Tercera votación. No había Papa.
En la Capilla Sixtina, el cardenal Mortati había empezado a rezar para pedir un milagro. ¡Envíanos los candidatos! El retraso era ya exagerado. Mortati habría podido comprender la ausencia de un candidato, pero la de los cuatro no. No dejaba opciones. En las condiciones actuales, conseguir una mayoría de dos tercios exigiría la intervención divina.
Cuando los cerrojos de la puerta exterior empezaron a abrirse, Mortati y todo el Colegio Cardenalicio giraron al unísono en dirección a la entrada. Mortati sabía que esto sólo podía significar una cosa. Por ley, la puerta de la capilla sólo podía abrirse por dos motivos: retirar a alguien que se encontrara muy enfermo o permitir el acceso a cardenales retrasados.
¡Los preferiti ya llegan!
El corazón de Mortati se regocijó. El cónclave estaba salvado.
Pero cuando la puerta se abrió, la exclamación ahogada que resonó en la capilla no fue de alegría. Mortati miró con incredulidad al hombre que entraba. Por primera vez en la historia del Vaticano, un camarlengo acababa de cruzar el sagrado umbral del cónclave después de sellar las puertas.
¿Qué se ha creído?
El camarlengo avanzó hacia el altar y se volvió para hablar a la estupefacta audiencia.
—Signori —dijo—, he esperado lo máximo posible. Hay algo que deben saber de inmediato.