Nada ejemplifica mejor la alteración de las relaciones de poder en el nuevo orden energético internacional que la aparición de Rusia como un superpoder de la energía, capaz de convertir su extraordinaria abundancia de recursos en una tremenda influencia geopolítica. Aunque no hace tanto tiempo Rusia era el perdedor magullado y desdichado de la Guerra Fría, un país que aparentemente tenía pocas probabilidades de rehacerse, ahora disfruta de una economía en auge y de un papel predominante en los asuntos internacionales, sobre todo como proveedor de petróleo y gas natural a las hambrientas naciones en Europa y Asia. Rusia ya proporciona más de una cuarta parte de todo el gas natural consumido en Europa occidental —un porcentaje que seguirá creciendo—, y está preparada para convertirse en un gran proveedor de petróleo y gas a China, Japón y otras economías en auge de Asia. Usando su influencia cada vez mayor como suministradores de energía, los líderes rusos han exigido tener más presencia en la administración de las relaciones internacionales. «Somos conscientes de que las impresiones del pasado se borran lentamente —observó en mayo de 2006 el ministro de Energía Viktor Khristenko—, pero es hora de que Occidente admita el papel de madurez y el grado de progreso que ha conseguido Rusia».1
¡Menuda inversión de la fortuna en un abrir y cerrar de ojos histórico! No cabe duda de que Rusia fue un productor de energía importante durante la era soviética, pero la fragmentación del país en 1991, con el consiguiente caos económico, y la liquidación generalizada de los recursos estatales, condujeron a un descenso radical de su producción energética. Según el Statistical Review of World Energy de BP, la producción rusa de petróleo cayó desde los 11,1 millones de barriles diarios en 1989 a unos tristes 6,1 millones en 1996; su producción de carbón y de gas natural experimentaron una caída parecida.2 Sólo cuando el precio mundial del petróleo comenzó su imparable subida y se introdujeron las tecnologías modernas de la producción se produjo una inversión significativa del proceso. A finales de 2006, los rusos producían 9,8 millones de barriles diarios de petróleo (de un precio mucho más lucrativo),3 y, según el Departamento de Energía de Estados Unidos, el país va en camino de alcanzar los 10,3 millones de barriles en 2015 y los 11,2 en 2025.4
Este impresionante regreso a la competición casi invirtió por sí solo la decadencia postsoviética en la producción industrial rusa, mientras alimentaba un notable auge en el crecimiento económico general. El producto nacional bruto del país empezó a subir de nuevo en 2000, el año en que fue elegido como presidente Vladimir Putin, y en 2006 creció aproximadamente un 6,7 por ciento, más que cualquier otro miembro del grupo del G-8, el conjunto de las naciones más industrializadas del mundo. En ese mismo periodo, el PIB de Rusia por cápita se cuadruplicó llegando hasta casi 7.000 dólares anuales, mientras unos 20 millones de personas salían de la pobreza.5 A la cabeza de esta oleada de nueva riqueza se encontraban los gigantes energéticos Gazprom, el monopolio estatal del gas natural, y Lukoil, la compañía petrolífera privada más grande de Rusia. «El valor de Gazprom en 2000 era de 9.000 millones de dólares. Hoy día se sitúa entre los 250.000 y los 300.000 millones», se jactaba el presidente de la junta Dmitry A. Medvedev en diciembre de 2006.6
Nada de esto hubiera sido posible sin la impresionante herencia de materias primas de la Federación Rusa. Extendiéndose a lo largo de casi once zonas horarias y con unas dimensiones de 17 millones de km cuadrados —más que cualquier otro país—, el país alberga algunas de las reservas más grandes del mundo de petróleo, gas, carbón, uranio y otros materiales esenciales. «Rusia está excepcionalmente bien provista de recursos energéticos, y el sector de la energía desempeña un papel cada vez más básico en la economía rusa —informó la Agencia Internacional de la Energía en 2004—. Posee las reservas de gas natural más grandes del mundo, las segundas reservas más importantes de carbón, y las séptimas más grandes de petróleo del planeta. Es el máximo productor y exportador del mundo de gas natural, satisfaciendo cerca de una cuarta parte de las necesidades de gas natural de Europa [Occidental]. También es el segundo gran productor y exportador de petróleo a Europa y, cada vez más, a Asia».7 Al disponer de vastas reservas que aún no se han explotado, durante las próximas décadas Rusia podrá seguir impulsando su crecimiento económico por medio de la producción de energía y las exportaciones.8 (Véase la Tabla 4.1.)
Aparte del impresionante crecimiento económico de Rusia, el panorama energético revitalizado tuvo su efecto más espectacular en la influencia geopolítica de Moscú, debida en gran medida a que la Federación Rusa —la única entre las grandes potencias— produce mucha más energía de la que consume. Eso les permite exportar una parte importante de su producción total a sus vecinos que carecen de ella. Por ejemplo, en 2006 Rusia produjo 9,8 millones de barriles de petróleo diarios, y consumió sólo 2,7 millones, dejando 7,1 para la exportación, una cantidad que sólo pudo superar Arabia Saudí.9 De igual manera, sólo consumió 432.000 de los 612.000 millones de metros cúbicos de gas natural producido aquel año, disponiendo de 180.000 millones para la exportación, lo cual convierte a Rusia en el proveedor número uno del mundo de este combustible.10 Además de su riqueza energética nacional, Rusia también produce una cantidad significativamente mayor de carbón que la que consume, de modo que puede exportar el exceso de energía de su sistema de energía eléctrica.
Sin embargo, desde el punto de vista político, ninguna exportación rusa es más importante que su venta de gas natural a Europa occidental y a los antiguos satélites de la URSS de la Europa del Este. Hacia los años setenta, esas regiones estaban vinculadas con los gigantescos yacimientos rusos de gas natural en Siberia occidental mediante la mayor infraestructura mundial de gasoductos. Hoy día, esas canalizaciones (que en su inmensa mayoría son propiedad de Gazprom) proporcionan una parte sustancial del consumo de gas natural europeo: el 96 por ciento del consumo total de Grecia, el 70 por ciento del de Austria, el 47 por ciento del de Polonia, el 43 por ciento en el caso de Alemania, el 30 por ciento en el de Italia, y el 26 por ciento en el de Francia.11 Estos países, que se prevé que utilicen más gas natural en el futuro, no pueden por menos que depender del gas ruso, por muy fuertes que sean sus deseos de diversificar sus fuentes de energía. Ningún productor de gas en África o en Oriente Próximo posee semejante cantidad de gas natural, por no hablar del inmenso sistema de gasoductos (o, en el caso del gas licuado, plantas de LNG), necesarios para satisfacer el creciente mercado europeo.
Estos factores clave confieren a Rusia una importancia singular en el nuevo orden energético internacional. En conjunto, aseguran que Rusia siga siendo un coloso de la energía, aun si tuviera un Gobierno central débil y sus recursos energéticos estuvieran controlados en gran medida por empresas privadas como las que dominan la extracción de petróleo y de gas en Occidente. Ciertamente, parecía que Rusia iba encaminada en esta dirección tras la caída de la URSS, cuando el presidente ruso Boris Yeltsin disponía la privatización sistemática de los recursos energéticos más valiosos del país. Sin embargo, con su sucesor, Putin, este proceso se invirtió por completo, dejando que el Gobierno central volviera a controlar los elementos cruciales de la vasta infraestructura energética rusa, que ahora es muchísimo más provechosa. Como resultado, los altos mandos gubernamentales, decididos a explotar las reservas energéticas del país para devolver a Moscú su papel dominante en los asuntos mundiales, han logrado encauzar el poder de los recursos naturales para obtener una ventaja geopolítica.
En el camino que lleva a Rusia a convertirse en una superpotencia energética, no puede subestimarse el papel esencial que ha tenido Vladimir Putin. En cada momento trascendental intervino directamente (aunque a veces tras bambalinas) para garantizar el triunfo del Estado sobre los poderosos intereses privados; y muy especialmente, sobre los «oligarcas» multimillonarios que obtuvieron el control de los recursos energéticos rusos más codiciados tras la ruptura de la Unión Soviética.12 Putin también perfiló la estrategia general que gobernaba la lucha del Kremlin para centralizar su autoridad energética. Como un general en tiempos de guerra, primero esbozó un plan de ataque general y luego supervisó su puesta en práctica, una escaramuza tras otra, batalla tras batalla.13
Putin comenzó su carrera como agente de campo del KGB, el servicio secreto de inteligencia ruso. Después de trabajar allí durante quince años, buena parte de los cuales pasó en la Alemania oriental, regresó a su lugar de nacimiento, San Petersburgo, y desempeñó diversos cargos en el gobierno municipal. En 1998 el presidente Yeltsin lo eligió como director del Servicio Federal de Seguridad, el sucesor del KGB en la versión de la Federación Rusa; un año después, Yeltsin lo eligió como primer ministro. Cuando Yeltsin dimitió inesperadamente el 31 de diciembre de 1999, Putin se convirtió en presidente en funciones, y ocupó ese cargo hasta que ganó sus primeras elecciones como presidente el 27 de marzo de 2000; cuatro años después, fue reelegido por un número incluso más grande de votantes.
Mientras trabajaba como funcionario en la administración municipal de San Petersburgo a mediados de los noventa, Putin logró acabar un doctorado en el Instituto de Minería de San Petersburgo, un centro educativo histórico que está vinculado a las élites gobernantes en Rusia. (Hemos de tener en cuenta que, por lo general, los geólogos consideran que el petróleo, el carbón y el gas natural son recursos «minerales».) Aquí, por supuesto, Putin desarrolló o refinó su creencia en el papel esencial del Estado en la administración de los recursos naturales del país, y manifestó por primera vez sus opiniones sobre cómo la producción energética podría contribuir a la reaparición de Rusia como Gran Poder. En contraste con el punto de vista que sostenían los economistas rusos y que decía que la privatización y la reducción del control estatal serían un acicate para el crecimiento económico, Putin llegó a la conclusión de que, al menos en el campo de los recursos naturales, la propiedad y la supervisión estatales eran necesarias para impulsar la economía y evitar la explotación imprudente de las materias primas rusas a manos de inversores extranjeros o intereses privados carentes de escrúpulos.14
No se sabe exactamente cuándo llegó a estas conclusiones, pero en 1999 publicó un resumen de su disertación: «Las materias primas en la estrategia para el desarrollo de la economía rusa», en la revista de su alma mater. Este texto, según Martha Brill Olcott, del Carnegie Endowment for International Peace, constituye probablemente el mejor indicador del punto de vista de Putin sobre el tema. «En el artículo —comentaba Olcott—, Putin sostiene que la base de recursos naturales rusos no sólo asegurará el desarrollo económico del país, sino que también servirá como garante de la posición internacional de Rusia.» Destaca también que «él afirma esto rotundamente, con un lenguaje que debería haber sido una advertencia clara para los propietarios y directores de las empresas petrolíferas privadas de Rusia de que el Estado consideraría la industria petrolífera como una prioridad».15
En su resumen, Putin escribía: «El desarrollo estable de la economía rusa en los años venideros necesita fundamentarse en el crecimiento planificado de sus partes componentes, incluyendo, en primer lugar, el potencial de sus recursos minerales… que servirán como aval de la seguridad económica del país… El desarrollo del sector de las materias primas ayuda a crear una firme base industrial que sea capaz de satisfacer las necesidades de la industria y de la agricultura; realiza una contribución importante a los ingresos nacionales, dado que sus recursos siguen siendo el fundamento básico de las divisas… La nueva configuración estructural de la economía nacional sobre el fundamento de las materias primas ya existentes en el país será un factor estratégico del crecimiento económico ruso a corto plazo».16 (Las cursivas son mías.)
Cuando ya se hizo con el poder, sólo tuvo que franquear un pequeño espacio entre su convicción de que el desarrollo de las materias primas del país constituía un «factor estratégico» y la necesidad de que el Estado supervigilara el proceso. Este paso lo facilitaba el propio país, donde el Kremlin (sea en la época zarista o en la soviética) siempre ha llevado la voz cantante en los sectores clave de la economía. En el resumen de su disertación, Putin no descartaba un papel importante de los intereses privados, incluyendo inversionistas extranjeros, los que —observaba— podían proporcionar una valiosa experiencia y capital. Pero era esencial, argüía, que los intereses privados estuviesen subordinados a la mano rectora del Estado, que actúa en nombre de los intereses colectivos del pueblo ruso. «El Estado —argüía— tiene el derecho de regular el proceso de adquisición y la utilización de los recursos naturales, especialmente de los recursos minerales, con independencia de quién sea el titular de la propiedad donde se encuentren.»
Putin afirmaba que este extraordinario poder debía ostentarlo el Estado, «porque actúa en interés de la sociedad general».17 Además, argüía que el papel del Estado no debía limitarse sólo a funciones de supervisión. En una economía en transición, como la de Rusia, debe desempeñar un papel decisivo como propietario de los recursos fundamentales y sus medios de distribución. Tal y como destaca Olcott, el punto de vista expresado por Putin y su conducta política sugieren que no creía «en la santidad de la propiedad concedida en los primeros años posteriores al colapso de la Unión Soviética. Considera[ba] que la cesión del control sobre este sector estratégico a manos privadas había sido un error costoso que había que arreglar».18
Aunque su informe de 1999 no hacía un llamamiento explícito a la devolución de las empresas privadas al Estado, Putin no guardó en secreto sus inclinaciones sobre este tema: «Al principio de las reformas del mercado en Rusia, el Estado abandonó durante un tiempo el conjunto de los recursos naturales. Esto condujo a un estancamiento del potencial que albergan los recursos naturales del país… además de tener otras muchas consecuencias negativas… La estrategia moderna del uso racional de los recursos no puede basarse exclusivamente en las posibilidades del mercado como tal. Esto es especialmente cierto en las condiciones de las [economías] en transición».19
En su condición de presidente, Putin estaba en una posición excepcional para poner en práctica su punto de vista, y no tardó en empezar a hacerlo. Su primer objetivo fue destruir el poder de los oligarcas y restaurar el control estatal sobre los recursos que aquéllos habían adquirido en medio del caos y de la corrupción que había acompañado al hundimiento de la URSS en 1991. Como primer objetivo, eligió a un adversario realmente formidable: Mijail Jodorkovsky, el hombre más rico de Rusia en aquel momento y el director ejecutivo de Yukos, que en aquella época era uno de los principales productores de petróleo de toda Rusia.
Jodorkovsky, como Putin, había surgido de una relativa oscuridad para alcanzar una tremenda importancia en aquellos días que siguieron a la disolución de la URSS. Pero mientras Putin buscaba el poder y la influencia en la esfera política, Jodorkovsky luchó por acumular enormes riquezas dentro del mundo empresarial recién establecido. En 1986, a los 23 años de edad, Jodorkovsky aprovechó las políticas de la glasnost («apertura») del líder del Partido Comunista, Mijail Gorbachov, y de la perestroika («reestructuración» económica) para abrir una cafetería que servía de tapadera para la venta de ordenadores y de alcohol. Tres años después, él y una serie de socios de negocios fundaron uno de los primeros bancos privados rusos, Bank Menatep. Por medio de una serie de transacciones bancarias que muchos hoy día consideran ilegales, Jodorkovsky acumuló suficiente capital como para adquirir Yukos en 1995. En uno de los grandes golpes —o hurtos— del siglo, sólo pagó 350 millones de dólares por una empresa cuya capitalización de mercado se calculaba en 31.000 millones. Una vez que se puso al timón, Jodorkovsky hizo algunas inversiones más en el campo de la energía, y rápidamente transformó la empresa en un conglomerado gigantesco dedicado al petróleo y al gas.20
En otoño de 2003, Putin y Jodorkovsky —en aquel momento los personajes más poderosos de Rusia— se encontraban en un curso de colisión aparentemente ineludible. Se produjeron dos sucesos críticos que hicieron de catalizador: Jodorkovsky anunció su intención de entrar en la política rusa, sobre todo financiando a candidatos parlamentarios opuestos a la política energética de Putin, centrada en el Estado, y Yukos empezó a debatir con empresas estadounidenses, incluyendo Exxon y Chevron, la posibilidad de que adquirieran una participación sustancial en Yukos. Putin hubiera considerado cualquiera de estas dos iniciativas como un reto fundamental a su estrategia energética y a su poder; la combinación de ambas debió suponer una amenaza intolerable.21
El 25 de octubre de 2003, mientras visitaba las instalaciones de Yukos en Siberia, Jodorkovsky fue arrestado por los agentes de seguridad rusos, quienes le acusaron de múltiples cargos de evasión de impuestos y fraude, y le llevaron de vuelta a Moscú en avión. Mientras que Putin ha negado una y otra vez que tuviera algo que ver con este arresto, la mayoría de los observadores cree que la detención de una figura tan importante no pudo haber sucedido sin la connivencia de Putin.22 Jodorkovsky fue retenido sin posibilidad de fianza en una celda moscovita, y al final se le llevó a juicio. El 31 de mayo de 2005 le declararon culpable y le condenaron a pasar nueve años en la cárcel.
Ahora Putin había hecho algo más que simplemente deshacerse de un poderoso obstáculo a su estrategia energética: también había abierto la puerta a la nueva nacionalización de los recursos petrolíferos de Yukos. En agosto de 2004, mientras Jodorkovsky y otros directivos de alto nivel de Yukos aguardaban su juicio en la cárcel, el Tribunal de Arbitraje de Moscú se hizo con el control de Yuganskneftegas —la filial petrolífera más productiva de la empresa— acusándola de no haber pagado 3.400 millones de dólares en impuestos atrasados.23 El 19 de diciembre de 2004, el Gobierno ruso subastó las participaciones de Yuganskneftegas a un pujador desconocido hasta entonces, el Baikal Finans Group (BFG), por el equivalente a 9.350 millones de dólares; un poco más del valor que se le calculaba en aquella época a la compañía. BFG, que dio como dirección la de una tienda de teléfonos móviles en Tver’ [Kalinin], una ciudad mediana al noroeste de Moscú, no proporcionó ninguna información sobre sus avalistas ni sobre la fuente de su dinero.24 Los analistas de negocios aún estaban intentando averiguar quién estaba detrás de la adquisición de BGF cuando los directivos de una empresa estatal, Rosneft, anunciaron el 31 de diciembre que habían asumido la propiedad de la empresa misteriosa, y que ahora eran dueños de la antigua filial de Yukos; lo cual significaba, claro está, que ahora toda la operación estaba en manos de Vladimir Putin y de sus socios.25
Luego Putin fijó la vista en un premio aún mayor: Gazprom, el mayor productor del mundo de gas natural. Por sí sola es propietaria del 16 por ciento de todas las reservas mundiales de gas, más que todas las que poseen juntos todos los países de Norteamérica, Sudamérica y Asia. También controla la mayor red de gasoductos del mundo, que va desde los campos productores de gas en Siberia y Asia central hasta los mercados de la Europa occidental y sur. Esta compañía es la que más dinero genera de toda Rusia, y proporciona en torno a un cuarto de toda la recaudación tributaria. También tiene el monopolio de la exportación del gas ruso, algo que la convierte en el vínculo económico más importante con sus vecinos, sobre todo con las antiguas repúblicas soviéticas situadas en su periferia, que dependen de Gazprom para obtener buena parte de su suministro energético.26
La empresa se creó durante los últimos días de la URSS, cuando Mijail Gorbachov, que entonces era presidente, combinó las amplias operaciones del ministerio del gas en una sola compañía unificada. Este gigantesca entidad, bautizada Gazprom (es decir, industria del gas) se privatizó parcialmente en 1993, aunque el Estado ruso retuvo el 39,4 por ciento de sus acciones y nombró a la mayoría de los miembros de su junta directiva. Durante la era de Yeltsin se lanzaron numerosas acusaciones de corrupción contra los directivos de Gazprom, y la compañía no logró ofrecer aquel tipo de estímulo para el crecimiento económico que Putin había imaginado en su ensayo de 1999. De modo que, cuando llegó al poder en 2000, Putin eligió a dos aliados cercanos, Alexei Miller y Dmitry Medvedev, para que ocupasen los cargos de director y presidente de la junta de Gazprom, respectivamente, y dio algunos otros pasos para mejorar el rendimiento de la empresa. Sin embargo, su objetivo central era recuperar el control estatal absoluto sobre la compañía. En junio de 2005, con una junta dominada ya por personas leales a Putin, Gazprom acordó vender otro 10,7 por ciento de sus acciones al Estado ruso, haciendo así que éste gozara de la mayor parte de la propiedad.27 (En diciembre de 2007, Putin eligió a Medvedev como candidato favorito a la presidencia en las elecciones de marzo de 2008, garantizando prácticamente su elección. Con tales circunstancias, Medveded elegirá a Putin como primer ministro.)
Desde 2005, sin duda alguna, Putin ha asumido la responsabilidad personal por el crecimiento constante de Gazprom. «Putin controla la empresa, toma decisiones clave sobre su estrategia y manifiesta un conocimiento sorprendente —para un político de su rango— de los detalles más pequeños de sus operaciones», observaba en 2006 Vladimir Milov, director del Instituto para la Política Energética, un grupo de asesores moscovita.28 Desde el principio, sus intenciones estaban claras: convertir Gazprom en un generador económico que impulsara a Rusia a las primeras filas de las grandes potencias mundiales. «Bajo el control del señor Putin —comentó Gregory L. White, del Wall Street Journal—, Gazprom ha surgido como el buque insignia del impulso del Kremlin para construir un titán energético capaz de competir con otros como Exxon Mobil Corp., y usar las amplísimas reservas de gas natural de Rusia para reconstruir parte de la ventaja geopolítico que se había desvanecido con el colapso de la Unión Soviética en 1991.»29
Uno de los principales objetivos de Putin consistía en diversificar la participación de Gazprom en el sector petrolífero. En determinado momento, sus máximos responsables anunciaron un plan de fusión con Rosneft, la compañía petrolífera estatal, pero este proyecto se abandonó después de que la empresa adquiriese Yuganskneftegas a principios de 2005 y se convirtiera en una figura de peso específico en el campo de la energía. En lugar de ello, Gazprom se propuso entonces adquirir Sibneft, una compañía petrolífera privada con propiedades importantes en Siberia. En octubre de 2005, el principal propietario de Sibneft, el multimillonario Roman Abramovich, oligarca de los días de gloria de la privatización y que entonces vivía plácidamente en Londres, acordó vender una participación dominante a Gazprom por una cantidad a la que era difícil resistirse: 13.000 millones de dólares. Con esta transacción, la compañía se convirtió en la propietaria de la quinta productora de petróleo más grande, mientras que el Estado ruso —por medio de su propiedad de Sibneft y Rosneft— asumía el control de un tercio de la producción petrolífera total del país.30
Luego resultó que ése no era más que el plan inicial de Putin para Gazprom. Pronto empezó a fijarse en las participaciones de petróleo y gas que adquirieron empresas extranjeras durante el mandato de Yeltsin, cuando la capacidad negociadora de Rusia había sido muy débil. Aunque el Gobierno ruso había firmado contratos de producción a largo plazo con multinacionales gigantes como BP, Royal Dutch Shell y Exxon Mobil, Putin organizó la búsqueda de vías para invalidar los acuerdos firmados durante la era Yeltsin, permitiendo a Gazprom asumir un papel dominante en la explotación de esas valiosas reservas. Su plan de juego salió a la luz por primera vez en 2006, cuando inició una lucha sin restricciones para obligar a los propietarios extranjeros del consorcio Sakhalin-2 a vender una parte mayoritaria de su empresa.
Sajalin es una isla larga y estrecha situada frente a la costa oriental de Rusia, justo al norte de la isla japonesa de Hokkaido. Según el Departamento de Energía estadounidense, el lecho marino de esa zona constituye una de las fuentes energéticas más prometedoras de la región, con unas reservas de petróleo calculadas en 12.000 millones de barriles, y unos yacimientos de gas natural de 90 billones de pies cúbicos [2,5 billones de m3] (la energía equivalente a 16.000 millones de barriles de petróleo).31 Esta zona, un premio inconmensurable se mire como se mire, fue el objetivo de las compañías occidentales más destacadas a principios de los años noventa, cuando Rusia aún estaba conmocionada por la ruptura de la Unión Soviética; a algunas de estas empresas el Gobierno de Yeltsin les proporcionó multimillonarios «acuerdos de producción compartida»(PSA: production-sharing agreements) para desarrollar las riquezas en hidrocarburos de Sajalin. (Los PSA son acuerdos complejos, mediante los cuales un Gobierno retiene la propiedad última de una reserva energética, pero concede un arriendo de la misma a una empresa o empresas privadas durante un periodo de tiempo especificado, a cambio de una participación en los recursos futuros extraídos.) La primera de estas empresas, Sakhalin-1, fue concedida a un consorcio encabezado por Exxon, mientras que la mayor y más compleja, Sakhalin-2, fue entregada a un consorcio dirigido por Royal Dutch Shell y respaldado por el grupo empresarial Mitsui y Mitsubishi. Juntos, los tres miembros del segundo proyecto invirtieron 20.000 millones de dólares en el desarrollo del campo, haciendo que ésta fuera la mayor inversión extranjera que se haya hecho de una sola vez en Rusia.32
Cuando se acabe, se prevé que Sakhalin-2 sea la empresa más grande del mundo que combine la explotación de petróleo y de gas natural, y abarcará muchas plataformas petrolíferas de extracción en el mar, 800 km de oleoductos y gasoductos, una terminal petrolera, y una planta de muchos miles de millones de dólares destinada a convertir el gas en LNG para su transporte marítimo. Hacia finales de esta década, cuando todas estas instalaciones estén acabadas y en funcionamiento, se cree que Sakhalin-2 producirá unos 180.000 barriles de petróleo diarios, y 9,6 toneladas anuales de LNG para clientes en Japón, Corea del Sur y Estados Unidos (a través de una planta de regasificación de LNG que se está construyendo en Baja California, cerca de la frontera entre Estados Unidos y México).33
Durante años, los ecologistas rusos, japoneses y de otros países se han quejado de que la construcción de esas instalaciones, que ya de por sí perjudican el frágil ecosistema de la isla, ponen en peligro la supervivencia de especies en vías de extinción, incluyendo la ballena gris del Pacífico occidental.34 Como era de prever, teniendo en cuenta el lamentable historial ruso de protección del medio ambiente y el desprecio que siente el Gobierno por las ONG, esas quejas tuvieron poco impacto. Pero entonces sucedió algo extraño: el 6 de septiembre de 2006, el Servicio Federal para la Supervisión de Recursos Naturales, conocido por un acrónimo que recuerda un nombre de dinosaurio, Rosprirodnadzor, presentó de improviso una demanda para rescindir el permiso medioambiental para los trabajos en Sakhalin-2, citando numerosas violaciones de las normas ambientales por parte del consorcio dirigido por Shell.35 Dos semanas después, el Ministerio de los Recursos Naturales (MRN), actuando sobre la denuncia de Rosprirodnadzor, anuló el permiso del consorcio, deteniendo las obras del proyecto hasta que cumpliese un conjunto de onerosas modificaciones ambientales que, de repente, le exigieron los legisladores rusos.36 En aquella época, los responsables políticos rusos afirmaban que lo único que los motivaba era el respeto por el medio ambiente, pero la mayoría de observadores detectaron en este movimiento el deseo de Putin de obligar a Shell y a los otros inversores de Sakhalin-2 a hacer un hueco para Gazprom.37
Durante tres meses, el consorcio intentó resistirse a los legisladores rusos. «Los asuntos concretos a los que se refieren Rosprirodnadzor y el MRN son irrelevantes —argumentaban los socios—. Todos los puntos se están abordando diligentemente en cooperación con las autoridades pertinentes, y no constituyen una base legal para la anulación.»38 Pero en cuanto el consorcio alteraba una faceta del proyecto para adecuarla a los intereses de los organismos reguladores, surgía otra infracción diferente. Por ejemplo, el 25 de octubre de 2006 el director del MRN, Yury Trutnev, declaró a la prensa: «Aquí hemos de considerar la posibilidad de detener la construcción de algunos sectores de un oleo-ducto [en el mar]. No creo que sea correcto detener el proyecto general, pero hemos de exigir que todas las operaciones cumplan la legislación medioambiental».39 Seis semanas después, tras una nueva investigación de Rosprirodnadzor, el MRN suspendió doce licencias de uso de agua, impidiendo la continuación de las obras en el sector terrestre del oleoducto.40
Por último, en diciembre, el consorcio tiró la toalla. Llegando a la conclusión de que se verían obligados a gastar miles de millones de dólares para satisfacer a los organismos reguladores rusos sin ni siquiera ver un céntimo de beneficios, Shell y sus socios acordaron vender una participación mayoritaria en la sociedad Sakhalin-2 a Gazprom, a un precio reducido. En una reunión en el Kremlin presidida por el propio Putin, Gazprom anunció que adquiriría el 50 por ciento más una acción de la empresa por un precio de 7.450 millones de dólares, una cantidad considerablemente inferior al precio de mercado calculado de todos los recursos energéticos del lote. Shell, que antes era el socio mayoritario, vio cómo sus participaciones pasaban del 55 al 27,5 por ciento, mientras que las que tenían Mitsui y Mitsubishi caían del 25 y 20 por ciento al 12,5 y 10 por ciento respectivamente.41 ¿Y qué pasó con todos aquellos problemas ambientales descubiertos por los organismos reguladores rusos? Putin aseguró a la prensa que se habían «resuelto».42
A esas alturas, Putin había alcanzado dos objetivos importantísimos: había garantizado el control estatal sobre las nuevas fuentes más prometedoras de petróleo y gas natural en el extremo oriental de Rusia, y había reconfigurado por completo la relación entre el Gobierno ruso y las compañías energéticas extranjeras, convirtiéndolas en socios minoritarios en cualquier empresa importante relacionada con el petróleo o el gas. Además, al obtener el control de Sakhalin-2, había añadido otros 1.000 millones de barriles y 17,3 billones de pies cúbicos [490.000 millones de metros cúbicos] de gas natural a las reservas de Gazprom, que ya antes eran ingentes.43 En cuanto a la relación con la empresas extranjeras, era evidente que ninguna de ella podía ya esperar convertirse en un operador principal de proyecto.44
En línea con esta posición, el Kremlin dio otros pasos para consolidar el control estatal sobre las reservas vitales de energía. Lo más impresionante es que el 9 de octubre de 2006, Gazprom anunció que desarrollaría por su cuenta el gigantesco yacimiento de gas natural frente a la costa de Shtokman, en lugar de formar un consorcio con las principales empresas occidentales, como se había previsto. El campo de Shtokman, situado a unos 550 km de la costa rusa, se considera una de las fuentes energéticas vírgenes más grandes del mundo, que alberga en torno a 3,7 billones de metros cúbicos de gas natural y 31 millones de toneladas métricas de gas condensado, que juntas equivalen a 20.000 millones de barriles de petróleo.45 Originariamente, Gazprom planificaba convertir el gas en LNG para venderlo concretamente a Estados Unidos; no obstante, en su anuncio de octubre, la compañía señaló que explotaría sola el campo de gas, y lo transportaría a Europa mediante gasoductos.46 (Más tarde Gazprom modificó ligeramente esta postura, admitiendo la participación en el proyecto, meramente de apoyo, de algunas empresas extranjeras elegidas por ellos.47)
En junio de 2007, en otra demostración de la autoridad del Kremlin, los políticos rusos forzaron al gigante británico BP a ceder a Gazprom su participación en el yacimiento de gas natural de Kovykta, con un valor de 20.000 millones de dólares, por aproximadamente 600-800 millones. Kovytka, un enorme depósito situado cerca del lago Baikal, en Siberia, contiene unos dos billones de metros cúbicos de gas natural, y 83 millones de toneladas métricas de gas condensado, que se puede convertir fácilmente en combustible líquido. BP y un grupo de inversores privados rusos (reunidos bajo el nombre de TNK), y con una participación conjunta en el yacimiento del 62,7 por ciento, habían revelado su plan ambicioso de transportar ese gas tan abundante a China, pero los responsable rusos les habían impedido construir la infraestructura necesaria; una vez más, los rusos agotaron a sus adversarios mediante dilatados procesos judiciales, primero emitiendo unas exigencias de producción imposibles de alcanzar, y luego acusándolos de haber incumplido el contrato. Al final, TNK-BP aceptó vender antes que arriesgarse a la pérdida de sus recursos siberianos; ahora BP tiene la esperanza de participar en el proyecto como socio de Gazprom, pero la perspectiva de que esto suceda es más bien remota.48
El proyecto de Putin para reafirmar el control del Estado sobre los recursos naturales rusos fue acompañado de una pronunciada modificación en las relaciones entre Moscú y los principales poderes occidentales. Cuando el presidente Yeltsin concedió por primera vez acuerdos de producción compartida (PSA) a Shell, Exxon y otras compañías extranjeras, a principios de los años noventa, se vio forzado a aceptar unos términos más propios de novatos en el petróleo en África que de los grandes productores en este campo, como Kuwait o Arabia Saudí. Cuando Putin estuvo listo para hacerse con Sakhalin-2, comprendió —y el resto del mundo tuvo que reconocerlo— que las poderosas naciones occidentales no podrían hacer gran cosa para detenerle. «Los tiempos han cambiado en Rusia —declaró Oleg V. Mitvol, el dirigente de Rosprirodnadzor que dirigió la campaña para anular el permiso de actividad del consorcio—. Queremos inversiones internacionales, pero no queremos convertirnos en una república bananera.»49
Podemos encontrar una expresión reveladora de este cambio en el equilibrio del poder en las expectativas hechas trizas del «diálogo Estados Unidos-Rusia sobre energía» que inició George W. Bush al principio de su mandato. En el periodo posterior al 11 de septiembre de 2001, Bush buscó la ayuda de Rusia en su guerra contra el terror, y un Putin aparentemente comprensivo le prometió ayudarle cuanto estuviese a su alcance. Al principio, Bush solicitó que los rusos compartieran las informaciones de su Servicio de Inteligencia y concedieran a la aviación estadounidense el derecho a sobrevolar territorio ruso en su camino a Afganistán, algo que la antigua URSS, como es lógico, jamás hubiera concedido. Más adelante sugirió que Rusia podía constituir una fuente alternativa de suministro energético para Estados Unidos, reduciendo así la dependencia estadounidense del Oriente Próximo, siempre turbulento. Para alcanzar este objetivo, Bush propuso una mayor cooperación entre las compañías energéticas estadounidenses y rusas, lo cual conllevaba precisamente ese tipo de inversión colectiva norteamericana en proyectos energéticos rusos que pronto Putin iba a rechazar.50
Aunque muchos en el campo de Bush seguían viendo a Rusia a través de la lente hostil de la Guerra Fría, el presidente hizo un intento temprano de acercamiento a Putin liberándose de ese bagaje. Después de su primer encuentro con el líder ruso en una reunión cara a cara en Eslovenia, hizo una declaración ya famosa: «Miré a aquel hombre a los ojos. Descubrí que era muy sincero y digno de confianza».51 Por tanto, tenía motivos para pensar que Putin estaría abierto a sus prioridades energéticas cuando los dos tuvieron su primera cumbre en Moscú, el 24 de mayo de 2002; entonces, en una primera fase, parecía que el presidente ruso estaba dispuesto a satisfacer las expectativas de Bush. Los dos llegaron a anunciar el establecimiento de un «nuevo diálogo energético» entre sus países. Según una hoja informativa de la Casa Blanca, ese «diálogo» pretendía allanar el camino de Estados Unidos en su deseo de ayudar a Rusia en la explotación de sus vastos recursos naturales. «Agradecemos el hecho de que la Federación Rusa ha confirmado su papel como un proveedor mundial muy importante de recursos energéticos», declararon Bush y Putin al final de su cumbre en Moscú. Los dos líderes acordaron trabajar «para facilitar la cooperación comercial en el sector energético, fomentando la interacción entre nuestras compañías en la exploración, producción, refinamiento, transporte y comercialización de la energía, así como en la puesta en práctica de proyectos colectivos».52
Como primer paso en este proyecto, los dos países patrocinaron una «Cumbre estadounidense-rusa sobre la energía comercial» en Houston, celebrada en octubre de aquel año, con representantes de ambos países de las 70 o más empresas importantes en el sector de la energía. Para dejar clara la importancia que confería a esta empresa, la Casa Blanca envió a personajes tan importantes como el secretario de Comercio Donald Evans y el secretario de Energía Spencer Abraham para que hablasen en la reunión; el Gobierno ruso estaba representado por el ministro de Energía Igor Yusufov.53 Uno tras otro, esos dignatarios proclamaron las ventajas de unir la tecnología pionera estadounidense con la abundancia energética rusa. Aun así, algunos oradores advirtieron sobre los numerosos obstáculos que habría que superar antes de poder alcanzar esos beneficios; en concreto, la construcción de nuevos conductos de transporte y de instalaciones para el almacenaje, que permitieran el transporte del petróleo y el gas rusos a Estados Unidos. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en que abordar esos desafíos valía la pena.54 Tal y como sugirió Yusufov: «En la Federación Rusa contamos con algunos recursos poco explotados que podrían ser fuentes de energía muy fiables para Estados Unidos».55 En la euforia del momento, los participantes de la reunión acordaron celebrar una cumbre comercial en Moscú al año siguiente, y crear un Grupo de Trabajo sobre la Energía Comercial para fomentar la colaboración futura entre las empresas energéticas estadounidenses y rusas.
Este espíritu de colaboración seguía vivo en 2004, a pesar de la preocupación internacional provocada por el arresto de Jodorkovsky y la absorción de los recursos de Yukos por Rosneft, una empresa estatal. Pero pocas de las grandes empresas en colaboración de las que se habló en las diversas cumbres llegaron jamás a ser una realidad. Teniendo esto en mente, Bush intentó volver a convencer a Putin de que volviera al camino de la colaboración (tal y como lo definió el presidente norteamericano) durante una reunión privada en Bratislava, la capital de Eslovaquia, el 24 de febrero de 2005. Los dos líderes salieron de la reunión sonrientes, para enfrentarse a una rueda de prensa. En una declaración conjunta, proclamaron: «La cooperación en el terreno de la energía sigue siendo un área muy prometedora para las relaciones entre Estados Unidos y Rusia».56 Pero a pesar de las palabras rimbombantes, a medida que pasaron los meses quedó patente que Putin no tenía más intención de cumplir unos compromisos que hizo durante un momento de relativa debilidad que la que tenía de devolver Yuganskneftegas a su dueño encarcelado.
En septiembre de 2005, cuando Chuck Hagel (senador republicano por Nebraska) convocó una reunión del subcomité del Senado sobre «Las reservas energéticas en Eurasia y las implicaciones para la seguridad energética estadounidense», personajes de peso en la administración Bush empezaban ya a manifestar abiertamente su alarma por los sucesos de Rusia;57 y a partir de ese momento las cosas fueron de mal en peor. Ninguno de los oleoductos o gasoductos ni ninguno de los otros proyectos presentados por la administración Bush para mejorar el transporte de petróleo y de gas natural rusos a Estados Unidos parecía estar avanzando lo más mínimo. Lo que era peor, Putin parecía empeñado en fortalecer los vínculos comerciales en el campo energético con Europa y Asia. La decisión que tomó Gazprom en octubre de 2006 de extraer en el futuro gas natural del yacimiento de Shtokman para enviarlo directamente a Europa en vez de convertirlo en LNG para su transporte a Estados Unidos fue un golpe especialmente duro.58 A la Casa Blanca le inquietaba también el uso que hacía Moscú del yacimiento de gas natural como instrumento de combate político, sobre todo entre las ex repúblicas soviéticas situadas en su periferia. En los casos de Ucrania y Georgia, que se veían amenazadas por la posibilidad de quedarse sin gas en mitad del invierno, el mensaje político había sido clarísimo: alejaos lo suficiente de la órbita moscovita y padeceréis las consecuencias.
Todo esto era demasiado como para pasarlo por alto. En una conferencia a favor de la democracia, a la que se había dado mucha publicidad y que se celebró en Letonia el 4 de mayo de 2006, el vicepresidente Cheney concluyó sus comentarios sobre Rusia diciendo: «El hecho de que el petróleo y el gas se conviertan en instrumentos de intimidación o de chantaje, ya sea mediante la manipulación de los suministros o los intentos de monopolizar el transporte, no cumple ningún interés legítimo».59 El presidente Bush no hizo unos comentarios tan duros como éstos sobre la conducta de Rusia en el terreno de la energía, pero sí criticó públicamente la erosión de la democracia y la situación de los derechos humanos en Rusia durante la etapa Putin.60 También aprobó una serie de movimientos militares —que cualquier líder ruso hubiera considerado provocadores—, incluyendo la promesa de instalar en el futuro baterías antimisiles en Polonia (destinadas supuestamente a interceptar los misiles procedentes de Irán, pero que Moscú considera que pretenden destruir armamento ruso). Esto enrareció más los vínculos entre los dos países, dando pábulo a previsiones de una nueva «Guerra Fría».61
Vladimir Putin también manifestó una actitud cada vez más autoritaria mientras manipulaba hábilmente la feroz competición entre China y Japón por el acceso a las reservas vírgenes de petróleo y gas natural rusos en la Siberia oriental. A ambos países les gustaría reducir su dependencia energética del siempre turbulento Oriente Próximo. Rusia, que comparte una larga frontera con China y sólo se encuentra separada de Japón por el mar del Japón, relativamente estrecho, es una fuente evidente para semejante diversificación. Además, sus vastas reservas en la Siberia oriental están muy lejos de los mercados existentes en Europa, pero comparativamente cerca de los asiáticos.
Sin embargo, se han dado dos factores que otorgan a esta competencia por el petróleo siberiano su ferocidad particular (y a Putin su influencia): no queda claro si Siberia oriental posee suficientes reservas para saciar la sed futura de China y de Japón, y actualmente no existe ningún oleoducto que lleve el petróleo a ninguno de los dos países. Como resultado de esta situación, el punto donde acabe el siguiente oleoducto será muy determinante, y Putin sigue siendo en última instancia el árbitro de este juego de apuestas altas.
Todo apunta a que los líderes chinos habían supuesto que el petróleo y el gas se enviarían a China, dadas las relaciones cada vez más estrechas entre los dos países y también la relativa proximidad de los campos a la frontera china. Después de todo, en una fecha tan temprana como el 16 de julio de 2001, China y Rusia habían firmado un «tratado de amistad y cooperación», prometiendo colaborar estrechamente en asuntos económicos y de seguridad; ésta fue una promesa que muchos en Pekín pensaron que conduciría a la cooperación en asuntos energéticos. Con lo que no contaban era con la audacia y la persistencia del que entonces era el primer ministro japonés, Junichiro Koizumi.
A principios de 2003, Koizumi organizó una intensa campaña para convencer a Moscú de que construyera su futuro oleoducto siberiano teniendo en mente a Japón, no a China. Durante una visita de Estado a Moscú ese enero, consiguió arrancar a Putin la promesa de construir un oleoducto entre Siberia oriental y Nahodka, en la costa rusa del Pacífico, directamente frente a Japón. A cambio le ofreció la promesa de una financiación japonesa sustanciosa en el futuro. «Ambas partes admiten que la puesta en práctica de un proyecto en el extremo oriental de Rusia y la región siberiana, destinado al desarrollo de los recursos energéticos, y de construir un oleoducto para transportarlos beneficiaría a ambos países», declararon Koizumi y Putin.62 Es fácil comprender por qué: Tokio se haría con una nueva y prometedora fuente de energía, mientras que Moscú obtendría un cliente acaudalado y potencialmente acomodaticio, con el dinero necesario para ayudarles a financiar onerosos proyectos de infraestructura en una región subdesarrollada en su mayor parte.
No cabe duda de que la inesperada iniciativa japonesa conmocionó a los líderes chinos, que iniciaron una feroz campaña de presión política. Está claro que éste fue un tema preeminente durante la visita que el ministro Wen hizo a Moscú en septiembre de 2004. «La cooperación en el campo del petróleo y el gas natural es un área importante de la colaboración comercial y económica entre los dos países», declaró a la prensa después de reunirse con los responsables políticos rusos.63
Pero semejantes esfuerzos no fueron rival para el atractivo de la ofensiva de Koizumi. El primer ministro japonés presionó repetidamente a Putin y no dejó de aumentar la suma que Tokio estaba dispuesto a invertir; según algunas versiones, la cifra llegó a 9.000 millones de dólares.64 Él y sus ayudantes también proclamaron las ventajas de una ruta de oleoductos que acabase en la costa del Pacífico rusa, que permitiría no sólo la venta de petróleo a Japón sino a muchos clientes potenciales, en vez de restringirla a uno sólo.65 El 31 de diciembre de 2004, sin duda motivado por semejantes peticiones, el Kremlin anunció que Japón había ganado: el oleoducto Siberia oriental-Océano Pacífico (East Siberia-Pacific Ocean: ESPO), como se lo llamaba ahora, tendría una extensión de 4.000 km desde Taishet, en plena Siberia, hasta la bahía de Perevoznaya [Vladivostok], a tan sólo unos 700 km de la principal isla japonesa, al otro lado del mar del Japón.66
Los políticos de Tokio estuvieron encantados con la decisión rusa. Tal y como comentaba la revista Oil & Gas Journal: «La decisión de Rusia de construir el oleoducto desde Siberia oriental al Pacífico podría considerarse una victoria de la diplomacia japonesa frente a la china, dos países que han luchado intensamente por obtener una ruta petrolífera que satisfaga sus necesidades».67 Pero la alegría de Tokio gozó de una vida corta, dado que Rusia y China se acercaron más como respuesta a la autoafirmación internacional de Estados Unidos. Al final, el presidente Hu consiguió convencer a Putin de que se retractara de su promesa, y de que adoptase un punto de vista más imparcial sobre el destino último de la energía siberiana.
El líder chino tuvo su primera oportunidad de convencer a Putin de que diera ese giro de 180 grados durante una cumbre celebrada en Moscú el 1 de julio de 2005. Aunque en la agenda había muchos temas que tratar, era evidente que en la cabecera de la lista figuraban el de unir esfuerzos para detener y expulsar a Estados Unidos de Asia central. Los dos países firmaron una «Declaración sobre el orden mundial en el siglo XXI», donde solicitaban la colaboración regional para resistirse «a las aspiraciones de obtener el monopolio y el dominio en los asuntos internacionales» manifestadas por algunos países cuyos nombres no se mencionaban expresamente, pero que todo el mundo identificaba con Estados Unidos.68
No cabe duda de que los dos jefes de Estado tuvieron claro que la cooperación estratégica chino-rusa no llegaría muy lejos si Rusia no aceptaba la construcción del oleoducto siberiano, algo que sin duda Hu dejaría claro. Ciertamente, cuando los políticos rusos anunciaron, unos meses más tarde de ese mismo año, su plan para empezar la construcción del oleoducto ESPO, no se mencionó que su punto final estuviera en la costa del Pacífico. Ahora el oleoducto llegaría hasta el cruce ferroviario de Skovorodino, a unos escasos 48 km de la frontera china… y bastante más lejos del Pacífico. Desde Skovorodino, indicaba el anuncio oficial, el petróleo se cargaría en vagones de ferrocarril para su entrega o bien en un complejo chino de refinerías situado en Daqing, o bien en la bahía de Perevoznaya [Vladivostok], en el Pacífico, para su traslado marítimo a Japón y a otras naciones asiáticas. Entretanto, se irían fraguando planes para extender el oleoducto desde Skovorodino en una u otra dirección (o en ambas) en algún momento no específico del futuro.69
Ni los chinos ni los japoneses se quedaron satisfechos del todo. En determinado momento, Japón amenazó con suspender la financiación del proyecto,70 pero en su mayor parte Koizumi contó con la diplomacia para defender su causa. En una cumbre celebrada en Tokio en noviembre de 2005, volvió a implorar a Putin que extendiera la línea hasta llegar al Pacífico, pero al parecer recibió un respuesta que no se comprometía a nada.71 Como respuesta a las preguntas perspicaces de los periodistas japoneses, el vicesecretario de prensa del Ministerio Japonés de Asuntos Exteriores ofreció el siguiente resumen de la conversación entre Koizumi y Putin, subrayando el control absoluto que tuvo el segundo sobre el resultado de ésta: «La verdad es que lo que hizo el presidente Putin durante la reunión con el primer ministro Koizumi fue que dibujó un mapa en una hoja de papel, diciendo que la ruta del oleoducto propuesto iba desde Taishet hasta el Océano Pacífico, pasando por Skovorodino». Aunque la orientación del tramo final del oleoducto está por definir, el político comentó: «Esta línea recibe el nombre de línea del Pacífico, o algo parecido. El nombre lo dice todo. Eso es lo que dijo el presidente Putin».72
No cabe duda de que Putin y los políticos chinos han mantenido conversaciones parecidas, con asentimientos igual de vagos a las aspiraciones chinas. En otra cumbre entre Hu y Putin celebrada en Pekín el 21 de marzo de 2006, por ejemplo, Putin acordó aumentar sustancialmente la distribución de petróleo y gas a China. La cooperación chino-rusa en el campo de la energía «está entrando en un nivel cualitativamente nuevo», afirmaron los dos tras la conclusión del acto.73 Pero ni en esta declaración ni en los comentarios de despedida de Putin hubo nada que sugiriese que se comprometiera a extender el oleoducto ESPO de Skorovodino a Daqing.74 Sólo mucho después, cuando Pekín envió un pago para la construcción del tramo en Daqing, acordaron los rusos empezar a trazar los planos de ingeniería para esa rama. Entretanto, Moscú sigue insistiendo que algún día continuará la línea hasta que llegue a la costa del Pacífico, pero aún no se ha fijado ninguna fecha concreta para este proyecto.75
Si Hu Jintao y Junichiro Koizumi, los líderes de dos de los países más poderosos del planeta, se relacionaron mediante una obsequiosa diplomacia con Moscú, imaginemos hasta qué punto han llegado los líderes de los territorios más débiles situados en la periferia de Rusia para garantizar el suministro continuado de carburantes fósiles esenciales que controla un supoderpoder en Moscú, anteriormente humillado y ahora en pleno auge. No es de extrañar que también el Kremlin se considerase preparado para ir un paso más lejos en relación con Estados que habían formado parte de la Unión Soviética, y que controlan la fuente de los yacimientos de gas natural tan necesarios, que ellos usan como su arma preferida.
Durante la era soviética, esos Estados se habían integrado en los sistemas de transporte de petróleo y de gas tremendamente centralizados que ordenaban las autoridades centrales moscovitas. En su mayor parte, eso suponía que consumían petróleo y gas natural extraído de yacimientos en Rusia y en las repúblicas de Asia central; aunque esto limitaba la elección de fuentes energéticas, esas regiones recibían como mínimo la energía esencial que les suministraban los planificadores centrales soviéticos.
Cuando la URSS se vino abajo, esas repúblicas —ahora independientes— tuvieron la esperanza, como es lógico, de seguir dependiendo de los mismos suministros. Sin embargo, al llegar al poder, Putin dejó claro enseguida que tendrían que pagar la energía rusa en un entorno «sujeto al mercado». Al principio, Rusia siguió proporcionando petróleo y gas a sus antiguos socios con un descuento considerable, esperando con ello mantener hasta cierto punto la influencia que ejercía sobre ellos; no obstante, a medida que algunas de esas naciones empezaron a alejarse de la órbita de Moscú, los líderes rusos comenzaron a presionarlas usando el suministro de energía. Decidieron reservar los mayores descuentos sólo para sus clientes más leales, y empezaron a insistir en que cualquier país que tuviera aspiraciones independentistas tendría que satisfacer el precio de mercado. Una vez puesta en práctica, esta decisión dio lugar a una serie de confrontaciones con las antiguas repúblicas soviéticas.76
La primera de ellas, y la más drástica, tuvo lugar el 1 de enero de 2006. Durante las primeras horas del Día de Año Nuevo, de repente Gazprom interrumpió el suministro de gas natural a Ucrania, y encima en mitad de un invierno especialmente gélido. No hay duda de que esta interrupción vino provocada por la negativa ucraniana a pagar los precios más elevados que le exigía esa compañía. De hecho, hasta entonces los rusos se habían mostrado notablemente tolerantes, proporcionando a Ucrania gas a un precio de 50 dólares los 1.000 metros cúbicos, en una época en que en Europa el precio normal era de 220 dólares, o más. Esto siguió siendo así incluso después de la «Revolución Naranja» ucraniana de diciembre de 2004, que había sustituido a un presidente pro-moscovita, Viktor Yanukovich, por un candidato pro-occidental, Viktor Yuschenko. Pero cuando este último se negó incluso a considerar la posibilidad de pagar más durante sus inacabables negociaciones con Gazprom, Moscú se limitó a cerrar la espita.
Ucrania se hubiera sumido en una crisis energética inmediata (y posiblemente letal) de no ser por una cosa: el principal gasoducto de Gazprom que iba en dirección a Europa occidental pasaba por territorio ucraniano, y los habitantes de ese país reaccionaron enseguida contra el corte ruso derivando el gas destinado a Europa para que satisficiera sus propias necesidades. El resultado fue una doble catástrofe para las relaciones públicas rusas: no sólo los acusaron de usar la energía como instrumento político para castigar a un antiguo súbdito que osaba desafiar su autoridad, sino que también ponían en duda su fiabilidad futura como proveedor de los clientes más importantes (y angustiados) de Europa occidental. Atacado por ambos flancos, Moscú enseguida redactó un acuerdo interno con los ucranianos que permitió que el gas volviera a llegarles el 3 de enero.77
A pesar de la mala prensa que recibió, Gazprom no tuvo reparos en volver a utilizar la espada de la energía. Los dos Estados que desafiaron luego la autoridad de la empresa fueron Georgia y Bielorrusia, a quienes se ordenó pagar un precio sustancialmente más alto por su combustible importado o enfrentarse, de no hacerlo, a un corte total de suministro —una vez más en mitad del invierno— a partir del 1 de enero de 2007. No es de extrañar que Georgia, antigua república soviética en el Cáucaso sur, se viera expuesta a las iras rusas, dados los vínculos estrechos entre el presidente Mijail Saakashvili y Washington, así como una larga historia de fricciones entre ambos países. Pero la postura radical de Moscú hacia Alexander Lukashenko, el presidente de Bielorrusia, que mantenía un estilo obstinadamente soviético, y considerado en otros tiempos aliado de Putin, fue algo inesperado. (La mayoría de observadores llegaron a la conclusión de que Lukashenko había dejado de ser útil a Moscú.78) Sea como fuere, ambos países lanzaron su desafío cuando los amenazaron con un corte de gas, y acudieron a Occidente en busca de ayuda; pero, a pesar de la contenida desaprobación de la conducta rusa por parte de las autoridades europeas, los dos países se quedaron, en gran medida, solos. Ambos consideraron sus pocas alternativas y concluyeron que la capitulación era la más sabia: Georgia aceptó el precio de Gazprom el 22 de diciembre de 2006; Bielorrusia lo hizo la Nochevieja de ese mismo año.79
En otra expresión más de la influencia creciente de Gazprom, en abril de 2006 Armenia acordó vender una parte sustancial de su gasoducto de gas natural a la compañía a cambio de un descuento permanente en el precio del gas ruso. Ese tramo de gasoducto, que sólo mide 38 km, es valioso para Moscú porque ofrece una conexión directa entre el vasto sistema de distribución eurasiático de Gazprom y los campos de gas natural iraníes. (Armenia e Irán comparten una estrecha frontera.) Aunque ese conducto es tremendamente corto, permitiría a Gazprom comercializar el gas iraní en Europa y en diversas regiones ex soviéticas, si algún día lo permiten las circunstancias. La disposición de Armenia de quedarse sin ese gasoducto crucial, limitando así aún más sus propias opciones energéticas, subraya su dependencia constante del apoyo militar ruso en un entorno que, en su mayor parte, le es hostil (Armenia es un país en el que prácticamente todos sus habitantes son cristianos, rodeado por vecinos musulmanes), así como la innegable atracción que tienen los grandes descuentos en el suministro energético.80
No es de extrañar que Moscú eligiera emplear su influencia energética para arrancar concesiones a las antiguas repúblicas soviéticas; lo que sí resulta sorprendente es el grado en que las principales potencias europeas contuvieron sus críticas al trato despótico manifestado por los rusos hacia esos países. Es cierto que los líderes europeos manifestaron su consternación al ver la falta de tacto de sus interlocutores rusos, pero Rusia no ha pagado ningún precio notorio por emplear esa táctica tan implacable. De hecho, más bien ha sucedido al contrario: sólo unos meses después de que Gazprom cortara el suministro de gas a Ucrania, los responsables de la energía europeos hacían cola ante su puerta para firmar con la compañía nuevos acuerdos de suministro por valor de miles de millones de dólares. Por ejemplo, en junio de 2006 una empresa propiedad del Estado danés, DONG Energy A/S, firmó un contrato de veinte años con Gazprom que aportará gas ruso al mercado danés en 2011. Más o menos en la misma época, la compañía energética holandesa NV Nederlandse Gasunie acordó participar en el gasoducto para gas natural que había proyectado Gazprom, el «Nord Stream», que pasaría por debajo del mar Báltico y llegaría a Alemania e incluso más allá.81 En noviembre de 2006, el gigante energético italiano Eni se alió estratégicamente con Gazprom, con el objetivo de derivar la exportación de gas natural ruso a Italia.82 Cuando le preguntaron sobre el trato agresivo que Rusia había dispensado a Ucrania, el director ejecutivo de la empresa, Paolo Scaroni, dijo a los periodistas: «No creemos que se trate en absoluto de un chantaje».83
La única explicación plausible de todo esto es que los europeos dependen ya tanto del gas natural ruso que no son conscientes de que esas mismas tácticas se pueden emplear algún día contra ellos, pero que al mismo tiempo no ven salida a su dilema. Hoy en día, los países de la Europa occidental obtienen del gas natural aproximadamente un 23 por ciento de su suministro energético combinado, una cifra que sin duda aumentará a medida que vayan reduciendo su uso de carbón y de petróleo siguiendo las pautas del Protocolo de Kioto (y los acuerdos sucesivos). Teniendo en cuenta que la producción local de gas —en su mayor parte localizada en el mar del Norte— está disminuyendo, y que los proveedores alternativos de África y de Oriente Próximo son incapaces de satisfacer las crecientes necesidades europeas, la única fuente plausible de aumentar el suministro se encuentra, por supuesto, en Rusia.84 En lugar de dar la espalda a Moscú, los líderes europeos han optado, en gran medida, por aceptar el dominio ruso en el campo energético, y por animar a sus compañías nacionales a que saquen todos los beneficios posibles de su cooperación con Gazprom y otras empresas rusas.
Tras haber restaurado el control del Estado sobre los recursos más importantes de petróleo y gas natural rusos, Putin dedicó sus últimos años como presidente (según la Constitución del país debe renunciar a su cargo en mayo de 2008) a alcanzar un objetivo aún más ambicioso: obtener el control o parte de la propiedad de gasoductos, oleoductos y plantas de refinamiento de otros países; una hazaña que daría a Rusia un estatus aún más elevado dentro del orden energético internacional. Esta estrategia empezó a ser evidente en 2006, cuando Gazprom adquirió algunos tramos de conductos situados en territorios que habían sido soviéticos. Desde entonces no ha cesado de ir en aumento.
Algunas de las primeras adquisiciones de conductos extranjeros por parte de Gazprom tuvieron lugar dentro del marco de disputas relativas al precio que debían pagar por el gas natural ruso los clientes que llevaban mucho tiempo siéndolo, empezando por aquel tramo estratégico que Gazprom arrebató a Armenia en 2006. Bielorrusia fue el siguiente país que cedió el control de sus tuberías, como parte del acuerdo de Nochevieja con Moscú. A cambio de una reducción importante del precio, del orden de 100 dólares por cada 1.000 metros cúbicos de gas, acordó permitir a Gazprom adquirir una participación del 50 por ciento en el monopolio del transporte de gas del país, Beltransgaz, un sistema de suministro importante para todos los envíos de gas a la Europa occidental.85
Las otras adquisiciones rusas en Europa han tenido una índole más convencional, empresarial, aunque todas ellas reflejan la presión política ejercida por el propio Putin, así como su diplomacia. Por ejemplo, en marzo de 2006 Putin presidió una ceremonia en Atenas que señalaba la firma de un acuerdo para construir un oleoducto que cruzara los Balcanes, desde Burgas, junto al mar Negro de Bulgaria, hasta Alexandrópolis, en Grecia, junto al Egeo. Este oleoducto, con un coste de 1.300 millones, será propiedad mayoritaria de un consorcio formado por Gazprom, Rosneft y Transneft, con algunas participaciones minoritarias reservadas para empresas búlgaras y griegas; una vez que esté concluido, transportará petróleo de Rusia y del yacimiento de Tenzig en Kazajistán hasta el Mediterráneo.86 En otra empresa parecida, Putin se personó en Viena el 23-24 de marzo de 2007, cuando Gazprom anunció la formación de una empresa conjunta con la principal compañía de gas austriaca, OMV, para construir un centro de almacenamiento y distribución de gas en Baumgarten, cerca de la capital austriaca.87 Además, en su último viaje al extranjero como presidente, Putin firmó un acuerdo con el Gobierno búlgaro, en enero de 2008, para permitir la construcción del gasoducto «South Stream», que iría desde Rusia, pasando por el fondo del mar Negro, hasta Bulgaria, Grecia e Italia.88
El presidente ruso y otros altos cargos tomaron parte intensamente en proyectos para ampliar la participación rusa en el desarrollo, la producción y la distribución de hidrocarburos en Asia central y en la cuenca del mar Caspio. En concreto, Moscú ha intentado asegurar un papel dominante de Gazprom en el transporte del gas procedente de Asia central a Europa occidental. Según un acuerdo de 2007 con Kazajistán y Turkmenistán, Gazprom será el primer responsable de un plan complejo para aumentar el flujo de gas natural de esos países hacia los mercados europeos, pasando por Rusia. Este plan dio un paso más hacia su cumplimiento en diciembre de 2007, cuando el presidente Putin presidió una ceremonia en el Kremlin en la que los líderes de Kazajistán y Turkmenistán acordaron seguir adelante con la construcción de un gasoducto que transportaría gas turkmeno a Rusia, pasando por Kazajistán, para su distribución a partir de ese punto —mediante la extensa red de conductos de Gazprom— a los clientes que tiene la empresa allí y en Europa.89 Estos movimientos, como tantos otros, reflejan el deseo concertado de hacerse con el control de una red cada vez más amplia de sistemas de distribución de energía, desde un extremo a otro de Eurasia.
Como si deseara simbolizar las ambiciones casi ilimitadas de Putin, una expedición en submarino respaldada por el Gobierno plantó la bandera rusa en el lecho marino del Polo Norte el 2 de agosto de 2007, en un gesto audaz para reclamar la zona como extensión del territorio ruso, obteniendo así el control de cualquier depósito de hidrocarburos que pueda hallarse en las tierras situadas debajo del océano Ártico.90 Muchos expertos en energía creen que la región ártica alberga valiosos depósitos de petróleo y de gas, y que, dado que el casquete polar se va reduciendo cada año debido al calentamiento global, esas reservas podrían, en un futuro no muy lejano, ser accesibles a la extracción mediante alta tecnología.
Mientras su mandato como presidente se acercaba a su conclusión, el ex agente del KGB convertido en líder nacional podía incluir en su haber una serie notable de éxitos contundentes y realizados con sangre fría en su proyecto destinado a poner en práctica su estrategia energética, que reveló por primera vez en una publicación académica en 1999. Una gran parte de las enormes reservas rusas de petróleo y de gas han vuelto a manos del Estado, y el desarrollo sistemático y la explotación de esas reservas han contribuido a fomentar un crecimiento económico impresionante durante ocho años consecutivos. Durante este proceso, Rusia se ha convertido en un proveedor esencial de energía a la Europa central, sur y occidental, y ha empezado a adquirir la propiedad de elementos clave de infraestructura energética en éstas y otras áreas. Los sueños de Putin de utilizar la abundancia de recursos que tiene Rusia para devolver al país el estatus de poder mundial, suscitando así el respeto —aunque no el afecto— de todas las otras grandes potencias, son ahora una realidad palpable.
Pero Vladimir Putin aún no ha desaparecido ni mucho menos del panorama mundial, y es probable que su papel central como arquitecto último de la política energética rusa no se desvanezca. Suponiendo que Dmitry Medvedev sea elegido presidente en marzo de 2008, como se prevé, y que elija a Putin como primer ministro (como ha dicho que hará), el líder ruso seguirá dominando los asuntos internacionales, aunque con un cargo distinto.*1 Como primer ministro, Putin ejercería también control sobre los diversos ministerios gubernamentales que supervisan la industria de la energía, de modo que su influencia en este terreno seguiría siendo la misma que antes. También es previsible que Medvedev ceda ante su antiguo mentor en cuestiones de Asuntos Exteriores, de modo que, en la práctica, Putin seguirá controlando el coloso energético ruso. «He formulado proyectos para el desarrollo de Rusia desde 2010 a 2020 —declaró Putin en una conferencia de prensa en el Kremlin el 14 de febrero de 2008—. El destino está tomando forma de tal manera que tengo la posibilidad de participar directamente en la consecución de esos objetivos».91
*Efectivamente, Medvedev fue elegido presidente de la Federación rusa el 2 de marzo de 2008, y asumió el cargo el 7 de mayo. Su primer acto fue nombrar primer ministro a Putin. Al día siguiente la Duma ratificaba este nombramiento por 392 votos a favor y 56 en contra. (N. del E.)