La repentina llegada de nuevos y agresivos competidores al campo de los recursos mundiales, unida a la aparición de poderosos agentes de la energía como Rusia, no podía por menos que alarmar a Estados Unidos, Japón y las principales naciones europeas consumidoras de energía, incitándolas a acelerar sus propios esfuerzos para hacerse con las reservas abundantes de materiales cruciales. Sin embargo, la carrera por los recursos naturales del mundo también tiene otro propulsor no menos poderoso que el primero: la convicción de que las reservas de materias primas mundiales, y del petróleo en concreto, están disminuyendo. Si bien la llegada del momento del «clímax de petróleo» ha acaparado la mayoría de los titulares, la preocupación internacional también se extiende al gas natural y al uranio, así como al cobre, cobalto, cromo, titanio y otros minerales industriales.
Estos momentos de pánico abundan en las páginas de la historia. En el siglo XIX, las primeras potencias industriales se enzarzaron en una pugna por controlar las reservas prometedoras de carbón y de hierro, que en aquella época eran los recursos más buscados; tras la Primera Guerra Mundial, las principales potencias europeas tomaron parte en una búsqueda desesperada de las reservas extranjeras de petróleo, temiendo el agotamiento de sus propios depósitos ya de por sí escasos. En el pasado, esos ataques de angustia debidos a los recursos escasos desaparecían invariablemente con la aparición de nuevos recursos: la escasez de carbón se volvió menos importante cuando el petróleo empezó a inundar el mercado, y las temidas carestías de petróleo se evaporaron tras la Segunda Guerra Mundial cuando se descubrieron los yacimientos aparentemente infinitos de Oriente Próximo.
Por tanto, resulta sencillo llegar a la conclusión de que los teóricos del «clímax del petróleo» son como el protagonista del cuento en el que el pastor gritaba «¡Que viene el lobo!»: que la nueva inquietud nacida a raíz de la escasez de recursos energéticos no es más que un fenómeno pasajero, bien porque se descubrirán nuevos yacimientos, bien porque aparecerán fuentes alternativas. El consumo y la demanda de energía y de otros recursos vitales no sólo están alcanzando cotas sin precedentes, sino que muchas de las reservas existentes se están agotando visiblemente más rápido de lo que se pueda acceder a otras nuevas. Aunque los científicos hablan con optimismo de prometedores sustitutos en el futuro (lamentablemente distante), ninguno de ellos se está desarrollando lo bastante rápido —o a una escala lo bastante grande— como para reemplazar a los que se están agotando actualmente. Éste es el caso no sólo de uno o dos recursos esenciales, sino de muchos.
Está claro que esto es especialmente cierto de los recursos energéticos mundiales. La demanda mundial de energía primaria se espera que aumente en un 57 por ciento entre 2004 y 2030, lo cual supone un salto extraordinario en el uso de la energía en un espacio de tiempo tan breve. Se espera que todas las regiones del mundo tengan un papel en el desarrollo de esta empresa masiva, pero los países asiáticos en vías de desarrollo desempeñarán un papel especialmente destacado. Según el Departamento de Energía estadounidense, su demanda combinada de energía crecerá en un 128 por ciento durante ese mismo periodo, mucho más que la de cualquier otra regón.1 Si estas previsiones resultan ser precisas aunque sea de forma aproximada, su cumplimiento requeriría un empujón sustancial en la producción de todas las fuentes de energía, incluyendo el petróleo, el gas natural, el carbón, la energía nuclear, la hidráulica, los biocombustibles, los combustibles tradicionales y las fuentes de energía renovable, como la solar y la eólica.
Si en los años venideros pudiéramos disponer a gran escala de las fuentes de energía renovable y de algunos de los nuevos combustibles que están en pleno desarrollo, podríamos tener cierta confianza en que ese gigantesco aumento de la demanda se pudiera paliar de alguna manera. Sin embargo, actualmente no hay motivos para pensar que esto suceda. Según las últimas previsiones del Departamento de Energía (DoE), las energías renovables, incluyendo la hidráulica tradicional, sólo podrán proporcionar un 8 por ciento del consumo mundial en 2030, lo cual supone un aumento insignificante respecto a su capacidad actual. Por otro lado, se sigue previendo que los combustibles fósiles no renovables —el petróleo, el carbón y el gas natural— satisfagan un impresionante 87por ciento de las necesidades mundiales de energía, más o menos la misma proporción que actualmente.2 Pero como la demanda mundial de energía en 2030 será muy superior, las cantidades de estos combustibles tendrán que aumentar en proporción aritmética para conservar ese porcentaje combinado: la producción de petróleo tendrá que aumentar previsiblemente en un 42 por ciento, el gas natural en un 65 por ciento, y el carbón en un 74 por ciento.3 Y aquí es donde radica el problema: según el punto de vista de muchos analistas de la energía, los aumentos de esta magnitud son casi inconcebibles en un mundo en el que estas subidas repentinas en la producción de petróleo y de gas pueden estar en el programa, pero seguramente irán seguidas de una contracción en la oferta global; ni siquiera el carbón, el más abundante de los tres, puede que cumpla con las expectativas futuras.
A diferencia de los recursos renovables, la explotación de los materiales no renovables está gobernada por un ciclo de extracción natural. Normalmente, cuando un recurso natural se utiliza para uso humano, la producción asciende rápidamente, y luego crece con menos celeridad hasta que se alcanza un nivel máximo de producción (el «pico del petróleo», en el caso del petróleo). Una vez que se alcanza este pico, la producción se estabiliza durante un tiempo antes de comenzar un descenso que prosigue hasta que queda muy poco del yacimiento original. Por supuesto, cada recurso individual sigue su propia curva de producción, dependiendo del tamaño de las reservas originales y del ritmo de extracción. Por eso algunos materiales, como el petróleo, se han acercado más que otros a su pico máximo de extracción. A pesar de ello, cada vez son más las materias primas fundamentales, incluyendo el gas natural, el carbón, el uranio y algunos minerales esenciales, que parecen estar acercándose a su máximo nivel de producción sostenible. Según sugerían los científicos del Army Engineer Research and Development Center of the U. S. Army Corps of Engineers [Centro de Investigación y Desarrollo del Cuerpo de Ingenieros del Ejército]: «La cantidad de recursos naturales de que dispone la Tierra se está agotando a un ritmo alarmante, exponencialmente más rápido de lo que la biosfera puede reponerlos».4
Existe un segundo aspecto, más importante, de la curva de extracción que tiene que ver con la distinción entre la era actual y las pasadas. Cuando se explota por primera vez un recurso para uso humano, lo más natural es que se busquen primero los yacimientos más fáciles de explotar: los que están más cerca de la superficie, o concentrados en depósitos grandes y abundantes, los que están más cerca en el propio país, o se encuentran en países amigos. Esos son el «petróleo fácil», el «carbón fácil» y el «gas natural fácil» que prefieren explotar las compañías. Lo que suele pasar más frecuentemente es que la mayoría de esos depósitos «fáciles» estén agotados cuando un recurso se acerca a su momento de máxima producción, como parece ser el caso hoy día del petróleo, y pronto sucederá con el gas natural, el carbón, el uranio y otras sustancias básicas. Esto quiere decir que nos quedamos, en la mayor parte, con el «petróleo difícil»: depósitos enterrados a mucha profundidad o a gran distancia de la costa, repartidos en pequeñas bolsas difíciles de alcanzar que, a menudo, contienen una cantidad considerable de impurezas; o situados en países hostiles o corruptos, o en puntos geográficos peligrosos. Incluso aunque existan los recursos, es posible que los inversores se muestren reacios a arriesgar la vasta suma necesaria para desarrollar esos depósitos tan poco atractivos, o las dificultades de extracción y de transporte de todo tipo mermarán los recursos futuros.5
A esto se debe, en gran medida, que los líderes de los países que más energía consumen manifiesten su alarma al prever el futuro de la ecuación energética. Cada vez es más evidente que los nuevos descubrimientos no consiguen seguir el ritmo del agotamiento de las reservas ya existentes, y que los nuevos depósitos casi sin excepción son de la variedad «difícil». Para valorar adecuadamente el grado de su preocupación es necesario tener en cuenta la cantidad mundial de materias cruciales, la previsión del ritmo al que se agotarán, y las perspectivas desalentadoras para hallar nuevos yacimientos que sustituyan a los que se están agotando actualmente.
Hubo una época en que el petróleo era tan abundante que nos parece imposible. En 1950, cuando empezó la expansión económica de Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial, el mundo poseía aproximadamente 2 billones de barriles de crudo, equivalente más o menos a 84 billones de galones de gasolina [1 galón en Estados Unidos equivale a 3,78 l]; es decir, la cantidad suficiente para hacer que un vehículo que hiciera 45 kilómetros por galón (el promedio actual para los vehículos norteamericanos [8,4 litros para 100 km]) diera la vuelta al mundo 95.000 millones de veces. El descubrimiento regular de gigantescos yacimientos de petróleo, unido al coste relativamente bajo de extraerlo, produjeron un aumento colosal en el consumo mundial de energía, y contribuyeron a la aparición de nuevas industrias, mercados y materiales: la construcción de autopistas, de viviendas suburbanas y centros comerciales, el transporte aéreo, las petroquímicas, los plásticos y fibras sintéticas, el agronegocio y el turismo, por mencionar unos pocos ejemplos.
La relativa abundancia del petróleo, junto con su naturaleza líquida y el elevado rendimiento energético por unidad de peso, fomentaron también la creación de la cultura automovilística que es, quizá, la característica definitoria de la civilización estadounidense, y que actualmente han adoptado las potencias económicas en desarrollo, como China e India. Hoy día, aproximadamente el 95 por ciento de todo el transporte mundial se basa en el uso del petróleo, que es lo que mueve prácticamente todos los coches, camiones, autobuses, trenes, aviones y barcos del planeta. Dado que el intercambio internacional de artículos se realiza en gran medida usando estos medios de transporte, el petróleo de bajo coste también ha provocado la oleada de la globalización y una vasta explosión del comercio internacional. «El petróleo es la sangre de la civilización moderna —comenta el analista de la energía Robert L. Hirsch—. Es lo que mueve la mayor parte del transporte mundial, y es la materia prima para la industria farmacéutica, la agricultura, la industria de los plásticos, y toda una batería de otros productos que empleamos en la vida cotidiana».6
Para conseguir que esta «petrocivilización» siga funcionando sin altibajos, la industria energética mundial cada vez ha extraído mayores cantidades de petróleo del subsuelo. El consumo mundial de petróleo pasó de 10 millones de barriles diarios en 1950 a 25 millones en 1962, 50 millones en 1971 y 75 millones a finales del siglo.7 Estos tremendos saltos han sido posibles gracias a los implacables esfuerzos de explotación y a la aparición regular de nuevos yacimientos. Las décadas de 1950, 1960 y 1970 fueron especialmente propicias en este sentido, con el descubrimiento de numerosos campos petrolíferos gigantescos, los «elefantes», usando la jerga de los geólogos del petróleo; al mismo tiempo, se desarrollaron áreas de producción totalmente nuevas, incluyendo la North Slope de Alaska, el mar del Norte entre Gran Bretaña y Noruega, y el Golfo de Guinea.8 Aunque durante los años ochenta y noventa el descubrimiento de nuevos yacimientos petrolíferos descendió mucho, el mundo entró en el siglo XXI con unas reservas demostradas de más de 1 billón de barriles de petróleo.9
En los albores del nuevo siglo, la mayoría de los expertos en energía suponía que la producción seguiría aumentando a la par de un incremento estable de la demanda. En 2003, por ejemplo, el Departamento de Energía previó que el consumo total mundial aumentaría en un 55 por ciento entre 2001 y 2025, pasando de 77 a 115 millones de barriles al día. Predijo con total confianza que el rendimiento mundial se iría expandiendo en una cantidad muy superior, alcanzando los 125 millones de barriles diarios en 2025, 6 millones de barriles por encima de la demanda prevista.10
Sin embargo, desde ese momento la comunidad de expertos ha puesto en duda la capacidad de la industria energética para mantener los aumentos de esta magnitud en la producción. Algunos geólogos creen que ya hemos alcanzado el rendimiento máximo que pueda darnos el petróleo, o que falta poco para que lo alcancemos, y que tras él vendrá un descenso de la producción; otros afirman que la producción seguirá aumentando durante un decenio más, aproximadamente, antes de alcanzar ese punto máximo, pero sin alcanzar la elevada cifra propuesta por el DoE; e incluso hay quienes afirman que esas cifras tan altas que propuso el Departamento son alcanzables, pero sólo mediante el desarrollo acelerado de sustancias «no convencionales» como las arenas bituminosas canadienses y el crudo extrapesado venezolano. Aunque el debate sobre este tema sigue abierto, el optimismo que prevalecía a principios de siglo se ha volatilizado casi por completo.11
Hay tres factores decisivos que explican este giro del punto de vista: una reducción más rápida de lo previsto del rendimiento de los campos existentes; un historial decepcionante en lo relativo al descubrimiento de nuevos yacimientos; y el final de la era del «petróleo fácil».
Una parte increíblemente grande de la producción petrolífera mundial actual —casi el 50 por ciento— procede de tan sólo 116 campos gigantescos, cada uno de los cuales produce más de 100.000 barriles diarios. De éstos, todos excepto cuatro fueron descubiertos hace más de un cuarto de siglo, y muchos de ellos empiezan a dar muestras de una reducción de su capacidad. Entre los que se encuentran en decadencia (o que pronto se espera que lo estén) figuran algunos de los más prolíficos del mundo, incluyendo Ghawar en Arabia Saudí, Cantarell en México y Burgan en Kuwait; son tres yacimientos inmensos («mamuts») con una producción conjunta (en 2006) de 8,2 millones de barriles diarios, es decir, en torno a una décima parte de la producción mundial.12 La disminución de estos yacimientos más antiguos tiene una gran importancia, porque cada barril perdido procedente de reservas existentes debe sustituirse por un barril extra de algún yacimiento nuevo, y eso solamente para estabilizar la producción mundial al nivel existente; si la media neta de disminución excede la media de incremento en otros campos, no podemos tener la esperanza de igualar un aumento de la demanda en el futuro. El hecho de que muchos de los principales campos parecen estar agotándose al mismo tiempo constituye, por tanto, un motivo de gran preocupación.13
Cuando abordamos el problema de la pérdida de productividad de los campos petrolíferos antiguos, el país más importante para la ecuación del suministro es Arabia Saudí. Para que la producción mundial satisfaga las necesidades del mercado en las décadas futuras, Arabia Saudí debe proporcionar nada menos que el 14 por ciento de la producción mundial total de petróleo en el año 2030, según los últimos cálculos del DoE.14 Pero esto supone que los principales yacimientos del reino, incluyendo Ghawar, seguirán produciendo una cantidad de petróleo mayor, no menor, en los próximos años; esto sería una hazaña energética que muchos especialistas en energía consideran que supera la capacidad de esos yacimientos.
La valoración más pesimista del rendimiento futuro saudí es la que ha manifestado Matthew R. Simmons, un destacado inversor en la industria petrolífera y autor de un estudio muy conocido en este sector. La producción de crudo de Arabia Saudí «se encuentra en o muy cerca de su volumen sostenible máximo —escribió en 2005—, y es probable que disminuya en el futuro más previsible».15 (Las cursivas figuran en el original.) Al principio los expertos del DoE rechazaron las conclusiones de Simmons, citando las afirmaciones de ciertos responsables políticos saudíes sobre su «capacidad para aumentar significativamente su nivel de producción a mediados de este siglo».16 Sin embargo, a medida que las conclusiones de Simmons empezaron a circular más ampliamente, el departamento empezó a ceder terreno. Entre las ediciones de 2004 y 2005 de su International Energy Outlook, el DoE redujo su cálculo de la producción saudí de petróleo en 2005, pasando de 22,5 a 16,3 millones diarios, una reducción del 28 por ciento; en la edición de 2006 redujo incluso más este cálculo, previendo una producción en 2025 de 15,1 millones de barriles diarios.17 Muchos analistas consideran que incluso esta cifra tan baja es optimista. Los propios saudíes dicen que prefieren mantener la producción entre 10 y 12 millones de barriles, supuestamente para mantener los precios estables, pero, según numerosos expertos extranjeros, para evitar el deterioro global de los yacimientos antiguos mediante el uso de métodos arriesgados y destructivos para aumentar la producción, como la inyección de grandes cantidades de agua de mar en el depósito de petróleo para hacer que éste salga a la superficie.18
Incluso si los principales yacimientos petrolíferos del mundo siguieran disminuyendo su producción, los principales consumidores seguirían disponiendo de petróleo suficiente en las próximas décadas, pero sólo si los nuevos campos que ahora entran en juego fueran lo bastante grandes como para sustituir a los que se están agotando y ofrecer el petróleo extra necesario para satisfacer la creciente demanda mundial. Pero eso no está pasando. Aunque las principales empresas petrolíferas gastan cada año más dinero en la exploración, descubren cada vez menos yacimientos, y los que encuentran tienden a ser menores, por lo general, que los descubiertos en años anteriores.19 Según el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos, el máximo volumen de nuevas reservas se descubrió en el periodo 1950-1960, cuando se identificaron unos depósitos que contenían aproximadamente 480.000 millones de barriles de petróleo. Desde entonces, el índice de descubrimiento ha ido descendiendo en cada década, produciendo tan sólo 150.000 billones de barriles adicionales en la década de 1990. Entretanto, la extracción neta igualó las adiciones a la reserva por primera vez en los años ochenta, y hoy día el consumo excede el índice de descubrimientos en una proporción de dos a uno.20 Buscamos más, pero hallamos menos.
Estos dos problemas —la reducción de la producción en los campos antiguos y el pobre historial de nuevos descubrimientos en zonas hasta entonces sin trabajar— podrían mitigarse hasta cierto punto si los inversores en energía, públicos o privados, estuvieran dispuestos a desarrollar un programa masivo de inversión en campos prometedores pero problemáticos en África, la cuenca del mar Caspio, Oriente Próximo y Siberia. Según un cálculo de la Agencia Internacional de la Energía (IEA), el volumen de nuevas inversiones necesario para garantizar el suministro adecuado de petróleo en 2030 es nada menos que de 5,4 billones de dólares.21 Aquí es donde entra el tercer impedimento —probablemente el mayor— para el aumento en la producción de crudo: la reticencia de los principales inversores para arriesgar su capital en el desarrollo de reservas de «petróleo difícil» en entornos remotos, peligrosos y hostiles.
La exploración y la extracción petrolíferas fueron, en su época, un campo atractivo para la inversión, cuando las reservas eran relativamente fáciles de desarrollar y los Gobiernos no ponían trabas en el camino de la repatriación de los beneficios derivados de ellas. Pero hoy día existen pocas oportunidades semejantes. Tal y como dejó claro el director ejecutivo de Chevron, David O’Reilly, en un anuncio muy difundido en 2005: «Se ha acabado la era del petróleo fácil». No es solamente que los campos existentes estén agotándose, añadía su anuncio, es que «los descubrimientos de nuevos recursos energéticos tienen lugar en zonas donde es difícil extraerlos, desde el punto de vista físico, económico e incluso político».22 O’Reilly prometió aumentar las inversiones de Chevron para afrontar estos retos, pero es bastante dudoso que esta empresa —u otras por todo el mundo— esté dispuesta a gastar suficiente dinero como para aumentar significativamente la producción, dadas las circunstancias desfavorables.
El hecho de que los expertos mundiales en energía cada vez se muestran más pesimistas al respecto se sugirió en un par de informes de alto nivel que se emitieron en julio de 2007. El primero, el de la IEA, Medium-Term Oil Market Report, predecía que la actividad económica mundial crecería un promedio de 4,5 por ciento anualmente entre 2008 y 2012, impulsada por el desbocado crecimiento en China, India y otras locomotoras asiáticas. Sobre esta base, calculaba que la demanda de petróleo aumentaría en torno al 2,2 por ciento anual, haciendo pasar el consumo de petróleo de 84 millones de barriles diarios en 2007 a unos 96 millones en 2012. El estudio llegó a la conclusión de que con suerte, y con un nuevo impulso de inversión, la industria petrolífera podría aumentar la producción lo suficiente para satisfacer este elevado nivel de demanda…, aunque muy justito. Sin embargo, más allá de 2012 no cree que exista prácticamente ninguna posibilidad de que la industria pueda soportar nuevos aumentos. «La producción de petróleo será muy justa en los próximos cinco años», advertía la IEA en 2007.23 Sugería que esto se debe no sólo a una reducción en la producción de los yacimientos más antiguos, sino también a la probabilidad de que el nivel de inversión no ascienda lo bastante rápido como para fomentar la producción en zonas más problemáticas.24
Un diagnóstico sorprendentemente parecido fue el que ofrecía el estudio Facing the Hard Truths About Energy, elaborado para el Departamento de Energía de Estados Unidos por el Consejo Nacional del Petróleo (NPC), una organización respaldada por la industria. El informe empezaba con una valoración engañosamente optimista de las reservas energéticas mundiales. «Por fortuna, el mundo no se queda sin reservas energéticas», afirmaba osadamente.25 Pero, avanzando en el estudio, empezaban a resaltar las «duras verdades» contenidas en el título: aunque es posible que esos recursos prometidos existan en algún lugar, la mayoría son del tipo «petróleo difícil», y sólo podrían extraerse del subsuelo mediante nuevas dosis masivas de inversión, que es probable que no lleguen.
«Muchos de los cambios [geopolíticos] esperados podrían aumentar los riesgos para la seguridad energética estadounidense en un mundo donde la influencia de Estados Unidos es probable que se reduzca mientras el poder pasa a manos de otros países —indica el informe del NPC—. En los años venideros, las amenazas contra la seguridad de las principales reservas mundiales de petróleo y de gas natural pueden acrecentarse.»26 En tales circunstancias, es improbable que los inversores arriesguen grandes sumas para explotar yacimientos conflictivos, por urgente que sea la necesidad de obtener suministros energéticos adicionales.
Si las inversiones en «petróleo difícil» no atraen a nadie, sólo queda una fuente posible de nuevos combustibles líquidos: la conversión de materiales no líquidos pero que contienen petróleo (como las arenas bituminosas canadienses y las pizarras bituminosas de las Montañas Rocosas), en hidrocarburos sintéticos. El mundo alberga considerables yacimientos de materias no convencionales, en una cantidad más o menos equivalente al suministro restante de petróleo convencional. Pero ahora mismo, con las tecnologías disponibles, hace falta una inversión considerable de energía sólo para extraer esos materiales y convertirlos en combustibles líquidos utilizables. Además, los beneficios energéticos que se obtendrían tampoco son especialmente impresionantes. Por ejemplo, hace falta en torno a 1.000 millones de pies cúbicos [28,3 millones m3] de gas natural para producir 1 millón de barriles [160 millones de litros, o 160.000 m3] de petróleo sintético a partir de arenas bituminosas.27 Aparte de esto, la extracción y conversión de estas materias en líquidos sintéticos conlleva graves riesgos ambientales, lo cual las hace poco atractivas en un momento en que aumenta la conciencia ecologista. Si bien es posible que los materiales petrolíferos no convencionales puedan acabar aportando algunos millones de barriles de líquidos diarios al suministro mundial de petróleo, no compensarán la inminente reducción de los campos petrolíferos convencionales más importantes.28
Si sumamos todo esto, es evidente, e inquietante, que es muy poco probable que se cumplan los pronósticos más optimistas. Si resulta que el estudio que elaboró la IEA en julio de 2007 para el medio plazo es correcto, la producción mundial de petróleo aumentará hasta aproximadamente 96 millones de barriles diarios en 2012, y en los años posteriores no seguirá aumentando demasiado. El director de Total, Christophe de Margerie, hizo una valoración muy parecida durante una conferencia sobre energía celebrada en Londres en octubre de 2007. «Bajo mi actual punto de vista, cien millones de barriles [diarios]… es un cálculo optimista. Luego añadió: Pero no es mi punto de vista: es el punto de vista de la industria, o el de aquellos que hablan claramente y con sinceridad, y no pretenden sólo complacer al público».29 Teniendo en cuenta que el DoE espera que la demanda mundial de petróleo alcance los 104 millones de barriles en 2020 y luego siga subiendo bastante más, es evidente que el mundo se enfrenta a un abismo cada vez más ancho entre oferta y demanda; la consecuencia es que es inevitable cierto grado de escasez; a menos, quizá, que llegue primero una depresión mundial enorme y desastrosa, reduciendo sensiblemente la demanda universal de energía.
En sus esfuerzos desesperados por guardar las reservas necesarias de energía para los años de escasez que predicen estos estudios, los responsables políticos de muchos países están buscando nuevas reservas y fuentes de provisión, a menudo en campos lejanos, peligrosos y difíciles de explotar, tanto en Asia central como en el África subsahariana, o en fronteras protegidas como la región ártica, en proceso de deshielo. Al carecer de opciones más atractivas, los principales países consumidores de energía están explotando, o planeando explotar, todos esos yacimientos, intentando obtener derechos de perforación en cualquier yacimiento de petróleo que se encuentre.30
Sin embargo, en general concentran sus esfuerzos en la adquisición de derechos de perforación o en acuerdos de coproducción con un puñado de países productores de petróleo que disponen de la capacidad de aumentar la producción en el futuro. Aunque hay algunos países que aún producen algo de petróleo, son pocos los que producen mucho, y menos aún los que están subidos a la espiral ascendente de la producción. Si esos países que ya han alcanzado su máxima producción posible (o que se acercan a ella) se eliminan de la lista de principales productores, sólo quedan 15 que tienen el potencial suficiente para aumentar la producción: Angola, Argelia, Arabia Saudí, Azerbaiján, Brasil, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Iraq, Kazajistán, Kuwait, Libia, Nigeria, Qatar, Rusia y Venezuela. Este grupo privilegiado puede recibir a un par de miembros más como resultado de la exploración intensiva, pero es improbable que sean muchos más. A partir de ahora, estos 15 países constituirán los pilares principales de la geopolítica mundial de la energía, y por tanto en los capítulos siguientes centraremos en ellos nuestra atención. (Véase la Tabla 2.1.)
La preocupación sobre la capacidad futura de los yacimientos de petróleo está llevando al mundo a depender más de otras fuentes de energía. El gas natural es una alternativa especialmente atractiva, dado que su uso libera menos dióxido de carbono a la atmósfera que el petróleo o el carbón por unidad de energía —un factor significativo, dado el temor al cambio climático—, y porque puede convertirse en una amplia gama de otros productos, incluyendo combustibles líquidos, fertilizantes artificiales, e hidrógeno para usar en pilas de combustible. El gas natural también se encuentra en un estadio anterior al del petróleo en el ciclo de vida de la extracción, de modo que su producción neta debería seguir aumentando después de que la del petróleo entre en decadencia. Por todos estos motivos, el Departamento de Energía señaló en 2005 que «se prevé que el gas natural sea el componente de crecimiento más rápido del consumo mundial de energía primaria» durante las primeras décadas del siglo XXI.31
Actualmente, Estados Unidos es el principal consumidor de gas natural, con un consumo de 21,8 billones de pies cúbicos en 2005 [620.000 millones de m3], el 22 por ciento de todo el gas consumido en el mundo.32 (Hacen falta unos 5.600 pies cúbicos [158 m3] de gas natural para alcanzar la potencia energética de 1 barril [159 litros] de petróleo, de manera que los 21,8 billones de pies cúbicos consumidos por este país en 2006 vienen a equivaler a 4.000 millones de barriles de petróleo.) A diferencia del petróleo, el gas natural no se usa ampliamente como fuente de energía para el transporte, sino más bien para generar electricidad, calentar hogares y centros de trabajo, y para una gran variedad de usos industriales y agrícolas.33 Dado que el gas libera menos CO2 que el carbón, se prevé que cada vez goce de un uso más amplio en la generación de electricidad, sobre todo a medida que los servicios estadounidenses cada vez estén más presionados para reducir sus emisiones de gases con efecto invernadero, que alteran el clima. Teniendo esto en cuenta, el DoE previó en 2007 que el consumo de gas natural en Estados Unidos aumentaría un 17 por ciento entre 2004 y 2030, alcanzando la cifra de 26,1 billones de pies cúbicos [739.000 millones m3] anuales al final de ese periodo.34
Sin embargo, el crecimiento real en el uso del gas natural se espera que tenga lugar en Europa y Asia. Los países de la Unión Europea y Japón están buscando más gas para reemplazar el carbón en la generación de electricidad, cumpliendo así las obligaciones suscritas en el Protocolo de Kioto para reducir la emisión de gases de efecto invernadero. Los países asiáticos en vías de desarrollo planean usar más gas en parte por este motivo, pero también para compensar la posible escasez de petróleo y para manufacturar fertilizantes y otros materiales.35 Según el Departamento de Energía, el consumo anual de gas en la mayor parte de Europa aumentará un 43 por ciento entre 2004 y 2030, pasando de 18,8 a 26,9 billones de pies cúbicos, mientras que en los países asiáticos en desarrollo subirá un 222 por ciento, de 8,5 a 27,4 billones de pies cúbicos. También se prevé un gran aumento, calculado en torno al 46 por ciento, para la Europa del Este y la antigua Unión Soviética, a medida que esos países experimenten un crecimiento económico más fuerte.36
Aunque se espera que muchos países contribuyan a la creciente demanda de gas natural, China e India destacan debido a su crecimiento excepcionalmente elevado. El consumo de gas natural en China se espera que aumente un 6,5 por ciento anual entre los años 2004 y 2030, el índice más alto de cualquier economía grande; se prevé que India ocupe el segundo lugar, con un 5 por ciento anual. Este rápido aumento de la demanda también se espera en otros países en vías de desarrollo, incluyendo México y Brasil. En total, se prevé que el consumo mundial de gas natural aumente en un 64 por ciento durante los próximos veinticinco años, alcanzando la cifra de 163 billones de pies cúbicos (o el equivalente a 29.000 millones de barriles de petróleo) en 2030.37
Por lo general, los analistas de la energía creen que los productores mundiales son capaces de mantener el ritmo de este aumento impresionante de la demanda, al menos durante las próximas décadas. Pero el gas, como el petróleo, es una sustancia finita, sujeta a la misma dinámica del ciclo vital de descubrimiento, extracción y agotamiento. Sin duda tendrá lugar un pico en el gas natural, aunque puede que siga unos diez años al del petróleo. Mientras tanto, los embudos en el proceso de distribución podrían equivaler a la escasez, dadas las dificultades inherentes de trasladar una sustancia gaseosa a largas distancias.
La cantidad restante de gas natural no se puede calcular con la misma precisión que el petróleo, por una serie de motivos, incluyendo el hecho de que los depósitos de gas se encuentran a menudo mezclados con las reservas petrolíferas. Como pasa con el petróleo, también existen fuentes no convencionales de gas que, en última instancia, podrían añadirse a la cantidad de reservas conocidas: el gas contenido en lugares remotos o difíciles de alcanzar (al que a veces se le llama «gas aislado»), el metano atrapado en yacimientos de carbón, y los hidratos de metano (cristales congelados de gas enterrados en regiones muy frías o en el fondo de los mares septentrionales).38 A pesar de todo, el gigante del petróleo BP ha usado la mejor información disponible actualmente para calcular que hoy día el mundo posee 6.405 billones de pies cúbicos de reservas convencionales de gas,39 que al ritmo actual de consumo son suficientes para satisfacer la demanda mundial durante 64 años, o durante 40 al ritmo más elevado previsto por el DoE para el año 2010 y posteriores.
Muchos entusiastas del gas natural afirman que, con exploraciones adicionales, se descubrirán nuevas reservas, ampliando así el ciclo vital de la extracción. Sin embargo, estas opiniones tan optimistas quedan desmentidas por el hecho de que, igual que pasa con el petróleo, el descubrimiento de nuevos yacimientos de gas ha ido disminuyendo en los últimos años. Según el geólogo francés Jean Laherrère, el descubrimiento de nuevos yacimientos de gas alcanzó su punto culminante a principios de los años ochenta, y desde entonces ha ido disminuyendo rápidamente.40 Es inevitable que se produzca un clímax en la producción. En realidad, un grupo de expertos en energía de la Texas A&M University ha predicho que este clímax del gas natural convencional se producirá en 2019.41 Otro estudios que incluía las fuentes no convencionales también sitúa el punto culminante de la producción mundial de gas en el marco temporal de los años 2025-2030.42 Sea como fuere, es evidente que pisará los talones al petróleo con una mera diferencia de uno o dos decenios.43
Por supuesto, también tenemos el problema del transporte del gas, sobre todo de un continente a otro. El petróleo, como es líquido, es relativamente fácil de transportar mediante una serie de medios, incluyendo tuberías, barcos, trenes y camiones; el gas natural, que por su naturaleza gaseosa es mucho más voluminoso que el petróleo, resulta más difícil de trasladar por cualquiera de estos medios, excepto por tuberías en su estado natural. Las principales naciones consumidoras de energía separadas de sus fuentes por vastos océanos deben importarlo por mar en forma licuada, que es un método mucho más difícil y costoso.
Para apreciar plenamente la naturaleza de este dilema, es necesario conocer los actuales yacimientos de gas natural a escala mundial. Incluso más que el petróleo, las reservas de gas están muy concentradas en un pequeño número de países que poseen grandes cantidades. Según BP, tan sólo tres países —Irán, Qatar y Rusia— poseen un sorprendente 56 por ciento de las reservas mundiales; otros ocho países —Arabia Saudí, Argelia, los Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos, Kazajistán, Nigeria, Turkmenistán y Venezuela— comparten un 21 por ciento.44 (Véase la Tabla 2.2.) Exceptuando Venezuela y Estados Unidos (que entre ambos poseen un mero 5,7 por ciento de las reservas mundiales), todos estos países, junto con la mayoría de otros productores importantes, están situados en África, la región del Golfo Pérsico y la ex Unión Soviética. Esto plantea un dilema inquietante para los consumidores en China, Japón, Corea del Sur y Taiwán, y para Estados Unidos en particular, porque o bien construyen canalizaciones tecnológicamente muy complejas, o importan sus suministros por barco en forma de gas natural licuado (liquefied natural gas o LNG).
Digamos cuatro palabras sobre el gas natural licuado. A una temperatura ambiental normal, el gas natural ocupa un espacio unas 600 veces superior a la cantidad equivalente de petróleo. Sólo cuando se compacta mediante su licuefacción —una tarea que supone enfriarlo a –126 oC— puede transportarse a puntos distantes por barco en depósitos especialmente diseñados para LNG, y en esos lugares debe volver a transformarse en gas, un proceso llamado «regasificación». Se trata de un proceso extraordinariamente caro y difícil: un «proceso» completo de LNG, que incluya unas instalaciones para licuar el gas y sus transportes de LNG adecuados, puede costar varios miles de millones de dólares. El transporte del gas licuado es mucho menos eficaz, desde el punto de vista energético, que su transporte por gasoducto, dado que hace falta un considerable gasto energético para enfriar el gas, transportarlo a largas distancias con una temperatura muy fría y luego devolverlo a su estado gaseoso original.45
Los tremendos costes asociados a la construcción de este proceso para el LNG, y con las plantas de gasificación necesarias en los países receptores, unido al hecho de que éstas deben mantenerse en funcionamiento durante varios decenios para que los inversores originales recuperen su dinero, hace que sea improbable que se construyan suficientes vías para satisfacer la demanda prevista en el hemisferio occidental y en Asia oriental después de 2015, cuando la mayoría de las reservas de gas que se encuentra en áreas fuera de África, el Golfo Pérsico y la antigua Unión Soviética se hayan agotado casi por completo.46 Por tanto, aunque países en Europa, África y la periferia de Rusia sigan disfrutando de un suministro abundante, las noticias para Estados Unidos, China y Japón podrían ser claramente sombrías. Por ejemplo, en Estados Unidos se espera que el LNG importado pase del 2 por ciento del suministro de gas anual en 2003 al 20 por ciento en 2025, dado que la producción en ese país y en Canadá (un proveedor importante) irá decayendo. Sin embargo, para que pase esto tendrían que establecerse docenas de nuevas líneas de transporte de LNG en los países productores, y construirse también plantas de gasificación correspondientes en los puertos estadounidenses, a pesar de los enormes obstáculos financieross y reguladores. Muchas ciudades portuarias están inquietas por la posibilidad de que estas instalaciones grandes y potencialmente explosivas —así como los propios barcos— se conviertan en objetivos de terroristas.47
La dependencia creciente de las importaciones de LNG también conlleva que las naciones receptoras tengan en cuenta su dependencia de socios lejanos cuya fiabilidad debe garantizarse durante décadas. Ineludiblemente, la construcción de plantas de descarga de LNG creará un juego de intereses encontrados para la «estabilidad» y «amistad» continuadas con los países extranjeros exportadores. Dado el historial del dominio imperial, seguro que esto tiene importantes consecuencias políticas y militares, sobre todo cuando tenemos en cuenta que los principales proveedores de LNG en los próximos años serán probablemente Arabia Saudí, Irán, Nigeria, Qatar y Venezuela, países cuya estabilidad y orientación política futuras no pueden darse por descontado en absoluto.48
La gran dependencia del gas natural trasladado por canalizaciones puede suponer unos retos parecidos. Aunque esos gasoductos no sean tan caros como las instalaciones para LNG, siguen representando una gran inversión, y no pueden sustituirse fácilmente por otros medios de transporte de energía. El potencial para el chantaje económico —del tipo al que Rusia sometió a sus clientes de gas natural Ucrania, Bielorrusia y Georgia en 2006— es, obviamente, enorme. Por tanto, no es de extrañar que esos países cedieran a las exigencias de Rusia antes que quedarse durante mucho tiempo sin su suministro de energía necesario.49 Las tuberías de este tipo (al menos las instaladas en la superficie) también presentan un blanco casi irresistible para saboteadores, terroristas y criminales de toda índole.
Sin embargo, hay otro riesgo que podría plantearse a los países consumidores de gas, que sería la formación de una «OPEC del gas natural». Aunque aún no se haya tomado la decisión oficial para formar una entidad así, los catorce miembros del Foro de Países Exportadores de Gas —incluyendo los líderes de la industria, que son Rusia, Irán, Qatar, Argelia y Libia— acordaron en 2007 formar una comisión para analizar la creación de un cártel del gas natural.50 «A largo plazo, sí que estamos avanzando hacia una OPEP del gas», anunció Chakib Jelil, el ministro de Energía de Argelia.51 Una vez creada, es probable que esta entidad genere precios más elevados o plantee limitaciones para la construcción de nuevos gasoductos y plantas de procesamiento de LNG (para mantener los precios altos), restringiendo así la disponibilidad mundial del recurso.52
Como resultado, aunque puede que en los años venideros no llegue a producirse una carestía absoluta de gas natural, los principales países consumidores de gas pueden enfrentarse a carestías periódicas como resultado de conflictos políticos, limitaciones de los proveedores, o una conexión inadecuada con sus yacimientos fuente. Teniendo esto en cuenta, los líderes de los países importadores intentan fortalecer cuanto antes sus relaciones con sus principales proveedores, y acelerar la construcción de gasoductos y vías de LNG. Como en el caso del petróleo, también intentan controlar los yacimientos prometedores de gas en zonas antes olvidadas de Asia y África, y en fronteras ecológicas como Siberia y el norte de Alaska; esos esfuerzos prometen ser tan polémicos como la lucha mundial por los yacimientos vírgenes de petróleo.
Los responsables políticos hablan de su deseo de desarrollar nuevas fuentes de energía —biocombustibles, hidrógeno, la fuerza de las mareas, etc.—, pero sus actos sugieren una preferencia muy arraigada por los combustibles más conocidos. En Estados Unidos se dedica una suma modesta al desarrollo de combustibles alternativos al petróleo, mientras que algunos de los mayores subsidios y desgravaciones fiscales se destinan a dos de los sistemas energéticos antiguos más destacados: las plantas eléctricas que funcionan con carbón y los reactores nucleares. Otros importantes consumidores de energía, sobre todo China e India, siguen sus pasos. El resultado es que es probable que la demanda mundial de carbón y uranio —como la del petróleo y el gas natural— sobrepase los límites naturales del planeta.
La preferencia instintiva que tienen los líderes norteamericanos por los sistemas energéticos antiguos, como las plantas de carbón y los reactores nucleares, fue evidente en la Política Nacional de Energía de la administración Bush en 2001, y en la Ley sobre Política Energética emitida por el Congreso en 2005; ambas proponen numerosos incentivos para la construcción de instalaciones adicionales de ambos tipos. Por supuesto, las centrales eléctricas que funcionan a carbón constituyen una fuente importante de dióxido de carbono y de gases que provocan el efecto invernadero, además de lanzar a la atmósfera las emisiones venenosas responsables de la «lluvia ácida»; los reactores nucleares nos hacen inquietarnos al pensar en accidentes como los de Three Mile Island (1979) y Chernóbil (1986), junto con el problema de los residuos radioactivos que duran siglos y de los que no es posible librarse con total seguridad. Para calmar estas inquietudes, la Casa Blanca intentó subrayar la promesa de lo que definió como «carbón limpio» y reactores nucleares «seguros», «respetuosos con el medio ambiente». «Nuestro plan fomenta la investigación en nuevas tecnologías de carbón limpio», proclamó Bush cuando emitió el NEP [National Energy Policy, Política Energética Nacional] en 2001. También aseveraba que «los diseños de los nuevos reactores son incluso más seguros y más baratos que los reactores de que disponemos hoy en día. Mi plan energético conmina al Departamento de Energía y a la Agencia de Protección Medioambiental para que use al máximo la ciencia para encontrar lo antes posible un depósito seguro para los residuos nucleares».53 Más tarde estas afirmaciones tranquilizadoras se incorporaron en el presupuesto energético de 2005, que destina miles de millones de dólares a subsidios y desgravaciones fiscales para adoptar las medidas propuestas por Bush.54
Los líderes chinos han demostrado la misma intensa preferencia por el carbón y la energía nuclear. China posee las reservas de carbón más importantes del mundo después de Estados Unidos y Rusia, pero relativamente poco petróleo y gas natural, de modo que ha favorecido la explotación de esa fuente energética doméstica y abundante. Según las últimas previsiones del Departamento de Energía estadounidense, el uso del carbón en China aumentará en torno a un 130 por ciento entre 2004 y 2030, momento en el cual este país será responsable de casi la mitad del consumo de carbón mundial.55 Como el uso del carbón a esta escala hará estragos en el medio ambiente chino y convertirá a ese país en el primer emisor de CO2 del planeta, no cabe duda de que Pekín se verá sometido a una enorme presión, tanto local como internacional, para reducir el uso de este combustible. Ciertamente, los responsables políticos chinos han empezado a admitir la urgencia de abordar los riesgos ambientales que genera la excesiva dependencia del carbón por parte de su país; sin embargo, actualmente no hay indicios de que piensen dar los imprescindibles pasos necesarios para hacerlo.56 Además, movidos por la urgencia de aumentar el suministro eléctrico de su país, los líderes chinos han aprobado la construcción de docenas de reactores nucleares adicionales.57
No obstante, en Estados Unidos y en China hay muchas personas, ecologistas o no, que se oponen tremendamente al aumento de la dependencia de estas fuentes de energía. Subrayan que el dinero destinado a esos sistemas de «energía antigua» representa una suma que se podría invertir mejor en opciones de «energía nueva», como biocombustibles, energías renovables (sobre todo solar y eólica), pilas de combustible alimentadas por hidrógeno, e incluso proponen opciones más osadas, como la energía de las mareas o la geotérmica.58 Los defensores de estas alternativas suelen subrayar su atractivo desde el punto de vista ecológico, pero hay otro motivo para concederles una prioridad superior: el carbón y el uranio (fuente energética de la mayoría de reactores nucleares) —tanto como el petróleo y el gas natural— son materiales finitos, de modo que al final acabarán agotándose.
De los dos, el carbón es el más abundante. Según BP, el mundo posee unas reservas demostrables de carbón de más de 909 millardos de toneladas métricas, más o menos la mitad en forma de antracita y carbón bituminoso, y la otra en formas menos deseables, carbón y lignito subbituminosos. Los países con las reservas combinadas más grandes son Estados Unidos (246,6 millardos de toneladas métricas), Rusia (157 millardos), China (114,5 millardos), India (82,4) y Australia (78,5); hay otras reservas menores pero importantes en Sudáfrica, Kazajistán y Ucrania.59 Si estas cifras son precisas, hay suficientes depósitos de carbón como para satisfacer la demanda prevista —que hoy día se sitúa en torno a los cinco millardos de toneladas métricas por año— durante mucho tiempo. El hecho de que se crea que el carbón es tan abundante ha llevado a muchos expertos en energía a considerarlo no sólo un combustible primario que puede usarse para generar calor y electricidad, sino también como materia prima susceptible de transformación química en líquidos y gas sintéticos, definidos en términos generales como «carbón [convertido] en [combustible] líquido» y «syngas», respectivamente. Si los defensores del carbón se salen con su propósito, Estados Unidos podría, de hecho, ser testigo de un tremendo aumento de la producción de carbón para estas aplicaciones energéticas alternativas.60
Actualmente, los principales consumidores de carbón son China (un 38,6 por ciento del consumo mundial), Estados Unidos (18,4 por ciento), India (7,7 por ciento), Japón (3,9 por ciento) y Rusia (3,6 por ciento).61 Estos países usan el carbón para producir electricidad, proporcionar energía y calor para algunas industrias, y manufacturar coque (un material sólido producido al quemar el carbón a altas temperaturas, y que luego se emplea en la manufactura del acero). En los años venideros, se espera que la demanda de carbón se mantenga relativamente estable en Rusia y Japón, y aumente en Estados Unidos, India y China (que, en concreto, se calcula que consumirá una cantidad cada vez mayor mientras intenta atender a la creciente demanda de energía eléctrica). Se calcula que durante los próximos 25 años se construirán en China en torno a mil nuevas centrales eléctricas alimentadas por carbón. También es de esperar que India construya muchas más centrales de este tipo para satisfacer su creciente demanda de electricidad.62
Para la mayoría de estos países, la destacada dependencia del carbón se puede explicar por su presunta abundancia y su coste relativamente bajo. Sin embargo, hay algunos expertos que dudan de las afirmaciones sobre la abundancia del carbón, como si fuera un inagotable cuerno de la abundancia. Señalan que muchas de las estimaciones se hicieron hace décadas, y que los pocos estudios que se han realizado hace poco tiempo casi siempre han dado como resultado la reducción sustancial de las supuestas reservas. «La sabiduría convencional sostiene que en el mundo hay una abundancia de carbón que permite que su consumo vaya aumentando hasta un futuro muy distante», afirmaba en marzo de 2007 un informe elaborado por el Energy Watch Group (EWB, Grupo de Vigilancia de la Energía) para el Parlamento alemán. No obstante, si los resultados de los estudios mucho más recientes son representativos de las reservas de carbón mundiales, «probablemente quede mucho menos carbón de lo que piensa la mayoría de personas».63 La EWG ha calculado que la producción mundial de carbón alcanzará una meseta en el periodo 2025-2030, antes de empezar a descender en algún momento posterior a 2040.64
En agosto de 2007, dos acontecimientos que tuvieron lugar en Estados Unidos nos proporcionaron unos indicios adicionales de una valoración menos optimista de las existencias del carbón mundial. Un accidente que sucedió en la Crandall Canyon Mine, en Huntington, Utah, en el que murieron seis mineros y tres miembros de los equipos de rescate, reveló que los primeros estaban practicando una técnica bastante peligrosa conocida como «minería de retirada», que conlleva el estrechamiento progresivo de los pocos pilares subterráneos de carbón que sostienen la tierra una vez que se ha extraído la mayor parte del carbón del subsuelo, lo cual puede provocar sacudidas sísmicas o temblores a medida que la tierra se asienta.65 El uso de estas técnicas resulta inevitable, explicaban los expertos en el tema, porque las vetas más antiguas y prolíficas de carbón ya hace mucho que se agotaron. «Los días del carbón fácil y a poca profundidad ya han pasado», observaba James Kohler, del Federal Bureau of Land Management de Utah.66
Como para confirmar este pronóstico, pocas semanas después la administración Bush aprobó una norma controvertida que daba más facilidades a las compañías mineras para hacer saltar por los aires, literalmente, las cimas de los montes Apalaches —enterrando los derrubios en los arroyos al pie de éstos— para acceder a vetas de carbón enterradas a mucha profundidad. Aunque los ecologistas y los residentes de la zona se opusieron a la moción, la Administración defendió su decisión sosteniendo que resultaría más sencillo extraer carbón enterrado a gran profundidad en un momento en que Estados Unidos procura reducir su dependencia del petróleo importado.67
La energía nuclear también plantea un problema en lo relativo a su abundancia futura. Las reservas mundiales de uranio se consideran adecuadas para satisfacer las necesidades actuales de los reactores civiles, en gran medida porque quedan muchos suministros de las empresas bélicas de las dos superpotencias durante la era de la Guerra Fría; sin embargo, una vez que se agoten estos depósitos, el suministro puede empezar a escasear. Ciertamente, muchas de las minas más prolíficas de Estados Unidos, la antigua Unión Soviética y sus respectivos aliados se agotaron durante la Guerra Fría, y las que siguen operativas hoy día son menos productivas.68
Según el Departamento de Energía estadounidense, los 440 reactores nucleares civiles que funcionan actualmente en el mundo requieren entre 75.000 y 84.000 toneladas de uranio anuales. A este ritmo de consumo, la cantidad disponible —concentrada en su mayor parte en minas y reservas de Australia, Canadá, Namibia, Nigeria, Sudáfrica, Estados Unidos y la antigua Unión Soviética— se considera adecuada para los próximos cuarenta años.69 Sin embargo, muchos analistas creen que en los años venideros se construirán muchos reactores adicionales, a medida que aumente el temor de la gente por el agotamiento de las reservas de petróleo y de gas natural y las consecuencias que tiene para el ambiente la combustión del carbón.70 Si esto es así, es probable que el suministro disponible se reduzca.
En Estados Unidos, el mayor impulso para lo que se ha definido como un «renacimiento» de la energía nuclear ha provenido de la Administración de George W. Bush. Como resultado de la presión política incesante por parte de la Casa Blanca, la Ley sobre Política Energética de 2005 ofrece diversos incentivos para la construcción de nuevos reactores, incluyendo una deducción fiscal de 1.000 millones de dólares repartido entre ocho años para los cinco primeros reactores operativos.71 Como resultado de ello, las empresas se apresuran a rellenar las solicitudes para obtener permiso y empezar a construir los primeros reactores que se hayan construido en Estados Unidos desde los años setenta. Según uno de los informes, a finales de 2007 se esperaba la recepción de al menos 30 de estas solicitudes, sobre todo para lugares situados en el sur del país; si todos los reactores propuestos llegan a ser una realidad, aumentarían el suministro eléctrico estadounidense en más de 30.000 megavatios.72 (Un megavatio es la cantidad de electricidad suficiente para abastecer a 500 hogares.)
Además de Estados Unidos y algunos países europeos —Gran Bretaña anunció en enero de 2008 que construiría una nueva generación de plantas nucleares—, el impulso hacia la energía nuclear es más fuerte en China, India y otros países asiáticos recién industrializados. Según un informe de enero de 2006 del Deutsche Bank: «Buena parte de la nueva demanda [de energía nuclear] procederá de los países en vías de desarrollo, donde se prevé la construcción de 130 nuevos reactores nucleares durante los próximos quince años»,73 muchos de ellos en Asia. Como resultado, «el mercado del uranio ha atraído cada vez más la atención de la comunidad mundial y de los mercados energéticos», comenta el banco. Los nuevos reactores que se están construyendo en Asia «representan las áreas potenciales de crecimiento, y los participantes del mercado se beneficiarán claramente de controlar la provisión de uranio a esas regiones».74
En la que quizá sea la expresión más espectacular de la preocupación por el suministro futuro de uranio, el primer ministro chino Wen Jiabao firmó un acuerdo con los líderes políticos australianos el 3 de abril de 2006, donde se estipulaba la entrega futura de hasta 20.000 toneladas anuales a China, que viene a ser el doble de lo que exporta Australia a todos sus clientes extranjeros juntos.75 Según las noticias de los periódicos, este trato se cerró meses después de intensas reuniones diplomáticas y, dada la naturaleza extraordinariamente sensible de todo lo que tenga que ver con la energía nuclear, implicó la decisión por parte de los líderes australianos de superar las sospechas que durante mucho tiempo habían albergado contra China. Las compañías mineras chinas también han buscado uranio en Nigeria, a pesar de los ataques contra sus operaciones por parte de grupos rebeldes opuestos al Gobierno actual (con el que Pekín mantiene estrechos vínculos).76
Rusia también busca fuentes adicionales de uranio. A pesar del accidente nuclear catastrófico que tuvo lugar en su reactor de Chernóbil —que antes formaba parte de la Unión Soviética y ahora pertenece a Ucrania—, Rusia sigue dependiendo de la energía nuclear para obtener aproximadamente el 15 por ciento de su suministro eléctrico, y ha anunciado planes para construir muchos más reactores durante los próximos veinticinco años.77 De hecho, Sergei Kiriyenko, director de Rosatom, la Agencia Federal de la Energía Atómica rusa, dijo a los responsables políticos estadounidenses en mayo de 2006 que Moscú pretendía construir 40 reactores nuevos entre entonces y 2030. Dado que muchas de las minas de uranio rusas se acercan a su agotamiento total, Rosatom planea tanto la exploración en busca de nuevas minas en su territorio como el incremento de importaciones de Kazajistán, Kirguizistán y Uzbekistán, que son elementos clave en la industria nuclear soviética.78
Por el momento, esta competición mundial incipiente por el uranio carece de la intensidad de la búsqueda de petróleo y de gas natural, pero sin duda se irá acelerando.79 Es posible que algunos países intenten minimizar su necesidad futura de uranio construyendo reactores «regeneradores», que no sólo consumen energía nuclear sino que también la generan. Pero los procesos involucrados en esta tarea siguen siendo experimentales y están plagados de peligros. Por tanto, no está claro si esos reactores llegarán a ser prácticos desde el punto de vista comercial. Aún hay algo más preocupante: el combustible producido por los reactores regeneradores es plutonio, una sustancia tremendamente letal que tiene una vida media de 24.000 años, y que se usa en la construcción de armas nucleares.80 Por tanto, la mayoría de países rechazará la opción de los reactores regeneradores, pero esto sólo los conducirá a una dependencia cada vez mayor del uranio.
Como sucede con las reservas energéticas, los minerales más valiosos del mundo se están extrayendo y consumiendo a un ritmo enloquecedor. Por ejemplo, entre 1995 y 2005, la producción mundial de aluminio subió en un 64 por ciento, de 19,4 a 31,8 millones de toneladas métricas; la producción de hierro subió en un 50 por ciento, de 1.000 a 1.500 millones de toneladas; y el cobre, en un 42 por ciento, de 11,7 a 16,6 millones de toneladas.81 Se espera que el consumo de éstos y de otros minerales clave siga creciendo en este porcentaje en las décadas venideras.82 Tal y como destacaba el Deutsche Bank en su Commodities Outlook de 2006, el aumento en la demanda mundial «ha contribuido a una de las carreras más duraderas y poderosas del precio de los metales industriales de toda la historia».83
Para satisfacer esta explosión de la demanda, los productores de minerales están acelerando la extracción en minas más antiguas, comenzando la producción en otras nuevas y construyendo instalaciones de fundición y refinamiento adicionales. No hace falta decir que muchos de los depósitos mundiales de los minerales claves para la industria se están agotando a un ritmo sin precedentes. También estos materiales son recursos finitos, creados por fuerzas geológicas poderosas hace muchos millones de años y, una vez que se agoten, no volverán a rellenarse en toda la historia futura. Afortunadamente, la Tierra aún dispone de cuantiosos yacimientos de muchos minerales vitales, incluyendo menas de hierro y bauxita (la materia prima para el aluminio). Sin embargo, el cobre, el cobalto, el plomo, el níquel, el platino, el estaño, el titanio y el zinc son considerablemente menos abundantes, y existe preo-cupación sobre su disponibilidad futura.84
Como los gigantes de la energía, las principales empresas mineras buscan nuevas reservas, pero también ellas buscan mucho y encuentran poco. «Como el petróleo, la mayoría de los depósitos fáciles de extraer de los materiales básicos como el cobre, el níquel y el oro se han encontrado y explotado ya —informaba el Wall Street Journal en julio de 2006—. Eso ha dejado depósitos de poco valor en países remotos, volátiles desde el punto de vista político, que costará más desarrollar que las vetas madre de antaño».85
De los minerales que tienen reservas no muy abundantes, el cobre es con mucho el más importante. El cobre, el primer metal producido por los humanos —se han fechado algunas fundiciones antiguas en una época tan remota como el año 12.000 a.C.—,86 sigue siendo muy utilizado hoy día. Dado que es un conductor excelente de la electricidad y es altamente resistente a la corrosión, se usa mucho para el cableado eléctrico, la fontanería y otros propósitos domésticos. Hasta recientemente, la mayor parte del cobre mundial la consumían las grandes potencias industriales; sin embargo, desde 2000 se ha producido un tremendo ascenso de la demanda por parte de China y otros países recién industrializados.87 Según el Deutsche Bank, se espera que la demanda mundial de cobre refinado aumente en torno al 60 por ciento en los próximos diez años, pasando de unos 14 a 22 millones de toneladas métricas por año.88
En el pasado, las compañías mineras mundiales han satisfecho la creciente demanda de cobre aumentando la producción en los depósitos conocidas de este mineral, sobre todo en Chile, Indonesia y Zambia. Chile, en concreto, ha desempeñado un papel clave para satisfacer la demanda, aumentando su producción desde aproximadamente 1,5 millones de toneladas métricas anuales en 1990 hasta 5,5 millones de toneladas en 2005, cuando supuso el 36 por ciento de toda la producción mundial de cobre.89 Pero algunos expertos creen que las minas chilenas han alcanzado su tope productivo, y que pronto empezarán a reducir la producción.90 Indonesia también muestra indicios de reducir su producción.91
Los directivos de las compañías mineras insisten en que el desarrollo de nuevas minas —sobre todo en Mongolia y en la República Democrática del Congo— acabará compensando la situación. En Mongolia, por ejemplo, Ivanhoe Mines Ltd., una empresa canadiense, está trabajando en un enorme depósito de cobre y oro en la remota región del sur del desierto de Gobi; en el Congo, Phelps Dodges espera desarrollar el proyecto Tenke Fungurume, si mejora la seguridad en ese país destrozado por la guerra y totalmente devastado que, en estos momentos, carece de todo lo que se parezca a una infraestructura.92 Sin embargo, no está claro que, incluso si se ponen en marcha estas nuevas fuentes, compensen el declive de otras minas y permitan un aumento significativo de la demanda mundial. El Deutsche Bank, en su evaluación de 2006 de los requisitos necesarios a largo plazo, predijo la llegada, hacia el año 2010, de una gran brecha entre la demanda mundial y la producción.93
Éste es el mismo déficit de producción que se espera para el cromo, el cobalto, el columbio (o niobio), el plomo, el níquel, el platino, el tantalio, el titanio y el zinc. Aunque no son tan importantes como el hierro y el cobre, todos estos minerales tienen un papel vital en la manufactura de algunos productos esenciales. Por ejemplo, el cobalto se usa para elaborar pilas recargables y aleaciones de acero para altas temperaturas (destinadas sobre todo a aplicaciones militares y aeroespaciales); el cromo y el níquel ayudan a producir aleaciones de altísima resistencia y acero inoxidable; el columbio y el tantalio se usan para elaborar aceros especializados para aplicaciones aeroespaciales, así como microcircuitos para teléfonos móviles y otros aparatos electrónicos portátiles; el platino se usa tanto en joyería como catalizador en el creciente mercado de los sistemas de expulsión de gases de los automóviles, y para las pilas eléctricas; el titanio es un sustituto del aluminio, de poco peso y gran resistencia, empleado en muchas aplicaciones militares y aeroespaciales; y el zinc, que se usa en aleaciones, también constituye un baño protector para el acero y otros metales.94
Como el cobre, estos minerales proceden de minas repartidas por todo el mundo, muchas de las cuales llevan muchos decenios produciendo y muestran ya señales de un agotamiento casi total. En la mayoría de los casos, se sabe que existen fuentes alternativas de suministro, pero a menudo —y a estas alturas esto ya se ha convertido casi en costumbre— están en los puntos más remotos y peligrosos, y donde las vetas suelen tener mala calidad. Es imposible predecir cuáles de esos minerales experimentarán una caída importante en su producción durante el futuro cercano, pero, por poner sólo un ejemplo, se calcula que el suministro conocido de cobalto dejará de satisfacer la demanda mundial en un momento tan cercano como el año 2012.95
Como resultado, los máximos responsables políticos de las naciones grandes consumidoras de recursos han empezado a desempeñar un papel preponderante en la búsqueda de nuevos yacimientos de algunos de estos minerales esenciales en el extranjero. El Gobierno japonés, por ejemplo, ha establecido un programa especial para financiar el desarrollo de nuevos depósitos de mineral por parte de empresas japonesas y sus socios extranjeros.96 Como parte de esta misión, la Japan Oil, Gas, and Metals National Corporation, un vástago del poderoso Ministerio de Economía, Comercio e Industria, organizó un Programa Básico de Exploración Conjunta en 2003 para financiar nuevas empresas mineras en el mundo en vías de desarrollo. En 2004, ya respaldaba dos proyectos en Argentina en busca de cobre; dos en Brasil, que buscaban cobre y níquel; y dos en Mongolia, también en busca de cobre.97
El Gobierno chino también ha avanzado en esta dirección. Por ejemplo, en junio de 2006, una empresa controlada por el Estado, la China Machine-Building International Corporation, acordó construir tres plantas movidas por carbón en Zimbabue a cambio de cromo y otros minerales.98 En septiembre de 2007 Pekín anunció una iniciativa incluso más vasta: a cambio de un préstamo de 5.000 millones de dólares para la reconstrucción y el desarrollo a la República Democrática del Congo, China obtendrá el acceso exclusivo a amplias reservas de cobre, cobalto y níquel congoleños. Esto convertirá a China en el principal inversor en el Congo y, al final, en un productor importante de minerales africanos. Algunas empresas mineras privadas han protestado contra este acuerdo, diciendo que les cerraría las puertas del continente africano, pero los responsables chinos y congoleños insisten es que los vastos recursos del Congo seguirían siendo en gran medida inaccesibles de no ser por la ayuda china para construir carreteras, vías férreas y demás infraestructuras.99
Apenas acababa de asentarse el polvo del revuelo causado por China cuando anunció ese préstamo de 5.000 millones destinado a operaciones de minería en el Congo cuando Pekín anunció una empresa aún más osada: un plan de 3.000 millones para desarrollar la mina de cobre más grande del mundo en Aynak, a unos 32 km al este de Kabul, en Afganistán, un país devastado por la guerra. «Ésta es la mayor inversión que se haya realizado en toda la historia de Afganistán, y crearemos 10.000 puestos de trabajo», anunció Ibrahim Adel, el ministro que se ocupa de la actividad minera afgana.100 En esta zona las condiciones son tan primitivas que, antes de que la mina esté operativa, los chinos tendrán que construir una planta eléctrica abastecida con carbón para suministrar energía a la mina, junto con una vía férrea —la primera de Afganistán— para transportar el carbón necesario (y, más tarde, el mineral de cobre). Una empresa propiedad del Estado, China Metallurgical Group, será la responsable de supervisar todo el proyecto.101
De una cosa podemos estar seguros: las reservas naturales de muchos recursos vitales que hay en este mundo se están reduciendo, revistiendo a las reservas vírgenes que quedan, y que son relativamente pocas, de una tremenda importancia geopolítica.
Tampoco debemos olvidar que los líderes nacionales que buscan desesperadamente recursos vitales tendrán que enfrentarse dentro de poco a unos desafíos incluso mayores: los graves efectos del calentamiento global. Algunos de éstos, como una subida prevista de entre 60 y 90 cm del nivel del mar en todo el mundo, pueden producirse, o no, en este mismo siglo; otros, como las sequías más frecuentes en zonas generalmente áridas y los huracanes y tifones más intensos de lo habitual, ya se están observando.102 Estos efectos del cambio climático, y otros igual de perjudiciales, afectarán a todas las facetas de la vida humana, pero tienen un impacto especialmente directo y significativo en la búsqueda mundial de la energía y de la seguridad de los recursos naturales. Además, a medida que se multipliquen los efectos catastróficos del cambio climático, sin duda habrá que destinar grandes cantidades de energía a labores tan costosas como construir presas y malecones, reconstruir pueblos y ciudades anegados, y reubicar a cientos de millones de refugiados, entre otras tareas.
De entre las muchas consecuencias del calentamiento mundial, es probable que el primero que cause un fuerte impacto sea el aumento de la cantidad de tormentas violentas. Según el informe de 2007 del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), que se considera la valoración científica del problema más autorizada, «es probable que los ciclones tropicales futuros (tifones y huracanes) se vuelvan más intensos, con vientos que alcancen una velocidad sin precedentes y precipitaciones más copiosas, fenómenos asociados con el aumento constante de la temperatura de la superficie marina en zonas tropicales».103 (Las cursivas figuran en el original.) Ésta es una noticia especialmente preocupante para los productores de petróleo y gas natural en Estados Unidos, dado que gran parte de la producción, el procesamiento y la distribución domésticos de ambos combustibles se concentran en el Golfo de México y estados adyacentes; precisamente la zona donde los recientes huracanes letales, como el Katrina y el Rita en 2005, causaron los mayores daños. La furia del Katrina demostró hasta qué punto son vulnerables a estas tormentas las plantas petrolíferas y de gas natural, porque destruyó o dañó docenas de plataformas petrolíferas valoradas en muchos millones de dólares, y motivó la suspensión de un tercio de la producción petrolífera doméstica estadounidense.104 Hay muchas otras áreas productivas frente a la costa, incluyendo las situadas en el sudeste asiático y en el Golfo Pérsico, que padecerán las consecuencias de un aumento de la actividad tormentosa.
El cambio climático afectará a la ecuación energética mundial de otras maneras significativas. Por ejemplo, los países situados en zonas tropicales y templadas y que dependen de la energía hidráulica para obtener una parte importante de su electricidad podrían padecer un descenso brusco de la producción, debido a la disminución de lluvias anuales. Es posible que muchos países en vías de desarrollo que han construido grandes presas en los últimos años con objeto de aprovechar el potencial energético de los grandes ríos, como el Nilo, el Ganges y el Mekong, vean cómo sus costosas inversiones permanecen ociosas durante amplios lapsos, cuando se sequen los canales que las alimentan.
A pesar de todo, algunos expertos han pronosticado que el calentamiento global podría permitir la adquisición de energía al derretir (o reducir sustancialmente) el casquete polar del Ártico, permitiendo así una explotación constante de lo que se considera que son grandes depósitos de petróleo y de gas sepultados bajo el mar Ártico.105 Pero incluso si pasamos por alto el hecho de que un clima lo bastante cálido como para fundir el casquete ártico podría muy bien amenazar con convertir las latitudes australes en páramos inhabitables, es probable que las tormentas violentas que acompañen a este proceso hiciera que la actividad extractora en las frías aguas de las latitudes boreales fuera un proceso demasiado peligroso y costoso.
Sin embargo, el mayor efecto del calentamiento global sobre la ecuación energética será, probablemente, que obligará a los líderes políticos a poner más énfasis en el desarrollo de combustibles alternativos, lo cual sin duda generará numerosos problemas y peligros que hasta el momento ni siquiera se han previsto. ¿A qué alternativas hay que dar preferencia y cómo deben manufacturarse? En este momento no existe un consenso, dado que todas las opciones que se consideran actualmente plantean su propio conjunto de inconvenientes.
No es éste el lugar más adecuado para analizar a fondo este asunto, pero, por poner sólo un ejemplo, en Estados Unidos —donde se espera que el petróleo proporcione en torno a dos quintos del suministro energético del país hasta el año 2030—, el combustible líquido favorito, que no emite CO2, es el etanol derivado del maíz. Pero el aumento sustancial en el uso del etanol planteará una serie de cuestiones importantes. En la actualidad, la mayor parte del etanol consumido en Estados Unidos se elabora cociendo las mazorcas de maíz y haciendo fermentar la pulpa resultante, pero este método consume considerable energía, dado que hay que cultivar y cosechar el maíz, y luego transformarlo en combustible. Si realmente el etanol se afianza —lo que no es muy probable— conllevaría el uso de una parte considerable de las tierras destinadas al cultivo en Estados Unidos. En otras palabras, que contribuiría relativamente poco al equilibrio energético neto del país mientras se reservaba unas tierras necesarias para cultivar alimentos básicos, lo cual dispararía los precios en todo el mundo y, potencialmente, provocaría hambrunas generalizadas.106 Los responsables gubernamentales intentan superar estos escollos fomentando el desarrollo de nuevas formas de producción, como el uso de enzimas químicas para descomponer la celulosa de las plantas (el «etanol de celulosa»), y la sustitución del césped de las praderas, las astillas de madera y otra biomasa en vez del maíz como materia prima para obtener el combustible. Sin embargo, dado el índice actual de desarrollo, pasarán muchos decenios antes de que el etanol de celulosa esté disponible a una escala suficiente como para sustituir al petróleo líquido de una forma eficiente.107
Mientras tanto, Estados Unidos —y también China— puede prever que estará sometido a una enorme presión en los años venideros para reducir su uso del carbón como combustible para generar energía. Los ecologistas de ambos países defenderán sin duda la dependencia mucho mayor de las fuentes de energía renovables, sobre todo la solar y la eólica, pero estas opciones jamás han recibido la atención que merecen, de modo que no están listas para sustituir al carbón y al petróleo en la dieta energética del mundo. Como resultado de esto, es probable que los responsables políticos recurran primero a las fuentes más conocidas, sobre todo el gas natural y la energía nuclear, con todos los problemas que éstas implican. Esto, por supuesto, nos retrotrae al dilema original al que se enfrentan los dirigentes: el agotamiento acelerado de gas natural y de uranio y la probabilidad de que la lucha por conseguir las reservas mundiales cada vez más mermadas se intensifique en los próximos años. En otras palabras: por mucho que se esfuercen en resolver el dilema energético frente a los efectos del cambio climático —cada vez más intensos—, esos políticos tendrán que enfrentarse a una batería cada vez mayor de retos económicos, geopolíticos y ambientales que deberán resolver (o encauzar mal).
No hace falta decir que el cambio climático también afectará a la lucha mundial por otros recursos vitales, sobre todo el agua y la tierra cultivable. La temperatura mundial, que irá en aumento, y el cambio en los patrones del clima hará aumentar la pluviosidad en determinadas zonas del mundo, sobre todo en las latitudes más boreales, pero la reducirá en otras, incluyendo muchas áreas importantes donde hay cultivos hoy en día, situadas en los trópicos y en zonas templadas. Las grandes áreas interiores de Norteamérica y Sudamérica, el norte de África, y el este, sur y centro de Asia podrían convertirse en desiertos o en precarias zonas semidesérticas, apenas capaces de permitir la vida humana. El aumento en el nivel de los mares también arrasará valiosas tierras fértiles en las regiones costeras a poca altitud sobre el nivel del mar, sobre todo los arrozales del sudeste asiático, Filipinas e Indonesia.108 Todo esto es probable que genere decenas o incluso cientos de millones de refugiados, que necesitarán que alguien los rescate, alimente, les dé una vivienda y los traslade a nuevas comunidades; se trata de una tarea colosal que, por sí sola, exigirá el consumo de tremendas cantidades de energía.
Jamás, en ningún otro momento de la historia, los líderes políticos se habían enfrentado a tantos desafíos relacionados con la adquisición, la distribución y el uso de los recursos naturales clave. Para algunos, el mero hecho de obtener suficientes materiales como para mantener el ritmo del crecimiento económico desbocado ya será una misión más que compleja; para otros, la verdadera labor consistirá en perpetuar los estándares de vida acostumbrados frente a una intensa competencia por parte de nuevos y agresivos participantes. Sin embargo, en última instancia, todos y cada uno de ellos (o sus sucesores) tendrán que enfrentarse a los dilemas que plantean los recursos menguantes del planeta y los efectos cada vez más nefastos del cambio climático mundial.