróleo y gas).3 Hay otros puntos donde se está produciendo la misma competencia para acceder a los yacimientos valiosos, como frente a las costas de Angola, Nigeria y Guinea Ecuatorial.4
No cabe duda de que todo esto ha potenciado la presencia de África en el nuevo orden internacional en el sector energético, a pesar de que el continente no posee reservas de hidrocarburos de la magnitud de las que se encontraron en la región del Golfo Pérsico. Sin embargo, lo que les falta en tamaño lo compensan con creces en vigor: como muchos de los yacimientos de petróleo y de gas africanos se están empezando a explotar ahora, ofrecen la promesa de obtener un mayor rendimiento en el futuro, cuando muchos depósitos situados en otros lugares del mundo ya hayan empezado a reducir su producción. «Es improbable que África o África occidental lleguen a sustituir a Oriente Próximo en la importancia que tiene para el mercado mundial del petróleo y del gas», declaró el subsecretario de Energía John R. Brodman ante un subcomité del Senado en 2004; pero, añadió, «a pesar de ello seguirá siendo una fuente importante de suministros adicionales para Estados Unidos y el mercado mundial».5
La consecuencia de todo esto es que hoy día los principales importadores de petróleo, sobre todo Estados Unidos y China, consideran que África tiene una importancia geopolítica superior a la que tenía antes.6 Actualmente África proporciona en torno al 20 por ciento del petróleo importado por Estados Unidos, y se prevé que ese porcentaje aumente hasta el 25 por ciento en el año 2015, cuando empiecen a explotarse nuevos yacimientos frente a la costa de Angola y de Nigeria. El secretario adjunto de Estado para Asuntos Africanos, Walter Kansteiner, declaró en un momento tan temprano como 2002: «El petróleo africano tiene un interés nacional estratégico para nosotros», y «éste aumentará y se hará más importante a medida que avancemos».7 En concreto, el ejército norteamericano ha dedicado una atención especial a África, a menudo bajo la cubierta de la guerra mundial contra el terrorismo, pero centrándose en la seguridad de las plataformas petrolíferas frente a la costa en el golfo de Guinea y a las rutas marítimas que las conectan con el este de Estados Unidos.8 Por ejemplo, en mayo de 2003 el director del U. S. European Command, el general James Jones, señaló que el grupo de barcos de guerra bajo su mando haría visitas más cortas al Mediterráneo y «pasarían la mitad del tiempo recorriendo la costa occidental de África».9
Hasta 2007, el ejército estadounidense había conseguido mantener el control sobre sus fuerzas dispersas por todo el mundo gracias a cinco Comandos Unificados de Combate, uno por cada una de las principales regiones del mundo exceptuando África (que se dividía entre los Comandos Europeo, Central y Pacífico), con un Comando Norte adicional dedicado a la defensa de la nación estadounidense. Sin embargo, en febrero de ese año el presidente George W. Bush anunció la formación del U. S. Africa Command (AFRICOM), el primer comando norteamericano que se formaba en el extranjero desde que el presidente Carter creó el núcleo del Comando Central en 1980 (responsable de la protección del flujo de petróleo en el Golfo Pérsico).10 Y aunque el petróleo es tan sólo una de las preocupaciones que influyó en la decisión de la administración Bush para crear AFRICOM, no cabe duda que su opinión de que «el petróleo africano tiene un interés nacional estratégico para nosotros» constituyó un factor decisivo.11
De igual manera, China ha aumentado el valor de África en sus cálculos geopolíticos, dado que su dependencia del petróleo y de los minerales africanos ha aumentado. Aunque carece de la capacidad militar de Estados Unidos, Pekín ha empleado otros medios a su disposición para fomentar la presencia china en el continente.12 Durante los últimos años altos cargos gubernamentales han hecho diversos viajes a África, y la mayor parte de los líderes africanos que siguen en el poder viajó alegremente a Pekín en noviembre de 2006 para la «cumbre» destacada del Foro sobre la Cooperación entre África y China.13 Tres meses después, en febrero de 2007, el presidente Hu partió para realizar su visita más dilatada y elaborada al continente, un safari de doce días que le llevó a ocho de las potencias económicas y políticas más importantes de África.14 China también se ha convertido en un importante proveedor de armas a las naciones africanas, y ha aumentado el ritmo de los ejercicios y las actividades militares en la región.15
Como pasaba en los siglos xix y xx, la fuerza motriz tras la competición geopolítica actual es el deseo ardiente de obtener los recursos vírgenes del continente africano. El hecho de que los depredadores actuales incluyan a países como China e India —que en sus tiempos fueron víctimas de la explotación colonial– altera la imagen en ciertos sentidos, pero la dinámica fundamental sigue siendo la misma. Como en los siglos anteriores, las naciones consumidoras de recursos extraerán todo lo que puedan de la riqueza africana (en este caso, petróleo, gas y minerales), a menudo compitiendo unas con otras para acceder a las fuentes más abundantes de suministro. Al hacerlo, proclamarán repetidamente su profundo interés por el desarrollo de África, insistiendo que la explotación de las materias primas contribuirá a la mejora de las condiciones de vida para las masas de ciudadanos de a pie. Sin embargo, si la experiencia pasada puede servir de guía, pocos de los habitantes de países africanos productores de recursos percibirán algún beneficio apreciable a cambio del agotamiento de las riquezas naturales de su continente.16
Mucho antes de que empezase la búsqueda internacional de energía que vivimos actualmente, las potencias europeas rastrearon África para detectar materias primas muy importantes. Desde la era colonial hasta bien después de concluida la Segunda Guerra Mundial, África proporcionó a Europa buena parte de su cobre, hierro, diamantes, caucho, madera, algodón, café, té y otros bienes de consumo básicos. En lo que en otros tiempos se bautizó como «el combate por África», Gran Bretaña, Francia, España, Italia, Alemania, Bélgica y Portugal dividieron el continente en un mosaico de colonias para sistematizar la extracción de estos minerales. Con la llegada de la descolonización en los años sesenta y el auge de los productores de petróleo de Oriente Próximo, ese «combate» se centró en otros lugares, y África perdió parte de su importancia como suministradora de recursos. Pero todo eso está cambiando: llegados al punto en que cada barril de petróleo cuenta y en que las principales potencias consumidoras de energía recelan de la dependencia excesiva de Oriente Próximo, África vuelve a revelarse como una fuente potencial de materias cruciales. En los últimos años, en ese continente ha empezado un «combate» nuevo, cuyos objetivos primarios son los suministros energéticos, y con algunos jugadores nuevos, incluyendo países que antes pertenecían al Tercer Mundo, como China, India, Indonesia y Malaisia.1
Lo que hoy día hace que África resulte tan atractiva es precisamente lo que atrajo en siglos pasados a los depredadores extranjeros: una amplia abundancia de materias primas vitales contenidas en un continente tremendamente dividido y políticamente debilitado, abierto de forma considerable a la explotación internacional. África posee algunos de los mayores depósitos vírgenes del mundo de petróleo y gas natural, junto con grandes reservas de bauxita, cromo, cobalto, cobre, platino, titanio y uranio. En el África subsahariana están algunas de las mayores selvas tropicales que quedan en el planeta, junto con algunas de sus fuentes más prolíficas de oro y de diamantes. El oro, el cobre y las maderas exóticas han estado muy solicitadas, por supuesto, desde tiempos inmemoriales; por otro lado, las materias como el uranio, el titanio y el tantalio sólo recientemente se han convertido en ingredientes cruciales de la vida —y de la muerte— en nuestro mundo.
Debido a su historia atormentada, África carece del tipo de defensas contra la explotación extranjera de sus recursos que otras regiones colonizadas previamente han establecido con el paso del tiempo. La descolonización se produjo hace relativamente poco en la zona —por ejemplo, las colonias portuguesas sólo obtuvieron la independencia en 1975—, y muchas sociedades africanas han quedado tan debilitadas a causa de la colonización, el tráfico de esclavos, la explotación económica y las luchas poscoloniales por el poder que nunca se han podido forjar Estados robustos, plenamente funcionales. Al disponer de pocos profesionales bien formados, estos países no tienen más opción que depender de empresas extranjeras para obtener el respaldo técnico que necesitan si desean que funcionen los proyectos gigantescos de explotación del petróleo y el gas natural que han surgido en los últimos años. Como sucede en todas partes, pero especialmente aquí, los ingresos (o «rentas») derivadas de esos proyectos acaban llenando habitualmente los bolsillos de los funcionarios gubernamentales con buenos contactos, y a menudo sin que exista ningún tipo de efecto trickle-down en esos beneficios [las clases bajas no se benefician en nada de la superabundancia de las clases altas]. No es de extrañar que a las compañías extranjeras les resulte más atractivo hacer negocios en África que en Oriente Próximo, Venezuela o incluso la región del Caspio, donde las empresas estatales como Saudi Aramco, PdVSA y KazMunaiGaz operan bajo una estricta supervisión del Gobierno, limitando las oportunidades para hacer negocios rentables.2
A medida que se ha incrementado la sed internacional de energía, África ha sido el campo de batalla de algunas de las competiciones más intensas imaginables entre las principales compa-ñías internacionales y los países necesitados de energía. No cabe duda de que las empresas más antiguas, bien afianzadas, de Europa, Japón y Estados Unidos son las que más presencia tienen, pero también encontramos nuevos y vigorosos competidores procedentes del mundo en vías de desarrollo y de la antigua Unión Soviética. Todos son participantes en la nueva carrera para hacerse con los depósitos de hidrocarburos africanos. Por ejemplo, cuando se retiraron las sanciones económicas contra Libia, empresas de Australia, Brasil, Canadá, China, Estados Unidos, Gran Bretaña, India, Indonesia, Italia, Japón, Noruega, Rusia y Turquía buscaron enseguida los derechos de explotación de los nuevos bloques prometedores de hidrocarburos (áreas geográficas en las que el propietario tiene el derecho para explotar los campos y extraer de ellos petróleo y gas).3 Hay otros puntos donde se está produciendo la misma competencia para acceder a los yacimientos valiosos, como frente a las costas de Angola, Nigeria y Guinea Ecuatorial.4
No cabe duda de que todo esto ha potenciado la presencia de África en el nuevo orden internacional en el sector energético, a pesar de que el continente no posee reservas de hidrocarburos de la magnitud de las que se encontraron en la región del Golfo Pérsico. Sin embargo, lo que les falta en tamaño lo compensan con creces en vigor: como muchos de los yacimientos de petróleo y de gas africanos se están empezando a explotar ahora, ofrecen la promesa de obtener un mayor rendimiento en el futuro, cuando muchos depósitos situados en otros lugares del mundo ya hayan empezado a reducir su producción. «Es improbable que África o África occidental lleguen a sustituir a Oriente Próximo en la importancia que tiene para el mercado mundial del petróleo y del gas», declaró el subsecretario de Energía John R. Brodman ante un subcomité del Senado en 2004; pero, añadió, «a pesar de ello seguirá siendo una fuente importante de suministros adicionales para Estados Unidos y el mercado mundial».5
La consecuencia de todo esto es que hoy día los principales importadores de petróleo, sobre todo Estados Unidos y China, consideran que África tiene una importancia geopolítica superior a la que tenía antes.6 Actualmente África proporciona en torno al 20 por ciento del petróleo importado por Estados Unidos, y se prevé que ese porcentaje aumente hasta el 25 por ciento en el año 2015, cuando empiecen a explotarse nuevos yacimientos frente a la costa de Angola y de Nigeria. El secretario adjunto de Estado para Asuntos Africanos, Walter Kansteiner, declaró en un momento tan temprano como 2002: «El petróleo africano tiene un interés nacional estratégico para nosotros», y «éste aumentará y se hará más importante a medida que avancemos».7 En concreto, el ejército norteamericano ha dedicado una atención especial a África, a menudo bajo la cubierta de la guerra mundial contra el terrorismo, pero centrándose en la seguridad de las plataformas petrolíferas frente a la costa en el golfo de Guinea y a las rutas marítimas que las conectan con el este de Estados Unidos.8 Por ejemplo, en mayo de 2003 el director del U. S. European Command, el general James Jones, señaló que el grupo de barcos de guerra bajo su mando haría visitas más cortas al Mediterráneo y «pasarían la mitad del tiempo recorriendo la costa occidental de África».9
Hasta 2007, el ejército estadounidense había conseguido mantener el control sobre sus fuerzas dispersas por todo el mundo gracias a cinco Comandos Unificados de Combate, uno por cada una de las principales regiones del mundo exceptuando África (que se dividía entre los Comandos Europeo, Central y Pacífico), con un Comando Norte adicional dedicado a la defensa de la nación estadounidense. Sin embargo, en febrero de ese año el presidente George W. Bush anunció la formación del U. S. Africa Command (AFRICOM), el primer comando norteamericano que se formaba en el extranjero desde que el presidente Carter creó el núcleo del Comando Central en 1980 (responsable de la protección del flujo de petróleo en el Golfo Pérsico).10 Y aunque el petróleo es tan sólo una de las preocupaciones que influyó en la decisión de la administración Bush para crear AFRICOM, no cabe duda que su opinión de que «el petróleo africano tiene un interés nacional estratégico para nosotros» constituyó un factor decisivo.11
De igual manera, China ha aumentado el valor de África en sus cálculos geopolíticos, dado que su dependencia del petróleo y de los minerales africanos ha aumentado. Aunque carece de la capacidad militar de Estados Unidos, Pekín ha empleado otros medios a su disposición para fomentar la presencia china en el continente.12 Durante los últimos años altos cargos gubernamentales han hecho diversos viajes a África, y la mayor parte de los líderes africanos que siguen en el poder viajó alegremente a Pekín en noviembre de 2006 para la «cumbre» destacada del Foro sobre la Cooperación entre África y China.13 Tres meses después, en febrero de 2007, el presidente Hu partió para realizar su visita más dilatada y elaborada al continente, un safari de doce días que le llevó a ocho de las potencias económicas y políticas más importantes de África.14 China también se ha convertido en un importante proveedor de armas a las naciones africanas, y ha aumentado el ritmo de los ejercicios y las actividades militares en la región.15
Como pasaba en los siglos XIX y XX, la fuerza motriz tras la competición geopolítica actual es el deseo ardiente de obtener los recursos vírgenes del continente africano. El hecho de que los depredadores actuales incluyan a países como China e India —que en sus tiempos fueron víctimas de la explotación colonial– altera la imagen en ciertos sentidos, pero la dinámica fundamental sigue siendo la misma. Como en los siglos anteriores, las naciones consumidoras de recursos extraerán todo lo que puedan de la riqueza africana (en este caso, petróleo, gas y minerales), a menudo compitiendo unas con otras para acceder a las fuentes más abundantes de suministro. Al hacerlo, proclamarán repetidamente su profundo interés por el desarrollo de África, insistiendo que la explotación de las materias primas contribuirá a la mejora de las condiciones de vida para las masas de ciudadanos de a pie. Sin embargo, si la experiencia pasada puede servir de guía, pocos de los habitantes de países africanos productores de recursos percibirán algún beneficio apreciable a cambio del agotamiento de las riquezas naturales de su continente.16
De todos los recursos africanos que se demandan actualmente, el petróleo es el más solicitado. Según BP, el continente africano contiene unos 117.000 millones de barriles en reservas petrolíferas demostradas, lo cual representa aproximadamente un 10 por ciento del total mundial. La mayoría de esas reservas se encuentra concentrada en un puñado de países —Angola, Argelia, Libia, Nigeria y Sudán— que, entre todos, poseen unos 105.000 millones de barriles, es decir el 90 por ciento de las reservas demostradas del continente. Hay otros países, como Chad, la República del Congo (Congo-Brazzaville),Egipto, Gabón y Guinea Ecuatorial, que poseen cantidades más reducidas. BP informa también que África posee aproximadamente el 8 por ciento de las reservas mundiales demostradas de gas natural, y los depósitos más grandes se encuentran, de nuevo, en unos cuantos países: Argelia, Egipto, Libia y Nigeria.17 (Véase la Tabla 6.1.)
Aunque en su mayor parte esos depósitos de petróleo y de gas no son tan grandes como los detectados en el área del Golfo Pérsico, poseen una serie de atractivos notables para los consumidores de energía extranjeros. Para empezar, los productores africanos consumen muy poco petróleo y gas, de modo que la mayor parte de lo que producen está disponible para la exportación. En segundo lugar, algunas de las regiones productoras clave de África aún no han sido exploradas a fondo, lo cual quiere decir que, sin duda, aún quedan reservas adicionales por descubrir. En tercer lugar, buena parte del petróleo procedente de África occidental es de la variedad «ligera, suave» (es decir, muy fluido y bajo en sulfuro), que aprecian mucho los refinadores norteamericanos, europeos y chinos. Lo que es más importante, África experimenta un aumento considerable en la producción de su creciente batería de pozos: según el Departamento de Energía estadounidense, la producción combinada africana de 10 millones de barriles diarios en 2005 alcanzará los 18 millones en 2030, un auge productivo prácticamente sin rival.18
La carrera para obtener los derechos de prospección en África se ha concentrado sobre todo en dos regiones productoras de petróleo, cada una de ellas con una historia distintiva: el norte de África, que abarca Argelia, Libia y Sudán; y África Occidental, que abarca Angola, Chad, Congo-Brazzaville, Gabón, Guinea Ecuatorial y Nigeria.
De los productores norteafricanos, Argelia y Libia han estado produciendo petróleo y gas desde los años cincuenta, y siguen albergando reservas sustanciales; Sudán empezó a extraer petróleo en 1999, y se cree que posee reservas mucho menores. Argelia, antigua colonia francesa, nacionalizó sus abundantes reservas de petróleo y de gas en 1972, y las sometió al control de Sonatrach, la compañía energética propiedad del Estado. Sin embargo, recientemente Sonatrach ha recurrido a empresas extranjeras en busca de ayuda para hacer funcionar algunos de sus campos más antiguos, y ha invitado a la participación extranjera en el desarrollo de nuevos depósitos de hidrocarburos.19 Libia, antigua colonia italiana, ha estado gobernada desde 1969 por Moammar al-Gaddafi y sus socios más cercanos. El país estuvo sometido a estrictas sanciones de las Naciones Unidas en 1988, cuando se descubrió que el régimen de Gaddafi era cómplice en el derribo del vuelo 103 de la Pan American, pero las sanciones se suspendieron en 1999 cuando el dirigente accedió a entregar a dos sospechosos libios para que fueran juzgados, y a pagar una compensación a las familias de los que murieron en el accidente. Libia también ha buscado aumentar la participación extranjera en la explotación de nuevos campos de petróleo y gas.20
Sudán se ha visto desgarrado por luchas étnicas y religiosas desde que obtuvo la independencia de Gran Bretaña en 1956. Una amarga guerra civil entre el Gobierno del norte, con sede en Jartum, y el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán (ELPS) en el sur acabó con un alto el fuego en diciembre de 2004; sin embargo, apenas se había anunciado la paz cuando el mundo descubrió una lucha brutal en la provincia occidental de Darfur, en la que se enfrentaban milicias «janjaweed» respaldadas por el Gobierno contra diversos movimientos rebeldes. En ambas disputas se acusó a las fuerzas gubernamentales de usar artillería pesada y ataques aéreos contra civiles desarmados, lo cual provocó una enorme pérdida de vidas y un ejército de miles de refugiados desesperados.21 Aunque se cree que en las provincias conflictivas del sur y el oeste de Sudán (incluyendo Darfur) existen amplias reservas de petróleo, pocas empresas occidentales quieren trabajar allí; China ha aprovechado las ventajas de esta situación para convertirse en el mayor productor del país.22
Los países de la región productora de petróleo de África occidental están repartidos a lo largo de la curva del Golfo de Guinea, desde Nigeria al norte hasta Angola al sur, y entre ellas
Guinea Ecuatorial, Gabón y Congo-Brazzaville; Chad, el otro productor importante de este grupo, está separado del Golfo por Camerún. Originariamente, los yacimientos explotados en esta región se descubrieron en tierra firme, por lo general bastante cerca de la costa; no obstante, en los últimos años los mayores descubrimientos se han localizado en el Golfo de Guinea y en el océano Atlántico. Los campos submarinos han supuesto un interés particular para los inversores extranjeros, en parte porque están físicamente lejos de las conflagraciones civiles tan presentes en tierra, y en parte porque los países anfitriones no suelen disponer de la capacidad técnica para explotarlos, de modo que están predispuestos a ofrecer condiciones atractivas a los socios extranjeros que sí la tengan. Nigeria y Angola, que tienen el litoral más largo, son los países que más se han beneficiado de esta tendencia.23
Nigeria, que es el país africano con mayores reservas de petróleo y gas natural, merece una atención especial. Fue colonia británica hasta 1960, y desde la independencia ha luchado por mantener la unidad a pesar de las poderosas fuerzas centrífugas. La guerra de Biafra, de 1967-1970, una lucha por la independencia del pueblo igbo, dejó en torno a un millón de muertos. Posteriores enfrentamientos étnicos y religiosos han provocado numerosas muertes y sufrimientos. A pesar de los valientes esfuerzos que ha hecho Nigeria para resolver estas presiones intestinas por medios legislativos y judiciales, el ejército ha intervenido repetidas veces en la política nacional, monopolizando el poder desde 1966 a 1970 y otra vez de 1983 a 1999. El dinero procedente del petróleo, que ha supuesto una tremenda riqueza para las élites militares y sus amigos, proporciona escasos beneficios para los pueblos minoritarios que ocupan las regiones petrolíferas del delta del Níger. No es extraño que esto haya generado una amplia hostilidad contra el Gobierno, lo que en los últimos años se ha canalizado en una insurgencia armada dirigida por el Movimiento para la Emancipación del Delta del Níger (MNED).24 A menudo esta organización ha saboteado instalaciones petrolíferas, y regularmente secuestra a empleados expatriados de esta industria; ésta es una táctica que, en junio de 2007, hizo que Royal Dutch Shell y otras compañías extranjeras suspendieran la producción de unos 710.000 barriles de petróleo diarios.25 Bajo el mandato del presidente Olusegun Obasanjo y el sucesor que él eligió a dedo, Umaru Yar’Adua (elegido en un proceso electoral en 2007 considerado fraudulento), el Gobierno federal ha empleado tanto la fuerza como el halago para extinguir la insurgencia (inundando el delta con tropas pero también aumentando ligeramente los beneficios derivados del petróleo destinados a esa zona), pero con un éxito limitado.26
Angola también merece una mirada más cercana. En 2006, siendo ya el sexto suministrador de petróleo a Estados Unidos, superó a Arabia Saudí y se convirtió en el primer proveedor para China. Dado que muchos de los pozos profundos angoleños situados en el mar están empezando su producción, es seguro que su rendimiento irá aumentando con los años, generando miles de millones de dólares en ingresos derivados del petróleo.27 Esto son buenas noticias para las élites gobernantes del Movimiento Popular de la Liberación de Angola (MPLA), que ostenta el poder desde la derrota de su último adversario, Jonas Sambivi, de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), en 2002. De momento, prácticamente nada de esos ingresos ha ayudado a las masas empobrecidas del país, quienes, como media, viven con menos de dos dólares al día. A pesar de las reiteradas promesas de reforma y de la presión considerable de las agencias de crédito internacionales, el liderazgo del MPLA, en su mayor parte, se ha resistido a los intentos de aumentar la transparencia fiscal en lo relativo a la distribución de los ingresos derivados del petróleo, que van a parar sobre todo a los máximos responsable políticos y a sus socios más cercanos.28
A pesar de la violencia constante en Nigeria y de los problemas aparentemente irresolubles en otras regiones de África, el atractivo de los yacimientos vírgenes de petróleo y gas es demasiado tentador como para detener la oleada de compañías energéticas extranjeras. Nigeria, a pesar de todos sus problemas en el delta, está explotando nuevos yacimientos petrolíferos en el mar, a prueba de insurgentes, y construyendo instalaciones de procesamiento de gas en el golfo de Guinea.29 Incluso Sudán, a pesar de la violencia reinante en Darfur, sigue ampliando la producción de los yacimientos del sur.30 Podemos apostar sin temor a equivocarnos que la inversión de las compañías petrolíferas extranjeras en los yacimientos africanos situados bajo el mar seguirá aumentando en los años venideros.31
Dados los vínculos históricos, aunque a menudo sórdidos, entre Europa y África, no es de extrañar que las empresas europeas sigan teniendo un papel destacado en la explotación de las reservas energéticas africanas. Para los europeos, las reservas de África están muy a mano, y eso es atractivo. Ansiosos por reducir su dependencia de la energía rusa —y por tanto el potencial de padecer un chantaje geopolítico—, muchos líderes europeos han inducido a empresas energéticas de sus países a invertir en África; estas compañías suponían hace poco un 60 por ciento de las nuevas inversiones en proyectos de explotación de petróleo y gas natural de África occidental, según David L. Goldwyn, de Goldwyn International Strategies.32 Como era de esperar, las empresas francesas como Total S. A. son especialmente visibles en ex colonias francesas como Gabón, mientras que las compañías británicas como BP se muestran especialmente activas en ex colonias británicas, como Nigeria.
Total, la principal empresa petrolera y de gas francesa, debe su existencia, en parte, a los esfuerzos gubernamentales para estimular la producción de petróleo en las excolonias africanas de Francia, y aún obtiene buena parte de su crudo de esa región.33 Según los folletos de la empresa, actualmente Total produce petróleo en siete Estados africanos: Angola, Argelia, Camerún, Congo-Brazzaville, Gabón, Libia y Nigeria. De éstos, es el principal inversor tanto en Congo-Brazzaville como en Gabón y, en 2005, los dos países en conjunto proporcionaban unos 185.000 barriles de petróleo al día.34 La compañía ha gozado de vínculos especialmente estrechos con el presidente de Congo-Brazzaville, Denis Sassou-Nguesso (a quien ayudaron a llegar al poder durante una guerra civil en 1997), y espera aumentar la producción de la zona en los años venideros.35 También posee intereses mayoritarios o minoritarios en diversos bloques de exploración y producción en las aguas frente a las costas angoleñas y nigerianas.36
Royal Dutch Shell, que hunde sus raíces tanto en Gran Bretaña como en Holanda, es el principal productor extranjero en Nigeria y, en 2005, producía 1.100.000 barriles diarios en ese país (antes de que los disturbios en el delta del Níger la obligaran a cerrar algunas de sus instalaciones en tierra firme). En su calidad de máximo productor de petróleo del país, Shell ha sido el objetivo central de los ataques armados de furiosos residentes del delta que han visto pocos beneficios derivados de las extracciones en su región, pero que han padecido tremendos perjuicios ecológicos. Después de una serie de sabotajes de oleoductos y gasolineras, y del secuestro de algunos miembros del personal de la empresa, en enero de 2006 Shell declaró un estado de «fuerza mayor» en el área, anunciando que no podría cumplir los contratos de provisión futura de petróleo debido a una serie de circunstancias que escapaban a su control. Aunque los oleoductos saboteados se repararon y se reanudó una parte de la producción, la violencia constante —y la amenaza de la que puede producirse— ha frustrado los esfuerzos de Shell y de otras empresas extranjeras para aumentar la producción en el delta.37 Pero Shell también es el principal explotador del campo Bonga, situado en el mar, que es el primer proyecto energético nigeriano en aguas profundas, y una fuente importante de su producción de crudo.
BP, que empezó trabajando en Oriente Próximo, posee ahora importantes intereses en varios países africanos. En Argelia, coopera con la empresa estatal Sonatrach para aumentar la producción en Rhourde El Baguel, el segundo campo petrolífero más grande del país, y trabaja con Sonatrach y Statoil, de Noruega, para explotar las reservas de gas natural en otras áreas.38 Tras una reunión con el caudillo libio Moammar al-Gaddafi y el primer ministro británico Tony Blair en mayo de 2007, BP anunció la colaboración en un proyecto futuro por un importe de 900 millones de dólares entre ellos y la National Oil Company libia para buscar y explotar yacimientos de petróleo y gas en la cuenca del Ghadames, y de las zonas fuera de la costa de la cuenca del Sirte.39 En Angola, BP participa en diversos proyectos petrolíferos importantes mar adentro.40
Aparte de estas empresas francesas y británicas, la compañía europea más destacada que trabaja en África es la italiana Eni (originariamente la Enti Nazionale Idrocarburi, una entidad propiedad del Estado que se privatizó en gran medida entre 1995 y 1998). Eni es una competidora agresiva, que tiene un gran interés en África, Oriente Próximo y Kazajistán. Sus propiedades en África son especialmente cuantiosas, y tiene grandes inversiones en Angola, Argelia, Congo-Brazzaville, Egipto, Libia y Nigeria. Libia, ex colonia italiana, está más que controlada por Italia. En este país explota una serie de grandes campos petrolíferos, incluyendo uno llamado «Elefante», y está desarrollando diversos campos importantes de gas natural junto con la National Oil Company (NOC). Eni y NOC son socios al 50 por ciento en el enorme Proyecto de Gas en Libia occidental, mientras que Eni tiene el 75 por ciento del gasoducto «Greenstream», que va por el fondo del Mediterráneo para transportar gas desde este proyecto a Italia y Francia.41 En África Occidental, Eni es un socio importante en la explotación de algunos campos submarinos frente a la costa de Angola, y un productor de peso en Argelia.42
Hay muchas otras empresas energéticas europeas menos conocidas que han estado trabajando en la región durante varias décadas, y disfrutan de estrechos vínculos con las élites y burócratas locales; también dominan el arte de participar en complejos consorcios internacionales establecidos bajo normas gubernamentales misteriosas, que garantizan que la inmensa mayoría de africanos se vea privada de los beneficios más evidentes. Está claro que los europeos tienen intención de seguir siendo participantes de peso en las industrias extractoras de África durante mucho tiempo. A pesar de todo, durante la última década su posición privilegiada se ha visto criticada, primero por parte de Estados Unidos y sus gigantescas corporaciones energéticas, y luego por China, India y otros países.
Hace mucho tiempo que las compañías petrolíferas norteamericanas buscan oportunidades de invertir en África, pero sólo hace quince o veinte años que han convertido este continente en una prioridad. Hoy día, los gigantes como Exxon Mobil y Chevron consideran África occidental como una de sus fuentes más importantes de crudo en el futuro. Además, hay muchas empresas más reducidas que han acudido en masa a África, buscando oportunidades para hacerse con algunos de los bloques de exploración que se subastan actualmente.
Las compañías norteamericanas se sienten especialmente atraídas por los yacimientos frente a la costa africana. «Los términos y condiciones de inversión [en África occidental] son muy competitivos —anunció en 2003 al Congreso J. Robinson West, de PFC Energy, una asesoría de Washington—. El crecimiento en la producción petrolífera de la zona se ha dado en yacimientos submarinos. Los inversionistas consideran que eso es más seguro, dado que no están situados cerca o en medio de comunidades locales, y como resultado esas empresas tienen confianza en poder evitar los problemas que se encuentran en zonas terrestres, como el área del delta del Níger o Nigeria.»43 Además, tal y como ha sucedido en la cuenca del Caspio, las empresas estadounidenses que buscan nuevos recursos en África han sentido el acicate y el apoyo de sucesivas administraciones estadounidenses.
Aparte del deseo de eludir los disturbios recurrentes del Golfo Pérsico, un tema ahora familiar, y de obtener nuevas fuentes de suministro, los motivos que tiene Washington para aumentar el acceso a la energía africana incluyen uno específico para este continente. Las rutas que siguen los petroleros entre África occidental y la costa este estadounidense no encuentran puntos congestionados como el Bósforo en Turquía o el estrecho de Ormuz en el Golfo Pérsico, y pasan por las aguas del Atlántico dominadas en gran parte por la Marina estadounidense. Por tanto, desde un punto de vista geopolítico, África occidental es una fuente ideal de energía para Estados Unidos, y esta valoración es la que han expresado a menudo los estrategas de ese país.44
El primero en manifestar la importancia que tenía que Estados Unidos «diversificara» sus suministros energéticos aparte del Golfo Pérsico fue el presidente Clinton a finales de los años noventa, haciendo una referencia concreta al Caspio, pero la administración de George W. Bush fue la primera en subrayar la importancia de asegurarse una mayor cantidad de petróleo procedente de África. «Se prevé que África occidental sea una de las fuentes de petróleo y de gas de mayor crecimiento para el mercado estadounidense», afirmó la Administración en su Política Energética Nacional de 2001. Se preveía que Angola y Nigeria fueran las fuentes principales subsaharianas, pero también se mencionaron Chad, Gabón y Congo-Brazzaville. Para fomentar el incremento de la participación de empresas norteamericanas en la explotación de los sectores energéticos de esos países, la NEP solicitaba al presidente que dirigiera a los secretarios de Estado, Energía y Comercio para que «profundizasen el compromiso bilateral y multilateral que permita fomentar un entorno más receptivo para el petróleo estadounidense, el comercio del gas, la inversión y las operaciones» en la región.45
Éste fue un mensaje que los líderes norteamericanos, los civiles y el ejército se tomaron muy a pecho. Como pasaba en la región del Caspio, los máximos responsable políticos han realizado numerosos viajes a África para poner en práctica las directrices de la NEP. Por ejemplo, en junio de 2002 el secretario de Energía Spencer Abraham viajó a Casablanca, Marruecos, para asistir a una reunión de ministros de Energía africanos. «Nos reunimos con [representantes del] Gobierno y de la industria para debatir maneras de mejorar el comercio de energía y así prestar un mejor servicio a Estados Unidos, facilitar el crecimiento económico y el desarrollo africanos», testificó más adelante.46 «Los embajadores estadounidenses por toda África occidental se muestran muy activos abogando por las ventajas del comercio entre ambos países, y mejorando el clima de la inversión con los Gobiernos anfitriones —declaró el subsecretario Brodam ante un subcomité del Senado en 2004—. Tras haber trabajado personalmente en África… admito la importancia de tener allí a personas que puedan sentir de cerca la dirección que sigue el Gobierno, el modo de encauzarlo, de conseguir buenos negocios y mejorar los regímenes de inversión.»47
El objetivo primordial de las empresas diplomáticas estadounidenses ha sido despejar el camino para las compañías de ese país al convencer a los Gobiernos locales de que eliminen los impuestos desfavorables, las prohibiciones contra la propiedad extranjera de recursos naturales y otras barreras para la inversión extranjera. Los políticos estadounidenses también han dedicado considerables esfuerzos a presionar políticamente, sin avisar pero con gran intensidad, para introducir una «reforma» del sector energético en diversos países africanos. Tal y como comentó más adelante un máximo cargo del Departamento de Estado, cuando el presidente de Angola, Jose Eduardo dos Santos, se reunió con el presidente Bush en Washington en mayo de 2004, la Casa Blanca actuó como otras veces al aprovechar la ocasión para reafirmar «nuestro mensaje sobre la importancia de la transparencia y la responsabilidad» en las transacciones energéticas importantes.48
Al mismo tiempo, los dirigentes estadounidenses están muy preocupados por la alta posibilidad de violentos disturbios, sociales y políticos, debidos a la corrupción endémica, la desigualdad económica y la mala distribución de la riqueza derivada del petróleo en la región, lo que, a su vez, conduce a una violencia que podría poner en peligro el suministro de petróleo y de gas natural. Esos temores han inducido a la administración Bush a iniciar o ampliar una serie de programas de ayuda militar y de formación destinados a mejorar «el entorno de seguridad» en las zonas de producción energética en África occidental. «Los conflictos [en África] crean riesgos que tienen un impacto desestabilizador… sobre nuestra seguridad energética —dijo Brodman al Congreso—. Encontrar vías asequibles y eficaces de ayudar a esos países a superar los obstáculos es uno de los nuevos retos a que se enfrentan nuestras aspiraciones de seguridad energética.»49 Algunos de esos esfuerzos tienen una naturaleza preventiva, porque van destinados a reducir la probabilidad de un conflicto, fomentando para ello la responsabilidad, el buen gobierno y el respeto por los derechos humanos; sin embargo, la Administración también ha potenciado la ayuda militar y la formación contra los insurgentes —a menudo bajo la rúbrica de la guerra mundial contra el terrorismo—, con el objetivo de aumentar la capacidad de esos Estados para reprimir las rebeliones y las luchas cuando se produzcan estallidos violentos.50
Para respaldar todas estas iniciativas, el Departamento de Defensa ha aumentado significativamente su presencia en África, por lo general disfrazándola de misiones de entrenamiento y actividades de enlace. Sin embargo, en 2002 estableció su primera misión de combate semipermanente en la zona, la Combined Joint Task Force-Horn of Africa [Fuerza Expedicionaria Conjunta para el Cuerno de África], en Camp Lemonier, Yibuti, bajo los auspicios del Mando Central Estadounidense. Desde entonces, el Departamento ha utilizado diversas instalaciones básicas —lo usual, una pista de aterrizaje y las instalaciones asociadas a ella— para operaciones de entrenamiento, supervisión y de respaldo; la Marina de Estados Unidos, bajo los auspicios del Mando Europeo, ha ampliado su presencia en al Golfo de Guinea. Si el presidente Bush creó AFRICOM en 2007 fue para garantizar una supervisión mejorada y centralizada sobre estos proyectos y otros similares en el futuro.51 Normalmente, los dirigentes del Pentágono rechazan cualquier vínculo entre esos esfuerzos y la creciente dependencia de Estados Unidos del petróleo africano, aunque cuando hablan sin hacer declaraciones oficiales suelen confesarlo. «Una misión clave para las fuerzas estadounidenses [en África] sería garantizar que los campos petrolíferos nigerianos, que en el futuro podrían producir hasta el 25 por ciento de todas las importaciones norteamericanas de petróleo, siguen intactos», dijo un oficial de alto rango del Departamento de Defensa a Greg Jaffe, del Wall Street Journal, en 2003.52
Gozando del firme respaldo del Pentágono e impulsados por sus propios motivos, la obtención de beneficios, las principales compañías energéticas estadounidenses han acudido en masa a África. Exxon Mobil y Chevron se han mostrado especialmente agresivas, haciéndose con activos prometedores por todo el continente. Habitualmente, esas adquisiciones adoptan la forma de acuerdos de producción compartida (PSA) entre el Gobierno y una empresa privada o un consorcio. En Angola, por ejemplo, Exxon es el principal operador en la explotación del Bloque 15, un yacimiento submarino, el proyecto más productivo del país y la fuente del 9 por ciento de todo el crudo que Exxon produce en el mundo.53 Para extraer el petróleo de este enorme depósito, situado en aguas con una profundidad de 800 metros, la empresa utiliza una tecnología pionera: en lugar de bombear el crudo a tierra firme para su procesamiento ulterior, el petróleo es absorbido y almacenado en un barco gigantesco —una unidad «flotante de producción, almacenamiento y descarga», o FPSO [floating production, storage, and offloading]— y luego se pasa directamente a los petroleros que lo aguardan.54 «Cada cuatro días —decía Jeffrey Ball, del Wall Street Journal—, un superpetrolero viaja hasta la zona, como un coche que se acerca a una gasolinera, carga crudo y viaja hasta una refinería situada en algún punto del planeta».55 Hablando en términos legales, esta actividad tiene lugar en territorio angoleño, pero nadie lo diría: excepto por una visita de vez en cuando a las instalaciones en tierra firme, durante un permiso, los trabajadores extranjeros de esas plataformas descomunales no tienen contacto alguno con el país o con sus gentes.56 (Véa-se la Tabla 6.2.)
Exxon también es un productor principal en Nigeria, concentrándose de nuevo en la producción submarina, que es el tipo más seguro de África. En 2006 extrajo en torno a 750.000 barriles de petróleo diarios, ocupando el segundo lugar después del 1.100.000 barriles de Shell. Según se sabe, la empresa planea invertir hasta 11.000 millones en sus propiedades nigerianas hasta 2011, con el objetivo de aumentar su producción neta para alcanzar 1.200.000 barriles diarios. Buena parte del petróleo adicional procederá de la zona submarina Erha, donde una vez más Exxon empleará un sistema FPSO. Exxon también explota dos campos más reducidos en Nigeria, Yoho y Bosi, con una producción combinada de unos 260.000 barriles diarios.57
Exxon Mobil ha buscado oportunidades adicionales en otros países de la zona. En Guinea Ecuatorial es el principal operador del campo Zafiro, el mayor del país,58 como lo es del campo Doba, el depósito más productivo de Chad. Para llevar al mercado el petróleo de Doba, Exxon supervisó la construcción de un oleoducto de casi 1.100 km que va desde el sur de Chad hasta la costa camerunesa, y luego, mediante una extensión submarina, hasta un FPSO en el Golfo de Guinea.59 En la empresa de Chad ha habido muchos puntos que han sido el tema central de controversias internacionales, dada la naturaleza autoritaria del régimen chadiano y los temores ampliamente manifiestos —confirmados por los hechos— sobre el que los ingresos de la operación se canalicen a adquirir armas y fomenten la corrupción gubernamental.60 A pesar de todo, la compañía ha anunciado repetidas veces que pretende aumentar la producción de Chad.61
Chevron, como Exxon, fue una de las primeras empresas extranjeras que trabajó en los yacimientos marinos angoleños, contribuyendo a fundar la Cabinda Gulf Oil Company (CABGOC) en 1955. CABGOC trabaja ahora en el Bloque Cero, en las aguas pertenecientes a la provincia de Cabinda, esa pequeña esquirla de Angola encajada entre Congo-Brazzaville y la República Democrática del Congo. La empresa también controla el Bloque 14, y en 2007 anunció sus planes de invertir 7.000 millones de dólares en nuevas instalaciones de perforación para explotar las amplias reservas de petróleo y de gas natural del bloque, así como en una planta para licuar el gas, convirtiéndolo en LNG para exportarlo.62 En Nigeria, Chevron tiene pertenencias en la región del delta del Níger, y una serie de bloques frente a la costa. En 2006 y 2007 se vio obligada, debido a la actividad de los insurgentes, a detener la producción en sus campos terrestres del delta, pero pretende aumentarla en los yacimientos submarinos.63
Otras empresas más reducidas, las llamadas «independientes» —como Amerada Hess, Anadarko Petroleum, Devon Energy, Marathon Oil y Occidental Petroleum—, se han unido a la carrera africana. Devon Energy y Marathon, porque ejmplo, están representadas en los yacimientos submarinos de Angola. En Guinea Ecuatorial, Amerada Hess es el principal operador del campo Ceiba, y Marathon explota el campo Alba.64
Aunque en los últimos años, y en gran medida, las empresas estadounidenses han centrado su atención en África occidental, también se han hecho un hueco en el norte de África, que se ha vuelto más hospitalario para las inversiones estadounidenses. Por ejemplo, algunas empresas independientes norteamericanas, incluyendo Anadarko Petroleum y Amerada Hess, se han aprovechado de la buena disposición argelina para abrir su sector energético a la participación extranjera desde la elección del presidente Abdelaziz Bouteflika en 1999. De hecho, Anadarko es el operador extranjero más importante de ese país, y explota los campos Hassi Berkine South y Ourhound, al este de Argelia; juntos, los dos yacimientos produjeron unos 450.000 barriles de petróleo diarios en 2006, es decir, en torno al 25 por ciento de la producción total del país. Hess, que ya explotaba una serie de campos más pequeños, añadió a sus propiedades otros nuevos durante una subasta de licencias en diciembre de 2004.65
Libia presenta un panorama más complejo. Algunas compañías norteamericanas, entre las que se cuentan Hess, ConocoPhillips, Occidental y Marathon, explotaron en otro tiempo concesiones importantes en el país. Se vieron obligadas a suspender sus operaciones en 1986, cuando Washington impuso sanciones económicas a Libia como castigo por su respaldo al terrorismo internacional y su presunto tráfico de armas nucleares. Aunque las compañías estadounidenses retiraron a su personal y dejaron de colaborar con la empresa estatal National Oil Company, nunca renunciaron a sus concesiones ni abandonaron la esperanza de poder reclamarlas algún día.66
Lo cierto es que esa esperanza debió parecer bastante débil cuando acusaron a Libia de ser el cerebro tras el ataque de 1988 contra el vuelo 103 de la Pan American, y cuando las Naciones Unidas impusieron sanciones al país. Sin embargo, la suspensión de esas sanciones en 1999 (se levantaron por completo en 2003) indujo una mejora gradual en las relaciones entre Estados Unidos y Libia. El impedimento final para la participación renovada de Estados Unidos en el sector energético libio desapareció en febrero de 2004, cuando Moammar al-Gaddafi anunció que su país suspendería su programa de armas nucleares y respetaría el Tratado de No Proliferación; siete meses después, el presidente Bush levantó las sanciones estadounidenses pendientes contra Libia, abriendo el camino para que las compañías energéticas de su país firmasen nuevos contratos con el Gobierno libio (o reavivase los antiguos acuerdos). La mayoría de empresas presentes en Libia antes de 1986 han regresado, y han reanudado la producción en ese país.67
Después de años de estar aislada de la comunidad internacional, Libia está ansiosa por reconstruir sus vínculos con empresas energéticas extranjeras y adquirir tecnología de producción moderna, lo cual conduciría a un aumento sustancial de su producción de petróleo y de gas. Para alcanzar estos objetivos, el Gobierno está subastando grandes secciones de territorio inexplorado (tanto en tierra firme como en el mar) para que las exploten empresas extranjeras, por lo general trabajando con la National Oil Company.68 En las primeras subastas celebradas en 2005, después de que Washington levantara las sanciones, cuatro empresas estadounidenses —Chevron, Exxon, Hess y Occidental— obtuvieron licencias para explotar uno o más bloques.69 Desde entonces, Exxon ha lanzado una auténtica campaña para ampliar su presencia en Libia; tras una reunión celebrada en 2007 entre el director Rex Tillerson y el coronel Gaddafi, la compañía firmó un acuerdo importante para buscar petróleo y gas natural en una zona del mar Mediterráneo a unos 180 km de la costa libia.70
Cuando las empresas estadounidenses llegaron por primera vez a África, hace unas décadas, sus principales competidores fueron las compañías europeas, que llevaban tiempo atrincheradas allí. Sin embargo, durante los últimos años tanto los estadounidenses como los europeos se han enfrentado a una dura competencia por parte de un rival inesperado: las principales empresas energéticas chinas, respaldadas vigorosamente por todos los recursos que su Gobierno pudo permitirse aportar.
El interés que siente Pekín por la energía africana es básicamente idéntico al de Washington: si Estados Unidos planea depender de productores africanos como Angola, Argelia, Chad, Libia y Nigeria para obtener una parte cada vez mayor de su energía importada, China hace lo mismo; y, por mucho que las gigantescas empresas estadounidenses como Exxon Mobil y Chevron se hayan sentido atraídas por África debido a su relativa apertura a la inversión extranjera, a las compañías chinas les ha sucedido lo mismo. Como sus homólogas estadounidenses, CNOOC, CNPC y Sinopec han pujado por el derecho a desarrollar bloques de exploración en Angola, Chad, Guinea Ecuatorial, Libia y Nigeria; también han adquirido una participación importante en Sudán (donde CNPC es el principal productor). Los chinos han ido reuniendo gradualmente un conjunto considerable de recursos energéticos africanos, y está claro que piensan ampliarlo en el futuro.71
Parece ser que a los chinos los atrae a África el mismo impulso que suscitó su interés por la cuenca del mar Caspio: el deseo de reducir su dependencia de importaciones de petróleo del Golfo Pérsico.72 De hecho, es evidente que para Pekín la búsqueda de recursos energéticos africanos es una prioridad, al percibir quizá que disfruta de una comparativa ventaja en esta región. Los chinos ya mantenían unas relaciones mucho más estrechas que los estadounidenses con cierto número de Gobiernos africanos, debido al manifiesto respaldo chino a sus movimientos de liberación durante la era colonial. Mientras que Europa se encuentra indisolublemente unida a los abusos cometidos durante el colonialismo y Estados Unidos a la política manipuladora de la era de la Guerra Fría, China no tiene que bregar con estos legados, de manera que puede pretender que ofrece «un nuevo comienzo» en las relaciones del Gran Poder con las naciones africanas. Además, los chinos han prometido a los Estados africanos que los ayudarán a imitar su éxito para salir rápidamente de la condición retrógrada del Tercer Mundo y obtener una relativa riqueza económica; ésta es una trayectoria que a muchos líderes africanos les encantaría imitar.73
Durante los primeros años del nuevo siglo, los líderes chinos lanzaron el equivalente diplomático a una ofensiva a gran escala para tener una presencia significativa en las áreas productoras de materias primas africanas.74 Desde 2003, el presidente Hu Jintao ha hecho tres visitas a África, mientras que el primer ministro Wen Jiabao hizo una gira por siete países africanos durante el verano de 2006; de los nueve miembros del Comité Permanente del Politburó chino, seis han hecho visitas dilatadas a África desde 2004.75 Para rematar todos esos esfuerzos, en noviembre de 2006 se celebró en Pekín la Cumbre del Foro sobre la Cooperación entre China y África, que atrajo a la capital china a los principales líderes políticos de 48 Estados africanos, donde disfrutaron de una lujosa celebración en la que Hu y Wen fueron los anfitriones.76
En su forma de acercarse a los líderes africanos y a quienes tienen opiniones influyentes, los dirigentes chinos han enfatizado coherentemente el estatus comprensivo y servicial de China como nación previamente colonizada y ahora «en vías de desarrollo», que, a diferencia de los países europeos y Estados Unidos, pretende facilitar el progreso de África y no sólo explotar sus recursos. «China es el mayor país en vías de desarrollo, y África alberga el mayor número de países en vías de desarrollo —dijo Hu duran-te la Cumbre de Pekín en 2006—. El establecimiento de vínculos sólidos entre China y África no sólo fomentará el desarrollo mutuo, sino que también contribuirá a afirmar la unidad y la cooperación entre los países en vías de desarrollo, y a establecer un orden político y económico internacional nuevo, justo y equitativo.»77 Para endulzar este enfoque, los chinos han dado a sus socios africanos mucha ayuda para el desarrollo, incluyendo préstamos a bajo interés o sin él y perdonando algunas deudas, además de ofrecerles otros tipos de trato preferente.78 A pesar de todo, algunos críticos africanos se quejan de que la intención última de Pekín —igual que la de los europeos o los norteamericanos— no es otra que, simplemente, conseguir todas las materias primas africanas que le sea posible para mantener su crecimiento económico de altos vuelos.79
La iniciativa china en África empezó a mediados de los años noventa, en Sudán, donde la China National Petroleum Corporation adquirió una participación dominante en la Greater Nile Petroleum Operating Company (GNPOC), la principal productora de petróleo de Sudán. Desde entonces, CNPC ha ampliado su presencia, obteniendo un interés sustancial en oleoductos, una refinería en Jartum y otros activos energéticos. Los chinos obtuvieron todas estas propiedades mediante los canales comerciales habituales, cosa que se cuidaron de demostrar, comprando otras empresas o pujando más que ellas; sin embargo, se beneficiaron de la reluctancia de muchas empresas occidentales para hacer negocios con el famoso régimen de Jartum, controlado desde 1989 por el presidente Omar Ahmed al-Basir, un gobernante autócra-ta considerado por muchos el responsable de fomentar las masacres del sur de Sudán y de la provincia sudanesa occidental de Darfur.80
Aunque CNPC había adquirido muchas propiedades en Sudán, su principal punto fuerte siguen siendo las reservas petrolíferas controladas por GNPOC. Irónicamente, esos depósitos —en especial los campos Heglig y Unity, en el sur del país— los explotó por primera vez Chevron en los años sesenta y setenta. En determinado momento los estadounidenses tuvieron grandes esperanzas para esos depósitos, pero optaron por abandonarlos en 1990 cuando los combates entre el régimen de Jartum y el Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán, en el sur, puso en peligro las vidas de los trabajadores de la empresa. En ese momento una empresa canadiense, Arakis Energy, se hizo con la concesión; pero Arakis carecía del capital necesario para explotar los campos, de modo que buscó socios con el dinero suficiente para financiar las mejoras de infraestructura necesarias. Con las pocas compañías occidentales dispuestas a participar en este proyecto, Arakis formó la GNPOC en 1996, y vendió un interés mayoritario, un 40 por ciento, a CNPC; conservó una participación del 25 por ciento, vendió un 30 por ciento a la compañía petrolera de Malaisia, Petronas, y un último 5 por ciento a la compañía nacional sudanesa, Sudapet.81 En 1999 se concluyó la construcción de un oleoducto de 1.500 km hasta Port Sudán, en el mar Rojo, gracias a una participación sustancial del Gobierno chino, y ahora el consorcio produce unos 285.000 barriles diarios, la mayor parte de los cuales acaba en China.82 (Más tarde Arakis vendió su participación en GNPOC a otra empresa canadiense, Talisman Energy, que en 2002 vendió ese 25 por ciento a una compañía estatal india, Oil and Natural Gas Corporation.)
Está claro que los chinos han invertido grandes esfuerzos en camelarse a Sudán y en ampliar su presencia en el país. En la Cumbre de Asia y África celebrada en abril de 2005 en Yakarta, el presidente Hu se reunió en privado con Bashir y, según un comunicado oficial, «reiteró que el Gobierno chino considera importante desarrollar relaciones con Sudán, y espera trabajar con ese país para avanzar sin cesar en las relaciones amistosas y de colaboración entre los dos países».83 Pekín también ha manifestado su respaldo al régimen de Jartum de formas más criticables: resistiéndose a los esfuerzos del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que quería imponer sanciones a Sudán para obligar al Gobierno a dejar de ayudar a las milicias responsables de la matanza de civiles en Darfur, y suministrando armas y ayuda militar al ejército sudanés.84 Según observadores de los derechos humanos, esas armas se han utilizado en una campaña brutal para expulsar a los habitantes del sur leales al ELPS de los campos petrolíferos explotados por GNPOC.85 Como dijo el profesor Eric Reeves, del Smith College, a la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad de Estados Unidos-China: «Desde el principio, la actitud de China en la exploración petrolífera… se ha caracterizado por la profunda complicidad en flagrantes violaciones de los derechos humanos, limpiezas étnicas de las poblaciones indígenas en las regiones petrolíferas, y la ayuda directa a las fuerzas militares de Jartum».86
Aunque los líderes chinos han hecho todo lo posible por proteger sus amplias inversiones en Sudán (hasta el punto de arriesgar la aprobación internacional por su asociación estrecha con Jartum), no es evidente que esos recursos puedan salvaguardarse perpetuamente. Cuando se dio a conocer en todo el mundo la situación desesperada de los refugiados de Darfur, China se encontró sometida a una tremenda presión internacional para cortar sus vínculos con el régimen de Bashir, o al menos para respaldar los esfuerzos destinados a imponer sanciones en Jartum en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; cualquiera de las dos vías hubiera puesto en peligro su acceso al petróleo sudanés. Entre- tanto, un acuerdo de paz firmado en diciembre de 2004 entre el régimen de Jartum y los rebeldes del sur permite la secesión futura de Sudán del sur, que (si sucediera) podría suponer la pérdida para los chinos de algunos de los campos más productivos que explotan actualmente. Al mismo tiempo, los rebeldes en Darfur —que no apoyan el alto el fuego entre Jartum y los sureños— han amenazado con atacar las instalaciones de GNPOC en la región de Darfur, insistiendo en que las empresas chinas cesen su colaboración con el Gobierno sudanés.87 Por tanto, es muy posible que las inversiones que ha hecho China en Sudán no resulten ser tan duraderas o atractivas como parecían antes.
Consciente sin duda de estos riesgos, China ha actuado para ampliar su presencia en otros países africanos productores de petróleo, sobre todo Angola, Nigeria y Libia. Los chinos hicieron su primera incursión destacable en Angola en 2004, cuando Sinopec compró a BP (el principal operador del campo) una participación del 50 por ciento en el Bloque 18, situado en el mar. En un principio BP pretendía vender esta participación a ONGC Videsh, la sucursal en el extranjero de la Oil and Natural Gas Corporation india. Sin embargo, la compañía nacional de Angola, Sonangol, hizo que el premio se lo llevase Sinopec, después de que Pekín concediera al Gobierno angoleño un préstamo para el desarrollo, prácticamente sin intereses, por una cuantía de 2.000 millones de dólares.88 (Éste fue uno de los casos en que los chinos superaron a los indios en estrategia, impulsando las charlas de alto nivel en 2005 y 2006 entre Nueva Delhi y Pekín, destinadas a evitar la competencia despiadada en el futuro.) Desde que adquirió su participación en el Bloque 18, Sinopec también se ha hecho con otra en un bloque en alta mar, y ha debatido con Sonangol algunos proyectos conjuntos de prospección y refinamiento.89
Sinopec también consiguió su primera participación en el sector energético de Nigeria en 2004, cuando obtuvo el derecho de explotar dos bloques en el delta del Níger junto con la Nigerian National Petroleum Corporation.90 Pronto quedó claro que Pekín consideraba esto como una simple primera incursión. Se sabe que el aumento de la colaboración entre los dos países en el campo de la energía fue un tema central para los presidentes Hu y Obasanjo durante unas reuniones de alto nivel celebradas en Pekín en abril de 2005, y luego en la capital nigeriana, Abuja, un año después.91 En la reunión de Abuja, Hu habló a Obasanjo de su deseo de establecer «una sociedad estratégica» entre los dos países, que definió como «una prioridad máxima para los asuntos exteriores chinos».92
La visita que hizo Hu en 2006 coincidió con el anuncio de unas nuevas inversiones chinas; sobre todo, la adquisición por parte de CNOOC de una participación del 45 por ciento en el campo Akpo, situado en el mar, cuyo principal operador era Total, la compañía francesa, por unos 2.400 millones de dólares.93 Anteriormente, esa participación había estado bajo el control de South Atlantic Petroleum of Nigeria, una empresa privada vinculada con el ex ministro de Defensa Theophilus Danjuma y otros nigerianos con información privilegiada, lo cual sugiere que contó con un firme apoyo del Gobierno para la venta.94 (Ésta fue la primera gran adquisición extranjera de CNOOC tras perder la puja por Unocal, y los dirigentes de la compañía la proclamaron como un indicio de la determinación de su empresa para seguir siendo un participante de peso en el mundo.95) A medida que se acababa 2007, se dijo que CNOOC también se interesaba en adquirir parte de la propiedad de algunos de los activos nigerianos de Shell.96
CNOOC, Sinopec y CNPC han pujado ferozmente por encontrar nuevos bloques de exploración en África. En Argelia, Sinopec tiene una propiedad en el campo petrolífero de Zarzaitine, mientras que CNOOC tiene derecho a explotar diversos bloques de exploración prometedores. En Libia, CNPC también ha estado activa, obteniendo la licencia para explotar un gran bloque de exploración en octubre de 2005; en Chad, una subsidiaria de CNPC ha adquirido los derechos de explotación de EnCana Corporation, y otra filial está construyendo una refinería; en Guinea Ecuatorial, CNOOC se prepara para explotar un bloque submarino en el Golfo de Guinea.97
Tal y como demuestran sus relaciones con Sudán, los líderes chinos han intentado regularmente cultivar las relaciones estrechas con los Gobiernos que ostentan el poder, por corruptos o poco respetables que sean, suponiendo que esto concederá a las empresas respaldadas por el Estado una ayuda a la hora de distribuir las licencias compartidas de producción (PSA) y exploración. En Angola, Etiopía, Nigeria, Sudán y Zimbabue, entre otros países, esta estrategia ha demostrado su eficacia, al menos a corto plazo. Pero no ha conseguido que los grupos que no ostentan el poder, las minorías o los movimientos separatistas, que consideran a los gobernantes de turno corruptos, opresores o parásitos, es decir algo digno de ser eliminado, vean con buenos ojos a los chinos. En este sentido, la postura de China en África sólo se mantiene firme mientras el Gobierno que la respalda también lo esté.
Durante la visita que hizo Hu en 2006 a Nigeria, por ejemplo, el grupo rebelde MEND declaró: «Queremos advertir al Gobierno chino y a sus empresas petroleras que se mantengan alejados del delta… El Gobierno chino, al invertir en crudo robado, coloca a sus ciudadanos en nuestra línea de fuego».98 No hay constancia de ningún ataque contra instalaciones chinas en Nigeria, pero el panorama en la turbulenta región de Ogaden, Etiopía —donde Sinopec explota un pequeño campo petrolífero— puede ser un presagio del futuro en otros puntos. El 24 de abril de 2007, fuerzas del movimiento separatista Frente Nacional para la Liberación de Ogaden atacó un campo de petróleo explotado por los chinos, matando a nueve trabajadores y secuestrando a seis más (a los que luego liberó).99 Más recientemente, los rebeldes de Darfur, del Movimiento Justicia e Igualdad, atacaron instalaciones petrolíferas al sur de Kordofan, concretamente los campos explotados por empresas chinas. El líder del grupo rebelde, Abdel Aziz Nur al-Ashr, dijo que los ataques continuarían hasta que China concluyera del todo sus operaciones en Sudán.100 Es probable que este tipo de incidentes se multiplique a medida que las compañías energéticas chinas sean consideradas cómplices de los Gobiernos tachados de opresivos e ilegítimos por parte de grupos que buscan un cambio radical.
China comparte con Europa y Estados Unidos un fuerte interés en las demás materias primas de África, incluyendo el uranio, el cobre, el cobalto y los minerales industriales básicos. Por ejemplo, obtiene un 90 por ciento de su cobalto de la República Democrática del Congo, buena parte de su cromo de Zimbabue, una parte considerable de cobre de Zambia, y casi todo su platino de Sudáfrica. Las compañías mineras chinas, como la China Nuclear International Uranium Corporation (Sino-U) han estado buscando nuevos depósitos de uranio en el norte de Níger, que contiene en torno a una décima parte de las reservas mundiales de uranio.101
Como admisión de la sed insaciable del país por las materias primas de todo tipo, el Gobierno chino ha encabezado a menudo la búsqueda de minerales africanos, igual que lo ha hecho en la búsqueda de petróleo. Muchas de las visitas de Estado, cuidadosamente coreografiadas por el presidente Hu y el primer ministro Wen a los países africanos en los últimos años, se han centrado en los principales productores de minerales, como Sudáfrica, Zambia y Zimbabue, donde a menudo las primeras entradas de la agenda tenían que ver con la concesiones mineras y las enormes compras de minerales. Pero pocos de esos tratos pueden compararse con el anuncio que se hizo en septiembre de 2007 sobre un préstamo chino de 5.000 millones de dólares a la República Democrática del Congo, destinado a la reparación y el desarrollo de infraestructuras, deuda que deberá devolverse en cobre y cobalto. Según los artículos de prensa, el préstamo excedió incluso lo que el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional estaban dispuestos a ofrecer al Congo con ese mismo propósito. Según se dice, los chinos también recibirán el pago en concesiones sobre depósitos de oro y níquel, así como peajes en carreteras y líneas férreas que aún no se han construido.102
Como en su búsqueda acelerada de petróleo, el ansia de China para hacerse con minerales y maderas africanas ha suscitado a veces hostilidad o críticas. En Níger, por ejemplo, Sino-U se ha visto atacada por rebeldes del Movimiento por la Justicia de Níger, quienes afirman que la compañía está prestando ayuda militar al Gobierno central; en julio de 2007, un alto cargo de la empresa fue secuestrado por los rebeldes, aunque luego lo pusieron en libertad.103 En Zimbabue, los chinos han intentado cimentar sus vínculos estrechos con el régimen autocrático de Robert Mugabe al ofrecer a su Gobierno una generosa ayuda para el desarrollo y una amplia gama de armas modernas, lo cual ha suscitado la crítica generalizada de los Gobiernos occidentales.104 En Zambia, las empresas chinas han sido acusadas de emplear técnicas laborales peligrosas en las minas de cobre que explotan, contribuyendo así a una explosión en 2005 en la que perdieron la vida 46 trabajadores zambianos.105 A las empresas chinas también se las ha acusado de contribuir a la destrucción generalizada de algunas de las selvas tropicales que quedan en África, en algunos casos mediante prácticas ilegales para obtener maderas nobles que están desapareciendo rápidamente del mundo.106
Dejando a un lado estas quejas, las adquisiciones de petróleo y de minerales en África siguen siendo relativamente modestas comparadas con las de las potencias europeas y Estados Unidos. Los principales productores de petróleo en África siguen siendo Exxon, Chevron, Shell, BP y Total, no Sinopec, CNPC o CNOOC. Sólo en Sudán puede China afirmar que posee un interés dominante en una empresa petrolífera importante, pero lo cierto es que Sudán ocupa la quinta posición entre los máximos productores de petróleo africanos. A pesar de ello, algunos responsables políticos retratan regularmente los proyectos energéticos chinos en el continente como una amenaza significativa para los intereses estratégicos estadounidenses, que exigen una respuesta contundente.
En una vista pública sobre «La influencia de China en África» convocada por el Subcomité Africano del Comité de Relaciones Internacionales del Congreso en julio de 2005 —en medio del jaleo de Unocal—, el representante de Nueva Jersey, Christopher H. Smith, republicado y presidente del subcomité, dio expresión al ambiente hostil general: «Entre todo ese revuelo sobre el rápido crecimiento económico de China, existe una cara oscura de su expansión económica que se ignora en gran medida… Existe el temor de que los chinos intenten ayudar y respaldar a los dictadores africanos, obteniendo el monopolio de los preciosos recursos naturales del continente y deshaciendo buena parte del progreso que se ha hecho en la democracia y en el gobierno en los países africanos durante los últimos quince años».107
Para respaldar su afirmación de que China buscaba el «monopolio» de los recursos africanos, Smith pidió a la comisaria Carolyn Bartholomew, de la Comisión de Revisión Económica y de Seguridad de China y Estados Unidos (USCC) un equipo elegido por el Congreso, que diera testimonio sobre las prácticas comerciales chinas. Ella afirmó que los chinos estaban amenazando la seguridad energética mundial al comprar campos de petróleo africanos y enviando por barco a China todo el crudo que producían, en vez de venderlo en el mercado internacional. «La estrategia energética china, en general, es motivo de inquietud para la seguridad energética de Estados Unidos, debido al interés que siente el Gobierno chino en controlar la producción de petróleo y de otros recursos naturales en la fuente, en vez de invertir para garantizar que exista un mayor suministro en el mercado mundial».108 (Las cursivas son mías.)
Esta afirmación de que China pretende controlar el petróleo africano «en la fuente» ha adquirido el estatus de verdad evidente. Sin embargo, existen muy pocos datos claros que la respalden. En realidad, un estudio realizado por el Departamento de Energía para evaluar este peligro llegó a la conclusión de que la adquisición por parte de China de recursos de petróleo y gas africanos no implicaba una amenaza para la disponibilidad de la energía a nivel mundial. El informe sostenía que, sea cual fuere la cantidad de petróleo que China obtenga de esta manera, se trata de un crudo que tendría que sacar de otras fuentes basadas en el mercado, de modo que tendría un efecto «neutro» sobre los suministros energéticos mundiales.109
Sin embargo, esta evaluación no ha tranquilizado las inquietudes en Washington. En su informe de 2006 ante el Congreso, la USCC afirmó que «la estrategia de China, consistente en asegurarse la propiedad y el control de los recursos de petróleo y gas natural en el extranjero, podría afectar sustancialmente a la seguridad energética estadounidense, reduciendo la capacidad del mercado mundial del petróleo para mejorar las interrupciones temporales y limitadas del suministro de petróleo en Estados Unidos y en otros países». Señalando el respaldo chino de los regímenes autoritarios en África y en otros lugares, la comisión sostuvo que «las políticas energéticas chinas, tomadas en su conjunto, no son coherentes con la conducta económica o geopolítica [en el sistema internacional] de una parte interesada y en quien se pueda confiar; distorsionan los mercados y desestabilizan las regiones volátiles».110
El Departamento de Defensa también ha fomentado la ansiedad sobre la búsqueda china de la energía africana. «Uno de los intereses primordiales de la política exterior de China ha sido el de asegurarse los suministros adecuados de recursos y materiales», observaba en su informe de 2006 Military Power of the People’s Republic of China. En concreto, afirmaba, los chinos habían buscado «acuerdos de suministro a largo plazo» con Angola, Sudán y Zimbabue, e intentaba lubricar esos negocios con entregas importantes de armas y tecnología militar, lo cual supone una amenaza potencial para la seguridad estadounidense.111
Por supuesto, el informe del Pentágono no mencionaba que Estados Unidos lleva mucho tiempo ofreciendo ayuda militar a muchos Estados clave africanos, y que ahora está ampliando significativamente su participación en el continente con la formación de AFRICOM y la búsqueda de nuevas instalaciones. Como veía-mos antes, esas iniciativas suelen justificarse como actividades antiterroristas, o como medidas preventivas destinadas a mejorar las credenciales gubernamentales de Estados africanos corruptos y no representativos; pero no se presentan como una respuesta a la creciente presencia de los chinos. Sin embargo, cuando se los presiona, las autoridades del Pentágono no niegan, en comentarios no oficiales, que los máximos estrategas estadounidenses están preocupados por la «creciente influencia» china en África.112 Ciertamente, el hecho de que la formación de AFRICOM se anunciara el mismo día en que Hu Jintao llegó a Sudáfrica en febrero de 2007 para empezar su tan cacareada visita a ocho países africanos, no pasó por alto a los comentaristas de la región.113
Dado el premio a la vista, y las evidencias inconfundibles de la creciente tendencia estadounidense de rebatir los progresos chinos en la cuenca del Caspio y en otras zonas de importancia estratégica, resulta difícil imaginar que los máximos responsables políticos no estén igual de comprometidos para repeler los progresos chinos en África. El anuncio en febrero de 2007 de la formación de AFRICOM debe entenderse como una manifestación de esa decisión, de la que también es un ejemplo el aumento de barcos de guerra estadounidenses en aguas africanas, y la intensificación de los planes para situar bases norteamericanas en el continente.114 El Departamento de Defensa ha acelerado el ritmo de envío de armas y apoyo militar en un intento —al que se han sumado los chinos— de conseguir la lealtad de los principales productores de energía. La competición geopolítica del Gran Poder ha incidido en África con una gran intensidad.
¿Y qué sacan los africanos de todo esto? Si exceptuamos los miles de agujeros en el suelo, diversas catástrofes medioambientales a gran escala y un buen número de mansiones bien protegidas y cuentas en bancos suizos para las élites con buenos contactos, no sacan mucho. A pesar de quien afirma que los grandes proyectos de extracción como los oleoductos y las minas de cobre generan trabajos e ingresos para las masas empobrecidas de África, además de riquezas para las naciones, la mayoría de africanos de a pie aún no ha visto —y puede que nunca vea— ningún beneficio tangible de todas esas inversiones extranjeras en hidrocarburos y en la extracción de minerales. Después de todo, los verdaderos «beneficios» sólo benefician a los priviegiados y no acaban de llegar al pueblo, a pesar de que el crudo africano se convierte en productos refinados y sus minerales en bruto se transforman en bienes procesados en otros lugares, la mayoría de los cuales se venden luego a los clientes de países industrializados o que se han desarrollado hace poco.115
Pensemos en Angola, uno de los principales proveedores de petróleo en África occidental. En 2006 exportaba en torno a 1,3 millones de barriles de petróleo diarios, generando miles de millones de dólares en ventas en el extranjero. Los indicios de esta riqueza recién hallada se ven en las comunidades de ricos, convenientemente rodeadas de vallas, que han surgido por Luanda, la capital de Angola; sin embargo, la agricultura es la que sustenta a dos tercios de todos los angoleños, que siguen viviendo en unas circunstancias aberrantes, y que tienen que vivir con menos de dos dólares al día.116 Entretanto, el Fondo Monetario Internacional y otros grupos de vigilancia informan que del erario nacional angoleño desaparecen unos mil millones de dólares anuales, que presumiblemente acaban en los bolsillos (y en las cuentas corrientes extranjeras) de los dirigentes cercanos al presidente Jose Eduardo Dos Santos.117 «Los ingresos generados por el petróleo de Angola, tal y como se emplean actualmente, se consideran en general como una maldición —observaba un informe confidencial escrito para Royal Dutch Shell—. Los angoleños de a pie, que son conscientes de las riquezas que encierra el petróleo de su país, en los últimos años se han dado cuenta de que ese recurso se administra para el enorme beneficio de unos pocos, y que la inmensa mayoría sigue viviendo en una miseria cada vez mayor.»118
La situación apenas difiere en Nigeria y otros países productores de petróleo en África occidental. Nigeria ha exportado petróleo valorado en más de 200.000 millones de dólares durante los últimos quince años, pero el 70 por ciento de su población sigue viviendo con menos de 1 dólar al día. También aquí detectamos una diferencia radical entre los privilegiados, que se han beneficiado enormemente de este flujo de riqueza derivada del crudo, y la inmensa mayoría de nigerianos, que no lo han hecho. A pesar del crecimiento de los campos petrolíferosubmarinos, la mayor parte del petróleo nacional sigue extrayéndose del delta del Níger, un área tremendamente pobre, pantanosa y muy alejada de la capital, Abuja, con sus rascacielos modernos y sus resplandecientes edificios gubernamentales. Durante decenios, las élites de Abuja han monopolizado la riqueza petrolífera de la nación mientras el delta quedaba expuesto a todo tipo de peligros ambientales derivados de la explotación petrolera.119 «El mundo depende del petróleo —observaba Anyakwee Nsirimovu, del Instituto de Derechos Humanos y Leyes Humanitarias en el delta del Níger—, pero para los habitantes del delta del Níger, el petróleo es más una maldición que una bendición».120
Esta misma distribución distorsionada de costes y beneficios es la que tiene lugar por todo el continente, donde la norma para la mayoría sigue siendo una pobreza inacabable. El único caso notable en el que se ha hecho un intento serio para invertir este patrón —con la producción de petróleo en el sur de Chad y la construcción del oleoducto Chad-Camerún— resulta instructivo. En 2000, Exxon Mobil y sus socios en el proyecto petrolífero de Chad —Chevron y Petronas de Malaisia— acudieron al Banco Mundial para garantizar unos fondos adicionales para la construcción de ese oleoducto de 1.078 km destinado a permitir la exportación a los mercados mundiales. Sometido a la presión de organizaciones no gubernamentales en África, el Banco exigió que el Gobierno chadiano acordase canalizar la mayoría de los ingresos excedentes del proyecto hacia el desarrollo socioeconómico. Además, para garantizar el cumplimiento de este plan, unos supervisores independientes controlarían todo el proceso, bajo un régimen de una transparencia completa. Sin embargo, en cuanto el Gobierno firmó el acuerdo, derivó los primeros cuatro millones —una «cuota inicial»— a la adquisición de armamento extranjero.121 Desde entonces, el Gobierno ha frustrado repetidas veces todos los intentos de conseguir una auditoría completa y transparente de sus gastos derivados del petróleo, y ha habido pocas evidencias de cualquier progreso hacia la reducción de la pobreza en el país.122
Si el alivio de la pobreza no es un resultado probable de los proyectos extranjeros de explotación de los recursos, las probabilidades de reducir la violencia interna tampoco son muy halagüeñas. Al aumentar el flujo de la riqueza ilícita a las élites que cosechan los «alquileres» del petróleo, el gas y la producción de minerales, esos proyectos, inevitablemente, inducen resentimientos —y, en muchos casos, la rebelión o el ataque violento— de quienes se sienten injustamente privados de todos los beneficios. Añadiendo más leña a la hoguera potencial, los principales países consumidores de energía han intentado proteger el acceso a los materiales vitales ofreciendo armas y formación militar a las fuerzas armadas de sus principales proveedores, induciendo así a los gobernantes de esos países a recurrir a la fuerza bruta en lugar del compromiso y la inclusión a la hora de tratar con cualquier grupo que intente conseguir un porcentaje mayor de los ingresos derivados del petróleo o de los minerales. La mayoría de las veces esto garantiza una sucesión sin fin de golpes en la cúpula y de revueltas, disturbios étnicos y guerras entre facciones.
Éste es el patrón que se repite en buena parte de África. Puede que algunos trabajadores locales consigan trabajos penosos en los yacimientos petrolíferos y en las minas, pero la mayor parte de los cargos bien remunerados, de ingenieros y directivos, están reservados para los extranjeros o para personas que están bien conectadas con los poderosos. Cuando estallan las guerras y las insurgencias relacionadas con los recursos, como pasa a menudo, quienes sufren son los ciudadanos de a pie. Y cuando al final se agote el petróleo, el cobre o el cobalto, las compañías energéticas y mineras se limitarán a recoger los beneficios y marcharse a otra parte, dejando a sus espaldas un desempleo generalizado, promesas rotas y unos agujeros muy grandes y vacíos.