95

El hassassin depositó su presa inconsciente en la parte trasera de la furgoneta, y dedicó un momento a examinar su cuerpo. No era tan hermosa como las mujeres cuyos servicios compraba, pero poseía un vigor animal que le excitaba. Su cuerpo radiante estaba perlado de sudor. Olía a almizcle.

Mientras el hassassin saboreaba su presa, hizo caso omiso del brazo dolorido. La contusión producida por el sarcófago al caer, aunque dolorosa, era insignificante… Valía la pena por la compensación que le aguardaba. Le consolaba la certeza de que el norteamericano culpable de esto debía de estar muerto.

El hassassin contempló a su prisionera inconsciente e imaginó los placeres que le depararía. Pasó la mano por debajo de la camisa. Palpó unos pechos perfectos bajo el sujetador. , sonrió. Ya lo creo que vales la pena. Reprimió el ansia de poseerla en el acto, cerró la puerta y se perdió en la noche.

No había necesidad de informar a la prensa de este asesinato… Las llamas lo harían por él.

En el CERN, Sylvie se quedó pasmada por la arenga del camarlengo. Nunca se había sentido tan orgullosa de ser católica, y tan avergonzada de trabajar para el CERN. Cuando salió del ala recreativa, el ánimo de todas las personas en los salones era sombrío. Cuando volvió al despacho de Kohler, las siete líneas telefónicas estaban sonando.

Las llamadas de la prensa nunca se pasaban al despacho de Kohler, de modo que estas llamadas sólo podían significar una cosa.

Dinero. El dinero llama.

La tecnología de la antimateria ya tenía algunos aspirantes.

En el Vaticano, Gunther Glick sintió que caminaba sobre las nubes cuando siguió al camarlengo fuera de la Capilla Sixtina. Glick y Macri acababan de realizar la transmisión en directo de la década. Y menuda transmisión. El camarlengo había estado arrebatador.

Ya en el pasillo, el camarlengo se volvió hacia Glick y Macri.

—He pedido a la Guardia Suiza que haga una selección de fotos para ustedes. Fotos de los cardenales marcados, así como de Su Santidad difunta. Debo advertirles de que no son fotos agradables. Quemaduras espantosas. Lenguas ennegrecidas. No obstante, me gustaría que las mostraran al mundo.

Glick decidió que, en el Vaticano, debía reinar una Navidad perpetua. ¿Quiere que retransmita en exclusiva una foto del Papa muerto?

—¿Está seguro? —preguntó Glick, intentando reprimir el entusiasmo de su voz.

El camarlengo asintió.

—La Guardia Suiza también les proporcionará un vídeo en directo del contenedor de antimateria, cuya cuenta atrás continúa.

Glick le miró pasmado. ¡Navidad, Navidad, Navidad!

—Los Illuminati están a punto de descubrir que se han pasado de listos —afirmó el camarlengo.